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15.- DELICIOSA EMBRIAGUEZ…

Los invitados siguen afluyendo desde el Vicus Apollinis. Hay muchos personajes de otros países y sus ricas y coloridas vestiduras permiten adivinar su origen. Se ven rostros oscuros y atezados; como la cara negra de un numídico con su yelmo adornado con plumas multicolores y grandes aros de oro en las orejas. El rumor de las conversaciones crece, mezclado con el murmullo de las fuentes, al caer el agua sobre el mármol.

Actea suspende su narración y Alexandra contempla a la multitud con ojos expectantes y llenos de anhelo, como si buscase algo.

Avanza un grupo de cónsules y de senadores, en alegre algarabía…

De pronto su rostro se cubre de rubor al ver destacarse entre las columnas, las elegantes figuras de Marco Aurelio y de Petronio, que se dirigen al Gran Triclinium. Gallardos y tranquilos como dioses; envueltos en sus blancas togas.

Al ver Alexandra aquellos dos rostros conocidos y especialmente al ver a Marco Aurelio, le pareció como si un gran peso se desprendiera de su corazón…

Y dejó de sentirse sola. La añoranza por regresar a la casa de Publio, dejó de ser dolorosa. Lo único que prevaleció, fue el deseo de estar junto a Marco Aurelio y hablar con él. La sola idea de que pronto iba a escuchar de nuevo su maravillosa voz que le había hablado de amor y de una felicidad digna de los dioses; en palabras que aún resonaban en sus oídos como una dulce melodía inundó su corazón de júbilo, pero también de miedo…

Le pareció como una especie de traición el querer estar con Marco Aurelio, por sobre todo lo demás. Por un momento sintió deseos de llorar.

Pero Actea, en ese mismo instante la tomó de la mano y la llevó a través de los departamentos interiores del palacio, hasta el Gran Triclinium, en donde todo estaba listo para la fiesta.

Entonces una intensa emoción la invadió toda. Su corazón se aceleró como un caballo desbocado y casi le cortaba el aliento. Una sensación extraña pero deliciosa, le aleteaba en el estómago y casi le dio vértigo. Una dulce embriaguez la hace sentir como si flotase en un sueño o en una película de cámara lenta. Todo a su alrededor adquiere un tinte irreal…

Vio un enorme y majestuoso salón. Miles de lámparas brillan sobre las mesas y penden de las paredes. Parece venir de muy lejos la voz de Actea que la hace sentarse ante una mesa y ocupa un lugar a su lado.

Luego se oyen las aclamaciones con que los invitados acogen al emperador. Ella no puede creer el verlo tan cerca y tan magníficamente ataviado; sonriendo complacido por el recibimiento.

Las aclamaciones la ensordecen. Y el lujo deslumbrante la tiene pasmada. La embriagan los perfumes y ya casi ha perdido la conciencia de sí misma, totalmente asombrada por lo que hay a su alrededor.

No se da cuenta, hasta que una voz que reconoce enseguida y casi le paraliza el corazón, se oye detrás de ella:

–      ¡Salve a la más hermosa de las vírgenes de la tierra! ¡Salve a ti, divina Alexandra!

Ella, sorprendida, volteó…

Marco Aurelio está a su lado, mirándola totalmente fascinado.

Se ha quitado la toga. Su cuerpo atlético está cubierto por una túnica escarlata sin mangas; con delicados dibujos bordados con hilos de plata. Sus brazos suaves y musculosos, brazos de soldado acostumbrado a la espada y al escudo, están adornados con dos brazaletes de oro, sujetos alrededor y más arriba de los codos. Lleva en la cabeza una guirnalda de rosas.

Ella lo mira a su vez y ve su hermoso rostro sonriente, sus grandes ojos castaños y su tez  morena clara. Con su espléndida y varonil belleza, Marco Aurelio es la personificación de la juventud y la fuerza. Y su personalidad es tan avasalladora, que apenas puede contestar:

–           Salve, Marco.

–          ¡Estoy tan feliz de volver a verte! … De oírte… de tenerte tan cerca… ¡Eres más hermosa que Venus Afrodita!… ¡Oh, diosa mía!

Y contempla a Alexandra totalmente embelesado. Como si quisiera beberse su aliento y hundirse en sus ojos de mar…

Y su fascinación aumenta gradualmente, conforme desliza lentamente la mirada de su rostro a su cuello, a sus brazos desnudos. Acariciándola sin tocarla, en los exquisitos contornos del escultural cuerpo de la doncella que le ha robado el corazón.

La admira envolviéndola con el ardiente deseo de poseerla. La imagina sin esas vestiduras y totalmente lista para recibirlo. Sueña con un anhelo casi doloroso, con escuchar de sus labios que lo ama y lo desea tanto como él a ella…  Con un anhelo irradiante de felicidad, de amor y un arrebatamiento casi imposible de reprimir; como el que lo envuelve en estos momentos…

Con un entusiasmo arrollador, Marco Aurelio exclama:

–           Yo sabía que te encontraría en la casa del César. En cuanto te vi me llené de júbilo. Y aquí estoy. ¡Oh, diosa mía! Para adorarte para siempre. ¡Oh, Alexandra, te amo tanto!

Ella lo mira totalmente sorprendida, por esta ardiente confesión que la llena de felicidad, porque aunque ella siente lo mismo que él; también la perturba.  Se contiene y le pregunta acerca de las cosas que no comprende y que la llenan de pavor.

Alexandra inquiere angustiosamente:

–           ¡Oh! ¿Por quién supiste que me encontrarías aquí?

Marco Aurelio sonríe comprensivo y trata de tranquilizarla:

–           Publio me dijo como te sacaron de su casa.

–           ¿Por qué me trajeron a la casa del César?

–           El César a nadie le rinde cuentas de sus órdenes.

–           ¿Por qué el César me arrebató de la casa de Publio? Tengo mucho miedo…

–           Pero te aseguro que no debes temer. Yo personalmente, velaré por ti. Nunca te abandonaré. Tú eres mi razón de vivir.

–           Marco Aurelio, todo mi anhelo es regresar a la casa de Publio. Me moriría de dolor si pierdo la esperanza de que Petronio y tú, intercedan en mi favor ante el César.

