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231.-LA VENGANZA DE YEOVÉ

1uvas

La hermosa campiña luce los viñedos y los huertos de manzanas, en todo su esplendor…En la casa de campo donde Jesús acompañado por María de Simón la madre de Judas, obró el milagro al curar a Ana la madre de Juana, la joven que murió por el abandono del apóstol infiel…

Hay una gran habitación que está en el fondo de un enorme corredor…  Y en el lecho está una mujer irreconocible por la angustia mortal que la está destruyendo.  ¡Era tan hermosa!…

2MARIA DE SIMON

Y ahora la fiebre la devora, encendiendo sus mejillas salientes. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos rojos por la calentura y el llanto, cerrados bajo unos párpados hinchados. Y lo que no está rojo tiene la amarillez intensa, verdosa, como de bilis derramada en la sangre. Tiene los brazos descarnados y las manos afiladas, sobre las mantas que se mueven al jadear.

Cerca de la enferma, está Ana la madre de Juana. Y ella le seca las lágrimas y el sudor. Agita un abanico de palma. Cambia los lienzos mojados en vinagre aromatizado, de la frente y de la garganta. Le acaricia las manos y los cabellos despeinados, que son más blancos que negros. Que le caen sobre las mejillas tiesos del sudor; sobre las orejas que parecen de alabastro por lo transparente.

También Ana llora y la consuela diciendo:

–                       No así, María. No así. Basta… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús.

María de Simón, grita:

–                       ¡Cállate! No repitas ese Nombre, que al decírmelo se profana. ¡Soy la madre… del Caín… de Dios!… ¡Ah!

3cain

El llanto es desgarrador. Siente que se ahoga. Se arroja la cuello de su amiga, que la ayuda a vomitar bilis que le sale de la boca.

Ana le dice:

–                       ¡Calma! ¡Calma! ¡No así! ¿Qué quieres que te diga, para persuadirte de que el Señor te ama? Te lo repito… Te lo digo por lo que me es más santo: mi Salvador y mi hija. Él me lo dijo, cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró, su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz; pobre madre atormentada.

¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… lo dice… Lleva por el mundo su voz que grita: ‘María de Simón. Madre de Judas, el que Traicionó al Maestro. Y lo entregó a sus verdugos.’ ¿Lo oyes?…

4judas-entrega

Todo lo proclama. Las tórtolas, las ovejas, toda la tierra está gritando que soy yo… ¡No! ¡No quiero curarme! ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo no perdona… No distingue. Estoy enloqueciendo, porque el mundo aúlla: ¡Eres la madre de Judas!…

Se deja caer sobre la almohada.

Ana la acomoda otra vez y sale con los lienzos sucios.

María. Con los ojos cerrados después del último esfuerzo…

Muy angustiada, gime:

–                       ¡La madre de Judas! ¡De Judas! ¡De Judas!  -jadea. Y luego pregunta- Pero, ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa?…

Esta vez no hay luz. Nada anuncia la Presencia santa del Dios-Hombre Resucitado. De pronto Jesús se materializa a un lado del lecho de la enferma.

Se inclina sobre ella y le dice amorosísimo:

–                       ¡María! ¡María de Simón!

La mujer casi delira y no le hace caso. Está sumergida en el torbellino de su dolor. Está obsesionada con la misma idea que se repite monótona, como el golpeteo de un tamboril: ¡La madre de Judas! ¡Qué cosa parí! El mundo aúlla: ¿Qué cosa es Judas?

5rjesus

Aparecen dos lágrimas en los dulces ojos de Jesús. Pone la mano sobre la frente de la enferma; haciendo a un lado las cataplasmas húmedas de vinagre.

Y le dice:

–                       Un infeliz. Nada más esto. Si el mundo aúlla. Dios ahoga su aullido diciéndote: ‘Tranquilízate, porque Te amo.’ ¡Mírame, pobre madre!  Controla tu espíritu extraviado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…  

María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor.

Siente su mano sobre su frente. Se lleva las manos a la cara y…

Llorando gime:

–                       ¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido; me hubiera arrancado las entrañas, para que no hubiera nacido!

Jesús dice muy serio:

–                       Y hubieras cometido un pecado muy grave, María. ¡Oh, María! ¡No quieras hacer algo malo por culpa de otro! Las madres que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables por los pecados de sus hijos. Tú cumpliste con tu deber. María, dame tus manos. Cálmate ¡Pobre, madre!

–                       Soy la madre de Judas. Estoy inmunda como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un Demonio! No me toques. –y solloza amargamente.

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Se revuelve en el lecho, tratando de esquivar las manos divinas que la quieren tocar. Las dos lágrimas de Jesús, le caen sobre la cara enrojecida por la fiebre.

Jesús le dice:

–                       Te he purificado María. Mis lágrimas de compasión han caído sobre ti. Desde que bebí mi Cáliz de Dolor, por nadie he llorado. Pero sobre ti, lo hago con toda mi compasión.

La toma de las manos y se sienta a un lado del lecho. Teniendo las manos temblorosas de María, entre las suyas. La compasión que brilla en los hermosos ojos de color zafiro acaricia, envuelve a la enferma curándola.

La infeliz mujer, se calma y murmura:

–                        ¿No me tienes rencor?

Jesús le contesta.

–                       Te amo. Por eso he venido. Tranquilízate.

–                       Tú perdonas. Pero el mundo no. Tu Madre me odiará…

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–                       Ella te considera una hermana. El mundo es cruel… Tienes razón. Pero mi Madre, es la Madre del Amor. Es buena. Tú no puedes andar por el mundo. Pero Ella vendrá a ti, cuando ya todo esté en paz. El tiempo tranquiliza…

–                       Si me amas, hazme morir.

–                       Todavía no. Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí… Será  muy breve.

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–                       Mi hijo te dio mucho dolor…  ¡Te dio un horror infinito!

–                       Y a ti, un dolor infinito. El horror ha pasado. No sirve para más. Pero tú dolor sí sirve…  Se une al mío. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo… Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre. Y alrededor, el dolor de los santos que sufrirán por Mí. ¡Pobre María!

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Y con cuidado la recuesta. Le cruza las manos y ve cómo se tranquiliza.

Ana regresa y se queda estupefacta en el umbral.

Jesús, que se ha puesto de pie; la mira y…

Le dice:

–                       Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz.

Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón, que lo mira entre un río de lágrimas, más tranquila. Le sonríe…

Y la consuela nuevamente:

–                       Pon tus esperanzas en el Señor. Y te dará sus consuelos.

La bendice y trata de irse; pero…10la_suegra_de_pedro

María de Simón da un grito de dolor:

–                       Se dice que mi hijo te Traicionó con un beso. ¿Es verdad Señor? Si es así permíteme que lo lave besándote las manos. ¡Oh! ¡No puedo hacer otra cosa!  ¡No puedo hacer otra cosa, para borrarlo!… ¡Para borrarlo!  -el dolor la ahoga, mordiendo su corazón con ferocidad.

Jesús no le da sus manos para que se las bese. En toda la entrevista, Él ha tenido cuidado para que no le vea las llagas, que ha mantenido ocultas con la blanquísima tela que no es de este mundo.

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Y lo que hace, es tomarle la cabeza entre sus manos y besarla en la frente, de la más infeliz de todas las mujeres. Es el beso de Dios. ¡Qué no habrá transmitido en él!…

Luego Jesús le dice:

–                       ¡Mis lágrimas y mi beso! Nadie ha tenido tanto de Mí… Quédate tranquila. Entre Yo y tú, no hay más que amor.

La bendice y atraviesa rápidamente la habitación. Sale detrás de Ana, que no se atrevió a acercarse, ni a hablar; pero que llora de emoción.

11sanando

Cuando están en el corredor, Ana hace la pregunta que la inquieta en su corazón:

–                       ¿Mi hija?

Jesús responde:

–                       Hace quince días que goza del Cielo. No te lo dije allá adentro, porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo.

Ana dice:

–                       Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá.

–                       No. No tan pronto.

–                       Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú! ¡Tú que puedes más que todos!

–                       Yo la compadezco más que todos. Soy la Divina Compasión. Soy el Amor. Yo te lo digo, Mujer: si Judas me hubiera lanzado tan solo una mirada de arrepentimiento, le habría alcanzado de Dios el Perdón.

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¡Cuánta tristeza en el rostro de Jesús!

La mujer queda maravillada.

Y sólo pregunta:

–                       Pero, ¿Ese desgraciado pecó de repente? O…

–                       Desde hacía meses que pecaba. Y ni una palabra mía. Ninguna acción mía, pudieron detenerlo. Pues era muy grande su voluntad de pecar. Pero no se lo digas a ella…

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–                       No se lo diré Señor… Cuando Ananías huyó de Jerusalén sin haber consumado la Pascua. La misma noche de la Parasceve, entró gritando: “Tu hijo traicionó al Maestro y lo entregó a sus enemigos. Lo Traicionó con un beso.

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Yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado; coronado de espinas.

15Crucifixion-Jesus-Christ-mormon1

Cargando con la Cruz; crucificado y muerto por obra de tu hijo.

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Nuestro nombre lo gritan los enemigos del Maestro, cual bandera de triunfo, con palabras obscenas. La hazaña de tu hijo la cuentan a gritos. 17Jesus-Judas-kiss

Por menos de lo que cuesta un cordero, vendió al Mesías. Y con un beso traidor, lo señaló a los guardias.”18traicion

María cayó por tierra  y se puso negra. El médico dice que se le derramó la bilis; que se le despedazó el hígado. Y que toda la sangre se le ha corrompido. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón.

Tuve que traérmela aquí; porque iban a la casa de ella en Keriot a gritar: “¡Tu hijo Deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo…” ¿Es verdad este horrible prodigio?

19judas-muerte

–                       No mujer. Fue encontrado muerto, pendiente de un olivo…

–                       ¡Ah! Y gritaban: “El Mesías ha Resucitado. Es Dios. Tu hijo Traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas.”

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Por la noche, me la traje aquí.  Con Ananías y un siervo fiel; el único que se quedó con ella, porque todos los demás la dejaron y nadie quiso estar con ella. Ahora esos gritos los oye María en el viento, en el rumor de la tierra. En todas partes.

21jesucristo du ministerio

–                       ¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible! ¡Sí!

–                       ¿Pero aquel demonio no pensó en eso?

–                       Era una de las razones que Yo empleaba para detenerlo. Pero de nada sirvió. Judas llegó a Odiar inmensamente a Dios. Cuando jamás amó verdaderamente a su padre, ni a nadie. A ningún prójimo suyo. Su egoísmo fue tal, que terminó destruyéndose a sí mismo.

–                       ¡Es verdad!

–                       Adiós mujer. Mi bendición te de fuerzas para soportar los insultos del mundo, porque compadeces a María. Besa mi mano. A ti si te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor.

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Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido al tocar con sus labios la punta de sus dedos.

En ese momento se escucha el ruido de la puerta al abrirse y el grito ahogado de un viejo que se postra…

Y dice:

–                       ¡El Señor!

Ana le dice emocionada:

–                       Ananías, el Señor es Bueno. Vino a consolar a tu parienta y a nosotros también.

El hombre no se atreve a moverse.

Llora diciendo:

–                       Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor.

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Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que le había dicho a María…

Jesús repite:

–                       Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! ¡Dios es Justo! La paz se contigo y con esta casa. He venido y tú irás a donde te envíe. Para la Pascua Suplementaria los discípulos estarán en Bethania.

Irás a ellos y les dirás que doce días después de que Yo morí, me viste en Keriot, vivo y verdadero. En cuerpo, alma y divinidad. Te creerán porque he estado mucho con ellos. Pero los confirmarás en su Fe, acerca de mi Naturaleza Divina, al comprobar que estoy en cualquier lugar, al mismo tiempo.

24sag-cor

Pero antes que eso, irás hoy mismo a Keriot y le dirás al sinagogo que reúna al pueblo. Y ante la presencia de todos, proclamarás que he venido aquí y que se acuerden de mis palabras de despedida. Te replicarán: ‘¿Por qué no ha venido Él con nosotros?’ Y les responderás así: ‘El Señor me ha dicho que os dijese, que si hubierais hecho lo que Él os ordenó que hicierais para con una madre inocente, Él se hubiera manifestado. Habéis faltado al Amor.’  ¿Lo harás?

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Ananías responde:

–                       ¡Es difícil, Señor! Es difícil hacerlo. Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará y no me dejará hablar al pueblo. Tal vez me pegue… Sin embargo lo haré, porque Tú lo ordenas…

El anciano no ha levantado su cabeza y contestó manteniendo su actitud de profunda adoración…

Jesús le dice:

–                       ¡Mírame Ananías!

Cuando Ananías obedece, lo ve. Jesús está tan bello como en el monte Tabor…

25transfiguracion

Es Dios en todo su esplendor. La luz lo cubre ocultando su Rostro y su sonrisa…

Ha desaparecido…

En el corredor solo están los dos que quedan postrados en profunda adoración…

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Mientras tanto en la hacienda que tiene Daniel, el sobrino de Elquías en Beterón. Un grupo de sinedristas están discutiendo…

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Elquías dice:

–                       Lo traje aquí porque no sé a dónde llevarlo. Vosotros sabéis que tengo mis dudas de que Daniel también sea miembro de esa odiosa y nueva secta que ha dado en llamarse ‘cristianos’ Vine también para comprobarlo…

Sadoc le aconseja:

–                       Simón quiere huir. Irse por el mar. ¿Por qué no darle gusto?

Nahúm objeta:

–                       Porque es incapaz de actos juiciosos. A solas en el mar moriría. Y ninguno de nosotros es capaz de conducir una barca.

Eleazar ben Annás:

–                       ¡Y luego, aunque se pudiera! ¿Qué sucedería con lo que diga, en el lugar del desembarco? Dejad que escoja su camino…

28elquias

Cananías:

–                       A la presencia de todos. Aún de su pariente… Haz que exprese su voluntad y que se haga como quiera realizarla.

Se admite esta proposición y Elquías llama a un siervo. Le ordena que traigan a Simón Boeto y que llamen a Daniel.

Enseguida vienen los dos. Y si Daniel da la impresión de no sentirse cómodo con cierta clase de gente…

Simón tiene el semblante de un verdadero orate al que no le falta ni la baba…

Elquías:

–                       Óyenos Simón. Tú dices que te tenemos en prisión, porque queremos matarte…

Simón Boeto:

–                       Tenéis que hacerlo. Tal es la orden.

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Sadoc:

–                       Deliras, Simón. Calla y escucha. ¿Dónde crees que te podrías curar?

Simón:

–                       En el mar. En el mar. En medio del mar. Donde no se oye ninguna voz. Donde no hay sepulcros. Porque los sepulcros se abren y de ellos salen los muertos. Y mi madre me maldice…

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Elquías:

–                       Calla. Escucha. Te amamos. Como a nuestra propia carne. ¿De veras quieres ir allá?

Simón:

–                       Sí que quiero. Porque aquí los sepulcros se abren y mi madre me maldice… Y…

Cananías:

–                       Irás pues. Te llevaremos al mar. Te daremos una barca y tú…

Daniel grita:

–                       ¡Cometéis un homicidio! ¡Está loco! ¡No puede ir solo!…

Nahúm:

–                       Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre. ¿Acaso podríamos hacer lo que Dios no quiere?

Daniel objeta:

–                       Pero si está loco. No tiene voluntad. Entiende menos que un infante. No podéis hacer eso…

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Elquías:

–                       Tú cállate. Sólo eres un campesino ignorante. Nosotros sí sabemos. Mañana partiremos por mar. ¡Alégrate, Simón! ¡Por el mar! ¿Comprendes?

Simón suspira:

–                       ¡Ah! ¡Ya no escucharé las voces de la tierra! Ya no más las voces… ¡Ah!

Pero luego empieza la confusión…

Simón da un grito prolongado. Se convulsiona. Se tapa las orejas y cierra los ojos. Luego escapa aterrorizado.

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Al mismo tiempo, Daniel corre al lado contrario que Simón y a unos veinte metros se postra en tierra con una adoración profunda…

Jesús está frente a él, con toda la majestad del Hombre-Dios Resucitado y lo saluda con una sonrisa llena de amor, pues Daniel es uno de los setenta…

Jesús le dice:

–                       Sígueme.

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Daniel contesta:

–                       ¿A dónde, Señor mío y Dios mío?

–                       Ve a Jerusalén. Allí encontrarás a los apóstoles. Irás por el mundo a predicar mi Palabra y a llevar la Buena Nueva de mi Resurrección. Luego te daré más instrucciones. Te amo.

Jesús lo bendice y desaparece.

Daniel llora de felicidad.

Simultáneamente, Simón Boeto cae preso de unas convulsiones aterradoras, hecha espuma por la boca y da unos alaridos escalofriantes…

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Señalando a donde está Jesús con Daniel, grita:

–                       ¡Hazlo callar! ¡No está muerto! ¡Grita! ¡Grita! ¡Grita más que mi madre! ¡Más que mi padre! ¡Más que en el Gólgota! ¡Allí! ¡Allí! ¡No lo veis allí! ¡Allí está!…

Y señala donde está Daniel feliz, sonriente. Con la cara levantada en alto, después de haberla tenido pegada contra el suelo…

33sanedritayesclavo

Elquías exclama totalmente desconcertado:

–                       ¿Pero quién es? ¿Qué es lo que sucede? Detened a ese loco y a aquel necio. –Luego su voz parece un gruñido. Y grita furioso-  ¿Acaso todos estamos perdiendo el seso?

Elquías se acerca al ‘necio’ que no es otro Daniel y lo sacude con fuerza. Está colérico y no se preocupa del ‘loco’ de Simón que se revuelca en la tierra, con espuma en la boca y lanzando gritos como si fuese un animal rabioso.

Todos los miran a los dos, paralizados por el terror.

Elquías apostrofa a Daniel:

–                       Visionario holgazán. ¿Quieres explicarme qué estás haciendo?

Daniel le replica:

–                       Déjame. Ahora te conozco bien. Me voy lejos de ti. He visto a Quién para mí es un Dios Bondadoso y para vosotros terror… He visto Aquel a quién afirmáis que está muerto.

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Y por la cara que tienen tus compinches, creo que también vosotros lo habéis visto…

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 Me voy. Más que el dinero y cualquier otra riqueza, me importa mi alma. A ti lo que te interesa, es la herencia de mi padre, ¡Quédatela! ¡Adiós, maldito! Y si puedes, trata de alcanzar el Perdón de Dios.

–                       ¿A dónde vas?  ¡No te lo permito!

–                       No puedes detenerme. ¿Acaso tienes derecho de meterme a la cárcel? ¿Quién te lo dio? Te dejo todo esto, que es lo que amas. Yo sigo a Quién amo con toda mi alma, con todo mí ser. Adiós.

Y dándole la espalda, se aleja corriendo como si tuviera alas en los pies, hacia la pendiente verde de olivos y de árboles frutales.

Todos lo miran pasmados.

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Mientras tanto, con heridas. Con espuma. Temblando de terror e infundiendo pavor a su vez; Simón da unos alaridos espeluznantes.

Gritando:

–                ¡Me ha llamado Parricida! ¡Haced que se calle!… ¡Cállate!… ¡Parricida! ¡La misma palabra que mi madre! ¿Por qué los muertos dicen las mismas palabras?…

Elquías y los demás están lívidos. La Ira los ahoga.

Elquías amenaza:

–                       ¡Acabaré contigo, Daniel! Exterminaré a todos los que con sus ‘delirios’ afirman que el Galileo está vivo. Lo digo y lo haré. Lo juro por…

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Sadoc lo interrumpe:

–                       Lo haremos. Lo haremos… Pero no podemos tapar todas las bocas. Todos los ojos que hablan porque ven…  También nosotros lo hemos visto…  Y tú no puedes negarlo, porque lo viste también…

Elquías y otros aúllan:

–                       ¡Cállate! ¡Cállate!…

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Eleazar ben Annás tiene todo el terror milenario que Israel tiene hacia el Altísimo, al pronunciar con sus labios temblorosos:

–                       Estamos vencidos. Tenemos que cargar nuestro Crimen. Y ha llegado la expiación… -Se golpea el pecho angustiosamente. Como si ya tuviera ante sí el patíbulo. Y se lamenta- Tendremos que enfrentar la Venganza de Yeové… 

39yahveh-sebaod

La continuación de esta historia, está en la Biblia…

                                   (EL QUE TENGA OÍDOS, QUE OIGA…)

40JESUS Y LA BIBLIA

15.- MISERICORDIA DIVINA

Jesús sale de la casa de Pedro, junto con sus discípulos y cuando está en la ribera del lago, sentado en la barca de Pedro; se acerca el arquisinagogo. Se saludan mutuamente con un orientalismo respetuoso.

El hombre dice:

–           Maestro, ¿Puedo esperarte para que instruyas al pueblo?

Jesús contesta dulcemente:

–           Sin duda. Si tú y el pueblo lo deseáis.

–           Lo hemos deseado durante todo este tiempo.

–           Entonces a media tarde estaré contigo. Idos todos. Debo ir a buscar a alguien que me necesita.

La gente se aleja de mala gana. Mientras Jesús, con Pedro y Andrés, se van en la barca, por el lago. Llegan a un pequeño río entre dos colinas, que tienen en sus laderas muchos olivos que llegan hasta la orilla y cruzan sus ramas formando una especie de techo;  bajo el cual corre un riachuelo que se precipita en el lago, en una cascada llena de espuma.

Andrés salta al agua para jalar la barca lo más cerca posible a la ribera y poder atarla a un tronco. Mientras, Pedro arrea la vela y asegura una piedra que sirva de puente a Jesús. Luego le dice:

–           Señor, te aconsejaría que te descalzaras y te quites la túnica. Y hagas lo mismo que nosotros. Ese loco de ahí, -señala el riachuelo- forma remolinos en el lago y por eso este lugar no es seguro.

Jesús obedece sin discutir. Ya en tierra, vuelven a ponerse las sandalias y Jesús vuelve a ponerse su vestidura larga. Los otros dos se quedan con las túnicas cortas de color oscuro.

Jesús pregunta:

–           ¿Dónde está?

Andrés contesta:

–           Tal vez se metió en la selva al oír nuestras voces. Casi no tiene con qué cubrirse.

–           Llámala.

Pedro grita:

–                 Soy el discípulo del Rabí de Cafarnaúm. Aquí está Él. Ven fuera…

Ni una señal de vida.

Andrés dice:

–           No se fía. Un día alguien la llamó diciendo: ‘ven para darte comida’ y después le lanzaron pedradas. Nosotros la vimos por primera vez, pues no la recordamos como la ‘Bella de Corozaím’

Jesús pregunta:

–           ¿Y qué hiciste entonces?

–           Le arrojamos pan y pescado. También un trapo que era un pedazo de vela rota y que nosotros usábamos para secarnos. Huimos enseguida, para no contaminarnos.

–           ¡Bueno! ¿Y por qué habéis regresado?

–           Maestro. Tú no estabas y pensábamos qué podríamos hacer para darte más a conocer. Pensamos en todos los enfermos. En todos los ciegos, cojos y mudos. Y también pensamos en ella. Decidimos hacer la prueba. Cuando dijimos que tú podrías sanarla; mucho nos tomaron por locos y no nos quisieron escuchar. Nosotros tuvimos la culpa; pero otros sí nos creyeron. Vine solo en la barca, durante varias noches de luna. Yo hablé con ella. La llamaba y le decía: ‘en el peñasco al pie del olivo hay pan y pescado. No tengas miedo.’  Y me iba.

Ella esperaba a que me fuera; porque nunca la veía. La sexta vez, la vi de pie en la ribera, exactamente donde estás Tú. ¡Me estaba esperando! ¡Qué horror! No escapé, porque pensé en Ti.

Ella me dijo:

–           ¿Quién eres? ¿Por qué tienes piedad de mí?

–           Porque soy discípulo de la Piedad.

–           ¿Quién es?

–           Jesús de Nazareth.

–           ¿Y Él os enseñó a tener piedad de nosotros?

–           De todos.

–           Pero, ¿Sabes quién soy?

–           La Bella de Corozaím. Ahora estás leprosa.

–           ¿Y también para mí hay piedad?

–           Él dice que su piedad es para todos. Y nosotros para ser como Él, debemos tenerla también.

Andrés agrega:

–           Maestro, aquí la leprosa blasfemó sin querer, diciendo: ‘Entonces Él también debió ser un gran pecador’ y yo le dije: ‘¡No! Él es el Mesías. El Santo de Dios.’ Sentí el impulso de decirle: ‘¡Eres maldita por tu lengua!’ Pero no le dije nada, porque pensé: ‘En su desgracia no puede pensar en la misericordia divina’ Entonces ella se puso a llorar y me dijo:

–           ¡Oh! Si es Santo, no puede… No puede tener piedad de la Bella, no. Y yo esperaba…

–           ¿Qué esperabas, mujer?

–           La curación. Volver al mundo, entre los hombres. Sin vivir como una bestia, en una cueva de animales a los que les causo horror.

–           Me juras que si vuelves al mundo, ¿Serás honesta?

–           Sí. Dios me ha castigado justamente por mis pecados. Estoy arrepentida. Mi alma lleva consigo la expiación. Pero siempre aborrece al pecado.

Entonces me pareció que podía prometerle salvación en tu Nombre y ella me dijo:

–           Regresa. Regresa otra vez. Háblame de Él. Haz que mi corazón, antes que mis ojos, lo conozca.

–           Y venía a hablarle de Ti. Como yo sé.

Jesús está radiante y sonriente. Dice:

–           Y Yo he venido a dar salvación, a la primera convertida de mi Andrés.

Pedro ha ido corriente arriba; brincando de piedra en piedra, llamando a gritos a la leprosa.

Mientras que Andrés, por su natural timidez; se ha ruborizado de felicidad ante la mirada amorosísima de su Maestro.

Después de un rato aparece la horrorosa figura de la mujer, entre las ramas de un olivo.

Pedro la ve y grita:

–           ¡Baja ya! No te quiero lapidar. ¡Allá! ¿Lo ves? Es el Rabí Jesús de Nazareth.

La mujer corre veloz, dejando atrás a Pedro. Llega hasta los pies de Jesús y exclama:

–           ¡Piedad, Señor!

Jesús la mira con mucha compasión y le dice dulcemente:

–           ¿Puedes creer que Yo te la pueda tener?

Ella replica:

–           Sí. Porque eres Santo y porque estoy arrepentida. Soy el Pecado; pero Tú Eres la Misericordia. Tu discípulo ha sido el primero en tener misericordia de mí. Y ha venido a traerme pan y fe. Límpiame Señor, primero el alma que la carne. Porque yo soy tres veces impura y si me debes dar una limpieza; una sola: yo te pido la de mi alma pecadora. Antes de haber oído tus Palabras que él me repetía; yo pensaba para mí: ‘Cúrame para regresar entre los hombres’ Pero ahora te digo: ‘Quiero ser perdonada para tener Vida Eterna’

–           Te perdono. No recaigas otra vez. sin embargo…

Ella lo interrumpe:

–           ¡Qué seas Bendito! Viviré en mi cueva. En la Paz de Dios. ¡Libre al fin…! ¡Oh! Libre de remordimientos y de temores. ¡No más miedo a la muerte, porque estoy perdonada! ¡No más miedo a Dios, porque ahora Tú me has absuelto!

Jesús le ordena suavemente:

–           Ve al lago y lávate. Quédate allí dentro hasta que te llame.

La desgraciada piltrafa de mujer, hecha un esqueleto. Corroída. Con la cabellera despeinada, seca, lisa. Se levanta del suelo y entra en el lago. Se mete toda con todo y los harapos que le cubren muy poco.

Pedro dice perplejo:

–           ¿Por qué la mandaste a que se bañe? Es verdad que su hedor enferma, pero… No entiendo.

Jesús no le contesta a él y dice a la mujer:

–           Mujer. Sal y ven aquí. Toma esa tela que está en esa rama.

Es la que usó Jesús para secarse, después que atravesó el breve espacio entre la barca y la playita.

Obediente. La mujer emerge desnuda, pues en el agua se han quedado los harapos que traía.

Pedro, que es el primero en verla; lanza un grito. Mientras Andrés, más pudoroso, le había vuelto la espalda; pero al grito de Pedro, voltea… Y también grita.

Ella, que tenía sus ojos fijos sólo en Jesús y no le preocupaba otra cosa; al oír los gritos y al ver las manos que le hacen señas; se mira… Y ve que en el lago se ha quedado también su lepra… Mira asombrada su hermoso cuerpo desnudo y su cara de belleza perfecta; sintiendo su carne fresca y lozana. Está atónita. No corre. Se agazapa. Se encoge toda pudorosa, avergonzada de su desnudez. Emocionada hasta el punto que lo único que hace es llorar; con un llanto suave, largo, débil; que es más estrujante que un grito.

Jesús se mueve. Llega hasta donde está ella. La cubre en la espalda con la tela. Le acaricia ligeramente la cabeza y le dice:

–           ¡Sé buena! ¡Adiós! Por la sinceridad de tu arrepentimiento, has merecido el favor. Crece en la fe del Mesías y obedece los preceptos de la purificación.

Ella se estremece con un llanto incontenible y no para de llorar. Solo cuando oye el golpeteo de los remos con los que Pedro retira la barca, levanta la cabeza; tiende los brazos y grita:

–           ¡Gracias, Señor! ¡Gracias! ¡Bendito! ¡Bendito, seas!

Jesús le hace un ademán de despedida, mientras la barca da la vuelta para regresar.

Más tarde…

Jesús, con nueve de sus discípulos, atraviesa la plaza y la calle principal.  Entra en la sinagoga de Cafarnaúm. Es evidente que la noticia del nuevo milagro ya se corrió por todos lados, pues hay muchos murmullos y comentarios. Y la sinagoga está llena de gente asombrada y curiosa.

En el umbral de la puerta, está el recaudador de impuestos, el publicano Leví-Mateo. Ahí se queda. Mitad dentro, mitad fuera. Retraído por las señales de desprecio y de burla con que lo miran todos.

Uno que otro epíteto ofensivo y desagradable, le dirigen algunos. Simón y Elí, dos tiesos fariseos; recogen ostensiblemente sus vestiduras y amplios mantos, como si temieran contraer una peste, al rozar el vestido de Mateo.

Jesús al entrar, lo mira atentamente por un segundo y por un segundo, se detiene. Mateo solamente baja la cabeza.

Pedro, en cuanto pasan y avanzan un poco, dice en voz baja a Jesús:

–           ¿Sabes quién es ese hombre tan bien adornado y que tiene más perfume que una mujer? Es Mateo, nuestro tasador de impuestos. ¿Qué viene a hacer aquí? Es la primera vez. Tal vez no encontró compañeros con quienes pasar el sábado; gastando en orgías lo que nos chupa con tasas duplicadas y triplicadas, para tener dinero para el fisco y para el vicio.

Jesús mira tan enojado a Pedro, que este se pone colorado como una manzana. Baja la cabeza y se espera de tal modo; que de ser el primero, termina por ser el último del grupo apostólico.

Cuando Jesús está en su lugar. Después de los cantos y oraciones recitadas por el pueblo, se vuelve para hablar. El arquisinagogo le pregunta si quiere algún rollo; pero Él responde:

–           No es necesario. Ya tengo el tema.

Y empieza:

‘El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró al arrepentirse en su corazón, al gritar a Dios que se arrepentía y que le pedía perdón, el corazón de David se había nublado en las neblinas del sentido y le había estorbado ver el Rostro de Dios, comprender su Palabra.

El Rostro, dije. En el corazón del hombre hay un punto en el que se recuerda el Rostro de Dios. El punto más selecto, el que es nuestro Santo Sanctorum; del que vienen las santas inspiraciones y las santas decisiones. El que despide perfume como un altar; resplandece como una hoguera; canta como un coro de Serafines.

Más cuando en nosotros humea el pecado, entonces ese punto se ofusca de tal forma; que cesan la luz, el perfume, el canto y tan solo queda el olor a humo espeso y el sabor a cenizas.

Pero cuando vuelve la Luz, porque un siervo de Dios la haya traído consigo a esa oscuridad; entonces el corazón ve su fealdad, su baja condición. Y horrorizado, exclama como el rey David: ‘¡Ten piedad de mí, Señor! conforme a la grandeza de tu misericordia y por tu infinita Bondad, lávame de mi pecado’ Pero no dice: ‘No puedo ser perdonado y por eso continuo en el pecado’ 

Por el contrario:

‘Estoy humillado. Contrito lo estoy. Pero Tú qué sabes cómo me he encontrado en el pecado; te ruego de lavarme con agua y limpiarme, para que torne a ser cual la nieve de las cimas’ Y añade: ‘Mi holocausto no será de corderos, ni de bueyes; sino arrepentimiento verdadero de corazón. Porque sé que esto es lo que quieres de nosotros y no lo desprecias’

Esto decía David, después de su pecado. Y después de que el siervo del señor, Natán; lo había hecho que se arrepintiera. Los pecadores, con mayor razón pueden decir esto; ahora que el señor les manda, no a un siervo suyo; sino al Redentor Mismo. A su Verbo. El cual, Justo y Dominador, no solo de los hombres, sino también de los Cielos e Infiernos; ha brotado entre su Pueblo como Luz de la aurora, que brilla sin nubes cuando se levanta el sol matinal.

Habéis leído en qué forma el hombre presa de Mammón, es más débil que un esqueleto moribundo; aun cuando antes hubiera sido ‘el fuerte’. Sabéis como Sansón no valió ya nada, luego que cedió al sentido. Quiero que comprendáis la lección de Sansón, hijo de Manué; destinado a vencer a los filisteos, opresores de Israel.

La primera condición para que fuese tal, era que desde su concepción se mantuviese alejado de todo lo que provoca los bajos sentidos y une en matrimonio las entrañas del hombre, con carne inmunda: o sea; vino, cerveza y carnes grasosas; que encienden la cintura con fuego impuro. Condición segunda: que para ser el libertador, fuese consagrado al Señor desde la infancia. Y para siempre fuese Nazareo. Consagrado es no solo el que externa, sino internamente; se conserva santo. Entonces Dios está con él. Pero la carne es carne. Y Satanás es Tentación. Y tentación es la de la carne que excita al hombre y a la mujer. Y se aprovecha para combatir a Dios, en su corazón y en sus santos Mandamientos. Ved entonces que la robustez del fuerte tiembla y se convierte en piltrafa que acaba con las dotes que Dios le había dado.

Escuchad, pues:

Sansón fue amarrado con siete cordeles de nervios frescos; con siete sogas nuevas. Enclavado en el suelo con siete trenzas de sus cabellos. Y siempre vencía. Pero en vano se tienta al Señor, ni a su Bondad. No es lícito. Él perdona, perdona, perdona. Pero exige voluntad de salir del pecado, para continuar perdonando. Necio es el que dice: ‘Señor, perdón’ y después ¡No huye de lo que lo induce a nuevo pecado! Sansón, tres veces victorioso; no huyó de Dalila; ni del sentido, ni del pecado. Y cansado hasta donde más no se puede, dice el Libro: ‘Y acabándosele el ánimo, reveló el secreto: mi fuerza está en mis siete trenzas’

¿Hay alguno entre vosotros que hastiado hasta el cansancio, sienta que las fuerzas se le acaban porque no hay cosa que azote más que la mala conciencia y que está por entregarse al enemigo? ¡No! Quienquiera que seas, ¡No! No lo hagas. Sansón dio a la tentación el secreto para vencer sus siete virtudes: las siete trenzas simbólicas de la fidelidad de Nazareo. Cansado, se durmió en el seno de la mujer y fue vencido. Ciego, esclavo, impotente por no haber sido fiel al voto. Tornó a ser ‘él fuerte’, ‘el libertador’, cuando en el dolor de un sincero arrepentimiento encontró fuerza.

Arrepentimiento, paciencia, constancia, heroísmo y luego, ¡Oh, pecadores! ¡Os prometo que seréis libertadores de vosotros mismos! En verdad os digo que no hay bautismo que valga, ni rito que sirva, si no hay arrepentimiento y voluntad de renunciar al pecado. En verdad os digo que no hay pecador más grande, que no pueda renacer con su llanto las virtudes que el pecado le había arrebatado del corazón.

Hay una mujer culpable de Israel a quien Dios castigó por su pecado. Ha obtenido misericordia por su arrepentimiento. Misericordia dije. Pero no la tendrán, los que no la usaron con ella, después de castigada. ¿Acaso no tenían en sí esos tales, la lepra de la culpa? Que se examine cada uno… Y que tenga piedad si es que la quiere obtener. Yo os extiendo mi mano por esta arrepentida que torna entre los vivos, después de una horrenda reparación.

Simón de Jonás no yo, llevará el óbolo a la arrepentida que en los umbrales de la vida, regresa a la Vida Verdadera.Y no murmuréis. No estaba Yo cuando era ‘La Bella’. Erais vosotros los que estabais. Y no digo más.

Uno de los dos fariseos pregunta rabioso:

–           ¿Nos acusas de haber sido sus amantes?

Jesús lo traspasa con la mirada y dice:

–           Cada uno tenga frente a sí, su corazón y sus acciones. No acuso. Hablo en nombre de la Justicia. –se vuelve hacia los suyos y agrega- ¡Vámonos!

Y Jesús sale con sus discípulos.

Pero los dos fariseos que parecen conocer a Judas, lo detienen y le dicen:

–           ¿También tú estás con él?

–           ¿Es realmente santo?

Judas responde enfático:

–           ¡Os aseguro que no llegaréis a sospechar su santidad!

–           Pero curó en Sábado,  ¿O no?

Judas corrige:

–           ¡No! ¡Perdonó en Sábado! ¿Y qué día más propicio para el perdón que el sábado? –añade con una sonrisa llena de sarcasmo- ¿No me dais nada para la redimida?

–           No damos nuestro dinero a prostitutas. Se ofrece al Templo Santo.

Judas lanza una risotada irreverente y los deja plantados. Corre y alcanza a Jesús, que está entrando en la casa de Pedro.

Pedro dice a Jesús:

–           Mira. El pequeño Santiago afuera de la sinagoga me dio dos bolsas en lugar de una. Y siempre por encargo del desconocido. ¿Quién es, Maestro? ¡Tú lo sabes! ¡Dímelo!

Jesús sonríe y dice:

–           Te lo diré cuando hayas aprendido a no murmurar de nadie.

 HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA