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231 PARÁBOLA DE LOS ÁRBOLES

231 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

246 Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

El sábado por la mañana en la sinagoga de Nazareth….

Jesús está leyendo:

7. Se lo anunciaron a Jotam, quien se colocó en la cumbre del monte Garizim, alzó la voz y clamó: «Escuchadme, señores de Siquem, y que Dios os escuche.

8. Los árboles se pusieron en camino para ungir a uno como su rey. Dijeron al olivo: “Sé tú nuestro rey.”

9. Les respondió el olivo: “¿Voy a renunciar a mi aceite con el que gracias a mí son honrados los dioses y los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?”

10. Los árboles dijeron a la higuera: “Ven tú, reina sobre nosotros.”

11. Les respondió la higuera: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a vagar por encima de los árboles?

12. Los árboles dijeron a la vid: “Ven tú, reina sobre nosotros.”

13. Les respondió la vid: “¿Voy a renunciar a mi mosto, el que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?”

14. Todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú, reina sobre nosotros.”

15. La zarza respondió a los árboles: “Si con sinceridad venís a ungirme a mí para reinar sobre vosotros, llegad y cobijaos a mi sombra. Y si no es así, brote fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano.”»

Jesús ha leído el apólogo contra Abimelec (Jueces 9, 7-15)

Y al terminar con las palabras: «»salga de él fuego y devore los cedros del Líbano»».

Luego restituye el rollo al arquisinagogo.

Que le dice: 

–     ¿No lees lo demás?

Sería conveniente para comprender el apólogo – dice el jefe de la sinagoga.

Jesús responde:

–      No hace falta.

El tiempo de Abimelec está ya muy lejano.

Yo aplico al momento presente el viejo apólogo.

Escuchad, gentes de Nazaret. 

Ya sabéis, por la instrucción recibida de vuestro arquisinagogo, el cual en su momento fue instruido a su vez por un rabí y éste a su vez por otro.

Y así sucesivamente desde hace siglos, siempre con el mismo método y las mismas conclusiones.

Ya sabéis las aplicaciones del apólogo contra Abimelec.

Yo os voy a hablar de otra aplicación:

Y os ruego que sepáis usar vuestra inteligencia, que no seáis como esas cuerdas que pasan por la polea de un pozo…

que hasta que no se gastan van de la polea al agua y del agua a la polea, sin poder jamás cambiar.

El hombre no es una soga obligada, ni un instrumento mecánico.

El hombre está dotado de cerebro inteligente y debe saber usarlo por sí mismo;

según las necesidades y circunstancias. 

Porque, si bien la letra de la palabra es eterna, las circunstancias cambian.

Son raquíticos esos maestros que no saben saber querer el esfuerzo y satisfacción,

que supone el ir extrayendo gradualmente la enseñanza nueva;

es decir, el espíritu que siempre está contenido en las palabras antiguas y sabias.

Serán semejantes al eco, que lo único que puede hacer es repetir iIncluso hasta el infinito,

una sola palabra, sin decir ni siquiera una de su propia cosecha.

Los árboles, es decir, la Humanidad representada en el bosque;

en que están reunidas todas las especies de árboles, arbustos y hierbas,

sienten la necesidad de que los guíe uno que cargue no sólo con todas las glorias,

sino también -y es peso mucho mayor- con todas las cargas de la autoridad.

Y con la responsabilidad de la felicidad o infelicidad de los súbditos,

la responsabilidad ante los propios súbditos, ante los pueblos vecinos y lo que es terrible: ante Dios.

Porque los hombres otorgan todo tipo de coronas o preeminencias sociales, es verdad;

pero también es verdad que Dios lo permite,.

Y sin su condescendencia, ninguna fuerza humana puede imponerse.

Esto explica los cambios inimaginables e imprevistos de dinastías que parecían eternas.

O de poderes que parecían intocables: cuando sobrepasaron la medida,;

en castigo o prueba para los pueblos, fueron derrocados por los propios súbditos, con el permiso de Dios.

Y vinieron a ser nada, polvo, o incluso fango de mísera cloaca.

He dicho que los pueblos sienten la necesidad de elegirse a uno, que cargue con todas las responsabilidades,

para con sus súbditos, para con las naciones vecinas y lo que es más tremendo: para con Dios.

