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45.- EL CONTENDIENTE…

catacumbasPrimer Encuentro de Petronio con los cristianos…

La primera parte de las Catacumbas ha sido concluida. Para consagrarlas, en la capilla principal, Pedro ha oficiado la Primera Misa con dos motivos: la sepultura de Celina que ha sido la primera en ser depositada en este sacro lugar y la consagración de un gran número de obispos y sacerdotes.

Después de la solemne ceremonia, todos se dirigen a la Puerta del Cielo, donde el médico y evangelista Lucano se encarga de las cartas con los nombramientos y el envío de los nuevos prelados, a todos los puntos del imperio.

Para preparar a los obispos a la inminente Persecución que nadie sabe cómo, ni cuándo empezará; pero para la que hay que estar listos, Pedro les dice:

“Mi Señor Jesucristo dijo: “Las Puertas del Infierno no prevalecerán contra Ella.” Nosotros debemos ser prudentes y tomar todas las providencias necesarias para que la Iglesia sobreviva y que siempre estén listos los sucesores, conforme se vayan necesitando.

Siempre debe haber pastores que reúnan a las ovejas dispersas y heridas, por la furia huracanada de Satanás.

Pero Dios es fiel a sus promesas. Y aunque ríos de sangre corran, siempre habrá un alma consagrada que mantenga el altar de un corazón encendido, en el Verdadero Culto al Santísimo.

Porque el día que ya no pueda celebrarse el Sacrificio Perpetuo. ¡Ay del Mundo y de los hombres!

Recuerden todos que Dios NO nos abandonará, si nosotros no le abandonamos a ÉL. El secreto está en el Amor de Fusión y de Coparticipación.”

snpedroY Pedro los bendice antes de retirarse a sus habitaciones para orar.

Gruesas lágrimas corren por sus mejillas, cuando eleva sus brazos implorando la ayuda divina, para cargar el peso de la Cruz.

Los cabellos blancos caen sobre el rostro del Pontífice, cuando de rodillas y con el rostro inclinado, ora con fervor por horas y horas. Cuando finalmente se levanta, sus mejillas siguen húmedas por el llanto; pero hay en su rostro la mirada serena y llena de esperanza, que da el haber recibido respuesta a sus plegarias y la fortaleza necesaria para cumplirla Gran Misión que pesa sobre sus hombros.

Su cara irradia majestad y dulzura.

Y piensa:

‘Si Dios está con nosotros. ¿Quién contra nosotros?’

Y sonríe. Una resolución llena de valor y de Fe… Es la sonrisa del capitán que toma con firmeza el timón de un barco, en medio de la borrasca; pero que sabe perfectamente hacia donde debe dirigirse. Sin dudas, ni vacilaciones.

La luz de un faro se abre paso en medio de la Oscuridad. Él sabe dónde está el puerto y también cómo llegar a él.

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Pedro sale de su Oración revitalizado y con suave firmeza, sigue dirigiendo el destino de la Iglesia. Y girando las instrucciones necesarias de acuerdo a los sucesos, que se van presentando.

El Pastor debe trasmitir la confianza a las ovejas. Cristo, el Cordero y el Pastor, es el que está llevando a su Esposa Santa, hacia Él. Dios la va a recibir, revirginizada con el Martirio…

Jesús es el que dirige. La madre Santísima, la que protege.

El Adversario deberá volver a tragarse su derrota. Satanás será vencido, una vez más.

¿Cómo?

Los mártires se lo demostrarán…  

Lo importante es caminar con el corazón henchido de Fe y de Amor, confiados totalmente en Dios y abandonados en su Voluntad, y la victoria está asegurada. Por lo único que se debe implorar es por la perseverancia y Dios se encarga de lo demás…

Pedro lo sabe y en eso está su seguridad.

Siente un inmenso dolor por haber perdido a Celina, ‘su perla romana’.  Aunque tal vez esta primicia que ahora descansa en las Catacumbas, es el inicio de la masacre que sabe que viene del Palatino…

Pero Celina ya descansa en Dios. Jesús no permitió que su virgen fuese profanada.

Pedro sonríe en medio de su tristeza. Celina ya está en la Patria Celestial. Los que necesitan ayuda, son los peregrinos en esta Tierra… 

Mientras tanto, en Anzio…

Statue of Emperor Nero Anzio Roma Italy

Statue of Emperor Nero Anzio Roma Italy

Una mañana después de un banquete, Nerón decidió dar el día libre a sus augustanos, para llevarse a Popea a un paseo en barco.

Petronio prefirió ir a su villa e invitó a algunos de sus amigos y a todo el séquito que lo acompañaba.

Se sentaron en la terraza, desde donde se puede admirar el mar. Mientras se deleitan con un refrigerio, aspiran el aroma de la brisa marina y oyen el rumor de las olas que rompen en la playa.

Decidió que era el momento de probar quienes eran los cristianos y conocer de cerca su fraudulenta verdad, pues aun resiente mucho en su corazón el cambio que alejó de sí, tan completamente a Marco Aurelio; al grado de convertirlo en un desconocido.

También quiso burlarse un poco de su fanatismo y buscar de donde asirse, para recuperar al sobrino que quiere como a un hijo.

Todos los dioses que conoce tienen fallas y quiere ver cuál es el punto débil de este Dios Desconocido que ha enajenado a Marco Aurelio; para partir de allí y disputarle su preponderancia.

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Está plenamente convencido de que los fanatismos son nefastos y pueden arruinar la vida de cualquier hombre… Y por lo poco que ha averiguado, el cristianismo está lleno de superstición y eso le tiene muy preocupado…

Después de un buen rato de indagar con mucha astucia, haciendo preguntas a todos los invitados de Marco Aurelio y según las respuestas obtenidas, decidió debatir sus opiniones…

Petronio como siempre, hizo sus comentarios como en broma y en tono zumbón.

Y su conclusión fue:

–              Ningún Dios en su sano juicio se haría un hombre mortal.

Entonces el obispo Ethan, replicó:

–              ¿Cómo puedes negar tú sabio Petronio, que Cristo existió y se levantó de entre los muertos, si ni siquiera lo has comprobado? Nosotros somos testigos y predicamos a un Dios Vivo y Resucitado.

Pedro y Juan lo conocieron en vida. Pablo lo reconoció en el Camino a Damasco y Lucano el Médico, en Antioquia. Yo, cuando me convertí. Demuestra con tu sabiduría, que somos unos impostores y entonces podrás rechazar nuestro testimonio.

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Petronio contestó:

–              No tengo la menor intención de negar nada, porque sé que hay muchos casos incomprensibles, sostenidos y comprobados por gentes fidedignas. Pero una cosa es el descubrimiento de un nuevo Dios extranjero y otra muy diferente, la aceptación de su doctrina.

–              Primero hay que conocer antes de rechazar. Eso es lo más lógico, ¿No crees?

–              No tengo el menor deseo de adquirir ningún nuevo conocimiento que venga a trastornar la vida y a distorsionar su belleza. A mí no me importa si nuestros dioses existen o no. Son hermosos… Su imperio es amable y cómodo…  Y vivimos sin afanes, disfrutando de los deleites de la vida. Yo no quiero cambiar eso.

Ethan replicó:

–                              Tú rechazas una Religión de Amor, de Justicia, de Perdón; atento solo a los deleites de la existencia. Más piensa Petronio, ¿Se halla en realidad tu vida exenta de ansiedades? Mira… Ni tú ni nadie entre los más ricos y poderosos, sabe si al entregarse al sueño por la noche, a la mañana siguiente al despertar, no le aguarda una sentencia de muerte. Y dime entonces ¿Qué es la felicidad de un día? ¿Qué os espera después de la muerte?

–              Yo pienso que después de la tumba hay solo silencio. La vida es muy corta para desperdiciarla en filosofías improbables…

–              Lo que te estoy proponiendo NO es sólo una filosofia improbable… Mi Señor está Vivo y puedo comprobártelo ahorita mismo…

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Petronio se alarmó y exclamó:

–           No me interesa conocer, ni comprobar nada… Estoy muy feliz como vivo y no voy a cambiar nada. Por más persuasivo que tú te comportes… Hay cosas que no acepto.

–              El Mensaje de Salvación no se impone. Dios que te amó tanto para crearte, no te obliga a aceptarlo. Desea tu amor, no tu sometimiento.

–              Qué bueno que lo comprendes. No me interesa conocer ninguna nueva religión… Yo solo admito lo que es tangible a mi experiencia. Y lo sobrenatural no es mi debilidad… Así que te agradeceré que no insistas…

–              Te sientes alarmado de que mi Religión te haga perder tus goces. Tú estás satisfecho de tu suerte, porque eres opulento, poderoso y vives en la molicie.

Petronio respondió sin disimular su molestia:

–              Veo que eres un hombre noble y de ilustre linaje. Y me sorprende que todo eso te haya dejado de importar…

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–              Alguna vez fui y pensé como tú. Aunque yo no fui cercano al círculo del César, conozco la fuerza que da el tener inmensas riquezas y nacer en una familia nobilísima y poderosa. Pero también conozco el vacío y el hastío de los placeres amargos y efímeros.

Por primera vez en su vida, Petronio se ha quedado sin palabras…

Ethan continuó:

–              Tú también tienes un ilustre linaje. Y te sientes orgulloso de ser descendiente de nobles y antiguos quirites. De ser rico. De rodearte de cosas bellas y placenteras. Pero contéstame con la verdad: ¿Qué sientes al observar a tu alrededor, la atmósfera que te envuelve? ¡Cuánta abyección! ¡Cuánta infamia! ¡Qué indigno tráfico de dignidad y de fidelidad!…  Y… ¿En qué, de lo que te rodea puedes confiar en realidad?

Petronio no está dispuesto a abrir su corazón a un desconocido que está viendo en lo más íntimo de su ser como si hubiese penetrado en él y su silencio se hizo más hermético todavía…

¡Pero lo más extraordinario es que parece que su indiscutible ingenio se hubiese apagado y esta es una sensación nueva para él!… ¡Y muy desagradable, por cierto!…

Ethan prosiguió implacable:

–              Eres rico… ¿Y si mañana recibes la orden de renunciar a tus riquezas o te las confisca el capricho del emperador? Eres joven… Con la ruindad que conoces plenamente en los que te rodean, ¿Estás seguro que vivirás mañana?… Eres poderoso junto al César… ¿Estás seguro que su favor lo tendrás siempre? Amas… y la traición te asecha. Estás enamorado de tus mansiones y de tus posesiones; tus tesoros, tus estatuas y tus obras de arte… ¿Y qué harás si recibes una orden de destierro a la Isla Pandataria, como le sucedió a Octavia?

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Petronio tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no delatarse en el profundo asombro que le invadió al ver sus más íntimos temores reflejados en las palabras del Obispo cristiano…

¡Y sintió miedo!… ¿Cómo sabe éste hombre cosas que él ni siquiera a si mismo se ha atrevido a  reconocer en su interior?…

Ethan le mira de una forma… que le es imposible definir… Es como si NO FUERA UN HOMBRE IGUAL A ÉL, el que lo mirara… Irradia una extraña Presencia que ni siquiera es capaz de comprender y ya ni siquiera el deseo de desenmascararlo y burlarse un poco lo motiva…

Es una sensación pasmosa verse desnudado en su alma, sin poder replicar absolutamente nada…

El Obispo prosigue:

–              Todo el mundo tiembla delante de vosotros y simultáneamente tembláis entre ustedes; unos con otros, porque de nada estáis seguros. Dices que nuestra religión destruye la vida. Y es al contrario, la engrandece. Porque nuestra Fe y nuestra confianza no están puestas en lo efímero y pasajero; en el espejismo de esta vida material.

Nosotros vivimos lo espiritual y esperamos lo eterno: una vida verdadera, llena de gozo y de amor. Sin traiciones, ni mentiras. Estoy seguro de que si te tomaras la molestia de conocer nuestra Doctrina, serías mucho más dichoso y te deleitarías con la verdadera sabiduría. Pues una inteligencia como la tuya sabe que cuando se conoce lo excelente, es imposible conformarse con menos. ¿O no es así?

Petronio sintió una sacudida en su interior y una extraña alarma. Por primera vez en su vida, decidió huir…

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Y fingiendo que lo acomete un bostezo, dijo:

–              Esto no es para mí. Yo prefiero mil veces, la compañía de una mujer tan hermosa como mi Aurora. Tu Dios NO me interesa. -y con un súbito arranque de sinceridad, agregó- Es más… No quiero luchar contigo en ese palenque.

Ethan sonrió…

Y con modales tan elegantes y distinguidos como los de Petronio tomó su copa, dio un sorbo a su vino…

Y mirándolo fijamente, dijo:

–              Podemos invocarlo y Él vendrá. ¿Acaso tienes miedo de que yo te lo presente?  Sabes que tengo razón…

–              No soy un cobarde. Simplemente NO acepto lo que me dices…

–              Ahora… Pero tú momento llegará…

  Jamás en toda su vida, Petronio se había sentido tan vulnerable y tan angustiado…  

Y para su buena fortuna, su amigo el poeta lo salvó….

Porque entonces Lucano inquirió:

–              Puesto que ustedes viven bajo las leyes de Roma, deben amar a nuestro Príncipe.

El obispo Acacio, respondió:

–                 ¿Quién tiene más respeto y amor al emperador que los cristianos? Continuamente hacemos Oración por él. Para que alcance larga vida y gobierne con justo poder a los pueblos y goce de paz, durante su reinado.

También oramos por la salud de los soldados y por la conservación de todo el Orbe.

Petronio suspiró aliviado al ver que el debate cambió de protagonistas…

Plinio intervino:

–                   Te felicito. Pero para que el emperador conozca mejor tu homenaje, ofrécele un sacrificio en nuestra compañía.

Acacio respondió:

–              Yo ruego a mi Dios Verdadero y Grande por la salud del emperador. Pero en cuanto al sacrificio, ni él nos lo puede exigir, ni nosotros ofrecérselo. ¿Quién se atrevería a hacer un sacrificio a un hombre?

Entonces Trhaseas preguntó:

–              ¿A qué Dios le ofreces tu Oración, para que nosotros también le ofrezcamos sacrificios?

Acacio respondió mirándolo fijamente:

–              Anhelo que conozcas lo que es de provecho. Y sobre todo, conozcas al verdadero Dios.

–              Dime su Nombre.

–              Padre Celestial: Yeové. Jesús y el Espíritu Santo.

–              ¿Estos son nombres de dioses?

–             Es la Santísima Trinidad. Ese es el Dios Verdadero y a Quién debemos temer.

–             ¿Qué Dios es ese?

–              Yeové. Adonaí el Altísimo. El que se sienta entre los Querubines y los Serafines.

–              ¿Quiénes son esos?

–              Son Ministros del Dios Altísimo y le asisten en su excelso Trono.

Plinio interviene con fastidio:

–              Esta es una inútil disputa filosófica. Trhaseas no te dejes atrapar. Un Dios Invisible e intangible… ¡Bah! Más bien tú, -se dirige a Acacio- desdeña las cosas invisibles y reconoce a nuestros dioses que están delante de nuestros ojos. A ellos es a los que debes sacrificar.

Acacio replica:

–              ¿Cuáles son los dioses a los que tú querrías que sacrifique?

Plinio contesta:

–              A Apolo, nuestro salvador. Ahuyenta el hambre y la peste. El rige y conserva a todos.

–              Ese Apolo. ¿Es el mismo al que ustedes tienen como intérprete del futuro? ¡Buen adivino resultó!…  El infeliz corría loco de amor por Daphne, una muchachita, ignorando que iba a perder a su presa suspirada. Es evidente que no fue adivino, el que esto ignoraba. Ni dios, ya que se dejó burlar por una joven.

Y no fue ésta su única desgracia, ya que la suerte le deparó un golpe más cruel. Como estaba poseído por un torpe amor por los adolescentes, se prendó de la hermosura de Jacinto y se enamoró de él, como bien sabéis vosotros.

Pero ignorante del futuro, mató con un tiro de disco, a aquel a quién más deseaba que viviera. ¡Humm! Ese Apolo… ¿Es el mismo que fue jornalero de Neptuno y que guardó rebaños ajenos? ¿A ese quieres que yo sacrifique?

Ahora es Plinio el que tiene dificultades para contestar.

Y Acacio insiste:

–              ¿O prefieres que sacrifique a Esculapio, que fue muerto por un rayo? ¿O a la adúltera Venus? ¿O a los demás Monstruos? ¿Habría de adorar a los que me avergüenzo de imitar? ¿A los que desprecio, a los que condeno, a los que aborrezco?

Si alguien quisiera ahora imitar sus ejemplos, no escaparía al severo castigo de las leyes romanas. ¿Cómo puede ser que adoren en los dioses, lo que castigarían en los hombres?

Plinio replica muy enojado:

–              Al parecer, los cristianos vomitan mil injurias contra nuestros dioses.

Marcial interviene con tono conciliatorio:

–              Para demostrar tu buena voluntad al emperador, vamos al Templo de Júpiter y Juno. Y celebremos juntos un grato banquete. Rindamos a las divinidades el culto que se les debe.

Acacio responde:

–              ¿Cómo puedo sacrificar a alguien que como todos saben, está sepultado en Creta? ¿Acaso resucitó de entre los muertos?

–              ¿Y acaso tu Dios sí resucitó?

–              ¡Claro que sí! ¿Quieres conocerlo? ¡Te lo presento ahorita mismo!…

–              ¡No desvaríes! Estamos hablando seriamente…

–              No desvarío y estoy dispuesto a demostraros en este momento, el por qué mi Dios está Vivo!…

Plinio replica:

–            A tu Dios,  lo ejecutó Poncio Pilatos… ¡Estás diciendo disparates! Mejor respeta a los dioses y ofréceles una ofrenda de desagravio por todas las tonterías que estás afirmando.

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–              No son desvaríos. Es la Verdad y yo no ofrezco sacrificios a falsos ídolos.

Nadie responde y  Plinio pregunta con severidad:

–              Si hubiera una ley que te obligase a hacerlo y yo fuese el Procurador, ¿Qué harías?

–              No puedes obligarme.

–              Pero como Procurador tengo el Idus Gladius (Poder de vida y muerte) ¡O sacrificas o mueres!

–              Tu amenaza se parece a la que dirigen los bandoleros de Dalmacia, maestros en el arte de robar. Se apostan en los desfiladeros y lugares escondidos. Están al asecho de los viandantes. Y apenas aparece un pobre viajero, lo conminan con este dilema: ‘¡O la bolsa o la vida!

Allí no admiten razones. La única razón es la fuerza que intimida. Tu ultimátum es similar, ya que quieres que yo cumpla una acción injusta o me amenazas con la muerte.

Plinio se toma muy en serio su supuesto papel de Procurador y replica más enojado todavía:

–              Pero yo obedezco las leyes de Roma y hay un edicto que te obliga a obedecerme.

Acacio también contesta muy serio:

–              Las leyes castigan al libertino, al adúltero, al ladrón, al corruptor sexual, al malhechor y al homicida. Si yo fuera reo de estos crímenes yo mismo me condenaría, sin aguardar tu sentencia. En cambio, si fuera condenado al suplicio por adorar al Dios Verdadero, no sería condenado por la ley, sino por la arbitrariedad del juez.

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–              Yo no te estoy juzgando. Pero como Procurador; si quiero, puedo obligarte. Si desprecias mi intimidación, puedes estar seguro del castigo.

–              También a mí se me ha mandado no negar jamás a mi Dios. Si tú obedeces a un hombre frágil y de carne que muy pronto abandonará este mundo. Y como se sabe, será pasto de los gusanos. Con cuanta mayor razón yo debo obedecer a un Dios potentísimo, cuyo poder consolidó todo cuanto existe.

Él dijo: “Si alguno me niega delante de los hombres, Yo también lo negaré delante del Padre Celestial, cuando venga en mi Gloria y Poder, a juzgar a los vivos y a los muertos.”

Marcial interviene:

–              Justamente lo que tanto deseaba saber, lo acabas de confesar ahorita: el error capital de tus creencias y la Ley de ustedes. Según dices: ¿Tiene Dios un Hijo?

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Acacio contestó:

–               Lo tiene.

–              ¿Y quién es ese Hijo de Dios            ?

–              El Verbo de Gracia y de Verdad.

–              ¿Es ese su Nombre?

–              Su Nombre es Jesucristo.

–              ¿Qué diosa lo concibió?

–              Dios no engendró a su Hijo al modo humano, con una mujer. Sería absurdo que la Majestad Divina, pudiera tener contacto con una doncella. Dios formó a Adán con su mano derecha. Compuso con el barro los miembros de aquel primer hombre. Y después de haber completado toda la figura, le infundió el alma y el aliento de vida introduciéndole su Espíritu.

Pero el segundo Adán, el Hijo de Dios, el Verbo de la Verdad, procedió del Corazón de Dios. Por eso está escrito: ‘Mi Corazón produjo una Palabra Santa.’

–              Luego Dios tiene cuerpo.

–              ¡Claro que lo tiene! A nosotros nos creó a su Imagen y Semejanza. Nosotros veneramos su virtud y su Poder. Su Hijo tiene un Cuerpo Resucitado. Y con la sabiduría que es un don de Dios, aprendemos a conocerlo y a amarlo.

Plinio replica con desprecio:

–              Solo eres un mago y maestro de este artificioso embuste.

Acacio contestó:

–              Los cristianos, todo lo que tenemos lo recibimos de Dios y aborrecemos toda clase de arte mágica.

Plinio insistió:

–              Ustedes son magos, porque han introducido no sé qué nueva modalidad religiosa.

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–             Nosotros despreciamos a esos dioses que ustedes fabrican y luego veneran. Sin duda si al artista le faltara el mármol o si el mármol se quedara sin artista, ustedes se quedarían sin dioses. En cambio nosotros adoramos a Aquel que nos creó a nosotros. Él nos formó como Señor. Nos amó como Padre. Y como buen defensor, nos libró de la muerte eterna…

Plinio escuchó y se quedó colérico y callado…

Séneca tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no soltar una carcajada…

Plinio ya no supo que responder y se despidió alegando que tenía importantes negocios que atender.

Invitó a Petronio a acompañarlo y también invitó a Séneca…

Pero en aquel duelo verbal, Séneca se estuvo divirtiendo de lo lindo y no pudo disimular su absoluta satisfacción… Y rechazó cortésmente…

Trhaseas, Lucano y Marcial también prefirieron quedarse un poco más y finalmente,  solo se fueron los dos.

Plinio furioso y Petronio muy pensativo, caminaron presurosos hacia la salida…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

12.- LA ASCENSIÓN

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Es una esplendorosa mañana en el Getsemaní. Los pétalos de las flores y las hojas de los olivos, todavía conservan el rocío matinal.

Jesús dice:

–           Ahora vamos a darnos el beso de despedida, amigos míos queridísimos.

Se pone en pie para abrazarlos.

Todos hacen lo mismo.

Pero mientras que Jesús tiene una sonrisa pacífica de una hermosura totalmente  divina, ellos lloran llenos de turbación…

Juan, echándose sobre el pecho de Jesús, en medio de los fuertes espasmos a causa de los sollozos que le rompen el pecho de tan lacerantes como son; solicita por todos, intuyendo el deseo de todos…

Juan suplica sollozando:

–           ¡Danos al menos tu Pan! ¡Haz que nos fortalezca en este momento!

Jesús le responde:

–           ¡Así sea!

Entonces toma un pan, lo ofrece, lo bendice y  repite las palabras rituales. Y lo mismo hace con el vino, repitiendo después:

–           Haced esto en memoria mía – añadiendo: -De mí que os he dejado esta prenda de mi amor para seguir estando y estar siempre con vosotros hasta que vosotros estéis conmigo en el Cielo.

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Los bendice y dice:

–          Y ahora vamos.

Salen de la habitación, de la casa…

Jonás, María y Marcos están afuera. Se arrodillan y adoran a Jesús.

Jesús les dice:

–           La paz permanezca con vosotros, y el Señor os compense de todo lo que me habéis dado – dice Jesús bendiciéndolos al pasar.

Marcos se levanta y dice:

–           Señor, los olivares que hay a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan.

Jesús ordena:

–           Ve a decirles que se dirijan al Campo de los Galileos.

Marcos se echa a correr con toda la velocidad de sus jóvenes piernas.

Los apóstoles dicen entre sí:

–          Entonces, han venido todos.

Más allá, sentada entre Marziam y María Cleofás, está la Madre del Señor. Y viéndolo acercarse se levanta y lo adora con todo el impulso de su corazón de madre y de fiel.

Jesús las invita:

–           Ven Madre y también tú, María…

Ellas están paralizadas por la majestad resplandeciente que emana de Él, como en la mañana de la Resurrección.

Jesús no quiere apabullar con esta majestad suya así que, afablemente pregunta a María de Alfeo:

–           ¿Estás sola?

–           Las otras… las otras están adelante… con los pastores y… con Lázaro y toda su familia… Pero nos han dejado a nosotras aquí, porque… ¡Oh, Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!… ¿Cómo soportaré el no verte Jesús bendito, Dios mío; yo que te quise incluso antes de que nacieras y que tanto lloré por ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza…?

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¿Yo que tenía mi sol y todo, todo mi bien en tu sonrisa desde que volviste?… ¡Oh, cuánto bien! ¡Cuánto bien me has dado!… ¡Ahora sí que voy a ser verdaderamente pobre, viuda, ahora sí que voy a estar verdaderamente sola!…

¡Estando Tú, teníamos todo!… Aquella tarde creí conocer todo el dolor… Pero el propio dolor, todo aquel dolor de aquel día me había ofuscado y… sí, era menos fuerte que ahora… Y además… estaba el hecho de que ibas a resucitar. Me parecía no creerlo, pero ahora me doy cuenta de que sí lo creía, porque no sentía lo que siento ahora… – llora.

Y tanto la ahoga el llanto, que jadea.

–           María buena, verdaderamente te afliges como un niño que crea que su madre ya no lo quiere y que lo haya abandonado por haber ido a la ciudad, a comprarle regalos que lo harán feliz y pronto volverá a él para cubrirlo de caricias y regalos. ¿No es esto acaso, lo que Yo hago contigo? ¿No voy a prepararte la alegría? ¿No voy para volver y decirte: «Ven, pariente y discípula mía amada, madre de mis amados discípulos»? ¿No te dejo mi amor? ¡Te doy mi amor, María! ¡Bien sabes que te quiero! No llores así. Exulta más bien, porque ya no me verás vilipendiado y fatigado, ni perseguido, ni sólo rico del amor de pocos. Y con mi amor te dejo a mi Madre.

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Juan será para ella hijo. Tú sé para Ella buena hermana, como siempre. ¿Lo ves? Mi Madre no llora. Sabe que, si bien la nostalgia de mí será la lima que consumirá su corazón, la espera será en todo caso breve respecto a la gran alegría de una eternidad de unión.  Y sabe también que esta separación nuestra no será tan absoluta que le haga exclamar: «Ya no tengo Hijo».

Ése fue el grito de dolor del día del Dolor. Ahora en su corazón canta la esperanza: «Sé que mi Hijo sube al Padre, pero no me dejará sin sus espirituales amores». Créelo así también tú y todos… Ahí están los otros y las otras. Ahí están mis pastores.

Y las caras de Lázaro y sus hermanas, en medio de todos los domésticos de Betania y la cara de Juana, semejante a una rosa bajo un velo de lluvia. Y las de Elisa y Nique, ya marcadas por la edad y ahora las arrugas se hacen más profundas a causa del dolor: dolor de cualquier modo, para la criatura humana, aunque el alma se alegre por el triunfo del Señor.  Y la cara de Anastática y las caras de azucena de las primeras vírgenes.  Y el ascético rostro de Isaac, el inspirado de Matías, el rostro viril de Mannaém, los austeros de José y Nicodemo… Caras, caras, caras…

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Jesús llama a los pastores, a Lázaro, a José, a Nicodemo, a Mannaém, a Maximino y a los otros de los setenta y dos discípulos. Les dice que se acerquen, porque quiere tener especialmente cerca a los pastores.

Dice a éstos:

–           Venid aquí. Vosotros, que estuvisteis junto al Señor cuando vino del Cielo, y que os inclinasteis ante su anonadamiento, estad ahora cerca del Señor cuando vuelve al Cielo, exultando en vuestro espíritu por su glorificación. Habéis merecido este puesto porque habéis sabido creer contra toda circunstancia desfavorable y habéis sabido sufrir por vuestra fe. Os doy las gracias por vuestro amor fiel.

A todos os doy las gracias. A ti, Lázaro amigo. A ti, José y a ti Nicodemo, compasivos con el Cristo cuando serlo podía significar un gran peligro. A ti, Manaém, que por ir por mi camino has sabido despreciar los sucios favores de un inmundo.

A ti Esteban, florida corona de justicia que has dejado lo imperfecto por lo perfecto y serás coronado con una corona que todavía no conoces pero que te será anunciada por los ángeles.

A ti Juan, por breve tiempo hermano mío en el pecho purísimo y venido a la Luz más que a la vista. A ti Nicolái, que siendo prosélito has sabido consolarme por el dolor de los hijos de esta nación. Y a vosotras discípulas buenas y más fuertes que Judit, sin por ello dejar de ser dulces.

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Y a ti Marziam niño mío, que tomarás a partir de ahora el nombre de Marcial, en memoria del niño romano matado en el camino y puesto delante del cancel de Lázaro con el rótulo de desafío: «Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Cristo y si ha resucitado. «Marcial, último de los inocentes que en Palestina perdieron la vida por servirme a Mí, aun inconscientemente, y primero de los inocentes de todas las naciones.

De los inocentes que por haberse acercado a Cristo. Serán odiados y recibirán prematura muerte, como capullos de flores arrancados de su tallo antes de abrirse.

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Que este nombre Marcial, te señale tu destino futuro: sé apóstol en tierras bárbaras y conquístalas para tu Señor, como mi amor conquistó al niño romano para el Cielo.

A todos, a todos os bendigo en este adiós invocando al Padre, invocando para vosotros la recompensa de los que han consolado el doloroso camino del Hijo del hombre.

Bendita sea la Humanidad en esa porción selecta suya, que está en los judíos y está en los gentiles y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia mí.

Bendita sea la Tierra con sus hierbas y sus flores; benditos sus frutos, que me procuraron delicia y alimento muchas veces. Bendita sea la Tierra con sus aguas y con su calor; por las aves y los animales, que muchas veces superaron al hombre en confortar al Hijo del hombre.

Bendito seas tú Sol, bendito seas tú mar, benditos seáis vosotros montes, colinas, llanuras; benditas vosotras, estrellas que me habéis acompañado en la nocturna oración y en el dolor. Y tú, Luna, que has sido luz para mis pasos durante mi peregrinaje de Evangelizador.

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Benditas seáis todas vosotras, criaturas obras del Padre mío, compañeras mías en este tiempo mortal; amigas de Aquel que había dejado el Cielo para quitar a la atribulada Humanidad las espinas de la Culpa que separa de Dios.

Jesús con su última bendición, dirá después a  la Madre Santísima… Que devolvió bondad y santidad a todas las cosas de la Creación…

Jesús continúa:

–           ¡Benditos seáis también vosotros, instrumentos inocentes de mi tortura: espinas, metales, madera, cuerdas trenzadas, porque me habéis ayudado a cumplir la Voluntad del Padre mío!

¡Qué voz tan resonante tiene Jesús! Se expande por el aire templado y sereno como tono de bronce golpeado; se propaga en ondas sobre el mar de rostros que lo miran desde todas las direcciones.

Constituyen centenares las personas que rodean a Jesús, que sube con aquellos a quienes más quiere hacia la cima del Monte de los Olivos. Pero Jesús, al llegar al principio del Campo de los Galileos, despoblado de tiendas en este período situado entre las dos fiestas…

Jesús ordena a los discípulos:

–           Ordenad a la gente que se detenga dónde está. Luego seguidme.

Sigue subiendo hasta la cima del monte, la que está más cerca de Betania y no de Jerusalén, cima que domina todo. Muy cerca de Él, están su Madre; los apóstoles, Lázaro, Mannaém, los pastores y Marziam. Más allá en semicírculo, manteniendo a distancia a la muchedumbre de los fieles, los otros discípulos.

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Jesús está en pie sobre un peñasco que sobresale sobre el claro, entre la verde hierba mostrando su blancura. El sol toca sus vestiduras y las hace resplandecer como nieve y brillar como si fueran de oro, sus cabellos. Sus ojos de zafiro, centellean con luz divina.

Abre los brazos en ademán de abrazar: parece querer estrechar contra su pecho a todas las multitudes de la Tierra, que su espíritu ve representadas en esa pequeña multitud

Con esa voz que no puede olvidarse, da la última orden:

–           ¡Id! ¡Id en mi Nombre, a evangelizar a las gentes hasta los extremos confines de la tierra!  Dios esté con vosotros. Que su amor os conforte, su luz os guíe, su paz more en vosotros hasta la vida eterna.

Se transfigura en belleza. ¡Hermoso! Tanto y más hermoso que en el Tabor.

Caen todos de rodillas, adorando. Él, elevándose ya de la piedra en que se apoyaba, busca una vez más el rostro de su Madre, y su sonrisa alcanza una potencia que nadie podrá jamás representar… Es su último adiós a su Madre.

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Sube, sube… El Sol, aún más libre para besarlo, ahora que no hay frondas que intercepten el camino de sus rayos; toca con sus resplandores sobre el Dios-Hombre que asciende con su Cuerpo santísimo al Cielo y evidencia sus Llagas gloriosas, que resplandecen como rubíes vivos.

El resto es un perlado mar de luces. Es verdaderamente la Luz que se manifiesta en lo que es, en este último instante como en la noche natalicia.

Centellea la Creación con la luz del Cristo que asciende. Una luz que supera a la del Sol. Una luz sobrehumana y beatísima. Una luz que desciende del Cielo al encuentro de la Luz que asciende…

Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece para la vista de los hombres en este océano de esplendores…

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En la tierra dos gritos se escuchan en medio del profundo silencio de la muchedumbre extática:

El grito de María cuando El desaparece: « ¡Jesús!» y el que precede al copioso llanto de Isaac.

Los demás están enmudecidos por religioso estupor y permanecen allí, como en espera de algo…  Hasta que dos luces angélicas candidísimas, en forma mortal aparecen y dicen las palabras recogidas en el primer capítulo de los Hechos Apostólicos:

–          Hombres de Galilea, ¿Por qué estáis mirando al Cielo? Este Jesús, que os ha sido ahora arrebatado y que ha sido elevado al Cielo su eterna morada, vendrá del Cielo en su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA