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378 VIRGEN Y MADRE

378 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

348 Revelación de las transfiguraciones de la Virgen.

Entretanto, han descargado las flores y todas las otras cosas que deben quedarse en Nazaret.

Luego el carro va a su lugar: en alguna de las caballerizas de la ciudad.

La pequeña casa parece una rosalera por las rosas que las discípulas han distribuido

por todas partes.

Pero la planta de Porfiria, que ha sido puesta encima de la mesa,

recoge la más viva admiración de María.

Y dice que la lleven a un lugar apropiado,

según las indicaciones de la mujer de Pedro.

Ciertamente no pueden entrar todos en la minúscula casa,

ni en el huerto, que no es

un latifundio ni una hacienda.

Pero que eso sí,

parece ascender hacia el cielo sereno, hacerse etéreo, por la gran

cantidad de nubes de flores de los árboles de este huerto.

Y Judas de Alfeo, sonriendo,

pregunta a María:

–        ¿Has cortado hoy también la rama para tu ánfora?

Ella contesta feliz:

–        Claro, Judas.

La estaba contemplando cuando habéis llegado…

Jesús dice:

–       Y soñando de nuevo, Mamá, tu vasto misterio.

Ciñéndola con su brazo izquierdo y arrimándola contra su pecho.

María levanta su rostro ruborizado,

y suspira diciendo:

–        Sí, Hijo mío…

Y también el primer latido de tu corazón en mí…

Jesús dice

–        Que se queden las discípulas,

los apóstoles, Margziam, los discípulos pastores,

el sacerdote Juan, Esteban, Hermas y Mannahém.

Los demás que se dispersen en busca de alojamiento…

Simón de Alfeo grita desde la puerta:

–        Muchos pueden alojarse en mi casa…

Donde está retenido, porque ya no cabe.

Agregando:

–        Soy condiscípulo de ellos y los reclamo.

Jesús dice efusivo:

–        ¡Hermano, acércate para que te pueda besar.

Mientras Alfeo de Sara, Ismael y Aser, los dos discípulos ex arrieros de asnos,

de Nazaret, dicen, a su vez:

–        ¡A nuestra casa. ¡Venid, venid!

Los discípulos que no habían sido nombrados se marchan.

Se puede entonces cerrar la puerta…

Para ser abierta de nuevo inmediatamente, por la llegada de María de Alfeo,

que no puede estar lejos aunque se estropee su colada.

Son casi cuarenta personas las que han quedado,

así que se esparcen por el huerto tibio y calmo.

Se distribuyen los alimentos.

Todos, tan contentos como están de consumirlos en la casa del Señor y además

distribuidos por María, los encuentran de un sabor celestial.

Regresa Simón, después de acomodar convenientemente a los discípulos,

y dice:

–        No me has llamado como a los demás, pero soy hermano tuyo

y vengo de todas formas.

Jesús dice:

–        Bien.

Ven, Simón.

He querido que estuvierais aquí para daros a conocer a María.

Muchos de vosotros conocéis a la “madre” María;

algunos a la “esposa” María.

Pero ninguno conoce a la “virgen” María.

Os la quiero dar a conocer en este jardín en flor, al cual vuestro corazón viene, con

el deseo, en los momentos de lejanía forzada, como a un lugar de reposo, durante

las fatigas del apostolado.

He oído lo que decíais, apóstoles, discípulos y parientes;

he oído vuestras impresiones, vuestros recuerdos,

vuestras afirmaciones acerca de mi Madre.

Quiero transfiguraros todo esto, cargado de admiración pero todavía muy humano

en conocimiento sobrenatural

Porque mi Madre, antes de Mí,

debe ser transfigurada ante los ojos de los más

merecedores, para ser mostrada cual Ella es.

Veis a una mujer.

Una mujer que por su santidad os parece distinta de las demás.

Y que veis en realidad como un alma envuelta en la carne,

como la de todas sus hermanas de sexo.

Pero ahora quiero descubriros el alma de mi Madre, su verdadera y eterna belleza.

Ven aquí, Madre mía.

No te ruborices.

No te eches hacia atrás atemorizada, paloma suave de Dios.

Tu Hijo es la Palabra de Dios,

No puede hablar de Ti y de tu misterio, de tus misterios,…

¡Oh sublime Misterio de Dios!

Vamos a sentarnos aquí,

bajo esta sombra ligera de árboles en flor,

junto a la casa, junto a tu habitación santa. ¡Así!

Vamos a descorrer esta cortina ondeante.

Que salgan olas de santidad

y de Paraíso de esta habitación virginal para saturarnos

de Tí a todos…

Sí. A mí también y quede perfumado de ti, Virgen perfecta,

para poder soportar los hedores del mundo,

para, teniendo saturada la pupila de tu Candor,

poder ver candor…

Venid aquí, Margziam, Juan, Esteban y vosotras, discípulas,

poneos bien de frente a la puerta abierta de la morada casta

de la que es Casta entre todas las mujeres.

Y detrás vosotros, amigos míos.

Y aquí, a mi lado, tú, amada Madre mía.

Poco antes os he dicho: “la eterna belleza del alma de mi Madre”.

Soy la Palabra y por ello sé hacer uso de la palabra sin error.

He dicho: eterna, no inmortal.

Y no lo he dicho sin una finalidad.

Inmortal es quien, habiendo nacido, ya no muere.

Así, el alma de los justos es inmortal en el Cielo,

el alma de los pecadores es inmortal en el Infierno;

porque el alma, una vez creada, ya no muere sino a la gracia.

Pero el alma tiene vida, existe desde el momento en que Dios la piensa.

La crea el Pensamiento de Dios.

El alma de mi Madre desde siempre es pensada por Dios.

Por tanto es eterna en su belleza,

en la cual Dios ha vertido todas las perfecciones

para recibir de ella delicia y confortación

Está escrito en el Libro de nuestro antepasado Salomón, que te antevió… 

Y, por tanto, puede ser llamado profeta tuyo:

“Dios me poseyó al principio de sus obras, desde el mismo principio, antes de la

Creación. Ab aeterno fui establecida, al principio,

antes de que fuera hecha la Tierra.

No existían todavía los abismos y yo había sido ya concebida.

No manaban aún las fuentes de las aguas, no habían sido asentadas aún las

montañas sobre su pesada mole y yo ya existía.

Antes de las colinas había sido dada a luz.

Él no había hecho todavía la Tierra, ni los ríos, ni los fundamentos del mundo,

y yo ya existía

Cuando preparaba los cielos y el Cielo, estaba presente

Cuando con ley inviolable cerró debajo de la bóveda el Abismo,

cuando afianzó en lo alto la bóveda celeste

y colgó de ella las fuentes de las aguas,

cuando fijó al mar sus confines y dictó a las aguas la ley de no superarlos,

mientras echaba los cimientos de la Tierra,

yo estaba con Él dando orden a todas las cosas.

En medio de una constante alegría, jugaba en su presencia continuamente.

Jugaba en el orbe”.

¡Sí, oh Madre de la que Dios, el Inmenso, el Sublime, el Virgen, el Increado, estaba

grávido, y te llevaba como al dulcísimo fruto de su seno, exultando al sentirte

agitarte dentro de Él, dándole las sonrisas con las que hizo la Creación!

Tú, a la que dio a luz al dolor para darte al Mundo,

alma suavísima, nacida del Virgen para ser la “Virgen”,

Perfección de la Creación,

Luz del Paraíso, Consejo de Dios, el cual, mirándote, pudo perdonar la Culpa,

porque sólo tú, tú sola,

sabes amar como no sabe hacerlo toda la Humanidad junta.

¡En ti e1 Perdón de Dios!

¡En ti la Medicina de Dios, tú, caricia del Eterno

en la herida infligida por el hombre a Dios!

¡En ti la Salud del mundo,

Madre del Amor encarnado y del Redentor concedido!

¡Oh, el alma de mi Madre!

¡Fundido en el Amor con el Padre, te miraba dentro de Mí,

¡Oh alma de mi Madre!..

Tu esplendor, tu oración, la idea de que tú me llevaras,

eran eterno consuelo de mi

destino de dolor y de experiencias inhumanas, de lo que significa para el Dios

perfectísimo el mundo corrompido.

¡Gracias, Madre!

He venido ya saturado de tus consuelos, he descendido sintiéndote sólo a ti,

tu perfume, tu canto, tu amor…

¡Alegría, alegría mía!

Pero, oíd, vosotros que ahora sabéis que una sola es la mujer en la que no hay

mancha, una sola la Criatura que no cuesta heridas al Redentor,

oíd la segunda transfiguración de María, la Elegida de Dios.

Era una tarde serena de Adar.

Estaban en flor los árboles en el huerto silencioso.

María, desposada con José,

había cogido una rama de árbol florecido para sustituir

a la otra que había en su habitación.

Hacía poco que María había venido a Nazaret,

tomada del Templo para adornar una casa de santos.

Y con el alma tripartita (entre el Templo, la casa y el Cielo),

miraba la rama florecida, pensando que con una parecida a ésa

florecida en modo insólito,

una rama cortada en este huerto en pleno invierno.

y que había echado flores como en primavera delante del Arca del Señor.

Quizás le había dado calor el Sol-Dios radiante en el lugar de su Gloria…

Dios le había expresado su voluntad…

Y pensaba también que el día de la boda José le había llevado otras flores,

aunque no como esa primera, que tenía escrito en sus pétalos ligeros:

“Te quiero unida a José”…

Muchas cosas pensaba…

Y pensando subió a Dios.

Las manos se movían diligentes entre la rueca y el huso.

E hilaban un hilo más delgado que un cabello de su joven cabeza…

El alma tejía un tapiz de amor, yendo diligente, como la lanzadera del telar,

de la tierra al Cielo;

38. Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue. Lucas 1

de las necesidades de la casa, de su esposo

a las del alma, de Dios.

Y cantaba y oraba.

El tapiz se formaba en el místico telar, se desenrollaba desde la tierra al Cielo,

subía para perderse arriba… ¿Formado con qué?

Con los hilos finos, perfectos, fuertes, de sus virtudes;

con el veloz hilo de la lanzadera que Ella creía “suya”

Y sin embargo, era de Dios:

la lanzadera de la Voluntad de Dios en la cual estaba arrollada la voluntad de la

pequeña, grande Virgen de Israel,

la Desconocida para el Mundo, la Conocida para Dios;

su voluntad arrollada,

hecha una con la Voluntad del Señor.

Y el tapiz se adornaba con flores de amor, de pureza,

palmas de paz, de gloria,

con violetas, jazmines…

Todas las virtudes florecían en el tapiz del amor que la Virgen de Dios extendía,

invitante, desde la tierra hasta el Cielo.

Y no bastando el tapiz, lanzaba su corazón cantando:

“Venga mi Amado a su jardín y coma el fruto de sus árboles frutales…

Baje mi Amado a su jardín, a la era de los aromas, a halagarse en los jardines,

a recoger lirios.

¡Yo soy de mi Amado, y mi Amado es mío;

Él, que se halaga entre los lirios!”.

Y, desde lejanías infinitas,

entre torrentes de Luz, venía una Voz cual oído humano

no puede oír, ni garganta humana formar.

Decía: “¡Cuán hermosa eres, amiga mía! ¡Qué hermosa!…

Miel gotean tus labios..

¡Un jardín cerrado eres tú, una fuente sellada, oh hermana, esposa mía!…”

Y las dos voces se unían para cantar la eterna verdad:

“El amor es más fuerte que la muerte.

Nada puede extinguir o ahogar `nuestro’ amor”.

La Virgen se transfiguraba así…, así… así…

Mientras descendía Gabriel y la reclamaba, con su llamear,

a la Tierra; uníale de nuevo el espíritu al cuerpo, para que Ella pudiera oír y

comprender la demanda de Aquel que la había llamado “Hermana”

pero que la quería “Esposa”.

Pues bien, allí tuvo lugar el Misterio…

Y una púdica, la más púdica entre todas las mujeres,

Aquella que ni siquiera conocía el estímulo instintivo de la carne,

se turbó ante el ángel de Dios, porque hasta un ángel turba la humildad

y la verecundia de la Virgen;

Y sólo se calmó oyéndolo hablar…

Y creyó;

Y dijo la palabra por la que el amor “de Ella y Él ” se hizo Carne

Y vencerá a la Muerte.

Y no habrá agua que pueda apagarlo, ni maldad que pueda sumergirlo…

Jesús se inclina dulcemente hacia María, que ha caído a sus pies, casi extática,

al rememorar la lejana hora,

iluminada con una luz especial que parece exhalar del alma.

Y le pregunta quedo:

–        ¡Cuál fue, ¡Purísima!,

tu respuesta a aquel que te aseguraba que viniendo a ser

Madre de Dios no perderías tu perfecta Virginidad

Y María, casi en sueño, lentamente, sonriendo,

con los ojos dilatados por un feliz llanto:

–        ¡He aquí a la Sierva del Señor!

Hágase en mí según su Palabra

Y reclina, adorando, la cabeza en las rodillas de su Hijo.

Jesús la cubre con su manto,

celándola así a los ojos de todos,

y dice:

–        Y se cumplió.

Y se cumplirá hasta el final.

Hasta sus otras transfiguraciones.

Ella será siempre “la Sierva de Dios”.

Hará siempre lo que diga “la Palabra”.

¡Ésta es mi Madre!

Bueno es que empecéis a conocerla en toda su santa Figura…

¡Madre! ¡Madre!

levanta tu cara, Amada…

Llama a tus devotos a esta Tierra en que por ahora estamos…

Dice mientras destapa a María,

después de un rato en que no se ha oído ningún

sonido aparte del zumbido de las abejas

Y el gorgoteo de la fuentecita.

María levanta la cara, cubierta de llanto,

y susurra:

–        ¿Por que me has hecho esto Hijo?

Los secretos del Rey son sagrados…

–         Pero el Rey los puede revelar cuando quiere.

Madre, lo he hecho para que se comprenda lo que dijo un Profeta:

“Una Mujer abarcará al Hombre”, y lo otro del otro Profeta:

“La Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo”.

Y también para que ellos,

que se horrorizan por demasiadas cosas del Verbo de Dios

que consideran humillantes,

tengan como contrapeso otras muchas cosas que los

confirmen en el gozo de ser “míos”.

Así no se volverán a escandalizar.

Y conquistarán así también el Cielo…

Ahora los que tengan que ir a las casas hospitalarias que vayan.

Yo me quedo aquí con las mujeres y Margziam.

Que mañana, al alba, estén aquí todos los hombres;

quiero llevaros a un lugar cercano.

Luego regresaremos para saludar a las discípulas.

Después volveremos a Cafarnaúm.

Y reuniremos a los otros discípulos para enviarlos detrás de ellas…

133 VIAJE HACIA EL PERDÓN

133 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La velada contnúa su relato a María… 

Desde la ventana ya había oído palabras y había visto un aspecto que habían conmovido mi corazón.

Pero, Madre; te juro que no fue la carne la que me movió hacia tu Jesús.

Lo que El me reveló fue la causa de que me acercara al umbral de la puerta…

Desafiando las burlas del vulgo, para decirle: “Entra” 

Fue el alma, esa alma que hasta entonces no sabía que tenía.

Me dijo: “Mi Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de ser salvado.

Salvo enseñando a ser puros, a querer el dolor por el honor, a querer el Bien a toda costa.

Yo soy Aquel que busca a los perdidos,   

Aquel que da la Vida; soyPureza y Verdad”.

Me dijo que yo también tenía un alma, pero que 1a había matado con mi modo de vivir.    

No obstante, no me maldijo ni se burló de mí.

¡Y no puso en mí sus ojos un solo momento!

Es el primer hombre que no me ha comido con su ávida mirada, porque llevo conmigo la tremenda maldición de atraer al hombre…

Me dijo que quien lo busca lo encuentra, porque está donde hay necesidad de médico, medicinas.

Y se marchó. Pero sus palabras quedaron aquí y aquí han permanecido.

Yo me decía: “Su Nombre quiere decir Salvador”,    

Como queriendo empezar a curarme. 

De su visita me habían quedado sus palabras y sus amigos, los pastores.  

Mi primer paso fue darles a los pastores limosna y pedirles oraciones…

Luego… me escapé…

Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador…

Busqué, busqué, segura de que lo encontraría porque así me lo había prometido.

Me mandaron a donde un hombre de nombre Juan, creyendo que era Él, pero no era.

Posteriormente, un hebreo me indicó el camino de Agua Especiosa.

Vivía de la venta del oro que tenía, que era mucho.

Durante los meses en que viví errante tuve que mantener cubierto mi rostro para que no me atrapasen de nuevo.

 Y porque además Áglae realmente estaba sepultada bajo ese velo;

había muerto la vieja Áglae, quedaba sólo esa alma suya herida y desangrada que iba en busca de su médico.

Muchas veces tuve que huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis vestiduras.

Incluso uno de los amigos de tu Hijo…

En Agua Especiosa vivía como un animal.

Vivía pobre pero feliz.

Ni el rocío ni el río me limpiaron como sus palabras.

¡Oh, ni una sola perdí!

Una vez perdonó a un asesino. Oí sus palabras y estuve a punto de decirle: “¡Perdóname también a mí!”.

Otra vez habló de la inocencia perdida.

¡Oh, qué llanto de nostalgia! Otra vez curó a un leproso…

Y estuve por gritar: “¡Límpiame a mí de mi pecado…!”.

Otra vez curó a un demente romano… Y lloré…

Y mandó que me dijeran que las patrias pasan pero el Cielo permanece.

Una noche de tormenta me ofreció la casa…

Y se preocupó de que el encargado me diera posada…

A través de un niño, me dijo: “No llores”…

¡Oh, qué bondad la suya!  

¡Qué miseria la mía!:

Tan grandes ambas, que no me atreví a portar mi miseria a sus pies, a pesar de que uno de los suyos, de noche…

Me instruyera acerca de la infinita misericordia de tu Hijo.

Luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma renacida…

Lo esperé…

Pero lo esperaba también la venganza de aquellos que son aun mucho más indignos que yo de mirarlo.

Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios…

Y me maltrataron.

Pero me hirieron más sus acusaciones que las piedras.

Hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la desesperación.

¡Oh, qué tremenda lucha conmigo misma!

Andrajosa, sangrante, herida, febril, ya sin Médico, sin techo ni pan, miré hacia atrás, miré al futuro…

El pasado me decía: “Vuelve”…

El presente: “Mátate”;..

El futuro: “Ten esperanza”. 

He tenido esperanza.

No me he quitado la vi-da…

Lo haría, eso sí, si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era.

A duras penas llegué a un pueblo pidiendo asilo.

Me reconocieron.

Tuve que salir huyendo como un animal…

Y he tenido que seguir huyendo de todos los lugares, perseguida siempre.

Siempre ultrajada, siempre maldecida, porque quería ser honesta.

Y porque se esfumaban las esperanzas de quienes por medio de mí, querían asestar sus golpes contra tu Hijo.

Subí hasta Galilea siguiendo el curso del río y vine hasta aquí…

Tú no estabas… Fui a Cafarnaúm: acababas de partir.

Pero me vio un anciano, uno de sus enemigos…

Y me habló de mí como prueba evidente contra Él, Tu Hijo.

Y dado que yo lloraba y no reaccionaba,

me dijo: “Todo podría cambiar para ti si quisieras ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí nazareno.

Bastaría con que dijeras, ante mis amigos, que Él era tu amante…”.

Huí como quien ve abrirse una mata florida al desenroscarse una serpiente.

Y comprendí que ya no podía ir a postrarme a sus pies.

Por eso vengo a ti.

Aquí estoy: pisotéame; soy sólo fango.

Aquí me tienes: aléjame de tu presencia, porque soy pecadora.

Dime mi nombre: meretriz.

Estoy dispuesta a aceptar todo lo que me digas o hagas.

, ten piedad, Madre; toma mi pobre alma sucia y llévala a El.

Cierto es que poner en tus manos mi lujuria es delito…

Pero son el único lugar en que estará protegida del mundo, que la quiere para sí…

Y se hará penitente.

Dime cómo he de comportarme. Dime qué tengo que hacer.

Dime cuál es el medio que debo seguir para dejar de ser Aglae.

¿Qué debo amputarme?

¿Qué debo arrancarme para dejar de ser pecado, seducción, para no tener que temer ni a mí misma ni al hombre?

¿Tengo que arrancarme los ojos? ¿Tengo que quemarme los labios? ¿Tengo que cortarme la lengua?

Ojos, labios, lengua… me han servido en el mal. 

No quiero ya más el mal; estoy dispuesta a sacrificarlos para castigarme a mí y a ellos mismos.

¿0 quieres que me ampute estas concupiscentes caderas que me han impulsado a depravados amores?

¿O que me arranque estas vísceras insaciables, de las que siempre temo un nuevo despertar?

Dime, dime, ¿Cuál es la vía para olvidarse de que se es hembra…

¿Y para hacérselo olvidar a los demás?

María está estremecida. Llora, sufre…

Pero el único signo de su dolor son las lágrimas que caen sobre la arrepentida.

-Quiero morir perdonada.

Quiero morir sin otro recuerdo sino el del Salvador.

Quiero morir con su Sabiduría como amiga…

¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha, a mí y a Él, para acusarnos…».

Áglae llora, tirada en el suelo como un trapo.

María se pone en pie y casi jadeando,

susurra:

–     ¡Qué difícil es ser redentores!

Áglae, que lo ha oído, intuyendo el movimiento de María, dice quejumbrosamente:

–     ¿Ves cómo tú también sientes repulsa?

Me marcho. Todo está perdido.

–     No, hija, no está perdido todo.

Ahora empieza todo para ti. Escúchame, alma abatida:

No gimo por ti, sino por este mundo cruel.

No te dejo marcharte; te acojo, pobre golondrina lanzada contra mis paredes por la ventisca.

Te llevaré a donde Jesús y Él te señalará el camino de tu redención…

–     Ya no tengo esperanza…

El mundo tiene razón, no puedo ser perdonada.

–     No te puede perdonar el mundo, pero sí Dios.

Déjame que te hable en nombre del supremo Amor, que me ha dado un Hijo para que yo lo dé al mundo.

Que me ha sacado de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviera el Perdón.

Y me ha sacado sangre, pero no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima.

Mírame, hija.

En este corazón hay una gran herida, que me punza desde hace más de treinta años.

Que se abre cada vez más y me consume. ¿Sabes cuál es su nombre?

–     Dolor.

–     No. Amor.

El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté solo el Hijo en su acto salvador.   

Es el amor lo que me da fuego para que yo purifique a quienes no se atreven a ir a mi Hijo.

El amor hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores.

Tú querías mis caricias; te doy mis lágrimas, que te hacen ya blanca para poder mirar a mi Señor. 

El llanto de Aglae se ha vuelto desgarrador…

Y María la corrige:

–     ¡No llores de ese modo!

No eres la única pecadora que se acerca al Señor y se despide de Él ya redimida; otras hubo y otras habrá.

¿Dudas, acaso, de que Él te pueda perdonar?  

¿No ves en todo lo que te ha ocurrido un misterioso designio de la Bondad Divina?

¿Quién te condujo a Judea?

¿Y a la casa de Juan?

¿Quién te movió a asomarte a la ventana aquella mañana?

¿Quién encendió en ti una luz para ilustrarte sus palabras?

¿Quién te dio la capacidad de entender que la caridad, unida a la oración del favorecido, obtienen auxilio divino?

¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Samay?

¿Quién, de perseverar los primeros días hasta su llegada?

¿Quién te puso en su camino?

¿Quién te capacitó para vivir como una penitente a fin de que se fuera purificando tu alma?

¿Quién ha hecho en ti alma de mártir, de creyente, de mujer perseverante, de mujer pura?…

Sí, no menees la cabeza.

¿Piensas, acaso, que sólo es puro quien no ha conocido la sensualidad?

¿O piensas que el alma no puede jamás volver a ser virgen y bella?

¡Hija, créeme que entre mi pureza, toda ella gracia del Señor!

¡Y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu pureza perdida, es mayor la tuya!

Tú la construyes, contra el apetito de los sentidos, la necesidad y el hábito.

En mí es dote natural, como respirar.

Tú debes cercenar tu pensamiento, los sentimientos, la carne; para no recordar, para no desear, para no secundar; yo…

¿Puede, acaso, una criaturita de pocas horas desear la carne?

¿Tiene mérito por no hacerlo? Pues así yo.

Yo no conozco esa trágica hambre que ha hecho de la humanidad una víctima.

No conozco sino la santísima hambre de Dios… 

 tú, sin embargo, ésta no la conocías.

Y has conseguido aprenderla… 

Y has domado la otra, trágica y horrenda; por amor a Dios, que ahora es tu único amor.

¡Sonríe, hija de la Misericordia divina! ¡Mi Hijo está haciendo en ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho.

Estás ya salvada, porque has tenido buena voluntad de salvarte, porque has aprendido la pureza, el dolor, el Bien.

Tu alma ha renacido.

Sí, necesitas su palabra, que te diga en nombre de Dios: “Estás perdonada”.

Eso yo no lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón…

¡Oh, Espíritu Eterno, un poco de ti siempre está en tu María! 

¡Deja que Ella te infunda, Espíritu santificador, sobre esta criatura que llora y espera!

¡Por nuestro Hijo, Oh Dios de amor, salva a ésta que de Dios espera salvación!

¡Que la Gracia, de que dijo el ángel Dios me ha colmado, se pose milagrosamente sobre esta mujer…!

¡Y la mantenga hasta que Jesús, el Salvador bendito, el supremo Sacerdote, la absuelva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu!…

Es de noche, hija. Estás cansada.

Tus vestidos, hechos jirones.

Ven. Descansa.

Mañana te pondrás en camino…

Te enviaré a una familia de personas honradas, porque aquí ya vienen demasiados.

Te daré un vestido en todo igual al mío.

Parecerás una hebrea.

Yo veré a mi Hijo en Judea, no antes, porque la Pascua se aproxima y para el novilunio de Abril estaremos en Betania; así que le hablaré de ti.

Ve a casa de Simón el Zelote.

Allí me encontrarás y te conduciré a Él.

Áglae sigue llorando, pero ahora con paz.

Está sentada en el suelo.

También María se ha sentado de nuevo.

Y Áglae deposita su cabeza sobre las rodillas de María y le besa la mano…

Luego susurra quejumbrosa:

–     Me reconocerán…

–     ¡Oh, no! No temas.

Tu vestido era demasiado conocido. 

Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón; serás como la virgen preparada para su boda:

Distinta y desconocida para la muchedumbre que ignora el rito. Ven.

Tengo una pequeña habitación al lado de la mía.

En ella se alojan santos y peregrinos deseosos de ir a Dios; te hospedará también a ti.

Aglae hace ademán de querer recoger el manto y el velo.

Pero María la detiene:

–     Deja. Son los vestidos de la pobre Áglae extraviada, que ya no existe…

Y  ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado odio…

Y tanto daño hace el odio cuanto el pecado.

Salen al oscuro huerto.

Entran en el cuarto de José.

María enciende una lamparilla que hay encima de una repisa.   

Acaricia una vez más a la arrepentida, cierra la puerta.

Y con su triple llamita, se hace luz para ver a dónde puede llevar el manto desgarrado de Áglae,

para que ningún visitante lo vea al día siguiente.  

36 LA HUÍDA A EGIPTO

35 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Dice Jesús: 

Y también esta serie de visiones terminan así. Hemos ido mostrándote las escenas que precedieron, acompañaron y siguieron a mi Llegada;

no por ellas mismas, que son muy conocidas, sino para aplicación, en ti y en los demás, del sentido sobrenatural que de ellas deriva…

Y dároslo como norma de vida.

Estas escenas son muy conocidas, aunque haya que decir que han sido alteradas por elementos que han ido superponiéndose con los siglos, debido siempre a ese modo de ver, humano.

Que, pretendiendo dar mayor gloria a Dios — y por ello queda perdonado —transforma en irreal, lo que sería tan bonito dejar real.

Porque ello no disminuye mi Humanidad ni la de María, de la misma manera que este ver las cosas en su realidad no ofende ni a mi Divinidad, ni a la Majestad del Padre, ni al Amor de la Trinidad Santísima.  

Antes bien, con ello resplandecen los méritos de mi Madre y mi perfecta humildad.

Y refulge la bondad omnipotente del eterno Señor. 

El Decálogo es la Ley; mi Evangelio, la doctrina que os la hace más clara y más atractiva de seguirse.

Serían suficientes esta Ley y esta Doctrina para obtener, de los hombres, santos.

Pero vuestra humanidad os pone tantas dificultades — humanidad que, verdaderamente, en vosotros sobrepuja demasiado al espíritu — que no podéis seguir estos caminos.

Y caéis, u os detenéis descorazonados.

Os decís a vosotros mismos, y a quienes quisieran haceros caminar citándoos los ejemplos del Evangelio: “Pero Jesús, María, José… (y así todos los santos) no eran como nosotros.

Eran fuertes; han sufrido, pero han sido inmediatamente consolados; fueron aliviados incluso de ese poco dolor que sufrieron; no sentían las pasiones…

Eran seres que ya estaban fuera de la tierra”.

¡Ese poco dolor!… ¡No sentían las pasiones!…

El dolor fue amigo fiel nuestro, con los más variados aspectos y nombres

Las pasiones… No uséis mal la palabra, llamando “pasiones” a los vicios que os sacan del camino recto.

Llamadlos sinceramente “vicios”, y, además, capitales.

No es que nosotros ignorásemos los vicios.

Teníamos ojos y oídos.

Y Satanás hacía danzar ante nosotros y a nuestro alrededor estos vicios, mostrándonoslos en los viciosos con toda su carga de suciedad.

O tentándonos con insinuaciones.

Mas estas porquerías y estas insinuaciones, tendida como estaba la voluntad a querer agradar a Dios, en vez de producir lo que se había propuesto Satanás, producían lo contrario.

Y cuanto más insistía él, más nos refugiábamos nosotros en la luz de Dios, por asco hacia las tinieblas fangosas que nos ponía ante los ojos del cuerpo y del espíritu.

Pero no hemos ignorado las pasiones en sentido filosófico entre nosotros.

Amamos la patria y con ella a nuestra pequeña Nazaret, más que a cualquier otra ciudad de Palestina.

Tuvimos afectos hacia nuestra casa, hacia los parientes y los amigos. ¿Por qué no íbamos a haberlos tenido?

EL PRIMER MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS

Pero no nos hicimos esclavos de los afectos, porque nada sino Dios debe ser Señor.

antes bien hicimos de ellos buenos compañeros nuestros.

Mi Madre gritó de alegría cuando, pasados aproximadamente cuatro años, volvió a Nazaret y puso pie en su casa.

Y besó esas paredes entre las cuales su “Sí” abrió su seno para recibir la Semilla de Dios.

José saludó con alegría a los parientes, a los sobrinitos, crecidos en número y en edad.

Gozó al verse recordado por sus conciudadanos y al ver que por sus dotes en el oficio lo buscaron enseguida.

Yo fui sensible a la amistad.

Sufrí por la traición de Judas como por una crucifixión moral.

¿Y qué?

Ni mi Madre ni José antepusieron su amor a la casa, o a los familiares, a la voluntad de Dios.

Y Yo no escatimé palabras — si había que decirlas — que me habrían de acarrear el rencor de los hebreos o la animadversión de Judas.

Yo sabía — y podría haberlo hecho — que bastaba el dinero para sujetarlo a Mí; pero hubiera sido no a mí como Redentor, sino a mí como rico.

Yo, que multipliqué los panes, si hubiera querido, habría podido multiplicar el dinero; pero no había venido para proporcionar satisfacciones humanas. A nadie.

Mucho menos a los que había llamado.

Yo había predicado sacrificio, desapego, vida casta, puestos humildes.

¿Qué Maestro habría sido Yo, qué Justo; si hubiese dado dinero a uno para su sensualismo mental y físico, sólo porque ése hubiera sido el modo de sujetarlo a Mí.

Para ser grandes en mi Reino hay que hacerse “pequeños”. 

Quien quiera ser “grande” a los ojos del mundo no es apto para reinar en mi Reino; paja es para el lecho de los demonios.

Porque la grandeza del mundo está en antítesis con la Ley de Dios.

El mundo llama “grandes” a quienes — con medios casi siempre ilícitos — saben conseguir los mejores puestos y para hacerlo, hacen del prójimo escabel.

Y ponen su pie encima y lo aplastan.

Llama “grandes” a los que saben matar para reinar — matar moral o materialmente — y arrebatan puestos o se enseñorean de las naciones. 

Y se enriquecen desangrando a los demás, arrebatándoles la riqueza individual o colectiva.

El mundo llama frecuentemente “grandes” a los delincuentes.

No. La “grandeza” no está en la delincuencia, está en la bondad, la honradez, el amor, la justicia.

¡Observad qué venenosos frutos — recogidos en su malvado, demoníaco jardín interior — vuestros “grandes” os ofrecen!

Deseo hablar de la última visión, dejando de lado otras cosas.

Total, sería inútil, porque el mundo no quiere oír la verdad que le concierne.

Esta visión da luz acerca de un detalle citado dos veces en el Evangelio de Mateo, una frase repetida DOS VECES:   “¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto!”

“¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel!”.

Y has podido ver cómo en la habitación estaba María sola con el Niño.

La virginidad de María después del parto y la castidad de José sufren muchas agresiones,

por parte de quienes, siendo sólo lodo putrefacto, no admiten que uno pueda ser ala y luz.

Desdichados, cuyo fauno está tan corrompido y cuya mente está tan prostituida a la carne…

Qson incapaces de pensar que uno como ellos pueda respetar a una mujer, viendo en ella el alma y no la carne.

Incapaces de elevarse a sí mismos viviendo en una atmósfera sobrenatural, tendiendo no a las cosas carnales, sino a las divinas.

Pues bien, a estos que combaten contra la suprema belleza,

a estos gusanos incapaces de transformarse en mariposa, a estos reptiles cubiertos por la baba de su lujuria,

incapaces de comprender la belleza de una azucena…

Yo les digo que María fue virgen y siguió siéndolo.

Y que solo su alma se desposó con José, como también su espíritu únicamente se unió al Espíritu de Dios,

Y por obra de Éste concibió al Único que llevó en su seno:

a M, a Jesucristo, Unigénito de Dios y de María.

No se trata de una tradición que haya florecido después, por un amoroso respeto hacia mi Bienaventurada Madre;

se trata de una verdad conocida ya desde los primeros tiempos.

Mateo no nació siglos más tarde; era contemporáneo de María.

Mateo no era un pobre ignorante que hubiera vivido en los bosques y que fuera propenso a creerse cualquier patraña.

Era un funcionario de hacienda, como diríais ahora vosotros (nosotros entonces decíamos recaudador).

Sabía ver, oír, entender, escoger entre la verdad y la falsedad.

Isaías 7, 14

Mateo no oyó las cosas por referencias de terceros, sino que las recogió de labios de María, preguntándole a Ella. 

Llevado de su amor hacia el Maestro y hacia la verdad.

Y no quiero pensar que estos que niegan la inviolabilidad de María piensen que Ella quizás pudo mentir.

Mis propios parientes, si hubiera habido otros hijos, hubieran podido desmentir su testimonio:

Santiago, Judas, Simón y José eran condiscípulos de Mateo.

Por tanto éste hubiera podido fácilmente confrontar las versiones, si hubiese habido otras versiones.

Y sin embargo Mateo nunca dice: “¡Levántate y toma contigo a tu mujer!”. Dice: “¡Toma contigo a la Madre de Él!”.

Y antes dice: “Virgen desposada con José”; ‘José, su esposo”.

Y que éstos no objeten que se trataba de un modo de hablar de los hebreos, como si decir “la mujer de” fuera una infamia.

No, negadores de la Pureza. Ya desde las primeras palabras del Libro se lee: “… y se unirá a su mujer”. Se la llama “compañera” hasta el momento de la consumación física del vínculo matrimonial,

Y luego se la llama “la mujer de” en distintos momentos y en distintos capítulos.

Así se les llama a las esposas de los hijos de Adán: 

y a Sara, llamada “mujer de” Abraham: “Sara, tu mujer”. Y también: “Toma contigo a tu mujer y a tus dos hijas”, a Lot.

Y en el libro de Rut está escrito: “La Moabita, mujer de Majlón”.

Y en el primer libro de los Reyes se dice: “Elcana tuvo dos mujeres”; y luego: “Elcana después conoció a su mujer Ana”

Y  también: “Elí bendijo a Elcana y a la mujer de éste”.

Y también en el libro de los Reyes está escrito: “Betsabé, mujer de Urías Eteo, vino a ser mujer de David y le dio a luz un hijo”.

Y ¿Qué se lee en el libro azul de Tobías, lo que la Iglesia os canta en vuestras bodas, para aconsejaros que seáis santos en el matrimonio?

Se lee:

“Llegado Tobit con su mujer y con su hijo…”; y también: “Tobit logró huir con su hijo y con su mujer”.

Y en los Evangelios, o sea, en tiempos contemporáneos a Cristo, en que, por tanto, se escribía con lenguaje moderno respecto a aquellos tiempos — por lo que no pueden sospecharse errores de trascripción — se dice,

Y precisamente lo dice Mateo en el capítulo 22: “…y el primero, habiendo tomado mujer, murió y dejó su mujer a su hermano”. Y Marcos en el capítulo 10: “Quien repudia a su mujer…”. 

Y Lucas llama a Isabel mujer de Zacarías, cuatro veces seguidas; y en el capítulo 8 dice: ‘Juana, mujer de Cusa”.

Como podéis ver, este nombre no era un vocablo proscrito por quien estaba en las vías del Señor, un vocablo inmundo, no digno de ser proferido y mucho menos escrito,

donde se tratara de Dios y de sus obras admirables.

Y el ángel, diciendo: “el Niño y su Madre”, os demuestra que María fue verdadera Madre suya, pero no fue la mujer de José.

Siempre fue: la Virgen desposada con José.

Y ésta es la última enseñanza de estas visiones.

Y es una aureola que resplandece sobre las cabezas de María y de José. 

La Virgen inviolada.

El hombre justo y casto.

Las dos azucenas entre las que crecí oyendo sólo fragancias de pureza.

A ti, pequeño Juan, te podría hablar sobre el dolor de María por su doble, brusca separación de la casa y de la patria.

Pero no hay necesidad de palabras.

Tú lo comprendes y ello te hace morir.

Dame tu dolor. Sólo quiero esto. Es más que cualquier otra cosa que puedas darme.

Es viernes, María. (María Valtorta)

Piensa en mi dolor y en el de María en el Gólgota para poder soportar tu cruz.

Nuestra paz y nuestro amor quedan contigo

13 LOS ESPONSALES

13 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Esponsales de la Virgen y José

Que fue instruido por la Sabiduría para ser custodio del Misterio.

¡Qué hermosa está María, rodeada de sus amigas y sus maestras jubilosas, vestida para los esponsales!

Entre aquéllas está también Isabel. Va toda vestida de blanquísimo lino, tan seríceo y fino que parece de preciosa seda.

Ciñe su grácil cintura un cinturón burilado de oro y plata, hecho todo de medallones unidos por delgadas cadenas, cada uno de los medallones es una filigrana engastada en la pesada plata bruñida por el tiempo.

Y quizás porque es demasiado largo para Ella, que todavía es una delicada jovencita, le pende por delante con los tres últimos medallones, cayendo entre los pliegues del vestido amplísimo, que a su vez termina en una pequeña cola debido a su largura.

Calzan sus pequeños pies, unas sandalias de piel blanquísima con hebillas de plata.

El vestido está sujeto al cuello por una cadenita de rosetas de oro y de filigrana de plata, que presentan en pequeño el mismo motivo del cinturón.

La cadenita pasa a través de los anchos ojales del amplio cuello del vestido, acortándolo, por tanto, en frunces que forman como una pequeña puntilla.

El cuello de María sobresale entre ese candor fruncido, con la gracia de un tierno tallo fajado con una gasa preciada, y así parece aún más grácil y blanco:

un tallito de azucena culminado por su rostro de lirio, el cual, por la emoción, se ve aún más pálido y más puro: un rostro de hostia purísima.

El pelo ya no le pende sobre los hombros.

Está graciosamente dispuesto en nudo de trenzas. Unas valiosas horquillas de plata bruñida, con un trabajo de filigrana que cubre enteramente la parte superior del arco, sujetan las trenzas.

El velo materno se apoya sobre ellas y desciende, formando lindos pliegues, por debajo del estrecho aro que lleva ajustado a la frente blanquísima;

desciende hasta las caderas, porque María no tiene la altura de su madre y el velo le llega más abajo de ellas, mientras que a Ana le llegaba sólo a la cintura.

No lleva anillos en las manos; en las muñecas, unas pulseras. Pero estas muñecas son tan delgadas, que las pesadas pulseras maternas se apoyan sobre el dorso de las manos y quizás, si sacudiera las manos, se caerían al suelo.

Las compañeras la miran absortas desde todos los puntos, y con maravilla. Con sus preguntas y con sus frases de admiración crean un festivo trinar de gorrioncillos.

–     ¿Son de tu madre?

–     Antiguas, ¿Verdad?

–     ¡Qué bonito, Sara, ese cinturón!

–    ¿Y este velo, Susana?

¡Mira que finura! ¡Fíjate estas azucenas tejidas en el velo!

–     ¡Déjame ver las pulseras, María!

¿Eran de tu madre?

–     Las llevó ella, pero son de la madre de Joaquín, mi padre.

–    ¡Oh, mira!

Tienen el sigilo de Salomón entrelazado con sutiles ramitas de palma y olivo, y entre ellas hay azucenas y rosas.

–     ¡Oh! ¿Quién habrá realizado un trabajo tan perfecto y minucioso?

María explica: 

–     Son de la casa de David.

Hace ya siglos que las llevan las mujeres de esta estirpe cuando se van a casar, y van pasando a las herederas.

–    ¡Ah, ya! Tú eres hija heredera…

–     ¿Te han traído todo de Nazaret?

–     No.

Cuando murió mi madre, mi prima se llevó a su casa el ajuar para conservarlo sin que se dañase. Ahora me lo ha traído.

–    ¿Dónde está?

—    ¿Dónde está?

–     Enséñanoslo a las amigas.

María no sabe qué hacer… Quisiera ser amable, pero no querría remover todas las cosas, que están ordenadas en tres pesados baúles.

Vienen en su ayuda las maestras:

–     El novio está para llegar.

No es el momento de crear confusión. Dejadla. Que la cansáis. Id a prepararos».

El hablador enjambre se aleja un poco enfadado.

María puede así gozar en paz de la compañía de sus maestras, las cuales le dirigen palabras de alabanza y bendición.

Isabel también se ha acercado, y, dado que María, emocionada, llora porque Ana de Fanuel la llama hija y la besa con un afecto verdaderamente maternal,

le dice:

–     María, tu madre no está presente, pero sí está presente.

Su espíritu se regocija junto al tuyo, y, mira, las cosas que llevas te traen de nuevo su caricia. En ellas sientes aún el sabor de sus besos. Un día ya lejano, el día en que viniste al Templo, me dijo:

“Le he preparado los vestidos y el ajuar para cuando se case, porque quiero ser yo la que le haya hilado las telas y le haya hecho los vestidos, para no estar ausente en el día de su alegría”.

Mira, al final, cuando yo la asistía, ella quería todas las noches acariciar tus primeros vestidos y este que llevas ahora,

y decía: “Aquí siento el olor de jazmín de mi pequeñuela, aquí quiero que Ella sienta el beso de su mamá”. ¡Cuántos besos dio a este velo que cubre tu frente! ¡Más besos que hilos tiene!…

Y, cuando uses estas telas hiladas por ella, piensa que más que la estambre los ha hecho el amor de tu madre.

Y estas joyas… Tu padre las salvó para ti incluso en los momentos difíciles, para que te embellecieran, como corresponde a una princesa de David, en este momento.

Alégrate, María. No estás huérfana; los tuyos están contigo, y quien va a ser tu marido es tan perfecto, que es para ti padre y madre…

María exclama:

–     ¡Oh, sí!

¡Eso es verdad! No puedo quejarme de él, ciertamente. En menos de dos meses ha venido dos veces, y hoy viene por tercera vez, desafiando a las lluvias y al tiempo ventoso, declarándose sujeto a mí…

Fíjate: ¡sujeto a mí! ¡Yo, que soy una pobre mujer, y mucho más joven que él! Y no me ha negado nada. Es más, ni siquiera espera a que yo pida. Parece como si un ángel le dijera lo que deseo…

Y me lo dice él antes de que yo hable. La última vez me dijo: “María, creo que preferirás estar en tu casa paterna. Dado que eres hija heredera, lo puedes hacer, si lo ves oportuno.

Yo iré a tu casa. Solamente para observar el rito, tú vas durante una semana a casa de Alfeo, mi hermano. María te quiere ya mucho. De allí partirá la tarde de la boda el cortejo que te llevará a casa”.

¿No es amable por su parte? No le ha importado ni siquiera el dar pie a la gente para decir que él no tiene una casa que me guste… A mí me hubiera gustado en todo caso, por estar él, que es tan bueno, en ella.

Pero sin duda prefiero la mía… por los recuerdos… ¡Oh, José es bueno!

–    ¿Qué dijo del voto?

Todavía no me has comentado nada.

–     No puso ninguna objeción.

Es más, conocidas las razones del mismo, dijo: “Uniré mi sacrificio al tuyo”.

Ana de Fanuel dice:

–     Es un joven santo!

El “joven santo” entra en este momento, acompañado de Zacarías.

Su figura es, literalmente hablando, espléndida.

Todo de amarillo oro, parece un soberano oriental. Bolsa y puñal penden de un espléndido cinturón: aquélla, de tafilete bordado en oro; el puñal, en una vaina con guarniciones bordadas en oro, también de tafilete.

Cubre su cabeza un turbante, la típica faja de tela como la llevan todavía ciertos pueblos de África, los beduinos por ejemplo; lo sujeta en torno un valioso arito de oro, delgado, que ciñe unos ramitos de mirto.

Viste majestuosamente un manto completamente nuevo con muchas franjas. Está radiante de alegría. En las manos lleva unos ramitos de mirto en flor.

Saluda diciendo:

–    ¡A ti la paz, mi prometida!

Paz a todos.

Recibido el saludo de respuesta, dice:

–     Vi tu alegría el día en que te di la ramita de tu huerto.

He pensado traerte este mirto que procede de la gruta que tanto estimas. Quería haberte traído las rosas que están enfrente de tu casa, las primeras que están floreciendo ahora; pero las rosas no duran varios días de viaje…

Habría llegado trayendo sólo espinas, y yo a ti, dilecta mía, te quiero ofrecer sólo rosas,

y quiero sembrar tu camino de flores blandas y perfumadas, para que apoyes tu pie sobre ellas y no encuentres ni inmundicias ni asperezas.  

María responde:

–     ¡Oh, gracias, hombre de corazón bueno!

¿Cómo has logrado que llegara fresco?.

–     He atado a la silla un recipiente y he metido dentro estas ramitas con las flores todavía en capullo. Durante el viaje han florecido.

Tómalas, María. Que tu frente se enguirnalde de pureza, símbolo de la mujer prometida; aunque siempre será mucho menor que la pureza que hay en tu corazón.

Isabel y las maestras engalanan a María con la florida guirnaldita que se forma al fijar en el precioso aro los ramitos cándidos del mirto, e intercalan unas pequeñas, cándidas rosas, que había en un jarrón encima de un arca.

María hace ademán de coger su amplio manto cándido para colocárselo prendido a los hombros. Pero su prometido le precede en el gesto y le ayuda a fijar con dos hebillas de plata, en los hombros, este amplio manto suyo.

Las maestras disponen los pliegues con amor y gracia. Todo está preparado. Mientras esperan a no sé qué, José dice, lo dice apartándose un poco con María:

–     He pensado este tiempo en tu voto.

Ya te dije que lo comparto. Pero, cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que no es suficiente el nazireato temporal, aunque se vaya renovando.

Yo te he comprendido, María. No merezco todavía la palabra de la Luz, pero sí me llega un murmullo de su voz, y ello me pone en condiciones de leer tu secreto, al menos en sus líneas maestras.

Soy un pobre ignorante, María. Soy un pobre obrero. Ni sé de letras ni tengo tesoros, mas a tus pies pongo mi tesoro, para siempre.

Mi castidad absoluta, para ser digno de estar a tu lado, Virgen de Dios, “hermana mía, novia, cerrado huerto, fuente sellada”, como dice el Antepasado nuestro, que quizás escribió el Cantar viéndote a ti…

Yo seré el guardián de este huerto de perfumes en que se dan las más preciadas frutas, donde mana una vena de agua viva con ímpetu suave:

¡Tu dulzura, prometida mía, que con tu candor — ¡oh, llena de hermosura! — me has conquistado el espíritu! ¡Oh, tú, más hermosa que una aurora; Sol, que resplandeces porque te resplandece el corazón;

¡Oh, toda amor para con tu Dios y para con el mundo al que quieres dar el Salvador con tu sacrificio de mujer! ¡Ven, mi amada!

Y coge delicadamente su mano para guiarla hacia la puerta.

Los siguen todos los demás.

Afuera se añaden las joviales compañeras, enteramente de blanco todas ellas y con velos.

Van por patios y pórticos, entre la muchedumbre observadora, hasta llegar a un punto que ya no pertenece al Templo;

parece, más bien, una sala dada para el culto, como se deduce de la existencia en ella de lámparas y rollos de pergaminos como en las sinagogas.

Los novios caminan hasta llegar frente a un alto atril (casi una cátedra), y esperan.

Los demás, perfectamente en orden, se ponen detrás de ellos.

Otros sacerdotes y gente simplemente curiosa se agolpan en el fondo de la sala.

Entra, solemne, el Sumo Sacerdote.

Rumor de los curiosos:

–    ¿Es él el que los casa?

–     Sí, porque es de casta real y sacerdotal.

La novia es flor de David y Aarón, y virgen del Templo; el novio, de la tribu de David.

El Pontífice pone la mano derecha de la novia en la del novio y los bendice solemnemente:

–     El Dios de Abraham, Isaac y Jacob esté con vosotros.

Que El os una y se cumpla en vosotros su bendición, dándoos su paz y una numerosa descendencia con larga vida y muerte beata en el seno de Abraham.

Luego se retira, solemne como había entrado.

Se lleva a cabo la promesa recíproca. María es la prometida-esposa de José.

Todos salen y, en perfecto orden, van a una sala, en la cual se redacta el contrato de matrimonio, donde se dice que María, hija heredera de Joaquín de David y Ana de Aarón,

da como dote a su prometido-esposo su casa y bienes anejos y su ajuar personal así como cualquier otro bien heredado de su padre.

Todo queda cumplido. Los esposos salen al patio, lo atraviesan, van hacia la salida, que está cerca de la sección de las mujeres dedicadas al Templo.

Los está esperando un carro cómodo y voluminoso. Va provisto de una cortina protectora. En él ya están colocados los pesados baúles de María.

Despedidas, besos y lágrimas, bendiciones, consejos, recomendaciones…

María sube con Isabel y se pone en el interior del carro; en la parte de delante se ponen José y Zacarías.

Se han quitado los mantos de fiesta y se han envuelto en unas capas oscuras.

El carro se pone en marcha, al trote pesado de un caballo oscuro.

Los muros del Templo se alejan, y luego los de la ciudad.

Ya se ve el campo, nuevo, fresco, florido bajo los primeros soles de la primavera, con los trigos ya levantados  un buen palmo del suelo,

que parecen esmeraldas transformadas en hojitas ondulantes bajo una brisa ligera con sabor a flores de melocotonero y manzano, con sabor a tréboles en flor y a hierbabuenas silvestres.

María llora en voz baja, al amparo de su velo, y, de vez en cuando, corre un poco la cortina y mira una vez más al Templo lejano, a la ciudad dejada…

La visión cesa así.

Dice Jesús:

–     ¿Qué dice el libro de la Sabiduría al cantar sus alabanzas?:

“En la sabiduría está presente, efectivamente, el espíritu de inteligencia, santo, único, múltiple, sutil”.

Y continúa enumerando sus dotes, para terminar el período con estas palabras: “… que todo lo puede, todo lo prevé; que comprende a todos los espíritus, inteligente, puro, sutil.

La sabiduría penetra con su pureza, es vapor de la virtud de Dios… por ello en ella no hay nada impuro… imagen de la bondad de Dios.

Es única y, no obstante, lo puede todo; es inmutable y da vida nueva a todas las cosas; se comunica a las almas santas; forma a los amigos de Dios y a los profetas”.

Ya has visto cómo José, no por cultura humana, sino por instrucción sobrenatural, sabe leer en el libro sellado de la Virgen sin mancha;

y cómo se acerca extremamente a las verdades proféticas con ese su “ver”  un misterio sobrehumano donde los demás veían únicamente una gran virtud.

Impregnado de esta sabiduría, que es vapor de la virtud de Dios y emanación cierta del Omnipotente, se conduce con espíritu seguro por el mar de este misterio de gracia que es María,

se armoniza con Ella con espirituales contactos — en que se hablan, más que los labios, los dos espíritus en el sagrado silencio de las almas — donde sólo Dios oye voces que perciben también los que le son gratos por servirle con fidelidad y por estar llenos de Él.

La sabiduría del Justo, que aumenta por la unión con la Toda Gracia y por la cercanía a Ella, le prepara a penetrar en los secretos más altos de Dios y a poderlos tutelar y defender de insidias humanas y demoníacas.

Y contemporáneamente lo va renovando. Del justo hace un santo; del santo, el custodio de la Esposa y del Hijo de Dios. Sin quitar el sello de Dios, él, el casto, que ahora lleva su castidad a heroísmo angélico,

puede leer la palabra de fuego escrita sobre el diamante virginal por el dedo de Dios, y en él lee aquello que su prudencia no dice, y que es mucho más grande que lo que leyó Moisés en las tablas de piedra.

Y a fin de que ningún ojo profano alcance este Misterio, él se pone, como sello sobre el sello, como arcángel de fuego, a la entrada del Paraíso, dentro del cual el Eterno encuentra sus delicias

“paseando al fresco del atardecer” y hablando con Aquella que es su amor, bosque de azucena en flor, aura perfumada de aromas, viento suave de frescura matutina, hermosa estrella, delicia de Dios.

La nueva Eva está allí, en su presencia. No es hueso de sus huesos ni carne de su carne; sí, compañera de su vida, Arca viva de Dios.

Él la recibe para tutelarla, y a Dios debe restituírsela, pura como la ha recibido.  “Desposada con Dios” estaba escrito en ese libro místico de inmaculadas páginas…

Y cuando la duda, sibilante, en la hora de la prueba, le sugirió su tormento, él, como hombre y como siervo de Dios, sufrió, como ninguno, por causa del temido sacrilegio. 

Pero ésta fue la prueba futura. Ahora, en este tiempo de gracia, él ve y se pone a sí mismo al servicio más auténtico de Dios.  

Luego vendrá la tempestad de la prueba, como para todos los santos, para ser probados y venir así a ser ayudantes de Dios.

¿Qué se lee en el Levítico? “Di a Aarón, tu hermano, que no entre en cualquier tiempo en el santuario que está detrás del Velo, ante el Propiciatorio que cubre al Arca, para no morir

— pues Yo apareceré en la nube sobre el oráculo —, si no hace antes estas cosas: ofrecerá un novillo por el pecado y un carnero como holocausto; llevará la túnica de lino y con calzones de lino cubrirá su desnudez”.

Y verdaderamente José entra, cuando Dios quiere y cuanto Dios quiere, en el santuario de Dios; y traspasa el velo que cela el Arca sobre la cual está suspendido el Espíritu de Dios;

y se ofrece a sí mismo y ofrecerá al Cordero, holocausto por el pecado del mundo, expiación de tal pecado?

Y esto lo hace, vestido de lino, mortificados los miembros viriles para abolir su sensualidad, la cual, una vez, al inicio de los tiempos, triunfó, lesionando el derecho de Dios sobre el hombre;

mas ahora será conculcada en el Hijo, en la Madre y en el padre adoptivo, para restituir a los hombres a la Gracia y devolverle a Dios su derecho sobre el hombre.

Esto lo hace con su castidad perpetua. ¿No estaba José en el Gólgota? ¿Os parece que no está en el número de los corredentores? En verdad os digo que fue el primero de ellos,

y que grande es, por tanto, ante los ojos de Dios. Grande por el sacrificio, la paciencia, la constancia y la fe.

¿Qué fe será mayor que ésta, que creyó sin haber visto los milagros del Mesías?

Sea alabado mi padre adoptivo, ejemplo para vosotros de aquello que en vosotros más falta: pureza, fidelidad y perfecto amor.

Gloria al magnífico lector del Libro sellado, que fue instruido por la Sabiduría para saber comprender los misterios de la Gracia

y que fue elegido para tutelar la Salvación del mundo contra las insidias de todos los enemigos.

UNA ESTIRPE DIVINA 5

Dice Jesús:

La razón de que perpetuara la raza aun cuando ésta, con la primera prueba, había merecido la destrucción; la razón del Perdón que habéis recibido.

Que María le amara… ¡Oh, bien merecía la pena crear al hombre y dejarlo vivir!

¡Y decretar perdonarlo, para tener a la Virgen bella, a la Virgen santa, a la Virgen inmaculada, a la Virgen enamorada, a la Hija dilecta, a la Madre purísima, a la Esposa amorosa!

Mucho os ha dado y más aún os habría dado Dios, con tal de poseer a la Criatura de sus delicias, al Sol de su sol y Flor de su jardín.

Y mucho os sigue dando por Ella, a petición de Ella, para alegría de Ella, porque su alegría se vierte en la alegría de Dios y la aumenta con destellos que llenan de resplandores la luz, la gran luz del Paraíso

Y cada resplandor es una gracia para el universo, para la raza del hombre, para los mismos bienaventurados, que responden con un esplendoroso grito de aleluya a cada milagro que sale de Dios,

creado por el deseo del Dios Trino de ver la esplendorosa sonrisa de alegría de la Virgen.

Dios quiso poner un rey en ese Universo que había creado de la nada.

Un rey que por naturaleza material, fuera el primero entre todas las criaturas creadas con materia y dotadas de materia.

7. Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. GÉNESIS 2, 7

Un rey que, por naturaleza espiritual, fuera poco menos que divino, fundido con la Gracia, como en su inocente primer día.

Pero la Mente suprema, que conoce la totalidad de los hechos más lejanos en el tiempo, la Mente cuya vista ve incesantemente todo cuanto era, es y será.

Y mientras contempla el pasado y observa el presente, hunde su mirada en el extremo futuro, no ignorando cómo será el morir del último hombre, sin confusión ni discontinuidad,

esa Mente no ignoró nunca que ese rey, creado para ser semidivino a su lado en el Cielo, heredero del Padre, cuando llegara como adulto a su Reino después de haber vivido en la casa de su madre, — la tierra con la que fue hecho —,

Durante su niñez de párvulo del Eterno en su jornada sobre la tierra, cometería hacia sí mismo el delito de matarse en la Gracia y el latrocinio de despojarse del Cielo.

¿Por qué lo creó entonces? Sin duda muchos se hacen esta pregunta.

¿Habríais preferido no existir?

¿No merece ser vivida esta jornada incluso por sí misma, a pesar de ser tan pobre y desnuda, y tan severa a causa de vuestra maldad, para conocer y admirar la Belleza infinita que la mano de Dios ha sembrado en el universo?

¿Para quién, si no, habría hecho estos astros y planetas que pasan como saetas, como flechas, rayando la bóveda del firmamento, o van — y parecen lentos —,

van majestuosos con su paso veloz de bólidos, regalándoos luces y estaciones, y dándoos, eternos, inmutables aunque siempre mutables, a leer en el cielo una nueva página, cada noche, cada mes, cada año,

como queriendo deciros: “Olvidaos de la cárcel, abandonad esa imagen vuestra llena de cosas oscuras, podridas, sucias, venenosas, mentirosas, blasfemas, corruptoras,

y elevaos, al menos con la mirada, a la ilimitada libertad de los firmamentos; haceos un alma azul mirando tanta limpidez de cielo, haceos con una reserva de luz que podáis llevar a vuestra oscura cárcel;

leed la palabra que escribimos cantando en coro nuestra melodía sideral, más armoniosa que si proviniera de un órgano de catedral, la palabra que escribimos resplandeciendo, la palabra que escribimos amando,

porque siempre tenemos presente a Aquel que nos dio la alegría de existir, y le amamos por habernos dado este existir, este resplandecer, este movemos, este ser libres y bellos en medio de este cielo delicado

allende el cual vemos un cielo aún más sublime, el Paraíso; a Aquel cuyo precepto de amor en su segunda parte cumplimos al amaros a vosotros, prójimo universal nuestro, al amaros proporcionándoos guía y luz, calor y belleza.

Leed la palabra que decimos, la palabra a la que ajustamos nuestro canto, nuestro resplandecer, nuestro reír: Dios”?

¿Para quién habría hecho ese líquido azul: para el cielo, espejo; para la tierra, camino; sonrisa de aguas; voz de olas; palabra, también, que, con frufrú de roce de seda, con risitas de muchachas serenas,

con suspiros de ancianos que recuerdan y lloran, con bofetadas de violentos, y con envites y bramidos y estruendos, siempre habla y dice: “Dios”?

El mar es para vosotros, como lo son el cielo y los astros.

Y con el mar los lagos y los ríos, los estanques y los arroyos,

y los manantiales puros, que sirven, todos, para transportaros, para nutriros, para apagar vuestra sed y limpiaros,

Y que os sirven, sirviendo al Creador, sin salir a sumergiros, como merecéis.

¿Para quién habría hecho las innumerables familias de los animales, que son flores que vuelan cantando, que son siervos que trabajan, que corren, que os alimentan, que os recrean a vosotros, los reyes?

¿Para quién habría hecho las innumerables familias de las plantas y de las flores, que parecen mariposas, que parecen gemas e inmóviles avecillas; de los frutos, que parecen collares de oro y piedras preciosas o cofres de gemas?

Son alfombra para vuestros pies, protección para vuestras cabezas, recreo, beneficio, alegría para la mente, para los miembros del cuerpo, para la vista y el olfato.

¿Para quién, si no, habría hecho los minerales en las entrañas de la Tierra y las sales disueltas en manantiales de álgidas aguas o de agua hirviendo: los azufres, los yodos, los bromos?…

Ciertamente, para que los gozara uno que no fuera Dios, sino hijo de Dios. Uno: el hombre. Nada le faltaba a la alegría de Dios, nada necesitaba Dios.

El se basta a sí mismo. No tiene sino que contemplarse para deleitarse, nutrirse, vivir y descansar.

Toda la creación no ha aumentado ni en un átomo su infinidad de alegría, de belleza, de vida, de potencia.

He aquí que todo lo ha hecho para la criatura a la que ha querido poner como rey de la obra de sus manos: para el hombre.

Aunque sólo fuera por ver una obra divina de tal magnitud y por manifestarle reconocimiento a Dios, que os la otorga, merecería la pena vivir.

Y debéis sentir gratitud por el hecho de vivir.

Gratitud que deberíais haber tenido aunque no hubierais sido redimidos sino al final de los siglos, porque, a pesar de que hayáis sido, en los Primeros,

y ahora aun individualmente, prevaricadores, soberbios, lujuriosos, homicidas,

Dios os concede todavía gozar de lo bello del Universo, de lo bueno del Universo,

y os trata como si fuerais personas buenas, hijos buenos a los cuales todo se enseña y todo se concede para hacerles más suave y sana la vida.

Cuanto sabéis, lo sabéis por luz de Dios. Cuanto descubrís, lo descubrís porque Dios os lo señala. Esto, en el Bien.

Los otros conocimientos y descubrimientos que llevan el signo del mal vienen del Mal supremo: Satanás.

La Mente suprema, que nada ignora, antes de que el hombre fuese, sabía que sería ladrón y homicida de sí mismo.

Y, dado que la Bondad eterna no conoce límites en su ser buena, antes de que la Culpa fuera, pensó el medio para anular la Culpa.

El medio, Yo; el instrumento para hacer del medio un instrumento operante, María.

Y la Virgen fue creada en el pensamiento sublime de Dios.

Todas las cosas han sido creadas para Mí, Hijo dilecto del Padre.

Yo-Rey habría debido tener bajo mi pie de Rey divino alfombras y joyas como palacio alguno jamás tuviera:

Y cantos y voces, y tantos siervos y ministros en torno a Mí como soberano alguno jamás tuviera,

Y flores y gemas, y todo lo sublime, lo grandioso, lo fino, lo delicado que es posible extraer del pensamiento de todo un Dios.

Mas Yo debía ser Carne además de Espíritu.

Carne para salvar a la carne.

Carne para sublimar la carne, llevándola al Cielo muchos siglos antes de la hora.

Porque la carne habitada por el espíritu es la obra maestra de Dios y para ella había sido hecho el Cielo.

Para ser Carne tenía necesidad de una Madre.

Para ser Dios tenía necesidad de que el Padre fuese Dios.

He aquí que entonces Dios se crea a su Esposa y le dice:

“Ven conmigo. Junto a mí ve cuanto Yo hago para el Hijo nuestro. Mira y regocíjate, eterna Virgen, Doncella eterna.

Y tu risa llene este empíreo y dé a los ángeles la nota inicial y al Paraíso le enseñe la armonía celeste. Yo te miro, y te veo como serás,

¡Oh, Mujer inmaculada que ahora eres sólo espíritu:

el espíritu en que Yo me deleito!

Yo te miro y doy al mar y al firmamento el azul de tu mirada; el color de tus cabellos, al trigo santo; el candor, a la azucena; el color rosa como tu epidermis de seda, a la rosa;

de tus dientes delicados copio las perlas; hago las dulces fresas mirando tu boca; a los ruiseñores les pongo en la garganta tus notas y a las tórtolas tu llanto.

Leyendo tus futuros pensamientos, oyendo los latidos de tu corazón, tengo el motivo guía para crear.

Ven, Alegría mía, séante los mundos juguete hasta que me seas luz danzarina en el pensamiento, sean los mundos para reír tuyo.

Tente las guirnaldas de estrellas y los collares de astros, ponte la luna bajo tus nobles pies, adórnate con el chal estelar de Galatea.

Son para ti las estrellas y los planetas.

Ven y goza viendo las flores que le servirán a tu Niño como juego y de almohada al Hijo de tu vientre.

Ven y ve crear las ovejas y los corderos, las águilas y las palomas.

Estate a mi lado mientras hago las cuencas de los mares y de los ríos, y alzo las montañas y las pinto de nieve y de bosques;

mientras siembro los cereales y los árboles y las vides, y hago el olivo para ti, Pacífica mía,

y la vid para ti, Sarmiento mío que llevarás el Racimo eucarístico.

Camina, vuela, regocíjate, ¡Oh, Hermosa mía!,

Y que el mundo universo, que en diversas fases voy creando, aprenda de ti a amarMe, Amorosa,

y que tu risa le haga más bello, Madre de mi Hijo, Reina de mi Paraíso, Amor de tu Dios”.

Y, viendo a quien es el Error y mirando a la Sin Error, dice:

“Ven a mí, tú que cancelas la amargura de la desobediencia humana, de la fornicación humana con Satanás y de la humana ingratitud.

Contigo me tomaré la revancha contra Satanás”.

Dios, Padre Creador, había creado al hombre y a la mujer con una ley de amor tan perfecta, que vosotros no podéis ni siquiera comprender sus perfecciones;

vuestra mente se pierde pensando en cómo habría venido la especie si el hombre no la hubiera obtenido con la enseñanza de Satanás.

Observad las plantas de fruto y de grano.

¿Obtienen la semilla o el fruto mediante fornicación, mediante una fecundación por cada cien uniones? No.

De la flor masculina sale el polen y, guiado por un complejo de leyes meteóricas y magnéticas, va hacia el ovario de la flor femenina.

Éste se abre y lo recibe y produce.

No como hacéis vosotros, para experimentar al día siguiente la misma sensación, se mancha y luego lo rechaza.

Produce, y hasta la nueva estación no florece. Y cuando florece es para reproducirse.

Observad a los animales. Todos.

¿Habéis visto alguna vez a un macho y a una hembra ir el uno hacia el otro para estéril abrazo y lascivo comercio? No.

Desde cerca o desde lejos, volando, arrastrándose, saltando o corriendo, van, llegada la hora, al rito fecundativo,

y no se substraen a él deteniéndose en el goce,

sino que van más allá de éste, van a las consecuencias serias y santas de la prole,

única finalidad que en el hombre, semidiós por el origen de gracia, de esa Gracia que Yo he devuelto completa,

debería hacer aceptar la animalidad del acto, necesario desde que descendisteis un grado hacia los brutos.

Vosotros no hacéis como las plantas y los animales.

Vosotros habéis tenido como maestro a Satanás, lo habéis querido y lo queréis como maestro.

Y las obras que realizáis son dignas del maestro que habéis querido.

Mas si hubieseis sido fieles a Dios, habríais recibido la alegría de los hijos santamente, sin dolor,

sin extenuaros en cópulas obscenas, indignas, ignoradas incluso por las bestias, las bestias sin alma racional y espiritual.

Dios quiso oponer, frente al hombre y a la mujer pervertidos por Satanás,

al Hombre nacido de una Mujer suprasublimada por Dios hasta el punto de generar sin haber conocido varón:

Flor que genera Flor sin necesidad de semilla;

sólo por el beso del Sol en el cáliz inviolado de la Azucena-María.

¡La revancha de Dios!…

Echa resoplidos de odio, Satanás, mientras Ella nace.

¡Esta Párvula te ha vencido!

Antes de que fueras el Rebelde, el Tortuoso, el Corruptor, eras ya el Vencido,

Ella es tu Vencedora.

Mil ejércitos en formación nada pueden contra tu potencia, ceden las armas de los hombres contra tus escamas,

¡oh, Perenne!, y no hay viento capaz de llevarse el hedor de tu hálito.

Y sin embargo este calcañar de recién nacida, tan rosa que parece el interior de una camelia rosada, tan liso y suave que comparada con él la seda es áspera,

tan pequeño que podría caber en el cáliz de un tulipán

y hacerse un zapatito de ese raso vegetal,

he aquí que te comprime sin miedo, te confina en tu caverna.

Y su vagido te pone en fuga, a ti que no tienes miedo de los ejércitos.

Y su aliento libera al mundo de tu hedor. Estás derrotado.

Su nombre, su mirada, su pureza son lanza, rayo, losa que te traspasan, que te abaten, que te encierran en tu madriguera de Infierno,

¡Oh, Maldito, que le has arrebatado a Dios la alegría de ser Padre de todos los hombres creados!

Se demuestra inútil ahora el haber corrompido a quienes habían sido creados inocentes.

Conduciéndolos a conocer y a concebir por caminos sinuosos de lujuria, privándole a Dios, en su criatura dilecta,

de ser Él quien distribuyera magnánimamente los hijos según reglas que, si hubieran sido respetadas,

habrían mantenido en la tierra un equilibrio entre los sexos y las razas,

que hubiera podido evitar guerras entre los hombres y desgracias en las familias.

Obedeciendo, habrían conocido también el amor.

Es más, sólo obedeciendo lo habrían conocido y lo habrían poseído.

Una posesión llena y tranquila de esta emanación de Dios, que de lo sobrenatural desciende hacia lo inferior, para que la carne también se goce santamente en ella,

la carne que está unida al espíritu y que ha sido creada por el Mismo que le creó el espíritu. ¿Ahora, ¡Oh, hombres!, vuestro amor, vuestros amores, qué son?

O libídine vestida de amor o miedo incurable de perder el amor del cónyuge por libídine suya y de otros.

Desde que la libídine está en el mundo, ya nunca os sentís seguros de la posesión del corazón del esposo o de la esposa.

Y tembláis y lloráis y enloquecéis de celos, asesináis a veces para vengar una traición, os desesperáis otras veces u os volvéis abúlicos o dementes.

Eso es lo que has hecho, Satanás, a los hijos de Dios.

Estos que tú has corrompido habrían conocido la dicha de tener hijos sin padecer dolor, la dicha de nacer y no tener miedo a morir.

Mas ahora has sido derrotado en una Mujer y por la Mujer.

De ahora en adelante quien la ame volverá a ser de Dios, venciendo a tus tentaciones para poder mirar a su inmaculada pureza.

De ahora en adelante, no pudiendo concebir sin dolor, las madres la tendrán a Ella como consuelo.

De ahora en adelante será guía para las esposas y madre para los moribundos,

por lo que dulce será el morir sobre ese seno que es escudo contra ti, Maldito.

Y contra el juicio de Dios.

María, (se dirige aquí a María Valtorta) pequeña voz, has visto el nacimiento del Hijo de la Virgen y el nacimiento de la Virgen al Cielo.

Has visto, por tanto, que los sin culpa desconocen la pena del dar a luz y la pena del morir.

Y, si a la superinocente Madre de Dios le fue reservada la perfección de los dones celestes, igualmente, si todos hubieran conservado la inocencia y hubieran permanecido como hijos de Dios en los Primeros,

habrían recibido el generar sin dolores (como era justo por haber sabido unirse y concebir sin lujuria) y el morir sin aflicción.

La sublime revancha de Dios contra la venganza de Satanás ha consistido en llevar la perfección de la dilecta criatura a una superperfección que anulara, al menos en una,

cualquier vestigio de humanidad susceptible de recibir el veneno de Satanás,

por lo cual el Hijo vendría no de casto abrazo de hombre sino de un abrazo divino que, en el éxtasis del Fuego, arrebola el espíritu.

¡La Virginidad de la Virgen!…

Ven. Medita en esta virginidad profunda que produce al contemplarla vértigos de abismo!

¿Qué es, comparada con ella, la pobre virginidad forzada de la mujer con la que ningún hombre se ha desposado? Menos que nada.

¿Y la virginidad de la mujer que quiso ser virgen para ser de Dios, pero sabe serlo sólo en el cuerpo y no en el espíritu,

en el cual deja entrar muchos pensamientos de otro tipo, y acaricia y acepta caricias de pensamientos humanos?

Empieza a ser una sombra de virginidad. Pero bien poco aún.

¿Qué es la virginidad de una religiosa de clausura que vive sólo de Dios?

Mucho. Pero nunca es perfecta virginidad comparada con la de mi Madre.

Hasta en el más santo ha habido al menos un contubernio: el de origen, entre el espíritu y la Culpa, esa unión que sólo el Bautismo disuelve.

La disuelve, sí, pero, como en el caso de una mujer separada de su marido por la muerte, no devuelve la virginidad total como era la de los Primeros antes del pecado.

Una cicatriz queda, y duele, recordando así su presencia.

Cicatriz que puede siempre en cualquier momento traducirse de nuevo en una llaga, como ciertas enfermedades agudizadas periódicamente por sus virus.

En la Virgen no existe esta señal de un disuelto ligamen con la Culpa.

Su alma aparece bella e intacta como cuando el Padre la pensó reuniendo en Ella todas las gracias.

Es la Virgen. Es la Única. Es la Perfecta. Es la Completa.

Pensada así. Engendrada así. Que ha permanecido así.

Coronada así. Eternamente así. Es la Virgen

Es el abismo de la intangibilidad, de la pureza, de la gracia que se pierde en el Abismo de que procede,

es decir, en Dios, Intangibilidad, Pureza, Gracia perfectísimas.

Así se ha desquitado el Dios Trino y Uno: Él ha alzado contra la profanación de las criaturas esta Estrella de perfección;

contra la curiosidad malsana, esta Mujer Reservada que sólo se siente satisfecha amando a Dios; contra la ciencia del mal, esta Sublime Ignorante.

Ignorante no sólo en lo que toca al amor degradado, o al amor que Dios había dado a los cónyuges, sino más todavía:

en Ella se trata de ignorancia del fomes, herencia del Pecado.

En Ella sólo se da la gélida e incandescente sabiduría del Amor divino.

Fuego que encoraza de hielo la carne, para que sea espejo transparente en el altar en que un Dios se desposa con una Virgen.

Y no por ello se rebaja, porque su perfección envuelve a Aquella que, como conviene a una esposa,

es sólo inferior en un grado al Esposo, sujeta a Él por ser Mujer, pero, como Él, sin mancha».

UNA ESTIRPE DIVINA 2

Joaquín y Ana poseían la Sabiduría.

Antes de proseguir hago una observación. La casa no me ha parecido la de Nazaret, bien conocida.

Al menos la habitación es muy distinta. Con respecto al huerto – jardín, debo decir que es también más amplio; además, se ven los campos, no muchos, pero… los hay.

Después, ya casada María, sólo está el huerto (amplio, eso sí, pero sólo huerto). Y esta habitación que he visto no la he observado nunca en las otras visiones.

No sé si pensar que por motivos pecuniarios los padres de María se hubieran deshecho de parte de su patrimonio, o si María, dejado el Templo, pasó a otra casa, que quizás le había dado José.

No recuerdo si en las pasadas visiones y lecciones recibí alguna vez alusión segura, a que la casa de Nazaret fuera la casa natal. Mi cabeza está muy cansada.

Además, sobre todo por lo que respecta a los dictados, olvido enseguida las palabras, aunque, eso sí, me quedan grabadas las prescripciones que contienen y en el alma, la luz.

Pero los detalles se borran inmediatamente. Si al cabo de una hora tuviera que repetir lo que he oído, aparte de una o dos frases de especial importancia, no sabría nada más.

Las visiones, por el contrario, me quedan vivas en la mente, porque las he tenido que observar por mi misma. Los dictados los recibo.

Aquéllas, por el contrario, tengo que percibirlas; permanecen, por tanto, vivas en el pensamiento, que ha tenido que trabajar para advertir sus distintas fases.

Esperaba un dictado sobre la visión de ayer, pero no lo ha habido. Empiezo a ver y escribo….

(Esta  es la experiencia de María Valtorta.

Y nuestras propias experiencias, serán de acuerdo a la Voluntad de Dios. 

Los católicos poseemos la Verdad Revelada…

Y cuando cumplimos TODOS los requisitos que la Iglesia Catolica, Apostólica y Romana, EXIGE, 

NO PODEMOS CALLAR,

ANTE LO QUE ESTAMOS VIENDO, OYENDO y experimentando con los Carismas del Espíritu Santo…)

No olvidemos que TODO lo que estamos estudiando, ES UN CURSO DE ENTRENAMIENTO de nuestro cuerpo espiritual… 

PORQUE ES LO QUE VIVIREMOS EL RESTO SANTO

Fuera de los muros de Jerusalén, en las colinas, entre los olivos, hay gran multitud de gente.

Parece un enorme mercado, pero no hay ni casetas ni puestos de venta, ni voces de charlatanes y vendedores ni juegos.

Hay muchas tiendas hechas de lana basta, sin duda impermeables, extendidas sobre estacas hincadas en el suelo.

Atados a las estacas hay ramos verdes, como decoración y como medio para dar frescor.

Otras, sin embargo, están hechas sólo de ramos hincados en el suelo y atados así ; éstas crean como pequeñas galerías verdes.

Bajo todas ellas, gente de las más distintas edades y condiciones y un rumor de conversación tranquilo e íntimo en que sólo desentona algún chillido de niño.

Cae la tarde y ya las luces de las lamparitas de aceite resplandecen acá y allá por el extraño campamento. En tomo a estas luces, algunas familias, sentadas en el suelo, están cenando.

Las madres tienen en su regazo a los más pequeños, muchos de los cuales, cansados, se han quedado dormidos teniendo todavía el trozo de pan en sus deditos rosados,

su cabecita sobre el pecho materno, como los polluelos bajo las alas de la gallina.

Las madres terminan de comer como pueden, con una sola mano libre, sujetando con la otra a su hijito contra su corazón.

Otras familias, por el contrario, no están todavía cenando. Conversan en la semioscuridad del crepúsculo esperando a que la comida esté hecha.

Se ven lumbres encendidas, desperdigadas; en torno a ellas trajinan las mujeres. Alguna nana muy lenta, yo diría casi quejumbrosa, mece a algún niño que halla dificultad para dormirse.

Encima, un hermoso cielo sereno, azul cada vez más oscuro hasta semejar a un enorme toldo de terciopelo suave de un color negro – azul;

un cielo en el que, muy lentamente, invisibles artífices y decoradores estuvieran fijando gemas y lamparitas, ya aisladas, ya formando caprichosas líneas geométricas,

entre las que destacan la Osa Mayor y Menor, que tienen forma de carro con la lanza apoyada en el suelo una vez liberados del yugo los bueyes.

La estrella Polar ríe con todos sus resplandores. Me doy cuenta de que es el mes de Octubre.

Aparece en la escena Ana. Viene de una de las hogueras con algunas cosas en las manos y colocadas sobre el pan, que es ancho y plano, como una torta de las nuestras, y que hace de bandeja.

Trae pegado a las faldas a Alfeo, que va parla que te parla con su vocecita aguda.

Joaquín está a la entrada de su pequeña tienda (toda de ramajes). Habla con un hombre de unos treinta años, al que saluda Alfeo desde lejos con un gritito diciendo: «Papá».

Cuando Joaquín ve venir a Ana se da prisa en encender la lámpara.

Ana pasa con su majestuoso caminar regio entre las filas de tiendas; regio y humilde. No es altiva con ninguno.

Levanta a un niñito, hijo de una pobre, muy pobre, mujer, el cual ha tropezado en su traviesa carrera y ha ido a caer justo a sus pies.

Dado que el niñito se ha ensuciado de tierra la carita y está llorando, ella le limpia y le consuela y, habiendo acudido la madre disculpándose, se lo restituye diciendo:

–     ¡Oh, no es nada!

Me alegro de que no se haya hecho daño. Es un niño muy agradable ¿Qué edad tiene?».

–     Tres años.

Es el penúltimo. Dentro de poco voy a tener otro. Tengo seis niños. Ahora querría una niña… Para una mamá es mucho una niña….

–     ¡Grande ha sido el consuelo que has recibido del Altísimo, mujer!

Ana suspira.

La otra mujer dice:

–     Sí. Soy pobre.

Pero los hijos son nuestra alegría, y ya los más grandecitos ayudan a trabajar. Y tú, señora.

Todos los signos son de que Ana es de condición más elevada y la mujer lo ha visto.

–     ¿Cuántos niños tienes?

–      Ninguno.

–     ¿Ninguno! ¿No es tuyo éste?

–     No. De una vecina muy buena. Es mi consuelo…

–     ¡Oh!

La mujer pobre la mira con piedad.

la saluda con un gran suspiro y se dirige a su tienda. 

Y dice:

–     Te he hecho esperar, Joaquín.

Me ha entretenido una mujer pobre, madre de seis hijos varones, ¡Fíjate! Y dentro de poco va a tener otro hijo.

Joaquín suspira.

El padre de Alfeo llama a su hijo, pero éste responde: «Yo me quedo con Ana. Así la ayudo.

Todos se echan a reír.

Ana responde:

–     Déjalo. No molesta.

Todavía no le obliga la Ley. Aquí o allí… no es más que un pajarito que come.

Y se sienta con el niño en el regazo, le sirve la cena en un plato a su marido y luego da al niño un pedazo de torta y pescado asado. Veo que hace algo antes de dárselo. Quizás le ha quitado la espina.

La última que come es ella.

La noche está cada vez más poblada de estrellas y las luces son cada vez más numerosas en el campamento.

Luego muchas luces se van poco a poco apagando: son los primeros que han cenado, que ahora se echan a dormir.

Va disminuyendo también lentamente el rumor de la gente. No se oyen ya voces de niños. Sólo resuena la vocecita de algún lactante buscando la leche de su mamá.

La noche exhala su brisa sobre las cosas y las personas, y borra penas y recuerdos, esperanzas y rencores.

Bueno, quizás estos dos sobrevivan, aun cuando hayan quedado atenuados, durante el sueño, en los sueños.

Ana está meciendo a Alfeo, que empieza a dormirse en sus brazos.

Entonces cuenta a su marido el sueño que ha tenido:

–     Esta noche he soñado que el próximo año voy a venir a la Ciudad Santa para dos fiestas en vez de para una sola. Una será el ofrecimiento de mi hijo al Templo… ¡Oh! ¡Joaquín!..

El anciano responde:

–     Espéralo, espéralo. Ana.

¿No has oído alguna palabra? ¿El Señor no te ha susurrado al corazón nada?

–      Nada. Un sueño sólo…

–      Mañana es el último día de oración.

Ya se han efectuado todas las ofrendas. No obstante, las renovaremos solemnemente mañana. Persuadiremos a Dios con nuestro fiel amor. Yo sigo pensando que te sucederá como a Ana de Elcana.

–     Dios lo quiera…

¡Si hubiera, ahora mismo, alguien que me dijera: “Vete en paz. El Dios de Israel te ha concedido la gracia que pides”!…

–     Si ha de venir la gracia, tu niño te lo dirá moviéndose por primera vez en tu seno.

Será voz de inocente y, por tanto, voz de Dios.

Ahora el campamento calla en la oscuridad de la noche.

Ana lleva a Alfeo a la tienda contigua y lo pone sobre la yacija de heno junto a sus hermanitos, que ya están dormidos.

Luego se echa al lado de Joaquín. Su lamparita también se apaga, una de las últimas estrellitas de la tierra.

Quedan, más hermosas, las estrellas del firmamento, velando a todos los durmientes.

Dice Jesús: 

“Los justos son siempre sabios, porque, siendo como son amigos de Dios, viven en su compañía y reciben instrucción de Él, de Él que es Infinita Sabiduría.

Mis abuelos eran justos; poseían, por tanto, la sabiduría. Podían decir con verdad cuanto dice la Escritura cantando las alabanzas de la Sabiduría en el libro que lleva su nombre:

“Yo la he amado y buscado desde mi juventud y procuré tomarla por esposa”.

Ana de Aarón era la mujer fuerte de que habla el Antepasado nuestro. Y Joaquín, de la estirpe del rey David, no había buscado tanto belleza y riqueza cuanto virtud. Ana poseía una gran virtud.

Toda las virtudes unidas como ramo fragante de flores para ser una única, bellísima cosa, que era la Virtud, una virtud real, digna de estar delante del Trono de Dios.

Joaquín, por tanto, había tomado por esposa dos veces a la sabiduría “amándola más que a cualquier otra mujer”: la sabiduría de Dios contenida dentro del corazón de la mujer justa.

Ana de Aarón no había tratado sino de unir su vida a la de un hombre recto, con la seguridad de que en la rectitud se halla la alegría de las familias.

Y para ser el emblema de la “mujer fuerte”, no le faltaba sino la corona de los hijos, gloria de la mujer casada, justificación del vínculo matrimonial, de que habla Salomón; como también a su felicidad sólo le faltaban estos hijos,

flores del árbol que se ha hecho uno con el árbol cercano obteniendo copiosidad de nuevos frutos en los que las dos bondades se funden en una, pues de su esposo nunca había recibido ningún motivo de infelicidad.

Ella, ya tendente a la vejez, mujer de Joaquín desde hacía varios lustros, seguía siendo para éste “la esposa de su juventud, su alegría, la cierva amadísima, la gacela donosa”,

cuyas caricias tenían siempre el fresco encanto de la primera noche nupcial y cautivaban dulcemente su amor, manteniéndolo fresco como flor que el rocío refresca…

y ardiente como fuego que siempre una mano alimenta. Por tanto, dentro de su aflicción, propia de quien no tiene hijos, recíprocamente se decían “palabras de consuelo en las preocupaciones y fatigas”.

Y la Sabiduría eterna, llegada la hora, después de haberlos instruido en la vida, los iluminó con los sueños de la noche, lucero de la mañana del poema de gloria que había de llegar a ellos: María Santísima., la Madre mía.

Si su humildad no pensó en esto, su corazón sí se estremeció esperanzado ante el primer tañido de la promesa de Dios.

Ya de hecho hay certeza en las palabras de Joaquín: “Espéralo, espéralo… Persuadiremos a Dios con nuestro fiel amor”.

Soñaban un hijo, tuvieron a la Madre de Dios.

Las palabras del libro de la Sabiduría parecen escritas para ellos: “Por ella adquiriré gloria ante el pueblo… por ella obtendré la inmortalidad y dejaré eterna memoria de mí a aquellos que vendrán después de mí”.

Pero para obtener todo esto, tuvieron que hacerse reyes de una virtud veraz y duradera no lesionada por suceso alguno.

Virtud de Fe. Virtud de caridad. Virtud de esperanza. Virtud de castidad. ¡Oh, la castidad de los esposos! Ellos la vivieron, pues no hace falta ser vírgenes para ser castos.

Los tálamos castos tienen por custodios a los ángelesy de tales tálamos provienen hijos buenos que de la virtud de sus padres hacen norma para su vida.

Mas ahora ¿Dónde están?

Ahora no se desean hijos, pero no se desea tampoco la castidad. Por lo cual Yo digo que se profana el amor y se profana el tálamo.

“La CASTIDAD no es una cuestión fácil. Vas contracorriente todos los días. Aristóteles decía: “No hay conquista más grande que la conquista de uno mismo.” Es una libertad, la libertad de hacer lo correcto. LA CASTIDAD ES UN ENTRENAMIENTO…

GÉNESIS 3, 1

Diciembre 18 2020

Habla la Santísima Virgen María

Hijitos Míos, Soy vuestra Madre Santísima, la Siempre Virgen María, la Madre del Hijo de Dios hecho Hombre para la Redención del género humano.

Hijitos Míos, Soy la Pura, la Santa, la Inmaculada, virtudes con las que Me dotó Nuestro Padre Dios para la Misión que debía desempeñar.  

El Hijo de Dios no podía descender del Cielo y encarnarse de cualquier mujer,

Yo fui preservada del Pecado Original para mantener una situación de pureza, tanto de alma, como de cuerpo,

para que Mi Dios pudiera vivir y desarrollarse sus primeros meses, de un cuerpo y de un alma acorde a Su Categoría de Dios.

Yo fui Tabernáculo purísimo y viviente para albergarlo aquí en la Tierra, Gracia inmensa que recibí de Mi Dios y Señor.

Con ésta introducción os quiero hacer resaltar la importancia que da Nuestro Padre Dios a la Pureza,

virtud, que Nuestro enemigo el Maligno, ataca con toda su furia y procura, de ella, arrancar a todo ser que viene a la Tierra a servir a Mi Señor.

Ya les hemos hablado de ésta virtud tan excelsa, pero ahora quiero profundizar más en ella:

PARA PODER EXPLICAROS

LA DIFERENCIA ENTRE AMOR Y DESEO,

LAS CUALES VAN ÍNTIMAMENTE LIGADAS A LA PUREZA.

El Maligno, con sus múltiples engaños, os ha llevado a una situación de error gravísimo, el cuál daña gravemente el Corazón de Mi Dios.

Os ha hecho creer que vuestro cuerpo -vuestra belleza exterior-, es lo que cuenta…

y de ahí que os lleva a malgastar vuestro tiempo, el tiempo de Dios,

TANTO EN EL TOMAR DEMASIADOS CUIDADOS

PARA MANTENER BELLO VUESTRO EXTERIOR,

COMO EN EL HACER MAL USO DE VUESTRO CUERPO

impidiéndoLe llevar a cabo la Obra de Procreación que Él os ha pedido, para poder seguir mandando almas a la Tierra

para que con Su Amor, en vosotros, podáis vencer a las fuerzas del Mal.

En especial Me dirijo a vosotras, Mis pequeñas hijitas, almas a las que os ha tocado el exterior femenino.

El pudor ya no es parte de vuestra vida.

Creéis que si no mostráis vuestras formas corporales, no podréis atraer al sexo opuesto.

Y de aquí se derivan infinidad de errores que van minando vuestra vida espiritual,

Y desperdiciando el Tiempo de Dios, buscando el cómo mostraros más bellas al mundo.

Vuestra vida se consume en sólo ver por vuestro exterior, en buscar los afeites mejores para resaltar “vuestra belleza”.

Las dietas y los cuidados en los alimentos a consumir, se vuelven toda una ciencia para la gran mayoría de vosotras.

Platicáis de cosas superfluas y pecaminosas y sólo con la finalidad de ser admiradas, consentidas y mostradas como trofeo en manos de vuestro “hombre”.

Buscáis las modas provocativas. Tratáis de asistir a los lugares de perversión aún a pesar de sufrir humillaciones, en ésos antros de vicio y de maldad.

Permitís que vuestro cuerpo sea tratado como cosa, como instrumento de placer humano, con tal de presumir ante las demás mujeres, que vosotras sí sois capaces de “amar”.

Os habéis dejado engañar por el gran engañador, padre de la mentira y del mal, para no llevar a cabo la Obra de Dios en vosotras.

Le negáis a vuestro Padre Dios, la Gracia Divina de la maternidad por no afectar vuestra belleza exterior y para no aceptar “compromisos de ama de casa”

por que os sentís seres libres que podéis hacer de vuestro cuerpo y de vuestra alma, lo que queráis.

En que error tan grande habéis caído, y vuestra falta de espiritualidad no os permite daros cuenta del engaño y en el que ahora vivís.

Vosotras sabéis que vuestro cuerpo no va a durar mucho tiempo con la juventud y lozanía que ahora tenéis.

HABÉIS CAMBIADO EL AMOR POR EL DESEO,

ERROR QUE OS HACE CAER DEL CIELO AL ABISMO,

DE LA VIRTUD AL VICIO.

Os llenáis de joyas y oropel externamente y vaciáis vuestro interior de lo más bello, puro y santo que toda mujer debiera cultivar, el amor.

El amor que dará unidad en la familia, el amor que será como dique de contención contra las fuerzas del Mal

El amor que hará perdurar la especie humana bajo las Leyes y Decretos de vuestro Dios.

Ahora puedo ver una gran cantidad de jovencitas, que al dejarse llevar por el mundo y sus desvíos,

se han vuelto como muñequitas de porcelana, muy bellas por fuera y muy frías y vacías por dentro.

Ya no hay material usable, en la gran mayoría de vosotras, para lograr hacer una familia estable.

Si os llegáis a casar, al enfrentaros a las primeras responsabilidades que se tienen normalmente, al formar una familia, no sabéis cómo resolverlas

y cuando os dais cuenta de que vuestro esposo ya no busca a la “muñequita” solamente,

sino a la mujer y madre para formar una familia,

entonces os sentís que ya no podéis con “el paquete”, ya que preferisteis sólo buscar cómo embelleceros exteriormente, no embellecisteis vuestra alma y sus cualidades

y no acrecentasteis los dones que Dios os dio para poder llevar a cabo vuestra misión de esposa y madre de familia.

Entended, hijitas Mías, que el amor y el deseo son dos situaciones muy diferentes.

El amor es alimento y vida del alma, que une y que hace crecer al alma y a la persona, en su totalidad.

El deseo es una pasión desordenada del cuerpo, desligado totalmente del alma.

Es un apetito animal, es un instinto que debe ser controlado por las fuerzas espirituales propias del ser humano.

Sí a veces os sentís observadas suciamente por un hombre, es porque vuestra forma de vestir, vuestra apariencia, lo incitan a ello.

El no podrá observar más allá de lo que vosotras permitáis.

Si muchas de vosotras sois atacadas en vuestra virginidad, es por vuestra misma culpa, habéis perdido el pudor y el recato.

Si muchas de vosotras sois tomadas como instrumentos de placer por un tiempo y luego apartadas como deshecho,

es por causa de vuestra vaciedad y materialismo.

BUSCÁIS COMPRAR TODO LO POSIBLE

Y LLENAROS DE MONEDAS,

LO CUÁL SÓLO OS AYUDARÁ A GANAR VUESTRA PERDICIÓN ETERNA,

CUANDO PARA CONSEGUIRLAS

“VENDÉIS” VUESTRO EXTERIOR AL MEJOR POSTOR.

YA NO OS RESPETÁIS EN NADA.

Vuestro cuerpo se ha vuelto mercancía y vuestro trato, superfluo y vacío.

Vuestra conversación se ha llenado de palabras obscenas y de temas pecaminosos, vacíos y mundanos.

Ya sois muy pocas de vosotras, Mis pequeñas, en las que el recato y la virtud, aún están presentes.

Sois muy pocos ahora, los que vais con la idea por la vida, de servir a vuestro Dios en la familia y en la continuidad del amor en vuestros pequeños.

Sois muy pocas ahora, Mis pequeñas, que véis primero por los intereses de Mi Señor, que en los vuestros propios.

10. Una mujer completa, ¿Quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. 11. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho. 12. Le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida. Proverbios 31, 10 -31

Sois muy pocas ahora, Mis pequeñas, las que buscáis hacer familia y proteger los tesoros espirituales de Mi Dios y poderlos transmitir a Sus pequeños, a vuestros hijos.

Sois tan pocas ahora, Mis pequeñas, las que pasáis por el mundo sin contaminaros de sus bajezas y pecados.

La vanidad, la inseguridad personal, por falta de espiritualidad y de Oración; os pierden, os hacen caer fácilmente.

¡Cómo no va a estar este Mundo como ahora está, si vosotras, Mis pequeñas, Mis mujercitas,

las encargadas principales de transmitir los valores en la familia, YA NO LOS POSEÉIS!

El Mundo os ha encadenado a su vaciedad y a su bajeza y ya no deseáis levantar fa vista a vuestro Creador,

porque ya no queréis ser las mujeres “caducas, abnegadas y aburridas de tiempos pasados”.

Ahora os sentís mujeres “modernas”, que podéis hacer lo que queráis con vuestro cuerpo, que tenéis el “derecho” de asesinar,

con los medios anticonceptivos y con el aborto, a los bebés que se estén desarrollando en vuestra vientre.

Yo os digo que ahora el Infierno está lleno de almas, como vosotras, que se sintieron modernas y con derechos para ir en contra de vuestro Dios.

El derecho de dar y quitar la vida sólo corresponde a Vuestro Dios y Creador. 

Y vosotras os estáis tomando una prerrogativa que os está encadenando para la Eternidad en el Abismo Infernal.

El don de la maternidad es una bendición tan grande

que en la antigüedad se le consideraba maldita a la que no podía procrear y era bendita de Dios la que sí podía concebir.

Hijitas Mías, recapacitad, el tiempo es corto y Mi Hijo ha de volver.

 ¿Podríais dar cuentas favorables de vuestra vida a vuestro Dios?

¿Ha sido vuestra vida acorde a la voluntad de vuestro Dios?

¿Habéis dado vida corporal y espiritual al aceptar la maternidad y al observar y transmitir las Leyes y el Amor de vuestro Dios a vuestros hijos?

¿Estáis viviendo en el Mundo, como una verdadera alma hija de Dios, lo debe hacer?

Vinisteis todos vosotros al Mundo a dar ejemplo y vida de Amor Santo y de Virtud.

Y no a destruir la Obra de Dios al volveros cómplices del Mal.

Arrepentíos en éste POQUÍSIMO tiempo que se os ha dado para reflexionar, los que aún tenéis Vida.

PORQUE EL TIEMPO YA NO ES TIEMPO

Y enderezad vuestro camino.

Recordad que de vuestro Dios-Amor podréis obtener todo el perdón necesario

para que después podáis encaminar vuestra vida futura por los caminos de bien que Él mismo ha trazado para cada uno de vosotros.

Atended a los deseos de vuestro Dios y Él atenderá los vuestros para toda la Eternidad.

Vuestro tiempo sobre la Tierra es demasiado corto, comparado con la Eternidad que Él os dará como premio a vuestras buenas acciones y

AL BUEN DESEMPEÑO DE VUESTRA MISIÓN

PROVERBIOS 31, 10-31

Recordad que vinisteis a la Tierra a servir a vuestro Dios,

¡Honor grandísimo que se concede a las almas que Él escoge y todos vosotros, a los que se os dio e! Don de la vida, fuisteis escogidos!

Agradeced a vuestro Dios éste Don tan grande, enmendad vuestra vida y atended a Sus Deseos,

con toda vuestra voluntad y corazón, que Él os recompensará con creces.

Tomad de Mí, hijitas Mías, Mi ejemplo, Mi Guía y Mi Amor por Nuestro Dios,

para que Yo os pueda llevar a la meta final de la mejor manera

y para que Yo pueda obtener un gran premio eterno de Mi Señor, para cada una de vosotras.

EN VOSOTRAS, MIS PEQUEÑAS, ESTÁ PRINCIPALMENTE

VOLVER A RESTAURAR LO PERDIDO

POR EL PECADO ORIGINAL.

Buscad y actuad en la Pureza, en la el Amor Verdadero y así el resto será fácil para la restauración del Re¡no de Dios en la Tierra.

Llenaos de vida interior, para que ésta se refleje en vuestro exterior, para bien de todos.

Sois almas al servicio de vuestro Dios, orad profundamente para que el Maligno no os engañe más.

Daos cuenta de vuestro valer, tanto para la propagación de la vida, cómo de las buenas costumbres hacia todo el género humano.

Sin vosotras Mis pequeñas, la vida de oración, de unión familiar

y de la transmisión de las buenas costumbres de devoción cristiana, no se pueden dar.

¡Valéis mucho más de lo que os imagináis, pero sólo cuando veis hacia vuestro interior,

buscando la Guía Divina y lo engrandecéis hacia vuestro exterior!

¡El tesoro que Dios puso en vuestro interior ES GRANDISIMO, no le desperdiciéis!

Yo os bendigo en el Nombre de Nuestro Padre, en el Nombre de Mi Hijo Jesucristo y en el Nombre de Mi Esposo, el Santo Espíritu de Dios-­Amor.

Y Yo os bendigo en Mi Santo Nombre, de Madre, de Sierva e Hija de Mi Dios y Señor.

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119 UNA VIRGEN CONSAGRADA

119 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús está con Pedro, Andrés y Juan. Llama a la puerta de la casa de Nazaret.

Su Madre abre en seguida.

Su rostro, al ver a su Jesús, se ilumina con refulgente sonrisa.

–     Regresas en un momento oportuno, Hijo mío.

Desde ayer tengo conmigo una paloma pura que te está esperando. Ha venido de lejos.

La persona que la ha acompañado no podía quedarse más tiempo. Yo, dado que ella solicitaba consejo, he dicho lo que podía,  pero sólo Tú, Hijo mío, eres Sabiduría.

Bienvenidos de nuevo también vosotros. Entrad inmediatamente para descansar y reponer fuerzas. 

Jesús dice:

–     Sí, quedaos aquí.

Voy sin demora con esta criatura que me está esperando.

Los tres sienten viva curiosidad, pero en modo diverso:

Pedro, como si esperase poder ver a través de las paredes, observa con el rabillo del ojo en todas las direcciones.

Juan, parece como si quisiera leer en el sonriente rostro de María el nombre de la desconocida.

Andrés, que está intensamente ruborizado, clava su mirada en Jesús con toda la fuerza de sus pupilas.  Y una muda súplica tiembla en su mirada y en sus labios.

Pero Jesús no detiene su atención en ninguno.

Mientras los tres discípulos se deciden a entrar en la cocina, donde María les ofrece comida y calor de hogar…

Jesús levanta la cortina que tapa la puerta que conduce al huerto jardín y sale.

Un delicado sol da a las ramas enteramente florecidas del alto almendro del huerto, un aspecto más esponjoso e irreal del que ya de por sí tienen;

es el único árbol florecido, el más alto de los árboles del huerto, pingüe con su vestido de seda blanco-rosácea entre la desnuda pobreza de los otros: 

Peral, manzano, higuera, parra, granado, estériles y desnudos.

Almendro que pomposo con su velo espumoso y vivo que contrasta con la gris humildad monótona de los olivos…

parece como si hubiera atrapado con sus largas ramas una tenuísima nube perdida en el campo zarco del cielo.

Y que con sus vedijas se hubiera engalanado para decir a todos:

«Llega la primavera, tiempo de desposorio. Exultad, plantas y animales. Es el tiempo de los besos con el viento o las abejas

¡Oh flores!; es la hora de los besos bajo las tejas o entre la densa vegetación, ¡Oh pajarillos de Dios!,

¡Oh cándidas ovejas!: hoy besos, mañana prole, para perpetuar la obra del Creador Dios nuestro.

Jesús, erguido bajo el sol, con las manos cruzadas sobre el pecho, sonríe a la pura y serena gracia del huerto materno,

con sus cuadros plantados de azucenas que muestran ya sus primeros haces de hojas, con sus rosales aún desnudos y el olivo tan de plata,

con otras familias de flores desperdigadas entre los humildes cuadros de legumbres y verduras en brote;

puro, ordenado, delicado, parece espirar también él candor de virginidad perfecta.  

María lo llama:

–      Hijo, ven a mi habitación.

Te la traigo, porque al oír tantas voces ha huido a aquel extremo.  

Jesús entra en la habitación materna, esa casita, castísima habitacioncita que oyó las palabras del angélico coloquio y que emana, más aún que el huerto,

la esencia virginal, angélica, santa; de la Mujer que en ella mora desde hace años y del Arcángel que en ella veneró a su Reina.

¿Han pasado ya treinta años o ayer se produjo el encuentro?

Hoy también se ve una rueca con su blando y casi argentino copo de estambre, en el huso hilo.

Y encima de la repisa que está junto a la puerta, un bordado plegado, entre un rollo de pergamino y un jarrón de cobre con una tupida ramita de almendro florecido;

hoy también palpita con un ligero vientecillo la cortina de rayas, la que cela el misterio de esta virginal morada.

El lecho ordenado en su ángulo, sigue teniendo ese aspecto delicado propio del de una niña que apenas haya llegado al umbral de la juventud. 

¡Qué sueños se producirán y se habrán producido en esa almohada de escaso grosor!…

La mano de María levanta lentamente la cortina.

Jesús, que en pie, de espaldas a la puerta, estaba contemplando ese nido de pureza, se vuelve.

–     Mira, Hijo mío, la traigo a Ti.

Es una cordera y Tú eres su Pastor.

Y dicho esto, María que había entrado llevando de la mano a una jovencita morenita, esbelta, que al verse en presencia de Jesús se ruboriza intensamente…   

se retira con delicadeza dejando caer la cortina.  

Jesús la saluda:

–     Paz a ti, niña.

Ella responde completamente turbada:

–     La paz… Señor…

La jovencita, muy emocionada, no puede seguir hablando…

Y se arrodilla rostro en tierra.

–     Levántate. 

¿Qué deseas de Mí? No temas…

–     No es miedo… pero…

Ahora, delante de Ti, después de que lo he deseado tanto… Todo lo que veía fácil y necesario decirte… Ya no me vienen las palabras…

ya no me parece eso… Soy tonta… Perdóname, mi Señor…

–     ¿Estás pidiendo gracia para este mundo?

¿Necesitas un milagro? ¿Tienes que convertir a alguna alma? ¿No?

¿Entonces? ¡Ánimo, habla! Tanto valor como has tenido ¿Y ahora te falta? ¿No sabes que Yo soy quien aumenta la fortaleza? ¿Sí? ¿Lo sabes? Pues entonces, ¡Venga, habla!;

como si Yo fuera un padre para Ti. Veo que eres joven. ¿Cuántos años tienes?

–     Dieciséis, Señor mío.

–     ¿De dónde vienes?

–     De Jerusalén.

–     ¿Cuál es tu nombre?

–     Analía…

–     El amado nombre de mi abuela y de muchas otras santas mujeres de Israel. Y formando uno solo con él, el de la buena, fiel, amorosa y mansa esposa de Jacob. Te traerá buen augurio.

Serás una esposa y madre ejemplar. ¿No? ¿Meneas la cabeza? ¿Lloras? ¿Es que te han rechazado?

¿Tampoco es eso? ¿Ha muerto tu prometido? ¿No has sido elegida todavía?

La jovencita sigue meneando la cabeza en señal de negación.

Jesús da un paso hacia ella, la acaricia y la fuerza a que levante la cabeza y a que lo mire…

La sonrisa de Jesús vence el estado de turbación de la muchacha, que ahora se siente más segura,

Y dice:

–     Mi Señor, yo estaría casada y viviría feliz y además por mérito tuyo.

¿No me reconoces, mi Señor? Soy la enferma de tisis, la novia moribunda que curaste por la oración de tu Juan…   

Después de tu gracia, yo… mi cuerpo era distinto: sano en lugar del otro, moribundo, que tenía antes.

Mi alma también era distinta…   

No sé, pero yo ya no me sentía yo… La alegría de estar curada, la certeza, por tanto, de poder casarme.

El hecho de no llegar al matrimonio era lo que de mi muerte me apenaba – no duraron sino las primeras horas. Luego…

La jovencita se siente cada vez más segura, le vuelven las palabras y las ideas que había perdido en el estado de turbación de verse sola con el Maestro…

Ella continúa:

-…Luego sentí que no debía ser sólo egoísta, pensar sólo: “Ahora seré feliz”, sino que debía pensar en algo mayor e ir a Tí. A Dios, Padre tuyo y mío.

Alguna pequeña cosa, pero que expresase mi gratitud. Pensé mucho y, cuando el sábado siguiente vi a mi prometido, le dije:

“Escucha, Samuel. Sin el milagro yo, pasados unos meses, habría muerto y me habrías perdido para siempre.

Quisiera ofrecerle a Dios un sacrificio, yo contigo, para decirle que lo alabo y le estoy agradecida”.

Y Samuel respondió enseguida, porque me quiere:

“Vamos al Templo juntos a inmolar la víctima”.

Pero no era eso lo que yo quería. Soy pobre, aldeana, mi Señor; poco sé y menos aún puedo;

Pero, a través de la mano que habías depositado en mi pecho enfermo, algo había llegado no sólo a mis pulmones horadados; sino también adentro del corazón: a los pulmones, salud; al corazón, sabiduría.

Yo comprendía que el sacrificio de un cordero no era el que deseaba mi espíritu, que te… que te amaba.

La muchacha calla y se sonroja tras esta profesión de amor.

Jesús la incita:

–     ¡Sigue, sin miedo!

¿Qué quería tu espíritu?

–     Sacrificarte algo que fuera digno de Ti, ¡Oh Hijo de Dios!

Y entonces… y entonces yo pensaba que debería ser una cosa espiritual, como corresponde a Dios, o sea,

mi sacrificio de alargar la espera del matrimonio por amor a Ti, mi Salvador.

Gran alegría comporta el matrimonio, ¿Sabes? ¡Cuando hay amor es una cosa grande! ¡Un deseo, una ansiedad por casarse!…

Pero yo ya no era la misma de unos días antes. No era para mí ya lo más hermoso… Se lo dije a Samuel y él me comprendió.

El también ha decidido hacerse nazareo durante un año, a contar desde el día que debería haber sido la boda, o sea, el día siguiente de las calendas de Adar.

Entretanto se puso a buscarte para testificarte su amor por haberle restituido a su prometida, testificarte su amor y conocerte.

Y te encontró, pasados muchos meses, en Agua Especiosa. Yo también fui… Tu palabra terminó de cambiarme el corazón. Ya no me es suficiente el voto de antes…

Como ese almendro de ahí fuera, que bajo el sol cada vez más caluroso ha vuelto a la vida tras meses de muerte…

Y ha florecido y luego dará hojas y luego frutos,

así yo también he ido progresando en el conocimiento de lo mejor. La última vez, ya segura de mí y de lo que quería, durante todos estos meses he estado meditando…

la última vez que estuve en Agua Especiosa ya no estabas, te habían obligado a irte.

Mucho lloré y oré, de forma que el Altísimo me escuchó, persuadiendo a mi madre a mandarme aquí con un familiar que iba a Tiberíades, para hablar con los cortesanos del Tetrarca.

El capataz me había dicho que aquí te encontraría. Encontré a tu Madre. Sus palabras, el simple hecho de escucharla y de estar a su lado estos dos días, han hecho madurar completamente el fruto de tu gracia».

La muchacha se ha arrodillado como si estuviera ante un altar, con las manos cruzadas sobre el pecho.

–     Bien, pero, exactamente ¿Qué deseas?, ¿Qué puedo hacer por ti?

–     Señor, querría… querría una cosa muy importante,

que solamente Tú, que das la vida y la salud, me la puedes otorgar, pues pienso que lo que puedes dar lo puedes quitar…

Yo quisiera que la vida que me has dado me la quitases antes de que termine el año de mi voto…

–     Pero, ¿Por qué?

¿No te sientes agradecida a Dios por haber recuperado la salud?

–     ¡Mucho! ¡Infinitamente!

Es por una sola cosa: porque viviendo por su gracia y por tu milagro he comprendido lo mejor.

–     ¿Que es…?

Enséñame a decir “SÍ# cada día a la Voluntad de Dios, a abandonarmw wn aua Manos y dejarme amar por Él, que tu compañía me enseñe en este Adviento a esperar a jesús con amor infinito…

–     Que es vivir como los ángeles, como tu Madre, mi Señor,

Como Tú… Como vive tu Juan… Las tres azucenas, las tres llamas blancas, las tres bienaventuranzas de la Tierra, Señor.

Sí, porque creo que es una bienaventuranza el poseer a Dios y el que Dios sea propiedad de los puros.

Creo que quien es puro es un cielo con su Dios en el centro y los ángeles alrededor… ¡Oh, mi Señor, yo desearía esto!…

Poco te he oído, poco he oído a tu Madre, al discípulo y a Isaac, y no he conocido a otros que me dijeran tus palabras.

Pero es como si mi espíritu te oyera siempre y fueras Tú su Maestro… He dicho, mi Señor…

–     Analía, mucho es lo que pides y mucho es lo que das. 

Hija, has comprendido a Dios y la perfección a que la criatura puede ascender para parecerse y agradar al Purísimo.

Jesús ha cogido entre sus manos la cabeza morena de la muchacha, que sigue arrodillada.

Y le está hablando inclinado hacia ella.

–     El que nació de una Virgen, porque no podía prepararse un nido no hecho de azucenas, se siente nauseado hija, de la Triple Libídine del mundo;

se curvaría aplastado por tanta náusea si el Padre, que sabe de qué vive su Hijo, no interviniera con sus amorosos auxilios para sostener a su alma angustiada.

Los puros son mi alegría; tú me devuelves lo que el mundo me quita con su inexhausta bajeza:

¡Benditos seáis por ello el Padre y tú, niña! Ve tranquila. Algo intervendrá y hará eterno tu voto.

Sé una de las azucenas esparcidas por los sangrientos caminos del Cristo.

–     Mi Señor, quisiera también otra cosa…

–     ¿Cuál?

–     No estar cuando llegue tu muerte…

No podría ver morir a quien es mi Vida.

Jesús sonríe dulcemente y seca con su mano dos hilos de lágrimas que descienden por la carita morena de la muchacha.

–     No llores.

Las azucenas nunca están de luto. Reirás con todas las perlas de tu corona angélica cuando veas al Rey coronado entrar en su Reino.

Ve. Que el Espíritu del Señor te adoctrine entre una venida mía y la otra. Te bendigo con el fuego del Eterno Amor.

Jesús se asoma al huerto y dice:

–     ¡Madre! Aquí tienes a una hijita toda para ti.

Ahora es feliz. Sumérgela en tus candores, ahora y cada vez que vayamos a la Ciudad Santa, para que sea nieve de pétalos celestes, esparcida sobre el trono del Cordero.

Y Jesús vuelve con los suyos mientras María se queda con la muchacha, acariciándola.

Pedro, Andrés y Juan lo miran con ademán interrogativo.

El rostro resplandeciente de Jesús les manifiesta su alegría.

Pedro no se contiene y pregunta:

–     ¿Con quién has estado hablando tanto, Maestro mío?

¿Qué has oído para estar tan radiante de alegría?

–     Con una mujer que está en el alba de la vida.

Con la mujer que será el alba de muchas otras que han de venir.

–     ¿Quiénes?

–     Las vírgenes.

Andrés dice en voz baja para sí mismo:

–     No es ella…

–     No, no es ella.

De todas formas, no te canses de orar, con paciencia y bondad.

Cada palabra de tu oración es como un reclamo, una luz en la noche; la sostienen y la guían.

–     Pero, ¿A quién espera mi hermano?

–     Espera a un alma, Pedro.

Es una gran miseria que quiere transformar en una gran riqueza.

–     ¿Y dónde la ha encontrado Andrés, que no se mueve nunca, no habla nunca y no tiene nunca iniciativas?

–     En mi camino.

Ven conmigo, Andrés, vamos a donde Alfeo, a bendecirlo en compañía de sus muchos nietos.

Vosotros esperadme en casa de Santiago y Judas. Mi Madre necesita estar sola todo el día.

Y yendo así, unos a una parte otros a otra, el secreto envuelve la alegría de la primera consagrada a la virginidad por amor a Cristo.

98 EL ALBA DEL MESÍAS

98 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

En el palacio de Betania, todo ha sido preparado para celebrar la Fiesta de las Encenias y hay luces por todos lados.

Todo está iluminado de una manera muy especial y hasta en los senderos del jardín, se han encendido pequeñas lámparas de aceite. 

En la sala blanca, donde están todos reunidos, Jesús está celebrando su cumpleaños hablandoles a todos del Misterio de su Encarnación:

Habiéndose cumplido el tiempo de la Gracia, Dios se preparó su Virgen.

Os será fácil comprender cómo Dios no podía residir donde Satanás había puesto un incancelable signo.

Por tanto, la Potencia actuó para hacer su futuro tabernáculo sin mancha y de dos justos, en la ancianidad.

Y contra las reglas comunes de la procreación, fue concebida aquella en la que no existe mancha alguna.

¿Quién depositó esa alma en la carne embrional que con su presencia daba nueva lozanía al anciano seno de Ana de Aarón, la abuela mía?

Tú, Leví, viste al Arcángel de todos los anuncios. Puedes decir: es ése. Porque la “Fuerza de Dios” (“Fuerza de Dios” es el significado etimológico de “Gabriel”,

el nombre del arcángel de los anuncios) fue siempre el Victorioso que llevó el tañido de alegría a los santos y a los profetas.

El Indomable, contra el que la fuerza, también grande, de Satanás se quebró cual sutil tallo de musgo seco; el Inteligente que desvió con su buena y lúcida inteligencia

las insidias del otro inteligente, si bien malvado, poniendo en acto con prontitud el Mandato de Dios.

Con un grito de júbilo, él, el Anunciador, que ya conocía los caminos de la Tierra por haber descendido a hablarles a los Profetas, recogió del Fuego divino esa chispa inmaculada que era el alma de la eterna Doncella.

Y custodiada dentro de un círculo de llamas angélicas, las de su espiritual amor, la condujo a la Tierra, a una casa, a un seno.

El mundo, desde ese momento, tuvo consigo a la Adoradora. Y Dios, desde ese momento, pudo mirar a un punto de la Tierra sin experimentar disgusto.

Y nació una criaturita: la Amada de Dios y de los ángeles, la Consagrada a Dios, la santamente Amada de sus familiares.

“Y Abel dio a Dios las primicias de su rebaño.” ¡Oh…, realmente los abuelos del eterno Abel supieron ofrecer a Dios la primicia de lo que constituía su bien,

todo su bien, muriendo por haber dado este bien a quien se lo había dado a ellos!

Mi Madre fue la Jovencita del Templo desde los tres a los quince años y aceleró la venida del Cristo con la fuerza de su amar.

Virgen antes de su concepción, virgen en la oscuridad de un seno, virgen en sus vagidos, virgen en sus primeros pasos, la Virgen fue de Dios, de Dios sólo.

Y proclamó su derecho, superior al decreto de la Ley de Israel, obteniendo del esposo que le había sido dado por Dios el permanecer intacta después del desposorio.

José de Nazaret era un justo. Sólo él podía ser destinatario de la Azucena de Dios, y sólo él la recibió.

Ángel en el alma y en la carne, él amó como aman los ángeles de Dios.

La profundidad abismal de este fuerte amor, que supo dar toda la ternura conyugal sin sobrepasar la barrera de celeste fuego tras la que estaba el Arca del Señor, será comprendida en la Tierra sólo por pocos.

Es el testimonio de lo que puede un justo, con el simple hecho de que quiera; lo que puede, porque el alma, aun estando herida por la mancha de origen, posee poderosas fuerzas de elevación.

Y recuerdos y retornos a su dignidad de hija de Dios, y divinamente obra por amor al Padre.

Aún estaba María en su casa, en espera de unirse a su esposo, cuando Gabriel, el ángel de los divinos anuncios, volvió a la Tierra y pidió a la Virgen ser Madre.

Ya había prometido al sacerdote Zacarías el Precursor, y no había sido creído.

Pero la Virgen creyó que ello podía acaecer por voluntad de Dios y sublime en su desconocimiento, sólo preguntó: “¿Cómo puede acontecer esto?”.

Y el ángel le respondió:

“Tú eres la Llena de Gracia, María. No temas, por tanto, porque has hallado gracia ante el Señor también en cuanto a tu virginidad.

Concebirás y darás a luz un Hijo al que pondrás por nombre Jesús, porque es el Salvador prometido a Jacob y a todos los Patriarcas y Profetas de Israel.

Será grande e Hijo verdadero del Altísimo, porque será concebido por obra del Espíritu Santo.

El Padre le dará el trono de David, como ha sido predicho, reinará en la casa de Jacob hasta el fin de los siglos, mas su verdadero Reino no tendrá nunca fin.

Ahora el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo esperan tu obediencia para cumplir la promesa. El Precursor del Cristo ya está en el seno de Isabel, tu prima.

Y si das tu consentimiento, el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y será santo Aquel que nacerá de ti y llevará su verdadero nombre de Hijo de Dios”.

HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR

Entonces María respondió: “He aquí la Esclava del Señor. Hágase de mí según su palabra”.

Y el Espíritu Santo descendió sobre su Esposa y en el primer abrazo le impartió sus luces,

que sobreperfeccionaron las virtudes de silencio, humildad prudencia y caridad que Ella poseía en plenitud.

Y Ella resultó un todo con la Sabiduría e inseparable de la Caridad.

La Obediente y Casta se perdió así en el océano de la Obediencia que Yo soy, y conoció el gozo de ser Madre sin conocer la turbación de ser siquiera tocada.

Fue la nieve que se concentra en flor y se ofrece a Dios así…

Pedro pregunta lleno de estupor:

–     ¡Y el marido?

–     El sigilo de Dios cerró los labios de María.

Y José no tuvo noticia del prodigio sino cuando, de vuelta de la casa de Zacarías su pariente, María apareció como madre ante los ojos de su esposo.

–      ¿Y qué hizo él?

–      Sufrió… y María también…

–      Si hubiera sido yo…

–      José era un santo, Simón de Jonás.

Dios sabe dónde poner sus dones… Sufrió acerbamente y decidió abandonarla, cargándose sobre sí el ser tachado de injusto.

Pero el ángel bajó a decirle:

“No temas tomar contigo a María, tu esposa; porque lo que en Ella se está formando es el Hijo de Dios.

Es Madre por obra de Dios. Cuando nazca el Hijo, le pondrás por nombre Jesús, porque es el Salvador”

Bartolomé pregunta:

–      ¿Era docto José?

–       Como conviene a un descendiente de David.

–       Entonces habrá recibido una inmediata luz recordando al Profeta: “He aquí que una virgen concebirá…”

–      Sí. La recibió. A la prueba sucedió el gozo…

Pedro repite:

– Si hubiera sido yo no hubiera sucedido, porque antes yo habría… ¡Oh, Señor, qué bien que no fuera yo!

La habría quebrantado como a un tallo delgado sin dejarle tiempo ni de hablar.

Pero después, caso de que no me hubiera convertido en un asesino, habría tenido miedo de Ella… El miedo secular, al Tabernáculo, de todo Israel…

–      También Moisés tuvo miedo de Dios y no obstante, fue socorrido y estuvo con Él en el monte…

José se dirigió pues, a la casa santa de la Esposa, para cubrir las necesidades de la Virgen y del Niño que había de nacer.

Y habiendo llegado, para todos, el tiempo del edicto, fue con María a la tierra de los padres.

Pero Belén los rechazó porque el corazón de los hombres está cerrado a la caridad.

Jesús se vuelve hacia los pastores y les dice:

–     Ahora hablad vosotros. 

Elías agrega:

–     Yo, cayendo ya la tarde, me encontré con una mujer joven y sonriente montada en un borriquillo.

Un hombre venía con ella. Me pidió leche y algunas informaciones. Yo dije lo que sabía… Luego vino la noche… y una gran luz…

Y salimos… y Leví vio a un ángel que estaba cerca del aprisco.

El ángel dijo: “Ha nacido el Salvador”.

Ya era completamente de noche y el cielo estaba lleno de estrellas, aunque la luz quedaba absorbida por la de aquel ángel

y la de otros miles de ángeles… (Elías llora aún al recordarlo).

Y nos dijo el ángel: “Id a adorarlo. Está en un establo, en un pesebre, entre dos animales… Encontraréis a un Pequeñuelo envuelto en unos pobres pañales…”.

¡Oh…, qué fulgor el del ángel al decir estas palabras!…

¿Te acuerdas. Leví, cómo despedían llamas sus alas cuando, después de inclinarse para nombrar al Salvador, dijo: “… que es el Cristo Señor”?

–      ¡Claro que me acuerdo!

¿Y las voces de esos millares de ángeles: “¡Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”!?

Aquella música está aquí, está aquí, y me transporta al Cielo cada vez que la oigo.

y Leví levanta el rostro, un rostro extático en que luce el llanto.

Isaac añade:

–       Y fuimos, cargados como bestias, alegres como para una boda, y, luego…, cuando oímos tu tenue voz y la de Madre, ya no supimos hacer nada.

Y empujamos a Leví, que era un niño, para que mirase.

Nosotros nos sentíamos como unos leprosos junto a tanto candor…

Y Leví escuchaba y reía llorando y repetía las palabras, con una voz tal de cordero, que la oveja de Elías baló.

José vino al portillo y nos invitó a pasar… ¡Qué pequeño y lindo eras! Un capullo de rosa encarnada sobre el rudo heno… Y llorabas…

Luego te reíste por el calorcito de la piel de oveja que te ofrecimos y por la leche que ordeñamos para ti… Tu primera comida… ¡Oh!… y luego…

y luego te besamos… Dejaste en nosotros un sabor a almendra y a jazmín… y nosotros ya no podíamos separarnos de Ti… 

Jesús confirma:

–       Efectivamente, desde entonces no me habéis dejado.

Jonathán dice:

–       Es verdad.

Tu rostro quedó grabado en nosotros y lo mismo tu voz y tu sonrisa… Crecías… eras cada vez más hermoso…

El mundo de los buenos venía a deleitarse en Tí… y el de los malvados no te veía… Ana… tus primeros pasos… los tres Sabios… la Estrella…

–       ¡Qué luz aquella noche!

El mundo parecía arder con mil luces. Sin embargo, la noche de tu venida la luz estaba fija y era como de perla…

Ahora era la danza de los astros; entonces, la adoración de los astros.

Nosotros, desde un alto, vimos pasar la caravana y la seguimos para ver si se detenía…

Al día siguiente, toda Belén vio la adoración de los Sabios.

Y luego… ¡Oh…, no hablemos de aquel horror, no hablemos de él!…- Elías palidece al recordarlo.

–       Sí, no hables de ello. Guárdese silencio sobre el odio…

–       El mayor dolor era el hecho de no tenerte ya y el no tener noticias tuyas.

Ni siquiera Zacarías sabía nada; él, que era nuestra última esperanza… Luego… luego ya nada más.

–       ¿Por qué, Señor, no confortaste a tus siervos?

–     ¿Preguntas el porqué, Felipe?

Porque era prudente hacerlo. Mira cómo Zacarías, cuya formación espiritual se completó después de ese momento, tampoco quiso descorrer el velo. Zacarías…

–      Tú nos dijiste que Zacarías fue quien se ocupó de los pastores.

Siendo así, ¿por qué él no dijo, primero a ellos y luego a Ti, que los unos estaban buscando al Otro?

–       Zacarías era un justo enteramente hombre.

Se hizo menos hombre y más justo durante los nueve meses de mutismo.

Luego, durante los meses que siguieron al nacimiento de Juan, se perfeccionó.

Pero fue en el momento en que sobre su soberbia de hombre cayó el mentís de Dios, cuando se hizo espíritu justo.

Había dicho: “Yo, sacerdote de Dios, digo que en Belén debe vivir el Salvador”.

Dios le había mostrado cómo el juicio, aunque sea sacerdotal, si no está iluminado por Dios, es un pobre juicio.

Horrorizado por el pensamiento de que por su palabra hubiera podido provocar que mataran a Jesús, vino a ser el justo, el justo que ahora descansa en espera del Paraíso.

Y la justicia le enseñó prudencia y caridad. Caridad hacia los pastores, prudencia respecto al mundo que debía permanecer en la ignorancia acerca del Cristo.

Cuando, regresando a la patria, nos dirigimos a Nazaret, por la misma prudencia que ya guiaba a Zacarías, evitamos Hebrón y Belén.

Y costeando el mar, volvimos a Galilea.

Ni siquiera el día de mi mayoría de edad fue posible ver a Zacarías, que había partido el día antes con su niño para la misma ceremonia.

Dios velaba, Dios probaba, Dios proveía, Dios perfeccionaba.

Tener a Dios significa también esfuerzo, no sólo contento. Y así mi padre de amor y mi Madre de alma y de carne, tuvieron que esforzarse también.

Se puso veto incluso a lo lícito, para que el misterio envolviese con su sombra al Mesías niño.

Y que esto les sirva de explicación a muchos que no comprenden la dúplice razón de la congoja cuando no me encontraban durante tres días.

Amor de madre, amor de padre hacia el niño perdido; temblor de custodios por el Mesías que podía quedar de manifiesto antes de tiempo;

terror a haber tutelado mal la Salud del mundo y el gran don de Dios.

Éste fue el motivo de aquella insólita exclamación: “¡Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando!”

“Tu padre”, “tu madre”… El velo echado sobre el resplandor del divino Encarnado.

Y la tranquilizante respuesta:

¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debo ser activo en las cosas del Padre mío?”.

Y la Llena de Gracia recogió y comprendió tal respuesta en su justo valor, o sea:

“No tengáis miedo. Soy pequeño. un niño; mas, si bien crezco, según la humanidad, en estatura, sabiduría y gracia ante los ojos de los hombres,

Yo soy el Perfecto en cuanto que soy el Hijo del Padre y por tanto, sé conducirme con perfección, sirviendo al Padre haciendo resplandecer su luz, sirviendo a Dios conservándole el Salvador”.

Y así hice hasta hace un año.

Ahora el tiempo ha llegado. Se descorren los velos, y el Hijo de José se muestra en su Naturaleza:

el Mesías de la Buena Nueva, el Salvador, el Redentor y el Rey del siglo futuro. 

Juan pregunta:

–      ¿Y no volviste a ver nunca a Juan?

–      Sólo en el Jordán, Juan mío, cuando solicité el Bautismo.

–      De modo que ¿Tú no sabías que Zacarías les había beneficiado a éstos?

–      Ya te he dicho que después del baño de sangre, de sangre inocente, los justos se hicieron santos, los hombres se hicieron justos.

Sólo los demonios permanecieron como eran. Zacarías aprendió a santificarse con la humildad, la caridad, la prudencia, el silencio.

Pedro dice:

–      Deseo recordar todo esto. Pero, ¿Podré hacerlo? 

Mateo dice:

–     Tranquilo, Simón. Mañana les pido a los pastores que me lo repitan, con sosiego, en el huerto, una, dos, tres veces, si hace falta.

Tengo buena memoria, ejercitada en mi banco de trabajo y me acordaré por todos. Cuando quieras, te podré repetir todo.

Tampoco tenía notas en Cafarnaúm y sin embargo…

–     ¡No te equivocabas ni en un didracma!… ¡Sí que me acuerdo… bien! Te perdono el pasado, de corazón realmente, si te acuerdas de esta narración… y si me la cuentas a menudo.

Quiero que me entre en el corazón de la misma forma que está en éstos… como lo tuvo Jonás… ¡Morir diciendo su Nombre!…

Jesús le mira a Pedro y sonríe.

Luego se levanta y le besa en la entrecana cabeza.

–      ¿A qué se debe este beso tuyo, Maestro?

–      A que has sido profeta: tú morirás diciendo mi Nombre; he besado al Espíritu, que hablaba en ti.

Luego Jesús entona fuerte, un salmo.

Y todos, en pie, le secundan:

–      “Levantáos y bendecid al Señor vuestro Dios, de eternidad en eternidad. Bendito sea su Nombre sublime y glorioso, con toda alabanza y bendición. Tú sólo eres el Señor.

Tú has hecho el cielo y el cielo de los cielos y todo su ejército, la Tierra y todo lo que contiene”, etc. (es el himno que cantan los levitas en la fiesta de la consagración del pueblo, cap. IX del libro II de Esdras)

A continuación, Jesús entona un Salmo y todos de pie le contestan, prosiguiendo con el Rito de la Fiesta de las Encenias.

81 ¡NO FORNICARÁS!

81 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Me dice Jesús:

 “Ten paciencia, alma mía, por este doble esfuerzo. Es tiempo de sufrimiento. ¿Sabes lo cansado que estaba los últimos días? Ya ves. Al andar me apoyo en Juan, en Pedro, en Simón y también en Judas…

Sí. ¡Yo, que emanaba milagro con sólo rozar con mis vestiduras, no pude cambiar aquel corazón! Déjame que me apoye en tí, pequeño Juan. (Llamaba así Jesús, como seudónimo a María Valtorta)

¡Y AHORA NOS ESTÁ LLAMANDO ASÍ, A NOSOTROS, los que estamos leyendo estas enseñanzas!

Para volver a decir las palabras ya dichas en los últimos días a esos obstinados obtusos sobre quienes el anuncio de mi tormento resbalaba y no penetraba.

Y deja también que el Maestro hable de sus horas de predicación en la triste llanura del Agua Especiosa.

Y te bendeciré dos veces: por tu esfuerzo y por tu piedad. Llevo la cuenta de tus esfuerzos, recojo tus lágrimas.

Los esfuerzos por amor a los hermanos, recibirán la recompensa de aquellos que se consumen, por dar a conocer a Dios a los hombres.

Tus lágrimas por mi sufrimiento de la última semana recibirán como premio el beso de Dios, Uno y Trino.

Escribe y recibe mi Bendición.

EL SEXTO MANDAMIENTO

Jesús está en pie, encima de un cúmulo de tablas, levantadas a manera de tribuna, en el pesebre del establo.

Y desde allí habla con voz poderosa, para que lo oigan tanto los que están dentro de la estancia, como los que se encuentran bajo el cobertizo e incluso en la era, encharcada por la lluvia.

Cubiertos con sus mantos oscuros y de lana en bruto, sobre la cual resbala el agua, todos parecen frailes.

En la estancia están los más débiles; bajo el cobertizo, las mujeres; en el patio bajo la lluvia los fuertes, la mayoría hombres.

Pedro va y viene, descalzo y sólo con la prenda corta, cubierto con un lienzo que se ha puesto sobre la cabeza; pero no pierde el buen humor,

a pesar de que tenga que ir chapoteando en el agua y se esté duchando sin desearlo.

Con él están Juan, Andrés y Santiago.

Están trayendo de la otra estancia con precaución, a unos enfermos. Guiando a unos ciegos y haciendo de apoyo a algunos tullidos.

Jesús aguarda con paciencia a que todos hayan terminado de acomodarse.

Y sólo le duele el que los cuatro discípulos estén empapados, como esponjas dentro de un cubo.

Ante su preocupación, Pedro dice:

–     ¡Nada, nada! Somos madera empecinada.

No te preocupes. Nos bautizamos otra vez y el bautizador es Dios mismo.  

Cuando por fin todos están en sus respectivos lugares y Pedro estima que puede ir a ponerse ropa seca.

Así lo hace, como también los otros tres.

Pero, vuelto donde el Maestro, ve sobresalir por la esquina del cobertizo el manto gris de la mujer velada.

Y se dirige hacia ella sin pensar que para hacerlo tiene que volver a cruzar el patio en diagonal bajo el chaparrón…

Y que otra vez se va a mojar.

Sin pensar en los charcos que salpican hasta la rodilla al chocar tan fuerte en ellos el chubasco de agua.

La agarra de uno de los codos, sin retirar el manto y la arrastra hasta la pared de la estancia, resguardada del agua.

Y  luego se planta a su lado, duro e inmóvil como un centinela.

Jesús ha visto la escena y ha sonreído inclinando la cabeza, para celar la luminosidad de su sonrisa.

Ahora empieza a hablar:

     “No digáis, vosotros, los que habéis venido con regularidad, que no hablo con orden y que salto alguno de los Diez Mandamientos.

Vosotros oís, Yo veo; vosotros escucháis, Yo aplico mi palabra a los dolores y a las llagas que veo en vosotros. Yo soy el Médico.

Un médico va primero a los más enfermos, a los que están más cerca de la muerte. Luego se vuelve a los menos graves. Yo también hago así.

Hoy digo: “No forniquéis”.

No dirijáis a vuestro alrededor la mirada tratando de leer en el rostro de uno la palabra: “lujurioso”.

Tened recíproca caridad. ¿Os gustaría que alguien la leyera en vosotros?

No. Pues entonces no queráis leerla en el ojo turbado de quien está a vuestro lado; en su frente que se avergüenza y se inclina hacia el suelo.

Además… ¡Oh!, decidme especialmente vosotros, hombres.

¿Quién de entre vosotros no ha hincado nunca los dientes en el pan de ceniza y estiércol de la satisfacción sexual?

¿Acaso es lujuria sólo la que os lleva a estar durante una hora entre brazos meretricios?

¿No es acaso lujuria también, la profanación del connubio con la esposa al eludir las consecuencias de éste, que queda reducido por tanto, a una recíproca satisfacción del sentido, a un vicio legalizado?

Matrimonio quiere decir procreación… Y el acto quiere decir y debe ser fecundación.

Sin ello es inmoralidad.

No se debe del tálamo hacer un lupanar.

Y en lupanar se transforma si se ensucia de libídine y no se consagra con maternidades.

La Tierra no rechaza la semilla, la acoge y de ella forma una planta. La semilla no huye de la gleba una vez depositada.

Por el contrario, en seguida echa raíz y se agarra para crecer y dar una espiga: la criatura vegetal nacida del connubio entre gleba y semilla.

El hombre es la semilla, la mujer es la tierra, la espiga es el hijo.

Negarse a producir la espiga y desaprovechar la fuerza, para vicio, es culpa.

Es meretricio cometido en el lecho nupcial, pero en nada distinto del otro.

Es más, agravado por la desobediencia al Mandamiento que dice: “Sed una sola carne y multiplicaos en los hijos”.

Por tanto ved, mujeres voluntariamente estériles, esposas legales y honestas no a los ojos de Dios, sino del mundo…

Cómo a pesar de ello, vosotras podéis ser prostitutas y fornicar igual.

Aunque seáis sólo de vuestro marido, porque no vais hacia la maternidad; sino al placer, demasiado y demasiado frecuentemente.

¿Y no os paráis a pensar que el placer es un tóxico que, aspirado por una boca, cualquiera que fuere: contagia, produce quemazón, cual fuego que creyendo consumirse?

¿Traspasa devorador, cada vez más insaciable, los límites del hogar, dejando acre sabor de ceniza bajo la lengua y desagrado?

¿Y náusea y desprecio de sí y del compañero de placer?

Porque cuando la conciencia se despierta – y lo hace entre dos momentos febriles – no puede dejar de nacer este desprecio de sí…

rebajados como quedan uno y otro, a un nivel incluso inferior al de los animales.

Nota del traductor, (un sacerdote) con respecto a este tema:

la Iglesia admite la paternidad responsable, o sea, que cuando ya se es generoso en hijos, se pueden adoptar determinadas medidas para no concebir.

Pero que no sean medios artificiales como anticonceptivos, preservativos, etc.

Sino recursos naturales, como el de la regulación natura basada en los días infértiles de la mujer, etc.

Asimismo, el placer sexual únicamente como simple demostración de amor y desahogo pasional, dentro del matrimonio, es lícito.

Siempre y cuando se tengan en cuenta estas dos medidas antes mencionadas: ser generosos en hijos y no usar medios anticonceptivos artificiales.

Jesús continúa:

“NO FORNICARÁS”, está escrito.

Es fornicación gran parte de las acciones carnales del hombre, ni siquiera toco la cuestión de esas uniones inconcebibles, que son como una pesadilla…

Y que el Levítico condena con estas palabras:

TRIPLE SACRILEGIO: Como consagrado, como heredero del Padre y como hombre…

“Hombre, no te acercarás al hombre como si fuera una mujer”

Y también: “No te unirás a bestia alguna para no contaminarte con ella.

Y así hará la mujer.

Y no se unirá a ninguna bestia, porque es infamia” -.

Bien… he hecho alusión al deber de los esposos respecto al matrimonio; el cual deja de ser santo cuando por malicia, viene a ser infecundo.

Y ahora voy a hablar de la fornicación en sentido propio entre hombre y mujer:

Por recíproco vicio o por obtener dinero o regalos.

El cuerpo humano es un magnífico templo que encierra en sí un altar.

EL SEXTO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS

En ese altar debería estar Dios. Pero Dios no está donde hay corrupción.

Por tanto, el cuerpo del impuro tiene su altar desconsagrado y sin Dios.

Como quien se revuelca, ebrio, en el lodo y en el vómito de la propia ebriedad…

El hombre, en la bestialidad de la fornicación, se rebaja a sí mismo, viniendo a ser menos que un gusano o que el animal más inmundo.

Decidme – si entre vosotros hay alguno que se haya depravado a sí mismo hasta el punto de comerciar con su cuerpo, como se hace con cereales o animales…

¿Qué beneficio os ha reportado?

Poneos, poneos vuestro corazón en la mano… observadlo.

Preguntadle, escuchadlo, ved sus heridas, sus estremecimientos de dolor.

Y luego decidme, respondedme:

¿Tan dulce era ese fruto, que compensara este dolor de un corazón nacido puro…

FORZADO POR VOSOTROS A VIVIR EN UN CUERPO IMPURO?

¿A latir, para dar vida y calor a la lujuria, a irse consumiendo en el vicio?

Decidme:

¿Sois tan depravadas que no lloráis secretamente sintiendo una voz de niño que llama: “mamá” y pensando en vuestra madre…  

¡Oh mujeres de placer que habéis huido de casa u os han echado de ella;

para que el fruto podrido no destruyera con el exudado de su putridez, a los demás hermanos! 

¿Pensando en vuestra madre, muerta quizás por el dolor de tener que decirse a sí misma:

“He dado a luz a una persona que ha sido motivo de oprobio”?

¿Pero es que no sentís que se os parte el corazón cuando veis a un anciano cuyas canas le dan un porte solemne…?

¿Al pensar que sobre las de vuestro padre habéis derramado el deshonor, como barro tomado a manos llenas…?

¿Y junto con el deshonor ha tenido que recibir,  el menosprecio de su tierra natal?

¿Porque todos los que luchan por su perfección espiritual, conocen su desgracia, PERO NO LO COMPADECEN;

Cuando un niño no es amado, como lo que es: UN DON DIVINO para ser custodiado y que deberemos regresar al Creador, convertido en OTRO CORREDENTOR…

pues Juzgan que no supo educar a quién ha llenado de oprobio a TODA la familia?

¿Pero es que no sentís que se os retuercen las entrañas de doliente añoranza al ver la felicidad de una esposa?

¿O la inocencia de una virgen, teniendo que decir: “Yo he renunciado a todo esto… y nunca más volveré a poseerlo”?

¿Pero es que no sentís como si la vergüenza os arrancara la piel de la cara, al ver la mirada, voraz o llena de desprecio, de los hombres?

¿Pero es que no sentís vuestra miseria cuando tenéis sed de un beso de niño y ya no os atrevéis a decir: “Dámelo”…?

¡¿Porque habéis matado vidas en su comienzo?!

Vidas que habéis rechazado como peso fastidioso e inútil carga, vidas arrancadas del mismo árbol que las había concebido, arrojadas para estiércol.

Vidas que ahora os gritan: “¡Asesinas!”

¿Pero es que no teméis sobre todo, al Juez que os ha creado y que os espera para preguntaros y deciros:

“¿Qué has hecho de ti misma?

¿Para eso acaso, te di la vida? Pululante nido de gusanos, ¿Cómo te atreves a estar en mi Presencia?

Tuviste todo lo que para ti era dios: EL PLACER. 

¡Ve al lugar de maldición sin término”!

¿Quién llora? ¿Ninguno? ¿Decís: “ninguno”?

Pues mi alma va hacia otra alma que llora. ¿Para qué va hacia ella? ¿Para lanzarle el anatema por ser meretriz?

¡NO! Porque siento piedad por su alma.

Todo en Mí es repulsa hacia su sucio cuerpo, sudado por el esfuerzo lascivo.

¡Pero su alma…! ¡Oh! ¡Padre! ¡Padre!

¡También por esta alma Yo me he encarnado y he dejado el Cielo para ser su Redentor y el de muchas almas hermanas suyas!

¿Por qué debo no recoger a esta oveja que va descarriada y llevarla al redil?

Limpiarla, unirla al rebaño, sacarla a pastar,

Y darle un amor que sea perfecto como sólo el mío lo puede ser…

Tan distinto de los que tuvieron hasta ahora para ella nombre de amor y no eran sino odio.

Tan piadoso, completo, delicado, que ella ya no llore por el tiempo pasado o lo haga sólo para decir:

“Demasiados días he perdido lejos de ti, eterna Belleza.

¿Quién me restituirá el tiempo perdido?

¿Cómo gustar en lo poco que me queda cuanto habría gustado si hubiera sido siempre pura?

A pesar de ello, no llores, alma pisoteada por toda la libídine del mundo.

Escucha: eres un trapo asquerosamente sucio, pero puedes volver a ser una flor.

Eres un estercolero, pero puedes ser un jardín; eres un animal inmundo, pero puedes volver a ser un ángel.

Un día lo fuiste; danzabas en los prados floridos, rosa entre las rosas, fresca como ellas…

Y despedías fragancia de virginidad;

cantabas, serena, tus canciones de niña y luego corrías a donde tu madre, a donde tu padre,

y les decías: “Vosotros sois mis amores”.

Y el invisible guardián que tienen todas las criaturas al lado sonreía ante tu alma blanca-azul…

¿Y luego? ¿Por qué?

¡¿Por qué te has arrancado esas alas de pequeño inocente?!

¿Por qué has pisoteado un corazón de padre y de madre, para correr hacia otros corazones inciertos?

¿Por qué has consignado tu voz pura a embusteras frases de pasión?

¿Por qué has quebrado el tallo de la rosa y te has profanado a ti misma?

Arrepiéntete, hija de Dios.

El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima.

¿El hombre no te puede perdonar? ¿Ni siquiera tu padre podría ya hacerlo?

Bueno, pues Dios puede, porque la bondad de Dios no es comparable a la bondad humana.

21. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.”

Y su Misericordia es infinitamente más grande que la humana miseria.

Hónrate a ti misma haciendo, con una vida honesta, digna de honor a tu alma. Justifícate ante Dios no volviendo a pecar contra tu alma.

Hazte un nombre nuevo ante Dios. Eso es lo que tiene valor.

¿Eres vicio? Sé honestidad, sé sacrificio, sé la mártir de tu arrepentimiento.

Bien supiste martirizar tu corazón, para hacer gozar a la carne.

Sabe ahora martirizar la carne, para darle a tu corazón una eterna paz.

Ve. Marchad todos, cada uno con su peso y con su pensamiento, y meditad.

 Dios espera a todos y no rechaza a ninguno que se arrepienta.

¿Que el Señor os dé su luz para conocer vuestra alma! ¡Adiós!

Muchos se marchan en dirección al pueblo.

Otros entran en la habitación.