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49.- LAS LOCURAS DE NERON

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Cuando salieron de la casa del César,  Marco Aurelio dijo a Petronio:

–           Por un momento me dejaste petrificado y lleno de alarma. Pensé que te habías embriagado y solo esperaba la ruina. Recuerda que estás jugando con la muerte.

Petronio contesta seguro:

–           Esta es mi arena y me complace ser el mejor gladiador. Ya viste como concluyó todo… Mi influencia ha aumentado considerablemente desde hoy. Me enviará sus versos en un cilindro y eso es el mejor cumplido viniendo de él.

–           El Prefecto de los Pretorianos estaba furioso.

–           Tigelino al ver el éxito que alcanzan estas sutilezas, va a tratar de imitarme y superarme. Serán vanos sus esfuerzos, pues es tan solo una bestia cruel.

–           Es un enemigo muy peligroso. Él y la Augusta parecen congeniar bastante. ¿No te preocupa eso?

–           Popea está despechada. Y ahí no puedo hacer nada, más que esquivarla lo mejor que pueda. Si yo quisiera, acabaría con él y tendría al propio Enobarbo en mi poder. Pero NO quiero complicarme más la vida. El poder absoluto es una maldición…

–           ¡Qué habilidad la tuya para transformar la crítica en alabanza! Pero ¿Son realmente tan malos esos versos? Yo de eso no entiendo nada.

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Los versos no son peores que cualquier otros. Es verdad que Marcial tiene más talento en uno solo de sus dedos. Aun así, Barba de Bronce tiene algo… Sobre todo un inmenso amor por la poesía y la música. Y sí. Se esfuerza mucho en lo que compone.

–           Se considera una artista divino y no sé si sea genialidad o…

–           Pasado mañana nos reuniremos con él, para escuchar su Himno a Venus Afrodita que ya está terminando. Los versos de Nerón a veces son elocuentes y yo sé que para componerlos sufre una verdadera tortura. A veces le tengo lástima. ¡Hace unas cosas tan extrañas!

Marco Aurelio pregunta reflexivo:

–           ¿Podría alguien prevenir hasta donde llegarán las locuras de Nerón?

Petronio levanta los hombros:

–           ¿Quién puede saberlo? Está decidido a que ocurran cosas que durarán en la memoria de la historia, pues su mayor anhelo es ser un dios inmortal en el arte y de él se puede esperar cualquier barbaridad.

–           No entiendo cómo puedes encontrar emocionante una conducta tan inestable.

–           Y aunque a veces me siento verdaderamente hastiado, creo que bajo el reinado de otro César, me fastidiaría cien veces más. En estas incertidumbres es en donde encuentro el encanto de la vida.

–           ¿La vida? A veces parece que coquetearas con la muerte…

–           Quien no arriesga no pierde, pero tampoco gana. En el riesgo hay una especie de deleite y olvido del presente. Yo juego a la vida, es cierto. Y en eso mismo está el encanto.

Marco Aurelio dice con sinceridad y amor:

–           Te compadezco Petronio.

–           No más de lo que me compadezco yo mismo. Tu amigo el cristiano me dijo la verdad. Y sin embargo él debe saber que los hombres como yo, no aceptaremos su Religión. Yo no quiero cambiar. Mi vida es emocionante y a la vez detestable, lo sé.

–           Si al menos trataras de conocerla, cambiarías de opinión…

–           Antes, tú pasabas la vida agradablemente entre nosotros. Y cuando hacías tus campañas militares, ansiabas volver a Roma. Ahora hay en ti algo diferente, ya no eres el mismo y a veces me pregunto si te conozco todavía.

–           Ahora mismo me ocurre igual. Ansío volver a Roma.

–          Porque estás enamorado de una vestal cristiana, que está esperando por ti. No me sorprende esto, ni te lo reprocho. Pero lo único que me pregunto es: ¿Eres feliz? ¿Tu nuevo Dios te hace feliz?…

Puedo jurarte por el alma de mi padre al que tanto amaste, que nunca imaginé que pudiera existir una felicidad como la que ahora disfruto. Lo único que me preocupa es una especie de presentimiento extraño, que me aflige respecto a Alexandra.

–           Dentro de dos días trataré de obtenerte un permiso, para que puedas dejar Anzio por todo el tiempo que te plazca. Han pasado tres meses. Popea parece estar más tranquila y hasta donde sé, ningún peligro te amenaza; ni a ti, ni a Alexandra.

–           En la mañana, me preguntó la Augusta, qué había estado haciendo en Roma y me sorprendió mucho, pues ya sabes que me fui en secreto.

–           Es posible que haya enviado espías a seguirte. Sin embargo es necesario que ahora ella también cuente conmigo.

–            El día que me despedí de Alexandra. Los dos estábamos sentados en una banca del jardín de la casa del obispo Acacio. En una noche tan tranquila como ésta, ideando planes para el futuro. Sería imposible tratar de describirte la felicidad y el éxtasis que sentía en aquellos momentos, junto a la mujer que amo más que a mi propia vida. Cuando de súbito se escuchó el rugido de los leones….

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–           Tú sabes que esto es un fenómeno común y más cuando se acercan los juegos.

–           Pero desde aquel instante un presagio de infortunio, me inquieta profundamente. Te agradezco mucho ese permiso para salir de Anzio. Esto aliviará un poco la tortura que siento.

–           Los juegos son algo común y emocionante en nuestra cultura romana. ¿Por qué te angustias? ¡No te entiendo!

–           Me preocupa mucho mi esposa y ya no puedo permanecer aquí más tiempo. Me siento tan mal que estoy dispuesto a irme sin él.

–           ¿No crees que es un poco ridículo creer en presentimientos? Además ¿Cómo sabes que fueron leones? Los bisontes germanos rugen casi igual.

–           Anoche presencié una lluvia de estrellas…

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–           Yo también la vi. Fue un espectáculo muy bello. Y hay quien lo considera mal augurio…

Petronio medita unos momentos y después agrega:

–           Si vuestro Cristo se ha levantado de entre los muertos, Él puede protegeros contra la muerte, ¿No crees?

Marco Aurelio confirmó:

–           Así es. Los cristianos estamos protegidos de todas maneras. Para el que ama a Dios, la muerte no existe – Dijo estas palabras, mirando hacia el cielo lleno de estrellas.

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Petronio le miró completamente desconcertado… Y cambió de tema.

Una semana después…

El César estaba tocando y cantando en honor de Palas Atenea, un himno cuyos versos y música había compuesto él mismo.

Y aquel día sintió que su voz realmente cautivaba a sus oyentes.

Y esta convicción le exalta tanto, que se siente realmente inspirado y al terminar el canto, está pálido, sudoroso y conmovido.

No tiene deseos de escuchar elogios y dice:

–           Estoy fatigado y necesito aire. Saldré a dar un paseo. Entretanto afinad las cítaras.

Y enseguida se envolvió el cuello con un pañuelo de seda y dijo volviéndose a Petronio:

–           Acompáñame. Dame tu brazo Marco Aurelio, pues las fuerzas me faltan. Me apoyaré en ti. Mientras tanto Petronio nos hablará de música.

Y salieron hacia una terraza que tiene pavimento de alabastro.

Cuando estuvieron fuera, Nerón dijo:

–          Aquí uno puede respirar más libremente. Mi alma está conmovida y triste. Aunque ahora sí sé con este ensayo, que ya estoy listo para presentarme en público y alcanzar un triunfo sin igual.

Petronio contestó:

–          Puedes presentarte aquí, en Roma y en Acaya. Tu grandeza artística puede resistir la prueba.

El César contestó mirándolo fijamente:

–           Lo sé. Eres demasiado insolente como para prodigar elogios haciéndote violencia a ti mismo. Y te juzgo sincero como Marcial… Pero tú tienes más conocimientos que él. Dime cuál es tu concepto de la música.

–           Cuando te escucho declamar unos versos. Cuando te veo en el Circo dirigiendo una cuadriga. Cuando veo la belleza de una obra de arte y cuando te oigo en las armonías de tu música, nuevos deleites embelesan mi espíritu; aunque siempre me sorprendes, porque hay en ti, un mar de talento para eso.

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¡Qué profundo conocimiento tienes en la materia! –Exclamó Nerón admirado- Tú has dado expresión exacta a mis propias ideas. Y por eso te repito siempre que en toda Roma, eres el único capaz de comprenderme.

–           Mi concepto de la música está en perfecta armonía con el tuyo.

–           Soy el César y el mundo es mío. Puedo hacer lo que yo quiera. Pero la música me abre nuevos horizontes.

–           Las musas te inspiran.

–           Siento a las musas, a los dioses y al Olimpo.

Los dioses son generosos contigo…

–           Hay una grandeza que percibo como en medio de una niebla sutil. ¡Estoy tan emocionado que hasta me siento pequeño! ¿Puedes creerlo?

Petronio concede:

–           Sí. Solamente los grandes artistas tienen la facultad de sentirse pequeños en presencia del Arte.

–           Esta es un anoche de sinceridad y franqueza. Así pues, voy a abrirte mi corazón, como ante un amigo. Dime ¿Crees que soy un hombre ciego o falto de juicio?

–           Eres un artista buscando la inmortalidad.

–           Yo sé que el Pueblo de Roma, escribe en las murallas insultos contra mí. Gritan lo que consideran mis crímenes y dicen que soy un monstruo y un tirano, solo porque Tigelino ha obtenido unas cuantas sentencias de muerte contra mis enemigos.

–         No es posible complacer a todo el mundo. Los inconformes siempre van a criticar…

–           Sí, querido amigo. Me consideran un monstruo y lo sé. Y hablan tanto de crueldad cuando se refieren a mí, que en ocasiones he llegado a preguntarme ¿Efectivamente soy cruel?…

–           Tu talento para sorprender, es tan grande como su incomprensión…

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–            Pero lo que ellos no comprenden es que los hechos de un hombre pueden ser crueles, sin que él mismo lo sea. ¡Ah! Nadie creería que en los momentos en que la música me acaricia el espíritu, me siento tan bueno e inofensivo como un infante en la cuna.

–           El verdadero arte ennoblece…

–           ¡Es la verdad! La gente ignora cuanta nobleza se anida en este corazón. ¡Y cuántos tesoros descubro en él, cuando la música lo abre a sus olímpicas armonías!

Petronio no duda que el César esté diciendo la verdad y que la música le despierte nobles inclinaciones que están sepultadas por un monstruoso egoísmo desenfrenado y criminal.

Y solo contestó con seriedad:

–           Los hombres debieran conocerte tan profundamente como yo. Roma jamás te apreciará en tu justo mérito.

El César se apoyó más pesadamente sobre el brazo de Marco Aurelio, como si se sintiese abrumado por una gravosa injusticia y replicó:

–           Tigelino me ha contado que en el Senado dicen que Menecrato y Terpnum tocan la cítara mejor que yo. ¡Hasta eso intentan negarme!

–           El verdadero talento, siempre despierta la envidia.

–           Pero dime tú que eres siempre sincero dímelo ahora: ¿Ellos tocan mejor que yo? ¿O están siquiera a mi altura en destreza?

Petronio exclamó rápido:

–           ¡De ninguna manera! Tú tocas con mayor dulzura e intensidad. En ti se palpa al artista. En ellos al ejecutante experimentado. Y el hombre que los escucha primero a ellos, comprende mejor quién eres tú.

Nerón contestó con inmensa petulancia:

–           ¡Si es así, que vivan! Nunca podrán imaginar le importante servicio que acabas de prestarles en este momento, pues te deben la vida. Por otra parte, si yo los hubiera condenado, tendría que tomar a otros para remplazarlos.

Petronio se limitó a decir:

–           Y las gentes te acusarían de que por amor a la música, destruyes la música en tus dominios. ¡Oh, divinidad! Nunca mates el arte por el arte,

Nerón exclamó con admiración:

–           ¡Qué diferente eres de Tigelino! Pero ya lo ves. Soy un artista antes que todo y no puedo llevar una vida vulgar. La música me dice que lo sobrenatural existe y por esto yo lo busco con todo el poder y todo el dominio que los dioses han puesto en mis manos.

–           Los dones con que te han favorecido, deben desarrollarse para glorificarlos.

–           En ocasiones siento que para alcanzar el Olimpo, es necesario que yo haga algo totalmente extraordinario y que jamás se haya realizado. Algo que sea asombroso para los mismos dioses…

–           Esa puede ser una empresa hercúlea. Y hay que meditarla muy bien.

–           Sé que muchos me llaman loco. Pero yo no estoy loco. ¡Sólo estoy buscando la gloria! ¿Me entiendes?

–           Los grandes artistas llevan ese anhelo en la sangre.

–           ¡Y por lo tanto, mi anhelo es alcanzar la grandeza absoluta, porque solamente de esa manera llegaré a ser el más grande de los artistas!

Y bajando la voz para que Marco Aurelio no le oiga, le dice Petronio al oído:

–           ¿Sabes que condené a muerte a mi madre y a mi esposa, principalmente porque yo deseaba presentar el más grande sacrificio que un hombre pudiera ofrecer?

–           Y ciertamente diste un regio presente. Los dioses deben estar complacidos.

–           Pero parece que para abrir las puertas del Empíreo, se necesita algo más grande que eso y ya que el destino así lo quiere…

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Petronio se alarmó, pero controlándose dijo:

–           ¿Qué intentas hacer?

El César dijo suspicaz:

–           Tú lo verás más pronto de lo que te imaginas. Mientras tanto, solo piensa que existen dos Nerones: uno, el que el pueblo conoce. Otro, el que solo tú conoces. El cual si destruye como la muerte, dominado por un frenesí como Baco; se debe a la trivialidad y a las miserias humanas de la vida ordinaria que lo ahogan.

–           Pero para alcanzar la grandeza no hay necesidad de aniquilar la belleza de la vida.

–           Yo quisiera aniquilarla, aun cuando para ello sea necesario el uso del hierro o del fuego. ¡Oh! ¡Qué vulgar será este mundo cuando yo haya desaparecido de él!

–           Tu temperamento artístico está buscando un clímax.

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–             Nadie tiene la menor idea de mi verdadero temperamento artístico. Este es mi sufrimiento que me llena de melancolía.

Petronio dijo cauteloso:

–           Hay ocasiones que es necesario atemperar el talento, sobre todo cuando hay que ponderar el riesgo desde un trono imperial.

–           ¡Es muy pavoroso para un hombre cargar al mismo tiempo con el peso  del poder supremo y del más excelso talento!

Aunque Petronio se sintió aterrado, consiguió decir:

–           Simpatizo contigo profundamente, ¡Oh, César! Y en ello me acompaña también Marco Aurelio, que te deifica desde el fondo de su alma.

–           Por su parentesco contigo, también me es caro, aunque más bien sirve a Marte y no a las Musas.

–           Él sirve ante todo a Venus Afrodita.

Y en ese mismo instante decidió resolver el asunto de su sobrino de una vez por todas y alejar el peligro que pudiera amenazarle.

Y agregó:

–           Él está perdidamente enamorado… Permítele señor que vuelva a Roma, si no quieres que muera aquí a mi lado. ¡El rehén que le diste fue encontrado! Y Marco Aurelio al venir para Anzio, la dejó a cargo de un cierto Acacio. Marco Aurelio quería convertirla en una amante.

–           ¿Y por qué no lo hizo? Ella es suya. Se la cedí y puede disponer de ella como quiera.

–           Pero como resultó muy virtuosa, eso lo ha cautivado aún más y desea casarse con ella.

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–           No veo cual sea el inconveniente. Como es una de las hijas del rey Vardanes I, no hay diferencia de condición entre ellos.

–           Pero Marco Aurelio es ante todo un soldado. Y aunque se pasa la vida entre gemidos y suspiros, no hará nada sin el permiso de su emperador…

Nerón se quedó perplejo…

Luego dijo con cierta suspicacia:

–           El emperador no elige las esposas de sus soldados. ¿Para qué le sirve mi permiso a Marco Aurelio?

Petronio dijo con diplomacia:

–           Ya te he dicho señor que él te deifica.

–           Con mayor razón alcanza mi permiso. Sí. Es esa doncella bonita, pero demasiado escuálida. La augusta Popea se ha quejado de que ella fue la autora de un maleficio a nuestra hija, en los jardines imperiales. Y a causa de eso murió.

–           Pero yo le dije a Tigelino que los dioses no están sujetos a malos encantamientos. Recordarás divinidad su confusión y cómo tú exclamaste ¡Habet!

–           Sí. Tienes razón. Ya lo recuerdo…

Y volviéndose hacia Marco Aurelio, Nerón le preguntó:

–           ¿Es cierto que la amas como dice Petronio?

Marco Aurelio contestó con convicción:

–           Así la amo, señor.

Entonces Nerón detuvo su paseo y declaró:

–           Entonces te ordeno que partas mañana para Roma, a unirte con ella en matrimonio. Y no te presentes de nuevo ante mí, sin el anillo nupcial.

Marco Aurelio se quedó pasmado por un momento y luego exclamó con júbilo:

–           ¡Te doy gracias con todo mi corazón!

El César sonrió con una increíble, benevolencia y dijo:

–           ¡Oh! ¡Cuán grato es hacer felices a los demás! ¡Oh, si los dioses me dejaran hacer solo eso en la vida!

Petronio se preparó a dar el golpe final. Hasta ese momento, su gran influencia y sus maniobras inteligentes, habían salvado a su sobrino de las garras de Popea…

Y por eso dijo:

–           Concédenos un favor más, ¡Oh, divinidad! Declara tu voluntad en este asunto en particular, delante de la Augusta. Marco Aurelio no osaría jamás unirse en matrimonio a una mujer, que no fuese grata a la emperatriz. Tú puedes desvanecer su prevención con solo una palabra, manifestando que has ordenado que se efectúe el matrimonio.

–           Así lo haré. Nada podría rehusaros a ti o a vosotros. –declaró el César sonriendo a Petronio.

Después de esto, suspendió el paseo y emprendió el regreso.

Ambos le siguieron con el corazón inundado de felicidad por la victoria alcanzada.

Marco Aurelio tuvo que refrenar el impulso de lanzarse al cuello de Petronio y besarlo en las mejillas con amor y agradecimiento. Pues ahora le parece que ha quedado removido todo peligro y todo obstáculo…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

42.- EL RUGIDO DE LOS LEONES

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En Anzio, el emperador con su corte después de la comida fueron a dar un paseo en bote y Popea se las arregló para estar junto a Marco Aurelio.

Luego Nerón quiso que hombres de dignidad consular, remen en homenaje a la Augusta.

El mar está tranquilo y el viento y la brisa son suaves.

El César, sentado junto al timón y vestido con una toga púrpura, cantó un himno en honor a Poseidón, que compuso la noche anterior y al que Terpnum le ayudó a ponerle música.

En otros botes los músicos estuvieron amenizando el ambiente y alrededor nadan un grupo de delfines, como si hubieran sido atraídos por la música.

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Y los extraordinarios animales se portaron tan graciosos como si alguien los hubiera invitado a la fiesta.

Plinio está muy feliz.

Cuando llegaron a mar abierto, apareció a la distancia un barco procedente de Ostia y Marco Aurelio fue el primero en descubrirlo…

Entonces la augusta Popea, dijo:

–           Es evidente que nada hay oculto a tus ojos. –y súbitamente dejó caer el velo sobre su rostro- ¿Podrías reconocerme así?

Petronio intervino al punto:

–           Hasta el mismo sol se hace invisible detrás de las nubes.

Pero ella, coqueta y como en broma, insistió:

–           Solo el amor podría cegar una mirada tan penetrante como la tuya. ¿De quién estás enamorado?…-y comenzó a nombrar a todas las damas de la corte, como si intentara descubrir cuál de ellas es el objeto de su amor.

Marco Aurelio contesta negando con calma.

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Al final Popea mencionó a Alexandra. Y al mencionarla se descubrió el rostro y le dirigió una mirada inquisitiva y aviesa…

En ese momento, Petronio hizo virar el bote, culpando a un delfín por el violento giro y apartó de Marco Aurelio la atención general, impidiendo una respuesta.

Cuando más tarde los dos descansan a solas en el cubículum…

Petronio, verdaderamente alarmado le implora nuevamente que no ofenda la vanidad de Popea:

–           ¡Sería desastroso! ¡Te vi y te conozco! ¿Acaso no comprendes?…

Marco Aurelio contestó decidido:

–           El que  no comprendes eres tú. Popea solo me inspira aversión y desprecio. ¡Si hubiera dicho algo sobre Alexandra!… Tuve que dominar el impulso de romperle el remo en la cabeza a esa mujer perversa y ruin.

–           ¿Por qué crees que hice lo que hice? Tampoco a Nerón le gustó mucho que lo mojara con el viraje. Además, yo sé que Popea no te  ama. Ella es incapaz de amar a nadie.

Pero ahorita es una mujer despechada. Su deseo y su capricho nacen de la cólera que siente contra el César; que aún se halla bajo su influencia y parece que es capaz de amarla todavía.

Aun así, es tan perverso con ella, pues no le oculta sus infidelidades, ni su desvergüenza. Ahorita, Popea es más peligrosa que nunca… ¿Cómo quieres que te lo haga entender?

Marco Aurelio concede con desgano:

–           Está bien. Te prometo no hacer nada para provocarla. Rogaré a Dios que me ayude a librarme de ella.

–           Y mientras lo haces yo te prometo que me mantendré vigilante, aunque con ello me estoy ganando el aborrecimiento de la augusta.

Una semana después…

Bernabé está sacando agua de la cisterna con un cántaro, mientras canta a media voz en el idioma de su país.

Al mismo tiempo mira de vez en cuando hacia el grupo de cipreses, en el jardín de la casa de Acacio. Y sonríe con gran complacencia…

En un banco junto a la fuente, están sentados Marco Aurelio y Alexandra.

Parecen dos blancas y hermosas estatuas; pues ni la más leve brisa agita sus vestidos. El cielo se tiñe de oro y fuego, mientras ellos conversan abrazados tiernamente, en medio de la plácida tarde.

Alexandra le pregunta preocupada:

–           Amor mío, ¿No sucederá ninguna desgracia por haber salido de Anzio sin el permiso del César?

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Marco Aurelio le contestó muy alegre:

–           No, amada mía. El César anunció que se iba a encerrar dos días con Terpnum y Menecrato, para dedicarse a la composición de nuevos cantos. Y pidió que nadie lo molestara.

Esto lo hace a menudo. Y cuando eso pasa, no se preocupa de nada más y no le importa lo que pase a su alrededor…

Alexandra suspiró y dijo:

–           Me alegro tanto de que estés aquí. El César…

–           ¿A mí que me importa el César cuando estoy junto a ti y puedo contemplarte a mi antojo? Demasiado he sufrido la nostalgia de ti y llevo varias noches que no puedo dormir. A veces la fatiga me vence y caigo en una especie de sopor. No puedo dejar de pensar en ti.

–           Yo tampoco amor mío y me sorprendió tanto verte que casi no lo puedo creer…

–           Puse postas a lo largo del camino y gracias a eso, pude venir con mayor rapidez, que cualquiera de los correos del César. No sabes el trabajo que me cuesta permanecer lejos de ti. Te amo demasiado, vida mía.

–           Y yo presentía que ibas a venir. Te estaba esperando yo también, esposo mío. Sufro mucho por la añoranza de tu ausencia.

Se besan con mucha ternura y con una contenida pasión, bajo el baño de luz que el crepúsculo vespertino colorea con sus últimos destellos.

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El plácido encanto de aquella tarde, contribuye al arrobamiento mutuo.

Luego, Marco Aurelio dice:

–           ¿Sabes una cosa? Estoy adelantando mucho en el catecumenado y el Obispo Cipriano prometió bautizarme pronto, antes de seguir su viaje a Asia.

–           ¿Ya te sientes listo para pedir el Bautismo?

–           Estoy aprendiendo a amar a Dios sobre todas las cosas. Y eso, en lugar de disminuir, ha aumentado y perfeccionado mi amor por ti. Antes creía que el amor era un anhelo y una llama que enardecía la sangre. Ahora comprendo que es posible amar hasta con la propia sangre, cuando se anhela derramarla por amor a Él y se desea la muerte que nos da la Vida.

–           ¡OH! ¡Vaya que estás adelantado! Ya oigo a un cristiano maduro en ti. Y en relación con nosotros…

–           Yo sé que nuestro amor durará  en el tiempo y en la eternidad, porque te amaré más allá de esta vida y juntos adoraremos a nuestro Señor. ¡Oh, si ahora solo con verme reflejado en tus ojos, siento esta felicidad! Dime, Alexandra mía, ¿Qué será cuando nuestro amor pueda ser consumado y ame y adore en tu cuerpo, al Dios que encierras en ti?

Alexandra se ruborizó y exclamó:

–           Yo también te anhelo igual…

Marco Aurelio la miró sorprendido y halagado…

Y enlazando el delicado talle de la joven, la besa en los cabellos mientras dice:

–           ¡Alexandra! Te bendigo y bendigo el momento en que te conocí.

–           ¡Te amo, Marco Aurelio mío! –dijo ella suspirando de felicidad.

Incapaz de decir nada más, ante las palabras que la emocionaron mucho, pronunciadas por aquel hombre que ha cambiado tanto y es como un sueño convertido en realidad.

Los últimos reflejos violáceos del crepúsculo, se desvanecen entre los cipreses, dando paso a los destellos argentados de la luna, en una noche admirablemente hermosa.

El tribuno responde emocionado:

–           Ahora mismo que me has dicho: ‘yo te amo, estoy seguro de que por medio de la violencia yo no hubiera logrado arrancar de tus labios esas palabras, ni aun usando todo el poder de Roma.

Alexandra sonrió y mirándolo con coquetería repitió:

–           Te amo y te anhelo con todo mi ser…

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Por toda respuesta, Marco Aurelio le tomó la barbilla y la besó con toda la adoración, la pasión y la ternura que le despierta cuando está junto a ella.

Ella le correspondió, dulcemente apasionada…

Y en la deliciosa caricia, los dos se entregaron su apasionada donación mutua. Sus almas y sus espíritus se fundieron en una exquisita armonía, que los conecta con la maravillosa cadencia del Universo…

¡Oh! Paradisíaca felicidad del amor verdadero… Por unos instantes, todo a su alrededor queda suspendido por la magia que los envuelve…

Pero Marco Aurelio es un verdadero hombre y está consciente de que aun no puede vivir la plenitud de esta entrega,  aunque la criatura que vibra de pasión entre sus brazos es su esposa…

Cuando disponga del tiempo para enseñarle a esta mujer maravillosa, todos los secretos deliciosos que encierra el Amor, entonces se deleitará con ella…

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Si apresura las cosas, el inminente regreso a Anzio sólo echaría a perder lo que debe ser la experiencia más sublime de sus vidas…

La luna de miel tiene que retrasarse. Por ahora lo más sabio es mantener la cordura sobre los sentimientos…

Y con un supremo esfuerzo de su voluntad, se separó de ella.

Y dijo con cierta angustia:

–           Eres mi esposa. Ahora soy tu prometido esposo y quiero que el día que estemos completamente juntos, sea para no separarnos jamás… Aun no te poseo plenamente y ya no puedo vivir sin ti. Si me quedo contigo, estaré desafiando un poder imperial que te dejaría viuda ahora mismo. Y necesito vivir para que con mi consagración a nuestro hogar, formemos la familia que los dos anhelamos. ¿Me comprendes vida mía?

Alexandra lo besó tiernamente en la nariz y le contestó:

–           Mejor de lo que crees…. Pienso que Dios tiene sus planes, para permitir todo lo que nos está sucediendo. Y yo soy su sierva y la esposa que te espera y vivirá consagrada para ti. Mi Señor ya vive en ti y lo adoro en ti… Bendita sea su Voluntad en nuestras vidas y en nuestro matrimonio.

Marco Aurelio sonrió aliviado y dijo:

–           Si yo preguntara a Séneca porqué enaltece tanto la virtud, creo que no sabría darme una respuesta convincente. Porque ahora sé que yo debo ser virtuoso para no perder a mi Señor Jesús. ¿Cómo no adorarlo, si además me ha dado el tesoro inestimable de tu amor? ¡Cómo quisiera quedarme contigo y no separarme ya nunca de ti! Pero debo volver a Anzio. ¡Estoy impaciente porque este viaje termine ya!

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Alexandra lo escucha fijando en él sus ojos azul mar. Están  húmedos y a la luz de la luna semejan dos flores perladas de rocío.

Y en aquel instante se sintieron inmensamente felices, pues sus almas están unidas por el poder de la Fe en la misma Religión que hace vibrar su espíritu y su corazón, con la certidumbre plena de que pase lo que pase, no dejarán de amarse y de pertenecerse el uno al otro; porque su amor está santificado por un amor más grande, perfecto y divino…

Marco Aurelio suspiró y dijo:

–           Tengo que partir antes del amanecer, para estar en Anzio a tiempo.

Alexandra contestó con resignación:

–           Yo tampoco quiero separarme de ti.

Sin mover la cabeza del hombro masculino, Alexandra alzó la mirada pensativa, hasta las altas copas de los árboles que argenta la luz de la luna y añadió:

–           Muy bien, Marco Aurelio. Me has hablado de llevarme a Sicilia, en donde Publio desea pasar los años de su vejez…

El tribuno la interrumpe lleno de alborozo:

–           ¡Sí, preciosa mía! Nuestras propiedades colindan con la de Petronio. Aquella es una costa deliciosa. Su clima es más suave y sus noches más bellas que las de Roma, son perfumadas y serenas. Allí la vida y la felicidad van de la mano. –y con aire soñador, hizo un esbozo del porvenir, agregando-¡Oh, Alexandra! Por entre las arboledas y los bosques nos pasearemos, en medio de nuestro gozo infinito…

Y veremos crecer nuestra familia, consagrados a la adoración de Dios.

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Y ambos soñaron con las perspectivas encantadas del futuro y se abrazaron más estrechamente.

Ella preguntó:

–           ¿Visitaremos a los Quintiliano?

–           Sí, preciosa mía; serán parte de nuestra familia.

Alexandra le tomó una mano y se la besó.

Marco Aurelio le dijo muy quedo:

–           ¡Oh, Alexandra! Yo soy quién debo rendirte homenaje de adoración. –y tomando sus manos, las llevó tiernamente a los labios.

Ella se estremeció, diciendo emocionada:

–           ¡Marco Aurelio! Esposo mío… ¡Te amo tanto!

Y por unos momentos ambos escucharon el latir de sus corazones amantes…

Hasta los cipreses inmóviles parecían estar suspendidos en aquella inefable escena de amor…

Que de súbito…

El silencio de la noche fue interrumpido por una especie de trueno, ronco y sordo; que hizo temblar el cuerpo de Alexandra…

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Entonces Marco Aurelio se levantó y dijo:

–           Son los leones que rugen en el vivarium. –Y la abrazó.

Luego,  los dos escucharon con atención:

Al primer bramido siguieron otros…

Se escuchan los rugidos de las fieras que en medio del silencio de la noche, resuenan aterradoras y amenazantes.

Alexandra se sacude con un presentimiento lleno de tristeza, pero Marco Aurelio la estrecha más…

Y trata de tranquilizarla:

–           No tengas miedo. Los Juegos están próximos. Los vivares están llenos con muchísimas fieras y esta casa está muy cerca del vivarium. Ven.

Y ambos entran en la casa acompañados por el tétrico rugir de los leones, que va en aumento…

Cada vez más estruendoso y aterrorizante…   

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

40.- EL PODER FRENTE AL PODER

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Pedro sale de la Puerta del Cielo, acompañado de algunos obispos, sacerdotes y un pequeño grupo de personas.

Van a Roma a visitar algunas comunidades cristianas. Al llegar a  la Vía Apia, se topó con la comitiva de Nerón que se dirige a Anzio.

Tuvo que esperar a que el paso del cortejo despeje la vía que ha sido desbordada con un auténtico desfile.

Para apreciarlo mejor se suben sobre unos enormes peñascos que están a la orilla del bosque, a la vera del camino.

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Pasó un destacamento de caballería númida, perteneciente a la guardia pretoriana.

Llevan uniformes amarillos, fajas rojas y enormes aretes, que dan reflejos dorados a sus caras negras.

Las puntas de sus lanzas destellan al sol.

Sigue otro destacamento de infantería, que se van colocando a lo largo del camino, para formar una valla que impide el acceso a la vía.

Vienen enseguida, innumerables carros custodiados por pequeños destacamentos de infantería y caballería pretoriana.
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En uno van los instrumentos musicales del césar y sus cortesanos. Arpas. Laúdes griegos, hebreos y egipcios. Liras, formingas, cítaras, flautas largas, címbalos y torcidos cuernos de búfalo.

Al contemplar aquellos instrumentos que dan al sol sus reflejos dorados por el oro, plata, bronce y piedras preciosas que los adornan; parecería que Apolo y Baco, acaban de emprender la marcha en un viaje por el mundo.

Después de los instrumentos siguen los carros de los danzantes, los músicos, los acróbatas y los actores.

Ambos sexos, forman grupos artísticos y llevan palmas en las manos.

Siguen multitud de esclavos destinados no al servicio, sino a la ostentación. Y niños vestidos con trajes de cupidos, que también son un adorno para la comitiva imperial.

Enseguida, otra cohorte especial de pretorianos: La Falange de Alejandro Magno.

Hombres de gigantesca estatura, de ojos azules, caras barbadas, cabellos muy rubios o rojos.

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Parecen verdaderas máquinas militares, con sus pesadas armas. Y la tierra se cimbra ante su potente y mesurado paso.

Entre el ejército imperial, destacan las águilas romanas, que anuncian a la nación más poderosa del mundo…

A continuación  aparecen los conductores de los encadenados leones y tigres de Nerón, que a veces le gusta uncirlos a sus carros.

Las cadenas están entrelazadas con guirnaldas y aun así parece que las fieras son llevadas entre flores. Son fieras domesticadas por hábiles domadores.

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Miran a la muchedumbre con ojos brillantes y somnolientos; por momentos alzan sus gigantescas cabezas y aspiran dilatando ruidosamente sus narices, con potentes resoplidos.

Se relamen con sus ásperas lenguas los hocicos y bostezan abriendo sus poderosas fauces.

Otra cohorte de pretorianos, una multitud de esclavos y luego el César, cuya presencia fue recibida con aclamaciones.

Viene sentado en un carro que tiran seis hermosos corceles blancos, con herraduras de doradas. El carro tiene la forma de una tienda abierta a los costados, para poder apreciar mejor la figura del emperador que va solo; acompañado por dos enanos arlequines.

Viste una túnica blanca, bordada con hilos de plata y perlas. Una toga de color amatista, la cual da tintes azulados a su rostro de piel muy blanca. Sobre su cabeza luce una corona de laurel y su cuerpo obeso hace que su cara ancha, aumente el volumen de su papada y también hace que su boca parezca estar más cerca de su nariz.

Trae protegido su corto y grueso cuello, con un pañuelo de seda que ajusta constantemente, con una mano blanca y gorda, cubierta de vello rojo. La expresión de su semblante tiene un aire de aburrimiento y contrariedad.

En conjunto, su persona es a la vez terrible y vulgar.

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Mientras avanzan, vuelve a uno y a otro lado la cabeza, escuchando los gritos de la multitud que le aplaude.

–          ¡Salve, divino César!

–          ¡Salve, conquistador!

–         ¡Salve, incomparable!

–         ¡Salve hijo de Apolo!

Estas aclamaciones le hacen sonreír.

Pero hay otras que son francamente ofensivas:

–            ¡Enobarbo, Enobarbo! ¡Matricida!

–            ¡Orestes! ¡Alcmeon! ¿Dónde está Octavia?

–            ¡Asesino! ¡Entrega la púrpura!

–            ¿Dónde está tu barba llameante?

–         ¿Temes acaso que se incendie Roma?

Y los que gritan así, no saben que en esa burla sangrienta, se encierra una tremenda profecía.

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A Popea que viene inmediatamente detrás de él, le gritan:

–           ¡Flava coma! (Pelirrubia, epíteto aplicado a las prostitutas)

Al experto oído del César llegan estos insultos y levanta su cristal pulimentado para ver si con sus ojos miopes, alcanza a descubrir a sus autores…

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Mientras hace esto; su mirada se cruza con la de Pedro.

Han llegado al Arco de Augusto y la comitiva imperial se detiene un poco, antes de seguir avanzando.

Y estos dos hombres se contemplan mutuamente…

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Y a ninguno de los integrantes de aquel brillante séquito, ni de la inmensa multitud, se les ocurrió pensar que en aquel momento, se encuentran frente a frente, los dos poderes más grandes de la Tierra…

 Uno de ellos,  pronto se desvanecerá, como un sueño fatídico de horror y de sangre.

El otro empezará la Conquista y la posesión Eterna, fundando su Sede en  la ciudad desde la cual irradiará su poder y su Luz, los cuales envolverán a todo el mundo.

La comitiva reanuda su marcha y Nerón desaparece de la vista de Pedro.

Detrás viene el carro de Popea, la emperatriz aborrecida por el pueblo.

Vestida como Nerón, con traje de color amatista; inmóvil, indiferente, pensativa; parece una hermosa y maligna divinidad.

Detrás de ella vienen los augustanos.

En primer lugar, Petronio con Aurora, Marco Aurelio y su séquito personal.

La muchedumbre lo recibe con aclamaciones y aplausos, pues es un personaje lleno de simpatía para el pueblo y éste lo ama.

Al parecer, Petronio es muy conocido y el pueblo lo ama por su munificencia.

Y su popularidad se ha extendido y ha aumentado, desde la vez que habló ante el César, para oponerse a la sentencia de muerte dictada contra la ‘familia’, (incluidos sirvientes, libertos y esclavos) del prefecto Albino Floro,  sin distinción de edad, ni de sexo.  Porque uno de ellos asesinó a ese monstruo de crueldad, cegado por la desesperación.

Petronio protestó por aquel bárbaro sacrificio, diciendo: ‘A tal señor, tal criado’.

Y el pueblo, que se había indignado ante aquella matanza, desde aquel día, amó más a Petronio.

Éste a su vez, no hace mucho caso de tales manifestaciones. Recuerda que el pueblo también había amado a Británico, envenenado por Nerón. Y piensa que la gente es hipócrita y voluble.

Y como el escéptico ‘Árbitro de la Elegancia’, es también supersticioso, considera el favor popular como el peor de los presagios.

Tigelino va en un carro tirado por yeguas adornadas con plumas blancas y rojas. A él y a Haloto, los recibieron con abucheos.

Entre otros, la multitud recibió a Vitelio con risas. A Trhaseas, con aplausos. Y a los demás, con indiferencia.

A Amino Rebio, con silbidos.

A Vespasiano y a sus hijos, con aplausos.

A Séneca, a Nerva, a Plinio, a Lucano y a Marcial, con admiración y aplausos…

A las mujeres célebres por su riqueza, su hermosura y sus vicios, con admiración.

Los ojos de la multitud pasan de los grandes personajes a los arneses; a las extrañas indumentarias de los sirvientes que vienen de todas las regiones del imperio.

En aquella procesión de orgullo, ostentación y grandeza; todo está hecho para deslumbrar, con el poder y la magnificencia, de la Roma Invencible, ante quién se inclina el mundo…

Y la comitiva prosigue su marcha, perdiéndose entre nubes de polvo.

Pedro reflexiona en la inmensidad y el poderío de aquella metrópoli, a la cual ha venido a anunciar el Evangelio.

Nunca había contemplado el portentoso dominio de Roma como ahora que los acaba de ver, personificados en Nerón, en sus legiones y en su imperio.

Concentrados en aquella ciudad enorme, depravada, depredadora, rapaz, desenfrenada e inabordable en su poder terrenal.

Y en aquel César desquiciado por su megalomanía. Convertido en parricida, matricida, fratricida, uxoricida.

Que arrastra tras de sí un séquito de sangrientos espectros, aún más grande que el número de los integrantes del séquito imperial.

Ese libertino. Ese bufón. Es a la vez el comandante de un poco más de treinta legiones y mediante ellas, Amo del Mundo.

Esos cortesanos cubiertos de oro y escarlata. Llenos de las incertidumbres del mañana, temblorosos por su propia integridad, pero más poderosos que reyes.

Al contemplar a Nerón y su séquito imperial; Pedro pensó que en realidad estaba viendo reunido en todo su esplendor, el Infernal Reino de Iniquidad de Satanás que ostenta el dominio de la tierra, que con mano de hierro tiene sometida a todas las naciones.

Y Roma, el corazón del imperio, debe ser conquistada para Cristo.

El Apóstol oró… y entregó a Dios aquella ciudad; aquel imperio y a todos sus habitantes.

Solo Dios sabe cómo algún día Roma será el Corazón de la Cristiandad…  

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

49.- LAS LOCURAS DE NERON

Cuando salieron de la casa del César,  Marco Aurelio dijo a Petronio:

–           Por un momento me dejaste petrificado y lleno de alarma. Pensé que te habías embriagado y solo esperaba la ruina. Recuerda que estás jugando con la muerte. 

Petronio contesta seguro:

–           Esta es mi arena y me complace ser el mejor gladiador. Ya viste como concluyó todo… Mi influencia ha aumentado considerablemente desde hoy. Me enviará sus versos en un cilindro y eso es el mejor cumplido viniendo de él.

–           El Prefecto de los Pretorianos estaba furioso.

–           Tigelino al ver el éxito que alcanzan estas sutilezas, va a tratar de imitarme y superarme. Serán vanos sus esfuerzos, pues es tan solo una bestia cruel.

–           Es un enemigo muy peligroso. Él y la augusta parecen congeniar bastante. ¿No te preocupa eso?

–           Popea está despechada. Y ahí no puedo hacer nada, más que esquivarla lo mejor que pueda. Si yo quisiera, acabaría con él y tendría al propio Enobarbo en mi poder. Pero no quiero complicarme más la vida. El poder absoluto es una maldición…  

–           ¡Qué habilidad la tuya para transformar la crítica en alabanza! Pero ¿Son realmente tan malos esos versos? Yo de eso no entiendo nada.

Los versos no son peores que cualquier otros. Es verdad que Marcial tiene más talento en uno solo de sus dedos. Aun así, Barba de Bronce tiene algo… Sobre todo un inmenso amor por la poesía y la música. Y sí. Se esfuerza mucho en lo que compone.

–           Se considera una artista divino y no sé si sea genialidad o…

–           Pasado mañana nos reuniremos con él, para escuchar su Himno a Venus Afrodita que ya está terminando. Los versos de Nerón a veces son elocuentes y yo sé que para componerlos sufre una verdadera tortura. A veces le tengo lástima. ¡Hace unas cosas tan extrañas!

Marco Aurelio pregunta reflexivo:

–           ¿Podría alguien prevenir hasta donde llegarán las locuras de Nerón?

Petronio levanta los hombros:

–           ¿Quién puede saberlo? Está decidido a que ocurran cosas que durarán en la memoria de la historia, pues su mayor anhelo es ser un dios inmortal en el arte y de él se puede esperar cualquier barbaridad.

–           No entiendo cómo puedes encontrar emocionante una conducta tan inestable.

–           Y aunque a veces me siento verdaderamente hastiado, creo que bajo el reinado de otro César, me fastidiaría cien veces más. En estas incertidumbres es en donde encuentro el encanto de la vida.

–           ¿La vida? A veces parece que coquetearas con la muerte…

–           Quien no arriesga no pierde, pero tampoco gana. En el riesgo hay una especie de deleite y olvido del presente. Yo juego a la vida, es cierto. Y en eso mismo está el encanto.

Marco Aurelio dice con sinceridad y amor:

–           Te compadezco Petronio.

–           No más de lo que me compadezco yo mismo. Tu amigo el cristiano me dijo la verdad. Y sin embargo él debe saber que los hombres como yo, no aceptaremos su Religión. Yo no quiero cambiar. Mi vida es emocionante y a la vez detestable, lo sé.

–           Si al menos trataras de conocerla, cambiarías de opinión…

–           Antes, tú pasabas la vida agradablemente entre nosotros. Y cuando hacías tus campañas militares, ansiabas volver a Roma. Ahora hay en ti algo diferente, ya no eres el mismo y a veces me pregunto si te conozco todavía.

–           Ahora mismo me ocurre igual. Ansío volver a Roma.

–          Porque estás enamorado de una vestal cristiana, que está esperando por ti. No me sorprende esto, ni te lo reprocho. Pero lo único que me pregunto es: ¿Eres feliz? ¿Tu nuevo Dios te hace feliz?…

Puedo jurarte por el alma de mi padre al que tanto amaste, que nunca imaginé que pudiera existir una felicidad como la que ahora disfruto. Lo único que me preocupa es una especie de presentimiento extraño, que me aflige respecto a Alexandra.

–           Dentro de dos días trataré de obtenerte un permiso, para que puedas dejar Anzio por todo el tiempo que te plazca. Han pasado tres meses. Popea parece estar más tranquila y hasta donde sé, ningún peligro te amenaza; ni a ti, ni a Alexandra.

–           En la mañana, me preguntó la Augusta, qué había estado haciendo en Roma y me sorprendió mucho, pues ya sabes que me fui en secreto.

–           Es posible que haya enviado espías a seguirte. Sin embargo es necesario que ahora ella también cuente conmigo.

El día que me despedí de Alexandra. Los dos estábamos sentados en una banca del jardín de la casa del obispo Acacio. En una noche tan tranquila como ésta, ideando planes para el futuro. Sería imposible tratar de describirte la felicidad y el éxtasis que sentía en aquellos momentos, junto a la mujer que amo más que a mi propia vida. Cuando de súbito se escuchó el rugido de los leones….

–           Tú sabes que esto es un fenómeno común y más cuando se acercan los juegos.

–           Pero desde aquel instante un presagio de infortunio, me inquieta profundamente. Te agradezco mucho ese permiso para salir de Anzio. Esto aliviará un poco la tortura que siento.

–           Los juegos son algo común y emocionante en nuestra cultura romana. ¡No te entiendo.

–           Me preocupa mucho mi esposa y ya no puedo permanecer aquí más tiempo. Me siento tan mal que estoy dispuesto a irme sin él.

–           ¿No crees que es un poco ridículo creer en presentimientos? Además ¿Cómo sabes que fueron leones? Los bisontes germanos rugen casi igual.

–           Anoche presencié una lluvia de estrellas…

–           Yo también la vi. Fue un espectáculo muy bello.

Y hay quien lo considera mal augurio.

Petronio medita unos momentos y después agrega:

–           Si vuestro Cristo se ha levantado de entre los muertos, Él puede protegeros contra la muerte, ¿No crees?

Marco Aurelio confirmó:

–           Así es. Los cristianos estamos protegidos de todas maneras. Para el que ama a Dios, la muerte no existe – Dijo estas palabras, mirando hacia el cielo lleno de estrellas.

Petronio le miró completamente desconcertado… Y cambió de tema.

Una semana después…

El César estaba tocando y cantando en honor de Palas Atenea, un himno cuyos versos y música había compuesto él mismo. Y aquel día sintió que su voz realmente cautivaba a sus oyentes.

Y esta convicción le exalta tanto, que se siente realmente inspirado y al terminar el canto, está pálido, sudoroso y conmovido. No tiene deseos de escuchar elogios y dice:

–           Estoy fatigado y necesito aire. Saldré a dar un paseo. Entretanto afinad las cítaras.

Y enseguida se envolvió el cuello con un pañuelo de seda y dijo volviéndose a Petronio:

–           Acompáñame. Dame tu brazo Marco Aurelio, pues las fuerzas me faltan. Me apoyaré en ti. Mientras tanto Petronio nos hablará de música.

Y salieron hacia una terraza que tiene pavimento de alabastro.

Cuando estuvieron fuera, Nerón dijo:

–          Aquí uno puede respirar más libremente. Mi alma está conmovida y triste. Aunque ahora sí sé con este ensayo, que ya estoy listo para presentarme en público y alcanzar un triunfo sin igual.

Petronio contestó:

–          Puedes presentarte aquí, en Roma y en Acaya. Tu grandeza artística puede resistir la prueba.

El César contestó mirándolo fijamente:

–           Lo sé. Eres demasiado insolente como para prodigar elogios haciéndote violencia a ti mismo. Y te juzgo sincero como Marcial… Pero tú tienes más conocimientos que él. Dime cuál es tu concepto de la música.

–           Cuando te escucho declamar unos versos. Cuando te veo en el Circo dirigiendo una cuadriga. Cuando veo la belleza de una obra de arte y cuando te oigo en las armonías de tu música, nuevos deleites embelesan mi espíritu; aunque siempre me sorprendes, porque hay en ti, un mar de talento para eso.

¡Qué profundo conocimiento tienes en la materia! –Exclamó Nerón admirado- Tú has dado expresión exacta a mis propias ideas. Y por eso te repito siempre que en toda Roma, eres el único capaz de comprenderme.

–           Mi concepto de la música está en perfecta armonía con el tuyo.

–           Soy el César y el mundo es mío. Puedo hacer lo que yo quiera. Pero la música me abre nuevos horizontes.

–           Las musas te inspiran.

–           Siento a las musas, a los dioses y al Olimpo.

Los dioses son generosos contigo…

–           Hay una grandeza que percibo como en medio de una niebla sutil. ¡Estoy tan emocionado que hasta me siento pequeño! ¿Puedes creerlo?

Petronio concede:

–           Sí. Solamente los grandes artistas tienen la facultad de sentirse pequeños en presencia del Arte.

–           Esta es un anoche de sinceridad y franqueza. Así pues, voy a abrirte mi corazón, como ante un amigo. Dime ¿Crees que soy un hombre ciego o falto de juicio?

–           Eres un artista buscando la inmortalidad.

–           Yo sé que el Pueblo de Roma, escribe en las murallas insultos contra mí. Gritan lo que consideran mis crímenes y dicen que soy un monstruo y un tirano, solo porque Tigelino ha obtenido unas cuantas sentencias de muerte contra mis enemigos.

No es posible complacer a todo el mundo. Los inconformes siempre van a criticar…

–           Sí, querido amigo. Me consideran un monstruo y lo sé. Y hablan tanto de crueldad cuando se refieren a mí, que en ocasiones he llegado a preguntarme ¿Efectivamente soy cruel?…

–           Tu talento para sorprender, es tan grande como su incomprensión…

 Pero lo que ellos no comprenden es que los hechos de un hombre pueden ser crueles, sin que él mismo lo sea. ¡Ah! Nadie creería que en los momentos en que la música me acaricia el espíritu, me siento tan bueno e inofensivo como un infante en la cuna.

–           El verdadero arte ennoblece…

–           ¡Es la verdad! La gente ignora cuanta nobleza se anida en este corazón. ¡Y cuántos tesoros descubro en él, cuando la música lo abre a sus olímpicas armonías!

Petronio no duda que el César esté diciendo la verdad y que la música le despierte nobles inclinaciones que están sepultadas por un monstruoso egoísmo desenfrenado y criminal.

Y solo contestó con seriedad:

–           Los hombres debieran conocerte tan profundamente como yo. Roma jamás te apreciará en tu justo mérito.

El César se apoyó más pesadamente sobre el brazo de Marco Aurelio, como si se sintiese abrumado por una gravosa injusticia y replicó:

–           Tigelino me ha contado que en el Senado dicen que Menecrato y Terpnum tocan la cítara mejor que yo. ¡Hasta eso intentan negarme!

–           El verdadero talento, siempre despierta la envidia.

–           Pero dime tú que eres siempre sincero dímelo ahora: ¿Ellos tocan mejor que yo? ¿O están siquiera a mi altura en destreza?

Petronio exclamó rápido:

–           ¡De ninguna manera! Tú tocas con mayor dulzura e intensidad. En ti se palpa al artista. En ellos al ejecutante experimentado. Y el hombre que los escucha primero a ellos, comprende mejor quién eres tú.

Nerón contestó con inmensa petulancia:

–           ¡Si es así, que vivan! Nunca podrán imaginar le importante servicio que acabas de prestarles en este momento, pues te deben la vida. Por otra parte, si yo los hubiera condenado, tendría que tomar a otros para remplazarlos.

Petronio se limitó a decir:

–           Y las gentes te acusarían de que por amor a la música, destruyes la música en tus dominios. ¡Oh, divinidad! Nunca mates el arte por el arte,

Nerón exclamó con admiración:

–           ¡Qué diferente eres de Tigelino! Pero ya lo ves. Soy un artista antes que todo y no puedo llevar una vida vulgar. La música me dice que lo sobrenatural existe y por esto yo lo busco con todo el poder y todo el dominio que los dioses han puesto en mis manos.

–           Los dones con que te han favorecido, deben desarrollarse para glorificarlos.

–           En ocasiones siento que para alcanzar el Olimpo, es necesario que yo haga algo totalmente extraordinario y que jamás se haya realizado. Algo que sea asombroso para los mismos dioses…

Esa puede ser una empresa hercúlea. Y hay que meditarla muy bien.

–           Sé que muchos me llaman loco. Pero yo no estoy loco. ¡Sólo estoy buscando la gloria! ¿Me entiendes?

–           Los grandes artistas llevan ese anhelo en la sangre.

–           ¡Y por lo tanto, mi anhelo es alcanzar la grandeza absoluta, porque solamente de esa manera llegaré a ser el más grande de los artistas!

Y bajando la voz para que Marco Aurelio no le oiga, le dice Petronio al oído:

–           ¿Sabes que condené a muerte a mi madre y a mi esposa, principalmente porque yo deseaba presentar el más grande sacrificio que un hombre pudiera ofrecer?

–           Y ciertamente diste un regio presente. Los dioses deben estar complacidos.

–           Pero parece que para abrir las puertas del Empíreo, se necesita algo más grande que eso y ya que el destino así lo quiere…

Petronio se alarmó, pero controlándose dijo:

–           ¿Qué intentas hacer?

El César dijo suspicaz:

–           Tú lo verás más pronto de lo que te imaginas. Mientras tanto, solo piensa que existen dos Nerones: uno, el que el pueblo conoce. Otro, el que solo tú conoces. El cual si destruye como la muerte, dominado por un frenesí como Baco; se debe a la trivialidad y a las miserias humanas de la vida ordinaria que lo ahogan.

–           Pero para alcanzar la grandeza no hay necesidad de aniquilar la belleza de la vida.

–           Yo quisiera aniquilarla, aun cuando para ello sea necesario el uso del hierro o del fuego. ¡Oh! ¡Qué vulgar será este mundo cuando yo haya desaparecido de él!

–           Tu temperamento artístico está buscando un clímax.

Nadie tiene la menor idea de mi verdadero temperamento artístico. Este es mi sufrimiento que me llena de melancolía.

Petronio dijo cauteloso:

–           Hay ocasiones que es necesario atemperar el talento, sobre todo cuando hay que ponderar el riesgo desde un trono imperial.

–           ¡Es muy pavoroso para un hombre cargar al mismo tiempo con el peso  del poder supremo y del más excelso talento!

Aunque Petronio se sintió aterrado, consiguió decir:

–           Simpatizo contigo profundamente, ¡Oh, César! Y en ello me acompaña también Marco Aurelio, que te deifica desde el fondo de su alma.

–           Por su parentesco contigo, también me es caro, aunque más bien sirve a Marte y no a las Musas.

–           Él sirve ante todo a Venus Afrodita.

Y en ese mismo instante decidió resolver el asunto de su sobrino de una vez por todas y alejar el peligro que pudiera amenazarle. Y agregó:

–           Él está perdidamente enamorado… Permítele señor que vuelva a Roma, si no quieres que muera aquí a mi lado. ¡El rehén que le diste fue encontrado! Y Marco Aurelio al venir para Anzio, la dejó a cargo de un cierto Acacio. Marco Aurelio quería convertirla en una amante.

–           ¿Y por qué no lo hizo? Ella es suya. Se la cedí y puede disponer de ella como quiera.

–           Pero como resultó muy virtuosa, eso lo ha cautivado aún más y desea casarse con ella.

No veo cual sea el inconveniente. Como es una de las hijas del rey Vardanes I, no hay diferencia de condición entre ellos.

–           Pero Marco Aurelio es ante todo un soldado. Y aunque se pasa la vida entre gemidos y suspiros, no hará nada sin el permiso de su emperador…

Nerón se quedó perplejo…

Luego dijo con cierta suspicacia:

–           El emperador no elige las esposas de sus soldados. ¿Para qué le sirve mi permiso a Marco Aurelio?

Petronio dijo con diplomacia:

–           Ya te he dicho señor que él te deifica.

–           Con mayor razón alcanza mi permiso. Sí. Es esa doncella bonita, pero demasiado escuálida. La augusta Popea se ha quejado de que ella fue la autora de un maleficio a nuestra hija, en los jardines imperiales. Y a causa de eso murió.

–           Pero yo le dije a Tigelino que los dioses no están sujetos a malos encantamientos. Recordarás divinidad su confusión y cómo tú exclamaste ¡Habet!

–           Sí. Tienes razón. Ya lo recuerdo…

Y volviéndose hacia Marco Aurelio, Nerón le preguntó:

–           ¿Es cierto que la amas como dice Petronio?

Marco Aurelio contestó con convicción:

–           Así la amo, señor.

Entonces Nerón detuvo su paseo y declaró:

–           Entonces te ordeno que partas mañana para Roma, a unirte con ella en matrimonio. Y no te presentes de nuevo ante mí, sin el anillo nupcial.

Marco Aurelio se quedó pasmado por un momento y luego exclamó con júbilo:

–           ¡Te doy gracias con todo mi corazón!

El César sonrió con una increíble, benevolencia y dijo:

–           ¡Oh! ¡Cuán grato es hacer felices a los demás! ¡Oh, si los dioses me dejaran hacer solo eso en la vida!

Petronio se preparó a dar el golpe final. Hasta ese momento, su gran influencia y sus maniobras inteligentes, habían salvado a su sobrino de las garras de Popea… Y por eso dijo:

–           Concédenos un favor más, ¡Oh, divinidad! Declara tu voluntad en este asunto en particular, delante de la Augusta. Marco Aurelio no osaría jamás unirse en matrimonio a una mujer, que no fuese grata a la emperatriz. Tú puedes desvanecer su prevención con solo una palabra, manifestando que has ordenado que se efectúe el matrimonio.

–           Así lo haré. Nada podría rehusaros a ti o a vosotros. –declaró el César sonriendo a Petronio.

Después de esto, suspendió el paseo y emprendió el regreso.

Ambos le siguieron con el corazón inundado de felicidad por la victoria alcanzada.

Marco Aurelio tuvo que refrenar el impulso de lanzarse al cuello de Petronio y besarlo en las mejillas con amor y agradecimiento. Pues ahora le parece que ha quedado removido todo peligro y todo obstáculo… 

 

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

42.- EL RUGIDO DE LOS LEONES

En Anzio, el emperador con su corte después de la comida fueron a dar un paseo en bote y Popea se las arregló para estar junto a Marco Aurelio. Luego Nerón quiso que hombres de dignidad consular, remen en homenaje a la Augusta.

El mar está tranquilo y el viento y la brisa son suaves. El César, sentado junto al timón y vestido con una toga púrpura, cantó un himno en honor a Poseidón, que compuso la noche anterior y al que Terpnum le ayudó a ponerle música.

En otros botes los músicos estuvieron amenizando el ambiente y alrededor nadan un grupo de delfines, como si hubieran sido atraídos por la música. Y los extraordinarios animales se portaron tan graciosos como si alguien los hubiera invitado a la fiesta.

Plinio está muy feliz.

Cuando llegaron a mar abierto, apareció a la distancia un barco procedente de Ostia y Marco Aurelio fue el primero en descubrirlo…

Entonces la augusta Popea, dijo:

–           Es evidente que nada hay oculto a tus ojos. –y súbitamente dejó caer el velo sobre su rostro- ¿Podrías reconocerme así?

Petronio intervino al punto:

–           Hasta el mismo sol se hace invisible detrás de las nubes.

Pero ella, coqueta y como en broma, insistió:

–           Solo el amor podría cegar una mirada tan penetrante como la tuya. ¿De quién estás enamorado?…-y comenzó a nombrar a todas las damas de la corte, como si intentara descubrir cuál de ellas es el objeto de su amor.

Marco Aurelio contesta negando con calma.

Al final Popea mencionó a Alexandra. Y al mencionarla se descubrió el rostro y le dirigió una mirada inquisitiva y aviesa…

En ese momento, Petronio hizo virar el bote, culpando a un delfín por el violento giro y apartó de Marco Aurelio la atención general, impidiendo una respuesta.

Cuando más tarde los dos descansan a solas en el cubículum…

Petronio, verdaderamente alarmado le implora nuevamente que no ofenda la vanidad de Popea:

–           ¡Sería desastroso! ¡Te vi y te conozco! ¿Acaso no comprendes?…

Marco Aurelio contestó decidido:

–           El que  no comprendes eres tú. Popea solo me inspira aversión y desprecio. ¡Si hubiera dicho algo sobre Alexandra!… Tuve que dominar el impulso de romperle el remo en la cabeza a esa mujer perversa y ruin.

–           ¿Por qué crees que hice lo que hice? Tampoco a Nerón le gustó mucho que lo mojara con el viraje. Además, yo sé que Popea no te  ama. Ella es incapaz de amar a nadie. Pero ahorita es una mujer despechada. Su deseo y su capricho nacen de la cólera que siente contra el César; que aún se halla bajo su influencia y parece que es capaz de amarla todavía.

Aun así, es tan perverso con ella, pues no le oculta sus infidelidades, ni su desvergüenza. Ahorita, Popea es más peligrosa que nunca… ¿Cómo quieres que te lo haga entender?

Marco Aurelio concede con desgano:

–           Está bien. Te prometo no hacer nada para provocarla. Rogaré a Dios que me ayude a librarme de ella.

–           Y mientras lo haces yo te prometo que me mantendré vigilante, aunque con ello me estoy ganando el aborrecimiento de la augusta.

Una semana después…

Bernabé está sacando agua de la cisterna con un cántaro, mientras canta a media voz en el idioma de su país. Al mismo tiempo mira de vez en cuando hacia el grupo de cipreses, en el jardín de la casa de Acacio. Y sonríe con gran complacencia…

En un banco junto a la fuente, están sentados Marco Aurelio y Alexandra. Parecen dos blancas y hermosas estatuas; pues ni la más leve brisa agita sus vestidos. El cielo se tiñe de oro y fuego, mientras ellos conversan abrazados tiernamente, en medio de la plácida tarde.

Alexandra le pregunta preocupada:

–           Amor mío, ¿No sucederá ninguna desgracia por haber salido de Anzio sin el permiso del César?

Marco Aurelio le contestó muy alegre:

–           No, amada mía. El César anunció que se iba a encerrar dos días con Terpnum y Menecrato, para dedicarse a la composición de nuevos cantos. Y pidió que nadie lo molestara. Esto lo hace a menudo. Y cuando eso pasa, no se preocupa de nada más y no le importa lo que pase a su alrededor…

Alexandra suspiró y dijo:

–           Me alegro tanto de que estés aquí. El César…

–           ¿A mí que me importa el César cuando estoy junto a ti y puedo contemplarte a mi antojo? Demasiado he sufrido la nostalgia de ti y llevo varias noches que no puedo dormir. A veces la fatiga me vence y caigo en una especie de sopor. No puedo dejar de pensar en ti.

–           Yo tampoco amor mío y me sorprendió tanto verte que casi no lo puedo creer…

–           Puse postas a lo largo del camino y gracias a eso, pude venir con mayor rapidez, que cualquiera de los correos del César. No sabes el trabajo que me cuesta permanecer lejos de ti. Te amo demasiado, vida mía.

–           Y yo presentía que ibas a venir. Te estaba esperando yo también, esposo mío. Sufro mucho por la añoranza de tu ausencia.

Se besan con mucha ternura y con una contenida pasión, bajo el baño de luz que el crepúsculo vespertino colorea con sus últimos destellos. El plácido encanto de aquella tarde, contribuye al arrobamiento mutuo.

Luego, Marco Aurelio dice:

–           ¿Sabes una cosa? Estoy adelantando mucho en el catecumenado y el Obispo Cipriano prometió bautizarme pronto, antes de seguir su viaje a Asia.

–           ¿Ya te sientes listo para pedir el Bautismo?

–           Estoy aprendiendo a amar a Dios sobre todas las cosas. Y eso, en lugar de disminuir, ha aumentado y perfeccionado mi amor por ti. Antes creía que el amor era un anhelo y una llama que enardecía la sangre. Ahora comprendo que es posible amar hasta con la propia sangre, cuando se anhela derramarla por amor a Él y se desea la muerte que nos da la Vida.

–           ¡OH! ¡Vaya que estás adelantado! Ya oigo a un cristiano maduro en ti. Y en relación con nosotros…

–           Yo sé que nuestro amor durará  en el tiempo y en la eternidad, porque te amaré más allá de esta vida y juntos adoraremos a nuestro Señor. ¡Oh, si ahora solo con verme reflejado en tus ojos, siento esta felicidad! Dime, Alexandra mía, ¿Qué será cuando nuestro amor pueda ser consumado y ame y adore en tu cuerpo, al Dios que encierras en ti?

Alexandra se ruborizó y exclamó:

–           Yo también te anhelo igual…

Marco Aurelio la miró sorprendido y halagado… Y enlazando el delicado talle de la joven, la besa en los cabellos mientras dice:

–           ¡Alexandra! Te bendigo y bendigo el momento en que te conocí.

–           ¡Te amo, Marco Aurelio mío! –dijo ella suspirando de felicidad. Incapaz de decir nada más, ante las palabras que la emocionaron mucho, pronunciadas por aquel hombre que ha cambiado tanto y es como un sueño convertido en realidad.

Los últimos reflejos violáceos del crepúsculo, se desvanecen entre los cipreses, dando paso a los destellos argentados de la luna, en una noche admirablemente hermosa.

El tribuno responde emocionado:

–           Ahora mismo que me has dicho: ‘yo te amo’, estoy seguro de que por medio de la violencia yo no hubiera logrado arrancar de tus labios esas palabras, ni aun usando todo el poder de Roma.

Alexandra sonrió y mirándolo con coquetería repitió:

–           Te amo y te anhelo con todo mi ser…

Por toda respuesta, Marco Aurelio le tomó la barbilla y la besó con toda la adoración, la pasión y la ternura que le despierta cuando está junto a ella.

Ella le correspondió, dulcemente apasionada…

Y en la deliciosa caricia, los dos se entregaron su apasionada donación mutua. Sus almas y sus espíritus se fundieron en una exquisita armonía, que los conecta con la maravillosa cadencia del Universo… ¡Oh! Paradisíaca felicidad del amor verdadero… Por unos instantes, todo a su alrededor queda suspendido por la magia que los envuelve…

Pero Marco Aurelio es un verdadero hombre y esta consciente de que aun no puede vivir la plenitud de esta entrega,  aunque la criatura que vibra de pasión entre sus brazos es su esposa… Cuando disponga del tiempo para enseñarle a esta mujer maravillosa, todos los secretos deliciosos que encierra el Amor, entonces se deleitará con ella…

Si apresura las cosas, el inminente regreso a Anzio sólo echaría a perder lo que debe ser la experiencia más sublime de sus vidas… La luna de miel tiene que retrasarse. Por ahora lo más sabio es mantener la cordura sobre los sentimientos… y con un supremo esfuerzo de su voluntad, se separó de ella.

Y dijo con cierta angustia:

–           Eres mi esposa. Ahora soy tu prometido esposo y quiero que el día que estemos completamente juntos, sea para no separarnos jamás. Aun no te poseo plenamente y ya no puedo vivir sin ti. Si me quedo contigo, estaré desafiando un poder imperial que te dejaría viuda ahora mismo. Y necesito vivir para que con mi consagración a nuestro hogar, formemos la familia que los dos anhelamos. ¿Me comprendes vida mía?

Alexandra lo besó tiernamente en la nariz y le contestó:

–           Mejor de lo que crees…. Pienso que Dios tiene sus planes, para permitir todo lo que nos está sucediendo. Y yo soy su sierva y la esposa que te espera y vivirá consagrada para ti. Mi Señor ya vive en ti y lo adoro en ti… Bendita sea su Voluntad en nuestras vidas y en nuestro matrimonio.

Marco Aurelio sonrió aliviado y dijo:

–           Si yo preguntara a Séneca porqué enaltece tanto la virtud, creo que no sabría darme una respuesta convincente. Porque ahora sé que yo debo ser virtuoso para no perder a mi Señor Jesús. ¿Cómo no adorarlo, si además me ha dado el tesoro inestimable de tu amor? ¡Cómo quisiera quedarme contigo y no separarme ya nunca de ti! Pero debo volver a Anzio. ¡Estoy impaciente porque este viaje termine ya!

Alexandra lo escucha fijando en él sus ojos azul mar. Están  húmedos y a la luz de la luna semejan dos flores perladas de rocío.

Y en aquel instante se sintieron inmensamente felices, pues sus almas están unidas por el poder de la Fe en la misma Religión que hace vibrar su espíritu y su corazón, con la certidumbre plena de que pase lo que pase, no dejarán de amarse y de pertenecerse el uno al otro; porque su amor está santificado por un amor más grande, perfecto y divino…

Marco Aurelio suspiró y dijo:

–           Tengo que partir antes del amanecer, para estar en Anzio a tiempo.

Alexandra contestó con resignación:

–           Yo tampoco quiero separarme de ti.

Sin mover la cabeza del hombro masculino, Alexandra alzó la mirada pensativa, hasta las altas copas de los árboles que argenta la luz de la luna y añadió:

–           Muy bien, Marco Aurelio. Me has hablado de llevarme a Sicilia, en donde Publio desea pasar los años de su vejez…

El tribuno la interrumpe lleno de alborozo:

–           ¡Sí, preciosa mía! Nuestras propiedades colindan con la de Petronio. Aquella es una costa deliciosa. Su clima es más suave y sus noches más bellas que las de Roma, son perfumadas y serenas. Allí la vida y la felicidad van de la mano. –y con aire soñador, hizo un esbozo del porvenir, agregando-¡Oh, Alexandra! Por entre las arboledas y los bosques nos pasearemos, en medio de nuestro gozo infinito… Y veremos crecer nuestra familia, consagrados a la adoración de Dios.

Y ambos soñaron con las perspectivas encantadas del futuro y se abrazaron más estrechamente.

Ella preguntó:

–           ¿Visitaremos a los Quintiliano?

–           Sí, preciosa mía; serán parte de nuestra familia.

Alexandra le tomó una mano y se la besó.

Marco Aurelio le dijo muy quedo:

–           ¡Oh, Alexandra! Yo soy quién debo rendirte homenaje de adoración. –y tomando sus manos, las llevó tiernamente a los labios.

Ella se estremeció, diciendo emocionada:

–           ¡Marco Aurelio! Esposo mío… ¡Te amo tanto!

Y por unos momentos ambos escucharon el latir de sus corazones amantes…

Hasta los cipreses inmóviles parecían estar suspendidos en aquella inefable escena de amor…

Que de súbito…

El silencio de la noche fue interrumpido por una especie de trueno, ronco y sordo; que hizo temblar el cuerpo de Alexandra…

Entonces Marco Aurelio se levantó y dijo:

–           Son los leones que rugen en el vivarium. –Y la abrazó.

Luego,  los dos escucharon con atención:

Al primer bramido siguieron otros…

Se escuchan los rugidos de las fieras que en medio del silencio de la noche, resuenan aterradoras y amenazantes.

Alexandra se sacude con un presentimiento de tristeza, pero Marco Aurelio la estrecha más…

Y trata de tranquilizarla:

–           No tengas miedo. Los juegos están próximos. Los vivares están llenos con muchísimas fieras y esta casa está muy cerca del vivarium. Ven.

Y ambos entran en la casa acompañados por el tétrico rugir de los leones, que va en aumento…

Cada vez más estruendoso y aterrorizante…   

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

40.- EL PODER FRENTE AL PODER

Pedro sale de la Puerta del Cielo, acompañado de algunos obispos, sacerdotes y un pequeño grupo de personas. Van a Roma a visitar algunas comunidades cristianas. Al llegar a  la Vía Apia, se topó con la comitiva de Nerón que se dirige a Anzio. Tuvo que esperar a que el paso del cortejo despeje la vía que ha sido desbordada con  en un auténtico desfile. Para apreciarlo mejor se suben sobre unos enormes peñascos que están a la orilla del bosque, a la vera del camino.

Pasó un destacamento de caballería númida, perteneciente a la guardia pretoriana. Llevan uniformes amarillos, fajas rojas y enormes aretes, que dan reflejos dorados a sus caras negras. Las puntas de sus lanzas destellan al sol. Sigue otro destacamento de infantería, que se van colocando a lo largo del camino, para formar una valla que impide el acceso a la vía. Vienen enseguida, innumerables carros custodiados por pequeños destacamentos de infantería y caballería pretoriana.

En uno van los instrumentos musicales del césar y sus cortesanos. Arpas. Laúdes griegos, hebreos y egipcios. Liras, formingas, cítaras, flautas largas, címbalos y torcidos cuernos de búfalo. Al contemplar aquellos instrumentos que dan al sol sus reflejos dorados por el oro, plata, bronce y piedras preciosas que los adornan; parecería que Apolo y Baco, acaban de emprender la marcha en un viaje por el mundo.

Después de los instrumentos siguen los carros de los danzantes, los músicos, los acróbatas y los actores. Ambos sexos, forman grupos artísticos y llevan palmas en las manos. Siguen multitud de esclavos destinados no al servicio, sino a la ostentación. Y niños vestidos con trajes de cupidos, que también son un adorno para la comitiva imperial.

Enseguida, otra cohorte especial de pretorianos: La Falange de Alejandro Magno. Hombres de gigantesca estatura, de ojos azules, caras barbadas, cabellos muy rubios o rojos. Parecen verdaderas máquinas militares, con sus pesadas armas. Y la tierra se cimbra ante su potente y mesurado paso. Entre el ejército imperial, destacan las águilas romanas, que anuncian a la nación más poderosa del mundo…

A continuación  aparecen los conductores de los encadenados leones y tigres de Nerón, que a veces le gusta uncirlos a sus carros. Las cadenas están entrelazadas con guirnaldas y aun así parece que las fieras son llevadas entre flores. Son fieras domesticadas por hábiles domadores. Miran a la muchedumbre con ojos brillantes y somnolientos; por momentos alzan sus gigantescas cabezas y aspiran dilatando ruidosamente sus narices, con potentes resoplidos. Se relamen con sus ásperas lenguas los hocicos y bostezan abriendo sus poderosas fauces.

Otra cohorte de pretorianos, una multitud de esclavos y luego el César, cuya presencia fue recibida con aclamaciones. Viene sentado en un carro que tiran seis hermosos corceles blancos, con herraduras de doradas. El carro tiene la forma de una tienda abierta a los costados, para poder apreciar mejor la figura del emperador que va solo; acompañado por dos enanos arlequines. Viste una túnica blanca, bordada con hilos de plata y perlas. Una toga de color amatista, la cual da tintes azulados a su rostro de piel muy blanca. Sobre su cabeza luce una corona de laurel y su cuerpo obeso hace que su cara ancha, aumente el volumen de su papada y también hace que su boca parezca estar más cerca de su nariz. Trae protegido su corto y grueso cuello, con un pañuelo de seda que ajusta constantemente, con una mano blanca y gorda, cubierta de vello rojo. La expresión de su semblante tiene un aire de aburrimiento y contrariedad. En conjunto, su persona es a la vez terrible y vulgar. Mientras avanzan, vuelve a uno y a otro lado la cabeza, escuchando los gritos de la multitud que le aplaude.

–          ¡Salve, divino César! ¡Salve, conquistador! ¡Salve, incomparable! ¡Salve hijo de Apolo!

Estas aclamaciones le hacen sonreír. Pero hay otras que son francamente ofensivas:

¡Enobarbo, Enobarbo! ¡Matricida! ¡Orestes! ¡Alcmeon! ¿Dónde está Octavia? ¡Asesino! ¡Entrega la púrpura! ¿Dónde está tu barba llameante? ¿Temes acaso que se incendie Roma?

Y los que gritan así, no saben que en esa burla sangrienta, se encierra una tremenda profecía.

A Popea que viene inmediatamente detrás de él, le gritan:

–           ¡Flava coma! (Pelirrubia, epíteto aplicado a las prostitutas)

Al experto oído del César llegan estos insultos y levanta su cristal pulimentado para ver si con sus ojos miopes, alcanza a descubrir a sus autores… Mientras hace esto; su mirada se cruza con la de Pedro; han llegado al Arco de Augusto y la comitiva imperial se detiene un poco, antes de seguir avanzando. Y estos dos hombres se contemplan mutuamente…

Y a ninguno de los integrantes de aquel brillante séquito, ni de la inmensa multitud, se les ocurrió pensar que en aquel momento, se encuentran frente a frente, los dos poderes más grandes de la Tierra: Uno de ellos,  pronto se desvanecerá, como un sueño fatídico de horror y de sangre. El otro empezará la conquista y la posesión eterna, fundando su sede en  la ciudad desde la cual irradiará su poder y su Luz, los cuales envolverán a todo el mundo.

La comitiva reanuda su marcha y Nerón desaparece de la vista de Pedro.

Detrás viene el carro de Popea, la emperatriz aborrecida por el pueblo. Vestida como Nerón, con traje de color amatista; inmóvil, indiferente, pensativa; parece una hermosa y maligna divinidad.

Detrás de ella vienen los augustanos. En primer lugar, Petronio con Aurora, Marco Aurelio y su séquito personal. La muchedumbre lo recibe con aclamaciones y aplausos, pues es un personaje lleno de simpatía para el pueblo y éste lo ama. Al parecer, Petronio es muy conocido y el pueblo lo ama por su munificencia.

Y su popularidad se ha extendido y ha aumentado, desde la vez que habló ante el César, para oponerse a la sentencia de muerte dictada contra la ‘familia’, (incluidos sirvientes, libertos y esclavos) del prefecto Albino Floro,  sin distinción de edad, ni de sexo. Porque uno de ellos asesinó a ese monstruo de crueldad, cegado por la desesperación. Petronio protestó por aquel bárbaro sacrificio, diciendo: ‘A tal señor, tal criado’. Y el pueblo, que se había indignado ante aquella matanza, desde aquel día, amó más a Petronio.

Éste a su vez, no hace mucho caso de tales manifestaciones. Recuerda que el pueblo también había amado a Británico, envenenado por Nerón. Y piensa que la gente es hipócrita y voluble. Y como el escéptico ‘Árbitro de la Elegancia’, es también supersticioso, considera el favor popular como el peor de los presagios.

Tigelino va en un carro tirado por yeguas adornadas con plumas blancas y rojas. A él y a Haloto, los recibieron con abucheos. Entre otros, la multitud recibió a Vitelio con risas. A Trhaseas, con aplausos. Y a los demás, con indiferencia. A Amino Rebio, con silbidos. A Vespasiano y a sus hijos, con aplausos. A Séneca, a Nerva, a Plinio, a Lucano y a Marcial, con admiración y aplausos…

A las mujeres célebres por su riqueza, su hermosura y sus vicios, con admiración. Los ojos de la multitud pasan de los grandes personajes a los arneses; a las extrañas indumentarias de los sirvientes que vienen de todas las regiones del imperio.

En aquella procesión de orgullo, ostentación y grandeza; todo está hecho para deslumbrar, con el poder y la magnificencia, de la Roma Invencible, ante quién se inclina el mundo…

Y la comitiva prosigue su marcha, perdiéndose entre nubes de polvo.

Pedro reflexiona en la inmensidad y el poderío de aquella metrópoli, a la cual ha venido a anunciar el Evangelio. Nunca había contemplado el portentoso dominio de Roma como ahora que los acaba de ver, personificados en Nerón, en sus legiones y en su imperio. Concentrados en aquella ciudad enorme, depravada, depredadora, rapaz, desenfrenada e inabordable en su poder terrenal.

Y en aquel César desquiciado por su megalomanía. Convertido en parricida, matricida, fratricida, uxoricida. Que arrastra tras de sí un séquito de sangrientos espectros, aún más grande que el número de los integrantes del séquito imperial.

Ese libertino. Ese bufón. Es a la vez el comandante de un poco más de treinta legiones y mediante ellas, amo del mundo.

Esos cortesanos cubiertos de oro y escarlata. Llenos de las incertidumbres del mañana, temblorosos por su propia integridad, pero más poderosos que reyes.

Al contemplar a Nerón y su séquito imperial; Pedro pensó que en realidad estaba viendo reunido en todo su esplendor, el Infernal Reino de Iniquidad de Satanás que ostenta el dominio de la tierra, que con mano de hierro tiene sometida a todas las naciones. Y Roma, el corazón del imperio, debe ser conquistada para Cristo.

El Apóstol oró… y entregó a Dios aquella ciudad; aquel imperio y a todos sus habitantes. Solo Dios sabe cómo algún día Roma será el corazón de la cristiandad…  

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA