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29.- TESTIMONIO APOSTÓLICO

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Judas Tadeo hijo de Alfeo y Simón Zelote fueron los apóstoles de Cristo que llevaron su Doctrina a Egipto, Libia, Siria, la región del Tigris, Eúfrates, Edesa y Babilonia llegando hasta los confines de Persia.

Acompañaban su predicación con muchos milagros y hubo muchísimas conversiones. También entre la nobleza y el mismo rey Acab de Babilonia, con toda su familia.

Dos poderosos hechiceros se adelantaron a la ciudad de Sammir, (Persia) en la que vivían setenta sacerdotes de sus templos paganos y predispusieron a sus habitantes contra los apóstoles, incitándoles a que cuando llegaran a predicarles la nueva religión, los mataran si se negaban a ofrecer sacrificios en honor de los dioses.

En el año 72 d.C. después de evangelizar toda la provincia, Simón y Judas se presentaron en Sammir y en cuanto llegaron, fueron apresados y los llevaron a un templo dedicado al Sol.

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Pero en cuanto los prisioneros penetraron en el recinto, los demonios hablaron a través de sus nigromantes y empezaron a gritar:

–           ¿A qué venís aquí, apóstoles del Dios Vivo? Entre vosotros y nosotros no hay nada en común. Desde que llegasteis a Sammir nos sentimos abrasados por un fuego insoportable.

Enseguida se apareció a los apóstoles un ángel del Señor y les dijo:

–           Elegid entre estas dos cosas la que queráis: Que toda esta gente muera ahora mismo o vuestro propio martirio.

Los apóstoles respondieron:

–           La elección ya está hecha. Pedimos a Dios Omnipotente una doble merced: que conceda a esta ciudad la gracia de su conversión y a nosotros la corona del martirio.

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A continuación, Simón y Judas rogaron a la multitud que guardara silencio y cuando todos estuvieron callados, hablaron ellos y dijeron:

–           Vamos a demostrarles que lo que ustedes adoran no son dioses.

Y Tadeo habló con autoridad:

–           A vosotros espíritus de Satanás que estáis escondidos en estas imágenes, os ordeno en el Nombre de Jesús que salgáis inmediatamente y os manifestéis visiblemente ante quienes habéis engañado hasta hoy.

Y Simón remató:

–           Sois creaturas del Altísimo Creador del Universo. Obedeced en el Nombre de Jesús y destruid la estatua en la que hasta hoy habéis estado enmascarados.

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Ante el asombro general, en aquel mismo instante de las dos estatuas salieron dos demonios espantosos, destrozaron las imágenes que les habían servido de escondite y escaparon dando voces y alaridos espeluznantes.

La gente, impresionada por lo que acababa de ver quedó muda de estupor.

Los sacerdotes paganos como energúmenos, se arrojaron sobre los apóstoles y los destrozaron con un hacha.

Simón fue muerto con golpes de mazo en la cabeza y a Judas lo decapitaron.

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En el preciso instante en que Simón y Judas murieron, el cielo que hasta entonces había estado sereno y despejado, se cubrió de nubarrones y cayó una tormenta tan terrible, que derrumbó el templo y aplastó a los magos.

Al saber la noticia, el rey Acab fue y recogió los cadáveres y los llevó a Babilonia, donde les dio sepultura en una magnífica iglesia que mandó construir en su honor.

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* * * * * * *

Después de Pentecostés, al igual que los demás apóstoles, Felipe y Bartolomé permanecieron un tiempo en Palestina. Luego, se fueron a predicar el Evangelio a Siria y siguieron adelante, hasta adentrarse en el Asia Menor.

Su predicación logró muchísimas conversiones, pues el Espíritu Santo obraba muchos prodigios maravillosos, pero también tuvieron que soportar muchísimas pruebas…

A Felipe los paganos quisieron obligarlo a hacer un sacrificio a Marte.

Como en aquel tiempo los dragones todavía no se extinguían; había uno que estaba colocado bajo el pedestal de su estatua y mató con su aliento al sacerdote y a dos soldados.

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Pero Felipe hizo huir al dragón y resucitó a los tres muertos. Esto hizo que aumentara la fama de los apóstoles y su evangelización triunfaba con muchas conversiones.

Durante su paso por Lidia y Misia sufrieron muchas tribulaciones. Fueron encarcelados, azotados y apedreados, pero a pesar de toda esta persecución, la gracia de Dios los sostenía y los protegió milagrosamente, para que continuaran con su misión, hasta las tierras de Frigia.

En Hierápolis, se encontraron con un hombre que estaba ciego desde hacía cuarenta años y se llamaba Eustaquio. Los apóstoles anunciaron el Evangelio y le devolvieron la vista, con el Poder del Espíritu Santo. Luego lo bautizaron y se quedaron en su casa.

La noticia de que Eustaquio había recuperado la vista, se extendió rápidamente por todos lados y una gran multitud se reunió para ver al curado.

Felipe y Bernabé les anunciaron el Evangelio y una gran cantidad de enfermos, fueron sanados. Expulsaron demonios y hubo muchos milagros, con un gran despliegue de Poder del Espíritu Santo. Todo esto hizo que muchos creyeran en Cristo y pidieran ser bautizados.

En la ciudad, había un templo muy famoso, donde era adorada una serpiente gigantesca. La alimentaban y le ofrecían innumerables y variados sacrificios. Con el poder de la Oración, los apóstoles la vencieron y la mataron.

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El gobernador del lugar se llamaba Nicanor y su esposa fue mordida por una cobra. Estaba agonizando y le dijeron que los extranjeros que se alojaban en la casa de Eustaquio sanaban toda clase de males con tan solo decir una palabra.

En ausencia del marido, ella se hizo llevar por los esclavos hasta donde estaban Felipe y Bernabé y fue sanada.

Cuando el gobernador regresó, fue informado de que su mujer se había vuelto cristiana.

Nicanor se encolerizó mucho y ordenó que arrestaran a los apóstoles y que quemaran la casa de Eustaquio. Cuando las órdenes fueron cumplidas, Nicanor se sentó en el Tribunal del Foro, a presidir el juicio de los evangelizadores.

También se presentaron los sacerdotes del templo de la serpiente muerta y los acusaron.

Expusieron sus quejas ante Nicanor, diciendo:

–           ¡Oh, noble Nicanor! ¡Castiga la ignominia que le han hecho a nuestros dioses! Porque desde que estos extranjeros se aparecieron en nuestra ciudad, los templos han sido olvidados y la gente ya no acude a ofrecer sus sacrificios acostumbrados.

Nuestra gran diosa, la serpiente, ha muerto y la ciudad entera se está llenando de iniquidad, pues con sus encantamientos, ellos están corrompiendo a tus súbditos.  Por eso… ¡Da muerte a estos hechiceros!

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Nicanor, ni siquiera dio la oportunidad de que los apóstoles se defendieran y accediendo a las demandas para vengar el sacro agravio, los condenó a la Crucifixión.

El gobernador ordenó que los prisioneros fueran desnudados.

El primero fue Felipe. Le perforaron orificios entre los huesos del tobillo, por donde hicieron pasar cuerdas y lo crucificaron en una cruz con la cabeza hacia abajo, delante del portal de templo de la serpiente. Y llenándolo de insultos, también le arrojaron piedras.

Después crucificaron a Bartolomé y lo pusieron en la pared del templo. Pero repentinamente un gran terremoto sacudió la tierra; ésta se abrió y se tragó al gobernador, a los sacerdotes acusadores y a una gran cantidad de espectadores incrédulos.

Todos los sobrevivientes, tanto cristianos como paganos quedaron aterrorizados y lamentándose, rogaron a los apóstoles que se apiadaran de ellos y les ayudaran a aplacar la irritación del Dios Altísimo del Universo, para que no los aniquilara también a ellos.

Suspendido desde lo alto de la muralla del templo, Felipe oró por sus enemigos, implorando el perdón para ellos y la gracia de la conversión para que obtuvieran la salvación, al conocer y amar a Dios y a la Doctrina Cristiana.

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El Señor accedió a su petición e inmediatamente hizo que la tierra devolviera con vida a las víctimas que se había tragado, con excepción del gobernador y los sacerdotes paganos, del templo de la serpiente.

Y velozmente se pusieron a quitar de la cruz a los apóstoles.

A Bartolomé lo arrancaron pronto, porque no estaba muy arriba del suelo.

Pero a Felipe, como lo habían suspendido muy arriba, no pudieron sustraerlo. Con estos tormentos, fue la Voluntad de Dios la que determinó que su apóstol, pasara de la Tierra al Cielo y muriera en la cruz, como su amado Maestro.

En el lugar donde se derramó su sangre, creció en tres días una vid muy exuberante y hermosa…

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 Luego le hicieron un funeral con  grandes honores, al cuerpo del apóstol sacrificado. Fue enterrado junto a sus hijas en Hierápolis.

Bartolomé en cambio, fue sanado milagrosamente de todas sus heridas y todos glorificaron en voz alta el poder de Cristo y expresaron su deseo de ser bautizados. Bartolomé los catequizó y después de bautizarlos, ordenó como obispo a Eustaquio para que se quedara a cargo de la naciente iglesia que había sido consagrada y se reuniría alrededor del sepulcro de Felipe.

Continuando con su misión Bartolomé llegó hasta la India, proclamando el Evangelio y estableciendo iglesias. Trabajó varios años pasando por ciudades y aldeas, haciendo muchos milagros y predicando a Cristo.

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Tradujo a la lengua local el Evangelio de Mateo y también les dejó por escrito, un Evangelio en lengua hebrea, el cual sería llevado a Alejandría un siglo más tarde, por el filósofo cristiano Panteno.

De la India se fue a Armenia. Y aquí los demonios que moraban en los ídolos, se callaron. Lamentándose con sus últimas palabras, de que Bartolomé los estaba atormentando y que pronto los expulsaría.

Los innumerables prodigios hechos en este renglón, provocó que muchos dejaran a sus dioses y se convirtieran en cristianos.

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Polimio el rey de esta tierra, tenía una hija que estaba poseída por el demonio, quién  exclamaba por labios de ella:

–           Bartolomé. ¿También nos arrojarás de este lugar? –y se lamentaba dando alaridos.

El rey al oír esto, ordenó buscar inmediatamente a Bartolomé.

Y cuando éste llegó junto a la joven, el demonio huyó al instante dejando libre y sanada a la princesa.

El rey, deseando mostrar su gratitud al apóstol le llevó camellos cargados con oro, plata, perlas y distintas piedras preciosas.

El apóstol las rechazó con humildad, diciendo:

–           Yo no busco estas cosas, sino más bien el alma de los hombres que son más valiosas que todos los tesoros de la tierra. Si las consigo y las llevo a las mansiones del Cielo, seré un gran mercader a los ojos del Señor.

El rey Polimio, impactado por estas palabras creyó en Cristo y en el mensaje del Evangelio que Bartolomé les enseñó. Se convirtió el rey, junto con la reina y toda la familia real, además de una gran cantidad de nobles y de ciudadanos del reino.

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Todos fueron bautizados y Bernabé recibió total libertad para predicar en todas partes. Más de diez ciudades siguieron el ejemplo de su rey, que renunció al trono y se hizo discípulo del apóstol.

Sin embargo los sacerdotes de los templos paganos se encolerizaron muchísimo contra Bartolomé. Se lamentaban profundamente por la destrucción de sus dioses y el abandono de sus templos, que eran el sustento de su poder y su riqueza. Celebraron una asamblea y acordaron quejarse ante el nuevo monarca.

Un hermano de Polimio llamado Astiages lo sucedió en el trono. Poco tiempo después de que éste iniciara su reinado, se presentaron ante él para quejarse por los daños inferidos a los dioses con la profanación del templo real y la destrucción de las efigies sagradas.

Y acusaron al apóstol de todos los estragos ocasionados por los encantamientos realizados con sus artes mágicas, que habían corrompido a Polimio. Lo convencieron para que infligiera venganza sobre el sacrílego, por todos estos ultrajes hechos a sus deidades.

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Astiages escuchó la denuncia y dejándose llevar por la cólera, ordenó que arrestaran al apóstol y lo trajeran a su presencia.

Cuando Bartolomé fue capturado y llevado ante él, el rey Astiages le dijo:

–           ¡Así que tú eres el hombre que pervirtió a mi hermano!

Bartolomé contestó:

–           Yo solo le enseñé a conocer al Dios Vivo y Verdadero.

El rey replicó:

–           Pues yo voy a hacer contigo lo que tú hiciste con él. Así como tú obligaste a Polimio a renegar de nuestros dioses, para creer en el tuyo. Yo te obligaré a ti a renegar de tu Dios, para que adores al mío.

–           Yo lo que hice fue demostrar que lo que tu hermano adoraba, ni siquiera son dioses. Son ángeles caídos. Creaturas rebeldes del Único Creador.

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Los mostré apresados públicamente,  para que no sigan engañando y les exigí que destruyeran las efigies  de tus ídolos falsos. Prueba tú a hacer lo mismo. Si consigues maniatar a mi Dios, te prometo que adoraré al tuyo. Pero si no lo consigues, porque no tienen tanto poder, continuaré destruyendo tus falsas divinidades. Y si tú fueses razonable, adorarías a mi Señor, igual que lo hace tu hermano.

Estaban en esto, cuando le dijeron al rey que la imagen de Baldach, otro de sus ídolos acababa de rodar por el suelo, rompiéndose en minúsculos pedazos.

El rey al oír esta noticia, rasgó su manto púrpura y ordenó que azotaran a Bartolomé y lo hizo crucificar cabeza abajo, hasta que renunciase a su Dios o muriese.

Pero el apóstol sufrió con paciencia la paliza y no dejó de proclamar la Palabra de Dios desde la cruz. Exhortó a los cristianos a que fueran firmes en su Fe y a los incrédulos a que conocieran la Verdad guiándose por la Luz de Cristo.

Desde su patíbulo, parecía que estaba en el más cómodo de los púlpitos. Bartolomé predicaba el Evangelio lleno de amor y de alegría, indiferente a todo lo que le sucedía.

El rey rehusaba escucharlo y miraba pasmado la increíble resistencia del mártir.

Hasta que Astiages no pudo soportarlo más y ordenó que desollaran vivo al apóstol.

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Sin embargo, ni aún así Bartolomé se quedó callado y se puso a alabar y glorificar a Dios, mientras le aplicaban el bárbaro tormento.

Al ver esto, exasperado hasta el límite de su capacidad, finalmente el rey ordenó cercenar la cabeza del sentenciado y la separaron de su cuerpo, junto con su piel.

Sólo entonces sus labios enmudecieron… Cuando fue decapitado y su espíritu voló hacia el Cielo.

Así concluyó la vida terrenal de Bartolomé.

Después los cristianos bajaron su cuerpo de la cruz y junto con la cabeza y su piel; lo colocaron en un ataúd y lo enterraron en la ciudad de Albano, (Bakú) en Armenia. Con sus reliquias seguían operándose muchos milagros, siguieron las conversiones y se fortaleció la Iglesia Cristiana.

                                         * * * * * * *

Después de Pentecostés, cuando los apóstoles se dispersaron a diferentes regiones, Andrés se fue a Siria; luego continuó su camino hacia Capadocia, Galacia y Bitinia. Por donde iba pasando, predicaba el Evangelio. Hizo muchísimos milagros y la Presencia del Espíritu Santo en él era tan poderosa, que hubo innumerables conversiones.

Pero así como era portentosa su predicación del Evangelio, sufrió muchas persecuciones.

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En Amiso, ciudad situada al oriente del Mar Negro y a setenta y seis millas de Sinope ciudad del Ponto, lo acogió un judío en su casa.

En Sinope había sido apresado Matías; fue a verlo y ante su presencia, se le soltaron los grilletes a su compañero y se abrió el portón de la prisión. De esta manera lo liberó y Matías se fue a predicar al territorio de los caníbales.

Por su parte, Andrés se quedó en la ciudad predicando el Evangelio, expulsando demonios y haciendo milagros.

A los sacerdotes de los templos de Afrodita y Artemisa, no les hizo ninguna gracia que de manera prodigiosa, también fueran destruidas sus estatuas. Esto, aunado a la violación de su cárcel; los hizo enojar tanto que también a él lo apresaron, lo torturaron, le rompieron los dientes, le cortaron los dedos y creyendo que estaba muerto, lo llevaron fuera de la ciudad y lo lanzaron en un paraje lleno de estiércol.

Jesús lo restauró.

Y Andrés regresó a la ciudad y al mismo lugar totalmente sano, para seguir predicando lleno de gozo y alegría. Sus adversarios al verlo, se quedaron pasmados. Pero al escucharlo creyeron, le pidieron perdón y se convirtieron.

En Bizancio resucitó al hijo único de una mujer que había sido asesinado por sus enemigos.

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Duró dos años en Nicea. Recorrió la región de los antropófagos, las tierras de Scytia, (Actual Moldavia, Ucrania, Hungría y el este de Rusia) Macedonia, Peloponeso y Acaya.

Fundó iglesias, ordenó sacerdotes y consagró como Obispo de Patras a Herodión, uno de los setenta y dos discípulos que menciona el Evangelio.

Predicó en la región de los antropófagos y fue a las tierras de Scytia. (Actual Moldavia, Ucrania, Hungría y el este de Rusia). Con la evangelización de Andrés, todos los templos paganos fueron quedando desiertos.

Poco antes de la Asunción de María Santísima, los ángeles lo llevaron a Jerusalén y la Virgen le anunció la clase de muerte que iba a tener. Desde este momento, su deseo más ardiente fue la Cruz.

El Procónsul de Acaya estaba en Roma, cuando su esposa Maximilia fue sanada de un cáncer en los ojos y se convirtió en cristiana.

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A su regreso, prefirió su lealtad a Roma y persiguió a los cristianos, tal como lo decretaba el Edicto de Nerón.

Cuando Andrés estuvo frente a Egeas, éste le dijo:

–           Así que tú eres ese Andrés, que destruye los templos de los dioses y seduce a los hombres con la religión que he recibido orden de extirpar.

Andrés le contestó:

–           El emperador no reconoce al Hijo de Dios, que bajó a la Tierra para traer la salvación. Esos ídolos no son dioses. Son demonios inmundos que quieren alejar a los hombres de Dios, para que Él no los escuche. Y así poder mantenerlos esclavizados, engañados y llenando sus almas de pecados; que es lo único que se llevarán al otro mundo.

–           Pues si no sacrificas a los dioses, morirás.

–           Tú eres el que debe alejarse de ellos. Tú que eres juez de hombres, reconoce al Juez que está en los Cielos y adórale.

Se inicia una larga discusión en la que el apóstol trata de atraerle a la salvación por la Cruz de Cristo.

Pero para el Procónsul, la cruz es el castigo infamante propio de los esclavos, la afrenta suprema entre los gentiles. Y se mofa de la muerte ignominiosa de Jesús.

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Andrés le dice:

–           Las almas perdidas deben ser rescatadas por el Misterio de la Cruz.

El romano nunca podrá esperar la salvación de un crucificado. Para él es una realidad absurda que no comprende. Y Egeas rechaza la invitación del apóstol y le ordena que sacrifique a los dioses, como lo ordena el edicto.

Andrés le respondió:

–           Si tú conocieras el Misterio de la Cruz, seguramente creerías en Él y también le adorarías.

Estas palabras provocaron la cólera del Procónsul:

–           Te sacrificaré a ti, para que se apacigüen los dioses que enfureciste. Serás colgado en una cruz, igual que al que tú glorificas.

Y Egeas ordenó que lo flagelaran. Lo sentenció a morir crucificado y  amarrado a una cruz. Para prolongar su agonía, aumentar sus sufrimientos y hacer su muerte más lenta y dolorosa.

En el lugar del suplicio, Andrés se quitó sus vestiduras y las dio a sus verdugos. Su rostro estaba radiante y su alma llena de júbilo, al ver su cruz tan ardientemente amada.

La saludó diciendo:

–           Hace mucho tiempo que he deseado y esperado este feliz momento. La cruz ha sido consagrada con el Cuerpo de Cristo…

Después de azotarlo bárbaramente, el apóstol fue amarrado a una Cruz ‘decussata’, (en forma de X) en ella estuvo dos días y en todo ese tiempo, no dejó de predicar, de exhortar, de aconsejar.

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Toda la ciudad se reunió a escucharlo. La gente se amotinó y quiso liberarle.

Pero Andrés los reprendió y les dijo que no se opusieran a su martirio.

Muchos fueron a la casa del Procónsul a decirle que bajara al apóstol.

Egeas los vio tan irritados, que temió un motín y fue al lugar del suplicio.

Andrés le dijo:

–           ¿A qué vienes? Si quieres obtener perdón y creer en Cristo, ya lo tienes. Pero si vienes a bajarme de la cruz, es demasiado tarde porque ya estoy viendo a mi Rey y lo estoy adorando.

Egeas dio una orden y muchos se acercaron para quitarlo.

Pero en cuanto lo tocaron se paralizaron y no pudieron desatarle.

De pronto, una luz brillante y celestial envolvió al apóstol. Estuvo como media hora.

Andrés se sumergió en la Oración en el Espíritu y…

Luego dijo en voz alta:

–           ¡Oh, mi Señor Jesucristo, recibe mi espíritu!…

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Cuando desapareció la luz, Andrés ya había expirado.

Maximilia lo enterró y siguieron sucediendo muchos milagros por las oraciones que hacían en su tumba, pidiéndole su intercesión…

* * * * * * * *

            Después de la Asunción de la Virgen María y antes de la destrucción de Jerusalén, Juan fue a establecerse en Éfeso, junto con una comunidad de creyentes. En una ciudad cercana, una vez vio a un apuesto joven y lo llevó a presentar al obispo a quién él mismo había consagrado. Y le dijo:

–           En presencia de Cristo y ante esta congregación, dejo a este joven a tus cuidados.

El obispo lo hospedó en su casa, lo evangelizó, lo bautizó y lo confirmó. Pero después de un tiempo el muchacho frecuentó malas compañías y acabó convirtiéndose en un asaltante de caminos.

Después de algún tiempo, Juan volvió a la ciudad y le dijo al Obispo:

–           Devuélveme ahora el encargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia.

El obispo se sorprendió y san Juan le explicó que era el joven que le había confiado.

Y el obispo exclamó:

–           Ha muerto para Dios. Se convirtió en un ladrón.

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Entonces el apóstol averiguó dónde podría encontrarlo y lo fue a buscar a la montaña donde estaba la guarida. Cuando llegó, el joven renegado lo reconoció y trató de huir lleno de vergüenza.

Juan le gritó:

–           ¡No te vayas! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, que soy un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti, ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quién me envía.

El joven escuchó estas palabras, inclinó la cabeza y se soltó llorando. Luego se acercó a Juan para implorarle una segunda oportunidad. El apóstol lo reconcilió con la iglesia.

Juan también hizo una predicación poderosa. Cuando era obispo de Éfeso, se había convertido Drusilla y ésta no quiso ya vivir con su marido que se llamaba Andronic y se refugió en un sepulcro.

Un joven que se llamaba Calímaco y estaba perdidamente enamorado de ella, la siguió hasta ese lugar. Y la apremiaba para que correspondiera a su pasión. Asediada Drusilla por su marido y por el pretendiente, deseaba morir y lo consiguió. Frenéticamente enamorado Calímaco, sobornó a un criado de Andronic y entró a su sepulcro.

Le quitó a su amada el sudario y exclamó:

–           Lo que tú no me has querido conceder cuando vivías, lo tomaré ahora que estás muerta.

En el demencial ataque, sació sus deseos en el cadáver de Drusilla. En ese mismo instante, salió del sepulcro una serpiente. Calímaco se desmayó y la serpiente lo mató.

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Hizo lo mismo con el criado cómplice y se quedó enrollada en su cuerpo. Entonces llegaron Andronic y Juan y se sorprendieron al ver que Calímaco estaba vivo. Juan ordenó a la serpiente que se fuera y ésta le obedeció.

Volviéndose hacia Calímaco, le preguntó:

–           ¿Cómo resucitaste?

Calímaco le contestó:

–           Un ángel me habló y me dijo: ‘Era preciso que murieras, para que al revivir te conviertas en cristiano’. Por favor enséñame tu Doctrina, porque yo quiero ser bautizado. Y te ruego que resucites a Drusilla.

El apóstol realizó enseguida ese milagro y todos le suplicaron que resucitase también al sirviente.

Pero éste era un hombre muy protervo, en cuanto recobró la vida, dijo que prefería morir otra vez, antes que ser cristiano y quedó muerto al instante.

Juan solamente sentenció que el árbol malo, siempre produce malos frutos.

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Aristodemo, gran sacerdote del Templo de Artemisa, aunque le sorprendieron mucho estos milagros, se negó a convertirse y le dijo a Juan:

–           Dejadme que os envenene. Y si el veneno no os mata, entonces me convenceré.

El apóstol aceptó la propuesta, pero a condición de que Aristodemo envenenara primero a dos ciudadanos de Efeso que estaban sentenciados a muerte.

Aristodemo les hizo beber el veneno y los dos murieron casi instantáneamente. Cuando Juan tomó el mismo veneno, no le hizo ningún efecto.

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Después resucitó a los dos muertos y el gran sacerdote se convirtió, junto con los dos resucitados.

En el año 95d.C. el emperador Domiciano lo mandó apresar y fue enviado a Roma.

Cuando el emperador lo tuvo frente a él, el heraldo anunció:

–           ‘Éste es Juan, el apóstol de Cristo el crucificado’.

El hijo de Vespasiano lo miró atentamente. Y recordó que los cristianos decían que Juan no moriría hasta que Jesús, su Dios regresara.

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Y tomó una decisión perversa: Ahora mismo vería si eso era verdad.

Y le dijo a Juan:

–           ¡Si verdaderamente tu Jesús es Dios, entonces pídele que te salve! –Y agregó diciéndole al jefe de los verdugos- ¡Llévenselo!

Y se lo llevaron cerca de la Puerta Latina.

Habían preparado un caldero con aceite hirviente y lo metieron ahí. Los verdugos atizan el fuego y el aceite borbotea.

Dentro del caldero se ve a Juan de rodillas, orando en el espíritu. Se le ve intacto, sereno, alegre. Pasó un largo rato y Juan continúa orando.

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Todos los espectadores han enmudecido por el asombro. Nada puede hacerle daño a este hombre portentoso. El malévolo baño lo único que consiguió fue rejuvenecerlo, ante los ojos admirados de todos lo que lo contemplan.

Domiciano lo mira furioso. Su plan para destruir la Fe en Jesucristo, lo único que obtuvo fue aumentarla.

Luego dice a sus oficiales, antes de retirarse:

–           Saquen a este hombre de aquí. No quiero verlo.

Después de esta humillante derrota, el emperador desistió de querer asesinarlo. Juan salió incólume y fue desterrado a la isla de Patmos, en el mar Egeo. Un lugar árido, agreste, volcánico. Por dos años vivió ahí y escribió el Apocalipsis.

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Cuando Domiciano murió en el año 99d.C. el senado revocó sus decretos y su sucesor Nerva, le dio la amnistía.

Regresó a Éfeso, donde descansaba entreteniéndose con una tortolilla. Juan pasó los últimos años, en un estricto ascetismo: tomaba solo pan y agua. Y su vida era muy austera y sencilla. Por su edad avanzada, ya no tenía fuerzas y no predicaba.

Sólo aconsejaba a los obispos de la Iglesia. Repetía incesantemente: ‘Hijitos, ámense los unos a los otros’.

Un día, sus discípulos le preguntaron por qué siempre repetía esto.

Y Juan les respondió:

–           ‘Este es el mandato del Señor y si ustedes lo cumplen, con eso bastará.’

Después que transcurrieron veintiséis años desde que regresó de la isla de Patmos a Éfeso, se le apareció Jesucristo y le dijo: “Ya es hora de que vengas a mi banquete, con tus hermanos” tenía poco más de un siglo de edad.

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Juan reunió a siete de sus discípulos y les dijo:

–           Tomad las espadas en vuestras manos y seguidme.

Así lo hicieron. Lo siguieron fuera de la ciudad, hasta cierto lugar donde les ordenó sentarse. Luego él se apartó a un sitio tranquilo, un poco más allá y comenzó a orar. Era muy temprano, antes del amanecer.

Después de un rato los llamó y les dijo:

–           Cavad con vuestras espadas una zanja en forma de cruz, del tamaño que yo tengo.

Así lo hicieron, mientras él seguía orando en el espíritu. Después de terminar su oración, llamó a  sus discípulos, les dio instrucciones…

Los abrazó diciendo:

–           Tomad un poco de tierra madre y cubridme hasta el cuello. Colocad este velo delgado en mi rostro y abrazadme de nuevo por última vez; porque vosotros ya no me veréis más en esta vida.

Todos volvieron a abrazarlo llenos de pesar. Lamentándose amargamente, mientras lo despedían en paz. Luego se metió en la zanja y justo cuando el sol acababa de salir, él entregó su espíritu.

Habían pasado 68 años después de que él fuera testigo de la Crucifixión y muerte de su amado Maestro.

Todos los años el ocho de mayo, sale una fragante mirra de su tumba y los enfermos que oran pidiéndolo, por su intercesión se sanan.

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Vivió hasta el gobierno pleno del emperador Trajano, después de que todos sus compañeros apóstoles, habían sido abatidos por el Edicto de Nerón.

El Martirio de Pedro y de Pablo, fueron narrados en el libro Enfrentando a Nerón…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:       

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

13.- EL SUCESOR

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Es un hermoso atardecer. La luz va muriendo lentamente llenando el cielo de colores purpúreos y amatistas. Esta luz lánguida y crepuscular, es una caricia después del ardiente sol del mediodía.

El patio de la casa del Cenáculo, es una vasta extensión entre los muros blancos de la casa y está lleno de gente, como en los atardeceres después de la Resurrección. Y de estas personas congregadas aquí, asciende un rumor de oracion, interrumpida cada cierto tiempo por pausas de meditación.

Cuando empieza a descender la oscuridad de la noche, traen lámparas que ponen sobre la mesa junto a la cual están reunidos los apóstoles.

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Pedro en el centro, a su lado Santiago de Alfeo y Juan, luego los otros.

La luz palpitante de las pequeñas llamas ilumina de abajo arriba las caras apostólicas, dando gran relieve a las facciones y mostrando las expresiones:

Pedro tiene una expresión concentrada, un poco tensa por el esfuerzo de llevar a cabo dignamente estas primeras funciones de su ministerio.

Santiago de Alfeo, con una mansedumbre ascética; serena y soñadora la de Juan. Enseguida el rostro pensador de Bartolomé, seguido del de Tomás, lleno de vivacidad y el de Andrés, velado por esa humildad suya, que le hace estar con los ojos cerrados y un poco inclinado (pareciera decir «no soy digno»).

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Al lado de Andrés, Mateo sostiene su mejilla con la palma de la mano apoyada sobre la otra; después de Santiago de Alfeo, Judas Tadeo, el del rostro imperial y regios ademanes, es un verdadero dominador de muchedumbres y con unos ojos que mucho recuerdan en color y expresión, a los de Jesús. Tadeo, más que todos los demás juntos, mantiene serena a la asamblea bajo el fuego de sus ojos. Y no obstante, tras su involuntaria y regia imponencia, se ve aflorar el sentimiento compungido del corazón, especialmente cuando llega su turno de entonar una oración. Cuando dice el salmo (115, 1-2):

–           «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre dale gloria por tu misericordia y fidelidad, para que no digan las naciones: «¿Dónde está su Dios?»»

Ora realmente con el alma arrodillada delante de Aquel que lo ha elegido y el más fuerte sentimiento de su interior vibra en su voz y también él dice con toda la intensidad de su oración:

–           Yo no soy digno de servirte a ti que eres tan perfecto.

Felipe que está a su lado a su lado, con su rostro ya marcado por los años, pero aún dentro de la edad vigorosa; parece sumergido contemplando una visión interior y mantiene apretadas las manos contra las mejillas, un poco agachada la cabeza y un poco triste…

Mientras Zelote mira hacia arriba a la lejanía, con una sonrisa que embellece su rostro no bello, pero muy atrayente por su austero señorío.

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Santiago de Zebedeo lleno de impulso vibrante, dice sus oraciones como si todavía hablara al Maestro amado y el salmo 12 brota impetuoso de su espíritu encendido.

Terminan con el largo y bellísimo salmo 118, (en la Neovulgata son Salmo 13 y Salmo 119) que recitan alternadamente una estrofa cada uno, repitiendo dos veces el turno para cumplir el número de las estrofas.

Luego se recogen en total silencio hasta que Pedro que se ha sentado, se levanta como movido por el impulso de una inspiración, orando con voz fuerte y los brazos abiertos como hacía el Señor:

–           Mándanos tu Espíritu, oh Señor, para que a su Luz podamos ver.

Todos contestan:

–           Maran Athá

Pedro se recoge en una intensa y muda oración. Esperando escuchar palabras de luz… Luego levanta de nuevo la cabeza y de nuevo abre los brazos que tenía cruzados sobre el pecho  y como es de pequeña estatura respecto a la mayoría, se sube a su asiento para dominar la pequeña muchedumbre que está apiñada en el patio y para que todos lo vean.

Y todos, comprendiendo que va hablar, callan mirándole atentos. Cuando se hace el silencio…

Pedro dice:

–           Hermanos míos, era necesario que se cumpliera lo que el Espíritu Santo por boca de David predijo en la Escritura (Salmo 41, 10) respecto a Judas, el cual guió a los que capturaron al Señor y Maestro nuestro bendito: Jesús. Él Judas, era uno de los nuestros y recibió el destino de nuestro ministerio. Pero su elección para él, se transformó en perdición; porque Satanás entró en él por muchos caminos y lo convirtió de apóstol de Jesús, en traidor de su Señor.

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Creyó triunfar y gozar vengándose así del Santo, que había defraudado las inmundas esperanzas de su corazón lleno de toda concupiscencia. Pero cuando creía triunfar y gozar, comprendió que el hombre que se hace esclavo de Satanás, de la carne, del mundo, no triunfa; sino que al contrario, muerde el polvo como un derrotado.

Y conoció que el sabor de los alimentos que el hombre y Satanás proporcionan es amarguísimo y totalmente distinto del pan delicado y sencillo que Dios da a sus hijos. Y entonces conoció la desesperación y odió al mundo entero después de haber odiado a Dios y maldijo todo lo que el mundo le había dado… Y se dio muerte colgándose de un olivo del olivar que con sus iniquidades se había comprado. Y el día que Cristo resucitó glorioso de la muerte, su cuerpo putrefacto y ya agusanado cayó y sus entrañas se esparcieron por el suelo al pie del olivo, haciendo inmundo aquel lugar. Y por obra de Satanás, su cadáver apareció sobre el altar del Templo de Jerusalén y sus entrañas fueron esparcidas sobre las casas de los sacerdotes indignos Annás y el Sumo Sacerdote que lo compró: Caifás. Los dos principales que  torturaron y asesinaron al Mesías.

                        Caifas1

Sobre el Gólgota llovió la Sangre redentora y purificó la Tierra, porque era la Sangre del Hijo de Dios que se había encarnado por nosotros. Sobre la colina que está cerca del lugar del Infame Consejo, no llovió sangre, ni lágrimas de buen remordimiento; sino que lo que llovió sobre el polvo del suelo fueron inmundicias de vísceras deshechas.

Porque ninguna otra sangre podía mezclarse con la Sangre Santísima en esos días de purificación en que el Cordero nos lavaba con su Sangre y muchísimo menos podía la Tierra, que bebía la Sangre del Hijo de Dios, beber también la sangre del hijo de Satanás.

Todos saben lo sucedido. Y también se sabe que en su furor de condenado, Judas llevó de nuevo al Templo el dinero del infame comercio y golpeó con el dinero inmundo, al Sumo Sacerdote en la cara, rompiéndole la boca.

Y se sabe que con ese dinero, sacado del Tesoro del Templo, pero que ya no podía reservarse en el Tesoro porque era precio de sangre; los príncipes de los Sacerdotes y los Ancianos, habiéndose asesorado unos a otros, compraron el campo del alfarero, como habían dicho las profecías (Jeremías 32, 6-10; Zacarías 11, 12-13) especificando incluso su precio.

Y el lugar pasará a la historia de los siglos con el nombre de Aceldama (campo de sangre).

 

Y así quede dicho todo lo relativo a Judas y que desaparezca de entre nosotros hasta el recuerdo de su cara. Pero que se tenga presente el caminos por el que, de llamado por el Señor para el Reino celeste, descendió a ser un príncipe en el Reino de las tinieblas eternas; por lo cual no conviene ir por él, para no recorrerlo imprudentemente y no hacernos a nosotros otros Judas para la Palabra que Dios nos ha confiado y que sigue siendo Cristo, Maestro en medio de nosotros.

Pues está escrito en el libro de los Salmos (69, 26; 109, 8): «Quédese su casa desierta y nadie viva en ella y su oficio lo tome otro». Es necesario pues, que de entre estos hombres que nos han acompañado durante todo el tiempo en que el Señor Jesús ha estado con nosotros peregrinando, comenzando desde el Bautismo de Juan y hasta el día en que estando entre nosotros fue elevado al Cielo, se señale a uno para que sea testigo de su Resurrección.

Y esto hay que hacerlo sin demora, para que esté presente con nosotros en el Bautismo de Fuego de que el Señor nos ha hablado, para que también él que no recibió el Espíritu Santo del Maestro Santísimo, lo reciba directamente de Dios y quede por Él santificado e iluminado. Y tenga las capacidades que nosotros tendremos, pueda juzgar y perdonar… Haciendo lo que nosotros haremos y sean válidos y santos sus actos.

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Yo propondría elegirlo entre los fidelísimos de entre los fieles discípulos, de entre los que ya han padecido por Él y le han sido fieles incluso cuando para el mundo era el Ignorado. Muchos de éstos han venido a nosotros de Juan, Precursor del Mesías y son almas modeladas por años de servicio a Dios. Gran amor les tenía el Señor y grandísimo amor tenía a Isaac, que tanto había padecido por causa de Jesús niño. Pero sabéis que su corazón cedió en la noche que siguió a la Ascensión del Señor.

No estemos tristes por su ausencia Está unido a su Señor. Era el único deseo de su corazón… Es también el nuestro… pero nosotros debemos padecer nuestra pasión. Isaac ya la había padecido. Proponed pues vosotros algún nombre de entre éstos, para poder elegir al duodécimo Apóstol según los usos de nuestro pueblo: dejando en las situaciones más graves, al Señor altísimo la potestad de indicar: Él sabe.

Se consultan unos a otros. No pasa mucho tiempo y ya los más importantes discípulos (entre los no pastores) de común acuerdo con los diez apóstoles, comunican a Pedro que proponen a José hijo de José de Saba, para honrar al padre mártir por Cristo y al hijo discípulo fiel… Y a Matías por las mismas razones que para el primero.  Y además por la razón de honrar a su primer maestro: a Juan Bautista.

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Pedro acepta su consejo y hace venir delante de la mesa a los dos. Y ora con los brazos extendidos hacia adelante, como suelen hacerlo los hebreos:

–           Tú Señor altísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, único y trino Dios, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has elegido para que ocupe en este ministerio y apostolado, el puesto del que prevaricó Judas para ir a su lugar.

Todos hacen coro:

–           Maran Athá

No teniendo dados u otra cosa con que echar a suertes y no queriendo usar dinero para esta función, toman piedrecitas diseminadas por el patio; humildes piedrecitas blancas y oscuras en número igual; decidiendo que las blancas son para Matías y las otras para José. Meten las piedrecitas dentro de una bolsa, que han vaciado de lo que contenía; la agitan y se la ofrecen a Pedro; quien traza sobre ella un signo de bendición, mete dentro la mano y orando con los ojos hacia el cielo tapizado de estrellas, extrae una piedra: blanca como la nieve.

El Señor ha indicado a Matías como sucesor de Judas.

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           Pedro pasa a la parte delantera de la mesa y lo abraza diciendo que es para «hacerlo semejante a él». Los otros diez hacen también el mismo gesto, entre las aclamaciones de la pequeña multitud.

            Pedro regresa a su lugar. Y teniendo de la mano a Matías al cual tiene a su lado, de forma que ahora está entre Matías y Santiago de Alfeo.

Pedro dice:

–           Ven al sitio que Dios te ha reservado y borra con tu justicia el recuerdo de Judas; ayudándonos a nosotros hermanos tuyos, a cumplir las obras que Jesús Santísimo nos ha dicho que cumplamos. La gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre contigo. – Se vuelve a todos y les dice- Podeis iros en paz. El Señor esté con vosotros.

Mientras los discípulos desalojan lentamente el patio por una salida secundaria, los apóstoles vuelven a la casa y conducen a Matías a la presencia de María, que está recogida en oración en su habitación; para que también de la Madre de Dios el nuevo apóstol reciba la palabra de saludo y de elección.

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La semana siguiente…

El Cenáculo está silencioso. Sólo están presentes los Doce y María Santísima. En la mesa no hay mantelería ni vajilla, está desnuda y desnudos están los armarios. En las paredes no hay ningún adorno. Tan solo está la gran lámpara que arde sólo con la mecha central, porque la vuelta de llamitas que hacen de corola a esta pintoresca lámpara está apagada.

Las ventanas están cerradas y trancadas con la robusta barra de hierro que las cruza. Pero un rayo de sol se filtra por un agujerito y desciende como una aguja larga y delgada hasta el suelo, donde pone un arito de sol.

La Virgen sentada en el triclinio tiene a sus lados, a Pedro a la derecha y a la izquierda, a Juan). Matías el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. La Virgen tiene delante un arca ancha y baja de madera oscura, cerrada. María está vestida de azul oscuro. Cubre sus cabellos un velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto Todos los demás tienen la cabeza descubierta.

María lee atentamente en voz alta. Pero por la poca luz que le llega, parece que más que leer repite de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto.

Los demás la siguen en silencio meditando. De vez en cuando responden, si es el caso de hacerlo.

El rostro de María parece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas luminosas y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejara en Ella una llama rosada?!… Es verdaderamente la Rosa mística…

                        rosa%20mistica

Los apóstoles alargan sus cuellos para ver el rostro de María mientras tan dulcemente sonríe y lee… Su voz parece el canto de un ángel. A Pedro le emociona tanto,  que dos lagrimones descienden por sus mejillas para perderse en la mata de su barba entrecana.

Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee. Y cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe.

Cuando la lectura ha terminado. Cesa la voz de María. Cesa el sonido suave que produce el desenrollar o enrollar los pergaminos.

María se recoge en una secreta oración, uniendo las manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca.

Los apóstoles la imitan…

Un sonido fortísimo y armónico, como si procediera al mismo tiempo  del viento y de un arpa; parecido a un canto humano muy bello, resuena de improviso en el silencio matinal. Se va acercando cada vez más armonioso y fuerte. Y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos.

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La llama de la lámpara hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación cerrada, vibra como agitada por el viento. Y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sobrenatural sonido que las mueve.

Los apóstoles sin darse cuenta de lo que sucede, levantan asustados la cabeza y como ese fragor bellísimo que contiene las más hermosas notas de los Cielos y la Tierra salidas de la mano de Dios, se acerca cada vez más.  Algunos se levantan preparados para huir; otros se acurrucan en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos y el manto o dándose golpes de pecho pidiendo perdón al Señor.  Otros demasiado asustados, como para conservar ese comedimiento que siempre tienen respecto a la Purísima, se estrechan a María, sin perder la reverencia que siempre mantienen hacia Ella.

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El único que no se asusta es Juan y es porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de la Virgen, la cual levanta  la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce…  Y luego se arrodilla abriendo los brazos y las dos alas azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan que como Ella, se han arrodillado.

Todo esto se ha verificado en segundos… Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo, con un último fragor melódico, en forma de globo lucentísimo, ardentísimo.

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Entra en esta habitación cerrada sin que puerta o ventana se haya abierto. Y permanece suspendido un momento sobre la cabeza de María, a unos tres palmos de su cabeza, que ahora está descubierta. Porque María al ver al Fuego Paráclito, ha levantado los brazos como para invocarlo y echó su cabeza hacia atrás con un grito de alegría, con una sonrisa de un amor indescriptible.

Después de aquel instante en que el Fuego del Espíritu santo se cernió sobre la Virgen; el Globo Santísimo se divide en trece llamas brillantísimas, de color rosa. De una Luz indescriptible y luego desciende a lamer la frente de cada apóstol.

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Pero la llama que desciende sobre María no es lengüeta de fuego que le bese la frente. Sino una corona que abraza y nimba la cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre, a la Esposa de Dios.  A la incorruptible Virgen, a la Llena de Hermosura, a la Mujer a la que Dios amó, a la agraciada Doncella que nada puede ajar y a la eterna Niña, que nada puede mancillar.

Ella que cuando sufrió la Pasión, pareció que su cuerpo envejecía; después de haber resucitado su Hijo se ha vestido nuevamente de esa eterna primavera que la hace siempre cada vez más joven  y acentuando su hermosura, llenando de frescura de su cuerpo,  sus miradas, su vitalidad… Gozando ya de una anticipación de la belleza que su cuerpo glorioso tendrá cuando sea elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso.

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Las llamas del Espíritu Santo rodean la cabeza de la Virgen. ¿Qué palabras le dice?…  ¡Misterio! El bendito rostro aparece transfigurado de sobrenatural alegría y ríe con la sonrisa de los serafines, mientras ruedan por sus mejillas lágrimas beatíficas de felicidad y cual diamantes descienden bañando sus mejillas.

El Fuego permanece así un tiempo… Luego se disipa… De su venida queda como recuerdo, una fragancia que ninguna flor terrenal puede emanar… Es el perfume del Paraíso…

Los apóstoles vuelven en sí…

María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre el pecho, cierra los ojos, baja la cabeza… Continúa su coloquio con Dios… insensible a todo… Nadie osa turbarla.

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Juan, señalándola, dice:

–           Es el altar y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor…

Pedro ordena con sobrenatural impulsividad:

–           Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor para que se pongan de manifiesto sus obras y palabras en medio de los pueblos.

Santiago de Alfeo dice:

–           ¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí.

Todos al mismo tiempo:

–           Y nos impulsa a actuar.

–           A todos.

–           Vamos a evangelizar a las gentes.

Salen como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.

PedroAnteConcilio

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

207.- HORA DE LAS TINIEBLAS

01huerto

Han llegado al Getsemaní y avanzan por una vereda hasta  una explanada.

Y Jesús que está sumamente afligido, dice:

–                       Ahora dividámonos. Yo voy arriba a orar. Conmigo quiero a Pedro, a Juan y a Santiago. Vosotros quedaos aquí. Y si fuereis atacados gritad. No tengáis miedo. No se os quitará un cabello. Rogad por Mí.

Olvidad cualquier odio, cualquier miedo. Sólo será cosa de un momento… Y después la alegría será completa. Sonreíd, que Yo lleve en el corazón vuestras sonrisas. Bien. Os lo agradezco amigos. Que el Señor no os abandone….

Jesús empieza a caminar y se separa de los apóstoles.

Simón Zelote enciende una hoguera en el extremo del olivar con unas ramas secas y resinosas que arden crujiendo y expanden su olor a enebro.

Pedro le pide la antorcha y se va siguiendo a su Maestro, acompañado de Juan y de Santiago.

Judas Tadeo mira a su primo con una mirada tan intensa y doliente, que Jesús se vuelve para  buscar al que lo ha mirado. Pero Tadeo se esconde rápido detrás de Bartolomé y se muerde los labios para contenerse.

Jesús hace un gesto con la mano, que es a la vez una bendición y una despedida y luego prosigue su camino.

La Luna llena está ya muy alta, envuelve con su luz la alta figura de Jesús y parece hacerla más alta todavía, espiritualizándola; haciendo más clara la túnica roja y más pálido el oro de sus cabellos.

03luna

Detrás de Él, aceleran el paso Pedro -con la antorcha- y los dos hijos de Zebedeo.

Prosiguen hasta el límite del primer desnivel del rústico anfiteatro del olivar, que tiene unas pequeñas terrazas, que ascienden formando escalones de olivos en el monte.

Luego de subir casi hasta la mitad del monte, Jesús se detiene en un pequeño terraplén formado por los accidentes del terreno y rodeado por un tupido bosquecillo. Mira a su grupo apostólico y enseguida…

Jesús dice:

–           Deteneos, esperadme aquí mientras oro. Pero no os durmáis. Podría necesitaros. Y os lo pido por caridad: ¡Orad para que no caigáis en la tentación! –Porque no quiere que sucumban en la durísima prueba de la Hora que se aproxima. Y añade- Vuestro Maestro está muy abatido.

En efecto, su decaimiento es ya muy profundo. Parece que un gran peso lo oprimiera y ha desaparecido el Jesús vigoroso que hablaba a las multitudes: hermoso, fuerte, de mirada dominadora, sonrisa serena, voz sonora y bellísima.

La congoja que lo abruma, ha obrado un cambio muy notorio: es como uno que hubiera corrido o llorado mucho. Tiene la voz cansada, entrecortada. Está triste, muy triste, infinitamente triste…

Pedro responde por los tres:

–          Puedes estar tranquilo, Maestro. Vigilaremos y estaremos en oración. Sólo tienes que llamarnos e iremos.

Y los tres se apresuran a recoger unas ramas con qué encender una hoguera para combatir el frío y que los mantenga despiertos.

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Jesús camina dándoles la espalda y de frente a la luz de la luna que ilumina en su rostro un tremendo  sufrimiento que dilata sus pupilas y agranda aún más sus ojos; que se ven sumidos, marcándole profundas ojeras…

Y su expresión refleja un cansancio tan grande que lo hace subir cabizbajo y jadeando, como si le costara un gran esfuerzo todo movimiento.

Va con la cabeza inclinada y está muy abatido. Parece un hombre que haya sido herido de muerte y que siente que la vida se le escapa poco a poco. Como alguien que está horriblemente oprimido, por un trauma psíquico superior a sus fuerzas… De vez en cuando lanza un suspiro.

Mientras avanza entre los olivos, recuerda lo sucedido en las últimas horas…

            Jesús ha amado a Judas cómo sólo un Dios es capaz  de amar y con la sensibilidad del Hombre que recibe a cambio traición y desprecio. Sus ojos leyeron todo, en el corazón de Judas de Keriot.

06lavat

Es un hombre  tan  audaz, que le allanó siempre el camino más difícil y si él hubiera querido, hubiese sido también el más formidable apóstol. Pero…

07judas

Judas es doble, astuto, ambicioso, lujurioso, ladrón, inteligente. Su apariencia siempre intachable y muy elegante, reafirmada por su educación en el Templo como escriba y sacerdote, lo hace más culto que los demás y había logrado imponerse a todos.

Y en esta noche en particular, el alma de Jesús agoniza por el doble esfuerzo que tuvo que hacer, al tratar de vencer los dos más grandes dolores que un hombre pueda soportar: La despedida de una Madre sin igual y la proximidad del amigo Traidor…

08llanto

Dos heridas que le taladran el corazón, una con su Llanto y la otra con su Odio.

09judas

Jesús recorre con mirada triste, el sosegado olivar. Sube unos cuantos metros más, después da la vuelta y sube un escalón que se convierte en un parapeto que lo separa de los tres que quedaron abajo y que se eleva cada vez más, hasta una altura de más de dos metros y lo convierte en un refugio que lo protege de miradas indiscretas.

Sigue caminando y llega hasta una gran piedra que casi parece cerrar el camino. Exactamente sobre este peñasco se balancea hacia el barranco un olivo muy grande y nudoso que tiene el tronco dividido en dos, como las dos astas de una gran V.

Las gruesas ramas de la copa sostienen el abundante follaje, que se agita ondeándose bajo el viento suave; que dispersa el olor mezclado de tierra, el amargo del olivo y el perfume de las rosas y el musgo.

Jesús se detiene allí. No mira a la ciudad situada allá abajo.

10Jerusalen_siglo_primero

Toda blanca y resplandeciente, a la luz de la luna llena…

Se arrodilla… No existe un dolor más grande, más absoluto que el que siente Jesús en este momento.

Era Él una sola cosa con el Padre y Él lo ama desde la eternidad, como solo el Dios que es Amor, puede amar. Ha encontrado en su Hijo, su gozo y sus complacencias…

Jesús, que a su vez lo ama como solo Dios puede amar y al estar unido con Él, en esto encuentra su alegría divina.

Esta unión es un misterio, que la inteligencia humana no puede comprender… Y esto hace que la ausencia de Dios, sea una experiencia aún más aterradora y dolorosa…

011jorando

Con una tristeza solemne, ora con los brazos abiertos en Cruz y con el rostro levantado al Cielo. Está calmado.

La luna está casi perpendicular sobre su cabeza y el follaje del olivo proyecta su sombra sobre Él. Una oracion larga y ardiente, pronunciada con frases claras. No es un Salmo, ni el Padre Nuestro.

Es una plegaria que nace de su amor y de su necesidad de hablar con su Padre. De vez en cuando, un suspiro y algunas palabras más nítidas, brotadas desde lo más profundo de su corazón, en una alocución íntima con su Padre.

Es un diálogo en el que solo son audibles palabras de Jesús:

–                       Tú lo sabes… Soy tu Hijo… Todo, pero ayúdame… Ha llegado la hora… Yo ya no soy de la Tierra. Cesa toda necesidad de ayuda a tu Verbo… Que el Hombre te aplaque como Redentor, de la misma forma que la Palabra te ha sido obediente…Es lo que Tú quieres… Te pido piedad para ellos. ¿Los salvaré? Esto es lo que te pido. Así lo quiero: salvados del Mundo, de la Carne, del Demonio… ¿Puedo pedirte todavía?…

12orando

Es una petición justa, Padre mío. No para mí. Sino para el hombre, que es creación tuya y que quiso transformar en fango también su alma. Arrojo en mi Dolor y en mi Sangre ese fango, para que vuelva a ser esa incorruptible esencia del espíritu grato a ti…

Y así continúan durante unos minutos. Luego…

Por una sola vez, se escucha el sonido de una voz paternal y amorosísima que dice:

–                       Tendrás que enfrentarlo sólo, como Hombre. Porque de Tí depende todo… El Adversario ya está preparado y no te dará ninguna tregua… Ha desplegado ya todas sus fuerzas.

Jesús confirma:

–                Y está por todas partes. Él es rey esta noche. En el palacio y en las casas. Entre los soldados y en el Templo… La ciudad está henchida de él y mañana será un infierno…

Sigue un largo y doloroso silencio… Enseguida…

Jesús se vuelve, apoya su espalda en la roca y cruza los brazos.

Desde el día anterior, después de la manifestación en el Templo, Jesús siente como aumenta hora tras hora la severidad del Padre y la disminución de su Presencia que es vital para su espíritu.

Como Víctima Expiatoria está probando el Rigor de Dios, pues está cubierto con todos los pecados del Mundo y tiene sobre Sí la Justicia Divina… Y está sufriendo infinitamente, el Abandono del Padre… 

Es el Hijo del Dios Altísimo; pero también Es el Hijo del Hombre. Y en este momento su Divinidad está aniquilada, por el Amor y la Obediencia. Es solamente el hombre a quien Dios, NO ayuda más.

Mira detenidamente a Jerusalén…  Su cara va tomando una expresión todavía más triste…

13jerusalen

Murmura entre dientes:

–                       Parece de nieve… Y es toda, un pecado. ¡A cuántos dentro de ella curé!… ¡Cuánto hablé!… ¿Dónde están los que me eran fieles?…

Baja la cabeza y mira fijamente al suelo cubierto de hierba pequeña  y salpicada de rocío, al cual se unen sus lágrimas que caen abundantes y brillan como diamantes, a la luz de la luna llena.

Después levanta su rostro. Abre los brazos y los junta sobre la cabeza y los balancea unidos así. Cuanto más se acerca la Hora de la Expiación, más siente que Dios se aleja de Él  y esto lo llena de terror. Se pone de pie. Palidece…

Mira hacia Jerusalén toda blanca, bajo la luz de la luna. Aparentemente toda en calma, toda buena…

14jerusalen

Cuando Dios se aleja se siente el terror. Se siente un ansia por la vida. Se experimenta languidez, cansancio, tedio. Y cuánto más profundo, tanto mayores son las consecuencias. Cuando es total, se siente la desesperación…

Las víctimas expiatorias que han probado el rigor de Dios, saben que después viene la gloria; pero sólo después de que la Justicia se ha aplacado…

Y cuando alguien, porque Dios así lo quiere, prueba este alejamiento sin haberlo merecido, se sufre mucho más. Porque el alma siente esta separación, de la misma manera  como es doloroso, cuando se arranca sin anestesia un miembro del cuerpo…

Jesús es la Gran Víctima ofrecida a Dios, como expiación del Pecado. Es el Cordero de Dios y cuanto más se acerca la Hora de la Expiación, tanto más siente el rigor y alejamiento del Padre.

15dios -padre

Su humanidad se siente menos sostenida. La paz desaparece, llega la ansiedad…Y el sufrimiento es indecible…

Es algo horroroso que solo quién lo experimenta, lo puede entender y Jesús probó esto para poder interceder por nosotros ante el Padre, aún por los momentos en que llegamos a la desesperación…

Jesús, con los brazos cruzados sobre el pecho mira intensa y fijamente la blanca y silenciosa ciudad que duerme…

16jerusalen

Y suspira con mayor ansiedad… Porque… Al alejarse el Padre…

LLEGÓ SATANÁS.

Incontables molestias le había acarreado desde que Jesús vino al mundo, desencadenando contra Él, el poder ciego y ávido que siempre imagina que otros pueden arrebatarles sus bienes usureados.

Se posesionó de Herodes el Grande, que arremetió con toda su furia homicida, obligándolo a huir a Egipto…

17herodes

Lo cercó en el desierto, después del Bautismo en el Jordán. Y luego, ¡Cuántas veces lo tentó para persuadirlo de que desistiera de su Evangelización!

¡Cuántas veces a lo largo de estos tres años, en los momentos de soledad!… Después de las extenuantes fatigas de la carne, en el continuo peregrinaje… En el continuo evangelizar y en los cansancios del alma, en que se vio y se sintió rodeado de enemigos, ¡Vino el Tentador y lo envolvió con el abatimiento! Y fueron otras tantas veces, que Jesús tuvo que librarse de sus insidias…  

Luego, azuzando contra Él a la clase dirigente e indigna, que se siente reprochada en su comportamiento: envidiosa y miedosa del Poder del Mesías cuya Palabra, aún sin hablar les hiere; pues es un reproche para los indignos y la santidad constituye una reconvención contra los impíos.

18jesus

Le suscitó enemigos y traidores. Y ha hecho que duden de Él, los discípulos y los amigos.

Había venido al Principio de su Misión para que no la realizase y ahora ha regresado…

Jesús y Judas… Son los dos personajes principales de la Tragedia y Satanás se ocupa personalmente de ellos.

Jesús ya había sido tentado en el desierto. Una leve tentación porque entonces Él tenía tan solo la debilidad del alimento material, pues Dios estaba con Él y lo fortalecía con la Oración.

Ahora, además del Abandono del Padre, Jesús sólo tiene su voluntad para sostenerse. Está hambriento de alimento espiritual y hambriento de alimento moral… Y no hay pan para su espíritu, ni pan para su corazón. No hay Dios para su espíritu y tampoco hay  afectos para su corazón. Como Hombre, su soledad es absoluta y sólo tiene su entereza humana para resistir…

1soledad

Ahora su Archienemigo mortal ha venido al Getsemaní a oprimirlo con sus terrores, continuando con su seducción satánica. Es su estrategia para arrebatar los corazones de los hombres y apoderarse de sus almas, como lo ha hecho desde el principio…

El Homicida por excelencia tiene la oportunidad para  adueñarse del alma de Jesús y confirmar su primera victoria con Adán…

Ha venido a librar la Última Batalla entre el Salvador del Género Humano y el Infierno.

Es la Hora de las Tinieblas

19tentacion

Se presentó al principio de su Misión, tratando de impedir que la realizara. Ha regresado. Es su Hora: La hora del Odio Satánico. Multitudes de demonios hay sobre la tierra para seducir los corazones y ayudarlos a decidir su Muerte. Cada sinedrista tiene el suyo. Lo mismo que Herodes, Pilatos y todos los judíos que pedirán su Sangre.

También rodean a los apóstoles para adormecerlos y prepararlos a que sean cobardes, mientras Jesús se debilita cada vez más…

¡Pero qué grande es el poder de la Pureza! Juan será el primero en liberarse de su influjo… No abandonará a Jesús y le llevará a su Madre…

Jesús que es la Pureza misma; tiene que luchar contra su Enemigo que está listo para desplegar contra Él, todo su Maléfico poder y toda su violencia…

Satanás se materializa de repente…

020lucifer

Parece un jeque árabe, con una vestidura muy lujosa en la que abundan recamados con hilos de oro y un gran manto, que le da aires de un personaje de teatro. Trae un turbante en la cabeza, cuyos flancos blancos y dorados le caen sobre la espalda y le cubren parte de la cara de tal forma, que así aparece un breve triángulo de piel bronceada formado por una boca hermosa y sensual, de labios perfectamente delineados. Una nariz larga y perfecta.

Unos ojos muy bellos, con una mirada abismal, que encierra toda su ferocidad, falsedad, ironía, Odio y asechanza; envueltos en resplandores magnéticos y fascinantes…

Es una figura imponente, poderosa y llena de misterio…

Y he aquí entonces, sutil como un cuchillo de viento, penetrante como aguijón de avispa, irritante como veneno de culebra: la voz de Lucifer.

Una flauta que suena en sordina tan tenue, tan tenue… Que no suscita nuestra vigilante atención.

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Penetra con la seducción de su mágica armonía, nos hace dormitar, parece un consuelo, tiene la apariencia de consuelo sobrenatural.

¡Oh Engañador eterno, qué sutil eres! El yo sólo pide ayuda. Y parece que aquel sonido de armonías narcóticas, le ayude. Palabras de compasión y de comprensión, dulces como caricias sobre una frente febril; calmantes como ungüento sobre una quemadura, que aturden como el vino generoso dado a quien está en ayunas.

El alma cansada se adormece. Y el poder letal de Satanás que puede dominar totalmente las mentes humanas que son tan vulnerables a su supremacía, ya no pueden escapar…

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Si no estuviera tan vigilante con su subconsciente, que vela tan sólo en aquellos que se nutren de la constante unión al Amor, acabaría cayendo en un letargo que la dejaría totalmente en las manos de Satanás, en un sueño hipnótico durante el cual Lucifer le haría cometer cualquier acción.

Pero el alma que se ha nutrido constantemente del Amor, no pierde la integridad de su subconsciente, ni siquiera en la hora en que los hombres y Dios parece que se unan para enloquecerla.

Y el subconsciente despierta al alma…  Le grita: “Actúa. Levántate. Satanás está detrás de ti”.  

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Con una voz grave, aparentemente suave e inofensiva, Lucifer exclama:

–                       ¡Estás solo!… Otra vez, sólo somos Tú y yo…

Jesús palidece y se pone de pie… Lo mira, pero no responde.

Lucifer continúa:

–                       Te lo advertí en el desierto. Ahora estás en la tierra y en medio de los hombres. Entre los hombres yo reino. Si Tú quieres, todavía puedo ayudarte… Te quiero servir porque eres bueno y yo siempre me acuerdo que eres mi Dios… Aunque por ahora me haya hecho indigno de llamarte como tal. ¿Ya lo viste?…

Y lanzando su primera estocada llena de vileza, agrega con displicencia:

Te dejaron solo y no solo eso, también te traicionaron. Has venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odian por tu bondad. No saben de otra cosa más que de oro, comida, placeres…

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Sacrificio, dolor y obediencia son cosas amargas e insípidas para su paladar y no les interesan. ¿Ya ves que no merecen que sufras por ellos? Los conozco mejor que Tú.

Satanás se ha sentado en una roca, enfrente de Jesús y despliega todo su encanto y seducción.

Jesús sigue callado, orando en silencio.

Satanás lo escudriña con su mirada que es como un doble puñal, que perfora y que quema.

Y continúa:

–                        Desconfiaste de Mí. Hiciste mal. Comprobaste que tu aparición no cambió las cosas. El Templo sigue siendo un mercado y una corrupción. Tu divina sabiduría conoce que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras que se destrozan entre sí, sólo por dominar… Son tan feroces como las hienas y no se les puede domar, más que con la fuerza humana. Ellos mismos, tus sacerdotes…

Levanta la mano derecha hacia Jesús y haciendo gala de su poderío sobre la mente y los sentimientos humanos, con su perfecta astucia le descorre los velos del futuro y le presenta todos los tormentos corporales con que lo van de torturar en las próximas horas, con un realismo total e impresionante…

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Jesús decide ignorarlo y prosigue en su oración y meditación…

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Y de pronto lo agita una pavorosa angustia; porque para evitarla se levanta  y  camina apresurado de un lado para otro,  susurrando palabras  casi incoherentes…

Alzando la cara, bajándola de nuevo, gesticulando, pasándose las manos por los ojos, por las mejillas, por el pelo; con mecánicos y agitados movimientos, propios de quien está sumido en una gran angustia: decirlo no es nada… Describirlo es imposible… Verlo es entrar en su angustia.

Gesticula hacia Jerusalén…  Luego vuelve a alzar los brazos hacia el cielo como para invocar ayuda…Se quita el manto como si tuviera calor. Lo mira…

Pero en realidad, ¿Qué es lo que ve?…

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¡La sombra de la Muerte!…

Ahora surge el miedo de perder la vida. ¡La vida!…

Tiene treinta y tres años. Es solamente un hombre inerme en este momento. Es el Hombre. Tiene por ello el amor virgen a la vida como lo había tenido Adán en el Paraíso terrestre. La alegría de estar vivo, de estar sano; de ser fuerte, bello, inteligente, amado, respetado.

La alegría de ver y de oír, de poder expresarse. La alegría de respirar el aire puro y perfumado. De oír el arpa del viento entre los olivos, del río entre las piedras y la flauta de un ruiseñor enamorado.

De ver resplandecer las estrellas en el cielo como ojos de fuego que lo miran con amor; de ver platearse la tierra por la luna tan blanca y resplandeciente que cada noche vuelve virgen el mundo y parece imposible que bajo su ola de cándida paz pueda actuar el Delito.

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Y todo eso tiene que perderlo. No volver a ver, no volver a oír, no moverse más, no volver a estar sano, no volver a ser respetado.

Convertirse en el aborto purulento que se esquiva con el pie, volviendo la cabeza con repugnancia. El aborto expulsado de la sociedad que lo condena para quedar libre de darse a sus vergonzosos amores y gozar de los vicios que ama, más que la honestidad…

La vida es amada por las honestas satisfacciones que proporciona…  

Tener un amigo sincero, es como tener un compañero en el camino. Caminar solos es demasiado triste. Cuando Dios elige para la soledad de víctima a un alma, Él se hace su compañero, porque solos no se puede estar sin capitular.

Y llega cómo una oleada la… ¡Nostalgia de las multitudes humildes y francas a las que daba luz y gracia y de las que recibía amor!

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¡Voces de niños que lo llaman con una sonrisa, voces de madres que lo llaman con un sollozo, voces de enfermos que lo llaman con un gemido, voces de pecadores que lo llaman con temblor!…

Todas las oye que le dicen:

–                “¿Por qué nos abandonas?

–                 ¿Ya no quieres acariciarnos?

–                ¿Quién podrá acariciar como Tú nuestros rizos rubios o morenos?”

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–                “¿Ya no quieres devolvernos las criaturas difuntas, curarnos las moribundas?

–                ¿Quién como Tú podrá tener piedad de las madres, Hijo santo?”

–                “¿Ya no quieres sanarnos?

–                Si Tú desapareces ¿quién nos curará?”.

–                “¿Ya no quieres redimirnos?

–                Sólo Tú eres la Redención.

–                Cada palabra tuya es fuerza que rompe una cuerda de pecado en nuestro oscuro corazón.

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–                Estamos más enfermos que los leprosos, porque para ellos la enfermedad cesa con la muerte, para nosotros se acrecienta.

–                 ¿Y Tú te vas?

–                ¿Quién nos comprenderá?

–                ¿Quién será justo y piadoso?

–                ¿Quién nos realzará?

–                ¡Quédate, Señor!”.

–                       “¡Quédate! ¡Quédate! ¡Quédate!” Grita la multitud buena.

–                       “¡Hijo!” grita la voz de su Madre.

–                       “¡Sálvate!” grita la vida.

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Jesús ha tenido que quebrar el sonido de todas y cada una de estas gargantas que gritan. Sofocarlas para impedirles gritar, porque tienen la fuerza de destrozar su corazón arrancando uno a uno sus nervios, tratando de impedirle que cumpla la voluntad de Dios.   

Entonces, Satanás de una manera vívida y cruel le presenta todos los tormentos y torturas que va a sufrir por manos de los hombres y trata de convencerlo de que su sufrimiento es inútil, por la ingratitud e incredulidad humanas

29flagelacion

Jesús palidece aún más. Cierra los ojos y aspira profundamente. Levanta la cara al Cielo, abre los brazos y dice:

–                        ‘¡ABBA, Padre! todo es posible para Ti, aparta de Mí esta copa; pero  no sea lo que Yo quiero, sino lo que quieras Tú’

Jesús acaba de vencer la Tentación Física… La primera parte de la oración ha sido dolorosa, pero todavía puede sentir la mirada de Dios y esperar en el amor de los amigos.

30JesusEnOracion

Satanás tiene un arrebato de rabia. Rechina los dientes, cierra los puños… Ha perdido la primera batalla… Pero se controla inmediatamente. Y cambia el rechinar en una diabólica sonrisa…

La Guerra no ha terminado… Todavía viene lo mejor: el Asalto siguiente será superior…

Con la Oración, Jesús acaba de vencerlo. El espíritu se sobrepuso al terror que siente la carne. Suspira profundamente… Y Jesús regresa a donde están los tres discípulos sentados alrededor del fuego, que es sólo un montón de rescoldos a punto de consumirse…

RESCOLDOS

Los encuentra medio dormidos.

Pedro se ha apoyado con la espalda sobre un tronco y con los brazos cruzados sobre el pecho, su cabeza balancea. Son los primeros albores de un profundo sueño.

Los dos hermanos están sentados sobre una gran raíz que sale de la tierra y sobre la que han puesto sus mantos para sentir menos la dureza de los nudos. Y aunque están más incómodos que Pedro, están profundamente dormidos.

Santiago tiene la cabeza recostada sobre la espalda de Juan y éste ha doblado la suya, sobre la de su hermano, como si al empezar a cabecear se hubiera quedado así.

Jesús les dice:

–                       ¿Dormís? ¿No habéis sabido estar despiertos una sola hora? ¡Y Yo tengo tanta necesidad de vuestro consuelo y de vuestras oraciones!

31sueño

Los tres, aturdidos dan un salto. Se frotan los ojos, murmuran una explicación, le echan la culpa de su somnolencia a la digestión…

–                       Es el vino…

–                        La comida…

–                       Pero ahora pasará.

–                       Ha sido un momento.

–                       No teníamos ganas de hablar y esto nos ha producido sueño.

–                       Pero vamos a orar y no sucederá más.

Jesús exhorta:

–                       Sí. Orad y velad. También vosotros tenéis necesidad de ello.

–                       Sí, Maestro. Te obedeceremos.

Jesús regresa. La luna le da en su rostro con su fuerte brillo de plata y lo ilumina. Se ve desconsolado, adolorido, envejecido.

1jluna

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

SEGUNDO MISTERIO LUMINOSO

JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ

En la campiña de Caná, hay una hermosa casa situada en medio de huertos de higueras y manzanos. Los campos están cubiertos con espigas sin madurar y sobre las terrazas están las vides llenas de sarmientos. Dos mujeres se acercan a la entrada. Una es anciana como de 50años y la otra parece tener unos treinta y cinco. Su vestido es color amarillo pálido y su manto azul. Es muy bella, esbelta y tiene un aire majestuoso, aunque es muy gentil. Su piel es muy blanca, sus cabellos rubios y sus ojos azules como el cielo despejado que está sobre ellas. Cuando sonríe, se ilumina la cara de la Virgen María.

Cuando están a punto de entrar, salen a recibirlas muchos hombres y mujeres con trajes de fiesta y le rinden muchos homenajes.

El anciano anfitrión las acompaña y las dirige por la amplia escalinata exterior hasta el piso superior donde entran a un salón muy grande que está adornado con esteras, mesas, guirnaldas y vajillas,  para la recepción de una boda. En el centro hay una mesa bien provista con jarras, viandas, manjares y platos llenos de frutas. Platones con quesos, tortas con miel y variados dulces. En el suelo cerca de la pared, hay seis grandes tinajas con asas de metal.

María escucha atenta todo lo que le dicen y luego se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la presentación de la mesa principal.

Se oye el rumor de instrumentos musicales y todos menos María corren a recibir al cortejo nupcial. Rodeados por sus padres y amigos, entran los novios lujosamente ataviados y con una alegre algarabía general se distribuyen a lo largo y ancho del amplio salón.

Mientras tanto en el camino que lleva al poblado, Jesús vestido con una túnica blanca y un manto azul marino, está conversando con Juan y su primo, Judas Tadeo. Al oír la música, Jesús amplía su sonrisa y les dice a sus compañeros:

–           Vamos a hacer feliz a mi Madre.

Y se dirige a través de los campos hacia la casa donde se encuentra María.

Cuando llegan, los anfitriones y el novio, junto con María; bajan a recibir a Jesús y lo saludan muy respetuosos. María pone su pequeña mano blanca en la espalda de su Hijo y le compone acariciándole por detrás su cabellera rubia. Es una caricia de enamorada pudorosa.

Jesús sube al lado de su Madre, seguido por sus discípulos y los demás que acudieron a recibirlo. Y entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos en la mesa principal para los recién llegados.

Jesús saluda con su voz sonora y llena de majestad:

–           La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros.

Domina a todos con su presencia  y con su estatura, pareciera el rey del banquete, a pesar de su humildad y su mansedumbre. Jesús se sienta junto a los novios y María frente a ÉL. Los discípulos quedan junto a María.

Jesús tiene a su espalda la pared donde están los enormes jarrones y la alacena y no ve el afanarse del mayordomo, ni los siervos que llevan los platones con la carne y que les son entregados a través de una puerta que está junto a la alacena.

Fuera de las respectivas madres de los novios y de María que está junto a la novia y frente a Jesús, ninguna otra mujer está sentada en la mesa principal. Las mujeres están todas reunidas en otra mesa aparte y se les sirve después que han sido atendidos los invitados de la mesa principal y los huéspedes de honor.

Empieza el banquete y los únicos que comen y beben poco, son Jesús y su Madre, que también habla muy poco. Jesús aunque es parco en el hablar, es muy cortés. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer y siempre es gentil y sonriente.

Más tarde, María se da cuenta que los siervos discuten con el mayordomo y que éste se siente muy molesto. Comprendiendo la situación, se inclina sobre la mesa y llama la atención de Jesús diciéndole despacio:

–           Hijo, no tienen más vino.

Jesús sonríe aún con más dulzura y dice:

–           Mujer, ¿Qué más hay entre tú y Yo? –y deja entrever en esta frase una intención, un secreto de alegría que todos los demás ignoran. Y que María ha comprendido en el asentimiento  de sus ojos sonrientes.

María ordena a los sirvientes:

–           Haced lo que Él os diga.

Jesús ordena:

–           Llenad de agua los jarrones.

Los siervos obedecen. Corren al pozo y con el cubo los llenan lo más rápido que pueden.

Jesús observa todo con atención, mientras ora mentalmente. Cuando las tinajas están llenas, desde su asiento Jesús hace una imperceptible señal de bendición con la mano derecha sobre las tinajas y mueve ligeramente su cabeza, dando un asentimiento al mayordomo. Este se acerca al primer jarrón y mira pasmado lo que hay en la tinaja. Enseguida mira en las otras cinco y su asombro crece…

Luego el sorprendido mayordomo,  revuelve un poco de aquel líquido y lo prueba… Todavía más impactado, lo saborea y habla con el dueño de la casa y con el novio que estaban cerca.

María mira a su Hijo y sonríe. Después, correspondida con una amorosísima sonrisa de Él, baja la cabeza con un ligero sonrojo. Es feliz. Por la sala corre un murmullo y todas las cabezas se vuelven hacia Jesús y María. Algunos se levantan para ver mejor, otros van a los jarrones y después de un asombrado silencio, en coro alaban a Jesús.

Él se levanta y dice:

–           Agradeced a María.

Y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen. En el umbral se detiene y se vuelve repitiendo:

–           La Paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros. –Y añade-  Madre, te saludo.

Dice Jesús:

Aquel ‘más’ que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado. Yo era el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios. Rotas las ligaduras morales hacia la que me había engendrado, se transformaron en otras más altas, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre «Mamá» a María, mi Santa. El amor no conoció detenciones, ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por una segunda filiación, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Y su tercera sublime y mística maternidad se realizó en el patíbulo del Gólgota al darme a la Cruz, haciéndome Redentor del Mundo.

¿Qué más hay entre tú y Yo? Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas y yo te obedecía. Te estaba sometido. Ahora pertenezco a la Misión. ¿No lo he dicho? “Quién pone la mano en el arado y vuelve atrás, a ver lo que queda, no es apto para el Reino de los Cielos.”  Yo había puesto la mano en el arado para abrir con la reja, no terrones sino corazones y sembrar entre los hombres la Palabra de Dios. Quité de allí la mano, tan sólo cuando me la quitaron para enclavármela en la Cruz y abrir el Corazón de mi Padre, con el clavo que me atormentaba, haciendo salir de Él el perdón para el género humano.

Aquel ‘más’ que muchos olvidan, quería decir esto: Tú has sido todo para Mí Madre, mientras que fui tan solo Jesús el de María de Nazareth y eres todo para mi alma; pero desde el momento en que Soy el Mesías Esperado, pertenezco a mi Padre. Espera un poco más y terminada mi misión, seré nuevamente todo tuyo; me tendrás nuevamente entre los brazos, como cuando era pequeño y nadie te disputará este Hijo tuyo, considerado un oprobio del género humano, que te arrojará sus despojos para cubrirte de oprobio por haber sido la madre de un criminal. Y después me volverás a tener para siempre triunfante, en el Cielo. Pero ahora pertenezco a todos los hombres. Pertenezco al Padre que me ha enviado a ellos.

Ahí tenéis lo que quiere decir ese pequeño más.

Cuando dije a los discípulos: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre” había dado a mis palabras un sentido más alto que el que parecían tener. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. No lo olviden nunca. Mi primer milagro se hizo por María.

El primero como prueba de que María es la Llave del Milagro. Yo no niego nada a mi Madre y por su plegaria anticipo también el tiempo de la Gracia. Conozco a mi Madre, cuya Bondad sólo Dios supera. Sé que el haceros un bien, es lo mismo que hacerla feliz, porque Ella es todo amor. Por esto dije: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre.”

Por otra parte, quise manifestar al mundo su poder junto con su deseo y el mío. Destinada para estar unida conmigo en la carne, pues fuimos una carne; Yo en Ella y Ella en torno mío… Como pétalos de un lirio, alrededor del pistilo perfumado y lleno de vida. Unida a Mí por el Dolor, porque los dos estuvimos en la Cruz, Yo en Carne y Ella en el alma; así como el Lirio perfuma con su corola y con la esencia que de ella se saca,  era justo que también estuviese unida a Mí en el Poder…

Digo a vosotros lo que dije a los convidados: “Agradeced a María…”

Por Ella habéis recibido al Dueño del Milagro. Por Ella tenéis mi gracia y sobre todo, la de mi Perdón…

Quedaos en mi Paz. Estoy con vosotros….

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Oración:

Amado Padre Celestial: Así como realizaste el Primer milagro en las Bodas de Caná, para hacer feliz a Maria; sigue realizando los milagros que necesitamos para hacerla feliz a Ella y a Ti; para nostros poder alcanzar la felicidad eterna que Eres Tú y recupera todos los hijos perdidos para que TODOS  podamos ser felices, unidos a Ti en el Cielo, adorándote por los infinitos siglos de los siglos. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…