En efecto, si el juicio de la historia es terrible, en vano los intereses de los pueblos tratan de mutarlo;

pues hechos y pueblos futuros lo devolverán a su primera, tremenda verdad…

Todavía peor es el juicio de Dios, quien no sufre presiones de nadie, ni está sujeto a cambios de humor;

o de juicio, como demasiadas veces les sucede a los hombres…

Ni todavía mucho menos, a errores de juicio.

Por tanto, los elegidos para dirigir pueblos y crear historia, tendrían que actuar con la justicia heroica propia de los santos;

para no caer en la ignominia en los siglos futuros y recibir el castigo de Dios, por los siglos de los siglos.

Pero volvamos al apólogo de Abimelec.

Los árboles pues, queriendo elegir un rey, fueron donde el olivo.

Mas éste, árbol sagrado y consagrado para usos sobrenaturales, por el aceite que arde ante el Señor

y es parte preponderante en los diezmos y sacrificios;

éste, que presta su líquido para elaborar el bálsamo santo con que se ungirán altares, sacerdotes y reyes,;

líquido que desciende al interior de los cuerpos enfermos;

o que se aplica sobre ellos, con propiedades, diría casi taumatúrgicas, respondió:

«¿Cómo puedo desatender mi vocación santa y sobrenatural, para rebajarme a cosas de la tierra?».

¡Oh, dulce respuesta del olivo!

¿Por qué será que no la aprenden y practican todos aquellos a quienes Dios elige para santa misión, al menos estos?

En verdad, deberían responder así todos los hombres a las sugestiones del demonio;

dado que todo hombre es rey e hijo de Dios, dotado de un alma que lo hace tal: regio, filialmente divino…

Y llamado a sobrenatural destino.

Tiene un alma que es altar y casa: el altar de Dios;

la casa a donde el Padre de los Cielos desciende a recibir amor y reverencia del hijo y súbdito.

Todo hombre tiene un alma…

Y toda alma siendo altar, hace del hombre que la contiene un sacerdote, custodio del altar.

Y está escrito en el Levítico: «El Sacerdote no se contamine».

El hombre pues, tendría el deber de responder a la tentación del demonio, del mundo y la carne:

«¿Puedo yo dejar de ser espiritual para ocuparme de cosas materiales y pecaminosas?».

«Los árboles fueron entonces donde la higuera.

Y la invitaron a que reinara sobre ellos.

Pero la higuera respondió:

«¿Cómo puedo renunciar a mi dulzura y a mis suavísimos frutos por reinar sobre vosotros?».

Muchos se dirigen a la persona dulce para tenerla como rey; no tanto por admiración de su dulzura;

cuanto porque esperan que siendo muy dulce, acabe transformándose en un rey de tres al cuarto;

del cual podrán obtener todo tipo de consenso y con el cual podrán permitirse todo tipo de licencias.

Pero la dulzura no es debilidad;

es bondad, justa, inteligente, firme.

No confundáis nunca la dulzura con la debilidad:

la primera es virtud; la segunda, defecto.

Y precisamente por ser virtud, comunica a quien la posee una rectitud de conciencia;

que le permite resistir a las solicitaciones y seducciones humanas;

que pretenden doblegarlo a sus intereses que no son los de Dios.

Y permanece fiel a su destino, a toda costa.

El dulce de espíritu no rebatirá nunca con acritud las recriminaciones de los demás;

no rechazará nunca con dureza a quien lo solicita;

no obstante, perdonando y sonriendo, dirá siempre:

«Hermano, déjame a mi dulce suerte.

Estoy aquí para consolarte y ayudarte;

pero no puedo ser rey como tú lo concibes;

porque una sola realeza me interesa y me preocupa, por mi alma y por la tuya: la espiritual».

Los árboles fueron a la vid y le pidieron que reinara sobre ellos.

Pero la vid respondió:

«¿Cómo puedo renunciar a ser alegría y fuerza para ir a reinar sobre vosotros?».

Ser rey, tanto por las responsabilidades como por los remordimientos, es más raro que un diamante negro

el rey que no peca y no se crea remordimientos, lleva siempre a estados espirituales sombríos.

El poder seduce mientras resplandece como  un faro de lejos;

una vez que uno lo alcanza, se ve que no es sino resplandor de luciérnaga, no de estrella.

Y también: el poder no es sino una fuerza ligada por mil sogas:

las de los mil intereses que bullen en torno a un rey.

Intereses de los cortesanos, intereses de los aliados, intereses personales y de la parentela.

¿Cuántos reyes se juran a sí mismos, mientras el óleo los consagra: «Seré imparcial»

Y luego no saben serlo?

Cual árbol robusto que no se rebela contra el primer abrazo de la hiedra débil y delgada, sino que dice:

«Es tan frágil, que no me puede causar daño», antes al contrario se complace de que la hiedra lo enguirnalde,

se complace de ser el protector que la sujeta mientras sube;

así, tan frecuentemente -podría decir que siempre-, el rey cede al primer abrazo del interés que a él se dirige:

de cortesano o de aliado, personal o de parentela.

Y se complace en ser su munífico protector.

«¡Es tan poca cosa!» dice, aunque la conciencia le grite: «¡Ten cuidado!».

Y piensa que no le podrá perjudicar ni en cuanto al poder, ni en cuanto al buen nombre.

Lo mismo piensa el árbol.

Mas llega el día en que, robusteciéndose y extendiéndose;

aumentando su voracidad de succionar linfa del suelo y subir a la conquista de luz y sol;

la hiedra abraza, rama tras rama, todo ese árbol fuerte.

Y prevalece sobre él, lo ahoga, lo mata…

¡Y era tan frágil; y él, tan fuerte!

Sucede igual con los reyes.

Un primer compromiso con la propia misión, un primer gesto de encogerse de hombros ante la voz de la conciencia…

Y ello porque las alabanzas son dulces y porque agrada ese aire de protector solicitado…

Llega un momento en que ya no es el rey, el que reina, sino los intereses de los demás.

Estos intereses atan al rey, lo amordazan, hasta ahogarlo.

Y lo matan si, siendo ya más fuertes que él, ven que no se da prisa en morir.

También el hombre común, que es lo mismo un rey en el espíritu…

Se pierde si acepta realezas menores por soberbia o ambición.

Y pierde su serenidad espiritual, la que le viene de la unión con Dios.

Porque el demonio, el mundo y la carne, pueden dar un poder y gozo ilusorios;

pero a costa de la alegría espiritual que viene de la unión con Dios.

¡Alegría y fuerza de los pobres de espíritu!

¡Bien merecéis que el hombre sepa decir:

«¿Cómo podré aceptar la realeza sobre la parte inferior, si aliándome con vosotros,

pierdo fuerza y alegría internas y el Cielo y su verdadera realeza?

» Y pueden decir también estos bienaventurados pobres de espíritu,

que tienen como único objetivo la posesión del Reino de los Cielos y desprecian todas las demás riquezas que no sean el Reino…

Pueden decir:

«¿Cómo decaer en nuestra misión, que consiste en producir maduros jugos,

fortalecedores y de alegría para esta Humanidad,

hermana nuestra, que vive en el desierto de la animalidad.

Y que necesita apagar su sed para no morir y para nutrirse de jugos vitales,

cual niño que no tiene a nadie que lo alimente?

Nosotros somos las nodrizas de esta Humanidad que ha perdido el seno de Dios.

Esta Humanidad que vaga estéril y enferma…

Y que encontraría la muerte desesperada, el negro escepticismo, si no nos encontrase a nosotros;

que con la alegre laboriosidad de quien está libre de todo lazo terreno,

los persuadiéramos de que hay una Vida, una Alegría, una Libertad, una Paz.

No podemos renunciar a la Caridad por un interés mezquino.

Los árboles se dirigieron entonces al espino.

Éste no los rechazó.

Pero impuso pactos severos:

«Si me queréis como rey, venid aquí debajo de mí.

Si me elegís y luego no queréis venir;

haré de cada espina encendido tormento y os quemaré a todos, incluso a los cedros del Líbano».

¡He aquí cuáles son las realezas que el mundo acepta como verdaderas!

La corrupción de la Humanidad es causa de que se tomen por verdadera realeza, la tiranía y la crueldad;.

Y la mansedumbre y bondad, por estupidez y bajos sentimientos.

El hombre no se somete al Bien, pero sí se somete al Mal.

El Mal lo seduce.

La consecuencia es que el Mal lo consume con fuego…

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