–           Alexandra, tú ni siquiera imaginas cuanto te necesito: con todo mi cuerpo, mi corazón, mi vida y mi espíritu. Y por eso yo mismo velaré por tu cuidado y tu bienestar, porque tú eres la dueña y señora de todo mi ser y de mi persona.

–           Tengo mucho miedo…

Y aun cuando él habla evasivamente, en su voz palpita la verdad, porque son sinceros sus sentimientos:

–           Te adoro, vida mía. Y ya que la casa del César te causa tanto pavor, te prometo que solo permanecerás en ella el tiempo suficiente, mientras hago lo necesario para sacarte de aquí…

–           Gracias, Marco. Eres tan gentil…

Alexandra lo toma de la mano y oprimiéndola entre las suyas agrega:

–          ¡Cuánto te querrán los Quintiliano por tu bondad! Tanto cuanto yo misma te estaré eternamente agradecida y te amaré…

Marco Aurelio al escucharla, no puede dominar su emoción y le parece que jamás en toda la vida, le será posible resistir a una súplica de Alexandra. Se siente lleno de ternura. Su belleza esplendorosa le embriaga los sentidos y aviva sus febriles anhelos, haciéndole comprender cuanto ama y le es tan preciosa, esta bellísima doncella a quién en realidad adora como si fuera una deidad…

Y al oído de la joven, afluyen todas las intimidades de su corazón y el gran amor que siente por ella, en palabras resonantes como dulces armonías y como el zumo de una vid embriagadora.

A pesar del ruido de la fiesta, la verdad que palpita en las dulces palabras de Marco Aurelio, embriagan a Alexandra como el más delicioso de los licores.

En medio de todas aquellas gentes extrañas, él se ha ido acercando más y más. Amante, fiel y totalmente consagrado a ella con todo su ser.

Antes, en la casa de Publio le había hablado ambiguamente del amor y de la felicidad que puede traer consigo. Pero ahora él le declara abiertamente sus sentimientos y la pasión vibra en sus palabras al describirle cuanto le ama y cuán preciosa es para él, ella en su vida.

Alexandra escucha por primera vez de los labios de un hombre, tales declaraciones. Y éstas al llegar a sus oídos arpegian como una música fascinante que despierta dentro de su ser una felicidad tan inmensa; que la envuelve con un intenso júbilo y al mismo tiempo, una desconocida inquietud.

Sus mejillas ruborizadas arden. Su corazón palpita muy fuerte. Sus labios se entreabren al impulso de un extraño asombro… Está asustada por lo que siente al escucharlo.   Y sin embargo por nada del mundo querría perderse una sola de aquellas palabras maravillosas. Por momentos baja la mirada y enseguida levanta hacia él, su rostro lleno de timidez, que sin embargo tiene una mirada que parece decir: “¡Prosigue! ¡Por favor no calles! ¡Porque yo siento lo mismo por ti!”

Los acordes de la música, el aroma de las flores y de los perfumes que flotan en el ambiente, le causan un  delicioso desmayo y cree estar soñando. Es un sueño maravilloso del que no quiere despertar… Y sin embargo es una realidad tan palpable, como la cálida mano que aprieta la suya.

En Roma es costumbre el reclinarse en los banquetes.

En su casa, Alexandra ocupaba un sitio entre Fabiola y sus hermanos. Ahora es Marco Aurelio el que está reclinado junto a ella y se ve tan hermoso, tan lleno de energía, de amor, de pasión… que ella, al influjo de aquel calor que de él emana, se siente llena de alegría y  completamente ruborizada por un deleite hasta ahora desconocido que casi la desvanecen.

Pero la proximidad de la joven hace también su efecto sobre Marco Aurelio.

La contempla totalmente fascinado y el encanto de ella hizo que su corazón latiera con tanta violencia, que él creyó que sus palpitaciones se notan a través de la túnica escarlata. Con su respiración entrecortada y las palabras temblorosas en sus labios, le es imposible reprimir sus emociones. Y es porque nunca la había tenido tan cerca de él. Admirando su piel de seda, su belleza deslumbrante. Aspirando su perfume encantador  y sintiendo el calor de su cuerpo de alabastro.

¡Oh! Y su boca desquiciante… aquellos labios que parecen la invitación irresistible de un beso embriagador…Todo esto junto, encendieron una llama y despertaron una sed que corre por toda su sangre y que es vano intentar de apaciguar con vino.

Sus ideas empezaron a perturbarse y lo único que impera es apagar aquella sed de amarla, de acariciarla, de poseerla, de besarla hasta hacerla desfallecer entre sus brazos. Sin poder contenerse más, la tomó del brazo, tal como lo hiciera un día en la casa de Publio y le dijo al oído besándola suavemente en la oreja:

–           ¡Te adoro, Alexandra! ¡Mi mujer divina!

Ella se estremeció y un suspiro escapó de su garganta.

Marco siguió acariciando y aspirando con ansia su aroma de flor primaveral. Alexandra tembló en sus brazos, totalmente indefensa ante el mundo de sensaciones nuevas que Marco Aurelio está creando dentro de ella y que ni siquiera sospechaba que pudieran existir.

El amor recorre toda su piel, con escalofríos deliciosos y avasalladores. Asustada por lo que siente, ella trató de resistir:

–           Por favor déjame, Marco Aurelio.

Pero él mirándola a los ojos con una infinita ternura, continuó:

–           ¡Ámame! ¡Ámame, diosa mía!

En ese mismo instante los dos oyeron la voz de Actea, que estaba reclinada al otro lado  de Alexandra y decía:

–           El César os está mirando.

Marco Aurelio sintió una súbita cólera contra el César y contra Actea: por la interrupción y el rompimiento del encanto. No soporta la idea de que aquel momento maravilloso se quedó suspendido en el tiempo. Levantó la cabeza por sobre el hombro de Alexandra y después de aspirar profundamente, dijo con ironía a la todavía joven liberta:

–           Han pasado ya los días Actea, en que eras tú la que te veías reclinada en los banquetes, al lado del César. Dicen que la ceguera te amenaza ¿Cómo puedes entonces verle ahora?

Actea contesta con suavidad:

–           Y sin embargo le veo. Él también es corto de vista y te está mirando a través de su esmeralda pulimentada.

Todo lo que Nerón hace, llama la atención. Y Marco Aurelio se alarmó. Rápidamente tomó el control de sí mismo y se dominó por completo. Sin volver la cabeza y sin cambiar de posición, miró de reojo hacia donde está el César.

