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304 PECADO, FE Y MILAGROS

304 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

La caravana sale del vasto patio de Alejandro.

Ordenada como para un desfile militar.

Cierran la marcha Jesús y todos los suyos.

Los camellos caminan meciendo con su rítmico paso su pesada carga.

Y las cabezas, sobre los arqueados cuellos, a cada paso parecen preguntar: « ¿Por qué? ¿Por qué?»,

con un movimiento mudo pero típico, como el de las palomas, que a cada paso parecen decir

: «Sí, sí» a todo lo que ven.

Tiene que atravesar la ciudad la caravana; lo hace en un nítido ambiente matutino.

Todos van arrebozados, porque hace fresco.

Los cascabeles de los camellos, el crrr crrr de los camelleros, la voz estridente de un camello

que prefiere el inactivo establo,

advierten a los gerasenos de la marcha de Jesús.

La noticia se extiende rápida como el relámpago, y unos gerasenos vienen a despedirlo

y a traerle ofrendas de fruta y otros alimentos.

Corre también un hombre con un niñito enfermo.,

Y le suplica:

–        ¡Bendícelo para que se cure!

¡Ten piedad!

Jesús bendice alzando la mano,

y añade:

–         Ve seguro. Ten fe.

El hombre responde un «sí» tan lleno de confianza,

que una mujer pregunta:

–       ¿Curarías a mi marido, que está enfermo de úlceras en los ojos?

–        Si sois capaces de creer, sí.

–        Entonces voy por él.

Espérame, Señor.

Y más que echarse a correr, vuela como una golondrina.

¡Esperar! ¡Parece fácil!

Los camellos siguen adelante.

Alejandro, que va a la cabeza de la columna, no sabe de las exigencias de los que van atrás.

La única solución es mandarle un aviso.  

Jesús dice:

–        Corre, Margziam.

Ve a decir al mercader que se pare antes de salir de las murallas».   

Y Margziam sale corriendo raudo para cumplir su misión.

La caravana se detiene.

El mercader retrocede hacia Jesús,

preguntando:

–        ¿Qué pasa?  

Jesús responde:

–        Quédate aquí y verás.

Pronto regresa la mujer de Gerasa con su marido enfermo de los ojos.

¡Decía úlceras!:  y son dos huras de podredumbre abiertas en medio de la cara.

Los ojos se ven allí en el centro, enturbiados, enrojecidos, semiciegos,

en medio de una resudación de repugnantes lágrimas.

En cuanto el hombre levanta la venda oscura que protege de la luz,

el lagrimeo aumenta porque la luz aumenta el dolor de los ojos enfermos.

El hombre gime:

–         ¡Piedad!

¡Sufro mucho! 

Jesús advierte con compasión:

        También has pecado mucho.

¿De eso no te quejas?

¿Sólo te afliges de poder perder la pobre vista del mundo?

¿No sabes nada de Dios? ¿No te da miedo una oscuridad eterna?

¿Por qué has pecado?

El hombre se echa a llorar y agacha la cabeza, sin decir nada.

Su mujer también llora y gime, 

diciendo:

–        Yo he perdonado…

–        También Yo perdonaré, si me jura aquí que no volverá a caer en su pecado.

–        ¡Sí, sí! Perdón.

Ahora sé lo que el pecado trae consigo. Perdón.

Como la mujer, perdóname.

Tú eres el Bueno.

–        Te perdono.

Ve a aquel riachuelo, lávate en el agua la cara y quedarás curado.

La mujer advierte afligida:

–         El agua fría lo empeora, Señor

Pero el hombre no piensa sino en ir al riachuelo.

Y va… a ciegas hasta que el apóstol Juan, compasivo, lo toma de la mano y lo guía;

Juan solo, hasta que la mujer sujeta al hombre de la otra mano;

el cual desciende hasta el límite del agua gélida, que borbota entre las piedras.

Se agacha, toma el agua con los cuencos de las manos unidas y se lava una y otra vez la cara….

No da señales de dolor.

Es más, da la impresión de que lo que está haciendo le alivia.

Luego, con la cara todavía mojada, remonta el margen del riachuelo y vuelve donde Jesús,

que le pregunta:

–        ¿Y bien? ¿Estás curado?

–        No, Señor.

Por ahora no.

Pero Tú lo has dicho y yo quedaré curado.

–        Permanece, entonces, en tu esperanza.

Adiós.

La mujer se derrumba llorando…

Está desilusionada.

Jesús hace una señal al mercader de que se puede continuar.

Y éste, también desilusionado, hace pasar la voz.

Los camellos reanudan la marcha con ese movimiento suyo como de una barca que alzara

y bajara la proa y el tajamar contra la ola, salen fuera de las murallas;

toman el amplio y polvoriento camino de caravanas que se extiende en dirección sudoeste.

Ya la última pareja del grupo apostólico que son Juan de Endor y Simón Zelote;

ha sobrepasado en unos veinte metros los muros, cuando un grito corta el aire silencioso:

Parece llenar de sí el mundo, se repite, cada vez más alto, jubiloso, laudatorio:

–        ¡Veo! ¡Jesús!

¡Bendito mío! ¡Veo! ¡Veo!

¡He creído! ¡Veo!

¡Jesús, Jesús! ¡Bendito mío! –

Y el hombre, cuya cara ha recuperado completamente la salud y cuyos ojos han vuelto a ser

bonitos -dos carbunclos llenos de luz y vida-, hiende las filas apostólicas

para caer a los pies de Jesús.

Y acaba casi debajo de las patas del camello del mercader, que apenas si tiene tiempo

de apartar al animal del hombre prosternado.

El hombre besa el manto de Jesús

mientras repite:

–        ¡He creído!

¡He creído y veo!

¡Bendito mío!  

Jesús le dice:

–        Levántate y vive feliz.

Y, sobre todo, sé bueno.

Di a tu mujer que sepa creer completamente.

Adiós.

Jesús se libera de los brazos del curado y reanuda la marcha.

E1 mercader se acaricia la barba pensativo…

Termina preguntando:

–        ¿Y si no hubiera sabido seguir creyendo después de la desilusión del lavado?

–        Se hubiera quedado como estaba.

–        ¿Por qué exiges tanta fe para hacer un milagro?

–        Porque la fe testifica la presencia de esperanza en Dios y amor a Dios.

–        ¿Y por qué has exigido antes el arrepentimiento?

–         Porque el arrepentimiento hace a Dios amigo.

–        Yo, que no tengo enfermedades,

¿Qué tendría que hacer para testificar que tengo fe?

–       Allegarte a la Verdad.

–       ¿Y podría ir a la Verdad sin la amistad de Dios?

–        No podrías hacerlo sin la bondad de Dios.

El Señor permite que quien -todavía sin arrepentimiento- lo busque, lo encuentre;

porque el arrepentimiento generalmente llega cuando el hombre, conscientemente o con un

mínimo atisbo de conciencia de lo que su alma quiere, conoce a Dios.

Antes de esto es como un idiota guiado sólo por el instinto.

¿No has sentido nunca la necesidad de creer?

–       Muchas veces.

Lo que pasaba es que no me sentía satisfecho de lo que tenía.

Sentía que había otra realidad, más fuerte que el dinero y que los hijos, mi esperanza…

Pero a la hora de la verdad no me preocupaba de tratar de saber aquello mismo, que buscaba sin saberlo.

–        Tu alma buscaba a Dios.

La bondad de Dios ha permitido que encontraras a Dios.

El arrepentimiento de tu yerto pasado lejos de Dios te dará la amistad con Dios.

–        Entonces, para…

Para obtener el milagro de ver con el alma la Verdad,

¿Tendría que arrepentirme de mi pasado?

–        Ciertamente.

Arrepentirte y decidirte a un completo cambio de vida…

El hombre vuelve a acariciarse la barba.

Tanto fija su mirada, que parece como si estuviera estudiando y contando

los pelos del cuello del camello.

Sin querer, golpea con el talón al animal,

que interpreta el golpe como una incitación a acelerar

el paso, de forma que acelera y va adelante con el mercader, hacia la cabeza de la caravana.

Jesús no lo detiene.

Al contrario, Él mismo se para, dejándose adelantar por las mujeres y los apóstoles,

hasta que llegan Simón Zelote y Juan de Endor.

Jesús se une a éstos,

Y les pregunta:

-¿De qué habláis? 

Simón responde:

–        Hablábamos del desconsuelo que debe sentir quien no cree en nada.

O quien pierde la fe que tenía.

Ayer Síntica estaba verdaderamente angustiada, a pesar de haber pasado a una fe perfecta 

Juan de Endor agrega:

–        Yo le decía a Simón que, si es penoso pasar del Bien al Mal;

también es desconcertante pasar del Mal al Bien.

En el primer caso, uno se siente torturado por la recriminación de su conciencia;

en el segundo, uno se siente… acongojado…

Como debe sentirse quien se encuentra transportado a un país extranjero, absolutamente desconocido…

O es la zozobra de quien, siendo un mísero y un inculto, se viera puesto en medio de una

Corte regia, entre doctos y nobles.

Es un sufrimiento…

Yo lo conozco…

Mucho sufrimiento…

Uno no es capaz de creer que sea verdad, que pueda durar…

Que se pueda merecer…

Especialmente cuando se tiene manchada el alma… como estaba la mía…

Jesús pregunta:

–        ¿Y ahora, Juan? 

El rostro extenuado de Juan de Endor,  extenuado y triste,

se ilumina con una sonrisa que lo hace menos macilento.

Dice:

–         Ahora no.

Queda la gratitud; es más, aumenta la gratitud hacia el Señor, que ha querido esto.

Queda el recuerdo del pasado para mantenerme humilde.

Pero hay seguridad.

Me siento aclimatado.

Ya no me siento extranjero en este dulce mundo tuyo de perdón y de amor.

Me he tranquilizado.

Estoy sereno, feliz.

–       ¿Juzgas buena tu experiencia?

–        Sí.

Si no fuera porque me duele haber pecado, porque con mi pecado he entristecido a Dios,

diría que siento que mi pasado ha estado bien; me puede servir mucho para sostener a almas

que son voluntariosas pero se sienten desconcertadas en los primeros momentos de su nueva fe.

Jesús dice a Simón Zelote:

–        Simón, ve a decir al muchacho que no salte tanto, que esta noche estará agotado.

Simón mira a Jesús, pero comprende la verdad de la orden.

Sonríe inteligentemente y se marcha,

dejando así solos a los dos.

–        Ahora que estamos solos, Juan, escucha este deseo mío.

Tú, por muchas razones, tienes una amplitud de juicio y pensamiento que ningún otro de mis

seguidores tiene.

Y tienes una cultura más vasta que la común entre los israelitas.

Por eso, te ruego que me ayudes…  

Juan de Endor pregunta:

–        ¿Yo ayudarte a Tí?

¿En qué?

–        Para Síntica.

¡Tú eres un magnífico pedagogo!

Margziam contigo aprende pronto y bien.

Tanto es así, que tengo intención de dejaros juntos unos meses, porque quiero en Margziam

un conocimiento más amplio que el del pequeño mundo de Israel.

Para ti ocuparte de él es motivo de alegría; también a mí me da alegría el veros juntos,

tú enseñando, él aprendiendo, tú rejuveneciéndote, él madurando mientras está ocupado.

Pero tendrás que ocuparte también de Síntica, como de una hermana desorientada.

Tú lo has dicho: es sentirse desconcertados…

Ayúdala a aclimatarse en mi ambiente.

¿Me haces este favor?

–       ¡Pero, mi Señor, si para mí es gracia hacerlo!

No me acercaba a ella porque tenía la impresión de ser yo una persona superflua.

Pero, si Tú lo quieres…

Ella lee mis volúmenes: los hay sagrados y solamente cultos:

libros de Roma y de Atenas.

Veo que consulta y medita.

Pero nunca me había entrometido a ayudarla.

Si Tú lo quieres…

–        Sí, lo quiero.

Quiero veros amigos.

Ella también, como Margziam y tú, estará en Nazaret un tiempo.

Será bonito.

Mi Madre y tú, maestros de dos almas que se abren a Dios.

Mi Madre: la angélica Maestra de la Ciencia de Dios;

tú: el experto maestro del humano saber,

que ahora puedes explicar con referencias sobrenaturales.

Será bonito y bueno.

–       ¡Sí, mi bendito Señor!

¡Demasiado bonito para el pobre Juan!…

T el hombre sonríe ante el pensamiento de estos  próximos días de paz junto a María, en la casa de Jesús…