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VIERNES DE DOLORES

MONTE DE LOS OLIVOS, ISRAEL

Ahora que la mayoría de los habitantes de nuestra casa, la Tierra que Dios creó, nos encontramos en cuarentena forzada, por los dictámenes de nuestros respectivos gobiernos para nuestra protección por la pandemia del COVID-19,

Podemos meditar y orar siguiendo paso a paso, cada uno de los Acontecimientos en la Vida de nuestro Redentor Santísimo, siguiendo sus Huellas Ensangrentadas en los últimos días de su Pasión, Muerte y Resurrección

Extractados en la Crónica de la Magna Traición y el Deicidio perpetrados, por el Pueblo que NO SUPO RECONOCER A DIOS, en la Persona de su Mesías.

Iglesia de San Lázaro, en Betania Israel

Con la nueva impresión de este post, réplica del original publicado el 24 de Diciembre del año 2012, al final dejamos el enlace para continuar la revelación hasta donde la queráis concluir. (1)

Que la Paz del Señor quede en vuestros corazones y la Luz del Espíritu Santo os ilumine el sendero para acompañar a Jesús y fortalecer nuestras almas con la reflexión divina.

Les agradece y bendice, el equipo de Crónica de una Traición…

SANTUARIO DE LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

Impulsados por el amor, la rabia y la curiosidad, una multitud se agolpa en el cancel de Bethania. Han venido sin esperar a que se ponga el sol.

Lázaro, que ha sido llamado por un siervo, queda sorprendido por la violación sabática, porque los primeros que llegan son los más intransigentes de los judíos y que dan una respuesta verdaderamente farisea:

–       Desde la Puerta de las Ovejas ya no se ve el disco solar y entonces nos pusimos en camino, pensando que sin duda no sobrepasaríamos la medida prescrita; antes de que el sol se oculte, detrás de las cúpulas del Templo.

Una sonrisa irónica se dibuja en la afilada cara de Lázaro. Está sano, de buen aspecto y delgado.

Les responde educadamente, pero con sarcasmo:

–       ¿Qué queréis ver? El Maestro respeta el sábado. Está descansando… Todavía no se oculta el sol, para decir que el sábado ha terminado. No voy a perturbarlo.

Muchos peregrinos suplican e insisten en ver a Jesús. Con los hebreos están mezclados los gentiles. Todos observan disimuladamente a Lázaro, como si fuese un ser irreal.

Lázaro soporta la molestia de una fama que no quiso; pero no abre el cancel.

Pacientemente responde a quién le pregunta:

–        Lo veréis en la ciudad. Ahora no puedo llamarlo.  Idos tranquilos, pero no hagáis que vuestra curiosidad sea estéril. El haberme visto vivo y prueba del Poder de Jesús, Cordero de Dios y el Mesías Santísimo, os lleve a todos al Camino. Estoy contento de haber resucitado.

Y espero que el milagro pueda sacudir a los que dudan y convertir a los paganos. Convenciéndolos a todos de que Uno solo es el Dios Verdadero. Y uno solo el Verdadero Mesías: Jesús de Nazareth, el Maestro Santo.

Un gentil pregunta:

–       ¿Pero de veras moriste?

Lázaro responde:

–        Preguntadlo a aquellos judíos principales. Vinieron a mi entierro y muchos de ellos estuvieron presentes cuando resucité.

Le llueven las preguntas:

–        ¿Qué sentiste?

–        ¿Dónde estuviste?

–        ¿Qué recuerdos tienes?

–         Cuando regresaste vivo, ¿Qué te pasó?

–        ¿Cómo te resucitó?

–        ¿De qué moriste?

–        ¿Te encuentras bien ahora?

–        ¿Ya no tienes señales de las llagas?

–        ¿Tú eres el resucitado?

–        ¿Podemos ver el sepulcro donde estuviste?

Lázaro los mira con caridad y responde:

–         Lo soy. Para dar gloria Dios que me sacó de la muerte, para que fuera siervo de su Mesías.

Lázaro pacientemente trata de responder a todos.

Y aunque puede decir que las señales de las llagas se han borrado, no puede responder a lo que experimentó, ni cómo resucitó.

Finaliza diciendo:

–         No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, entre los siervos y mis hermanas. Cuando me quitaron el sudario vi el sol, la luz. Sentí hambre, comí. Sentí el placer de la vida y el gran amor que el Rabí tuvo por Mí. Lo demás lo saben mejor que yo, aquellos tres que están conversando y aquellos dos que apenas llegan.

El hombre dice:

–         A nosotros los gentiles no nos hablan. Vosotros que sois judíos, id a preguntadles… Tú déjanos ver el sepulcro donde estuviste.

Insisten tanto que cansan a Lázaro y éste se decide.

Da instrucciones a sus siervos y luego se dirige a  la gente:

–         Id a aquella vereda y os saldré al encuentro, para llevaros a donde está el sepulcro. Aun cuando no hay otra cosa que ver, más que un hueco abierto en la roca.

–        ¡No importa!

–        ¡Vamos, vamos!

Un escriba pregunta:

–        ¡Lázaro, detente! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O nos está prohibido lo que permites a los extranjeros?

Lázaro contesta:

–         No, Arquélao. Ven también tú. Si el acercarte a un sepulcro no te contamina…

–         No. Porque adentro no hay ningún cadáver.

–         Pero yo estuve dentro por cuatro días. Por cosas mucho menores, se ha pensado en Israel que hay contaminación. Vosotros decís que queda inmundo el que roza con su vestido un cadáver.

Mi sepulcro todavía despide tufos de cadáver. No obstante que desde hace mucho tiempo ha estado abierto.

–        No importa. Nos purificaremos.

Lázaro mira a los dos fariseos que llegaron al último y les pregunta:

–        ¿También vosotros queréis venir?

–         Sí.

Los lleva a todos al sepulcro.

Un rosal en flor rodea la entrada, pero de nada sirve para  suprimir el hedor que sale de la tumba abierta. En la roca, bajo el arco adornado del rosal, se lee: “¡Lázaro, sal afuera!

Los enemigos al verlas, gritan:

–       ¿Por qué mandaste  esculpir esas palabras? ¡No debías hacerlo!

–       ¿Por qué no? En mi casa yo puedo hacer lo que me plazca y nadie puede acusarme por querer esculpir sobre la roca, las palabras del grito  divino que me devolvió a la vida, para que jamás se borren.

Y todo el que las lea bendiga el poder misericordioso en el grito del Mesías que me arrancó de la muerte…

Todos los fariseos responden:

–         ¡Eres un pagano!

–         ¡Un sacrílego!

–         ¡Blasfemas contra nuestro Dios!

–        ¡Festejas el sortilegio del hijo de Belcebú!

–         ¡Ten cuidado, Lázaro!

Lázaro advierte:

–        Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en ella. Que nadie os invitó a venir…  Y que vinisteis por fines indignos. Sois peores que estos paganos, los cuales si ven en El que me resucitó a un Dios.

Todos protestan escandalizados:

–      ¡Anatema!

–       ¡El discípulo es como el Maestro!

–      ¡Horror!

–      ¡Vámonos de esta cloaca impura!

–       ¡Corruptor de Israel!

–       El Sanedrín tendrá presentes tus palabras…

Esto es demasiado para Lázaro y grita:

–       Y Roma vuestros complots… ¡Largaos de aquí!

El siempre bueno Lázaro se comporta como un hijo de Teófilo y los arroja como si fueran una jauría de perros rabiosos.

Después despide a la gente que se va de mala gana, pues insisten en ver a Jesús.

Los siervos cierran el cancel…

Lázaro está por retirarse, cuando ve que salen de un matorral de mirtos, el escriba Eleazar y el sacerdote Juan…

Que le ruegan:

–         No nos eches fuera.

–         Nos metimos entre tus plantas para que no nos vieran. Debemos hablar con el Maestro.

–         Hemos venido porque sospechan menos de nosotros, que de José y Nicodemo.

–         No quisiéramos que nadie nos viera aparte de ti y del Maestro.

Lázaro los invita:

–         Venid.

Los lleva a través del jardín hasta una doble barrera de bojes y de laureles.

–        Quedaos aquí. Os traeré a Jesús.

El sacerdote Juan suplica:

–        Que nadie se dé cuenta.

–        No tengáis miedo.

Muy poco tiempo tienen que esperar.

Por la vereda semioscura a causa de las ramas entrelazadas, aparece Jesús con su vestido blanco de lino.

Lázaro también se acerca mientras Jesús saluda a los dos que ante Él se inclinan profundamente.

El sacerdote Juan dice:

–         Maestro y tú Lázaro, escuchad. En cuanto se supo que estás aquí, el Sanedrín se reunió en la casa de Caifás. Todo lo que hace es ilegal… ¡No te hagas ilusiones, Maestro!

¡Sé prudente Lázaro!…  No os engañe la calma fingida. La aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo preparado, Maestro.

Fingen para atraerte y aprehenderte sin que la multitud se agite y se prepare para defenderte. Tu suerte está sellada y no cambiará.

Si es mañana o dentro de un año, el decreto se llevará a cabo. El Sanedrín nunca olvida sus venganzas. Sabe esperar la ocasión propicia y dar el golpe…

Eleazar agrega:

–        También a ti Lázaro, quieren quitarte de en medio. Aprehenderte, suprimirte. Porque por tu causa, muchos los abandonan para seguir al Maestro. Tú has dicho con palabras muy exactas, que eres el testimonio de su poder.

Y quieren destruirlo. Ellos saben que las multitudes pronto olvidan. Y dicen que desaparecidos tú y el Rabí, muchos entusiasmos se apagarán…

Jesús exclama:

–       ¡No, Eleazar! ¡Echarán llamas!

Juan dice:

–        ¡Oh, Maestro! ¿Qué pasará si mueres? ¿Qué es lo que hará que nuestra Fe en Ti arda en llamas? Y aun cuando así fuera, ¿Qué será de nosotros si Tú estás muerto?

Eleazar dice:

–        Por favor cuídate. Debemos irnos, Maestro. Ya cumplimos con venir a avisarte. La paz sea contigo.

Jesús los despide:

–        Gracias por haber venido. Que nadie os vea. La paz sea con vosotros…

Los dos sinedristas se van.

Y Jesús y Lázaro entran en la casa.

En un resplandecer de blancura y de plata en que ponen una nota menos nívea, los manojos de ramitos de manzano, peral, durazno y de otros árboles frutales que hay en los jarrones.

Y cuyas flores blancas, con un ligero tinte de rosa, derraman su perfume de frescura primaveral.

Sobre las mesas hay una vajilla preciosa: jarras de diferentes tamaños, ensaladeras y salseras, que hacen juego con las copas de plata cincelada.

Hay un aire festivo en la sala del banquete, que ha sido preparada con exquisito cuidado.

Cuando llega el crepúsculo, un último rayo de sol ilumina las palmeras que están afuera y la de un gigantesco laurel, en el que los pajarillos hacen mucha bulla, antes de dormir.

En la sala adyacente, Lázaro muestra a Jesús los rollos nuevos que ha adquirido recientemente.

Jesús comenta con Lázaro, el contenido de esas obras y explica los errores doctrinales que contienen y la diferencia con las verdades fundamentales que Lázaro, rico y culto, ha querido conocer.

Luego los dos pasan a la sala blanca, donde se lleva a cabo la cena, seguidos por los apóstoles. Los últimos en entrar son las hermanas de Lázaro y Maximino.

Jesús se sienta sonriente en su lugar junto a Lázaro y mira a Juan que está en un ángulo de la mesa, que tiene forma de “U”.

A su lado se sienta Lázaro y a su izquierda, su primo Santiago. Tadeo está en el otro ángulo, en  donde empieza la mesa larga.

Martha y María, ofrecen las palanganas para la ablución y las toallas.

Luego María hecha vino en las copas y Martha coloca las fuentes llenas de alimentos, conforme los siervos los van trayendo de la cocina; en un ir y venir de exquisitas y variadas viandas.

Las dos hermanas atienden personalmente a todos los comensales, especialmente a los seres más queridos: Jesús y Lázaro.

Pedro, que ha estado comiendo con mucho gusto, observa:

–     ¡Ah! ¡Ahora me doy cuenta! Todos los platillos son como si estuviéramos en Galilea. Esto parece un banquete de nupcias. Pero aquí no falta el vino, como faltó en Caná.

María sonríe y no dice nada.

Lázaro explica:

–         Fue idea de mis hermanas, sobretodo de María: el presentar una cena en la que el Maestro tuviera la impresión de estar en Galilea.

Después, cuando la cena casi concluye y están en la sobremesa, entretenidos con la conversación, Magdalena sale y Martha pone sobre la mesa, bandejas con flores de higuera y hermosas y suculentas frutas.

Lázaro dice:

–         Comed de las últimas frutas de los naranjales libios y los primeros melones de Egipto, cultivados en los solares.  Éstas son almendras de nuestra patria. Martha, ¿Y el niño?

Martha contesta:

–        Está bien. Noemí lo está cuidando.

Jesús se llena de emoción al recordar Egipto:

–       Teníamos algunas plantas en el huerto. Cuando hacía mucho calor, metíamos los melones en el pozo del vecino, que era profundo y frío.

Y era una delicia comerlos por la noche. Todavía recuerdo…

Yo tenía una cabra golosa a la que había que cuidar bien, porque se despachaba plantas y frutas tiernas.  -Jesús ha dicho estas palabras con la cabeza un poco inclinada.

La levanta y mira las palmeras que se mueven al suave contacto del viento nocturno y agrega-  Cuando veo esas palmeras…

Siempre que veo palmeras, me acuerdo de Egipto. De su tierra amarillenta y arenosa, que con el viento se levanta tan fácilmente. Y de sus pirámides que parecían moverse, en medio del aire enrarecido.

Los altos troncos de las palmeras. La casa donde… pero es inútil hablar de esto. A cada hora su preocupación y con ella su alegría…

Vuelve  entrar María Magdalena. Trae una jarra de cuello delgado, que termina en un hermoso pico. Es de alabastro de color amarillo rojizo, como la piel de algunas personas rubias.

Los apóstoles la miran creyendo que trae algún raro manjar.

María pasa detrás de los lechos y llega hasta donde están Jesús y Lázaro.

Destapa la jarra y deja caer algunas gotas sobre su mano, de un líquido que apenas si sale. Un perfume intenso y riquísimo, se esparce por todo el salón.

María no se contenta con lo poco que sale. Se inclina y rompe de un golpe el cuello de la jarra, contra la saliente del lecho de Jesús. Cae al suelo, esparciendo sobre los mármoles gotas perfumadas.

Ahora sí sale bastante.

María se llena la mano y hecha sobre la cabeza de Jesús, el denso bálsamo. Lo extiende con las peinetas que se ha quitado y unge toda su cabellera.

Le acomoda los rizos que toma, mechón por mechón; entre sus dedos. Parece una mamá que peina a su niño. Queda bastante perfume en la jarra.

La cabellera de Jesús ha quedado empapada. Su cabeza rubio rojizo, brilla como si fuera oro bruñido. La luz de la araña que los siervos prendieron, se refleja cómo sobre un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador y muy intenso.

Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.

Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.

Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo.

Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…

Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.

Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.

Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo…

Y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…

Judas, que hasta ahora había estado silencioso, contemplando con lujuria a la hermosísima mujer y envidioso del Maestro, a quién ungía en la cabeza y en los pies…  

Explota su malhumor; pues si los otros habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayores consecuencias…  

Él, que se había puesto de pie para ver mejor la unción de los pies…

Judas levanta su voz grave en clamorosa protesta:

–        ¡Qué estulticia! ¡Basta ser mujer, para ser necia! ¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Para qué tanto desperdicio? El Maestro no es un publicano, ni una meretriz para recibir estos afeminamientos. Es una deshonra para Él.

¿Qué dirán los judíos al sentirlo perfumado como un efebo? ¡Y luego no se quiere que los jefes del Sanedrín, nos critiquen de pecado!…

Esas acciones son propias de una cortesana lasciva, ¡Y no hablan bien de ti; pues demasiado recuerdan tu pasado!

El insulto es tal, que todos se quedan asombrados y miran a Judas como si de repente se hubiera vuelto loco.

Martha se pone colorada.

Lázaro, aprieta los puños y los labios.

María Magdalena, está como si estuviese sorda…

Y continúa secando los pies de Jesús, con la punta de su cabellera suelta, que con el ungüento se ha vuelto más pesada  y oscura, que en la parte superior.

Los pies de Jesús están lisos y suaves, como si se hubieran cubierto de una nueva piel y María le pone nuevamente las sandalias.

Le besa los pies, indiferente a todo lo que no sea su amor por Jesús.

Mientras tanto, Judas dice retador:

–       ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Ahora, porque me convertí en eco vuestro y he dicho claramente lo que pensabais; no me dais la razón. Repito lo que he dicho.

No quiero afirmar que María sea la amante del Maestro; pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni a Él, ni a ella. Es una acción imprudente e injusta. ¿Para qué este desperdicio?

Si ella quería borrar los recuerdos de su pasado, podía haberme dado esa jarra y el ungüento… ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor.

Lo habría vendido al menos por trescientos denarios, qué es lo que vale un nardo de tal calidad, para dar el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca faltan y mañana encontraremos muchos en Jerusalén.

Maestro, me asombra que Tú permitas de una mujer, tales estupideces. Si tiene riquezas para derrochar; que nos las dé para repartirlas y sería más juiciosa.

Mujer, a ti te lo digo: suspende lo que estás haciendo, pues me parece asqueroso…

María lo mira ruborizada y con reproche. Y está por obedecer…

Pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza, que ella ha inclinado para besarle  los pies.

Y después hace descender aquella mano sobre su espalda, atrayéndola levemente hacia Sí, como para defenderla mientras…

Jesús dice:

–        Déjala en paz. ¿Por qué la reprendes y la molestas? Nadie debe reprobar una obra buena  y llenarla del fango que únicamente la malicia enseña.

No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí, una acción de deber y de amor.

Siempre habrá pobres entre vosotros. Ya estoy para irme…

 A ellos les podéis continuar haciendo el bien. A Mí, el Hijo del Hombre entre los hombres; no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su Hora.

El Amor ha sido para María, Luz. Presiente que voy a morir y ha anticipado el homenaje a mi Cuerpo Sacrificado por todos vosotros.

Me ha ungido para la sepultura, porque entonces no podrá hacerlo y le dolerá demasiado el no haberme podido embalsamar.

En verdad les digo que hasta el fin del Mundo y en todos los lugares donde será predicado el Evangelio, se recordará este acto profético.

Y de lo que ella ha hecho, tomarán lecciones las almas para darme su amor, bálsamo amado por Cristo.

Y serán heroicos en el sacrificio, pensando que cada sacrificio es embalsamamiento del Rey de reyes…  Del Ungido de Dios del Cual la Gracia desciende como este nardo desde mis cabellos, para fecundar el amor en los corazones…

 En los cuales el amor asciende en un continuo y abundante reflujo  de amor, de mí a las almas mías y de ellas hacia Mí.

Sí. En todo el mundo y durante todos los siglos, quiera Dios hacer de cada hijo suyo otra María, que no se pone a calcular en precios, que no fomenta ningún apego; que no guarda ningún recuerdo, aún el más mínimo del pasado...

Sino que destruye y aplasta, todo lo carnal y mundano. Y se rompe y se esparce, como hizo con el alabastro y con el nardo, por amor a su Señor.

Judas, imita si puedes…  

Respétate también a ti mismo. Porque la deshonra no existe aceptando un puro amor con amor puro; sino nutriendo la envidia y el odio, haciendo insinuaciones bajo el impulso de los sentidos…

Ya son tres años, Judas; que te amaestro y todavía no te he podido cambiar. Y la Hora se acerca. Judas… Judas… 

María, gracias. Persevera en tu amor. No llores, María, te repito:

“Todo ha sido perdonado, porque has sabido amar totalmente” Has elegido la mejor parte y no se te quitará. Quédate en paz, mi hermosa oveja a quién encontré nuevamente.

Quédate en paz. Que los pastizales del amor, sean en la Eternidad tu alimento.

Levántate. Besa también mis manos que te absolvieron y has bendecido…

¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! 

Y sin embargo yo os aseguro que el pueblo, a quien han hecho tantos bienes, está preparándose para torturarlas…

Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.

Nadie tiene ganas de seguir comiendo…

Las palabras de Jesús los dejan a todos reflexionando.

El primero que se levanta es Judas Tadeo. Pide permiso para retirarse. Santiago su hermano lo sigue y luego Andrés y Juan.

Judas de Keriot pasa por delante de las mesas y se dispone para salir.

La mirada de Jesús sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada, de dolor infinito…

Pero Judas no la acepta.

Entonces Jesús le pregunta:

–      ¿A dónde vas?

Judas responde evasivo:

–       Afuera…

–      ¿Fuera de la habitación o fuera de la casa?

–        A caminar un poco.

–        No vayas, Judas. Quédate con nosotros…

–        Ya se fueron los demás, ¿Por qué yo no puedo salir?

–        Tú no vas a descansar como ellos…

Judas no responde y obstinado sale.

Nadie habla.

Pedro, Simón, Mateo y Bartolomé, se miran entre sí.

Jesús se levanta y a través de la ventana lo ve salir de la casa, con el manto puesto y lo llama con voz fuerte:

–        ¡Judas, espérame! ¡Debo decirte una cosa!

Y sale detrás de Judas, que sigue caminando pero más despacio. Lo alcanza cerca de la valla del jardín.

Jesús toma a Judas del antebrazo y lo lleva hacia un bosquecillo que tiene plantas llenas de flores.

Jesús dice:

–       ¿A dónde vas Judas? Te ruego que te quedes aquí.

Judas responde:

–        Tú qué sabes todo, ¿Para qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú que lees en el corazón de los hombres? Sabes qué voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos… Ellos me buscan. Voy.

–          ¡Tus amigos! ¡Tú ruina querrás decir! A ella vas. ¡A tus verdaderos asesinos, vas! ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen. Tú…

–          ¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Qué eres un hombre! ¡No más que eso!…  

Porque solamente el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no puedes morir y no deberías tener miedo.

Porque Tú, ahora que sientes próxima la muerte; la temes como cualquier mortal y buscas evitarla por todos los medios. Y en todas las cosas ves un peligro.

¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde tus protestas de estar contento? ¿De estar sediento por realizar el sacrificio?

¡No hay ni un eco de ellos en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías cosas pomposas.

¡No eres menos que los que tachas de hipócritas!

¡Nos deslumbraste y nos has desilusionado! ¡A nosotros que por Ti dejamos todas las cosas! ¡A nosotros que por tu causa seremos objeto de odio! ¡Tú eres la causa de nuestra ruina!

–       ¡Basta! ¡Ve! ¡Ve! No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: “Ayúdame a quedarme. ¡Defiéndeme!” Lo he hecho y ¿De qué ha servido?

Dime una sola cosa; pero antes de decírmela, reflexiona bien…

¿Realmente quieres ir con tus amigos? ¿Los prefieres a Mí? ¿Es ésta tu voluntad?

Judas lo mira desafiante:

–       Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo más que ésta voluntad.

–       Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad el hombre.

Jesús le vuelve la espalda y regresa despacio hacia la casa.

Siente la mirada de Lázaro que lo ve desde la misma ventana, donde momentos antes El mirara salir a Judas.

Y el pálido rostro de Jesús, se esfuerza por sonreír al amigo fiel…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

(1)  https://cronicadeunatraicion.com/2012/12/25/189-el-testamento-de-jesus/

29.- TESTIMONIO APOSTÓLICO

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Judas Tadeo hijo de Alfeo y Simón Zelote fueron los apóstoles de Cristo que llevaron su Doctrina a Egipto, Libia, Siria, la región del Tigris, Eúfrates, Edesa y Babilonia llegando hasta los confines de Persia.

Acompañaban su predicación con muchos milagros y hubo muchísimas conversiones. También entre la nobleza y el mismo rey Acab de Babilonia, con toda su familia.

Dos poderosos hechiceros se adelantaron a la ciudad de Sammir, (Persia) en la que vivían setenta sacerdotes de sus templos paganos y predispusieron a sus habitantes contra los apóstoles, incitándoles a que cuando llegaran a predicarles la nueva religión, los mataran si se negaban a ofrecer sacrificios en honor de los dioses.

En el año 72 d.C. después de evangelizar toda la provincia, Simón y Judas se presentaron en Sammir y en cuanto llegaron, fueron apresados y los llevaron a un templo dedicado al Sol.

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Pero en cuanto los prisioneros penetraron en el recinto, los demonios hablaron a través de sus nigromantes y empezaron a gritar:

–           ¿A qué venís aquí, apóstoles del Dios Vivo? Entre vosotros y nosotros no hay nada en común. Desde que llegasteis a Sammir nos sentimos abrasados por un fuego insoportable.

Enseguida se apareció a los apóstoles un ángel del Señor y les dijo:

–           Elegid entre estas dos cosas la que queráis: Que toda esta gente muera ahora mismo o vuestro propio martirio.

Los apóstoles respondieron:

–           La elección ya está hecha. Pedimos a Dios Omnipotente una doble merced: que conceda a esta ciudad la gracia de su conversión y a nosotros la corona del martirio.

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A continuación, Simón y Judas rogaron a la multitud que guardara silencio y cuando todos estuvieron callados, hablaron ellos y dijeron:

–           Vamos a demostrarles que lo que ustedes adoran no son dioses.

Y Tadeo habló con autoridad:

–           A vosotros espíritus de Satanás que estáis escondidos en estas imágenes, os ordeno en el Nombre de Jesús que salgáis inmediatamente y os manifestéis visiblemente ante quienes habéis engañado hasta hoy.

Y Simón remató:

–           Sois creaturas del Altísimo Creador del Universo. Obedeced en el Nombre de Jesús y destruid la estatua en la que hasta hoy habéis estado enmascarados.

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Ante el asombro general, en aquel mismo instante de las dos estatuas salieron dos demonios espantosos, destrozaron las imágenes que les habían servido de escondite y escaparon dando voces y alaridos espeluznantes.

La gente, impresionada por lo que acababa de ver quedó muda de estupor.

Los sacerdotes paganos como energúmenos, se arrojaron sobre los apóstoles y los destrozaron con un hacha.

Simón fue muerto con golpes de mazo en la cabeza y a Judas lo decapitaron.

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En el preciso instante en que Simón y Judas murieron, el cielo que hasta entonces había estado sereno y despejado, se cubrió de nubarrones y cayó una tormenta tan terrible, que derrumbó el templo y aplastó a los magos.

Al saber la noticia, el rey Acab fue y recogió los cadáveres y los llevó a Babilonia, donde les dio sepultura en una magnífica iglesia que mandó construir en su honor.

Babilonia

* * * * * * *

Después de Pentecostés, al igual que los demás apóstoles, Felipe y Bartolomé permanecieron un tiempo en Palestina. Luego, se fueron a predicar el Evangelio a Siria y siguieron adelante, hasta adentrarse en el Asia Menor.

Su predicación logró muchísimas conversiones, pues el Espíritu Santo obraba muchos prodigios maravillosos, pero también tuvieron que soportar muchísimas pruebas…

A Felipe los paganos quisieron obligarlo a hacer un sacrificio a Marte.

Como en aquel tiempo los dragones todavía no se extinguían; había uno que estaba colocado bajo el pedestal de su estatua y mató con su aliento al sacerdote y a dos soldados.

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Pero Felipe hizo huir al dragón y resucitó a los tres muertos. Esto hizo que aumentara la fama de los apóstoles y su evangelización triunfaba con muchas conversiones.

Durante su paso por Lidia y Misia sufrieron muchas tribulaciones. Fueron encarcelados, azotados y apedreados, pero a pesar de toda esta persecución, la gracia de Dios los sostenía y los protegió milagrosamente, para que continuaran con su misión, hasta las tierras de Frigia.

En Hierápolis, se encontraron con un hombre que estaba ciego desde hacía cuarenta años y se llamaba Eustaquio. Los apóstoles anunciaron el Evangelio y le devolvieron la vista, con el Poder del Espíritu Santo. Luego lo bautizaron y se quedaron en su casa.

La noticia de que Eustaquio había recuperado la vista, se extendió rápidamente por todos lados y una gran multitud se reunió para ver al curado.

Felipe y Bernabé les anunciaron el Evangelio y una gran cantidad de enfermos, fueron sanados. Expulsaron demonios y hubo muchos milagros, con un gran despliegue de Poder del Espíritu Santo. Todo esto hizo que muchos creyeran en Cristo y pidieran ser bautizados.

En la ciudad, había un templo muy famoso, donde era adorada una serpiente gigantesca. La alimentaban y le ofrecían innumerables y variados sacrificios. Con el poder de la Oración, los apóstoles la vencieron y la mataron.

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El gobernador del lugar se llamaba Nicanor y su esposa fue mordida por una cobra. Estaba agonizando y le dijeron que los extranjeros que se alojaban en la casa de Eustaquio sanaban toda clase de males con tan solo decir una palabra.

En ausencia del marido, ella se hizo llevar por los esclavos hasta donde estaban Felipe y Bernabé y fue sanada.

Cuando el gobernador regresó, fue informado de que su mujer se había vuelto cristiana.

Nicanor se encolerizó mucho y ordenó que arrestaran a los apóstoles y que quemaran la casa de Eustaquio. Cuando las órdenes fueron cumplidas, Nicanor se sentó en el Tribunal del Foro, a presidir el juicio de los evangelizadores.

También se presentaron los sacerdotes del templo de la serpiente muerta y los acusaron.

Expusieron sus quejas ante Nicanor, diciendo:

–           ¡Oh, noble Nicanor! ¡Castiga la ignominia que le han hecho a nuestros dioses! Porque desde que estos extranjeros se aparecieron en nuestra ciudad, los templos han sido olvidados y la gente ya no acude a ofrecer sus sacrificios acostumbrados.

Nuestra gran diosa, la serpiente, ha muerto y la ciudad entera se está llenando de iniquidad, pues con sus encantamientos, ellos están corrompiendo a tus súbditos.  Por eso… ¡Da muerte a estos hechiceros!

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Nicanor, ni siquiera dio la oportunidad de que los apóstoles se defendieran y accediendo a las demandas para vengar el sacro agravio, los condenó a la Crucifixión.

El gobernador ordenó que los prisioneros fueran desnudados.

El primero fue Felipe. Le perforaron orificios entre los huesos del tobillo, por donde hicieron pasar cuerdas y lo crucificaron en una cruz con la cabeza hacia abajo, delante del portal de templo de la serpiente. Y llenándolo de insultos, también le arrojaron piedras.

Después crucificaron a Bartolomé y lo pusieron en la pared del templo. Pero repentinamente un gran terremoto sacudió la tierra; ésta se abrió y se tragó al gobernador, a los sacerdotes acusadores y a una gran cantidad de espectadores incrédulos.

Todos los sobrevivientes, tanto cristianos como paganos quedaron aterrorizados y lamentándose, rogaron a los apóstoles que se apiadaran de ellos y les ayudaran a aplacar la irritación del Dios Altísimo del Universo, para que no los aniquilara también a ellos.

Suspendido desde lo alto de la muralla del templo, Felipe oró por sus enemigos, implorando el perdón para ellos y la gracia de la conversión para que obtuvieran la salvación, al conocer y amar a Dios y a la Doctrina Cristiana.

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El Señor accedió a su petición e inmediatamente hizo que la tierra devolviera con vida a las víctimas que se había tragado, con excepción del gobernador y los sacerdotes paganos, del templo de la serpiente.

Y velozmente se pusieron a quitar de la cruz a los apóstoles.

A Bartolomé lo arrancaron pronto, porque no estaba muy arriba del suelo.

Pero a Felipe, como lo habían suspendido muy arriba, no pudieron sustraerlo. Con estos tormentos, fue la Voluntad de Dios la que determinó que su apóstol, pasara de la Tierra al Cielo y muriera en la cruz, como su amado Maestro.

En el lugar donde se derramó su sangre, creció en tres días una vid muy exuberante y hermosa…

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 Luego le hicieron un funeral con  grandes honores, al cuerpo del apóstol sacrificado. Fue enterrado junto a sus hijas en Hierápolis.

Bartolomé en cambio, fue sanado milagrosamente de todas sus heridas y todos glorificaron en voz alta el poder de Cristo y expresaron su deseo de ser bautizados. Bartolomé los catequizó y después de bautizarlos, ordenó como obispo a Eustaquio para que se quedara a cargo de la naciente iglesia que había sido consagrada y se reuniría alrededor del sepulcro de Felipe.

Continuando con su misión Bartolomé llegó hasta la India, proclamando el Evangelio y estableciendo iglesias. Trabajó varios años pasando por ciudades y aldeas, haciendo muchos milagros y predicando a Cristo.

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Tradujo a la lengua local el Evangelio de Mateo y también les dejó por escrito, un Evangelio en lengua hebrea, el cual sería llevado a Alejandría un siglo más tarde, por el filósofo cristiano Panteno.

De la India se fue a Armenia. Y aquí los demonios que moraban en los ídolos, se callaron. Lamentándose con sus últimas palabras, de que Bartolomé los estaba atormentando y que pronto los expulsaría.

Los innumerables prodigios hechos en este renglón, provocó que muchos dejaran a sus dioses y se convirtieran en cristianos.

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Polimio el rey de esta tierra, tenía una hija que estaba poseída por el demonio, quién  exclamaba por labios de ella:

–           Bartolomé. ¿También nos arrojarás de este lugar? –y se lamentaba dando alaridos.

El rey al oír esto, ordenó buscar inmediatamente a Bartolomé.

Y cuando éste llegó junto a la joven, el demonio huyó al instante dejando libre y sanada a la princesa.

El rey, deseando mostrar su gratitud al apóstol le llevó camellos cargados con oro, plata, perlas y distintas piedras preciosas.

El apóstol las rechazó con humildad, diciendo:

–           Yo no busco estas cosas, sino más bien el alma de los hombres que son más valiosas que todos los tesoros de la tierra. Si las consigo y las llevo a las mansiones del Cielo, seré un gran mercader a los ojos del Señor.

El rey Polimio, impactado por estas palabras creyó en Cristo y en el mensaje del Evangelio que Bartolomé les enseñó. Se convirtió el rey, junto con la reina y toda la familia real, además de una gran cantidad de nobles y de ciudadanos del reino.

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Todos fueron bautizados y Bernabé recibió total libertad para predicar en todas partes. Más de diez ciudades siguieron el ejemplo de su rey, que renunció al trono y se hizo discípulo del apóstol.

Sin embargo los sacerdotes de los templos paganos se encolerizaron muchísimo contra Bartolomé. Se lamentaban profundamente por la destrucción de sus dioses y el abandono de sus templos, que eran el sustento de su poder y su riqueza. Celebraron una asamblea y acordaron quejarse ante el nuevo monarca.

Un hermano de Polimio llamado Astiages lo sucedió en el trono. Poco tiempo después de que éste iniciara su reinado, se presentaron ante él para quejarse por los daños inferidos a los dioses con la profanación del templo real y la destrucción de las efigies sagradas.

Y acusaron al apóstol de todos los estragos ocasionados por los encantamientos realizados con sus artes mágicas, que habían corrompido a Polimio. Lo convencieron para que infligiera venganza sobre el sacrílego, por todos estos ultrajes hechos a sus deidades.

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Astiages escuchó la denuncia y dejándose llevar por la cólera, ordenó que arrestaran al apóstol y lo trajeran a su presencia.

Cuando Bartolomé fue capturado y llevado ante él, el rey Astiages le dijo:

–           ¡Así que tú eres el hombre que pervirtió a mi hermano!

Bartolomé contestó:

–           Yo solo le enseñé a conocer al Dios Vivo y Verdadero.

El rey replicó:

–           Pues yo voy a hacer contigo lo que tú hiciste con él. Así como tú obligaste a Polimio a renegar de nuestros dioses, para creer en el tuyo. Yo te obligaré a ti a renegar de tu Dios, para que adores al mío.

–           Yo lo que hice fue demostrar que lo que tu hermano adoraba, ni siquiera son dioses. Son ángeles caídos. Creaturas rebeldes del Único Creador.

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Los mostré apresados públicamente,  para que no sigan engañando y les exigí que destruyeran las efigies  de tus ídolos falsos. Prueba tú a hacer lo mismo. Si consigues maniatar a mi Dios, te prometo que adoraré al tuyo. Pero si no lo consigues, porque no tienen tanto poder, continuaré destruyendo tus falsas divinidades. Y si tú fueses razonable, adorarías a mi Señor, igual que lo hace tu hermano.

Estaban en esto, cuando le dijeron al rey que la imagen de Baldach, otro de sus ídolos acababa de rodar por el suelo, rompiéndose en minúsculos pedazos.

El rey al oír esta noticia, rasgó su manto púrpura y ordenó que azotaran a Bartolomé y lo hizo crucificar cabeza abajo, hasta que renunciase a su Dios o muriese.

Pero el apóstol sufrió con paciencia la paliza y no dejó de proclamar la Palabra de Dios desde la cruz. Exhortó a los cristianos a que fueran firmes en su Fe y a los incrédulos a que conocieran la Verdad guiándose por la Luz de Cristo.

Desde su patíbulo, parecía que estaba en el más cómodo de los púlpitos. Bartolomé predicaba el Evangelio lleno de amor y de alegría, indiferente a todo lo que le sucedía.

El rey rehusaba escucharlo y miraba pasmado la increíble resistencia del mártir.

Hasta que Astiages no pudo soportarlo más y ordenó que desollaran vivo al apóstol.

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Sin embargo, ni aún así Bartolomé se quedó callado y se puso a alabar y glorificar a Dios, mientras le aplicaban el bárbaro tormento.

Al ver esto, exasperado hasta el límite de su capacidad, finalmente el rey ordenó cercenar la cabeza del sentenciado y la separaron de su cuerpo, junto con su piel.

Sólo entonces sus labios enmudecieron… Cuando fue decapitado y su espíritu voló hacia el Cielo.

Así concluyó la vida terrenal de Bartolomé.

Después los cristianos bajaron su cuerpo de la cruz y junto con la cabeza y su piel; lo colocaron en un ataúd y lo enterraron en la ciudad de Albano, (Bakú) en Armenia. Con sus reliquias seguían operándose muchos milagros, siguieron las conversiones y se fortaleció la Iglesia Cristiana.

                                         * * * * * * *

Después de Pentecostés, cuando los apóstoles se dispersaron a diferentes regiones, Andrés se fue a Siria; luego continuó su camino hacia Capadocia, Galacia y Bitinia. Por donde iba pasando, predicaba el Evangelio. Hizo muchísimos milagros y la Presencia del Espíritu Santo en él era tan poderosa, que hubo innumerables conversiones.

Pero así como era portentosa su predicación del Evangelio, sufrió muchas persecuciones.

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En Amiso, ciudad situada al oriente del Mar Negro y a setenta y seis millas de Sinope ciudad del Ponto, lo acogió un judío en su casa.

En Sinope había sido apresado Matías; fue a verlo y ante su presencia, se le soltaron los grilletes a su compañero y se abrió el portón de la prisión. De esta manera lo liberó y Matías se fue a predicar al territorio de los caníbales.

Por su parte, Andrés se quedó en la ciudad predicando el Evangelio, expulsando demonios y haciendo milagros.

A los sacerdotes de los templos de Afrodita y Artemisa, no les hizo ninguna gracia que de manera prodigiosa, también fueran destruidas sus estatuas. Esto, aunado a la violación de su cárcel; los hizo enojar tanto que también a él lo apresaron, lo torturaron, le rompieron los dientes, le cortaron los dedos y creyendo que estaba muerto, lo llevaron fuera de la ciudad y lo lanzaron en un paraje lleno de estiércol.

Jesús lo restauró.

Y Andrés regresó a la ciudad y al mismo lugar totalmente sano, para seguir predicando lleno de gozo y alegría. Sus adversarios al verlo, se quedaron pasmados. Pero al escucharlo creyeron, le pidieron perdón y se convirtieron.

En Bizancio resucitó al hijo único de una mujer que había sido asesinado por sus enemigos.

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Duró dos años en Nicea. Recorrió la región de los antropófagos, las tierras de Scytia, (Actual Moldavia, Ucrania, Hungría y el este de Rusia) Macedonia, Peloponeso y Acaya.

Fundó iglesias, ordenó sacerdotes y consagró como Obispo de Patras a Herodión, uno de los setenta y dos discípulos que menciona el Evangelio.

Predicó en la región de los antropófagos y fue a las tierras de Scytia. (Actual Moldavia, Ucrania, Hungría y el este de Rusia). Con la evangelización de Andrés, todos los templos paganos fueron quedando desiertos.

Poco antes de la Asunción de María Santísima, los ángeles lo llevaron a Jerusalén y la Virgen le anunció la clase de muerte que iba a tener. Desde este momento, su deseo más ardiente fue la Cruz.

El Procónsul de Acaya estaba en Roma, cuando su esposa Maximilia fue sanada de un cáncer en los ojos y se convirtió en cristiana.

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A su regreso, prefirió su lealtad a Roma y persiguió a los cristianos, tal como lo decretaba el Edicto de Nerón.

Cuando Andrés estuvo frente a Egeas, éste le dijo:

–           Así que tú eres ese Andrés, que destruye los templos de los dioses y seduce a los hombres con la religión que he recibido orden de extirpar.

Andrés le contestó:

–           El emperador no reconoce al Hijo de Dios, que bajó a la Tierra para traer la salvación. Esos ídolos no son dioses. Son demonios inmundos que quieren alejar a los hombres de Dios, para que Él no los escuche. Y así poder mantenerlos esclavizados, engañados y llenando sus almas de pecados; que es lo único que se llevarán al otro mundo.

–           Pues si no sacrificas a los dioses, morirás.

–           Tú eres el que debe alejarse de ellos. Tú que eres juez de hombres, reconoce al Juez que está en los Cielos y adórale.

Se inicia una larga discusión en la que el apóstol trata de atraerle a la salvación por la Cruz de Cristo.

Pero para el Procónsul, la cruz es el castigo infamante propio de los esclavos, la afrenta suprema entre los gentiles. Y se mofa de la muerte ignominiosa de Jesús.

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Andrés le dice:

–           Las almas perdidas deben ser rescatadas por el Misterio de la Cruz.

El romano nunca podrá esperar la salvación de un crucificado. Para él es una realidad absurda que no comprende. Y Egeas rechaza la invitación del apóstol y le ordena que sacrifique a los dioses, como lo ordena el edicto.

Andrés le respondió:

–           Si tú conocieras el Misterio de la Cruz, seguramente creerías en Él y también le adorarías.

Estas palabras provocaron la cólera del Procónsul:

–           Te sacrificaré a ti, para que se apacigüen los dioses que enfureciste. Serás colgado en una cruz, igual que al que tú glorificas.

Y Egeas ordenó que lo flagelaran. Lo sentenció a morir crucificado y  amarrado a una cruz. Para prolongar su agonía, aumentar sus sufrimientos y hacer su muerte más lenta y dolorosa.

En el lugar del suplicio, Andrés se quitó sus vestiduras y las dio a sus verdugos. Su rostro estaba radiante y su alma llena de júbilo, al ver su cruz tan ardientemente amada.

La saludó diciendo:

–           Hace mucho tiempo que he deseado y esperado este feliz momento. La cruz ha sido consagrada con el Cuerpo de Cristo…

Después de azotarlo bárbaramente, el apóstol fue amarrado a una Cruz ‘decussata’, (en forma de X) en ella estuvo dos días y en todo ese tiempo, no dejó de predicar, de exhortar, de aconsejar.

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Toda la ciudad se reunió a escucharlo. La gente se amotinó y quiso liberarle.

Pero Andrés los reprendió y les dijo que no se opusieran a su martirio.

Muchos fueron a la casa del Procónsul a decirle que bajara al apóstol.

Egeas los vio tan irritados, que temió un motín y fue al lugar del suplicio.

Andrés le dijo:

–           ¿A qué vienes? Si quieres obtener perdón y creer en Cristo, ya lo tienes. Pero si vienes a bajarme de la cruz, es demasiado tarde porque ya estoy viendo a mi Rey y lo estoy adorando.

Egeas dio una orden y muchos se acercaron para quitarlo.

Pero en cuanto lo tocaron se paralizaron y no pudieron desatarle.

De pronto, una luz brillante y celestial envolvió al apóstol. Estuvo como media hora.

Andrés se sumergió en la Oración en el Espíritu y…

Luego dijo en voz alta:

–           ¡Oh, mi Señor Jesucristo, recibe mi espíritu!…

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Cuando desapareció la luz, Andrés ya había expirado.

Maximilia lo enterró y siguieron sucediendo muchos milagros por las oraciones que hacían en su tumba, pidiéndole su intercesión…

* * * * * * * *

            Después de la Asunción de la Virgen María y antes de la destrucción de Jerusalén, Juan fue a establecerse en Éfeso, junto con una comunidad de creyentes. En una ciudad cercana, una vez vio a un apuesto joven y lo llevó a presentar al obispo a quién él mismo había consagrado. Y le dijo:

–           En presencia de Cristo y ante esta congregación, dejo a este joven a tus cuidados.

El obispo lo hospedó en su casa, lo evangelizó, lo bautizó y lo confirmó. Pero después de un tiempo el muchacho frecuentó malas compañías y acabó convirtiéndose en un asaltante de caminos.

Después de algún tiempo, Juan volvió a la ciudad y le dijo al Obispo:

–           Devuélveme ahora el encargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia.

El obispo se sorprendió y san Juan le explicó que era el joven que le había confiado.

Y el obispo exclamó:

–           Ha muerto para Dios. Se convirtió en un ladrón.

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Entonces el apóstol averiguó dónde podría encontrarlo y lo fue a buscar a la montaña donde estaba la guarida. Cuando llegó, el joven renegado lo reconoció y trató de huir lleno de vergüenza.

Juan le gritó:

–           ¡No te vayas! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, que soy un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti, ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quién me envía.

El joven escuchó estas palabras, inclinó la cabeza y se soltó llorando. Luego se acercó a Juan para implorarle una segunda oportunidad. El apóstol lo reconcilió con la iglesia.

Juan también hizo una predicación poderosa. Cuando era obispo de Éfeso, se había convertido Drusilla y ésta no quiso ya vivir con su marido que se llamaba Andronic y se refugió en un sepulcro.

Un joven que se llamaba Calímaco y estaba perdidamente enamorado de ella, la siguió hasta ese lugar. Y la apremiaba para que correspondiera a su pasión. Asediada Drusilla por su marido y por el pretendiente, deseaba morir y lo consiguió. Frenéticamente enamorado Calímaco, sobornó a un criado de Andronic y entró a su sepulcro.

Le quitó a su amada el sudario y exclamó:

–           Lo que tú no me has querido conceder cuando vivías, lo tomaré ahora que estás muerta.

En el demencial ataque, sació sus deseos en el cadáver de Drusilla. En ese mismo instante, salió del sepulcro una serpiente. Calímaco se desmayó y la serpiente lo mató.

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Hizo lo mismo con el criado cómplice y se quedó enrollada en su cuerpo. Entonces llegaron Andronic y Juan y se sorprendieron al ver que Calímaco estaba vivo. Juan ordenó a la serpiente que se fuera y ésta le obedeció.

Volviéndose hacia Calímaco, le preguntó:

–           ¿Cómo resucitaste?

Calímaco le contestó:

–           Un ángel me habló y me dijo: ‘Era preciso que murieras, para que al revivir te conviertas en cristiano’. Por favor enséñame tu Doctrina, porque yo quiero ser bautizado. Y te ruego que resucites a Drusilla.

El apóstol realizó enseguida ese milagro y todos le suplicaron que resucitase también al sirviente.

Pero éste era un hombre muy protervo, en cuanto recobró la vida, dijo que prefería morir otra vez, antes que ser cristiano y quedó muerto al instante.

Juan solamente sentenció que el árbol malo, siempre produce malos frutos.

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Aristodemo, gran sacerdote del Templo de Artemisa, aunque le sorprendieron mucho estos milagros, se negó a convertirse y le dijo a Juan:

–           Dejadme que os envenene. Y si el veneno no os mata, entonces me convenceré.

El apóstol aceptó la propuesta, pero a condición de que Aristodemo envenenara primero a dos ciudadanos de Efeso que estaban sentenciados a muerte.

Aristodemo les hizo beber el veneno y los dos murieron casi instantáneamente. Cuando Juan tomó el mismo veneno, no le hizo ningún efecto.

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Después resucitó a los dos muertos y el gran sacerdote se convirtió, junto con los dos resucitados.

En el año 95d.C. el emperador Domiciano lo mandó apresar y fue enviado a Roma.

Cuando el emperador lo tuvo frente a él, el heraldo anunció:

–           ‘Éste es Juan, el apóstol de Cristo el crucificado’.

El hijo de Vespasiano lo miró atentamente. Y recordó que los cristianos decían que Juan no moriría hasta que Jesús, su Dios regresara.

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Y tomó una decisión perversa: Ahora mismo vería si eso era verdad.

Y le dijo a Juan:

–           ¡Si verdaderamente tu Jesús es Dios, entonces pídele que te salve! –Y agregó diciéndole al jefe de los verdugos- ¡Llévenselo!

Y se lo llevaron cerca de la Puerta Latina.

Habían preparado un caldero con aceite hirviente y lo metieron ahí. Los verdugos atizan el fuego y el aceite borbotea.

Dentro del caldero se ve a Juan de rodillas, orando en el espíritu. Se le ve intacto, sereno, alegre. Pasó un largo rato y Juan continúa orando.

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Todos los espectadores han enmudecido por el asombro. Nada puede hacerle daño a este hombre portentoso. El malévolo baño lo único que consiguió fue rejuvenecerlo, ante los ojos admirados de todos lo que lo contemplan.

Domiciano lo mira furioso. Su plan para destruir la Fe en Jesucristo, lo único que obtuvo fue aumentarla.

Luego dice a sus oficiales, antes de retirarse:

–           Saquen a este hombre de aquí. No quiero verlo.

Después de esta humillante derrota, el emperador desistió de querer asesinarlo. Juan salió incólume y fue desterrado a la isla de Patmos, en el mar Egeo. Un lugar árido, agreste, volcánico. Por dos años vivió ahí y escribió el Apocalipsis.

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Cuando Domiciano murió en el año 99d.C. el senado revocó sus decretos y su sucesor Nerva, le dio la amnistía.

Regresó a Éfeso, donde descansaba entreteniéndose con una tortolilla. Juan pasó los últimos años, en un estricto ascetismo: tomaba solo pan y agua. Y su vida era muy austera y sencilla. Por su edad avanzada, ya no tenía fuerzas y no predicaba.

Sólo aconsejaba a los obispos de la Iglesia. Repetía incesantemente: ‘Hijitos, ámense los unos a los otros’.

Un día, sus discípulos le preguntaron por qué siempre repetía esto.

Y Juan les respondió:

–           ‘Este es el mandato del Señor y si ustedes lo cumplen, con eso bastará.’

Después que transcurrieron veintiséis años desde que regresó de la isla de Patmos a Éfeso, se le apareció Jesucristo y le dijo: “Ya es hora de que vengas a mi banquete, con tus hermanos” tenía poco más de un siglo de edad.

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Juan reunió a siete de sus discípulos y les dijo:

–           Tomad las espadas en vuestras manos y seguidme.

Así lo hicieron. Lo siguieron fuera de la ciudad, hasta cierto lugar donde les ordenó sentarse. Luego él se apartó a un sitio tranquilo, un poco más allá y comenzó a orar. Era muy temprano, antes del amanecer.

Después de un rato los llamó y les dijo:

–           Cavad con vuestras espadas una zanja en forma de cruz, del tamaño que yo tengo.

Así lo hicieron, mientras él seguía orando en el espíritu. Después de terminar su oración, llamó a  sus discípulos, les dio instrucciones…

Los abrazó diciendo:

–           Tomad un poco de tierra madre y cubridme hasta el cuello. Colocad este velo delgado en mi rostro y abrazadme de nuevo por última vez; porque vosotros ya no me veréis más en esta vida.

Todos volvieron a abrazarlo llenos de pesar. Lamentándose amargamente, mientras lo despedían en paz. Luego se metió en la zanja y justo cuando el sol acababa de salir, él entregó su espíritu.

Habían pasado 68 años después de que él fuera testigo de la Crucifixión y muerte de su amado Maestro.

Todos los años el ocho de mayo, sale una fragante mirra de su tumba y los enfermos que oran pidiéndolo, por su intercesión se sanan.

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Vivió hasta el gobierno pleno del emperador Trajano, después de que todos sus compañeros apóstoles, habían sido abatidos por el Edicto de Nerón.

El Martirio de Pedro y de Pablo, fueron narrados en el libro Enfrentando a Nerón…

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* * * * * * * * *

HERMANO EN CRISTO JESUS:       

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

230.- EL LABERINTO

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Dos días después… El Miércoles de Pascua…

Los Diez están en el patio del Cenáculo y conversan…

Simón Zelote dice:

–                       Estoy muy preocupado porque Tomás no se ha dejado ver. Y no sé dónde encontrarlo.

Juan:

–                       Tampoco yo.

Varios dicen:

–                       No está en la casa de sus padres.

–                       Nadie lo ha visto.

–                       ¿Lo habrán aprehendido?

Juan:

–                       Si así fuera, el Maestro no hubiera dicho: “Diré lo demás cuando llegue el que está ausente.”

Zelote:

–                       Es verdad. Voy a ir otra vez a Bethania. Tal vez ande por los montes y no tiene valor para acercarse.

2tomas

Mateo:

–                       Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y nos salvaste al llevarnos con Lázaro. ¿Os acordáis de lo que el Señor dijo de él?: “Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado.” ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?

Felipe:

–                       Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del Traidor.

Pedro:

–                       En la mañana, oí… Cuando estaba con los vendedores de pescado en el mercado… Y sé que no fue una habladuría, pues conozco al que lo dijo. Que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. Nadie quiere retirarlo…  No saben quién habrá sido; pero encontraron dentro del recinto sagrado su cuerpo totalmente corrompido y con la faja todavía amarrada al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí. Quién sabe cómo…

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Santiago de Alfeo:

–                       Pues a mí me dijeron en la fuente, que desde el domingo por la tarde, las entrañas del Traidor, estaban esparcidas desde la casa de Caifás, hasta la de Annás. Ciertamente se trata de paganos; porque ningún hebreo hubiera tocado jamás el cuerpo, después de cinco días…  ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!

Juan se pone palidísimo, al recordar lo que vio.

Y exclama:

–                       ¡Qué horror! ¡Ya estaba corrompido desde el sábado!

Bartolomé:

–                       ¡Y arrojarlo en el lugar sagrado!… ¡Profanar el Templo de esa manera!…

Andrés:

–                       Pero, ¿Quién podía hacerlo? ¡Si tienen guardias por todos lados!…

Felipe:

–                       A menos que haya sido Satanás…

4demonio

Mateo:

–                       Pero como fue a parar al lugar donde se colgó. ¿Era suyo?

Nathanael:

–                       ¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil y complicado era?

Zelote:

–                       Dirías mejor mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nunca se nos integró. Y nosotros que siempre estábamos juntos, cuando estábamos con él, parecía como si nos topásemos contra una muralla.

Tadeo:

–                       ¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Mejor di un laberinto…

5laberinto

Juan:

–                       Oídme. Ya no hablemos de él. Me parece como si al recordarlo, lo tuviésemos todavía aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera borrar su recuerdo no solo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo, para que no enrojezca de vergüenza, por haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil, para que ninguno de ellos llegue a decir: ‘Su Traidor fue uno de Israel’

Soy un muchacho y comprendo que no debería hablar antes que Pedro, que es nuestra cabeza. Pero como quisiera que lo más pronto posible se nombre a alguien para que ocupe su lugar. Uno que sea santo. Porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del Infierno con sus hedores, sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos engañe…

Andrés:

–                       ¡Qué no, Juan! Te ha quedado una espantosa impresión de su Crimen y de su cuerpo pendiente del árbol.

Juan objeta:

–                       No, no. También María lo ha dicho: “He visto a Satanás, al ver a Judas de Keriot” ¡Oh, Pedro! ¡Tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su Lugar!

6satan

Pedro:

–                       Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote,  ¿Qué voy a escoger el pobre de mí?

Tadeo:

–                       Y con todo, tendrás que hacerlo.

Pedro:

–                       No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor… Basta con los pecados que he cometido.

Santiago de Alfeo dice desconsolado:

–                       Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Nos falta aprender muchas cosas… Y cómo vamos a hacer para saber lo que está mal ¿O no lo está? Mira como el Señor se expresa de nosotros, muy diferente de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación. Pero no ante la duda sobre su Perdón. ¡Oh! ¡Tengo miedo de equivocarme!

Santiago de Zebedeo lo apoya:

–                       No cabe duda de que nos ha dicho tantas cosas. Pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto. Parece que tuviera un agujero en la cabeza…

Todos confiesan sentirse igual.

Sigue un largo silencio que es interrumpido por los toques en la puerta. Todos se quedan callados y esperan. Cuando un siervo va a abrir, todos se quedan sorprendidos y lanzan un ‘¡Oh!’ De emoción al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás…

7_Saint_Thomas_-_James_Tissot

Un Tomás tan cambiado, que está irreconocible.

Todos los rodean con gritos de júbilo:

–                       ¿Sabes que Jesús ha Resucitado y que ha venido?

–                        Espera tu regreso.

Tomás contesta:

–                       Lo sé. Me lo ha dicho también Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven. Y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni un sepulcro, a donde se le pueda ir a llorar… Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice… Y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó, como si fuese un animal inmundo.

8-suicidio-de-judas-

Y también se quiere liberar de los seguidores del Nazareno. En las Puertas me detuvieron el viernes y me dijeron: ‘¿Eras también uno de los suyos? Está Muerto. No hay nada que hacer. Vuelve a trabajar el oro.’ Y huí…

1templo-jerusalen

Zelote:

–                       ¿A dónde? Si te buscamos por todas partes.

–                       ¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama. Luego no me atreví a entrar, porque no quise que me regañara una mujer… Desde entonces vagué por las montañas de la Judea.

Ayer terminé en Belén. Fui a su Gruta. ¡Cuánto he llorado!… Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías, que había ido… No sé por qué.

9Birth of Christ - Carl Bloch

Elías contesta:

–                       ¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va  dónde se siente más a Dios. En esa gruta mi alma se siente acariciada por el recuerdo de su llanto de pequeñín…

Esta vez yo fui para gritar mi felicidad y tomar lo más que pudiera de Él, porque queremos predicar su Doctrina y esas ruinas nos ayudarán. Un puñado de esa tierra. Una astilla de esos palos que lo vieron Nacer. No somos santos, para tener el atrevimiento de tomar tierra del Calvario…  

10redencion

Pedro:

–                       Tienes razón, Elías. También nosotros lo haremos. ¿Y Tomás?…

–                       Dormía y lloraba. Le dije: ‘Despiértate. No llores más. Ha resucitado’ No quiso creerme. Pero tanto le insistí, que lo convencí. Y aquí está ahora, lo he traído con vosotros. Y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros.

Elías se va.

Y Pedro dice:

–                       Tomás, ¡Ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar… ¡Oh! ¿Por qué no viniste antes?

Tomás no se ve libre de su abatimiento.

Tercamente mueve la cabeza y dice convencido:

–                       Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo, las mujeres. Un muerto no resucita por sí mismo.

11

Felipe:

–                       Un hombre no. Pero Él es Dios.

–                       Sí creo que es Dios. Pero porque lo creo, pienso y digo que por más Bueno que sea, no puede regresar a nosotros que tan poco le amamos. Igualmente aseguro que por más Humilde que sea, ya estará harto de haber tomado nuestra carne. No. Seguro que está en el Cielo, cual Vencedor. Y puede ser que se digne aparecer como Espíritu. He dicho: Tal vez… ¡Porque ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos… ¡No lo creo!

12tomas

Tadeo:

–                       Si lo hemos besado. Y lo vimos comer. Hemos oído su voz, tocamos su mano y vimos sus heridas.

Aunque así sea, no creo. No puedo. Necesito ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo. Si no toco las heridas de sus pies y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. Y no puedo aceptar lo que me decís.

13jr

Juan:

–                       Pero, ¡Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?

–                       No. Más bien os agradezco que seáis tan buenos, de querer darme la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero… No. No creo en su Resurrección.

Bartolomé:

–                       ¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Él sabe y ve todo. Tenlo en cuenta.

–                       Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que Él, Señor de la Inteligencia humana, enderece la mía si está extraviada.

14_santomasapostol0

Zelote:

–                       Pero la razón como Él lo ha dicho, es libre.

–                       Con mayor razón no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero. Y quiero mucho al Señor. Le serviré como pueda. Y me quedaré con vosotros. Predicaré su Doctrina. Pero no puedo creer, sino lo que veo. 

15emaus

Todos intervienen para tratar de convencerlo… Pero Tomás es obstinado y no escucha a nadie más que a sí mismo.

Le hablan todos de lo que han visto y de cómo lo han visto.  Le aconsejan que hable con la Virgen.  Pero él mueve su cabeza. Se ha sentado sobre la banca de piedra, que es menos dura que su razón y…

Tercamente repite:

–                       Creeré si lo veo. 

16apostoles

Los apóstoles mueven la cabeza, pero nada pueden hacer. Lo invitan a que pase al comedor, para cenar. Se sientan dónde quieren, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua…  Pero el lugar de Jesús, es considerado sagrado.

Las ventanas están abiertas, al igual que las puertas. La lámpara con dos mechas, esparce una luz débil sobre la mesa. Lo demás en el amplio salón, está sumergido en la penumbra.

Juan tiene a su espalda una alacena. Y está encargado de dar a sus compañeros, lo que deseen comer. El pescado asado, ya está sobre la mesa. Así como el pan, la miel, las aceitunas, las nueces y los higos frescos. Juan está volteado, tomando de la alacena el queso  que su hermano Santiago le pidió. Y ve… Se queda paralizado, con el plato en la mano…

Entonces en la pared que está detrás de los apóstoles como a un metro del suelo, con una luz tenue y fosforescente… Como si saliese de las penumbras en las capas de una niebla luminosa, emerge cada vez más clara la figura de Jesús.

17jesus2

Parece como si su cuerpo, con la luz que llega inmaterial al principio; poco a poco se va materializando más y más, hasta que su Presencia se manifiesta totalmente real.

Está vestido de blanco. Hermosísimo. Amoroso. Sonriente. Con los brazos abiertos y las palmas de sus manos expuestas. Las llagas parecen dos estrellas diamantinas, de las que brotan vivísimos rayos de Luz…

Las llagas que no se ven; porque el vestido las oculta, son los pies y el costado… Y también de allí brota la luz. Al principio parece como si estuviera bañado por la luna. Finalmente aparece su cuerpo concreto. Es Jesús. El Dios-Hombre. Pero más solemne y majestuoso, desde que Resucitó.

18-jesus%20resucitado

Todo esto sucedió en el lapso de unos tres segundos. Nadie más se ha dado cuenta. Hasta que Juan pega un brinco y deja caer sobre la mesa el plato con el queso… Apoya las manos en la orilla y se inclina, como si fuese atraído por un imán y lanza un ¡Oh! Apagado, que todos oyen…

Con el ruido del plato que cayó y el salto de Juan…  Al verlo extasiado, miran en la misma dirección que Él ve…

1jmisericordioso

Y ven a Jesús.

Felices y llenos de entusiasmo, se ponen de pie. Y se dirigen hacia Él.

Jesús, con una sonrisa mucho mayor, avanza hacia ellos. Caminando por el suelo, como cualquier mortal.

Jesús, que antes había mirado solo a Juan, acariciándolo con la mirada.

Los mira a todos y dice:

–                       La paz sea con todos vosotros.

Todos lo rodean jubilosos.

Pedro y Juan de rodillas. Otros de pie, pero inclinados, lo reverencian y lo adoran. El único que se queda como cohibido, es Tomás.

Está arrodillado junto a la mesa. En el mismo lugar donde estaba sentado, pero no se atreve a acercarse…  Y hasta parece como si quisiera hallar, un lugar donde ocultarse.

Jesús extiende sus manos para que se las besen.

Los apóstoles las buscan con ansia sin igual.

20jesus-y-sus-apostoles

Jesús los mira, como si buscase al Undécimo. Claro que Él hace así para dar tiempo a Tomás, a que tenga valor para acercarse… Al ver que el incrédulo apóstol; avergonzado por lo que siente, que no se atreve a hacerlo…

Lo llama:

–                       Tomás. Ven aquí.

El apóstol, totalmente desconcertado… Levanta la cabeza y tiene los ojos llenos de lágrimas… Pero no sabe qué hacer. Baja la cabeza y ya no se mueve…

21jr2

Jesús da unos pasos a donde él está y vuelve a ordenar:

–                       Ven aquí, Tomás.

La voz de Jesús, es más imperiosa que antes.

Tomás se levanta a duras penas y completamente  avergonzado, se dirige lentamente a donde está Jesús.

Jesús exclama:

–                       Ved a quién no cree, si no ve. –y en su voz hay un tono de Perdón.

22Resucitadoapostoles

Tomás lo siente. Mira a Jesús y lo ve sonreír… Toma valor y corre hacia él.

Jesús le dice:

–                       Ven aquí. Acércate. Mira… Mete tu dedo, si no te basta con mirar en las heridas de tu Maestro.

Jesús extiende su mano. Se descubre el pecho y muestra la herida.

23resucito2

Ahora la luz ya no brota de las llagas. Desde el momento en que caminó como cualquier mortal, la luz cesó. Las heridas son reales. Dos agujeros abiertos… Uno en la muñeca derecha y otro en la mano izquierda.

Tomás tiembla. Pero no toca…  Mueve sus labios y no sale ni una palabra.

Jesús ordena con una dulzura infinita:

–                       Dame tu mano, Tomás.

24-santo-tomas

Con su mano derecha toma la del apóstol. Le toma el dedo índice y lo pone dentro de la herida de la mano izquierda, hasta hacerle sentir que está bien atravesada. Después le toma los cuatro dedos y los introduce en la herida del costado.

Y mientras tanto, mira a Tomás… Una mirada dura y dulce al mismo tiempo…

Y le dice:

–                       Ya no quieras ser un hombre incrédulo, sino de Fe.

Tomás por fin se atreve a hablar. Con la mano dentro del Corazón de Jesús, sus palabras brotan entrecortadas por el llanto…

25incredulidad

Y cae de rodillas al pronunciarlas, con los brazos levantados por el arrepentimiento…

Tomás grita:

–                       ¡Señor mío y Dios mío!

No dice más.

26jtomas

Jesús lo perdona. Le pone su mano derecha sobre la cabeza y…

Le responde:

–                       Dignos de alabanza serán los que creerán en Mí, sin haberme visto. ¡Qué premio les daré si tengo en cuenta vuestra fe, que ha necesitado verme para creer!… 

27TOMAS TOCANDO EL COSTADO DE CRISTO

Luego pone su brazo sobre la espalda de Juan… Toma a pedro de la mano y se sientan a la mesa. Jesús ocupa su lugar. Están sentados como en la noche de la Pascua. Pero Jesús quiere que Tomás se siente enseguida de Juan.

Luego dice:

–                       Comed amigos.

Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría. La alegría de contemplarlo.

Jesús toma todos los alimentos, los ofrece, los bendice y los reparte. Él toma un pedazo de miel, le da a Juan y toma lo demás.

28cena1

Luego dice:

–                       Amigos, no debéis asustaros cuando Yo me aparezco. Soy siempre vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros el pan, la sal y el sueño. Que os eligió porque os ha amado. También ahora os sigo amando…

29ascension

Y Jesús continúa hablando. Enseñando. Dando instrucciones…

Finaliza diciendo:

–                       Cuando me amáis hasta vencer todo por Mí; tomo vuestra cabeza y vuestro corazón en mis manos llagadas y con mi Aliento os inspiro mi Poder. Os salvo a vosotros, hijos a quienes amo. Os hacéis hermosos, sanos, libres y felices. Os convertís en los hijos queridos del Señor. Os hago portadores de mi Bondad, entre los pobres hombres; para que los convenzáis de ella y de Mí. Tened fe en mí. amadme. No temáis. Todo lo que he sufrido para salvaros, sea la prenda segura de mi corazón, de vuestro Dios.

Cuando me necesitéis, invocadme… Yo vendré inmediatamente y os daré lo que anhela vuestro corazón. Es tan dulce para Mí, contestar a mis hijos que me llaman… Sobre todo a los que desean conocerme y comprobar el amor infinito que les tengo… Llamadme así: JESÚS. JESÚS. JESÚS. ‘Ven a mí Señor y dame tu Amor …’

30jresucitado (2)

Soy el Primogénito de los Resucitados. Igual será en vosotros. Tanto en la tierra como en el Cielo; SOY YO… VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE; con mi Divinidad, mi Cuerpo, mi Alma, mi Sangre; Infinito cual mi Naturaleza Divina Es. Contenido en un Fragmento de pan, como mi Amor lo Quiso, Real, Omnipresente, Amante, Verdadero Dios,

31Eucaristia1

Verdadero Hombre; Alimento del Hombre hasta la consumación de los siglos. Gozo Verdadero de los elegidos, no para el Tiempo, sino para la Eternidad.

LA EUCARISTIA ES EL ÚLTIMO MILAGRO DEL HOMBRE-DIOS.

32Juan-Jesus-Eucaristia-Pan-Vino-sacrificio-Misa

LA RESURRECCIÓN ES EL PRIMER MILAGRO DEL DIOS-HOMBRE.

Que por Sí Mismo trasmuta su cadáver,  el Viviente Eterno, porque soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin.

33tomas

Juan canta:

¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno! ¡Ven Señor Excelso! ¡Digno Eres de tomar el Libro y de abrir los Sellos! Ya que Tú fuiste degollado y con tu Sangre compraste para Dios, a hombres de toda raza, pueblo y nación. Los hiciste Reino y Sacerdotes para nuestro Dios. Y dominarán toda la Tierra. ¡Digno es el Cordero que ha sido Degollado, de recibir, el Poder y la Riqueza, la Sabiduría, la Fuerza y la Honra! ¡La Gloria y la Alabanza al que está sentado en el Trono y al Cordero! ¡Alabanza, Honor, Gloria y Poder, por los siglos de los siglos! Amén.

34segunda-venida1

Al día siguiente…

Los apóstoles toman sus mantos y preguntan:

–                       ¿A dónde vamos Señor?

Cuando se dirigen a Jesús ya no lo hacen con la familiaridad de antes. Parece como si hablasen con su alma arrodillada. El Maestro que su fe creía ser Dios; pero que estaba junto a sus sentidos, pues era un Hombre…

35cristo20resucito

Ahora es el Señor…  Es Dios. Y lo miran como el verdadero creyente, mira la Hostia Consagrada.

36mir1

El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado. Pero el temor los hace bajar los ojos.

Y es que aun cuando Jesús sea el mismo, después de su Resurrección ya no es el mismo. Aunque su cuerpo sea verdadero, sin embargo es diferente. Se ha revestido de su majestad de Rey del Universo y su aire de súplica, ya desapareció.

37Christ

Se ha revestido de una majestad divina. El Jesús Resucitado parece todavía más alto y robusto. Libre de todo peso, seguro, victorioso, infinitamente Majestuoso y Divino.

Atrae e infunde temor al mismo tiempo. Ahora habla poco. Y si no responde. No insisten. Todos se han vuelto tímidos en su Presencia.

Y si como ahora, extiende su mano para tomar su manto, ya no corren como antes para ayudarle, cuando los apóstoles se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo.

38Christ Blessing the Little Child, 1873

Debe ordenar, como ahora lo hace:

–                       Ven Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas. Y las manos heridas no son ágiles como antes…

Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un pontífice, por los gestos majestuosos que asume, procurando no lastimarlo.

39Carl_Bloch_Christ_in_Emmaus_detail_300

Jesús dice:

–                       Vamos al Getsemaní. Debo enseñaros algo… Tenemos que borrar muchas cosas.

En varias caras se dibuja el pavor al preguntar:

–                       ¿Vamos a ir al Templo?

Jesús responde:

–                       No. Lo santificaría con mi Presencia y no se puede. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone, pues no quiso la Vida… Y pronto desaparecerá… 

40-vista-del-muro-de-los-lamentos-y-la-zona-en-frente-de-ella

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

188.- DESHONRA DE LA MALICIA

1ocaso

Impulsados por el amor, la rabia y la curiosidad, una multitud se agolpa en el cancel de Bethania. Han venido sin esperar a que se ponga el sol.

Lázaro, que ha sido llamado por un siervo, queda sorprendido por la violación sabática, porque los primeros que llegan son los más intransigentes de los judíos y que dan una respuesta verdaderamente farisea:

–                       Desde la Puerta de las Ovejas ya no se ve el disco solar y entonces nos pusimos en camino, pensando que sin duda no sobrepasaríamos la medida prescrita; antes de que el sol se oculte, detrás de las cúpulas del Templo.

Una sonrisa irónica se dibuja en la afilada cara de Lázaro. Está sano, de buen aspecto y delgado.

Les responde educadamente, pero con sarcasmo:

–                       ¿Qué queréis ver? El Maestro respeta el sábado. Está descansando… Todavía no se oculta el sol, para decir que el sábado ha terminado. No voy a perturbarlo.

Muchos peregrinos suplican e insisten en ver a Jesús. Con los hebreos están mezclados los gentiles. Todos observan disimuladamente a Lázaro, como si fuese un ser irreal.

Lázaro soporta la molestia de una fama que no quiso; pero no abre el cancel.

Pacientemente responde a quién le pregunta:

–                       Lo veréis en la ciudad. Ahora no puedo llamarlo.  Idos tranquilos, pero no hagáis que vuestra curiosidad sea estéril. El haberme visto vivo y prueba del Poder de Jesús, Cordero de Dios y el Mesías Santísimo, os lleve a todos al Camino. Estoy contento de haber resucitado.

1lazaro-resurreccion

Y espero que el milagro pueda sacudir a los que dudan y convertir a los paganos. Convenciéndolos a todos de que Uno solo es el Dios Verdadero. Y uno solo el Verdadero Mesías: Jesús de Nazareth, el Maestro Santo.

Un gentil pregunta:

–                       ¿Pero de veras moriste?

Lázaro responde:

–                            Preguntadlo a aquellos judíos principales. Vinieron a mi entierro y muchos de ellos estuvieron presentes cuando resucité.

Le llueven las preguntas:

–                       ¿Qué sentiste?

–                       ¿Dónde estuviste?

–                       ¿Qué recuerdos tienes?

–                       Cuando regresaste vivo, ¿Qué te pasó?

–                       ¿Cómo te resucitó?

–                       ¿De qué moriste?

–                       ¿Te encuentras bien ahora?

–                        ¿Ya no tienes señales de las llagas?

–                       ¿Tú eres el resucitado?

–                       ¿Podemos ver el sepulcro donde estuviste?

Lázaro los mira con caridad y responde:

–                       Los soy. Para dar gloria Dios que me sacó de la muerte, para que fuera siervo de su Mesías.

Lázaro pacientemente trata de responder a todos. Y aunque puede decir que las señales de las llagas se han borrado, no puede responder a lo que experimentó, ni cómo resucitó.

1jlazaro

Finaliza diciendo:

–                       No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, entre los siervos y mis hermanas. Cuando me quitaron el sudario vi el sol, la luz. Sentí hambre, comí. Sentí el placer de la vida y el gran amor que el Rabí tuvo por Mí. Lo demás lo saben mejor que yo, aquellos tres que están conversando y aquellos dos que apenas llegan.

El hombre dice:

–                       A nosotros los gentiles no nos hablan. Vosotros que sois judíos, id a preguntadles… Tú déjanos ver el sepulcro donde estuviste.

Insisten tanto que cansan a Lázaro y éste se decide.

Da instrucciones a sus siervos y luego se dirige a  la gente:

–                       Id a aquella vereda y os saldré al encuentro, para llevaros a donde está el sepulcro. Aun cuando no hay otra cosa que ver, más que un hueco abierto en la roca.

–                       ¡No importa!

–                       ¡Vamos, vamos!

Un escriba pregunta:

–                       ¡Lázaro, detente! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O nos está prohibido lo que permites a los extranjeros?

Lázaro contesta:

–                       No, Arquélao. Ven también tú. Si el acercarte a un sepulcro no te contamina…

–                       No. Porque adentro no hay ningún cadáver.

–                       Pero yo estuve dentro por cuatro días. Por cosas mucho menores, se ha pensado en Israel que hay contaminación. Vosotros decís que queda inmundo el que roza con su vestido un cadáver.

1ltumba

Mi sepulcro todavía despide tufos de cadáver. No obstante que desde hace mucho tiempo ha estado abierto.

–                       No importa. Nos purificaremos.

Lázaro mira a los dos fariseos que llegaron al último y les pregunta:

–                       ¿También vosotros queréis venir?

–                       Sí.

Los lleva a todos al sepulcro.

Un rosal en flor rodea la entrada, pero de nada sirve para  suprimir el hedor que sale de la tumba abierta. En la roca, bajo el arco adornado del rosal, se lee: “¡Lázaro, sal afuera!

1rosal-trepador

Los enemigos al verlas, gritan:

–                       ¿Por qué mandaste  esculpir esas palabras? ¡No debías hacerlo!

–                       ¿Por qué no? En mi casa yo puedo hacer lo que me plazca y nadie puede acusarme por querer esculpir sobre la roca, las palabras del grito  divino que me devolvió a la vida, para que jamás se borren. Y todo el que las lea bendiga el poder misericordioso en el grito del Mesías que me arrancó de la muerte…

Todos los fariseos responden:

–                       ¡Eres un pagano!

–                       ¡Un sacrílego!

–                       ¡Blasfemas contra nuestro Dios!

–                       ¡Festejas el sortilegio del hijo de Belcebú!

–                       ¡Ten cuidado, Lázaro!

Lázaro advierte:

–                       Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en ella. Que nadie os invitó a venir…  Y que vinisteis por fines indignos. Sois peores que estos paganos, los cuales si ven en El que me resucitó a un Dios.

1RaisingofLazarus

Todos protestan escandalizados:

–                       ¡Anatema!

–                       ¡El discípulo es como el Maestro!

–                       ¡Horror!

–                       ¡Vámonos de esta cloaca impura!

–                       ¡Corruptor de Israel!

–                       El Sanedrín tendrá presentes tus palabras…

Esto es demasiado para Lázaro y grita:

–                       Y Roma vuestros complots… ¡Largaos de aquí!

El siempre bueno Lázaro se comporta como un hijo de Teófilo y los arroja como si fueran una jauría de perros rabiosos.

Después despide a la gente que se va de mala gana, pues insisten en ver a Jesús.

Los siervos cierran el cancel…

Lázaro está por retirarse, cuando ve que salen de un matorral de mirtos el escriba Eleazar y el sacerdote Juan…

1MIRTO

Que le ruegan:

–                       No nos eches fuera.

–                       Nos metimos entre tus plantas para que no nos vieran. Debemos hablar con el Maestro.

–                        Hemos venido porque sospechan menos de nosotros, que de José y Nicodemo.

–                        No quisiéramos que nadie nos viera aparte de ti y del Maestro.

Lázaro los invita:

–                       Venid.

Los lleva a través del jardín hasta una doble barrera de bojes y de laureles.

–                       Quedaos aquí. Os traeré a Jesús.

El sacerdote Juan suplica:

–                       Que nadie se dé cuenta.

–                       No tengáis miedo.

Muy poco tiempo tienen que esperar.

Por la vereda semioscura a causa de las ramas entrelazadas, aparece Jesús con su vestido blanco de lino.

Lázaro también se acerca mientras Jesús saluda a los dos que ante Él se inclinan profundamente.

1levita

El sacerdote Juan dice:

–                       Maestro y tú Lázaro, escuchad. En cuanto se supo que estás aquí, el Sanedrín se reunió en la casa de Caifás. Todo lo que hace es ilegal… ¡No te hagas ilusiones, Maestro! ¡Sé prudente Lázaro!…  No os engañe la calma fingida. La aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo preparado, Maestro.

Fingen para atraerte y aprehenderte sin que la multitud se agite y se prepare para defenderte. Tu suerte está sellada y no cambiará. Si es mañana o dentro de un año, el decreto se llevará a cabo. El Sanedrín nunca olvida sus venganzas. Sabe esperar la ocasión propicia y dar el golpe…

Eleazar agrega:

–                       También a ti Lázaro, quieren quitarte de en medio. Aprehenderte, suprimirte. Porque por tu causa, muchos los abandonan para seguir al Maestro. Tú has dicho con palabras muy exactas, que eres el testimonio de su poder.

Y quieren destruirlo. Ellos saben que las multitudes pronto olvidan. Y dicen que desaparecidos tú y el Rabí, muchos entusiasmos se apagarán…

Jesús exclama:

–                       ¡No, Eleazar! ¡Echarán llamas!

Juan dice:

–                       ¡Oh, Maestro! ¿Qué pasará si mueres? ¿Qué es lo que hará que nuestra Fe en Ti arda en llamas? Y aun cuando así fuera, ¿Qué será de nosotros si Tú estás muerto?

Eleazar dice:

–                       Por favor cuídate. Debemos irnos, Maestro. Ya cumplimos con venir a avisarte. La paz sea contigo.

Jesús los despide:

–          Gracias por haber venido. Que nadie os vea. La paz sea con vosotros…

Los dos sinedristas se van.

Y Jesús y Lázaro entran en la casa.

1flor-durazno

En un resplandecer de blancura y de plata en que ponen una nota menos nívea, los manojos de ramitos de manzano, peral, durazno y de otros árboles frutales que hay en los jarrones y cuyas flores blancas, con un ligero tinte de rosa, derraman su perfume de frescura primaveral.

Sobre las mesas hay una vajilla preciosa: jarras de diferentes tamaños, ensaladeras y salseras, que hacen juego con las copas de plata cincelada. Hay un aire festivo en la sala del banquete, que ha sido preparada con exquisito cuidado.

Cuando llega el crepúsculo, un último rayo de sol ilumina las palmeras que están afuera y la de un gigantesco laurel, en el que los pajarillos hacen mucha bulla, antes de dormir.

En la sala adyacente, Lázaro muestra a Jesús los rollos nuevos que ha adquirido recientemente.

Jesús comenta con Lázaro, el contenido de esas obras y explica los errores doctrinales que contienen y la diferencia con las verdades fundamentales que Lázaro, rico y culto, ha querido conocer.

Luego los dos pasan a la sala blanca, donde se lleva a cabo la cena, seguidos por los apóstoles. Los últimos en entrar son las hermanas de Lázaro y Maximino.

Jesús se sienta sonriente en su lugar junto a Lázaro y mira a Juan que está en un ángulo de la mesa, que tiene forma de “U”. A su lado se sienta Lázaro y a su izquierda, su primo Santiago. Tadeo está en el otro ángulo, en  donde empieza la mesa larga.

1-BODAS

Martha y María, ofrecen las palanganas para la ablución y las toallas. Luego María hecha vino en las copas y Martha coloca las fuentes llenas de alimentos, conforme los siervos los van trayendo de la cocina; en un ir y venir de exquisitas y variadas viandas.

1BodasDeCana-

Las dos hermanas atienden personalmente a todos los comensales, especialmente a los seres más queridos: Jesús y Lázaro.

Pedro, que ha estado comiendo con mucho gusto, observa:

–                       ¡Ah! ¡Ahora me doy cuenta! Todos los platillos son como si estuviéramos en Galilea. Esto parece un banquete de nupcias. Pero aquí no falta el vino, como faltó en Caná.

María sonríe y no dice nada.

1milagro-vino

Lázaro explica:

–                       Fue idea de mis hermanas, sobretodo de María: el presentar una cena en la que el Maestro tuviera la impresión de estar en Galilea.

Después, cuando la cena casi concluye y están en la sobremesa, entretenidos con la conversación, Magdalena sale y Martha pone sobre la mesa, bandejas con flores de higuera y hermosas y suculentas frutas.

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Lázaro dice:

–                       Comed de las últimas frutas de los naranjales libios y los primeros melones de Egipto, cultivados en los solares.  Éstas son almendras de nuestra patria. Martha, ¿Y el niño?

Martha contesta:

–                       Está bien. Noemí lo está cuidando.

1Sphinxes, Luxor, Egypt

Jesús se llena de emoción al recordar Egipto:

–                       Teníamos algunas plantas en el huerto. Cuando hacía mucho calor, metíamos los melones en el pozo del vecino, que era profundo y frío. Y era una delicia comerlos por la noche. Todavía recuerdo…

1egipto-con-palmeras-piramides-y-camel

Yo tenía una cabra golosa a la que había que cuidar bien, porque se despachaba plantas y frutas tiernas.  -Jesús ha dicho estas palabras con la cabeza un poco inclinada. La levanta y mira las palmeras que se mueven al suave contacto del viento nocturno y agrega-  Cuando veo esas palmeras…

1piramides

Siempre que veo palmeras, me acuerdo de Egipto. De su tierra amarillenta y arenosa, que con el viento se levanta tan fácilmente. Y de sus pirámides que parecían moverse, en medio del aire enrarecido.

Los altos troncos de las palmeras. La casa donde… pero es inútil hablar de esto. A cada hora su preocupación y con ella su alegría…

Vuelve  entrar María Magdalena. Trae una jarra de cuello delgado, que termina en un hermoso pico. Es de alabastro de color amarillo rojizo, como la piel de algunas personas rubias.

Los apóstoles la miran creyendo que trae algún raro manjar.

María pasa detrás de los lechos y llega hasta donde están Jesús y Lázaro.

Destapa la jarra y deja caer algunas gotas sobre su mano, de un líquido que apenas si sale. Un perfume intenso y riquísimo, se esparce por todo el salón. María no se contenta con lo poco que sale. Se inclina y rompe de un golpe el cuello de la jarra, contra la saliente del lecho de Jesús. Cae al suelo, esparciendo sobre los mármoles gotas perfumadas. Ahora sí sale bastante.

María se llena la mano y hecha sobre la cabeza de Jesús, el denso bálsamo. Lo extiende con las peinetas que se ha quitado y unge toda su cabellera. Le acomoda los rizos que toma, mechón por mechón; entre sus dedos. Parece una mamá que peina a su niño. Queda bastante perfume en la jarra.

La cabellera de Jesús ha quedado empapada. Su cabeza rubio rojizo, brilla como si fuera oro bruñido. La luz de la araña que los siervos prendieron, se refleja cómo sobre un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador y muy intenso.

1Nardos

Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.

Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.

Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…

1ungiendoaJesús

Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.

Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.

Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…

Judas, que hasta ahora había estado silencioso, contemplando con lujuria a la hermosísima mujer y envidioso del Maestro, a quién ungía en la cabeza y en los pies…   Explota su malhumor; pues si los otros habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayores consecuencias…  Él, que se había puesto de pie para ver mejor la unción de los pies…

1jesus-nardo

Judas levanta su voz grave en clamorosa protesta:

–                       ¡Qué estulticia! ¡Basta ser mujer, para ser necia! ¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Para qué tanto desperdicio? El Maestro no es un publicano, ni una meretriz para recibir estos afeminamientos. Es una deshonra para Él.

¿Qué dirán los judíos al sentirlo perfumado como un efebo? ¡Y luego no se quiere que los jefes del Sanedrín, nos critiquen de pecado!…

Esas acciones son propias de una cortesana lasciva, ¡Y no hablan bien de ti; pues demasiado recuerdan tu pasado!

1_Christ_and_Sinner

El insulto es tal, que todos se quedan asombrados y miran a Judas como si de repente se hubiera vuelto loco.

Martha se pone colorada.

Lázaro, aprieta los puños y los labios.

María Magdalena, está como si estuviese sorda y continúa secando los pies de Jesús, con la punta de su cabellera suelta, que con el ungüento se ha vuelto más pesada  y oscura, que en la parte superior.

1adorando a Jesús

Los pies de Jesús están lisos y suaves, como si se hubieran cubierto de una nueva piel y María le pone nuevamente las sandalias. Le besa los pies, indiferente a todo lo que no sea su amor por Jesús.

Mientras tanto, Judas dice retador:

–                       ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Ahora, porque me convertí en eco vuestro y he dicho claramente lo que pensabais; no me dais la razón. Repito lo que he dicho.

No quiero afirmar que María sea la amante del Maestro; pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni a Él, ni a ella. Es una acción imprudente e injusta. ¿Para qué este desperdicio?

Si ella quería borrar los recuerdos de su pasado, podía haberme dado esa jarra y el ungüento… ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor.

1Nardo 5

Lo habría vendido al menos por trescientos denarios, qué es lo que vale un nardo de tal calidad, para dar el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca faltan y mañana encontraremos muchos en Jerusalén.

Maestro, me asombra que Tú permitas de una mujer, tales estupideces. Si tiene riquezas para derrochar; que nos las dé para repartirlas y sería más juiciosa. Mujer, a ti te lo digo: suspende lo que estás haciendo, pues me parece asqueroso…

María lo mira ruborizada y con reproche. Y está por obedecer…

Pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza, que ella ha inclinado para besarle  los pies. Y después hace descender aquella mano sobre su espalda, atrayéndola levemente hacia Sí, como para defenderla mientras…

1Magdalena

Jesús dice:

–                       Déjala en paz. ¿Por qué la reprendes y la molestas? Nadie debe reprobar una obra buena  y llenarla del fango que únicamente la malicia enseña. No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí, una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Ya estoy para irme…  A ellos les podéis continuar haciendo el bien. A Mí, el Hijo del Hombre entre los hombres; no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su Hora.

1amor total

El Amor ha sido para María, Luz. Presiente que voy a morir y ha anticipado el homenaje a mi Cuerpo Sacrificado por todos vosotros. Me ha ungido para la sepultura, porque entonces no podrá hacerlo y le dolerá demasiado el no haberme podido embalsamar.

En verdad les digo que hasta el fin del Mundo y en todos los lugares donde será predicado el Evangelio, se recordará este acto profético. Y de lo que ella ha hecho, tomarán lecciones las almas para darme su amor, bálsamo amado por Cristo.

1jesus_ magdalena

Y serán heroicos en el sacrificio, pensando que cada sacrificio es embalsamamiento del Rey de reyes…  Del Ungido de Dios del Cual la Gracia desciende como este nardo desde mis cabellos, para fecundar el amor en los corazones…  En los cuales el amor asciende en un continuo y abundante reflujo  de amor, de mí a las almas mías y de ellas hacia Mí.

Sí. En todo el mundo y durante todos los siglos, quiera Dios hacer de cada hijo suyo otra María, que no se pone a calcular en precios, que no fomenta ningún apego; que no guarda ningún recuerdo, aún el más mínimo del pasado…

1madalena-adorando

Sino que destruye y aplasta, todo lo carnal y mundano. Y se rompe y se esparce, como hizo con el alabastro y con el nardo, por amor a su Señor.

Judas, imita si puedes…  Respétate también a ti mismo. Porque la deshonra no existe aceptando un puro amor con amor puro; sino nutriendo la envidia y el odio, haciendo insinuaciones bajo el impulso de los sentidos…

Ya son tres años, Judas; que te amaestro y todavía no te he podido cambiar. Y la hora se acerca. Judas… Judas… 

María, gracias. Persevera en tu amor. No llores, María, te repito: “Todo ha sido perdonado, porque has sabido amar totalmente” Has elegido la mejor parte y no se te quitará. Quédate en paz, mi hermosa oveja a quién encontré nuevamente.

1La Oveja Perdida

Quédate en paz. Que los pastizales del amor, sean en la eternidad tu alimento. Levántate. Besa también mis manos que te absolvieron y has bendecido… ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien!  Y sin embargo yo os aseguro que el pueblo, a quien han hecho tantos bienes, está preparándose para torturarlas…

1las-manos-de-jesus

Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.

Nadie tiene ganas de seguir comiendo… Las palabras de Jesús los dejan a todos reflexionando.

El primero que se levanta es Judas Tadeo. Pide permiso para retirarse. Santiago su hermano lo sigue y luego Andrés y Juan.

Judas de Keriot pasa por delante de las mesas y se dispone para salir.

La mirada de Jesús sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada, de dolor infinito…

Pero Judas no la acepta.

1Judas

Entonces Jesús le pregunta:

–                       ¿A dónde vas?

Judas responde evasivo:

–                       Afuera…

–                       ¿Fuera de la habitación o fuera de la casa?

–                       A caminar un poco.

–                       No vayas, Judas. Quédate con nosotros…

–                       Ya se fueron los demás, ¿Por qué yo no puedo salir?

–                       Tú no vas a descansar como ellos…

Judas no responde y obstinado sale.

Nadie habla. Pedro, Simón, Mateo y Bartolomé, se miran entre sí.

Jesús se levanta y a través de la ventana lo ve salir de la casa, con el manto puesto y lo llama con voz fuerte:

–                       ¡Judas, espérame! ¡Debo decirte una cosa!

Y sale detrás de Judas, que sigue caminando pero más despacio. Lo alcanza cerca de la valla del jardín.

Jesús toma a Judas del antebrazo y lo lleva hacia un bosquecillo que tiene plantas llenas de flores.

Jesús dice:

–                       ¿A dónde vas Judas? Te ruego que te quedes aquí.

Judas responde:

–                       Tú qué sabes todo, ¿Para qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú que lees en el corazón de los hombres? Sabes qué voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos… Ellos me buscan. Voy.

1pharisee

–                       ¡Tus amigos! ¡Tú ruina querrás decir! A ella vas. ¡A tus verdaderos asesinos, vas! ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen. Tú…

–                       ¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Qué eres un hombre! ¡No más que eso!…  Porque solamente el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no puedes morir y no deberías tener miedo.

1-muerte

Porque Tú, ahora que sientes próxima la muerte; la temes como cualquier mortal y buscas evitarla por todos los medios. Y en todas las cosas ves un peligro. ¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde tus protestas de estar contento? ¿De estar sediento por realizar el sacrificio?

¡No hay ni un eco de ellos en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías cosas pomposas. ¡No eres menos que los que tachas de hipócritas!

¡Nos deslumbraste y nos has desilusionado! ¡A nosotros que por Ti dejamos todas las cosas! ¡A nosotros que por tu causa seremos objeto de odio! ¡Tú eres la causa de nuestra ruina!

1judas-dem

–                       ¡Basta! ¡Ve! ¡Ve! No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: “Ayúdame a quedarme. ¡Defiéndeme!” Lo he hecho y ¿De qué ha servido? Dime una sola cosa; pero antes de decírmela, reflexiona bien… ¿Realmente quieres ir con tus amigos? ¿Los prefieres a Mí? ¿Es ésta tu voluntad?

Judas lo mira desafiante:

–                       Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo más que ésta voluntad.

–                       Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad el hombre.

Jesús le vuelve la espalda y regresa despacio hacia la casa.

Siente la mirada de Lázaro que lo ve desde la misma ventana, donde momentos antes El mirara salir a Judas. Y el pálido rostro de Jesús, se esfuerza por sonreír al amigo fiel…

1jtristeza

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

PRIMER MISTERIO DE GLORIA IV

PRIMER MISTERIO DE GLORIA IV

CUARTA PARTE:Si no veo, no creo.’

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Dos días después…

Los Diez están en el patio del Cenáculo. Y conversan:

Simón Zelote dice:

–                       Estoy muy preocupado porque Tomás no se ha dejado ver. Y no sé dónde encontrarlo.

Juan:

–                       Tampoco yo.

–                       No está en la casa de sus padres. Nadie lo ha visto. ¿Lo habrán aprehendido?

–                       Si así fuera, el Maestro no hubiera dicho: “Diré lo demás cuando llegue el que está ausente.”

–                       Es verdad. Voy a ir otra vez a Betania. Tal vez ande por los montes y no tiene valor para acercarse.

Mateo:

–                       Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y nos salvaste al llevarnos con Lázaro. ¿Os acordáis de lo que el Señor dijo de él?: “Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado.” ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?

Felipe:

–                       Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del Traidor.

Pedro:

–                       En la mañana, oí: Cuando estaba con los vendedores de pescado en el mercado… Y sé que no fue una habladuría, pues conozco al que lo dijo. Que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. No saben quién habrá sido; pero encontraron dentro del recinto sagrado su cuerpo totalmente corrompido y con la faja todavía amarrada al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí. Quién sabe cómo…

Santiago de Alfeo:

–                       Pues a mí me dijeron en la fuente, que desde ayer por la tarde, las entrañas del Traidor, estaban esparcidas desde la casa de Caifás, hasta la de Annás. Ciertamente se trata de paganos; porque ningún hebreo hubiera tocado jamás el cuerpo, después de cinco días. ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!

Juan se pone palidísimo, al recordar lo que vio.

Y exclama:

–                       ¡Qué horror! ¡Ya estaba corrompido desde el Sábado!

Bartolomé:

–                       ¡Y arrojarlo en el lugar sagrado!… ¡Profanar el Templo de esa manera!…

Andrés:

–                       Pero, ¿Quién podía hacerlo? ¡Si tienen guardias por todos lados!…

Felipe:

–                       A menos que haya sido Satanás…

Mateo:

–                       Pero como fue a parar al lugar donde se colgó. ¿Era suyo?

Nathanael:

–                       ¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil y complicado era?

Zelote:

–                       Dirías mejor mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nunca se nos integró. Y nosotros que siempre estábamos juntos. Cuando estábamos con él; parecía como si nos topásemos contra una muralla.

Tadeo:

–                       ¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Mejor di un laberinto.

Juan:

–                       Oídme. Ya no hablemos de él. Me parece como si al recordarlo, lo tuviésemos todavía aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera borrar su recuerdo no solo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo, para que no enrojezca de vergüenza, por haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil, para que ninguno de ellos llegue a decir: ‘Su Traidor fue uno de Israel’ soy un muchacho y comprendo que no debería hablar antes que Pedro, que es nuestra cabeza. Pero como quisiera que lo más pronto posible se nombre a alguien para que ocupe su lugar. Uno que sea santo. Porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del Infierno con sus hedores, sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos engañe…

Andrés:

–                       ¡Qué no, Juan! Te ha quedado una espantosa impresión de su Crimen y de su cuerpo pendiente del árbol.

Juan objeta:

–                       No, no. También María lo ha dicho: “He visto a Satanás, al ver a Judas de Keriot” ¡Oh, Pedro! ¡Tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su Lugar!

Pedro:

–                       Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote,  ¿Qué voy a escoger el pobre de mí?

Tadeo:

–                       Y con todo, tendrás que hacerlo.

Pedro:

–                       No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor. Basta con los pecados que he cometido…

Santiago de Alfeo dice desconsolado:

–                       Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Nos falta aprender muchas cosas… Y cómo vamos a hacer para saber lo que está mal ¿O no lo está? Mira como el Señor se expresa de nosotros; muy diferente de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación. Pero no ante la duda sobre su Perdón. ¡Oh! ¡Tengo miedo de equivocarme!

Santiago de Zebedeo lo apoya:

–                       No cabe duda de que nos ha dicho tantas cosas. Pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto. Parece que tuviera un agujero en la cabeza…

Todos confiesan sentirse igual.

Sigue un largo silencio que es interrumpido por los toques en la puerta. Todos se quedan callados y esperan…

Cuando un siervo va a abrir, todos se quedan sorprendidos y lanzan un ‘¡Oh!’ De emoción al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás…

Un Tomás tan cambiado, que está irreconocible.

Todos los rodean con gritos de júbilo:

–                       ¿Sabes que ha Resucitado y que ha venido? Espera tu regreso.

Tomás contesta:

–                       Lo sé. Me lo ha dicho también Elías. Pero no… No lo creo. Creo en lo que mis ojos ven. Y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni un sepulcro, a donde se le pueda ir a llorar. Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice. Y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó; como si fuese un animal inmundo. Y también se quiere liberar de los seguidores del Nazareno… En las Puertas me detuvieron el Viernes y me dijeron: ‘¿Eras también uno de los suyos? Está Muerto. No hay nada que hacer. Vuelve a trabajar el oro.’ Y huí…

Zelote:

–                       ¿A dónde? Te buscamos por todas partes.

–                       ¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama. Luego no me atreví a entrar; porque no quise que me regañara una mujer. Desde entonces vagué por las montañas de la Judea. Ayer terminé en Belén. Fui a su Gruta. ¡Cuánto he llorado!… Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías, que había ido… No sé por qué.

Elías contesta:

–                       ¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va  donde se siente más a Dios. En esa gruta mi alma se siente acariciada por el recuerdo de su llanto de pequeñín. Esta vez yo fui para gritar mi felicidad y tomar lo más que pudiera de Él, porque queremos predicar su Doctrina y esas ruinas nos ayudarán…  Un puñado de esa tierra. Una astilla de esos palos que lo vieron Nacer. No somos santos, para tener el atrevimiento de tomar tierra del Calvario…

Pedro:

–                       Tienes razón, Elías. También nosotros lo haremos. ¿Y Tomás?…

–                       Dormía y lloraba. Le dije: ‘Despiértate. No llores más. Ha resucitado’ No quiso creerme. Pero tanto le insistí, que lo convencí. Y aquí está ahora, con vosotros. Y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros.

Elías se va…

Y Pedro dice:

–                       Tomás. ¡Ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar. ¡Oh! ¿Por qué no viniste antes?

Tomás no se ve libre de su abatimiento…

Tercamente mueve la cabeza y dice convencido:

–                       Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo, las mujeres… Un muerto no resucita por sí mismo.

–                       Un hombre no. Pero Él es Dios.

–                       Sí creo que es Dios. Pero porque lo creo, pienso y digo que por más Bueno que sea; no puede regresar a nosotros que tan poco le amamos. Igualmente aseguro que por más Humilde que sea; ya estará harto de haber tomado nuestra carne. No. Seguro que está en el Cielo, cual Vencedor. Y puede ser que se digne aparecer como Espíritu. He dicho: Tal vez… ¡Porque ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos… ¡No lo creo!

Tadeo:

–                       Si… Lo hemos besado. Y lo vimos comer. Hemos oído su voz, tocamos su mano y vimos sus heridas.

–                       Aunque así sea, no creo. No puedo. Necesito ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo. Si no toco las heridas de sus pies y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. Y no puedo aceptar lo que me decís.

Juan:

–                       Pero, ¡Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?

Tomás contesta inclinando la cabeza:

–                       No. Más bien os agradezco que seáis tan buenos, de querer darme la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero… Debo ser sincero: No creo en su Resurrección.

Bartolomé:

–                       ¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Él sabe y ve todo. Tenlo en cuenta.

–                       Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que Él, Señor de la Inteligencia humana, enderece la mía; si está extraviada.

Zelote:

–                       Pero la razón. Como Él lo ha dicho; es libre.

–                       Con mayor razón no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero… Y quiero mucho al Señor…  Le serviré como pueda. Y me quedaré con vosotros. Predicaré su Doctrina. Pero no puedo creer, sino lo que veo.

Tomás, obstinado; No escucha a nadie más que a sí mismo.

Le hablan todos de lo que han visto y de cómo lo han visto.  Le aconsejan que hable con la Virgen.

Pero él mueve su cabeza…  Se ha sentado sobre la banca de piedra, que es menos dura que su razón y tercamente repite:

–                       Creeré si lo veo.

Los apóstoles mueven la cabeza, pero nada pueden hacer. Lo invitan a que pase al comedor; para cenar. Se sientan dónde quieren, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua. Pero el lugar de Jesús, es considerado sagrado. Las ventanas están abiertas, al igual que las puertas. La lámpara con dos mechas, esparce una luz débil sobre la mesa. Lo demás en el amplio salón, está sumergido en la penumbra.

Juan tiene a su espalda una alacena. Y está encargado de dar a sus compañeros, lo que deseen comer. El pescado asado, ya está sobre la mesa. Así como el pan, la miel y los quesitos frescos.

Juan está volteado, tomando de la alacena, el queso que su hermano Santiago le pidió. Y ve…

Se queda paralizado, con el queso en la mano…

Entonces en la pared que está detrás de los apóstoles; como a un metro del suelo, con una luz tenue y fosforescente. Como si saliese de las penumbras, en las capas de una niebla luminosa; emerge cada vez más clara, la figura de Jesús…

Parece como si su cuerpo, con la luz que llega; inmaterial al principio; poco a poco se va materializando más y más, hasta que su Presencia se manifiesta, totalmente real. Está vestido de blanco. Hermosísimo. Amoroso. Sonriente. Con los brazos abiertos y las palmas de su manos expuestas. Las llagas parecen dos estrellas diamantinas, de las que brotan vivísimos rayos de Luz…

Las llagas no se ven. El vestido le oculta los pies y el costado. Y también de allí brota la luz. Al principio parece como si estuviera bañado por la luna. Finalmente aparece su cuerpo concreto. Es Jesús…  El Hombre-Dios. Pero más solemne y majestuoso, desde que Resucitó.

Todo esto sucedió en el lapso de unos tres segundos. Nadie más se ha dado cuenta. Hasta que Juan pega un brinco y deja caer sobre la mesa el plato con el queso…

Apoya las manos en la orilla y se inclina, como si fuese atraído por un imán y lanza un “¡Oh!”  Apagado, que todos oyen.

Con el ruido del plato que cayó y el salto de Juan. Al verlo extasiado; miran en la misma dirección que Él ve… Y ven a Jesús. Felices y llenos de entusiasmo, se ponen de pie. Y se dirigen hacia Él.

Jesús, con una sonrisa mucho mayor, avanza hacia ellos. Caminando por el suelo, como cualquier mortal.

Jesús, que antes había mirado solo a Juan; acariciándolo con la mirada. Los mira a todos y dice:

–                       La paz sea con todos vosotros.

Todos lo rodean jubilosos. Pedro y Juan de rodillas. Otros de pie, pero inclinados, lo reverencian y lo adoran. El único que se queda como cohibido, es Tomás. Está arrodillado junto a la mesa. En el mismo lugar donde estaba sentado, pero no se atreve a acercarse. Y hasta parece como si quisiera hallar donde ocultarse.

Jesús extiende sus manos para que se las besen. Los apóstoles las buscan con ansia sin igual. Jesús los mira, como si buscase al Undécimo. Claro que Él hace así para dar tiempo a Tomás, a que tenga valor para acercarse…

Al ver que el incrédulo apóstol; avergonzado por lo que siente, no se atreve a hacerlo. Lo llama:

–                       Tomás. Ven aquí.

El apóstol levanta la cabeza. Totalmente desconcertado. Con los ojos llenos de lágrimas… pero no sabe qué hacer. Baja la cabeza. Jesús da unos pasos a donde Él está y vuelve a ordenar:

–                       Ven aquí, Tomás.

La voz de Jesús, es más imperiosa que antes. Tomás se levanta a duras penas y avergonzado, se dirige lentamente a donde está Jesús.

Jesús exclama:

–                       Ved a quién no cree, si no ve. –y en su voz hay un tono de Perdón.

Tomás lo siente. Mira a Jesús y lo ve sonreír. Toma valor y corre hacia él.

Jesús le dice:

–                       Ven aquí. Acércate. Mira. Mete tu dedo; si no te basta con mirar en las heridas de tu Maestro.

Jesús extiende su mano. Se descubre el pecho y muestra la herida. Ahora la luz ya no brota de las llagas. Desde el momento en que caminó como cualquier mortal, la luz cesó. Las heridas son reales. Dos agujeros. Uno en la muñeca derecha y otro en la mano izquierda.

Tomás tiembla. Pero no toca. Mueve sus labios y no sale ni una palabra.

Jesús ordena con una dulzura infinita:

–                       Dame tu mano, Tomás.

Con su mano derecha toma la del apóstol. Le toma el dedo índice y lo pone dentro de la herida de la mano izquierda; hasta hacerle sentir que está bien atravesada. Después le toma los cuatro dedos y los introduce en la herida del costado. Y mientras tanto, mira a Tomás. Una mirada dura y dulce al mismo tiempo. Y le dice:

–                       Ya no quieras ser un hombre incrédulo; sino de Fe.

Tomás por fín se atreve a hablar. Con la mano dentro del Corazón de Jesús. Sus palabras son entrecortadas por el llanto. Y cae de rodillas al pronunciarlas, con los brazos levantados por el arrepentimiento:

–                       ¡Señor mío y Dios mío!

No dice más.

Jesús lo perdona.

Le pone su mano derecha sobre la cabeza y le responde:

–                       Dignos de alabanza serán los que creerán en Mí, sin haberme visto. ¡Qué premio les daré si tengo en cuenta vuestra fe; que ha necesitado verme para creer!…

Luego pone su brazo sobre la espalda de Juan. Toma a pedro de la mano y se sientan a la mesa. Ocupa su lugar. Están sentados como en la noche de la Pascua. Pero Jesús quiere que Tomás se siente enseguida de Juan. Luego dice:

–                       Comed amigos.

Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría. La alegría de contemplarlo. Jesús toma todos los alimentos, los ofrece, los bendice y los reparte.

Él toma un pedazo de miel le da a Juan y toma lo demás. Luego dice:

–                       Amigos, no debéis asustaros cuando Yo me aparezco. Soy siempre vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros el pan, la sal y el sueño. Que os eligió porque os ha amado. También ahora os sigo amando…

Y Jesús continúa hablando. Enseñando. Dando instrucciones…

Al día siguiente los apóstoles toman sus mantos y preguntan:

–                       ¿A dónde vamos Señor?

Cuando se dirigen a Jesús ya no lo hacen con la familiaridad de antes. Parece como si hablasen con su alma arrodillada. El Maestro que su fe creía ser Dios; pero que estaba junto a sus sentidos, pues era un Hombre. Ahora es el Señor. Es Dios. Y lo miran como el verdadero creyente, mira la Hostia Consagrada. El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado. Pero el temor los hace bajar los ojos.

Y es que aún cuando Jesús sea el mismo, después de su Resurrección ya no es el mismo. Aunque su cuerpo sea verdadero; sin embargo es diferente. Se ha revestido de una majestad divina y su aire de súplica; ya desapareció.

Se ha revestido de una majestad divina. El Jesús Resucitado parece todavía más alto y robusto. Libre de todo peso, seguro, victorioso, infinitamente Majestuoso y Divino. Atrae e infunde temor al mismo tiempo. Ahora habla poco. Y si no responde. No insisten. Todos se han vuelto tímidos en su Presencia.

Y si como ahora, extiende su mano para tomar su manto; ya no corren como antes para ayudarle, cuando los apóstoles se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo.

Debe ordenar, como ahora lo hace:

–                       Ven Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas. Y las manos heridas no son ágiles, como antes.

Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un pontífice; por los gestos majestuosos que asume, procurando no lastimarlo.

Jesús dice:

–                       Vamos al Getsemaní. Debo enseñaros algo… Tenemos que borrar muchas cosas.

En varias caras se dibuja el pavor al preguntar:

–                       ¿Vamos a ir al Templo?

Jesús responde:

–                       No. Lo santificaría con mi Presencia y no se puede. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone, pues no quiso la Vida. Pronto desaparecerá… 

En la casa de campo donde Jesús, acompañado por María de Simón, la madre de Judas; obró el milagro al curar a Ana, la madre de Juana. En una gran habitación que hay en el fondo de un enorme corredor, en el lecho; está una mujer irreconocible por la angustia mortal que la está destruyendo.  La fiebre la devora, encendiendo sus mejillas salientes. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos rojos por la calentura y el llanto, cerrados bajo unos párpados hinchados. Y lo que no está rojo, tiene la amarillez intensa, verdosa, como de bilis derramada en la sangre. Tiene los brazos descarnados y las manos afiladas, sobre las mantas que se mueven al jadear.

Cerca de la enferma, está Ana la madre de Juana. Y ella le seca las lágrimas y el sudor. Agita un abanico de palma. Cambia los lienzos mojados en vinagre aromatizado, de la frente y de la garganta. Le acaricia las manos y los cabellos despeinados, que son más blancos que negros. Que le caen sobre las mejillas, tiesos del sudor; sobre las orejas que parecen de alabastro por lo transparente.

También Ana llora y la consuela diciendo:

–                       No así, María. No así. Basta… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús.

María de Simón, grita:

–                       ¡Cállate! No repitas ese Nombre, que al decírmelo se profana. ¡Soy la madre… del Caín… de Dios!… ¡Ah!

El llanto es desgarrador. Siente que se ahoga. Se arroja la cuello de su amiga, que le ayuda a vomitar bilis que le ale de la boca.

–                       ¡Calma! ¡Calma! ¡No así! ¿Qué quieres que te diga, para persuadirte de que el Señor te ama? Te lo repito. Te lo digo por lo que me es más santo: mi Salvador y mi hija. Él me lo dijo, cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró, su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz; pobre madre atormentada.

–                       ¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… lo dice… Lleva por el mundo su voz que grita: ‘María de Simón. Madre de Judas, el que Traicionó al Maestro. Y lo entregó a sus verdugos.’ ¿Lo oyes? Todo lo proclama. Las tórtolas, las ovejas, toda la tierra está gritando que soy yo… ¡No! ¡No quiero curarme! ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo no perdona… No distingue. Estoy enloqueciendo, porque el mundo aúlla: ¡Eres la madre de Judas!…

Se deja caer sobre la almohada. Ana la acomoda otra vez y sale con los lienzos sucios.

María. Con los ojos cerrados después del último esfuerzo, gime:

–                       ¡La madre de Judas! ¡De Judas! ¡De Judas!  -jadea. Y luego- pero, ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa?…

Esta vez no hay luz. Nada anunciala Presenciasanta del Dios-Hombre Resucitado.

De pronto Jesús se materializa a un lado del lecho de la enferma. Se inclina sobre ella y le dice amorosísimo:

–                       ¡María! ¡María de Simón!

La mujer casi delira y no le hace caso. Está sumergida en el torbellino de su dolor. Está obsesionada con la misma idea que se repite monótona, como el golpeteo de un tamboril: ¡La madre de Judas! ¡Qué cosa parí! El mundo aúlla: ¿Qué cosa es Judas?

Aparecen dos lágrimas en los dulces ojos de Jesús. Pone la mano sobre la frente de la enferma; haciendo a un lado las cataplasmas húmedas de vinagre. Y le dice:

–                       Un infeliz. Nada más esto. Si el mundo aúlla. Dios ahoga su aullido diciéndote: ‘Tranquilízate, porque Te amo.’ ¡Mírame, pobre madre!  Controla tu espíritu extraviado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…

María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor.

Siente su mano sobre su frente. Se lleva las manos a la cara y gime:

–                       ¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido; me hubiera arrancado las entrañas, para que no hubiera nacido!

–                       Y hubieras cometido un pecado muy grave, María. ¡Oh, María! ¡No quieras hacer algo malo por culpa de otro! Las madres que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables por los pecados de sus hijos. tú cumpliste con tu deber. María, dame tus manos. Cálmate ¡Pobre, madre!

–                       Soy la madre de Judas. Estoy inmunda como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un Demonio! No me toques. –y llora.

Se revuelve en el lecho, tratando de esquivar las manos divinas que la quieren tocar. Las dos lágrimas de Jesús, le caen sobre la cara enrojecida por la fiebre.

Jesús le dice:

–                       Te he purificado María. Mis lágrimas de compasión han caído sobre ti. Desde que bebí mi Cáliz de Dolor, por nadie he llorado. Pero sobre ti, lo hago con toda mi compasión.

La toma de las manos y se sienta a un lado del lecho. Teniendo las manos temblorosas de María, entre las suyas. La compasión que brilla en los hermosos ojos de color zafiro acaricia, envuelve a la enferma curándola.

La infeliz mujer, se calma y murmura:

–                        ¿No me tienes rencor?

Jesús le contesta.

–                       Te amo. Por eso he venido. Tranquilízate.

–                       Tú perdonas. Pero el mundo. Tu Madre me odiará.

–                       Ella te considera una hermana. El mundo es cruel. Tienes razón. Pero mi Madre, es la Madre del Amor. Es buena. Tú no puedes andar por el mundo. Pero Ella vendrá a ti, cuando ya todo esté en paz. El tiempo tranquiliza…

–                       Si me amas, hazme morir.

–                       Todavía no. Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí. Será breve.

–                       Mi hijo te dio mucho dolor…  ¡Te dio un horror infinito!

–                       Y a ti, un dolor infinito. El horror ha pasado. no sirve para más. Pero tú dolor sí sirve. Se une al mío. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo. Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre. Y alrededor, el dolor de los santos que sufrirán por Mí. ¡Pobre María!

Y con cuidado la recuesta. Le cruza las manos y ve cómo se tranquiliza. Ana regresa y se queda estupefacta en el umbral.

Jesús, que se ha puesto de pie; la mira y le dice:

–                       Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz.

Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón, que lo mira entre un río de lágrimas, más tranquila. Le sonríe. La consuela nuevamente:

–                       Pon tus esperanzas en el Señor. Y te dará sus consuelos.

La bendice y trata de irse; pero…

María de Simón da un grito de dolor:

–                       Se dice que mi hijo te Traicionó con un beso. ¿Es verdad Señor? Si es así permíteme que lo lave besándote las manos. ¡Oh! ¡No puedo hacer otra cosa!  ¡No puedo hacer otra cosa, para borrarlo… para borrarlo!  -el dolor la ahoga, mordiendo su corazón con ferocidad.

Jesús no le da sus manos para que se las bese. En toda la entrevista, Él ha tenido cuidado para que no le vea las llagas, que ha mantenido ocultas con la blanquísima tela que no es de este mundo. Y lo que hace, es tomarle la cabeza entre sus manos y besarla en la frente, de la más infeliz de todas las mujeres. Es el beso de Dios. ¡Qué no habrá transmitido en él!…

Luego Jesús le dice:

–                       ¡Mis lágrimas y mi beso! Nadie ha tenido tanto de Mí… Quédate tranquila. Entre Yo y tú, no hay más que amor.

La bendice y atraviesa rápidamente la habitación.

Sale detrás de Ana, que no se atrevió a acercarse, ni a hablar; pero que llora de emoción. Cuando están en el corredor, Ana hace la pregunta que la inquieta En su corazón:

–                       ¿Mi hija?

Jesús responde:

–                       Hace quince días que goza del Cielo. No te lo dije allá adentro, porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo.

Ana dice:

–                       Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá.

–                       No. No tan pronto.

–                       Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú! ¡Tú que puedes más que todos!

–                       Yo la compadezco más que todos. Soy la Divina Compasión.Soy el Amor. Yo te lo digo, Mujer: si Judas me hubiera lanzado tan solo una mirada de arrepentimiento, le habría alcanzado de Dios el Perdón.

¡Cuánta tristeza en el rostro de Jesús! La mujer queda maravillada. Y sólo pregunta:

–                       Pero, ¿Ese desgraciado pecó de repente? O…

–                       Desde hacía meses que pecaba. Y ni una palabra mía. Ninguna acción mía, pudieron detenerlo. Pues era muy grande su voluntad de pecar. Pero no se lo digas a ella…

–                       No se lo diré Señor. Cuando Ananías huyó de Jerusalén sin haber consumadola Pascua.Lamisma noche dela Parasceve, entró gritando: “Tu hijo traicionó al Maestro y lo entregó a sus enemigos. Lo Traicionó con un beso. Yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado; coronado de espinas. Cargando conla Cruz; crucificado y muerto por obra de tu hijo. Nuestro nombre lo gritan los enemigos del Maestro, cual bandera de triunfo, con palabras obscenas. La hazaña de tu hijo la cuentan a gritos. Por menos de lo que cuesta un cordero, vendió al Mesías. Y con un beso traidor, lo señaló a los guardias.” María cayó por tierra  y se puso negra. El médico dice que se le derramó la bilis; que se le despedazó el hígado. Y que toda la sangre se le ha corrompido. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón. Tuve que traérmela aquí; porque iban a la casa de ella en Keriot a gritar: “¡Tu hijo Deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo.” ¿Es verdad este horrible prodigio?

–                       No mujer. Fue encontrado muerto, pendiente de un olivo…

–                       ¡Ah! Gritaban: “El Mesías ha Resucitado. Es Dios. Tu hijo Traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas.”

Por la noche, me la traje aquí.  Con Ananías y un siervo fiel; el único que se quedó con ella, porque todos los demás la dejaron y nadie quiso estar con ella. Ahora esos gritos los oye María en el viento, en el rumor de la tierra. En todas partes.

–                       ¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible! ¡Sí!

–                       ¿Pero aquel demonio no pensó en eso?

–                       Era una de las razones que Yo empleaba para detenerlo. Pero de nada sirvió. Judas llegó a Odiar inmensamente a Dios. Cuando jamás amó verdaderamente a su padre, ni a nadie. A ningún prójimo suyo. Su egoísmo fue tal, que terminó destruyéndose a sí mismo.

–                       ¡Es verdad!

–                       Adiós mujer. Mi bendición te de fuerzas para soportar los insultos del mundo, porque compadeces a María. Besa mi mano. A ti si te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor.

Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido al tocar con sus labios la punta de sus dedos. En ese momento se escucha el ruido de la puerta al abrirse y el grito ahogado de un viejo que se postra:

–                       ¡El Señor!

Ana le dice emocionada:

–                       Ananías, el Señor es Bueno. Vino a consolar a tu parienta y a nosotros también.

El hombre no se atreve a moverse. Llora diciendo:

–                       Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor.

Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que le había dicho a María:

–                       Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! ¡Dios es Justo! La paz se contigo y con esta casa. He venido y tú irás a donde te envíe. Para la Pascua Suplementaria los discípulos estarán en Bethania. Irás a ellos y les dirás que doce días después de que Yo morí, me viste en Keriot, vivo y verdadero. En cuerpo, alma y divinidad. Te creerán porque he estado mucho con ellos. Pero los confirmarás en su Fe, acerca de mi Naturaleza Divina, al comprobar que estoy en cualquier lugar, al mismo tiempo.

Pero antes que eso, irás hoy mismo a Keriot y le dirás al sinagogo que reúna al pueblo. Y ante la presencia de todos, proclamarás que he venido aquí y que se acuerden de mis palabras de despedida. Te replicarán: ‘¿Por qué no ha venido Él con nosotros?’ Y les responderás así: ‘El Señor me ha dicho que os dijese, que si hubierais hecho lo que Él os ordenó que hicierais para con una madre inocente, Él se hubiera manifestado. Habéis faltado al Amor.’  ¿Lo harás?

Ananías responde:

–                       ¡Es difícil, Señor! Es difícil hacerlo. Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará y o me dejará hablar al pueblo. tal vez me pegue… sin embargo lo haré; porque Tú lo ordenas…

El anciano no ha levantado su cabeza y contestó manteniendo su actitud de profunda adoración…

Jesús le dice:

–                       ¡Mírame Ananías!

Cuando Ananías obedece, lo ve. Jesús está tan bello como en el monte Tabor… Es Dios en todo su esplendor. La luz lo cubre ocultando su Rostro y su sonrisa…

Ha desaparecido…

En el corredor solo quedan los dos que quedan postrados en profunda adoración…

Mientras tanto en la hacienda que tiene Daniel, el sobrino de Elquías en Beterón. Un grupo de sinedristas están discutiendo…

Elquías dice:

–                       Lo traje aquí porque no sé a dónde llevarlo. Vosotros sabéis que tengo mis dudas de que Daniel también sea miembro de esa odiosa y nueva secta que ha dado en llamarse ‘cristianos’ Vine también para comprobarlo…

Sadoc le aconseja:

–                       Quiere huir. Irse por el mar. ¿Por qué no darle gusto?

Nahúm objeta:

–                       Porque es incapaz de actos juiciosos. A solas en el mar moriría. Y ninguno de nosotros es capaz de conducir una barca.

Eleazar ben Annás:

–                       ¡Y luego, aunque se pudiera! ¿Qué sucedería con lo que dice, en el lugar del desembarco? Dejad que escoja su camino…

Cananías:

–                       A la presencia de todos. Aún de su pariente… Haz que exprese su voluntad y que se haga como quiera realizarla.

Se admite esta proposición y Elquías llama a un siervo. Le ordena que traigan a Simón Boeto y que llamen a Daniel.

Enseguida vienen los dos. Y si Daniel da la impresión de no sentirse cómodo con cierta clase de gente. Simón tiene el semblante de un verdadero orate al que no le falta ni la baba…

Elquías:

–                       Óyenos Simón. Tú dices que te tenemos en prisión, porque queremos matarte…

Simón Boeto:

–                       Tenéis que hacerlo. Tal es la orden.

Sadoc:

–                       Deliras, Simón. Calla y escucha. ¿Dónde crees que te podrías curar?

Simón:

–                       En el mar. En el mar. En medio del mar. Donde no se oye ninguna voz. Donde no hay sepulcros. Porque los sepulcros se abren y de ellos salen los muertos. Y mi madre me maldice…

Elquías:

–                       Calla. Escucha. Te amamos. Como a nuestra propia carne. ¿De veras quieres ir allá?

Simón:

–                       Sí que quiero. Porque aquí los sepulcros se abren y mi madre me maldice… Y…

 

Cananías:

–                       Irás pues. Te llevaremos al mar. Te daremos una barca y tú…

Daniel grita:

–                       ¡Cometéis un homicidio! ¡Está loco! ¡No puede ir solo!…

Nahúm:

–                       Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre. ¿Acaso podríamos hacer lo que Dios no quiere?

Daniel objeta:

–                       Pero si está loco. No tiene voluntad. Entiende menos que un infante. No podéis hacer eso…

Elquías:

–                       Tú cállate. Sólo eres un campesino ignorante. Nosotros sí sabemos. Mañana partiremos por mar. ¡Alégrate, Simón! ¡Por el mar! ¿Comprendes?

Simón suspira:

–                       ¡Ah! ¡Ya no escucharé las voces de la tierra! Ya no más las voces… ¡Ah!

Pero luego empieza la confusión…

Simón da un grito prolongado. Se convulsiona. Se tapa las orejas y cierra los ojos. Luego escapa aterrorizado.

Al mismo tiempo, Daniel corre al lado contrario que Simón y a unos veinte metros se postra en tierra con una adoración profunda…

Jesús está frente a él, con toda la majestad del Hombre-Dios Resucitado y lo saluda con una sonrisa llena de amor. Daniel es uno de los setenta. Le dice:

–                       Sígueme.

Daniel contesta:

–                       ¿A dónde, Señor mío y Dios mío?

–                       Ve a Jerusalén. Allí encontrarás a los apóstoles. Irás por el mundo a predicar mi Palabra y a llevar la Buena Nuevade mi Resurrección. Luego te daré más instrucciones. Te amo.

Jesús lo bendice y desaparece. Daniel llora de felicidad.

Simultáneamente, Simón Boeto cae preso de unas convulsiones aterradoras, hecha espuma por la boca y da unos alaridos escalofriantes:

–                       ¡Hazlo callar! ¡No está muerto! ¡Grita! ¡Grita! ¡Grita más que mi madre! ¡Más que mi padre! ¡Más que en el Gólgota! ¡Allí! ¡Allí! ¡No lo veis allí! ¡Allí está!…

Y señala donde está Daniel feliz, sonriente. Con la cara levantada en alto, después de haberla tenido pegada contra el suelo…

Elquías exclama totalmente desconcertado:

–                       ¿Pero quién es? ¿Qué es lo que sucede? Detened a ese loco y a aquel necio. –Luego su voz parece un gruñido. Grita furioso-  ¿Acaso estamos perdiendo todos el seso?

Elquías se acerca al ‘necio’ que no es otro Daniel, lo sacude con fuerza. Está colérico y no se preocupa del ‘loco’ de Simón, que se revuelca en la tierra, con espuma en la boca y lanzando gritos como si fuese un animal rabioso. Todos los miran a los dos, paralizados por el terror.

Elquías apostrofa a Daniel:

–                       Visionario holgazán. ¿Quieres explicarme qué estás haciendo?

Daniel le replica:

–                       Déjame. Ahora te conozco bien. Me voy lejos de ti. He visto a quién para mí es un Dios Bondadoso y para vosotros terror. He visto Aquel a quién afirmáis que está muerto. Y por la cara de tus compinches, creo que también vosotros lo habéis visto. Me voy. Más que el dinero y cualquier otra riqueza, me importa mi alma. ¡Adiós, maldito! Y si puedes, trata de alcanzar el Perdón de Dios.

–                       ¿A dónde vas?  ¡No te lo permito!

–                       No puedes detenerme. ¿Acaso tienes derecho de meterme a la cárcel? ¿Quién te lo dio? Te dejo todo esto, que es lo que amas. Yo sigo a Quién amo con toda mi alma, con todo mí ser. Adiós.

Y dándole la espalda, se aleja corriendo como si tuviera alas en los pies, hacia la pendiente verde de olivos y de árboles frutales. Todos lo miran pasmados.

Mientras tanto, con heridas. Con espuma. Temblando de terror e infundiendo pavor a su vez; Simón da unos alaridos espeluznantes. Gritando:

–                ¡Me ha llamado Parricida! ¡Haced que se calle!… ¡Cállate!… ¡Parricida! ¡La misma palabra que mi madre! ¿Por qué los muertos dicen las mismas palabras?…

Elquías y los demás están lívidos.La Iralos ahoga.

Elquías amenaza:

–                       ¡Acabaré contigo, Daniel! Exterminaré a todos los que con sus ‘delirios’ afirman que el Galileo está vivo. Lo digo y lo haré. Lo juro por…

Sadoc:

–                       Lo haremos. Lo haremos. Pero no podemos tapar todas las bocas. Todos los ojos que hablan porque ven. También nosotros lo hemos visto…

Elquías y otros aúllan:

–                       ¡Cállate! ¡Cállate!…

Eleazar ben Annás tiene todo el terror milenario que Israel tiene hacia el Altísimo, al pronunciar con sus labios temblorosos:

–                       Estamos vencidos. Tenemos que cargar nuestro Crimen. Y ha llegado la expiación… -Se golpea el pecho angustiosamente. Como si ya tuviera ante sí el patíbulo. Y se lamenta- Tendremos que enfrentar la Venganza de Yeové… 

La continuación de esta historia, está enla Biblia…

  (EL QUE TENGA OÍDOS, QUE OIGA…)

Cuando me amáis hasta vencer todo por Mí; tomo vuestra cabeza y vuestro corazón en mis manos llagadas y con mi Aliento os inspiro mi Poder. Os salvo a vosotros, hijos a quienes amo. Os hacéis hermosos, sanos, libres y felices. Os convertís en los hijos queridos del Señor. Os hago portadores de mi Bondad, entre los pobres hombres; para que los convenzáis de ella y de Mí. TENED FE EN MÍ. AMADME. NO TEMÁIS. TODO LO QUE HE SUFRIDO PARA SALVAROS, SEA LA PRENDA SEGURA DE MI CORAZÓN, DE VUESTRO DIOS.

Soy el Primogénito de los Resucitados. Igual será en vosotros. Tanto en la tierra como en el Cielo; SOY YO VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE; con mi Divinidad, mi Cuerpo, mi Alma, mi Sangre; Infinito cual mi Naturaleza Divina Es. Contenido en un Fragmento de pan, como mi Amor lo Quiso, Real, Omnipresente, Amante, Verdadero Dios, Verdadero Hombre; Alimento del Hombre hasta la consumación de los siglos. Gozo Verdadero de los elegidos, no para el Tiempo, sino para la Eternidad.

LA EUCARISTIA ES EL ÚLTIMO MILAGRO DEL HOMBRE-DIOS.

LA RESURRECCIÓN ES EL PRIMER MILAGRO DEL DIOS-HOMBRE.

Que por Sí Mismo trasmuta su cadáver,  el Viviente Eterno, PORQUE SOY EL ALFA Y EL OMEGA, EL PRINCIPIO Y EL FIN.

Oración:

¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno! ¡Ven Señor Excelso! ¡Digno Eres de tomar el Libro y de abrir los Sellos! Ya que Tú fuiste degollado y con tu Sangre compraste para Dios, a hombres de toda raza, pueblo y nación. Los hiciste Reino y Sacerdotes para nuestro Dios. Y dominarán toda la Tierra. ¡Digno es el Cordero que ha sido Degollado, de recibir, el Poder y la Riqueza, la Sabiduría, la Fuerza y la Honra! ¡La Gloria y la Alabanza al que está sentado en el Trono y al Cordero! ¡Alabanza, Honor, Gloria y Poder, por los siglos de los siglos! Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIIMA…

CANTO DE ALABANZA…