Y Alexandra, que al principio del banquete estaba tan deslumbrada, que como entre brumas entrevió a Nerón, al que había olvidado completamente; pues lo único que ocupaba su mente es la presencia y la conversación con Marco Aurelio y no había vuelto ni una sola vez a mirar al emperador. Ahora volvió sus ojos interrogantes hacia él, paralizada por el miedo.

Actea dice la verdad. El César está inclinado sobre la mesa, con un ojo medio cerrado y con el otro, mirando a través de una esmeralda redonda y pulimentada, con la cual los observa atentamente.

Alexandra se aterrorizó aún más.

Y se aferró a la mano de Marco Aurelio como una niña asustada. El tiempo parece detenerse y todos los asistentes al banquete parecieran haber quedados como paralizados, bajo el influjo de un extraño hechizo. O al menos a ella le parece así.

Y se quedó mirando al emperador como si hubiera quedado hipnotizada, mientras  pasaron por su cerebro una ráfaga de pensamientos: ¿Es éste el terrible, cruel y monstruoso Amo del Mundo?

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

13.- EL ORIGEN DEL DOLOR

La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del Demonio. Pero Dios no es autor, ni de la muerte, ni del dolor. Y no se alegra con el dolor de los vivientes.

El Pecado destruyó la capacidad y la intensidad en el Amor. Y desde entonces el dolor existe en la Tierra y arranca lágrimas al hombre, por la depravación de su inteligencia que trata siempre de aumentarlo por todos los medios.

En su paso por la tierra, el hombre más que para sufrir, vive para hacer sufrir. ¡Cuántas lágrimas se acarrea el hombre por la instigación oculta de su amo: Satanás!

Nadie quiere sufrir, pero todos buscan que los demás sufran.

LA SOBERBIA Y LA EXCUSA.

“La serpiente   me engañó, dijo Eva. La mujer me presentó el fruto y comí de él, dijo Adán.” Y desde aquel momento la concupiscencia triple se apoderó de los tres reinos del hombre.

No hay más que la Gracia para desprenderse de las fuertes ataduras de este monstruo despiadado. Cometieron el primer acto contra el Amor, con la Soberbia, la Desobediencia, la Desconfianza, la Duda, la Rebelión, la Concupiscencia Espiritual y por último, la Concupiscencia Carnal.

También en las ofensas contra la Ley divina, el hombre pecó antes contra Dios, queriendo ser igual a Dios, ‘dios’ en el conocimiento del Bien y el Mal. Y en la absoluta y por lo mismo ilícita libertad de proceder a su placer y querer contra todo consejo, lo prohibido por Dios.

Después pecaron contra el Amor, amándose desordenadamente, negando a Dios el amor reverencial que le debían; metiendo el ‘yo, en el lugar de Dios; odiando a su prójimo futuro: su misma prole, a la cual le procuró la herencia de la culpa y de la condena; despojados de todo lo que Dios les había dado.

Por último, pecó contra su dignidad de criatura regia, que había tenido el don del perfecto dominio de los sentidos, rebajándose a sí mismo a un nivel inferior al de las bestias.

¡Bien conocieron después la Ciencia del Bien y del Mal! Con el conocimiento adquirido y la nueva vista por la cual supieron que estaban desnudos, los advirtió de la pérdida de la Gracia que los había hecho felices en su inteligente inocencia; hasta llegar a aquella hora, por la pérdida de la vida sobrenatural.

¡Desnudos! No tanto de vestidos, sino de los dones de Dios.

¡Pobres! Por haber querido ser como Dios.

¡Muertos! Con el espíritu muerto por el Pecado. Por haber temido morir con su especie, si no hubieran procedido directamente.

“Seréis como dioses, conocedores de todo, del Bien y del Mal.”

El apagado silbido de la serpiente, con su sonido cruzó el aire; encontró eco en el corazón del hombre y se fundió a su sangre; para entrar a lo más caro del alma, entronizándose en el altar de su espíritu. Y desde entonces vive perjudicándolo en cuerpo y alma, para obedecer al imperativo de la sangre envenenada por Satanás.

El hombre se equivoca al aplicar valor y significado a las cosas y a las palabras. Ser igual a Dios, ya había sido dado por dote por el Padre Creador. Con una semejanza en la cual no tienen nada que hacer, esto que es carne y sangre; sino en el espíritu. Porque Dios es Ser Espiritual y Perfecto. Y los había hecho grandes en el espíritu. Capaces de alcanzar la perfección mediante la Gracia plena en ellos y la ignorancia del Mal.

Jesús vino a poner las cosas y las palabras en la luz justa. Y con las palabras y los hechos demostró la verdadera grandeza, la verdadera riqueza, la verdadera sabiduría, la verdadera majestad, la verdadera deificación.

Y no son aquellas que el hombre cree.

LA SENTENCIA DIVINA.

Dios Padre alejó al hombre del jardín de sus delicias. Ya no podía confiar más en sus hijos. El hombre había querido ser el dueño de todo y se opuso a que Dios fuese el Único Creador. Se marchó a su destierro con su pecado. Era un rey humillado y despojado de sus dones. El Hombre del Paraíso se había convertido en un ser terrenal y mortal.

Su reino lo perdió en manos del que lo pervirtió.

Satanás lo despojó de lo que Dios le había dado. Y de amo se convirtió a sí mismo en esclavo de aquel que había sido destinado a obedecerlo. Y el dolor y la muerte entraron a formar parte de la vida humana. La herida de Eva engendró el sufrimiento, que no terminará hasta que muera la última pareja sobre la tierra.

EL CASTIGO. 

No desproporcionado, sino justo.

Para entenderlo se necesita considerar la perfección de Adán y Eva.

Considerando aquel vértice, se puede medir la magnitud de la caída en aquel abismo de degradación.

Dios respetó la voluntad humana.

El hombre perseveró en su estado de rebelión hacia su Divino Benefactor. Porque no se arrepintió del dolor causado a Dios y todavía mantenía su unión con la mentira. Soberbiamente salió del Edén, después de haber mentido y haber aducido pobres excusas a su pecado.

Se hicieron cinturones de hojas y testimoniaron que se avergonzaban; no por estar desnudos y aparecer tales ante Aquel que los había creado y conservado vestidos solo de Gracia e Inocencia, sino porque eran culpables y tenían miedo de comparecer delante de Dios.

Miedo, sí. Arrepentimiento, NO.

Entonces Dios, después de haberlos expulsado del Edén, protegió con Querubines los umbrales del mismo, para que los dos prevaricadores no regresaran fraudulentamente, para hacer botín de los frutos del Árbol de la Vida, nulificando una parte del justo castigo y defraudando todavía una vez más a Dios de su derecho: aquel de dar y de quitar la vida.

Dios es nuestro Rey y nuestro Padre. No un siervo y menos un esclavo.

Dios es Justo.

Cuando castigó al hombre, no le quitó la inteligencia, ni la fuerza moral, porque nunca ha dejado de amar al hombre, por más culpable que éste sea.También le dejó al hombre la voluntad soberana, para que éste pudiese llegar a ser dueño de sus pasiones y pudiera controlarlas.

El hombre debió obedecer. Los inocentes eran castos. Sabían amar verdaderamente, con aquella ternura virginal que está en el más ardiente amor materno o en el más ardiente amor filial. O sea, de aquellos dos amores que no tienen atracción sensual y son fortísimos.

Dios habría regulado el amor del hombre por las criaturas nacidas de su santo amor con Eva. Pero Adán y Eva no llegaron a este amor, porque el desorden había corrompido con su veneno, el santo amor de los Progenitores.

CONSECUENCIAS DEL PECADO.  

El Enemigo de Dios y del hombre por Odio, hirió mortalmente a la Humanidad y la infectó con el germen del Odio, de los Celos, de la Envidia. Y con esto puso la causa primaria de la división que enfrenta a los hombres el uno contra el otro.

De esta manera fue cosechado el segundo fruto de la maldad del Maligno: el fratricidio de Caín. Y desde entonces el virus de la violencia ha ido aumentando hasta alcanzar proporciones pavorosas, porque cada día crece más la semilla que Lucifer siembra en el corazón del hombre: EL ODIO.

Por un solo hombre entró el Pecado en este mundo y por el pecado, la muerte. Y pudieron penetrar entre las delicias del Edén, turbando el orden, la armonía, el amor; esparciendo su veneno. Corrompiendo el intelecto, voluntad, sentimientos, instintos. Suscitando apetitos culpables, destruyendo la Inocencia y la Gracia, afligiendo al Creador.

Haciendo de las criaturas bienaventuradas, dos infelices; condenados uno. a obtener fatigosamente su pan de la Tierra; que por haber sido maldecida, produce cardos y espinas. Y a la otra, a parir con dolor; a vivir en el dolor y la sujeción del hombre.

Condenados los dos a conocer el dolor del hijo muerto y la vergüenza de ser los padres de un fratricida. Y finalmente a conocer el dolor de morir.

Hasta aquel momento, el veredicto de Dios no había todavía fragmentado la rebelión del hombre, el cual con la fácil adaptación de los animales, se había adaptado rápido a su nuevo destino. No más fácil y alegre como el anterior; pero no privado de gozos humanos que compensaban sus dolores humanos.

Las pasiones de los sentidos se satisfacían en la carne compañera.

La alegría de crear por sí solos nuevas criaturas, -¡Oh, orgullo persistente!-. Ilusionándose con esto, que era el ser iguales a Dios Creador; el dominio sobre los animales, la satisfacción de la cosecha y del bastarse a sí mismos, sin tener que agradecer a nadie.

Alegrías sensuales, pero siempre alegrías. Cuánta oscuridad de vapores de orgullo y de niebla de concupiscencia, perduró obstinada en los dos protervos. La maternidad era obtenida con dolor, pero la alegría de los hijos compensaba aquel dolor. El alimento era obtenido con fatiga, pero el vientre se llenaba igualmente y la gula era satisfecha, porque la tierra estaba colmada de cosas buenas.

La enfermedad y la muerte estaban lejanas. Gozando los cuerpos creados perfectos, de una salud y una virilidad que hacía pensar en una larga vida, aunque no fuese eterna. Se amaban con ternura y con pasión; ya que por su elección al orden sobrenatural; fueron dotados para amar y ellos, sí sabían amar mucho.

Y la soberbia fermentante suscitaba el pensamiento burlón: ¿Dónde pues está el castigo de Dios? Nosotros somos felices también sin Él.

Pero un día, el verde de los campos en los cuales florecían las flores multicolores creadas por Dios, enrojeció con la primera sangre humana vertida sobre la tierra.

Y dio alaridos de dolor la madre del dulce Abel muerto.

Y el padre comprendió que no era vana la amenaza de aquella promesa:Volverás a la tierra de la cual fuiste sacado, porque eres polvo y al polvo volverás.”

Y Adán murió dos veces: por sí y por su hijo. Porque un padre muere la muerte de su hijo viéndolo agonizar.

Y Eva alumbró con desgarramiento, dando a la tierra el cuerpo exánime de su predilecto y comprendió que cosa era el parir en pecado.

La muerte de Abel hizo añicos el orgullo de Adán y las escorias expertas de Eva, en el más atroz alumbramiento a las tinieblas.

El alarido de Eva, también marcó el nacimiento del arrepentimiento.

En aquella hora señalada por la primera sangre humana, esparcida por criminal violencia, por la cual la tierra fue maldecida dos veces. Hora en la cual fulminaba, el castigo de Dios. Murió el orgullo y nacieron el arrepentimiento y la nueva vida; con los cuales los dos culpables iniciaron el ascenso hacia la justicia y ameritaron, después de una larga expiación, el Perdón Divino por los méritos de Cristo.

Este dolor llenó el mundo y se trasmitió de generación en generación y terminará hasta que tenga fin el mundo. Ha llenado con su alarido el lugar en donde Adán extrae el pan de los surcos, sobre los cuales goteaba su sudor.

Se ha esparcido por la Tierra, los horizontes, los cañones, los desiertos y las selvas. Toda la Creación lo ha sentido y lo ha trasmitido. Y como luz cegadora ha hecho ver a Adán y a Eva, la inmensidad de su Pecado. No cometido solamente contra Dios, sino contra ellos mismos, en su carne y en su sangre.

Todo este milenario dolor viene de un desorden creado por un rebelde en el Cielo y por el consentimiento al desorden propuesto por él, a los dos primeros habitantes de la Tierra.

La Gracia restaura, pero la Herida queda. La Gracia auxilia, pero los impulsos hacia el Mal, quedan. Porque desde el momento del Pecado, el Bien y el Mal, son. Y se combaten dentro y fuera del hombre.

La impureza es la raíz de las enfermedades del alma. Los males morales tienen otros nombres: orgullo, codicia y sensualidad. Cuando se alcanza la perfección con estas tres fieras que lo destrozan, – y aun así el hombre las busca con loca ansiedad, – el alma queda totalmente separada de Dios.

La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del Demonio. Pero Dios no es autor, ni de la muerte, ni del dolor. Y no se alegra con el dolor de los vivientes.

El Pecado destruyó la capacidad y la intensidad en el Amor. Y desde entonces el dolor existe en la Tierra y arranca lágrimas al hombre, por la depravación de su inteligencia que trata siempre de aumentarlo por todos los medios.

En su paso por la tierra, el hombre más que para sufrir, vive para hacer sufrir. ¡Cuántas lágrimas se acarrea el hombre por la instigación oculta de su amo: Satanás!

Nadie quiere sufrir, pero todos buscan que los demás sufran.

LA EVOLUCION DEL PECADO.

Adán y Eva faltaron al primero de los Mandamientos dados por Dios y pecaron contra el Amor a Él, con la Desobediencia. Pero no pecaron contra el prójimo y en lugar de maldecir a Caín, lloraron por igual sobre el hijo muerto en la carne: Abel. Y sobre el hijo muerto en el espíritu por el fratricidio.

Así pues, continuaron siendo hijos de Dios, junto con sus descendientes venidos después de este dolor.

Caín pecó contra el amor a Dios y contra el amor al prójimo. Infringió por completo el amor. Dios le maldijo y Caín no se arrepintió. Por eso él y sus hijos, no fueron más que hijos del animal llamado hombre.

Si el primer pecado de Adán produjo tal decadencia en el hombre: ¿Qué grado de decadencia no habrá producido en el segundo, al que además acompañaba la maldición divina? ¿Qué variedad de formas de pecar no se habrán desatado en el corazón del hombre-animal, al estar totalmente privado de Dios y qué virulencia habrán alcanzado después de que Caín no solo escuchó el consejo del Maldito, sino que lo abrazó como dueño querido, asesinando por órdenes del mismo?

El desgaje de aquella rama, envenenada por la posesión diabólica, evolucionó de mil maneras.

En donde no está Dios, está Satanás. Cuando el hombre ya no tiene el alma viva, se transforma en un hombre-animal. EL BRUTO, AMA A LOS BRUTOS.

La lujuria carnal al estar aferrada y soliviantada por Satanás, le desata la avidez por todas las uniones, presentándole atractivo y seductor, lo que en realidad es horrendo como un íncubo. Lo lícito ya no le satisface, por parecerle muy poco. Y fuera de sí por la lujuria, busca lo ILÍCITO; llegando a tener monstruos por hijos e hijas.

Son los monstruos que por el poderío de sus formas, su salvaje belleza y su ardor bestial, frutos de la unión de Caín con los brutos y de los brutísimos hijos de Caín con las fieras, insaciables en su sensualidad al hallarse abrasados por el fuego de Satanás.

DE ELLOS SON LOS RASTROS SIMIESCOS, QUE LLAMAN LA ATENCIÓN DE LOS CIENTÍFICOS, INDUCIENDO AL ERROR.

El hombre desatina con las líneas somáticas y  los ángulos cigomáticos. Y no queriendo admitir a un Creador por ser excesivamente soberbio para reconocer haber sido hecho; admite la descendencia de los brutos para así poder decir: “Por nosotros mismos hemos evolucionado de animales a hombres. Es el esfuerzo de superación.”

Y así el hombre prefiere auto degradarse, por no querer humillarse ante Dios.

De este modo perdió el hombre la perfección de la belleza física y vino la variedad de las razas.

 En los tiempos de la primera corrupción, tuvo el aspecto de animal. Ahora ha adquirido esa apariencia en la mente y en el corazón.

Y en su alma, por su cada vez más profunda unión con el Mal; ha tomado en demasiados, el rostro de Satanás, borrando casi totalmente la semejanza con Dios y quedando solo el hombre-animal, guiado por los más bestiales instintos.

La prevaricación trastornó el orden con el más desconcertante desorden y destruyó el Plan Estupendo de Dios, cambiando totalmente la condición del hombre.

Satanás finalmente logró su objetivo y se apoderó del hombre, sobre el cual desahoga su odio, su veneno y sus desenfrenadas y desesperadas pasiones.

Al hombre rico, sabio, fuerte, feliz, inmortal y libre; lo convirtió en pobre, ignorante, débil, infeliz, mortal y esclavo, atormentado por su implacable verdugo.

A la felicidad del Paraíso Terrenal, siguió la infelicidad del exilio. A la Luz, siguieron las Tinieblas de la ignorancia, al grado de perder su propia identidad.

El Amor fue sustituido por el Odio. Al Bien para el que el hombre fue creado, se prefiere el Mal con toda su gama de manifestaciones. A la Vida Eterna, finalidad de la Creación, se prefiere la Muerte Eterna, en la abismal desesperación del Infierno. 

Dios, a cambio del Amor sin límites que ha dado al hombre, recibe un tremendo insulto: el desprecio absoluto por parte del ser humano, que en una monstruosa ingratitud se niega a reconocerlo y a amarlo.

La Humanidad ha pecado con el Deicidio, en el Pueblo Elegido, el Pueblo de Dios. El hombre se niega a reconocer al Salvador y lo mata, porque no le gusta lo que Él ha venido a decir. Y por no arrodillarse ante Dios hecho Hombre, negándole la Adoración que le corresponde; lo convierte en el Redentor; cumpliendo en esta forma el Plan Admirable de Dios.

Y después del Deicidio cometido por los sacerdotes de Israel; los fomes del mal  prosperaron cada vez más fuertes hasta que el hombre ha llegado a la perfección de la maldad y la perversión, en el más refinado satanismo.

La Noche de la Negación de Dios cubre ahora todo el mundo. Los corazones están endurecidos por el egoísmo y por el odio que prevalecen en todas partes. La inocencia de los niños es contaminada y profanada. 

El mundo se aleja cada vez más de Dios y se ha caído en el engañoso espejismo de creer poder prescindir de Él, construyendo una civilización materialista, que se niega a aceptar el pecado como un mal y haciendo al alma incapaz para el arrepentimiento, totalmente sordos a las voces del Cielo.

Satanás es el tirano que con las cadenas del pecado, arrastra al hombre hacia donde él quiere. Los impulsos del Pecado son el egoísmo y el odio, los dos enemigos acérrimos del Amor. Tientan con recompensas, amenazan con represalias, indagan, señalan y preparan asechanzas, para dañar al prójimo.

Así es como se realizan toda clase de crímenes. 

El hombre siempre se envilece cuando sirve al pecado. El alma corrompida empuja la carne a pecados obscenos, que envejecen y deforman. El vicioso jamás es verdaderamente feliz. Porque en las glotonerías y en el ocio, el cuerpo disfruta, pero el alma languidece.

Los culpables aunque lo nieguen, sufren; porque el pecado enferma el alma y hiere al espíritu. Y nadie puede herirse a sí mismo, sin causarse dolor. El pecador no conoce la paz en su corazón.

Todo pecado es una enfermedad y hay algunos que provocan la muerte inclusive física. Las bendiciones de Dios son destruidas por el pecado y la alegría se acaba. Toda acción mala, quita la paz. El alma pecadora siente cansancio y tedio, se aburre pronto de todo y no conoce el júbilo del verdadero amor, sintiendo dentro de sí un verdadero quebrantamiento.

El alma enferma por el pecado hace que muera el espíritu; el cual se convierte en instrumento de Satanás, para infligir daño a los demás, en la decadencia de un círculo perfecto de maldad y de odio. El pecado enferma al alma con un cáncer que carcome y destruye peor que la lepra. El cáncer del cuerpo se queda en la tierra, pero el pecado permanece por toda la eternidad.

El espíritu muerto por el pecado es totalmente dominado por Satanás. Quién toma ‘posesión espiritual’ del templo viviente que es el hombre, quién es lanzado a cometer verdaderas aberraciones que lo angustian y de las cuales quisiera verse libre.

Pero cada vez comprueba dolorosamente y muchas veces sin comprenderlo ¿Por qué no puede hacerlo?…

LA ESCLAVITUD DEL PECADO.

Entre los ángeles hay diferentes jerarquías: ángeles, arcángeles, etc. Entre los demonios también las hay. Jesús también especificó una distinción entre los demonios y los espíritus inmundos. Los demonios son los ángeles caídos que no supieron retener su condición. Los espíritus inmundos son generados por los pecados de los hombres. El pecado consumado y convertido en vicio, fortalece y vitaliza a estos espíritus generados por la maldad humana. Llegan a agigantarse a tal grado que toman un dominio total del hombre, hasta esclavizarlo de una manera absoluta.

El alma fue creada para volver a unirse con Dios. Y cuando la libre voluntad del hombre decide unirla al pecado, se produce un místico adulterio espiritual.

La lujuria de la mente es la soberbia. Fue el pecado de Satanás que se burló de Dios, llevándole a creerse superior a Él. La mente del soberbio fornica con Satanás, contra Dios y contra el Amor.

La lujuria del corazón es la ambición de las riquezas y del poder. Es la que odia a Jesús y a su Evangelio, porque Él ha acabado con ella en el corazón de los que aprenden a amar a Dios.

La lujuria carnal empuja al cuerpo a vivir esclavizado como un animal. Y sus instintos lo gobiernan en satánica tiranía, por infames placeres.

Esta es la triple concupiscencia que destruye al hombre manteniéndolo alejado de Dios. El alma muere si se le mantiene apartada de Dios.

Dios es Amor. Privada de su fuente, el Amor, el alma pierde la capacidad de amar y a pesar de todos los esfuerzos, la felicidad se vuelve más inaccesible cada día. El odio y la amargura envuelven al alma que busca inútilmente un alivio.

El hombre privado de Dios por una vida llena de pecado, lo que lleva a cabo es un suicidio espiritual, porque en un loco e insensato deseo de vivir para sí, en el egoísmo desenfrenado, se priva de lo que viene a ser su misma vida: el Amor. Y en el vacío resultante, la búsqueda incesante de paliativos, lo hunden en el vicio y en el error. 

Cuando se vive solamente para la materia, el cuerpo se vuelve lo más importante y por darle satisfacción a la carne, el hombre muere sin darse cuenta de que está muriendo en su parte más importante: la espiritual.

El que mata el amor, mata la paz. La inquietud resultante es la prueba de que las almas están moribundas, que languidecen por el hambre de Dios. Hambre que solo podrá ser saciada en la Fuente del Agua Viva: el Verbo Encarnado y en su Palabra: el Evangelio.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

6.- ARBITER ELEGANTIARUM

En una villa ancestral  que en su mayor parte está orientada hacia el sur. Hay un pabellón apartado que está rodeado por un patio al que dan sombra muchas palmeras; varios robles, sauces llorones, cedros, fresnos  y cuatro plátanos. En el centro, una fuente derrama su agua en una pila de mármol y salpica suavemente los plátanos que la rodean y las plantas que éstos cobijan. En este pabellón está ubicado un dormitorio que no permite entrar la luz del día, ni escuchar el ruido. A un lado está el triclinium (comedor)

Existe también una habitación sombreada por el verdor del plátano más cercano, decorada con  una espléndida pintura que representa a unos pájaros posados sobre las ramas de unos árboles. Aquí se encuentra una pequeña fuente con una pila rodeada por unos surtidores que emiten un susurro muy agradable.

Es el refugio de un escritor. Y sobre la mesa de trabajo se puede ver un fragmento de su última obra literaria, en la que está desarrollando su talento. Al acercarse se puede leer: “La Cena de Trimalción…”  El autor trabaja en ella por las mañanas, cuando se lo permiten las fiestas de Nerón…

Ahora, después del banquete de la víspera que se prolongó más de lo acostumbrado; Tito Petronio se levantó tarde sintiéndose sumamente  fastidiado…

En  su travesía por los baños recuperó su ingenio y complacido, se sintió rejuvenecer. Rebosante de vida, de energía y de fuerza; cuando estaba sumergido en el agua tibia, le avisaron que su sobrino Marco Aurelio acaba de llegar a visitarlo.

Petronio ordena que lo conduzcan al jardín adyacente para conversar plácidamente y sale del agua poniéndose una bata de lino suave.

Marco Aurelio es hijo su hermano Publio, el mayor y más querido. Y ha estado sirviendo bajo las órdenes de Corbulón en la guerra contra los partos. Es su sobrino predilecto. Un hombre íntegro; que ha heredado de su tío el gusto por el placer, el arte, la belleza y la estética; cualidades que Petronio valora sobre todo lo demás. No por nada le han apodado el “Árbitro de la Elegancia.”

Toma una manzana del platón que está en la mesa más cercana y está a punto de morderla, cuando entró un joven con pasos largos y flexibles exclamando:

–                 ¡Salve Petronio! Que te sean propicios todos los dioses.

Petronio sonríe y contesta:

–          ¡Salve Marco Aurelio! Te doy la bienvenida a Roma. Espero que disfrutes de un  merecido descanso después de las fatigas de la guerra. ¿Qué noticias traes de Armenia?

Mientras el joven se sienta en una banca a su lado, exclama con cierto fastidio:

–           De no ser por Corbulón, esta guerra sería un desastre.

–           ¡Es un verdadero Marte! ¿Sabes que Nerón le teme?

Marco Aurelio lo mira sorprendido y pregunta:

–           ¿Por qué?

–           Porque si quisiera, podría encabezar una revuelta.

–           Corbulón no es ambicioso hasta ese grado.

Petronio sentencia:

–          Si quitáramos la ambición y la vanidad ¿Dónde quedarían los héroes y los patriotas?

–           Lo conozco bien y sé que no debéis temer nada de él. Hablas como Séneca.

–          Se puede apreciar el carácter de un hombre en la forma como recibe la alabanza. Y tienes razón. Séneca es un maestro al que hay muchas cosas que aprenderle. Es uno de los pocos hombres que respeto y admiro.

Petronio cerró los ojos y Marco Aurelio se fijó en el semblante un tanto demacrado de su tío y cambiando el tema, le preguntó por su salud.

El augustano hizo un mohín, antes de replicar:

–           ¿Salud? No lo sé. Mi salud no está como yo quisiera. Trato de ser fuerte y            aparento estar perfectamente. Pero empiezo a sentir un cierto cansancio que… Considerando las circunstancias, creo que estoy bien. ¿Y tú cómo estás?

–           Las flechas de los partos respetaron mi cuerpo, pero… un dardo de amor acaba de  herirme y ha acabado con mi tranquilidad. Estoy aquí para pedirte un consejo.

Petronio lo miró sorprendido y dijo:

–         Te puedes casar o quedarte soltero. Pero te aseguro que te arrepentirás de las dos cosas.- luego lo invitó – Vamos a sumergirnos en el agua tibia y me sigues platicando. ¿Qué te parece?

Marco Aurelio aceptó encantado:

–           Vamos.

Los dos regresan al frigidarium.  Marco Aurelio se desnuda y Petronio contempla el cuerpo vigoroso de su sobrino. Le recuerda las estatuas de Hércules que adornan el camino al Palatino. Es un atleta pleno de vigor juvenil. Y en el armonioso rostro que completa la apolínea belleza masculina, hay un gesto de sufrimiento reprimido. El joven se lanza al agua, salpicando el mosaico que representa a Perseo liberando a Andrómeda.

Petronio admira todo esto con los ojos regocijados del artista embelesado con la auténtica belleza…

Y después de lanzarse al agua, dice:

–          En la actualidad hay demasiados poetas. Es una manía de los tiempos que vivimos. El césar escribe versos y por eso todos lo imitan. Lo único que no está permitido es escribir mejores versos que él… Hace poco hubo un certamen y Nerón leyó una poesía dedicada a las transformaciones de Niobe. Los aplausos de la multitud cubrieron la voz de Nerón; pero en aquellas muestras de forzado entusiasmo faltaba el acento de la espontaneidad que nace del corazón. Luego Lucano declamó otra, celebrando el descenso a los infiernos de Orfeo. Cuando se presentó, el respeto y el temor contenían a los oyentes… Más por uno de esos triunfos del arte que parecen milagrosos, el poeta logró suspender los ánimos; los arrebató y consiguió que se olvidaran de sí y del emperador. Y le decretaron unánimes el laurel de la gloria y el codiciado premio. ¿Te imaginas lo que sucedió después?… Imposible que Nerón consintiese un genio superior a su inspiración. Se salió despechado del certamen y prohibió a Lucano que volviese a leer en público sus versos. Por eso yo escribo en prosa.

–          ¿Para ti no ambicionas la gloria?

–           A nadie ha hecho rico el cultivo del ingenio.

–           ¿Qué estás escribiendo ahora?

–          Una novela de costumbres: las correrías de Encolpio y sus amigos Ascilto y Gitón.  Ya casi la termino. Estoy en el convite ridículo de un nuevo rico. Lo he titulado “La Cena de Trimalción”

–           ¿El libro?

–          No. El capítulo. El libro es una sorpresa. Espera un poco… – se queda pensativo un momento. Y luego añade- Enobarbo ama el canto. En particular el suyo propio. Dime ¿Tú no haces versos?

Marco Aurelio lo mira sorprendido… y luego responde firme:

–           No. Jamás he compuesto ni un hexámetro.

–           ¿Y no tocas el laúd, ni cantas? – insiste Petronio.

–           No. Me gusta oír a los que sí saben hacerlo.

–           ¿Sabes conducir una cuadriga?

–           Lo intenté una vez en Antioquia, pero fui un fracaso.

–          Entonces ya no debo preocuparme por ti. Y ¿A qué partido perteneces en el hipódromo?

–           A los azules; porque los únicos que me entusiasman son Porfirio y Scorpius.

–          Ahora sí ya estoy del todo tranquilo. Porque en la actualidad hacer cualquiera de estas cosas es muy peligroso. Tú eres un joven apuesto y tu único peligro es que Popea llegue a fijarse en ti. Pero no…  Esa mujer tiene demasiada experiencia y le interesan otras cosas. ¿Sabes que ese estúpido de Otón, su ex marido? ¿Todavía la ama con locura? Vaga por la España, borracho y descuidado en su persona.

–           Comprendo perfectamente su situación.- suspiró Marco Aurelio.

Petronio  movió la cabeza. Y siguieron conversando…

Cuando más tarde salieron del Thepidarium, dos bellas esclavas africanas, con sus perfectos cuerpos como si fueran de ébano, los esperan para ungirlos con sus esencias de Arabia…

Al terminar, otras dos doncellas griegas que parecen deidades, los vistieron.

Con movimientos expertos adaptaron los pliegues de sus togas. Marco Aurelio las contempló con admiración y exclamó:

–           ¡Por Júpiter! ¡Qué selecciones haces!

Petronio sentenció:

–           La belleza y la rareza fija el precio de las cosas. Prefiero la calidad óptima. Toda mi “Familia” (Un amo con sus parientes  y sus esclavos) en Roma, ha sido seleccionada con el mismo criterio.

–           Cuerpos y caras más perfectos no posee ni siquiera el mismo Barba de Bronce.- alaba Marco Aurelio mientras aspira los aromas con deleite.

–           Tú eres mi pariente.- aceptó Petronio con cariño. Y agregó- Y yo no soy tan                                 intolerante como Publio Quintiliano.

Marco Aurelio al escuchar este nombre se queda paralizado. Olvidó a las doncellas y preguntó:

–           ¿Por qué has recordado a Publio Quintiliano? ¿Sabías que al venir para acá una serpiente asustó a mi caballo y me derribó?  Pasé varios días en su villa fuera de la ciudad. Un esclavo suyo, el médico frigio Alejandro, me atendió. Precisamente de esto era de lo que quería hablarte.

–           ¿Por qué? ¿Acaso te has enamorado de Fabiola? En ese caso te compadezco. Ella es muy hermosa pero ya no es joven. ¡Y es virtuosa! Imposible imaginar peor combinación. ¡Brrr!.- Y Petronio hace un cómico gesto de horror.

¡De Fabiola, no! ¡Caramba!

–           ¿Entonces de quién?

–          Yo mismo no lo sé. Una vez al rayar el alba la vi bañándose en el estanque del jardín, con los primeros rayos del sol que parecían traspasar su cuerpo bellísimo. Te juro que es más hermosa que Venus Afrodita. Por un momento creí que iba a desvanecerse con la luz del amanecer… Y desde ese momento me enamoré de ella con locura.

–           Si era tan transparente, ¿No sería acaso un fantasma?

–          No me embromes Petronio. Te estoy abriendo mi corazón. Después volví a verla dos veces más. Y desde entonces ya no sé lo que es tranquilidad. Ya no me interesa nada de lo que Roma pueda ofrecerme. Ya no existen para mí otras mujeres… Ni vino, fiestas o diversiones. Me siento enfermo. Traté de indagar de mil maneras sutiles y creo que se llama Alexandra. No estoy muy seguro… Pero solo la quiero a ella. No se aparta de mi mente un solo instante. Te lo digo con sinceridad Petronio, siento por ella un anhelo tan vehemente, que he perdido el apetito. En el día me atormenta la nostalgia y por las noches no puedo dormir. Y cuando consigo hacerlo, solo sueño con ella. Y así transcurre mi vida, con este torturante deseo…

Petronio lo mira con conmiseración… Y luego dice con determinación:

–           Si es una esclava, ¡Cómprala!

Marco Aurelio replica con desaliento:

–           No es una esclava.

–           ¿Es acaso alguna liberta perteneciente a la casa de Quintiliano?

–           No habiendo sido jamás esclava, tampoco puede ser liberta.

–           ¿Quién es entonces?

–          ¡No lo sé!… No pude averiguar mucho. Por favor escúchame. Es la hija de un rey, creo. –Y añade desesperado-  O algo por el estilo…

Petronio lo mira interrogante. Y cuestiona lentamente:

–           Estás despertando mi curiosidad, Marco Aurelio.

Su sobrino lo mira con impotencia y explica:

–          Hace tiempo el rey de Armenia invadió a los partos, mató a su rey y tomó como rehenes a su familia, a algunos principales de su nuevo territorio y los entregó a Roma. El gobernador no sabía qué hacer y el César los recibió junto con el botín de guerra que enviaron como regalo. Luego los entregó a Publio Quintiliano, ya que no pueden considerarse como cautivos y se desconoce el motivo que lo impulsó a entregarlos a él. Pero el tribuno los recibió muy bien. Y en esa casa en la que todos son  virtuosos, la doncella es igual a Fabiola.

–           ¿Y cómo estás tan enterado de todo esto?

–           Publio Quintiliano me lo refirió. Esto pasó hace quince años. Y también te digo que a mi regreso de Asia, pasé por  el templo de Delos a fin de consultar a la sibila. Y Apolo se me apareció…  y me anunció que a influjos del amor, se operaría un cambio trascendental en mi existencia…

¿Y qué quieres hacer?

–          Quiero que Alexandra sea mía. Deseo sentirla entre mis brazos y estrecharla contra    mi corazón. Deseo tenerla en mi casa hasta que mi cabeza sea tan blanca, como las nieves de la montaña. Deseo aspirar su aliento puro y extasiarme mirando sus ojos bellísimos. Si fuera una esclava, pagaría por ella lo que fuera. Pero ¡Ay de mí! No lo es…

–           No es una esclava pero pertenece a la familia de Quintiliano. ¿Por qué no le pides que te la ceda?

–           ¡Cómo si no los conocieras!…Tú sabes que Publio es muy diferente a las demás personas y en ese matrimonio, ambos la tratan como si fuera su verdadera hija.

Petronio se queda reflexivo, se toca la frente y luego dice con impotencia:

–           No sé qué decirte, Marco Aurelio mío. Conozco a Publio Quintiliano, quién aun cuando censura mi sistema de vida; en cierto modo me estima y me respeta más, pues sabe que no soy como la canalla de los íntimos de Enobarbo; exceptuando dos o tres como Séneca y Trhaseas… –levanta las manos con desconcierto y agrega- Si crees que algo puedo hacer acerca de este asunto, estoy a tus órdenes.

–           Creo que sí puedes…  Tienes influencia sobre Publio y además tu ingenio te ofrece inagotables recursos. ¡Si quisieras hacerte cargo de la situación y hablar con él!

–           Tienes una idea exagerada de mi ingenio y de mis recursos. Pero si no deseas más que eso, hablaré con Publio lo más pronto posible. Yo te avisaré…

–           Te estaré esperando.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA