353 LOS HIJOS DEL TRUENO
353 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús va caminando por una zona muy montañosa.
No son montes altos, pero es un continuo subir y bajar de collados.
Y un fluir de torrentes (alegres en esta estación fresca y nueva;
límpidos como el cielo; niños como las primeras hojas, cada vez más numerosas,
sobre las ramas).
Mas, a pesar de que la estación del año sea tan bella y alegre, que podría aliviar el corazón,
no parece que Jesús esté muy aliviado de espíritu.
Y menos que Él lo están los apóstoles.
Caminan, muy callados, por el fondo de un valle.
Solamente pastores y greyes se presentan ante sus ojos.
Pero Jesús ni tan siquiera da muestras de verlos.
Lo que capta la atención de Jesús es el suspiro desconsolado de Santiago de Zebedeo.
Y sus improvisas palabras, fruto de un pensamiento amargo…
Santiago dice:
– ¡Derrotas y más derrotas!…
Parecemos como malditos…
Jesús le pone la mano en el hombro:
Y dice:
– ¿No sabes que ése es el sino de los mejores?
– ¡Sí, sí!
¡Lo sé desde cuando estoy contigo!
Pero, de vez en cuando sería necesario algo distinto.
Y antes lo teníamos, para confortar el corazón y la Fe…
– ¿Dudas de mí, Santiago?
¡Cuánto dolor tiembla en la voz del Maestro!
– ¡No, no!…
La verdad es que no es muy seguro el “no”.
– Pero dudar, dudas.
¿De qué, entonces?
¿Ya no me amas como antes?
¿Ver que me echan de un lugar, que sencillamente se burlan de Mí;
que no me prestan atención en estos confines fenicios, ha debilitado tu amor?
Hay un llanto tembloroso en las palabras de Jesús…
A pesar de que no haya sollozos ni lágrimas: es verdaderamente su alma la que llora.
Santiago protesta:
– ¡Eso no, Señor mío!
Es más, mi amor a Ti crece a medida que te veo menos comprendido;
menos amado, más postrado, más afligido.
Y, por no verte así, por poder cambiar el corazón a los hombres,
solícito daría mi vida en sacrificio.
Debes creerme.
No me tritures el corazón, ya tan afligido, con la duda de que piensas que no te amo.
Si no… Si no, romperé todos los cánones.
Volveré para atrás y me vengaré de los que te causan dolor,
para demostrarte que te amo, para quitarte esta duda.
Y, si me atrapan y me matan, no me importará lo más mínimo.
Me conformaré con haberte dado una prueba de amor.
– ¡Oh, hijo del trueno!
¿De dónde tanta impetuosidad?
¿Es que quieres ser un rayo exterminador?
Jesús sonríe por la fogosidad y los propósitos de Santiago.
– ¡Al menos, te veo sonreír!
Ya es un fruto de estos propósitos míos. ¿Tú que opinas, Juan?
¿Debemos llevar a cabo mi pensamiento para confortar al Maestro,
abatido por tantas reacciones contrarias?
Juan responde apasionadamente:
– ¡Sí, sí!
Vamos nosotros.
Hablamos de nuevo.
Y si lo vuelven a insultar, llamándolo rey de palabras, rey hazmerreír, rey sin dinero, rey loco;
repartimos palos a diestra y siniestra, para que se den cuenta de que el rey tiene también
un ejército de fieles y que estos fieles no permiten burlas.
La violencia es útil en ciertas cosas.
Le responde Juan está colérico: y no parece él mismo, porque siempre es dulce.
Jesús se mete entre los dos,
los aferra por los brazos para detenerlos,
y dice:
– ¿Pero los estáis oyendo?
¿Y Yo qué he predicado durante tanto tiempo?
¡Sorpresa de las sorpresas!
¡Hasta incluso Juan, mi paloma, se me ha transformado en gavilán!
Miradlo, vosotros, qué feo está, tenebroso, hosco, desfigurado por el odio.
¡Qué vergüenza!
¿Y os asombráis porque unos fenicios reaccionen con indiferencia?
¿Y de que haya hebreos que tengan odio en su corazón?
¿Y de que unos romanos me conminen a marcharme?
¿Cuándo vosotros sois los primeros que no habéis entendido todavía nada?
¿Después de dos años de estar conmigo?
¿Cuándo vosotros os habéis llenado de hiel por el rencor que tenéis en el corazón?
¿Cuando arrojáis de vuestros corazones mi doctrina de amor y perdón?
¿Y la echáis afuera como cosa estúpida?
¿Y acogéis por buena aliada a la violencia?
¡Oh, Padre santo!
¡Esta si que es una derrota!
En vez de ser como gavilanes que se afilan rostro y garfas,
¿No sería mejor que fuerais ángeles que orasen al Padre,
para que confortara a su Hijo?
¿Cuándo se ha visto que un temporal beneficie con sus rayos y granizadas?
Pues bien, para recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, para recuerdo
de cuando vi aflorar en vuestra cara el animal-hombre en vez del hombre-ángel
que quiero ver siempre en vosotros, os voy a apodar “Los hijos del Trueno”.
Jesús está semiserio mientras habla a los dos inflamados hijos de Zebedeo.
Pero el reproche, al ver el arrepentimiento de ellos, pasa.
Y con cara luminosa de amor los estrecha contra su pecho,
diciendo:
– Nunca más, feos de esta forma.
Y gracias por vuestro amor.
Y volviéndose hacia Mateo, Andrés y los dos primos hijos de Alfeo,
agrega:
Y también por el vuestro, amigos.
Venid aquí, que quiero abrazaros también a vosotros.
¿No sabéis que, aunque no tuviera nada más que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre
y vuestro amor, sería siempre feliz, aunque todo el mundo me abofetease?
Estoy triste, mas no por Mí, por mis derrotas, como vosotros las llamáis.
Estoy triste por piedad hacia las almas que rechazan la Vida.
Bien, ahora estamos todos contentos, ¿No es verdad?
niños grandes, que es lo que sois.
Ánimo, entonces.
Id donde esos pastores que están ordeñando el rebaño.
Pedid un poco de leche en nombre de Dios.
Y al ver la mirada desolada de los apóstoles.
añade:
No tengáis miedo.
Obedeced con Fe.
Recibiréis leche y no palos, aunque el hombre sea fenicio.
Y los seis se dirigen hacia el hombre indicado.
Mientras Jesús los espera en el camino.
Y ora, entretanto, este Jesús triste al que ninguno quiere…
Vuelven los apóstoles con un pequeño cubo de leche.
Y dicen:
– Ha dicho el hombre que vayas allí, que tiene que decirte algo.
Y no puede dejar las cabras a los pastorcillos, porque son antojadizas e imprevisibles.
Jesús dice:
– Vamos entonces allí, a comer nuestro pan.
Y suben todos a lo alto de la escarpa, desde donde se asoman, prominentemente,
las caprichosas cabras.
Cuando llegan,
Jesús dice:
– Te agradezco la colodra de leche que me has dado.
¿Qué deseas de Mí?
– Tú eres el Nazareno, ¿Verdad?
– Soy el que predica la Bienaventuranza eterna.
Soy el Camino para ir al Dios verdadero; la Verdad que se da; la Vida que os vivifica.
No soy el hechicero que hace prodigios.
Éstos son las manifestaciones de mi bondad y de vuestra debilidad, que tiene necesidad
de pruebas para creer.
Pero, ¿Qué deseas de mí?
– Mira…
¿Hace dos días estabas en Alejandrocena?
– Sí. ¿Por qué?
– Yo también estaba, con mis cabritillos.
Cuando he comprendido que iba a producirse una riña, he desaparecido,
porque es costumbre suscitarlas para robar lo que hay en los mercados.
Son ladrones todos: los fenicios…
Y también los otros.
No debería decirlo, porque soy de padre prosélito y de madre siria.
Y yo mismo soy prosélito.
Pero es la verdad. Bien.
Volvamos a lo que estaba diciendo.
Me había metido en una caballeriza, con mis animales,
esperando a que llegara el carro de mi hijo.
Al atardecer, al salir de la ciudad, encontré a una mujer que lloraba con una hijita suya
en los brazos.
Había recorrido ochos millas para llegar a Ti, porque está fuera, en los campos.
Le pregunté que qué le sucedía.
Es prosélito. Había venido para vender y comprar.
Había oído hablar de Ti, y le había nacido la esperanza en el corazón.
Había ido corriendo a casa, había tomado en brazos a la niña.
¡Pero con un peso se camina despacio!
Cuando llegó a los almacenes de los hermanos, ya no estabas.
Ellos, los hermanos, le dijeron: “Lo han echado.
Pero ayer por la tarde nos dijo que haría de nuevo un alto en Tiro”.
Yo – también yo soy padre – le dije: “Pues entonces ve a Tiro”.
Pero ella me respondió: “¿Y si, después de todo lo que ha sucedido, pasa por otros caminos
para volver a Galilea?”. Le dije: “Mira. O ese confín o el otro.
Yo pastoreo entre Rohob y Lesemdán,
justamente en el camino que hace de confín entre aquí y Neftalí.
Si lo veo, se lo digo; palabra de prosélito”.
Y te lo he dicho.
– Y que Dios te recompense por ello.
Iré a ver a esa mujer.
– ¿Vas a Akcib?
Entonces podemos ir juntos, si no desdeñas a un pastor.
— No desdeño a nadie.
Por qué vas a Akcib?
– Porque allí tengo los corderos.
A no ser que… ya no los tenga…
– ¿Por qué?
– Porque hay una enfermedad…
No sé si ha sido una hechicería o qué.
Sé que mi lindo rebaño se me ha enfermado.
Por eso he traído aquí las cabras, que están todavía sanas; para separarlas de las ovejas.
Aquí estarán con dos hijos míos.
Ahora están en la ciudad, para hacer las compras.
Vuelvo allá… para ver morir a mis lindas ovejas lanosas…
El hombre suspira…
Mira a Jesús y se disculpa:
– Hablarte a Ti, siendo quien Eres, de estas cosas.
Y afligirte, estando ya afligido de cómo te tratan, es una necedad.
Pero las ovejas son afecto y dinero, ¿Sabes?,
Para nosotros…
– Comprendo.
Pero se pondrán buenas.
¿No las has llevado a que las vea un médico rural?
– Todos me han dicho lo mismo: “Mátalas y vende sus pieles.
No hay otra posibilidad” e incluso me han amenazado si las saco…
Tienen miedo de que las suyas se contagien la enfermedad.
Así que las tengo que tener encerradas…
Y aumenta la mortalidad.
Son malos los de Akcib…, ¿Sabes?
Jesús dice simplemente:
– Lo sé.
– Yo digo que me las han embrujado…
– No.
No creas esas historias…
¿En cuanto vengan tus hijos te pones en marcha?
– Inmediatamente.
De un momento a otro llegarán.
¿Éstos son tus discípulos?
– No.
Tengo otros más.
– ¿Y por qué no vienen aquí?
Una vez, cerca de Merón, me encontré con un grupo de ellos.
A la cabeza del grupo había un pastor.
Decía serlo.
Uno alto, fuerte, de nombre Elías.
Fue en Octubre, me parece.
Antes o después de los Tabernáculos.
¿Ahora te ha abandonado?
– Ningún discípulo me ha abandonado.
– Me habían dicho que…
– ¿Qué te habían dicho?
En fin, que los discípulos te habían abandonado por miedo.
Y porque Tú eras un..
Jesús completa la palabra que el pastor calla: .
— Demonio.
Dilo tranquilamente.
Lo sé.
Doble mérito para ti, que crees igualmente.
– ¿Y por este mérito no podrías?…
Quizás estoy pidiendo una cosa sacrílega…
– Dila.
Si es una cosa mala, te lo digo.
Se le ve lleno de ansiedad al hombre…
Cuando pide:
– ¿No podrías, al pasar, bendecir a mi rebaño? –
Jesús sonríe al decir:
– Bendeciré a tu rebaño.
A éste… –
Y Jesús levanta la mano bendiciendo a las cabritas desperdigadas,..
Y al de las ovejas.
– ¿Crees que mi bendición las salvará?
– De la misma forma que salvas a los hombres de las enfermedades,
podrás salvar a los animales.
Dicen que eres el Hijo de Dios.
Las ovejas las ha creado Dios.
Por tanto son cosas del Padre. Yo… no sabía si era una cosa respetuosa el pedírtelo.
Pero, si se puede, hazlo, Señor.
Y llevaré al Templo grandes ofrendas de alabanza; mejor: te lo doy a Ti, para los pobres,
Jesús sonríe y calla.
Llegan los hijos del pastor.
Poco después, Jesús con los suyos y el viejo se ponen en marcha.
Dejan a los pastorcillos jóvenes custodiando las cabras.
Caminan raudos porque quieren llegar pronto a Quedes,
para dejarla también enseguida, con intención de tomar la vía que del mar va hacia el interior.
Debe ser la misma que recorrieron yendo a Alejandrocena,
la que se bifurca a los pies del promontorio.
Al parecer, por lo que conversan el pastor y los discípulos.
Jesús va adelante, solo.
Santiago de Alfeo, comenta: .
– ¿No nos encontraremos con otros problemas?
El hijo del pastor responde:
– Quedes no depende de aquel centurión.
Está fuera de los confines fenicios.
A los centuriones basta con no pincharlos y se desinteresan de la religión.
– Y además no nos vamos a detener...
– ¿Vais a aguantar más de treinta millas en un día? –
– ¡Sí, hombre!
¡Somos peregrinos perpetuos!
Caminan ininterrumpidamente…
Llegan a Quedes.
La atraviesan sin ningún contratiempo.
Toman la vía directa.
En el mojón está indicada Akciba.
El pastor lo señala diciendo:
Esta noche venís conmigo.
Conozco labriegos de estos valles, pero muchos están dentro de los confines fenicios…
¡Bueno!, Pues pasaremos los confines.
Seguro que no nos van a descubrir inmediatamente…
¡Lo que es la vigilancia!…
¡Mejor sería que vigilasen a los bandidos!…
El sol declina.
Y los valles ciertamente no contribuyen a mantener la luz, menos aún siendo boscosos.
Pero el pastor conoce muy bien la zona y va seguro.
Llegan a un poblado muy pequeño, verdaderamente solo un puñado de casas.
– Vamos a ver si nos dan posada.
Aquí son israelitas.
Estamos justamente en los confines.
Si no nos reciben, vamos a otro pueblo, que es fenicio.
– No tengo prejuicios, hombre.
Llaman a una casa.
Una mujer muy anciana, abre la puerta,
y los recibe:
– ¿Tú, Anás?
¿Con amigos?
Ven, ven, y que Dios sea contigo.
Entran en una amplia cocina alegrada por una lumbre.
Alrededor de la mesa está reunida una numerosa familia de todas las edades,
pero que hace sitio amablemente a los que de improviso acaban de llegar.
El pastor los presenta:
– Éste es Jonás.
Ésta es su esposa, y sus hijos y nietos y nueras.
Una familia de patriarcas fieles al Señor.
Anás a Jesús.
Y luego, volviéndose hacia el anciano Jonás:
– «Y éste que está conmigo es el Rabí de Israel, al que deseabas conocer.
El anciano Jonás responde:
– Bendigo a Dios por ser hospitalario y por tener sitio esta noche.
Y, pidiendo bendición, bendigo al Rabí que ha venido a mi casa.
Anás explica que la casa de Jonás es casi una posada para los peregrinos,
que del mar van hacia el interior.
Se sientan todos en la caliente cocina.
Las mujeres sirven a los recién llegados.
El respeto que hay es tal, que incluso paraliza.
Pero Jesús resuelve la situación rodeándose, nada más terminar la cena,
de los muchos niños presentes.
E interesándose por ellos, los cuales en seguida fraternizan.
Detrás de ellos, durante el breve espacio de tiempo que separa la cena del descanso,
encuentran valor los hombres de la casa y narran lo que han sabido del Mesías,
y preguntan cosas nuevas.
Jesús, benigno, rectifica, confirma, explica, en serena conversación,
hasta que peregrinos y familiares se van a descansar, tras haberlos bendecido Jesús a todos.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
223 PARÁBOLA DEL DRACMA PERDIDO
223 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Ya se ve Mágdala, que se extiende en el borde del lago.
De frente, el sol naciente; a sus espaldas, la montaña de Arbela, que la protege del viento.
Y el estrecho valle peñascoso y agreste, por el que desemboca un pequeño torrente en el lago;
que se adentra hacia el occidente, con sus paredes rocosas a pico,
llenas de una belleza seductora y severa.
Desde la otra barca,
Juan grita:
– ¡Maestro!
Ahí está el valle de nuestro retiro…
Y se ilumina su rostro como si se hubiera encendido un sol en su interior.
Jesús sonriente confirma:
Sí, lo has reconocido bien.
– No se puede no recordar los lugares en que se ha conocido a Dios.
– Entonces yo recordaré siempre este lago…
Porque aquí te he conocido.
¿Sabes, Marta, que aquí vi al Maestro una mañana?…
Pedro está haciendo las maniobras para atracar…
Y recuerda:
– Sí…
Y por poco si no nos vamos todos al fondo.
Nosotros y vosotros.
Mujer, créeme, tus remadores no valían un comino.
Magdalena confirma:
– No valían nada ni los remadores ni quienes con ellos iban…
De todas formas fue el primer encuentro y eso vale mucho.
Luego te vi en el monte, después en Mágdala y a continuación en Cafarnaúm…
Muchos encuentros, muchas cadenas rotas…
Pero Cafarnaúm ha sido el lugar más hermoso porque allí me has liberado…
La barca ha quedado quieta y dispuesta.
Todos se disponen a poner pie en tierra.
Ya han bajado los de la otra barca.
Entran en la ciudad.
La curiosidad simple o… no simple de los habitantes de Mágdala;
debe ser como una tortura para la Magdalena.
Pero ella la soporta heroicamente, siguiendo al Maestro, que va delante en medio de todos sus apóstoles;
mientras que las tres mujeres van detrás de ellos.
El cuchicheo es fuerte; no falta la ironía.
Todos los que aparentemente por temor a represalias, respetaban a María;
cuando era la poderosa dominadora de Mágdala;
ahora que la ven separada para siempre de sus amigos pudientes, humilde y casta;
se permiten manifestaciones de desprecio y epítetos poco lisonjeros.
Marta, que sufre tanto como ella por esto,
le pregunta:
– ¿Quieres retirarte a casa?
María se niega:
– No.
No dejo al Maestro.
Y antes de que la casa no haya sido purificada de todo recuerdo del pasado, no lo invito a entrar.
– ¡Pero estás sufriendo, hermana!…
– Me lo merezco.
Y la verdad es que debe sufrir:
el sudor que aljofara su rostro y el rubor que la cubre incluso en el cuello, no se deben sólo al calor.
Cruzan toda Magdala y van a los barrios pobres;
a la casa en que se detuvieron la otra vez, con la mamá de Benjamín
La mujer se queda de piedra cuando levanta la cabeza del lavadero, para ver quién la saluda.
Y se encuentra de frente a Jesús y a la muy conocida señora de Mágdala.
Se asombra al ver que ésta ya no tiene apariencia pomposa, ni va cargada de joyas;
sino que tiene la cabeza cubierta con un velo ligero de lino y lleva un vestido sencillo de color oscuro con el cuello cerrado.
Estrecho, se ve claramente que no es suyo, a pesar del trabajo realizado para transformarlo.
Y va envuelta en un pesado manto que con ese calor debe ser un suplicio.
Jesús dice:
– ¿Me permites estar en tu casa y hablar desde aquí, a los que me siguen?
0 sea, a toda Mágdala, porque toda la población se ha ido agregando al grupo apostólico
– ¿Me lo preguntas, Señor?
¡Pero si mi casa es tuya!
La mujer se apresura para traer sillas y bancos, para las mujeres y los apóstoles.
Cuando pasa delante de la Magdalena hace una reverencia de esclava.
– «Paz a ti, hermana»- responde ésta.
La sorpresa de la mujer es tal que deja caer el pequeño banco que trae; pero guarda silencio.
De todas formas, esta reacción hace reflexionar,
que María acostumbraba tratar a sus súbditos, en forma déspota y llena de soberbia.
Y se queda ya completamente pasmada,
cuando le pregunta cómo están sus hijos, dónde están, y si la pesca ha sido abundante.
– Están bien…
En la escuela o con mi madre.
Sólo el pequeño está aquí, durmiendo en la cuna.
La pesca es buena. Mi marido te llevará el diezmo…
– Ya no es el caso.
María pregunta:
– ¿Me dejas ver al pequeñín?
– Ven….
La gente se ha ido aglomerando en la calle.
Jesús empieza a hablar:
Una mujer tenía diez dracmas en su bolsa.
Pero, con un movimiento, la bolsa cayó de su pecho, se abrió y las monedas rodaron por el suelo.
Las recogió con la ayuda de las vecinas que estaban presentes;
las contó: eran nueve.
Dado que se acercaba la noche y la luz empezaba a faltar,
la mujer encendió una lámpara, la puso en el suelo.
Y tomando una escoba, se puso a barrer atentamente para ver si había rodado lejos del lugar donde había caído.
Pero la dracma no aparecía.
Las amigas, cansadas de buscar, se marcharon.
La mujer corrió entonces el arquibanco, el bazar, el pesado baúl;
movió las ánforas y orzas que estaban en el nicho de la pared.
La dracma no aparecía.
Entonces se puso a gatas y buscó en el montón de la barredura que estaba puesto contra la puerta de la casa;
para ver si la dracma había rodado afuera y se había mezclado con los desperdicios de las verduras.
Y por fin encontró la dracma, toda sucia, casi sepultada por los desperdicios que le habían caído encima.
Llena de alegría, la mujer cogió la dracma, la lavó, la secó.
Ahora era más bonita que antes.
Gritó para llamar a las vecinas de nuevo,
que se habían ido después de haberla ayudado en los primeros momentos de la búsqueda.
Y se la enseñó diciendo: “¿Veis? Me aconsejabais que no me cansara más.
Pero he insistido y he encontrado la dracma perdida.
Alegraos pues conmigo, que no he perdido ninguno de mis bienes”.
Pues vuestro Maestro y con Él sus apóstoles, hace como la mujer de la parábola.
Sabe que un movimiento puede hacer que caiga al suelo un tesoro.
Toda alma es un tesoro.
Y Satanás, envidioso de Dios, provoca los falsos movimientos para que caigan las pobres almas.
Hay quien en la caída se queda junto a la bolsa,
o sea, se aleja poco de la Ley de Dios;
que recoge las almas en la salvaguardia de los Mandamientos.
Hay quien se aleja más, o sea, se aleja más de Dios y de su Ley;
en fin, hay quien va rodando hasta caer en la barredura, en la inmundicia, en el barro…
Y ahí acabaría pereciendo, ardiendo en el fuego eterno;
de la misma forma que la basura se quema en los lugares apropiados.
El Maestro lo sabe y busca incansable las monedas perdidas.
Las busca por todas partes, con amor. Son sus tesoros.
Y no se cansa ni nace ascos de nada; antes al contrario, hurga, hurga, remueve, barre…
Hasta que encuentra.
Una vez que ha encontrado, lava con su -perdón al alma hallada.
Y convoca a los amigos: todo el Paraíso y todos los buenos de la tierra.
Y dice:
“Alegraos conmigo porque he encontrado lo que se había perdido.
Y es más hermoso que antes, porque mi perdón lo hace nuevo”.
En verdad os digo que hay gran regocijo en el Cielo y exultan los ángeles de Dios y los buenos de la Tierra;
por un pecador que se convierte.
En verdad os digo que no hay cosa más hermosa que las lágrimas del arrepentimiento.
En verdad os digo que los únicos que ni saben ni pueden exultar por esta conversión,
que es un triunfo de Dios:
son los demonios.
Y también os digo que el modo en que un hombre acoge la conversión de un pecador;
es la medida de su bondad y unión con Dios.
La paz sea con vosotros.
La gente comprende la lección y mira a la Magdalena,
que se había sentado en la puerta con el lactante en sus brazos.
Quizás para cubrir su azoramiento.
Y se van marchando lentamente….
De forma que quedan sólo la dueña de la casa y la madre, que había venido con los niños.
Falta Benjamín, porque está todavía en la escuela.
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214 EL BUEN PASTOR
214 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús dice:
Os desvelo estas páginas del pasado, para dar una norma a los apóstoles de los Últimos Tiempos que deben saberse plegar hacia estas leprosas del alma.
Y para brindar a estas infelices que se ahogan en su sepulcro de vicio, una Voz que quiere invitarlas a salir de él.
Dios es bueno. Con todos es bueno. No mide con medidas humanas.
No hace diferencias entre pecado y pecado mortal.
El pecado, cualquiera que sea, lo entristece;
el arrepentimiento lo alegra y le dispone a conceder solícito el perdón.
La resistencia a la Gracia lo pone inexorablemente severo;
porque la Justicia no puede perdonar al impenitente;
que muere siéndolo a pesar de todas las ayudas que tuvo para convertirse.
Pero causa primera de las conversiones no maduradas, si no en la mitad de los casos al menos en cuatro décimos;
es la falta de dedicación de los que están designados, para esta misión de convertir;
por un mal entendido y falso celo, que no es sino cortina que cubre un real egoísmo y orgullo,
en virtud de lo cual se quedan tranquilos en su propio refugio…
Y no descienden al lodo para arrancar de él un corazón.
“Yo soy puro, digno de respeto. No voy a la porquería, ni a donde se me pueda faltar al respeto”.
Quien se expresa en estos términos ¿No ha leído la parte del Evangelio donde dice que el Hijo de Dios,
fue a convertir a publicanos y meretrices; además de a los justos que sólo estaban en el ámbito de la Ley antigua?
¿No piensa que el orgullo es impureza de mente y que la anticaridad es impureza del corazón?
¿Qué sufrirás humillación?
Yo la sufrí primero y más que tú. Y era el Hijo de Dios.
¿Qué tendrás que arrastrar tus vestiduras por la inmundicia?
¿Y no toqué Yo acaso con mis manos, esta inmundicia para ponerla en pie y decirle:
“Anda por este nuevo camino”?
¿No recordáis lo que dije a vuestros primeros predecesores?
“En cualquier ciudad o pueblo en que entréis informaos acerca de quién hay merecedor de vuestra presencia, y quedaos en su casa”.
Esto lo dije para evitar la murmuración del mundo.
Del mundo que con demasiada facilidad ve el mal en todas las cosas.
Pero añadí: “Cuando entréis en las casas –“casas” dije, no “casa”- saludadlas diciendo: “Paz a esta casa”.
Si la casa es digna de recibirla, la paz descenderá sobre ella; si no, volverá a vosotros”. (Mateo 10, 13)
Esto lo dije para enseñaros que, a falta de prueba segura de impenitencia, debéis tener para con todos un mismo corazón.
Y completé la enseñanza diciendo:
“Y si alguno no os recibe y no escucha vuestras palabras, al salir de esas casas o ciudades,
sacudid el polvo que se os haya quedado pegado a las suelas”. (Mateo 10, 14)
Y la fornicación de los pecadores que queramos ayudar a salir del fango; para los buenos,
para aquellos a quienes la Bondad constantemente amada hace semejantes a un cubo de cristal liso,
no es sino polvo que basta sacudirlo o soplar, para que vuele sin dejar lesión.
Sed verdaderamente buenos.
Formad un bloque único con la Bondad eterna en el centro.
Y ningún género de corrupción podrá subir a mancharos más arriba de las suelas, que apoyan en la tierra.
¡Tan alta está el alma!…
El alma del bueno y del que forma por entero una cosa con Dios.
Allí no llega ni el polvo ni el fango, ni siquiera si lo lanzan con odio contra el espíritu del apóstol.
Puede afectar a vuestra carne, es decir, heriros material y moralmente, persiguiéndoos;
porque el Mal odia al Bien u ofendiéndoos.
¿Y qué? ¿No me ofendieron a Mí? ¿No fui herido?
Pero, ¿Aquellos golpes y aquellas palabras indecentes incidieron en mi espíritu?
¿Lo turbaron? No.
Resbalaron sin penetrar, como esputo en un espejo…
O piedra lanzada contra la jugosa pulpa de un fruto.
O penetraron sólo Superficialmente, sin herir el germen de la semilla que estaba encerrado en el hueso.
Es más, favoreciendo su germinación, porque es más fácil surgir de una masa hendida que no de una íntegra.
Muriendo, el trigo germina y el apóstol produce.
Muriendo a veces materialmente.
Casi muriendo a diario, en sentido metafórico, porque el yo humano resulta sólo fragmentado.
Pues bien, no es muerte, sino Vida.
Triunfa el espíritu sobre la muerte de la humanidad.
Había venido a mí (María Magdalena) por simple capricho de la mujer ociosa;
que no sabe cómo llenar sus horas de ocio.
En sus oídos embotados de falsas lisonjas de quien con himnos a la carnalidad;
la mecía para tenerla esclavizada;
sonó la voz límpida y severa de la Verdad.
De la Verdad que no tiene miedo a burlas e incomprensiones y expresa sus palabras mirando a Dios.
Y cual coro de campanas tocando a fiesta, se fundiéron en la Palabra, las voces habituadas a cantar el cielo;
en el azul libre del aire, propagándose por valles y colinas, llanuras y lagos;
para recordar las glorias y delicias del Señor.
¿Recordáis el doble festivo que en los tiempos de paz, tanto alegraba el día dedicado al Señor?
La campana mayor daba, con el badajo sonoro, el primer toque en nombre de la Ley divina.
“Hablo en nombre de Dios, Juez y Rey”.
Y luego las campanas menores, con sus arpegios: “que es bueno, misericordioso y paciente”.
Para terminar luego la campana más argentina, con voz de ángel,
diciendo:
“Y su caridad mueve al perdón y a la compasión; para enseñarnos que el perdón es más útil que el rencor.
Y la compasión más que la implacabilidad.
Venid a aquel que perdona, tened fe en él, que es compasivo”.
También Yo, tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora;
he hecho cantar la esperanza del perdón.
Como sérica cinta de verde y azul, la he agitado entre las tonalidades negras;
para que ahí introdujera sus consoladoras palabras.
¡Oh, el perdón!
Es rocío para la quemazón que siente la persona culpable.
El rocío no es como el granizo que asaetea, golpea, rebota y se aleja, sin penetrar.
Y destruye la flor.
El rocío desciende tan levemente, que ni la más delicada flor lo siente posarse sobre sus pétalos de seda;
pero luego ésta bebe su frescor y se sacia.
El rocío se posa junto a las raíces, encima de la gleba abrasada.
Y penetra aún más…
Es una humedad de lágrimas, llanto de las estrellas, amoroso llanto de madres criando a sus hijos;
que tienen sed.
Y que desciende sobre ellos junto con la dulce y fecunda leche.
¡Oh, los misterios de los elementos que actúan incluso cuando el hombre descansa o peca!
El perdón es como este rocío.
Aporta no sólo limpieza, sino también savias vitales, extraídas no de los elementos;
sino de las moradas divinas.
Luego, tras la promesa de perdón, he aquí que habla la Sabiduría y dice lo que es lícito y lo que no lo es…
Y conmina y remueve, no por severidad sino por materna diligencia de salvar.
¡Cuántas veces vuestro sílex se hace aún más impenetrable y cortante;
para con la Caridad que se inclina hacia vosotros!
¡Cuántas veces huís mientras ella os habla!
¡Cuántas, os burláis de ella!
¡Cuántas, la odiáis!…
Si la Caridad usara con vosotros los modos que vosotros usáis con ella,
¿Qué sería de vuestras almas!…
Sin embargo, ya veis que la Caridad es la incansable Caminante que va en busca de vosotros;
quiere llegarse a vosotros, aunque os guarezcáis en asquerosas guaridas.
¿Por qué quise ir a aquella casa?
¿Por qué no obré en ella el milagro?
Para enseñar a los apóstoles a comportarse desafiando prejuicios y crítica…
Cuando se trata de cumplir un deber tan alto y que está lejos de estas cosuchas, del mundo.
¿Por qué le dije a Judas aquellas palabras?
Los apóstoles eran muy humanos.
Todos los cristianos son muy humanos;
incluso los santos de la tierra, aunque en grado menor.
Algo de humano persiste incluso en los perfectos.
Mas los apóstoles no eran todavía perfectos.
Lo humano estaba filtrado en sus pensamientos.
Yo los elevaba, pero el peso de su humanidad les hacía descender de nuevo.
Para que cada vez bajaran menos, tenía que meter en el camino de subida;
cosas que sirvieran para detener su descenso,
de manera que se parasen en éstas meditando y descansando;
para luego subir más arriba del límite anterior.
Tenían que ser cosas de un tenor adecuado, para convencerlos de que Yo era Dios.
Por tanto: penetración de almas, victorias sobre los elementos, milagros, transfiguración, resurrección y ubicuidad.
Estuve contemporáneamente en el camino de Emaús y en el Cenáculo.
Las horas de las dos Presencias, cotejadas por los apóstoles y los discípulos;
fue una de las razones que más los estremeció;
los arrancó de sus lazos y los lanzó al camino de Cristo.
Más que por Judas -miembro que incubaba ya en sí la muerte- hablé para los otros once.
El hecho de ser Dios tenía necesariamente que hacérselo lucir ante sus ojos;
no por orgullo sino por necesidad suya de formación.
Era Dios y Maestro;
aquellas palabras lo manifiestan de Mí:
Revelo una facultad extrahumana y enseño una perfección:
no tener conversaciones malas ni siquiera con nuestro interior.
Porque Dios ve.

La posesión demoníaca perfecta NO PUEDE reverenciar a Dios, porque Satanás lo odia y a sus instrumentos, es lo que les trasmite… Y POR ESO SON TAN CRUELES
Y debe ver puro el interior, para poder descender a él y morar en él.
¿Por qué no obré el milagro en aquella casa?
Para que todos entendieran que la Presencia de Dios exige un ambiente puro.
Por respeto a su excelsa majestad.
Para hablar, no con palabras pronunciadas con la boca, sino con una palabra aún más profunda;
al espíritu de la pecadora y decirle:
“¿Lo ves, desdichada?
Estás tan sucia, que todo lo que te rodea se vuelve sucio.
Tan sucio, que en torno a ti, Dios no puede actuar.
Tú más sucia que éste.
En efecto, repites la culpa de Eva y ofreces el fruto a Adán, tentándolo y alejándolo del Deber.
Pero, ¿Por qué no quise que la llamara “Satanás” la angustiada madre?
Porque ninguna razón justifica el insulto ni el odio.
Lo primero que se necesita para tener a Dios con nosotros, la primera condición:
Es no tener rencor y saber perdonar.
Lo segundo que se necesita es saber reconocer la propia culpabilidad…
O de quien es nuestro.
No ver sólo las culpas de los demás.
La tercera cosa necesaria es saber conservarnos, por justicia hacia el Eterno, agradecidos y fieles;
después de haber recibido una gracia.
Quienes, tras haber recibido una gracia, son peores que los perros y no se acuerdan de su Benefactor
mientras que el animal sí se acuerda, son unos desdichados.
No dije ni una palabra a la Magdalena.
La miré un instante como si se tratase de una estatua;
luego la dejé.
Volví a los “vivos” que quería salvar.
A ella, materia muerta como un mármol esculpido y más aún.
La circundé de indiferencia aparente.
En realidad, no dije una palabra, no hice nada, que no tuviera como principal objetivo esa pobre alma suya que quería redimir .
La última palabra dicha a Pedro:
“Yo no insulto, no insultes tú; limítate a orar por los pecadores”,
Como guirnalda de flores que se completa, se fundió con la primera, la que dije en el monte:
“El perdón es más útil que el rencor; ser compasivos, más que ser implacables”.
Las dos frases envolvieron a la pobre infeliz en un círculo aterciopelado, fresco, perfumado, de bondad.
Y le hicieron sentir cuán distinto de la feroz esclavitud de Satanás es el amoroso servicio a Dios.
Y lo suave que es el perfume celeste respecto al hedor de la culpa,.
Y cuánto sosiega sentirse uno amado santamente, respecto a ser poseído satánicamente.
Observad cómo el deseo del Señor es comedido.
No exige conversiones fulminantes.
No pretende de un corazón lo absoluto.
Sabe esperar.
Sabe conformarse: se conformó con lo que le pudo dar la turbada madre;
mientras esperaba a que la extraviada encontrara de nuevo el camino, la loca la razón.
No le pregunté sino: “¿Eres capaz de perdonar?”.
¡Cuántas otras cosas habría podido pedirle para hacerla digna del milagro, si hubiera juzgado con patrón humano!
Pero Yo mido divinamente vuestras fuerzas.
Para aquella pobre madre exasperada, ya era mucho el que fuera capaz de perdonar.
En aquella hora sólo le pedí eso.
Después, cuando le restituí a su hijo, le dije:
“Sé santa y santifica tu casa”.
Pero, en medio del espasmo estremecedor; no le pedí sino el perdón para la culpable.
No se debe exigir todo de quien poco antes ha estado en la nada de las Tinieblas.
Aquella madre luego iba a salir a la Luz total.
Y con ella la esposa y los hijos.
Pero en ese momento, lo que hacía falta era portar a sus ojos ciegos de llanto, el primer crepúsculo de la Luz:
el perdón, alba del día de Dios.
De los presentes, uno sólo, no cuento a Judas, me refiero a los de la ciudad que estaban presentes en ese lugar.
No me refiero a mis discípulos; uno solo, el culpable, no iba a alcanzar la Luz.
Estas derrotas van unidas a las victorias del apostolado.
Siempre hay alguno por quien el apóstol se esfuerza en vano.
Pero no se debe perder el vigor por estas derrotas.
El apóstol no debe pretender conseguir todo.
Contra él se levantan las fuerzas adversas de muchos nombres;
las cuales, como tentáculos de pulpos gigantes, atrapan otra vez a la misma víctima, que el apóstol les había arrebatado.
De todas formas el mérito del apóstol permanece.
¡Pobre apóstol el que dice:
“No voy a ese lugar porque sé que no voy a poder convertir”!
Es un apóstol de muy escaso valor.
Es necesario ir a ese lugar, aunque se vaya a salvar sólo uno de mil.
Su jornada apostólica será fructuosa tanto por ese uno, como por mil;
porque él ha hecho todo lo que podía hacer,
Y Dios premia eso.
Además, se debe pensar que puede intervenir Dios en los casos en que el apóstol no puede convertir
Porque la persona esté demasiado en las zarpas de Satanás y las fuerzas del apóstol sean inferiores,
¿Y si es así?… ¿Quién superior a Dios?
Otra cosa que el apóstol debe necesariamente practicar es el amor.
Amor visible, no sólo el secreto amor del corazón de los hermanos.
Sería suficiente para los hermanos buenos.
Pero el apóstol es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar.
Actúe con amor, con amor grande.
El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la Luz.
No rigor, sino amor.
El amor es esa vestidura de amianto que le hace a uno inalterable, frente a la mordedura de las llamaradas de las malas pasiones.
El amor es saturación de esencias que os preservan de que la podredumbre humano-satánica pueda entrar en vosotros.
Para conquistar a un alma es necesario saber amar.
Para conquistar a un alma es necesario conducirla a que ame,
a que ame el Bien y repudie sus pobres amores pecaminosos.
Yo quería el alma de María.
Igual que para ti pequeño Juan, no me limité a hablar desde mi cátedra de Maestro.
Bajé a buscarla en los caminos del pecado.
La seguí, la perseguí con mi amor. ¡Oh, dulce perseguir!
Yo-Pureza entré donde estaba ella impureza.
No temí el escándalo ni en Mí, ni en los demás.
El escándalo en Mí no podía entrar, porque Yo era la Misericordia.
Y ésta llora por las culpas, pero no se escandaliza de ellas.
¡Desventurado aquel pastor que se escandalice;
y tras esta barrera, se atrinchere para abandonar a un alma!
¿No sabéis que las almas resurgen más fácilmente que los cuerpos…
Y que la palabra piadosa y amorosa que dice:
“Hermana, por tu bien, ¡Levántate!” obra a menudo el milagro?
Tampoco temía el escándalo en los demás.
Ante la mirada de Dios lo que hacía estaba justificado;
la mirada de los buenos lo comprendía;
la mirada maligna, donde fermenta la malicia, que emana de entrañas corrompidas,
no tiene valor;
encuentra culpas hasta en Dios; sólo ve la perfección dentro de sí.
Por eso no hacía caso de ella.
Las tres fases de la salvación de un alma son:
Ser integrísimos para poder hablar sin temor a que nos hagan callarnos.
Hablar a toda una multitud, de forma que nuestra apostólica palabra, dirigida a las turbas que se aglomeran en torno a la mística barca,
vaya, en círculos de ola, cada vez más lejos, hasta la orilla cenagosa donde están echados los que viven inertes sobre el barro;
sin preocuparse de conocer la Verdad.
Éste es el primer trabajo para romper la costra del duro terruño y prepararlo para la semilla.
Es el trabajo más severo, tanto para quien lo hace como para quien lo recibe;
porque la palabra debe, cual penetrante reja de arado, herir para abrir.
En verdad os digo que el corazón del apóstol bueno se hiere y sangra, por el dolor que le supone tener que herir para abrir;
mas también este dolor es fecundo.
Con la sangre y el llanto del apóstol se hace fértil el terruño agreste.
Segunda cualidad: trabajar incluso donde otro, menos conquistado por su misión, huiría.
Quebrantarse en el esfuerzo de arrancar cizaña, esteba y espinas;
para poner al desnudo el terreno arado y que resplandezca sobre él, como sol:
el poder de Dios y su bondad.
Al mismo tiempo, con maneras de juez y de médico, ser severo…
Firme en un período de espera para dar tiempo a las almas de superar la crisis, meditar y decidir.
Tercer punto:
En el momento en que el alma que en el silencio se ha arrepentido;
llorando y pensando en sus errores, se atreve a venir tímidamente, con miedo a ser rechazada;
hacia el apóstol,
El apóstol ha de tener un corazón más grande que el mar, más dulce que un corazón de madre,
más enamorado que un corazón de esposo.
Y ha de abrirlo de par en par para que broten de él olas de ternura.
Si tenéis a Dios en vosotros -Dios que es Caridad-, encontraréis fácilmente las palabras de caridad para las almas.
Dios hablará en vosotros y por vosotros…
Y el amor llegará, cual miel que rezuma de un panal, para alivio de los labios ardientes y nauseados;
cual bálsamo que fluye de una ampolla, para medicina de los espíritus heridos.
Doctores de las almas, haced que los pecadores os amen;
haced que gusten el sabor de la caridad celeste y lo ansíen tanto que no busquen ya ningún otro alimento.
Haced que sientan en vuestra dulzura un alivio tan grande que lo busquen para todas sus heridas.
Es necesario que vuestra caridad aleje de ellos todo temor;
porque, como dice la epístola (I Juan 4, 18)
“El temor supone el castigo, el que teme no es perfecto en la caridad”.
Pero tampoco es perfecto en la caridad el que produce el temor.
No digáis: “¿Qué has hecho?”.
No digáis: “Tú no puedes degustar el amor bueno”.
Antes al contrario decid, decid en mi Nombre: “Ama y yo te perdono”;
Decid: “Ven, Jesús te abre los brazos”;
Decid: “Gusta este Pan angélico y esta Palabra y olvida la pez de infierno y las burlas de Satanás”.
Haceos acémilas para llevar las debilidades de los demás.
El apóstol debe llevar las suyas y las de los demás, junto con sus cruces y las de los demás.
Y, mientras venís a Mí, cargados con estas ovejas heridas;
tranquilizad a estas ovejas errantes, decid: “Todo está olvidado en este momento”;
Decid: “No tengas miedo del Salvador, que ha venido del Cielo por ti, exactamente por ti;
yo sólo soy el puente para llevarte a Él, que te está esperando, al otro lado del arroyo de la absolución penitencial,
para conducirte a sus pastos santos, cuyos comienzos están aquí, en la tierra;
pero que luego prosiguen, con Belleza eterna que alimenta y embelesa, en los Cielos”.
Éste es el comentario.
A vosotras, ovejas fieles al Pastor Bueno, poco os toca.
Pero si para ti pequeña esposa, significará un aumento de confianza;
para el Padre será aún más luz en su luz de juez.
Y para muchos actuará, no como un aguijón para ir al Bien, sino como el rocío de que he hablado,
que penetra y nutre y da nuevo vigor a las flores lacias.
Levantad la cabeza.
El Cielo está arriba.
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189 EL MILAGRO ESPECTACULAR
189 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Una vez que se ha calmado el griterío,
Jesús empieza a hablar:
“El Señor dijo a Josué:
“Habla a los hijos de Israel y diles: Separad las ciudades de que os hablé por medio de Moisés para los fugitivos;
para que en ellas se puedan refugiar los que involuntariamente hayan matado a una persona,
pudiendo evitar así la ira del pariente próximo, del vengador de la sangre'”.
Pues bien, Hebrón es una de estas ciudades.
También está escrito:
“Los ancianos de la ciudad no entregarán al inocente en manos de quien lo busca para matarlo;
antes bien lo acogerán, le darán morada y permanecerá allí hasta el juicio y hasta la muerte del sumo sacerdote de entonces,
después de lo cual podrá volver a su ciudad y a su casa”.
En esta ley está ya presente y establecido el amor misericordioso hacia el prójimo.
Dios ha impuesto esta ley porque no es lícito condenar al acusado sin haberlo escuchado, ni matar en un momento de ira.
Lo mismo puede decirse también para los delitos y las acusaciones de orden moral.
No es lícito acusar si no se conoce, ni juzgar sin haber oído al acusado.
Mas, hoy día, a las acusaciones y condenas debidas a culpas supuestas en todos o a culpas imaginadas, se ha añadido una nueva serie:
La que se dirige y se pronuncia contra los que se presentan en nombre de Dios.
Durante los siglos pasados, se ha repetido contra los Profetas; ahora es contra el Precursor del Cristo y contra el Cristo.
Ya lo habéis visto.
Juan, atraído con engaño fuera del territorio de Siquem, espera la muerte en las prisiones de Herodes,
porque nunca se doblegará ante ninguna mentira ni amaño alguno.
De todas formas se podrá truncar su vida, cortarle la cabeza.
Mas no podrán quebrar su honestidad, ni separar su alma de la Verdad,
a la que él ha servido fielmente en sus más distintas formas: divinas, sobrenaturales o morales.
De la misma forma, se persigue al Cristo, con furia doble, diez veces mayor, porque
Él no se limita a decir: “No te es lícito” a Herodes.
sino que con vehemencia va diciendo en nombre de Dios y por el honor de Dios esto mismo,
por todos aquellos lugares donde entra y encuentra pecado o sabe que hay pecado,
sin excluir a ninguna categoría.
¿Cómo es posible esto?
¿Es que ya no hay siervos de Dios en Israel?
Sí los hay.
Lo que pasa es que son “ídolos”.
En la carta de Jeremías a los exiliados, están escritas entre muchas cosas éstas.
Quiero que pongáis atención en ellas;
porque toda palabra del Libro es una enseñanza que, desde que el Espíritu la hace escribir por un hecho presente, se refiere a un hecho futuro.
Así pues, está escrito:
…”Cuando entréis en Babilonia veréis dioses de oro, plata, piedra, madera…
Cuidaos de no imitar las obras de los extranjeros. Y no tengáis miedo a sus ídolos…
Decid en vuestro corazón:
“Sólo a ti se te debe adorar, Señor”‘.
La carta enumera las particularidades de estos ídolos, que tienen lengua fabricada por un artífice;
de la que no se sirven contra sus falsos sacerdotes, que los despojan de su oro para ataviar a las meretrices…
Y luego toman el oro profanado por el sudor de la prostitución para volver a componer al ídolo;
de estos ídolos que pueden ser corroídos por la herrumbre o la polilla…
Y que están limpios y ordenados solamente cuando el hombre los lava y los compone;
pues por sí mismos nada pueden hacer a pesar de tener en la mano el cetro o la segur.
Y termina el Profeta diciendo: “Por tanto, no los temáis”. Luego añade: “Estos dioses son inútiles como vasijas rotas.
Sus ojos están llenos del polvo que levantan los pies de los que entran en el templo.
Están bien custodiados:
Como en una tumba o como quien hubiera ofendido al rey, porque cualquier persona podría despojarlos de sus valiosas vestiduras.
No ven la luz de las lámparas; son en el templo como las vigas.
Las lámparas lo único que hacen es ahumarlos, mientras lechuzas, golondrinas u otros pájaros vuelan sobre sus cabezas y los motean de excrementos.
Y los gatos se guarecen entre sus vestiduras y las rompen.
Por tanto no hay que tenerles miedo, son cosas muertas.
El oro no les sirve para nada, sólo es una cosa externa; si no se limpia no brillan.
Tampoco sintieron nada cuando los fabricaron.
El fuego no los despertó.
Los compraron a precios fabulosos.
Los llevan a donde el hombre quiere, porque son vergonzosamente impotentes…
¿Y por qué pues, se les llama dioses?
Porque se les dedica adoración, ofrendas y la pantomima de falsas ceremonias:
Los que las celebran no las sienten, quienes las ven no creen en ellas.
Si se les hace algún mal, como si es un bien, no responden.
Son incapaces de elegir o destronar a un rey.
No pueden devolver las riquezas, ni tampoco el mal.
No pueden salvar a un hombre de la muerte, ni al débil de las manos del déspota.
No sienten piedad ni por las viudas ni por los huérfanos. Asemejan a las piedras de la montaña…
Así, más o menos, dice la carta.
Mirad, ya no tenemos santos sino ídolos, en las filas del Señor;
por este motivo el mal es capaz de alzarse contra el bien:
El mal que motea de excremento el intelecto y el corazón de los que ya no son santos y anida entre sus falsas vestiduras de bondad.
Ya no saben pronunciar las palabras de Dios.
Es lógico: su lengua es obra humana y hablan por tanto, palabras de hombre.
¡Cuando no de Satanás!
Sólo saben arremeter insensatamente contra inocentes y pobres;
pero guardan silencio ante la corrupción grave.
En efecto, habiéndose corrompido todos, no pueden acusar al otro de las mismas culpas propias:
Con ambición – no por el Señor sino por Satanás -, trabajan aceptando el oro de la lujuria y del desmán.
Y lo trafican y sustraen, en manos de un frenesí que desborda todo límite y arrasa cuanto encuentra a su paso.
Sin cesar, se les deposita encima el polvo que fermenta sobre ellos.
Externamente su rostro está limpio, pero el ojo de Dios ve muy sucio su corazón.
La herrumbre del odio y el gusano del pecado los corroe.
No saben cómo hacer para salvarse.
Blanden maldiciones, como cetros o hachas, sin saber que sobre ellos pesa la maldición.
Están encerrados en su pensamiento y en su odio, cual cadáveres en sus sepulcros o prisioneros en sus cárceles-
Y permanecen ahí agarrándose a las barras, pues temen que una mano los aleje de ese lugar:
En efecto donde están, estos muertos son todavía algo, momias, nada más que momias de aspecto humano.
Y sólo el aspecto, pues su cuerpo está reducido a madera seca;
mientras que fuera serían objetos desechados por el mundo que busca la Vida, que necesita la Vida como el niño el pecho materno…
Y que acepta a quien le da Vida y no hedor de muerte.
Están en el Templo sí, y el humo de las lámparas – de los honores – los ahuma…
Pero la luz no les llega; todas las pasiones – los pájaros y gatos – anidan en ellos;
pero el fuego de la misión no les da el místico tormento de ser consumidos por el fuego de Dios.
Son -refractarios al Amor
El fuego de la caridad no los enciende, la caridad no los viste con sus áureos esplendores:
La caridad de dúplice forma y origen:
Caridad para con Dios y para con el prójimo, la forma; caridad de Dios y del hombre, el origen.
Dios se aleja en efecto, del hombre que no ama, siendo así que el origen divino cesa;
el hombre se aleja del malvado, cesando así el segundo origen.
La Caridad arrebata todo al hombre que no tiene amor.
Se dejan comprar con precio maldito, se dejan llevar a donde quieren la ganancia y el poder.
¡No, no es lícito! Ninguna moneda puede comprar la concienci.
Y menos aún la de los sacerdotes y maestros.
No es lícito mostrarse sumisos ante las cosas fuertes de la Tierra cuando quieren conducirnos a obrar en contra de lo que Dios ha establecido:
Esto no es sino impotencia espiritual. Y está escrito:
“El eunuco no entrará en la asamblea del Señor”.
Si, pues no puede ser del pueblo de Dios el impotente por naturaleza, ¿Podrá ser su ministro el impotente de espíritu?
En verdad os digo que muchos sacerdotes y maestros, habiendo perdido su virilidad espiritual,
han venido a ser, culpablemente eunucos espirituales.
Muchos. ¡Demasiados!
Meditad, observad, comparad…
Y os daréis cuenta de que tenemos muchos ídolos y pocos ministros del Bien, que es Dios.
Ahora se ve por qué sucede que las ciudades-refugio no son ya tales.
Ya no se respeta nada en Israel.
Los santos mueren por el odio hacia ellos, de los no santos.
Pues bien, mi propuesta es una llamada.
Os llamo en nombre de nuestro Juan, que se está consumiendo por haber sido santo;
que sufre ahora la acción punitiva por ser Precursor mío y por haber tratado de quitar de los caminos del Cordero las inmundicias.
Venid a servir a Dios. El tiempo está cercano. No os coja desapercibidos la Redención.
Haced que llueva en terreno sembrado; si no, en vano caerá la lluvia.
Vosotros, habitantes de Hebrón, debéis ir a la cabeza, porque habéis convivido aquí con Zacarías e Isabel, los santos que merecieron del Cielo a Juan
Aquí Juan ha esparcido el perfume de su gracia con verdadera inocencia de párvulo.
Y desde su desierto, os ha enviado el incienso anticorruptor de su Gracia, prodigio de penitencia.
No defraudéis a vuestro Juan, que ha llevado el amor al prójimo hasta una altura casi divina,
de forma que ama al último habitante del desierto cuanto a vosotros, paisanos suyos.
Estad seguros que impetra la Salud para vosotros.
Y la Salud está en seguir la Voz del Señor y creer en su Palabra.
Venid en masa, de esta ciudad sacerdotal, al servicio de Dios.
Yo paso y os llamo:
No seáis menos que las meretrices, a las cuales les es suficiente una palabra de misericordia,
para abandonar el camino recorrido precedentemente y tomar el del Bien.
Cuando he llegado me han preguntado:
“Pero, ¿No nos guardas rencor?”.
¡Rencor! ¡No; antes bien, amor!
Espero incluso veros entre las filas de mi Pueblo, del Pueblo que guío hacia Dios en el nuevo éxodo hacia la verdadera Tierra Prometida:
El Reino de Dios, al otro lado del Mar Rojo de los sentidos, más allá de los desiertos del pecado;
libres ya de todo tipo de esclavitud, hacia la Tierra eterna, de pingües delicias, colmada de paz…
¡Venid! Es el Amor que pasa; quien quiera puede seguirle, porque para ser acogidos por El se requiere solamente buena voluntad.
Jesús ha terminado en medio de un silencio atónito.
Parece que muchos están sopesando las palabras que han escuchado…
Prueban su sabor, las degustan, las confrontan.
Mientras esto sucede y Jesús cansado y sudoroso, se sienta a hablar con Juan y Judas.
Y he aquí que se alza un clamor al otro lado del muro…
Gritos confusos que luego se vuelven más claros:
– ¿Está el Mesías? ¿Está?
La respuesta es afirmativa.
Entonces pasan adelante a un hombre contrahecho que de tan torcido como está parece una “S”.
– ¡Es Masala!
– ¡Demasiado contrahecho!
– ¿Qué puede esperar?
– ¡Ahí está su madre!
– ¡Pobrecilla!
El arquisinagogo:
– Maestro, su marido la rechaza por ese aborto de hombre de su hijo.
Así que vive aquí de la caridad; pero ahora es ya anciana y le queda poca vida…
El aborto de hombre – realmente es así – está ante Jesús.
No puede ni siquiera ver su rostro de lo encorvado y torcido que está.
Parece una caricatura de hombre-chimpancé o de un camello humanizado.
La madre, anciana y mísera, ni siquiera habla.
Sólo emite una voz que parece un gemido:
– Señor. Señor…
Jesús pone sus manos sobre los hombros sesgados del hombre, que apenas si le llega a la cintura…
Levanta su rostro hacia el Cielo
y dice con voz potente:
– ¡Enderézate y sigue los caminos del Señor!
El hombre experimenta un brusco movimiento…
Y como impulsado por un resorte, queda derecho como el más perfectode los hombres.
E1 movimiento ha sido tan repentino, que parece como si se hubieran roto unos resortes, que lo tuvieran contenido en esa posición anómala.
Ahora le llega a Jesús a los hombros
Lo mira y cae de rodillas, con su madre, ante su Salvador.
Es indescriptible la reacción de la muchedumbre…
A pesar de todas las resistencias, Jesús se ve obligado a permanecer en Hebrón;
porque la gente está dispuesta a formar barreras en las salidas para impedirle marcharse.
Así…
Entra en la casa del anciano arquisinagogo, que tan cambiado está respecto al año pasado…
133 VIAJE HACIA EL PERDÓN
133 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
La velada contnúa su relato a María…
Desde la ventana ya había oído palabras y había visto un aspecto que habían conmovido mi corazón.
Pero, Madre; te juro que no fue la carne la que me movió hacia tu Jesús.
Lo que El me reveló fue la causa de que me acercara al umbral de la puerta…
Desafiando las burlas del vulgo, para decirle: “Entra”
Fue el alma, esa alma que hasta entonces no sabía que tenía.
Me dijo: “Mi Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de ser salvado.
Salvo enseñando a ser puros, a querer el dolor por el honor, a querer el Bien a toda costa.
Yo soy Aquel que busca a los perdidos,
Aquel que da la Vida; soyPureza y Verdad”.
Me dijo que yo también tenía un alma, pero que 1a había matado con mi modo de vivir.
No obstante, no me maldijo ni se burló de mí.
¡Y no puso en mí sus ojos un solo momento!
Es el primer hombre que no me ha comido con su ávida mirada, porque llevo conmigo la tremenda maldición de atraer al hombre…
Me dijo que quien lo busca lo encuentra, porque está donde hay necesidad de médico, medicinas.
Y se marchó. Pero sus palabras quedaron aquí y aquí han permanecido.
Yo me decía: “Su Nombre quiere decir Salvador”,
Como queriendo empezar a curarme.
De su visita me habían quedado sus palabras y sus amigos, los pastores.
Mi primer paso fue darles a los pastores limosna y pedirles oraciones…
Luego… me escapé…
Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador…
Busqué, busqué, segura de que lo encontraría porque así me lo había prometido.
Me mandaron a donde un hombre de nombre Juan, creyendo que era Él, pero no era.
Posteriormente, un hebreo me indicó el camino de Agua Especiosa.
Vivía de la venta del oro que tenía, que era mucho.
Durante los meses en que viví errante tuve que mantener cubierto mi rostro para que no me atrapasen de nuevo.
Y porque además Áglae realmente estaba sepultada bajo ese velo;
había muerto la vieja Áglae, quedaba sólo esa alma suya herida y desangrada que iba en busca de su médico.
Muchas veces tuve que huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis vestiduras.
Incluso uno de los amigos de tu Hijo…
En Agua Especiosa vivía como un animal.
Vivía pobre pero feliz.
Ni el rocío ni el río me limpiaron como sus palabras.
¡Oh, ni una sola perdí!
Una vez perdonó a un asesino. Oí sus palabras y estuve a punto de decirle: “¡Perdóname también a mí!”.
Otra vez habló de la inocencia perdida.
¡Oh, qué llanto de nostalgia! Otra vez curó a un leproso…
Y estuve por gritar: “¡Límpiame a mí de mi pecado…!”.
Otra vez curó a un demente romano… Y lloré…
Y mandó que me dijeran que las patrias pasan pero el Cielo permanece.
Una noche de tormenta me ofreció la casa…
Y se preocupó de que el encargado me diera posada…
A través de un niño, me dijo: “No llores”…
¡Oh, qué bondad la suya!
¡Qué miseria la mía!:
Tan grandes ambas, que no me atreví a portar mi miseria a sus pies, a pesar de que uno de los suyos, de noche…
Me instruyera acerca de la infinita misericordia de tu Hijo.
Luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma renacida…
Pero lo esperaba también la venganza de aquellos que son aun mucho más indignos que yo de mirarlo.
Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios…
Y me maltrataron.
Pero me hirieron más sus acusaciones que las piedras.
Hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la desesperación.
¡Oh, qué tremenda lucha conmigo misma!
Andrajosa, sangrante, herida, febril, ya sin Médico, sin techo ni pan, miré hacia atrás, miré al futuro…
El pasado me decía: “Vuelve”…
El presente: “Mátate”;..
He tenido esperanza.
No me he quitado la vi-da…
Lo haría, eso sí, si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era.
A duras penas llegué a un pueblo pidiendo asilo.
Me reconocieron.
Tuve que salir huyendo como un animal…
Y he tenido que seguir huyendo de todos los lugares, perseguida siempre.
Siempre ultrajada, siempre maldecida, porque quería ser honesta.
Y porque se esfumaban las esperanzas de quienes por medio de mí, querían asestar sus golpes contra tu Hijo.
Subí hasta Galilea siguiendo el curso del río y vine hasta aquí…
Tú no estabas… Fui a Cafarnaúm: acababas de partir.
Pero me vio un anciano, uno de sus enemigos…
Y me habló de mí como prueba evidente contra Él, Tu Hijo.
Y dado que yo lloraba y no reaccionaba,
me dijo: “Todo podría cambiar para ti si quisieras ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí nazareno.
Bastaría con que dijeras, ante mis amigos, que Él era tu amante…”.
Huí como quien ve abrirse una mata florida al desenroscarse una serpiente.
Y comprendí que ya no podía ir a postrarme a sus pies.
Por eso vengo a ti.
Aquí estoy: pisotéame; soy sólo fango.
Aquí me tienes: aléjame de tu presencia, porque soy pecadora.
Dime mi nombre: meretriz.
Estoy dispuesta a aceptar todo lo que me digas o hagas.
, ten piedad, Madre; toma mi pobre alma sucia y llévala a El.
Cierto es que poner en tus manos mi lujuria es delito…
Pero son el único lugar en que estará protegida del mundo, que la quiere para sí…
Y se hará penitente.
Dime cómo he de comportarme. Dime qué tengo que hacer.
Dime cuál es el medio que debo seguir para dejar de ser Aglae.
¿Qué debo amputarme?
¿Qué debo arrancarme para dejar de ser pecado, seducción, para no tener que temer ni a mí misma ni al hombre?
¿Tengo que arrancarme los ojos? ¿Tengo que quemarme los labios? ¿Tengo que cortarme la lengua?
Ojos, labios, lengua… me han servido en el mal.
No quiero ya más el mal; estoy dispuesta a sacrificarlos para castigarme a mí y a ellos mismos.
¿0 quieres que me ampute estas concupiscentes caderas que me han impulsado a depravados amores?
¿O que me arranque estas vísceras insaciables, de las que siempre temo un nuevo despertar?
Dime, dime, ¿Cuál es la vía para olvidarse de que se es hembra…
¿Y para hacérselo olvidar a los demás?
María está estremecida. Llora, sufre…
Pero el único signo de su dolor son las lágrimas que caen sobre la arrepentida.
-Quiero morir perdonada.
Quiero morir sin otro recuerdo sino el del Salvador.
Quiero morir con su Sabiduría como amiga…
¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha, a mí y a Él, para acusarnos…».
Áglae llora, tirada en el suelo como un trapo.
María se pone en pie y casi jadeando,
susurra:
– ¡Qué difícil es ser redentores!
Áglae, que lo ha oído, intuyendo el movimiento de María, dice quejumbrosamente:
– ¿Ves cómo tú también sientes repulsa?
Me marcho. Todo está perdido.
– No, hija, no está perdido todo.
Ahora empieza todo para ti. Escúchame, alma abatida:
No gimo por ti, sino por este mundo cruel.
No te dejo marcharte; te acojo, pobre golondrina lanzada contra mis paredes por la ventisca.
Te llevaré a donde Jesús y Él te señalará el camino de tu redención…
– Ya no tengo esperanza…
El mundo tiene razón, no puedo ser perdonada.
– No te puede perdonar el mundo, pero sí Dios.
Déjame que te hable en nombre del supremo Amor, que me ha dado un Hijo para que yo lo dé al mundo.
Que me ha sacado de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviera el Perdón.
Y me ha sacado sangre, pero no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima.
Mírame, hija.
En este corazón hay una gran herida, que me punza desde hace más de treinta años.
Que se abre cada vez más y me consume. ¿Sabes cuál es su nombre?
– Dolor.
– No. Amor.
El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté solo el Hijo en su acto salvador.
Es el amor lo que me da fuego para que yo purifique a quienes no se atreven a ir a mi Hijo.
El amor hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores.
Tú querías mis caricias; te doy mis lágrimas, que te hacen ya blanca para poder mirar a mi Señor.
El llanto de Aglae se ha vuelto desgarrador…
Y María la corrige:
No eres la única pecadora que se acerca al Señor y se despide de Él ya redimida; otras hubo y otras habrá.
¿Dudas, acaso, de que Él te pueda perdonar?
¿No ves en todo lo que te ha ocurrido un misterioso designio de la Bondad Divina?
¿Quién te condujo a Judea?
¿Y a la casa de Juan?
¿Quién te movió a asomarte a la ventana aquella mañana?
¿Quién encendió en ti una luz para ilustrarte sus palabras?
¿Quién te dio la capacidad de entender que la caridad, unida a la oración del favorecido, obtienen auxilio divino?
¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Samay?
¿Quién, de perseverar los primeros días hasta su llegada?
¿Quién te puso en su camino?
¿Quién te capacitó para vivir como una penitente a fin de que se fuera purificando tu alma?
¿Quién ha hecho en ti alma de mártir, de creyente, de mujer perseverante, de mujer pura?…
Sí, no menees la cabeza.
¿Piensas, acaso, que sólo es puro quien no ha conocido la sensualidad?
¿O piensas que el alma no puede jamás volver a ser virgen y bella?
¡Hija, créeme que entre mi pureza, toda ella gracia del Señor!
¡Y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu pureza perdida, es mayor la tuya!
Tú la construyes, contra el apetito de los sentidos, la necesidad y el hábito.
En mí es dote natural, como respirar.
Tú debes cercenar tu pensamiento, los sentimientos, la carne; para no recordar, para no desear, para no secundar; yo…
¿Puede, acaso, una criaturita de pocas horas desear la carne?
¿Tiene mérito por no hacerlo? Pues así yo.
Yo no conozco esa trágica hambre que ha hecho de la humanidad una víctima.
No conozco sino la santísima hambre de Dios…
tú, sin embargo, ésta no la conocías.
Y has conseguido aprenderla…
Y has domado la otra, trágica y horrenda; por amor a Dios, que ahora es tu único amor.
¡Sonríe, hija de la Misericordia divina! ¡Mi Hijo está haciendo en ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho.
Estás ya salvada, porque has tenido buena voluntad de salvarte, porque has aprendido la pureza, el dolor, el Bien.
Tu alma ha renacido.
Sí, necesitas su palabra, que te diga en nombre de Dios: “Estás perdonada”.
Eso yo no lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón…
¡Oh, Espíritu Eterno, un poco de ti siempre está en tu María!
¡Deja que Ella te infunda, Espíritu santificador, sobre esta criatura que llora y espera!
¡Por nuestro Hijo, Oh Dios de amor, salva a ésta que de Dios espera salvación!
¡Que la Gracia, de que dijo el ángel Dios me ha colmado, se pose milagrosamente sobre esta mujer…!
¡Y la mantenga hasta que Jesús, el Salvador bendito, el supremo Sacerdote, la absuelva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu!…
Es de noche, hija. Estás cansada.
Tus vestidos, hechos jirones.
Ven. Descansa.
Mañana te pondrás en camino…
Te enviaré a una familia de personas honradas, porque aquí ya vienen demasiados.
Te daré un vestido en todo igual al mío.
Parecerás una hebrea.
Yo veré a mi Hijo en Judea, no antes, porque la Pascua se aproxima y para el novilunio de Abril estaremos en Betania; así que le hablaré de ti.
Ve a casa de Simón el Zelote.
Allí me encontrarás y te conduciré a Él.
Áglae sigue llorando, pero ahora con paz.
Está sentada en el suelo.
También María se ha sentado de nuevo.
Y Áglae deposita su cabeza sobre las rodillas de María y le besa la mano…
Luego susurra quejumbrosa:
– Me reconocerán…
– ¡Oh, no! No temas.
Tu vestido era demasiado conocido.
Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón; serás como la virgen preparada para su boda:
Distinta y desconocida para la muchedumbre que ignora el rito. Ven.
Tengo una pequeña habitación al lado de la mía.
En ella se alojan santos y peregrinos deseosos de ir a Dios; te hospedará también a ti.
Aglae hace ademán de querer recoger el manto y el velo.
Pero María la detiene:
– Deja. Son los vestidos de la pobre Áglae extraviada, que ya no existe…
Y ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado odio…
Y tanto daño hace el odio cuanto el pecado.
Salen al oscuro huerto.
Entran en el cuarto de José.
María enciende una lamparilla que hay encima de una repisa.
Acaricia una vez más a la arrepentida, cierra la puerta.
Y con su triple llamita, se hace luz para ver a dónde puede llevar el manto desgarrado de Áglae,
para que ningún visitante lo vea al día siguiente.
26 EL EDICTO DE AUGUSTO
26 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO
Augusto y el censo de Belén
“En mi sexto consulado (28 a.C), llevé a cabo, con Marco Agripa como colega el censo del pueblo. Celebré la ceremonia lustral después de que no se hubiera celebrado en 42 años; en ellas fueron censados 4.063.000 ciudadanos romanos.
Durante el consulado de Cayo Censorino y Cayo Asinio (8 a.C) llevé a cabo el censo por mi solo, en virtud de mi poder consular, en cuya lustración se contaron 4.233.000 ciudadanos romanos.
Hice el censo por tercera vez, en virtud de mi poder consular y teniendo por colega a mi hijo adoptivo Tiberio César, en el consulado de Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo (14 d.C); con ocasión de este censo conté 4.937.000 ciudadanos romanos” Augusto Res Gestae Divi Augusti
Nacimiento de Jesús
- Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo.
- Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino.
- Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad.
- Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David,
- para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
El edicto de empadronamiento.
Enseñanzas sobre el amor al esposo y la confianza en Dios.
De nuevo veo la casa de Nazaret, la pequeña habitación en que María habitualmente come.
Ahora Ella está trabajando en una tela blanca.
La deja para ir a encender una lámpara, pues está atardeciendo y no ve ya bien con la luz verdosa que entra por la puerta entornada que da al huerto.
Cierra también la puerta.
Observo que su cuerpo está ya muy engrosado, pero sigue viéndosele muy hermosa. Su paso continúa siendo ágil; todos sus movimientos, están llenos de donaire.
No se ve en Ella ninguna de esas sensaciones de peso que se notan en la mujer cuando está próxima a dar a luz a un niño.
Sólo en el rostro ha cambiado. Ahora es “la mujer”. Antes, cuando el Anuncio, era una jovencita de carita serena e ingenua (como de niño inocente).
Luego, en la casa de Isabel, cuando el nacimiento del Bautista, su rostro se había perfeccionado, adquiriendo una gracia más madura.
Ahora es el rostro sereno, pero dulcemente majestuoso, de la mujer que ha alcanzado su plena perfección en la maternidad.
Ya no recuerda a esa “Virgen de la Anunciación” de Florencia.
Cuando era niña, yo sí que la veía reflejada en ella.
Ahora el rostro es más alargado y delgado; la mirada, más pensativa y grande.
En pocas palabras: como es María actualmente en el Cielo.
Porque ahora ha asumido el aspecto y la edad del momento en que nació el Salvador.
Tiene la eterna juventud de quien no sólo no ha conocido corrupción de muerte, sino que ni siquiera ha conocido el marchitamiento de los años.
El tiempo no ha tocado a esta Reina nuestra y Madre del Señor que ha creado el tiempo.
Es verdad que en el suplicio de los días de la Pasión — suplicio que para Ella empezó muchísimo antes,
podría decir que desde que Jesús comenzó la evangelización — se la vio envejecida, pero tal envejecimiento era sólo como un velo corrido por el dolor sobre su incorruptible cuerpo.
Efectivamente, desde cuando Ella vuelve a ver a Jesús, resucitado, torna a ser la criatura fresca y perfecta de antes del suplicio:
como si al besar las santísimas Llagas hubiera bebido un bálsamo de juventud que hubiese cancelado la obra del tiempo y, sobre todo, del dolor.
También hace ocho días, cuando he visto la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, veía a María “hermosísima y, en un instante, rejuvenecida”, como escribía; ya antes había escrito: “Parece un ángel azul”.
Los ángeles no experimentan la vejez. Poseen eternamente la belleza de la eterna juventud, del eterno presente de Dios que en sí mismos reflejan.
La juventud angélica de María, ángel azul, se completa y alcanza la edad perfecta — que se ha llevado consigo al Cielo y que conservará eternamente en su santo cuerpo glorificado,
cuando el Espíritu pone el anillo nupcial a su Esposa y la corona en presencia de todos — ahora, y no ya en el secreto de una habitación ignorada por el mundo, con un arcángel como único testigo.
He querido hacer esta digresión porque la consideraba necesaria. Ahora vuelvo a la descripción.
María, pues, ahora ya es verdaderamente “mujer”, llena de dignidad y donaire. Incluso su sonrisa se ha transformado, en dulzura y majestad. ¡Qué hermosa está María!
Entra José. Da la impresión de que vuelve del pueblo, porque entra por la puerta de la casa y no por la del taller.
María levanta la cabeza y le sonríe.
También José le sonríe a Ella… no obstante, parece como si lo hiciera forzado, como quien estuviera preocupado.
María lo observa escrutadora y se levanta para coger el manto que José se está quitando, para doblarlo y colocarlo encima de un arquibanco.
José se sienta al lado de la mesa. Apoya en ella un codo y la cabeza en una mano mientras con la otra, absorto, se peina y despeina alternativamente la barba.
María pregunta:
– ¿Estás preocupado por algo?
– Tú siempre me confortas, María.
Pero esta vez es una gran preocupación… por ti.
– ¿Por mí, José? ¿Y qué es, pues?
– Han puesto un edicto en la puerta de la sinagoga.
Ha sido ordenado el empadronamiento de todos los palestinos. Hay que ir a anotarse al lugar de origen. Nosotros tenemos que ir a Belén…
– ¡Oh! – interrumpe María, llevándose una mano al pecho.
– ¿Te preocupa, verdad?
Es penoso. Lo sé.
– No, José, no es eso.
Pienso… pienso en las Sagradas Escrituras: Raquel, madre de Benjamín y esposa de Jacob, del cual nacerá la Estrella, el Salvador.
Raquel, que está sepultada en Belén; de la que se dijo:
“Y tú, Belén Efratá, eres la más pequeña entre las tierras de Judá, mas de ti saldrá el Dominador”, el Dominador prometido a la estirpe de David; Él nacerá allí…
– ¿Piensas… piensas que ya ha llegado el momento?
¡Oh! ¿Qué podemos hacer?
José está enormemente preocupado y mira a María con ojos llenos de compasión.
Ella lo percibe, y sonríe. Su sonrisa es más para sí que para él. Es una sonrisa que parece decir: «Es un hombre; justo, pero hombre. Y ve como hombre, piensa como hombre.
Sé compasiva con él, alma mía, y guíalo a la visión de espíritu». Y su bondad la impulsa a tranquilizarlo. No mintiendo, sino tratando de quitarle la preocupación,
le dice:
– No sé, José.
El momento está muy cercano, pero, ¿No podría el Señor alargarlo para aliviarte esta preocupación? Él todo lo puede. No temas.
– ¡Pero el viaje!…
Y además, ¡Con la cantidad de gente que habrá!… ¿Encontraremos un buen lugar para alojarnos? ¿Nos dará tiempo a volver?
Y si… si eres Madre allí, ¿Cómo nos las arreglaremos? No tenemos casa… No conocemos a nadie….
– No temas.
Todo saldrá bien. Dios provee para que encuentre un amparo el animal que procrea, ¿Y piensas que no proveerá para su Mesías? Nosotros confiamos en Él, ¿No es verdad?
Siempre confiamos en Él, Cuanto más fuerte es la prueba, más confiamos. Como dos niños, ponemos nuestra mano en su mano de Padre.
Él nos guía. Estamos completamente abandonados en Él.
Mira cómo nos ha conducido hasta aquí con amor. Ni el mejor de los padres podría haberlo hecho con más esmero.
Somos sus hijos y sus siervos. Cumplimos su voluntad. Nada malo nos puede suceder.
Este edicto también es voluntad suya. ¿Qué es César, sino un instrumento de Dios?
Desde que el Padre decidió perdonar al hombre, ha predispuesto los hechos para que su Hijo naciera en Belén.
Antes de que ella, la más pequeña de las ciudades de Judá, existiera, ya estaba designada su gloria.
Para que esta gloria se cumpla y la palabra de Dios no quede en entredicho — y lo quedaría si el Mesías naciera en otro lugar — he aquí que ha surgido un poderoso, muy lejos de aquí,
y nos ha dominado, y ahora quiere saber quiénes son sus súbditos, ahora, en un momento de paz para el mundo…
¡Qué es una pequeña molestia nuestra comparada con la belleza de este momento de paz!
Fíjate, José, ¡Un tiempo en que no hay odio en el mundo! ¿Existe, acaso, hora más feliz que ésta, para que surja la “Estrella” de luz divina y de influjo redentor?
¡Oh, no tengas miedo, José!
Si inseguros son los caminos, si la muchedumbre dificulta la marcha, los ángeles serán nuestra defensa y nuestro parapeto; no de nosotros, sino de su Rey.
Si no encontramos un lugar donde ampararnos, sus alas nos harán de tienda. Nada malo nos sucederá, no puede sucedemos: Dios está con nosotros.
José la mira y la escucha con devoción.. Las arrugas de la frente se alisan, la sonrisa vuelve. Se pone en pie, ya sin cansancio y sin pena. Sonríe.
– ¡Bendita tú, Sol del espíritu mío!
¡Bendita tú, que sábes ver todo a través de la Gracia que te llena! No perdamos tiempo, pues, porque hay que partir lo antes posible y… volver cuanto antes, para que aquí todo está preparado para el… para el….
– Para el Hijo nuestro, José.
Tal debe ser a los ojos del mundo, recuérdalo.
El Padre ha velado de misterio esta venida suya, y nosotros no debemos descorrer el velo. Él, Jesús, lo hará, llegada la hora…
La belleza del rostro, de la mirada, de la expresión, de la voz de María al decir este «Jesús» no es describible. Es ya el éxtasis…
Y con este éxtasis cesa la visión.
Dice María:
No añado mucho, porque mis palabras son ya enseñanza. Eso sí, reclamo la atención de las mujeres casadas sobre un punto.
Demasiadas uniones se transforman en desuniones por culpa de las mujeres, las cuales no tienen hacia el marido ese amor que es todo (amabilidad, compasión, consuelo).
Sobre el hombre no pesa el sufrimiento físico que oprime a la mujer, pero sí todas las preocupaciones morales: necesidad de trabajo, decisiones que hay que tomar,
responsabilidades ante el poder establecido y ante la propia familia… ¡Oh, cuántas cosas pesan sobre el hombre, y cuánta necesidad tiene también él de consuelo!
Pues bien, es tal el egoísmo, que la mujer le añade al marido cansado, desilusionado, abrumado, preocupado, el peso de inútiles quejas, e incluso a veces injustas.
Y todo porque es egoísta; no ama.
Amar no significa satisfacer los propios sentidos o la propia conveniencia.
Amar es satisfacer a la persona amada, por encima de los sentidos y conveniencias, ofreciéndole a su espíritu esa ayuda que necesita para poder tener siempre abiertas las alas en el cielo de la esperanza y de la paz.
Hay otro punto en el que querría que centrarais vuestra atención. Ya he hablado de ello; no obstante, insisto. Se trata de la confianza en Dios.
La confianza compendia las virtudes teologales.
Si uno tiene confianza, es señal de que tiene fe; si tiene confianza, es señal de que espera y de que ama. Cuando uno ama, espera y cree en una persona, tiene confianza. Si no, no.
Dios merece esta confianza nuestra.
Si se la damos a veces a pobres hombres capaces de cometer faltas, ¿Por qué negársela a Dios, que no comete falta alguna? La confianza es también humildad.
El soberbio dice: “Voy a actuar por mí mismo. No me fío de éste, que es un incapaz, un embustero y un avasallador”.
El humilde dice: “Me fío. ¿Por qué no me voy a fiar? ¿Por qué debo pensar que yo soy mejor que él?”. Y así, con mayor razón, de Dios dice:
“¿Por qué voy a tener que desconfiar de Aquel que es bueno? ¿Por qué voy a tener que pensar que me basto por mí mismo?”.

5. De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.
6. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce;
7. confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. 1 Pedro 5
Dios se dona al humilde, del soberbio se retira. La confianza es, además, obediencia; y Dios ama al obediente.
La obediencia es signo de que nos reconocemos hijos suyos, de que lo reconocemos como Padre; y un padre, cuando es verdadero padre, no puede hacer otra cosa sino amar.
Dios es para nosotros Padre verdadero y perfecto.
Hay un tercer punto que quiero que meditéis. Se funda también en la confianza. Ningún hecho puede acaecer si Dios no lo permite.
Por lo cual, ya tengas poder, ya seas súbdito, será porque Dios lo ha permitido.
Preocúpate, pues, ¡Oh tú que tienes poder!, de no hacer de este poder tuyo tu mal. En cualquier caso sería “tu mal”, aunque en principio pareciese que lo fuera de otros.
En efecto, Dios permite, pero no sin medida; y, si sobrepasas el punto señalado, asesta el golpe y te hace pedazos.
Preocúpate, pues, tú que eres súbdito, de hacer de esta condición tuya una calamita para atraer hacia ti la celeste protección.
No maldigas nunca.
Deja que Dios se ocupe de ello. A Él, Señor de todos, le corresponde bendecir o maldecir a los seres que ha creado.
25 LA PASIÓN DE JOSÉ
25 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO
José pide perdón a María.
Fe, caridad y humildad para recibir a Dios. Después de 53 días, la Madre reanuda sus manifestaciones con esta visión, y me dice que la escriba en este libro.
La alegría me invade. Ver a María, en efecto, es poseer la Alegría.
Así, veo el huertecillo de Nazaret.
María está hilando a la sombra de un tupidísimo manzano repleto de frutos, que ya empiezan a tomar color rojo y que parecen con su redondez y color rosado, carrillos de niño.
Sin embargo, María no tiene, de ninguna manera, ese color. Le ha desaparecido la linda coloración que, en Hebrón, avivaba su cara.
En la palidez de marfil de su rostro, sólo los labios trazan una curva de pálido coral.
Bajo los párpados semicerrados hay dos sombras oscuras y los bordes de los ojos están hinchados como en quien ha llorado.
No veo los ojos, porque Ella está con la cabeza más bien agachada, pendiente de su trabajo y, sobre todo, de un pensamiento suyo, que debe afligirla, pues la oigo suspirar como quien tuviera un pesar en el corazón.
Está toda vestida de blanco, de lino blanco; es que hace mucho calor, a pesar de que la frescura todavía intacta de las flores me dice que es por la mañana.
Tiene la cabeza descubierta, y el Sol, que juega con las frondas del manzano movidas por un ligerísimo viento.
Y se filtra con agujas de luz hasta tocar la tierra oscura de los parterres, deposita en su cabeza rubia aritos de luz en que los cabellos parecen de oro cobrizo.
De la casa no viene ningún ruido, ni tampoco de los lugares cercanos.
Se oye sólo el murmullo del arroyuelo que va a un pilón del fondo del huerto.
María se estremece al oír un golpe dado con resolución a la puerta de la casa. Apoya rueca y huso y se levanta para ir a abrir.
A pesar de que el vestido sea suelto y amplio, no llega a ocultar completamente la rotundidad de su pelvis.
Se encuentra de frente a José. María palidece, hasta incluso en los labios. Ahora su rostro parece una hostia de lo pálido que está.
María mira con ojos que escrutan tristemente; José, con ojos que parecen suplicar. Guardan silencio, mirándose.
María rompe el silencio:
– ¿A esta hora, José?
¿Necesitas algo? ¿Qué deseas decirme? Ven. José entra y cierra la puerta.
Todavía guarda silencio.
– Habla, José. ¿Qué deseas de mí?
Con una voz ronca por el llanto contenido,
José dice:
– Tu perdón – José se curva como si quisiera arrodillarse.
Pero María, siempre tan reservada al tocarlo, lo agarra con resolución por los hombros y se lo impide.
El color aparece y desaparece del rostro de María, ora completamente rojo, ora de nieve como antes.
María responde:
– ¿Mi perdón? No tengo nada que perdonarte, José.
No debo sino agradecerte una vez más todo cuanto has hecho aquí dentro, en mi ausencia y el amor que me tienes.
José la mira.
Veo formarse dos gruesas gotas en la cavidad de sus ojos profundos, permanecer como en el borde de un recipiente, para luego deslizarse por las mejillas y por la barba.
– Perdóname, María.
He desconfiado de ti. Ahora veo. Soy indigno de poseer tan gran tesoro. He faltado a la caridad, te he acusado en mi corazón, te he acusado injustamente porque no te había preguntado la verdad.
He faltado contra la ley de Dios no amándote como yo me habría amado a mí mismo…
– ¡Oh, no, no has faltado!
– Sí, María.

19. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. 20. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. 21. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Mateo 1
Si yo hubiera sido acusado de un delito así, me habría defendido. Tú..
No te concedía defenderte, porque ya iba a tomar decisiones sin preguntarte primero. He faltado contra ti ofendiéndote con una sospecha. El solo hecho de sospechar ya es ofensa, María.
El que sospecha no conoce. Yo no te he conocido como debía. Pero, por el dolor que he sufrido… tres días de suplicio… perdóname, María.
– No tengo nada que perdonarte.
Es más, te pido yo perdón por el dolor que te he causado.
– ¡Oh, dolor sí que fue!
¡Cuánto dolor! Fíjate, esta mañana me han dicho que tengo las sienes canosas y arrugas en la cara. ¡Estos días han significado más de diez años de vida!
Pero, María, ¿Por qué has sido tan humilde de celarme a mí, tu esposo, tu gloria, y permitirme que sospechara de ti?
José no está de rodillas, pero sí tan curvado que es como si lo estuviera.
María le pone su mano en la cabeza, y sonríe. Parece como si lo absolviera.
Dice:
– Si no lo hubiera sido de modo perfecto, no habría merecido concebir al Esperado, que viene a anular la culpa de soberbia que ha destruido al hombre.
Y además no he hecho sino obedecer… Dios me pidió esta obediencia… Me ha costado mucho,. por ti, por el dolor que te produciría… pero, tenía que obedecer.
Soy la Esclava de Dios, y los siervos no discuten las órdenes que reciben; las ejecutan José, aunque provoquen lágrimas de sangre.
María, mientras dice esto, llora silenciosamente, tan silenciosamente que José, agachado como está, no lo advierte hasta que no cae una lágrima al suelo.
Entonces, levanta la cabeza y — es la primera vez que le veo hacer este gesto — aprieta las manos de María entre las suyas, oscuras y fuertes.
Y besa la punta de sus rosados y delgados dedos, de esos dedos que sobresalen del anillo de sus manos como capullos de melocotonero.
– Ahora habrá que tomar las medidas necesarias para que…
José no sigue; mira al cuerpo de María, y Ella se pone como la púrpura…
Y se sienta de golpe para apartar sus formas de la mirada que la observa
– Habrá que actuar rápidamente.
Yo vendré aquí… Cumpliremos la ceremonia de la boda… La próxima semana. ¿Te parece bien?
– Todo lo que tú haces está bien, José.
Tú eres el jefe de la casa; yo, tu sierva.
– No. Yo soy tu siervo.
Yo soy el devoto siervo de mi Señor que crece en tu seno. Bendita tú entre todas las mujeres de Israel. Esta tarde aviso a los parientes.
Y después… ya estando yo aquí, nos dedicaremos a preparar todo para recibir…
¡Oh, cómo podré recibir en mi casa a Dios; en mis brazos, a Dios?
¡Moriré de gozo!… ¡Jamás podré osar tocarle!….
– Podrás, como yo, por gracia de Dios.
– Pero tú eres tú.
¡Yo soy un pobre hombre, el más pobre de los hijos de Dios!….
– Jesús viene por nosotros, pobres, para hacernos ricos en Dios.
Viene a nosotros dos porque somos los más pobres y reconocemos que lo somos.
Exulta, José. La estirpe de David tiene a su Rey esperado.
Y nuestra casa va a ser más fastuosa que el palacio de Salomón, porque aquí estará el Cielo y compartiremos con Dios el secreto de paz que después conocerán los hombres.
Crecerá entre nosotros dos. Nuestros brazos le servirán de cuna al Redentor durante su crecimiento, y nuestras fatigas le procurarán el pan…
¡Oh, José! Oiremos la voz de Dios llamándonos “¡Padre y Madre!” ¡Oh!….
María llora de alegría; ¡Un llanto tan feliz…!
Y José, arrodillado ahora, a sus pies, llora, con su cabeza casi oculta en el amplio vestido de María que cae, formando pliegues, sobre las pobres baldosas de la reducida estancia.
La visión termina en este momento.
Dice María:
Que nadie interprete erróneamente mi palidez.
No provenía de miedo humano. Humanamente no podía esperar sino la lapidación. Pero no temía por eso. Sufría por el dolor de José.
Y, en cuanto al pensamiento de que me acusara, no me turbaba tampoco por mí; lo único que me contrariaba era que él, insistiendo en acusarme, hubiera podido faltar a la caridad.
Cuando le vi, por este motivo, la sangre se me fue toda al corazón; era el momento en que un justo, ofendiendo a la Caridad, habría podido ofender a la Justicia.
Y el hecho de que un justo hubiera cometido una falta — él, que no la cometía nunca — me hubiera producido un dolor supremo.
Aunque breves numéricamente, los tres días de la pasión de José fueron de tremenda intensidad.
Como también la mía, esta primera pasión mía.
En efecto, yo comprendía su sufrimiento, y no podía aliviarlo en modo alguno, por obediencia al decreto de Dios que me había dicho: “¡Guarda silencio!”.
¡Ay, y, llegados a Nazaret, cuando lo vi marcharse, tras un lacónico saludo, cabizbajo y como envejecido en poco tiempo,
y no volver por la tarde como solía hacer, os digo, hijos, que mi corazón lloró con grandísima aflicción!
Sola, encerrada en mi casa, en la casa en que todo me recordaba el Anuncio y la Encarnación, y donde todo me recordaba a José, desposado conmigo en intachable virginidad,
tuve que resistir contra el abatimiento y las insinuaciones de Satanás, y esperar, esperar, tener esperanza.
Y orar, orar, orar, y perdonar, perdonar, perdonar, la sospecha de José, su movimiento interior de justa indignación.
Hijos, es necesario esperar, orar, perdonar, para obtener que Dios intervenga en favor nuestro.
Vivid también vosotros vuestra pasión, merecida por vuestras culpas. Yo os enseño a superarla y convertirla en gozo.
Esperad sin medida, orad con confianza, perdonad para ser perdonados; el perdón de Dios será, hijos, la paz que deseáis.
Si yo no hubiera sido humilde hasta el extremo límite — como he dicho a José — no habría merecido llevar en mí a Aquel que,
para borrar la soberbia en la raza, siendo Dios, se anonadaba a Sí Mismo hasta la humillación de ser hombre.
Te he mostrado esta escena, no recogida por ningún Evangelio, porque quiero atraer la atención, demasiado extraviada,
de los hombres hacia las condiciones esenciales para agradar a Dios y para recibir su continuo hacerse presente en los corazones.
Fe.
José creyó ciegamente en las palabras del enviado celeste. No pedía otra cosa sino creer, porque tenía la convicción sincera de que Dios era bueno
y de que el Señor no le depararía el dolor de ser un hombre traicionado, defraudado por su prójimo, un hombre de quien su prójimo se burlara, pues esperaba en el Señor.
No pedía otra cosa sino creer en mí, porque, siendo honesto como era, sólo con dolor podía pensar que otro no lo fuera.
Él vivía la Ley, y la Ley dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Nuestro amor hacia nosotros mismos es tanto que nos creemos perfectos aun cuando no lo somos; y, ¿Por qué, entonces, vamos a desamar al prójimo pensándole imperfecto?
Caridad absoluta.
Caridad que sabe perdonar, que quiere perdonar: perdonar de antemano, disculpando dentro del propio corazón las faltas del prójimo; perdonar en el momento, concediendo todos los atenuantes al culpable.
Humildad tan absoluta como la caridad.
Saber reconocer que se ha cometido falta incluso con el simple pensamiento, y no tener ese orgullo, que es más nocivo que la culpa antecedente, de no querer decir: “He cometido un error”.
Menos Dios, todos cometen errores. ¿Quién podrá decir: “Yo nunca cometo errores”?
Y esa humildad aún más difícil de saber callar las maravillas de Dios en nosotros— cuando el darle gloria no requiera proclamarlas — para que el prójimo, que no tiene esos dones especiales de Dios, no se sienta menos.
¡Oh, si quiere Dios, si quiere, se manifestará en su siervo! Isabel me “vio” como yo era cuando llegó la hora, y mi esposo supo lo que yo realmente era cuando le llegó la hora de saberlo.
Dejad que sea el Señor quien se preocupe de proclamaros siervos suyos.
Él tiene amorosa prisa de hacerlo, porque toda criatura elevada a una misión especial es una nueva gloria que se añade a la suya, ya infinita,
porque es testimonio de lo que el hombre es en el estado en que Dios lo quería: una perfección subordinada que refleja a su Autor.
¡Permaneced en la sombra y en el silencio, oh vosotros, predilectos de la Gracia, para poder oír las únicas palabras de “vida” que existen,
para poder merecer el tener sobre vosotros y en vosotros el Sol que, eterno, resplandece!
¡Oh, Luz beatísima que eres Dios, que eres la alegría de tus siervos, resplandece sobre estos siervos tuyos y así exulten en su humildad, alabándote a ti,
sólo a ti, que dispersas a los soberbios y en cambio elevas a los esplendores de tu Reino a los humildes que te aman.
Por ahora no os digo nada más.
Hasta pasado el triunfo pascual, silencio. Es la Pasión (esta revelación se la dio Dios a María Valtorta en Semana Santa).
Sed compasivos para con vuestro Redentor. Oíd sus quejidos, contad sus heridas y sus lágrimas, cada una de las cuales fue vertida por vosotros, fue padecida por vosotros.
Desaparezca cualquier otra visión ante esta que os recuerda la Redención que por vosotros se ha cumplido.
GÉNESIS 3, 5
Los primeros padres se convirtieron y arrepintieron gradualmente:
¡Al ir saboreando lo amargo del pecado!
Lo duro del trabajo, los dolores del parto.
Abel asesinado, sangrando, convertido en gusanos…
Los huesos secos, convertidos en ceniza, en polvo…
Dios no había querido burlarse, ¡Sus palabras se realizaban! (Gén. 3,16-19).
Dice Jesús:
Hijitos Míos, recordad Mi Orden, Mi Consejo, cuando subí a los Cielos: “amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”.
Muchos de vosotros estáis viendo los desastres que se están dando a nivel mundial, pero también, muchos de vosotros, sois secos de corazón.
Vuestro corazón no produce amor, vuestro corazón no se ha dejado penetrar por el Mío.
Y muchas veces, permito todos estos desastres o que se sucedan situaciones penosas entre vosotros;
para que pueda surgir ese amor fraterno que, ciertamente, os va a salvar y os va a hacer crecer en Mi Amor.
Es penoso, lo digo así, es penoso que tenga que llegar a estas situaciones de castigo, de dolor, para que muchas almas reaccionen a que os améis los unos a los otros,
cuando debierais, todos, tener vuestro corazón en la mano.
Con esto, queriendo decir que estéis atentos a dar amor a cualquiera que se acerque a vosotros.
Sabéis, porque os lo he dicho, que el Amor es el que mueve a todo el Universo, ahora se os hace, quizá, difícil entender esta frase; pero;
Mi Padre, vuestro Padre, todo lo creó en el Amor.
Y todo lo que Él hace, tiene un inicio en el Amor.
Ved cómo Me pidió a Mí Su Hijo, Su Único Hijo, bajar a la Tierra; para alcanzar la salvación de todos vosotros, dándoMe en el Dolor.
Yo bien podría haberLe pedido que fuera de otra forma, que no tuviera que sufrir, que con la sola Evangelización Yo convenciera a todos.
Él Me lo pidió así, dándoMe, y es que el Dolor entró en el momento del Pecado Original, y el Dolor, también, tiene que ser vencido por el Amor.
Todos vosotros habéis vivido el amor y habéis vivido el dolor y sabéis que cuando el amor entra después del dolor, es vencido el dolor y de ahí nace una nueva experiencia, que os hace crecer.
Todo acto de amor produce un crecimiento, una purificación, un beneficio para las almas y para todo lo creado.
Si vosotros consintierais en cuidar vuestros actos diarios y tratarais de que todo lo que saliera de vosotros, en pensamientos, palabras, obras, llevaran amor,
contagiaríais a vuestros hermanos y, de esta forma iríais eliminado tanto mal a vuestro alrededor, un mal que todos tenéis, ciertamente, arraigado en vuestro ser y que produce dolor.
El dolor se puede eliminar con el amor, como Yo lo vencí con Mi Donación por vosotros, vencí a satanás con Mi Amor,
con Mi Sabiduría Divina, a la cual, todos vosotros tenéis acceso y Me lo debéis pedir, porque si queréis actuar, en esta vida, solos, no podréis salir adelante, Satanás os vencerá,
es más inteligente que vosotros. Pero si vosotros tomáis de Mi Sabiduría, que es muy diferente, lo venceréis junto con vuestro amor hacia los demás.
Yo estoy con vosotros, vivo en vuestro corazón, os conozco perfectamente, Mi Santo Espíritu está en vosotros, SoMos Una Sola Persona y os conoceMos perfectamente.
Debéis, pues, tratar, de que todos vuestros actos estén envueltos de amor e iréis viendo el resultado, prácticamente, de inmediato;
Y la principal regla a todo esto, es, no devolver mal cuando recibáis un mal.
También os lo he dicho muchas veces, amor y si no podéis dar en ese momento amor, callaos y vedMe a Mí en ese momento, ved todo Mi Dolor, toda Mi Donación por cada uno de vosotros,
y os podría preguntar, ¿No os mereceríais vosotros, más, ese Dolor que Yo sufrí?,
porque sufrí por vuestros pecados y vosotros sois los que debierais estar sufriendo, no Yo, vuestro Dios, que Soy Puro y Santo,
Yo tomé el lugar de cada uno de vosotros, y os saqué adelante, a la Vista de Mi Padre.

34. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Lucas 23
Así que, en los momentos en que seáis ofendidos, vedMe, porque vosotros debierais estar sufriendo lo que Yo sufrí para vuestra salvación.
Y cuando la Sabiduría llegue a vuestro interior, aprenderéis a perdonar, aún a aquél que os hizo mucho daño.
El Amor todo lo puede, Mis pequeños, pero deberéis ser lo suficientemente humildes, para reconocer que no os merecéis, plenamente, lo que tenéis,
se os da porque os amaMos, no porque os merezcáis lo que tenéis.
Hijitos Míos, todos vosotros estáis llamados a resucitar conMigo. Vuestra resurrección, Mis pequeños, es el dejar atrás vuestros pecados pasados que os podían haber llevado a la muerte eterna,
y es un cambio de vida el que debéis llevar en vuestra resurrección personal.
Debéis dejar atrás todo aquello que Me ofende, que Me daña, que Me hace derramar Lágrimas de Dolor, porque veo a vuestras almas destrozadas por el pecado.
Vosotros, ciertamente, no os dais cuenta de ello, pero desde el Cielo, al ver a las almas que están misionando o que están viviendo nada más por vivir en la Tierra,
se ven como deformadas, no son almas bellas, no son almas que viven en la Gracia, que viven el Amor, Mi Amor en sus vidas.
Cuando os dije “las que están misionando”, ¡Ojalá todos estuvierais misionando!,
porque hay tantas almas que muertas están en vida y no hacen nada, ni para el bien de sus hermanos ni para el bien de sí mismas;
son almas que han desperdiciado el Don de la vida y han de dar cuenta de ello cuando regresen a Mí.
Mi Resurrección es Gloriosa, Mis pequeños, porque ella marca el haber vencido a la muerte, el haber vencido a satanás, el haber vencido lo que causó el Pecado Original.
Vuestros Primeros Padres tenían todo, tenían la vida, la verdadera Vida en sí mismos, pero erraron porque prefirieron seguir a Satanás.
Y vosotros también erráis muchas veces a lo largo de vuestra existencia.
Y así vais muriendo poco a poco. Muchos se quedan en esa muerte espiritual y no se levantan.
Y NO LES IMPORTA, QUE ES LO PEOR DE TODO.
No fuisteis llamados a la vida para morir durante la misión que debierais haber llevado, .
Fuisteis llamados a la vida, porque se confió en cada uno de vosotros, Mi Padre os dio el Don de la vida; para transmitir más vida a vuestros hermanos.
Vuestra muerte no tendrá resurrección, moriréis eternamente.
YO NO MORÍ, ESE ES MI TRIUNFO, MIS PEQUEÑOS,
Y EL TRIUNFO QUE DEBÉIS TENER TAMBIÉN VOSOTROS:
LA RESURRECCIÓN.
Ciertamente, al morir, la gran mayoría de vosotros tendréis que purificar vuestra alma de vuestros pecados.
Y luego vuestra alma resucitará a la Gloria eterna y ahí tendréis vuestro triunfo personal.
PARA ALGUNOS,
ESE TIEMPO DE ESPERA EN EL PURGATORIO SERÁ LARGO…

En el Purgatorio tenemos que APRENDER a AMAR HASTA ALCANZAR LA SANTIDAD, completamente SOLOS, sin la ayuda Divina…
según vuestros pecados y el comportamiento que tuvisteis en la Tierra: el respeto que Me tuvisteis a Mí, vuestro Dios, el respeto que le tuvisteis a vuestros hermanos.
Para otros, ese paso será rápido, porque tratasteis en vuestra existencia de vivir vida en Mí, vida en Cristo, siendo otros Cristos.
Y de esta forma, saldréis pronto del Purgatorio, porque lograsteis hacer muchos méritos a lo largo de vuestra existencia…
Y ellos os llevarán a una purificación rápida para que alcancéis muy pronto el Reino de los Cielos.
Para muchos de vosotros, todo esto que os explico queda todavía como sin explicación, no entendéis porque no estáis compenetrados en la realidad espiritual.
Muchos todavía creéis que, después de vuestra vida humana al morir, ahí terminará todo y que no hay otra vida después de esta vida terrena.
Hay tantas creencias falsas, a donde os ha llevado Satanás, para que no penséis en una realidad que todas las almas tienen; pero que no todas aprovechan, que es la resurrección de vuestras almas.
Muchos viven por vivir, no hacen grandes méritos, destrozan su alma con el pecado y creen no tener obligaciones espirituales para conMigo, vuestro Dios.
Y así van desperdiciando toda su existencia sin hacer nada bueno, para la salvación de las almas ni para su crecimiento espiritual.
Se os ha repetido tantas veces que seáis otros Cristos, y esto implica trabajo, Mis pequeños, un trabajo espiritual al que todos estáis llamados.
Cuando se os da el Don de la vida, inmediatamente implica trabajo, Mis pequeños,
NO venís a la Tierra a pasar momentos agradables, como todos creéis…
Y los buscáis porque desecháis todo aquello que ofende a vuestros sentidos o a vuestra manera de pensar;
buscáis solamente los placeres que le podéis dar a vuestro cuerpo y a vuestra alma también.
Y despreciáis todo aquello que es trabajo, trabajo espiritual, para alcanzar una vida plena en el Reino de los Cielos.
¡Cuántas, cuántas almas llevan esa mentalidad, de que fueron creadas para gozar en la Tierra!
Hasta ministros de la Iglesia hablan de ello y lo pregonan:
“Si vosotros tenéis algún problema, deshaceos de ello inmediatamente, vosotros vinisteis a gozar en la Tierra, debéis buscarlo, debéis buscar ese gozo.”
Estas son las irrealidades, las Mentiras a donde ha llevado Satanás también a los ministros de Mi Iglesia.
Se olvidan de todo lo que Me costó a Mí salvar vuestras almas; toda Mi Vida fue de trabajo, de oración, de sufrimiento, persecución, blasfemias, alegrías…
Y terminó Mi Vida con una Donación de tormento por el bien de vosotros.
Y todavía, hablan estos ministros, falsos ministros, de que debéis buscar solamente el gozo…
Y se olvidan de Mis Palabras: “El que quiera seguirMe, que tome su cruz y Me siga”.
¡Cuánta maldad! ¡Cuánto error ha puesto Satanás en los corazones de vosotros en el mundo!
No, no vinisteis a gozar, vinisteis a trabajar para Mí, vuestro Dios.
Y el gozo realmente, sí viene después cuando vuestro trabajo os hace saber que Me disteis un gozo grande al llevar a cabo lo que Yo os pedí.
Ciertamente, las almas buenas sí gozan con su trabajo, pero ese trabajo implica también dolor, implica sufrimiento, implica persecución.
Si queréis resucitar conMigo, debéis llevar a cabo también lo que Yo hice:
Transmisión de vida espiritual a través de la palabra, a través del ejemplo, a través del amor que deis a vuestros hermanos.
Sabéis cómo gozo un alma que estaba perdida y que, por la intercesión de un alma buena, la regresa al buen camino.
Así os volvéis salvadores de almas y ese es el camino que debéis seguir.
Y ese es el gozo que será premiado cuando lleguéis al Reino de los Cielos, un gozo que ahora no imagináis.
Y es un gozo grande, Mis pequeños, porque Me estáis dando a Mí, vuestro Dios, un gran gozo y la paga es inmensa,
porque Yo Soy el Infinito, el Omnipotente, Yo Soy el millonario de Amor,
Yo pago NO al ciento por uno sino mucho más que eso; cuando vosotros ayudáis a un alma a recuperar el camino del bien, a ayudarle en su resurrección.
Hay tantas almas muertas a vuestro alrededor, almas que no sienten tener un destino futuro.
Simplemente,viven por vivir; pero ni haciendo el bien ni haciendo el mal a lo largo de su existencia…
SIMPLEMENTE VIVEN
Y VIVEN SEGÚN SU FORMA DE CREER QUE DEBE SER LA VIDA.
Todos lleváis un bien en vuestro interior, que es Mi Santo Espíritu,
pero también lleváis la marca del Pecado Original que os lleva hacia el Mal, esa es la gran lucha en cada uno de vosotros.
Ciertamente, algunos aprendéis a detener esa maldad, pero por simple educación o respeto a vuestros hermanos…
Y DE ESTA FORMA OS VOLVÉIS ALMAS BUENAS ANTE LOS OJOS DE LOS HOMBRES
Pero no lo estáis haciendo como crecimiento espiritual sino para evitaros problemas sociales con los que están a vuestro alrededor, para que os respeten, porque vosotros los estáis respetando.
No viven una interioridad espiritual, viven para evitarse problemas con los que están a su alrededor.
Estas almas necesitan una guía espiritual, que también vosotros podéis darles con la ayuda de Mi Santo Espíritu,
pero hay otras almas que son tremendas, son malas, da miedo tener contacto con ellas,
pero también tienen posibilidad de cambio y ciertamente, vosotros sin Mi ayuda, sin la ayuda de Mi Santo Espíritu, no podréis llegar a tocarles el corazón.
Son almas aisladas porque las almas que están a su alrededor les temen, no quieren tener ningún problema con estas almas y, al ser odiadas, se aíslan y crece su rencor hacia los hombres,
pero cuando sienten el amor de un alma que verdaderamente Me ama, Mi Amor brota de sus palabras, de sus obras,
y toca el corazón de estos hermanos vuestros que, a pesar del tiempo que han vivido, nunca han sentido ese Amor, un Amor diferente que no viene de los hombres,
que viene de Mí, vuestro Dios y a través de vuestros actos, de vuestras palabras, de vuestro deseo de ayudar al hermano caído, lo lleváis a la conversión.
Yo os voy dando, a lo largo de vuestra existencia, muchas oportunidades de ayudar a vuestros hermanos, especialmente cuando os habéis dado a Mí, vuestro Dios.
Yo os tomo como instrumentos y os agradezco infinitamente lo que hacéis por vuestros hermanos.
Y os repito, seréis gratificados grandemente en el Reino de los Cielos.
Porque os habéis dado por un hermano, habéis visto su necesidad, estaba muerto y le ayudasteis a resucitar, a poder resucitar a una nueva vida gracias a Mí, vuestro Dios, pero gracias a que sois Mis instrumentos.

17. Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.»
18. El dijo: «Traédmelos acá.»
19. Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente.
20. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos.
21. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.
Mucho, mucho podéis hacer, Mis pequeños, con tantos hermanos vuestros que no Me conocen, pero que sienten que hay algo más…
Y cuando empiezan a vivir esa vida de amor, que sí existe pero que en su entorno no lo han tenido, al momento en que vosotros se lo dais,
estas almas caen fulminadas de amor, viene un enamoramiento intenso ya que nunca han tenido ese toque de Amor que Yo les doy a ellas a través de vosotros.
Sed sencillos, pues, Mis pequeños, dejadMe a Mí actuar a través de vosotros.
Os he dicho que vosotros tendréis los reconocimientos y los agradecimientos de vuestros hermanos que ayudasteis,
pero bien sabéis vosotros que Soy Yo en vosotros EL que actúa para lograr ese cambio en vuestros hermanos, lo sabéis y lo gozáis.
Sois Mis hijos, sois Mis hermanos, somos familia y todos debeMos ayudarNos a gozar del Reino de los Cielos.
No seáis egoístas, si vosotros estáis conMigo, transmitidles a vuestros hermanos Mi Resurrección.
DadMe almas, Mis pequeños, dadMe almas os lo pedí en la Cruz; TENGO SED DE ALMAS y vosotros Me tenéis a Mí para alcanzarMe muchas almas para su resurrección.
Recordad esto perfectamente y portaos como verdaderos hijos de Dios y hermanos Míos, sed puros y santos, porque esa es vuestra obligación,
porque deberéis ser perfectos, como Yo, ante Mi Padre, Soy el Perfecto, al haberMe dado totalmente y en Amor, por cada uno de vosotros.
Os amo, Mis pequeños, y busco vuestro amor, también, para mitigar los Dolores que Me causáis por vuestros pecados.
Os Bendigo, y dejad que Mi Santo Espíritu, actúe plenamente en vosotros. Gracias,
Yo, el Hijo del Hombre y vosotros, Mis pequeños, Mis hermanos, os Bendigo: que la Luz del Espíritu Santo, descienda sobre vosotros, os transforme y os lleve a la Perfección de Mi Padre, a la que estáis llamados todos vosotros.
Gracias, Mis pequeños.
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124 UN MILAGRO DESPERDICIADO
124 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús está llegando en barca a Cafarnaúm. El ocaso está muy próximo. Todo el lago es un cabrilleo amarillo-rojo.
Mientras las dos barcas realizan las maniobras para arrimarse a la orilla,
Juan dice:
– Voy enseguida a la fuente por agua para que puedas calmar tu sed.
Y Andrés exclama:
– El agua aquí es buena.
Jesús responde:
– Sí, es buena.
Y vuestro amor me la hace todavía mejor.
Pedro dice:
– Yo llevo el pescado a casa.
Las mujeres lo prepararán para la cena. ¿Nos vas a hablar después a nosotros y a ellos?
– Sí, Pedro.
– Ahora volver a casa es más agradable.
Antes parecíamos un grupo de nómadas; ahora, con las mujeres, hay más orden, más amor. ¡Y además… ver a tu Madre me quita inmediatamente el cansancio! No sé…
Jesús sonríe y guarda silencio.
La barca roza ya en la grava de la orilla.
Juan y Andrés, vestidos solo con las camisolas cortas, saltan al agua y ayudados por los mozos, tiran de la barca hacia la orilla. Para bajar ponen una tabla como puente.
El primero en hacerlo es Jesús, que espera a que llegue a la orilla la segunda barca, para unirse a todos los suyos.
Luego se dirigen hacia la fuente caminando despacio:
Es una fuente natural, un manantial que está un poco fuera del pueblo. Brota un agua fresca, abundante, argentina, que va a caer a una pileta de piedra. Es muy cristalina e invita a beber.
Juan, que se ha adelantado corriendo con el ánfora, vuelve ya y ofrece a Jesús el cántaro, que todavía gotea.
Jesús bebe copiosamente.
– ¡Cuánta sed tenías, Maestro mío!
Y yo, estúpido de mí, no me había procurado agua.
diciendo:
– No tiene importancia, Juan; ahora ya todo ha pasado.
Ya van a volverse cuando ven que llega, a toda la velocidad de que es capaz Pedro, que había ido a casa a llevar su pescado.
Pedro grita:
– ¡Maestro! ¡Maestro! – con el respiro entrecortado.
El pueblo está revolucionado porque el único nieto de Elí el fariseo se está muriendo. Le ha mordido una serpiente.
Había ido, precisamente con su abuelo,aunque contra la voluntad de su madre, al olivar que tienen.
Elí estaba vigilando unos trabajos mientras el niño jugaba al lado de las raíces de un viejo olivo; ha metido la mano en un agujero, esperando encontrar una lagartija y lo mordió la serpiente.
El anciano está como enloquecido.
La madre del niño, que dicho sea de paso odia a su suegro y con razón, le acusa de ser un asesino.
El niño se está enfriando por momentos.
Son parientes, pero no se han querido ¡Y más allegados que ellos…!
– ¡Mala cosa los odios entre familiares!
– Maestro, yo digo de todas formas…
Que es que las serpientes no han querido a la serpiente mayor, o sea, a Elí. Y le han matado a su viborita.
Siento que me haya visto, porque me ha gritado a mis espaldas preguntándome si estabas Tú.
También lo siento por el pequeño; era un niño hermoso y no tiene la culpa de ser nieto de un fariseo.
– Sí, no tiene culpa de ello…
Dirigen sus pasos hacia el pueblo.
En esto, ven que viene hacia ellos mucha gente gritando y llorando, encabezados por el anciano Elí.
Pedro exclama:
– ¡Ha dado con nosotros!
¡Regresemos!
Jesús cuestiona:
– ¿Por qué?
Ese anciano está sufriendo.
– Recuerda que ese anciano te odia.
Es uno de los primeros y más feroces acusadores tuyos ante el Templo.
– Lo que recuerdo es que soy la Misericordia.
E1 anciano Elí, despeinado, profundamente turbado, con todos sus atavíos ministeriales en desorden, corre hacia Jesús, con los brazos tendidos hacia adelante.
Y se derrumba a sus pies gritando:
– ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Perdón!
No te vengues de mi dureza en el inocente. ¡Sólo Tú puedes salvarlo!
Dios, tu Padre, te ha traído aquí. ¡Yo creo en Tí! ¡Te venero! ¡Te amo! ¡Perdón! He sido injusto, un embustero… Pero ya he recibido mi castigo.
Estas horas son ya suficiente castigo. ¡Socórreme! ¡Es el varón, el único hijo de mi hijo varón ya difunto!
Y ella me acusa de haberlo matado.
El hombre llora mientras golpea repetidas veces su cabeza contra el suelo.
Jesús le dice:
– ¡Ánimo! No llores de ese modo.
¿Es que quieres morir? No te podrás ocupar del crecimiento de tu nieto.
– ¡Se está muriendo!
¡Se está muriendo! Quizás ya esté muerto. No te opongas a que muera yo también. Todo, menos vivir en esa casa vacía. ¡Oh…, qué tristes mis últimos días!
– Elí, levántate. Vamos…
– ¿Vienes?
¿Vienes Tú? ¿Pero sabes quién soy yo?
– Un desdichado. Vamos.
El anciano se pone en pie y dice:
– Te precedo.
¡Corre, corre, no te demores!
Y se marcha veloz a causa de la desesperación que le punza el corazón.
Pedro protesta:
– Pero, Señor, ¿Crees que lo vas a cambiar con esto?
¡Oh…, es un milagro desperdiciado! ¡Deja que muera esa viborita! Se morirá también el viejo de un ataque al corazón. Y.. así uno menos se te cruzará en tu camino. Dios ha resuelto…
Jesús lo reprende:
– ¡Simón! En verdad te digo que ahora la serpiente eres tú.
Jesús rechaza severamente a Pedro, el cual se queda cabizbajo, pero sigue caminando.
En la plaza más grande de Cafarnaúm hay una hermosa casa, delante de la cual hay mucha gente produciendo un verdadero estrépito…
Jesús se dirige a esta casa.
Estando ya para llegar, el anciano sale por la puerta, que está abierta de par en par, seguido de una mujer toda desgreñada que lleva estrechado entre sus brazos a una criaturita agonizante.
El veneno ya paraliza los órganos, ya está cercana la muerte. La manita herida pende con la señal del mordisco en la base del dedo pulgar.
Elí no hace sino gritar:
– ¡Jesús! ¡Jesús!
Y Jesús, estrujado, rodeado por una multitud que se le echa materialmente encima, casi impedido en sus movimientos, coge la manita y se la lleva a la boca,
succiona en la herida, sopla ligeramente en la carita cérea de ojos entrecerrados y vítreos; luego se endereza,
y dice:
– Ahora el niño se está despertando.
No lo asustéis con esos rostros desencajados, que ya de por sí tendrá miedo por el recuerdo de la serpiente.
Así es. El pequeño, cuyo rostro se sonrosa, abre la boca emitiendo un prolongado bostezo, se restriega los ojillos, los abre y…
se queda atónito al verse entre tanta gente.
Luego le viene el recuerdo y trata de salir corriendo,
dando un salto tan repentino que se habría caído si Jesús no hubiera estado preparado para recibirlo en sus brazos.
Jesús lo calma:
– ¡Tranquilo, tranquilo!
¿De qué tienes miedo? ¡Mira qué bonito sol! Allí está el lago; allí, tu casa; aquí, tu mamá y tu abuelo.
– ¿Y la serpiente?
– Ya no está. Estoy Yo.
– Tú. Sí…
El niño se para a pensar un poco. Luego, voz de la verdad inocente,
dice:
– Me decía mi abuelo que te llamase “maldito”…
Pero no lo quiero hacer; yo te quiero.
Elí se espanta y protesta:
– ¿Yo? ¿Yo he dicho esto?
Este niño delira. No creas esto, Maestro. Yo te he respetado siempre.
Va desapareciendo el miedo y resurge el viejo modo de ser.
Jesús sentencia:
– Las palabras tienen y no tienen valor; las tomo por lo que valen.
Adiós, pequeño; adiós, mujer; adiós, Elí. Quereos… y queredme, si podéis.
Jesús se vuelve y se dirige hacia la casa en que reside.
Judas cuestiona:
– Maestro, ¿Por qué no has hecho un milagro espectacular?
Habrías debido mandar al veneno que saliera del niño, mostrarte Dios. Sin embargo, te has limitado a succionar el veneno como un pobre hombre cualquiera…
Judas de Keriot está poco contento; quería una cosa espectacular, para apabullar al fariseo.
También otros son de la misma opinión.
– Deberías haberle aplastado a ese enemigo con tu poder.
– ¿Has visto cómo enseguida ha vuelto a segregar veneno?
Jesús objeta:
– No importa el veneno.
Considerad, más bien, que si hubiera actuado como queríais vosotros, habría dicho que me ayudaba Belcebú.
Esa alma suya en estado calamitoso puede admitir mi potencia de médico, pero no más.
El milagro conduce a la fe a quienes ya van por ese camino, mas en los que no tienen humildad, conduce a la blasfemia,
La fe prueba siempre la existencia de humildad en un alma.
Es mejor, por tanto, evitar incurrir en este peligro recurriendo a formas de vistosidad humana. Es la miseria de los incrédulos, la incurable miseria.
Ninguna moneda la elimina, porque ningún milagro los lleva a creer, ni a ser buenos. No importa: Yo, mi misión; ellos, su adversa ventura.
Judas pregunta:
– ¿Y entonces por qué lo has hecho?
– Porque soy la Bondad.
Y para que no se pueda decir que he usado venganza con los enemigos o que he provocado a los provocadores. Acumulo carbones sobre su cabeza.
Y ellos me los dan para que los acumule. Tranquilo, Judas de Simón. Tú trata de no hacer como ellos basta. Y basta.
Vamos con mi Madre; se alegrará al saber que he curado a un pequeñuelo.
P EL ÁNGEL DE LA MUERTE
Habla Dios Padre
Hijitos Míos, la muerte, para unos es el momento más deseado de sus vidas, para otros, el más temido.
¿En qué consiste la diferencia?
Hijos Míos, la Muerte es el momento deseado de Mí Corazón; es el momento en el cuál vuestras almas regresan a Su Creador después de un largo viaje,
es el momento del coloquio Divino entre Vuestro Dios con Su creatura, es el momento del intercambio amoroso de las almas con Su Dios; es el pase a una nueva vida.
Vosotros, vuestras almas, Me pidieron el don de la vida para servirMe en la Tierra, para llevar Mí Amor, Mí Compasión a los necesitados, Mí Ternura a los afligidos, Mí Redención a los pecadores.
Vosotros hicisteis un pacto de amor y donación de vuestra voluntad aquí en el Cielo, para bajar a la Tierra y poder ayudarMe en la salvación de las almas;
hicisteis un pacto de amor para procurarMe felicidad al hacer Mí Voluntad.
¿Cómo no voy Yo a resistir abrazaros y buscaros cuando vosotros retornáis a Mí Reino, después de una larga o corta travesía por la Tierra?
¿Cómo no voy Yo a hacer fiesta con los Míos, por vuestro retorno a la Casa Celestial?
¿Cómo no voy Yo a gozar de vuestro regreso triunfal después de que habéis dejado Mí Presencia y Mí Amor entre vuestros semejantes?
Sí, hijitos Míos, la muerte es alegría en el Cielo, es alegría en Mí Corazón, es el momento de la eterna unión;
es el principio de una nueva vida probada en el Amor, después de la donación y triunfo de vuestra alma a Su Dios,
es la coronación a vuestras almas por Su Dios por haberos donado para llevar Su Santo Nombre y Amor a los vuestros.
Esto, hijitos Míos, es en realidad la muerte, vuestra muerte, la cuál no es fin, sino principio,
Principio de Gloria, Principio de Mí Amor a vosotros para un gozo eterno. Es el regreso e intercambio de experiencias de Vuestro Dios con vosotros.
Es el recuerdo de Mí Presencia en vosotros, de Mis Cuidados amorosos mientras cumplíais vuestra misión, vuestra donación.
Es el recordar vivencias y de aceptar errores. Es momento de purificación gloriosa ante un Dios que os ama por sobre todas las cosas.
Es el momento de enfrentarse a la Verdad de Mí Corazón, pero es el momento del enfrentamiento con Mí Misericordia, con Mí Amor.
Si vuestra alma llega a Mí, deseosa de unión, a pesar de vuestras faltas, deberéis estar seguros de que Yo seré para vosotros Amor Total.
No encontraréis al juez que muchos temen y que os imagináis, sino encontraréis al Padre compasivo, al Padre que entiende perfectamente vuestra pequeñez y que sabrá disculpar todas vuestras faltas.
Si es vuestra humildad y arrepentimiento los que se presenten ante Mí, Yo os abrazaré y enjugaré vuestras lágrimas de dolor por haberMe contristado.
Si es vuestro pequeño amor el que viene ante Mí a dar cuentas al Amor, Yo lo colmaré y lo engrandeceré y será vuestro triunfo eterno ante vuestros hermanos en Mí Reino Celestial.
Hijitos Míos, ¡Cómo deseo el encuentro final! ¡El encuentro del Principio!
Mí Corazón se llena de alegría infinita al ver a las almas que retornan y Yo, como si no supiera nada de vuestras vidas y de vuestra misión en la Tierra,
Me gusta escucharos, Me gusta compartir de vuestra vida pasada, Me gusta vivir con vosotros vuestra vida.
El encuentro final ¡Qué alegría! Deberéis desear y pedirMe éste encuentro final, porque debéis estar seguros que Mí Gozo es grande al teneros nuevamente ante Mí
y porque deseo nuevamente fundiros a Mí Ser y así, Yo compartir con vosotros Mis Gozos y Gloria por toda la Eternidad.
Hijitos Míos, no temáis éstos momentos de gran Gloria y Amor de Mí Corazón.
Si vosotros tenéis plena Fé y Confianza en Mí Amor, no temáis, Yo conozco perfectamente vuestra pequeñez, vuestros defectos y vuestros pecados.
Yo os conozco mejor que vosotros mismos puesto que Yo os creé y os acompañé desde el primer momento de vuestra existencia.
Yo os he amado desde siempre y Mí Amor hacia vosotros, cuando con vuestra libre voluntad, Me pedís bajara al Mundo a servirMe, sabiendo los peligros existentes allá.
Por eso mismo el regreso es gratísimo a Mí Corazón.
Mí Corazón es extremadamente sensible a las muestras de amor que Me proporcionan las almas al donárseme en vuestra libre voluntad.
Debéis estar gozosos con vuestra muerte, porque Me dáis también a Mí, gran gozo y ésta alegría que Me dáis, no la podréis comprender sino hasta que estéis Conmigo.
No temáis hijitos Míos, a la unión definitiva, deseádla.
Un Padre que os ama con un amor que no puede llegar a medir vuestra pequeña mente humana, os está esperando.
¡Me dáis tanto gozo, os lo aseguro! Tened confianza y venid a Mí arrepentidos y Yo sabré reconfortaros, pero venid.
Que vuestros últimos momentos en la Tierra sean de alegría y cantos jubilosos hacia Vuestro Padre, hacia Vuestro Dios, para que cuando cerréis vuestros ojos
se abran acá en Mí Reino y que vuestro gozo y vuestros cantos se unan a los de Mis Ángeles y Mis Santos.
Los que han de temer su muerte son aquellos que durante su vida se dedicaron a blasfemar Mí Nombre, a atacar Mí Doctrina,
a tratar de evitar la veneración y el amor a Mí Santísima Hija, la Siempre Virgen María.
Para ellos sí seré Juez riguroso, ya que todo lo que tuvísteis en la Tierra, todo lo obtuvisteis de Mí.
Vuestra vida, vuestro bienestar, vuestra salud, vuestros hijos, vuestros dones y capacidades y todo, os lo dí, a pesar de vuestras blasfemias y negaciones,
a pesar de vuestra falta de amor hacia vuestros semejantes, a pesar de haber hecho lo posible por tratar de destruir la Obra de Mí Hijo sobre la Tierra, por haber tratado de destruir Mí Iglesia.
Para aquellos sí seré Juez severo y no Padre amoroso, porque Me tuvieron y Me despreciaron,
porque los consentí por ser Mis hijos “problema” y no quisieron escuchar la voz amorosa de Su padre para volverlos al buen camino.
Estos sí han de temer el momento del encuentro, porque su vida eterna será de llanto y dolor.
Llanto y dolor que primero Me infringieron a Mí, vuestro Dios, y a pesar de Mí Dolor Infinito, vuestra condenación de dará.
Hijitos Míos, los que Me amáis, orad por todas ésas almas, las que no Me aman, las que Me atacan, las que no desean una vida eterna de alegrías y de Amor de Mí Corazón.
Pedid por su salvación, orad, haced penitencia y ayunos por ellas, para que Yo pueda romper sus duros corazones y pueda introducirMe por las pequeñas resquebrajaduras
y mueva sus corazones al arrepentimiento sincero, para hacerles llegar Mí Luz de Amor y pueda Yo, por vuestra intercesión, ganarMe otra alma para Mí Reino.
Todas las almas Me pertenecen, todos sóis Míos, ¡volved a Mí, hijitos Míos, volved a Mí, os amo!
Uníos a los Méritos de Mí Hijo, unid vuestras pequeñas fuerzas y méritos, a los méritos Omnipotentes de Mí Hijo y así alcanzaréis fuerza insospechada.
Revestíos con Su Vida de ejemplo y amor y purificáos con Su Divina Sangre para que unida a vuestra muerte, os alcance de Mí Hijo, la Gracia de vuestra purificación final
y así os presentéis ante Mí, gloriosos y santos y os haga pasar a Mí Reino por toda la Eternidad.
Vivíd bajo la protección amorosa de Mí Hija, vuestra Madre, la Santísima Virgen María,

“Guadalupe” en náhuatl significa: “aplasta la cabeza de la serpiente”Es justo Génesis 3,15: María Vencedora del Maligno. Y la imagen de la tilma, es una pintura exacta como la detalla el Apocalipsis 12,
de quién obtendréis todos los cuidados amorosos y santos que vuestras almas necesitan durante vuestra vida sobre la Tierra y que necesitarán al final de ella.
Ella os revestirá con la blancura de Su Manto Virginal y Ella os presentará ante Mí y abogará por vosotros cuando os encontréis ante Mí Presencia.
Confiad plenamente en Ella porque os ama mucho más de lo que un padre o una madre de la Tierra os pueden amar.
Vivir con Ella y amarla, es signo inequívoco de salvación eterna.
Vivid bajo la Inspiración Divina de Mí Santo Espíritu para que os guíe por el sendero del amor, el sendero seguro de la salvación, tanto vuestra como la de vuestros semejantes.
Y vivíd seguros de que vuestro Padre Celestial os está esperando en ése último suspiro de vida, para abrazaros con el abrazo amoroso y comprensivo,
lleno de ternura y de perdón, lleno de disculpas y de salvación, para compartir con vosotros Su Vida Eterna.
Yo os bendigo en Mí Santo Nombre, en el de Mí Hijo y en el del Espíritu Santo de Amor.
Recibid, también, las bendiciones de Mí Hija, la Santísima Virgen María, Madre del Salvador y Redentor del Mundo.
CANTALAMESSA: EN LA ESCUELA DE LA «HERMANA MUERTE»
Kamil Szumotalski/ALETEIA
Ary Waldir Ramos Díaz – publicado el 04/12/20
Curiosamente, una conocida marca española ha puesto en marcha una campaña de Navidad con el mismo mensaje que el predicador del Papa
“Mirar la vida desde el punto de vista de la muerte, otorga una ayuda extraordinaria para vivir bien«, dijo el cardenal Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia.
Un memento mori que no solo ha resonado en el Aula Pablo VI, sino también en las redes sociales de España.
Cantalamessa desarrolló la primera predicación de Adviento en el contexto de la pandemia que vive el mundo.
Lo hizo ante el Papa Francisco, los cardenales y monseñores de la Curia Romana que lucieron mascarillas para evitar contagios de Covid en el aula Pablo VI del Vaticano.
¿Estás angustiado por problemas y dificultades? Adelántate, colócate en el punto correcto: mira estas cosas desde el lecho de muerte.
¿Cómo te gustaría haber actuado? ¿Qué importancia darías a estas cosas? ¡Hazlo así y te salvarás! ¿Tienes una discrepancia con alguien? Mira la cosa desde el lecho de muerte.
¿Qué te gustaría haber hecho entonces: haber ganado o haberte humillado? ¿Haber prevalecido o haber perdonado?
Precisamente, la campaña de una conocida marca española subraya este hilo sutil remarcado hoy por Cantalamessa, pero desde la libertad artística de una publicidad:
«Preferís vivir como si la muerte no existiera… Si algo hemos aprendido en este 2020 es que cualquier día, por insignificante, extraño o difícil que parezca… merece ser vivido”.
Entretanto, la predicación del cardenal Cantalamessa llevaba como titulo: “Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón”.
«Pensar en la muerte nos impide “apegarnos a las cosas (…) El hombre, dice un salmo, «cuando muere no se lleva nada consigo, ni desciende con él su gloria» (Sal 49,18) (…)
La hermana muerte es una muy buena hermana mayor y una buena pedagoga. Nos enseña muchas cosas; basta que sepamos escucharla con docilidad».
«Todos somos mortales y no tenemos una morada estable aquí abajo»; «la vida del creyente no termina con la muerte, porque nos espera la vida eterna».
«No estamos solos a merced de las olas en el pequeño barco de nuestro planeta», porque Cristo acompaña a cada persona.
Recuerda que morirás
El fraile capuchino subrayó que la muerte es parte de la vida misma: «Memento mori: recuerda que morirás».
Asimismo, explicó que en clave kerigmática, el fallecimiento es una clave para proclamar que Cristo ha vencido a la muerte.
Y también en clave sapiencial, de la muerte se pueden «sacar lecciones de ella para vivir bien. Es la perspectiva en la que nos situamos en esta meditación”.
La reflexión sobre la muerte, afirma Cantalamessa la encontramos en los libros sapienciales del Antiguo Testamento, como también en el Nuevo Testamento:
«Mirad porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13), la conclusión de la parábola del hombre rico que planeaba construir graneros más grandes para su cosecha:
«Insensato, esta misma noche se te pedirá la vida. Y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20), y también: «¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde el alma?» (cf. Mt 16,26).
El Predicador de la Casa Pontificia recordó a San Agustín que niega la filosofía que considera que al final todo se reduce a nada, y por lo tanto nada tiene sentido: «no el nihilismo, sino fe en la vida eterna”.
En este mundo de avances tecnológicos y conquistas, evidenció Cantalamessa: “La presente calamidad ha venido a recordarnos lo poco que depende del hombre «proyectar» y decidir su propio futuro”.
En este sentido, insistió:
“No hay mejor lugar para colocarse para ver el mundo, a uno mismo y todos los acontecimientos, en su verdad que el de la muerte. Entonces todo se pone en su justo lugar”.
Hermana muerte, maestra de vida
Cantalamessa explicó que la muerte nos enseña la importancia de reconciliarnos con nosotros mismo, con los hermanos y la realidad:
“El pensamiento de la muerte es casi la única arma que nos queda para sacudir del letargo a una sociedad opulenta, a la que le ha sucedido lo que le ocurrió al pueblo elegido liberado de Egipto:
«Comió y se sació, —sí, engordó, se cebó, engulló— y rechazó al Dios que lo había hecho» (Dt 32,15)”.
El fraile sostuvo que Jesús «libera del miedo a la muerte a quien lo tiene, no al que no lo tiene e ignora alegremente que debe morir.
Vino a enseñar el miedo a la muerte eterna a aquellos que sólo conocían el miedo a la muerte temporal”.
“La «muerte segunda», la llama el Apocalipsis (Ap 20,6). Es la única que realmente merece el nombre de muerte, porque no es un tránsito, una Pascua, sino una terrible terminal de trayecto”.
La eucaristía para prepararse a la muerte
El Predicador recordó que en la eucaristía Jesús nos hizo partícipes de su muerte para unirnos a él. Por ende: “Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera, más justa y más eficaz de «prepararnos» a la muerte.
En ella celebramos también nuestra muerte y la ofrecemos, día a día, al Padre (…) En ella «hacemos testamento»: decidimos a quién dejar la vida, por quién morir”.
Al final, predicó:
«Con todo esto, no le hemos quitado el aguijón al pensamiento de la muerte, su capacidad de angustiarnos y que Jesús también quiso experimentar en Getsemaní.
Sin embargo, estamos al menos más preparados para acoger el mensaje consolador que nos llega de la fe y que la liturgia proclama en el prefacio de la Misa de difuntos:
«Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Hablaremos de esta mansión eterna en los Cielos, si Dios quiere, en la próxima meditación”.