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69.- DESTRUYENDO EL RESPETO HUMANO

Pedro dice:

–                     Maestro, tal vez hoy habrá tempestad. ¿Ves aquellos jirones de color plomizo que avanzan detrás del Hermón? Y ¿Ves cómo se empieza a arrugar el lago? Mira como las ráfagas del viento del norte, se alternan con las calientes del sur. Sí. Hay torbellinos de tempestad.

Jesús pregunta:

–                     ¿A qué hora, Simón?

–                     Pronto. Mira como se apresuran a regresar los pescadores. Oyen que brama el lago. Dentro de poco se teñirá de color plomizo, después de brea y luego llegará lo horrible…

Tomás exclama incrédulo:

–                     ¡Pero parece muy calmado!

Pedro replica:

–                     Tú conoces el oro y yo el agua. Sucederá como dije. Una tempestad jamás se improvisa. Se prepara con signos muy claros. El agua parece tranquila en la superficie, pero si estuvieses en la barca, la sentirías sacudirse de un modo raro. El agua comienza a agitarse desde abajo. Espera a que el cielo dé la señal… dentro de poco lloverá a cántaros.

De hecho, poco a poco el cielo se va tiñendo de color verdoso, con venas de color pizarra. El azul del lago se vuelve azul negro y ya no hay ninguna barca.

Jesús dice:

–                     Simón, ven conmigo. Llama también al siervo de Martha. Y a Santiago mi hermano. Toma una tela gruesa y grande. Vienen dos mujeres en camino y es necesario ir a su encuentro.

Pedro lo mira curioso, pero obedece rápido.

Cuando atraviesan el poblado hacia la parte sur, pregunta:

–                     ¿Quiénes son?

Jesús contesta:

–                     Mi Mamá y María de Mágdala.

Pedro se queda paralizado por la sorpresa y dice:

–                     ¡Tu Mamá y María de Mágdala! ¡¿Juntas?!… pero, ¿Desde cuando?

–                     Desde que no es más que María de Jesús. Date prisa Simón. Ya comienzan a caer las primeras gotas…

Y se desata la tempestad.

El viento azota con fuerza. El lago parece una cazuela que hierve con olas de un metro de altura, que lo cruzan en todas direcciones y que al chocar crecen más; en un duelo de espumas, de crestas y crujidos. El bramido del viento dobla los árboles. Y resuenan los truenos amenazadores, precedidos por un estallido de relámpagos, cada vez más frecuentes y más fuertes.

Todos corren bajo el violento aguacero que cae como una catarata. Y ven correr a las mujeres que buscan un refugio, pero solo hay árboles azotados por la lluvia y el viento.

Santiago grita:

–                     Míralas… ¡Corramos!

Pero por más que el amor que siente por María, le da alas; Pedro llega cuando Jesús y Santiago ya han cubierto a las mujeres con un pedazo de vela.

Las primeras palabras que Jesús dice a la Magdalena,  que todavía viste el vestido que llevaba la tarde del banquete de Simón, pero ahora la cubre un manto azul oscuro de María, cubriéndola; son:

–                     ¿Tienes miedo, María?

Ella se ruboriza, inclina la cabeza y en voz baja dice:

–                     No, Señor.

Santiago de Alfeo toca el manto de la Virgen y le dice:

–                     Estás muy mojada, María.

Ella contesta:

–                     No importa. Ahora no nos mojamos más. ¿Verdad, María? Él nos ha salvado también de la lluvia. –dice sonriendo a la Magdalena, cuya vergüenza penosa comprende.

Magdalena asiente con la cabeza.

Jesús dice:

–                     Tu hermana estará contenta de volverte a ver. Está en Cafarnaúm. Te andaba buscando.

Ella levanta su cabeza y fija sus bellos ojos en el rostro de Jesús que le habla con la naturalidad que usa con las discípulas, pero no le dice nada. Está destrozada con tantas emociones.

Jesús concluye:

–                     Estoy contento de haberla entretenido. Después que os bendiga os dejaré partir.

Sus palabras se pierden bajo el chasquido de un rayo que cae cerca.

Magdalena se estremece, se lleva las manos a la cara y empieza a llorar.

Pedro le dice:

–                     No tengas miedo. Ya pasó. Y con Jesús no hay nada que temer.

También Santiago que va al lado de Magdalena, dice:

–                     No llores. Las casas ya están cerca.

Magdalena contesta:

–                     No tengo miedo. Lloro porque Él me dijo que me bendeciría… yo… yo… -y ya no pudo decir nada más.

La Virgen interviene para consolarla:

–                     María. Tú ya has superado tu temporal. No pienses más en él. Ahora todo es serenidad y paz. ¿No es verdad, Hijo mío?

–                     Sí, Mamá. Es verdad. Dentro de poco volverá el sol y todo será más bello, más limpio, más fresco que ayer. Igual te sucederá a ti, María.

La Mamá, estrechando la mano de Magdalena, le dice:

–                     Diré a Martha tus palabras. Estoy contenta de poder verla y de decirle cuán llena de buena voluntad está su María.

Apenas entran en la casa, cuando el granizo golpea contra la terraza y se agrega al viento, la lluvia y los truenos.

La playa ha desaparecido en medio de la marejada y el fuerte oleaje.

Todos están en la cocina y Martha lanza un grito agudo al ver a su hermana de la mano de María. La abraza sin importarle que está hecha una sopa y no siente que se moja al hacerlo.

Todos los demás se quedan como estatuas.

Luego Martha pregunta:

–                     ¿Pero cómo es que estáis todos juntos?

Jesús responde:

–                     El temporal nos acercó, Martha. Fuimos al encuentro de dos viajeras.

Martha pregunta a su hermana:

–                     Pero, ¿Cómo es que estabas con María?

Magdalena inclina su cabeza.

La virgen la ayuda diciendo:

–                     Llegó a mi casa como una peregrina que va al lugar donde se le puede indicar el camino que debe seguir, para llegar a la meta. Me dijo: ‘Enséñame que debo hacer para pertenecer a Jesús’ Y como en ella hay una voluntad verdadera y total; al punto comprendió y aprendió esta sabiduría.

Yo ví que estaba preparada y la tomé de la mano para traértela Hijo mío. A ti, buena Martha, a vosotros hermanos y discípulos; quiero deciros: ‘He aquí a la nueva discípula y hermana, que no proporcionará más que alegrías sobrenaturales a su Señor y a sus hermanos. Os ruego que me creáis y que la améis todos; como Jesús y yo la amamos.

Los apóstoles se acercan a saludar a la nueva hermana.

Pedro, con su buen sentido dice:

–                     Está bien todo. Vosotros le aseguráis la ayuda y santa amistad; pero piensen que estamos mojados y ellas dos, más. Sus cabellos destilan agua, como los sauces después del huracán. Tienen sus vestidos llenos de lodo. Prendamos fuego. Pidamos unos vestidos y preparemos una comida caliente.

Tadeo pregunta a su hermano:

–                     ¿Por qué mamá no vino con María?

Santiago contesta:

–                     No sé. Yo también me lo pregunto.

–                     ¿No se sentirá bien?

–                     María ya nos lo habría dicho.

–                     Se lo voy a preguntar. – Y Tadeo va a donde están las mujeres.

Se oye la voz clara de María que responde:

–                     Se siente bien. Fui yo quién le evitó este calor terrible. Nos salimos como dos niñas y tan solo dije a Alfeo: ‘Ten la llave. Regreso pronto. Díselo a María.’

Jesús dice:

–                     Volveremos juntos, Mamá. Apenas se componga el tiempo y María tenga un vestido, nos vamos todos por Galilea. Acompañaremos a las hermanas hasta el camino más seguro. Así las conocerán las demás discípulas.

Esta exquisita y firme delicadeza de Jesús, vence la repugnancia de los apóstoles hacia la redimida y la vergüenza de ella.

Martha se siente feliz. María Magdalena se pone colorada y envía una mirada agradecida. La Virgen sonríe dulcemente.

Pedro pregunta:

–                     ¿Cuál es el primer lugar a donde iremos, Maestro?

–                     A Betsaida. Luego, atravesando Mágdala, Tiberíades, Caná, hasta llegar a Nazareth. De allí, atravesando Yafia y Semerón, iremos a Belén de Galilea y luego Sicaminón y Cesárea…

Un violento sollozo de Magdalena interrumpe las palabras de Jesús. Él levanta su cabeza y la mira. Y luego continúa como si nada hubiera sucedido…

–                     En Cesárea encontraréis vuestro carro. Así se lo ordené al siervo. E iréis a Bethania. Nos volveremos a ver para la fiesta de los Tabernáculos.

Magdalena rápidamente se recobra. No responde a las preguntas de su hermana. Se levanta y sale de la habitación. Se va a la cocina y allá se queda sola por un rato.

Martha dice humilde y ansiosamente:

–                     Jesús. María sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades. Es necesario comprenderla… Maestro lo digo más bien por los discípulos que por Ti.

–                     Es verdad como dices. Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo y no pisotea ese monstruo de verdugo que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada. Al punto y con nosotros.

Pedro promete:

–                     Nadie le dirá algo mientras esté con nosotros. Te lo aseguro, Martha y conmigo, todos mis compañeros.

Tadeo confirma:

–                     ¡Pues claro! La rodearemos como si fuese nuestra hermana, pues ella dijo que eso era y así será a nuestros ojos.

Zelote agrega:

–                     Y luego, todos somos pecadores y el mundo ni siquiera nos perdonó. Por esto comprendemos su lucha.

Mateo añade:

–                     Yo la entiendo más que todos vosotros. Es muy meritorio vivir en el lugar donde pecamos. Pues, ¡Todos saben lo que fuimos! Es una tortura, pero también es una justicia y una gloria resistir allí. Precisamente porque así se muestra la Gloria de Dios en nosotros. Hacemos que otros se conviertan sin que les digamos palabra alguna.

Jesús dice:

–                     ¿Ves Martha que todos comprenden y quieren a tu hermana? Y la querrán más. Ella será un anuncio que llame a muchas almas culpables y cobardes. Aún para los buenos es una gran fuerza; pues María, cuando haya quebrantado las últimas cadenas de su ser humano, será un fuego de amor. Lo único que ha hecho es cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. La ha colocado en un plano sobrenatural y realizará prodigios con ella.

Os lo aseguro. Ahora todavía está avergonzada. Pero la veréis que día tras día se irá apaciguando. Se robustecerá en su nueva vida. En casa de simón dije: ‘Mucho se le perdona porque mucho ama ella’ Ahora les digo que en verdad, todo le será perdonado; porque amará a su Dios con todas sus fuerzas. Con toda sus alma, con toda su inteligencia, con su sangre, con su carne; hasta el holocausto.

Andrés suspira:

–                     ¡Bienaventurada ella, que merece este elogio! ¡También yo quisiera merecerlo!

–                     ¡Tú! Tú ya lo tienes. Ven aquí, pescador mío. Te quiero contar una parábola, que parece que fue hecha para ti.

Martha dice:

–                     Espera Maestro. Voy a llamar a María. Desea mucho conocer tu doctrina…

Mientras sale Martha, los otros arreglan los asientos de modo que se forme un semicírculo alrededor de Jesús.

Regresan las dos hermanas y se sientan junto a la Virgen.

Jesús empieza a hablar de la parábola de la Perla y la Red.

–                     …Esta es la parábola que termina con la bendición que el patrón dio al pescador paciente, experto y silencioso, que supo distinguir entre la multitud a los mejores pescados. Ahora escuchad la explicación…

Jesús explica detalladamente, como debe obrar un pescador de almas y cuando termina…

Pedro pregunta:

–                     ¿Y mi hermano?… ¡Oh! ¡Pero!…

Pero mira a Andrés. Lo mira fija y escrutadoramente… y luego mira a Magdalena. Andrés dice secamente:

–                     No, Simón. En esa yo no tengo ningún mérito. El Maestro lo hizo solo.

Bartolomé comenta:

–                     Maestro, Tú dices que debemos considerar las misiones, como un don de Dios. Pero…

Jesús responde:

Sonmedios que no deben tener un fin humano. Convertid vuestra misión en una santa obediencia. En un alegre cumplimiento del deber. En un holocausto completo. Y habréis hecho de ella una perla rarísima. La misión es un holocausto que se ejecuta sin reservas. Es un martirio. Es una gloria. Chorrea lágrimas, sudor y sangre, pero entreteje una corona de eterna realeza

Al día siguiente…

La aurora apenas despunta y la barca está a punto de llegar a Betsaida.

Jesús dice a Bartolomé y a su inseparable Felipe:

–                      Id a avisar a vuestras mujeres que hoy estaré en vuestra casa. –y mira a los dos de una manera elocuente.

Los dos responden:

–                     Así se hará Maestro.

La barca llega a la playa. Bajan Felipe y Bartolomé. Se separan de sus compañeros para ir a la población.

Pedro pregunta:

–                     ¿A dónde van esos dos?

Jesús contesta:

–                     A avisar a sus mujeres.

–                     Entonces yo también voy a avisar a Porfiria.

–                     No es necesario. Porfiria es muy buena y no necesitas prepararla. Su corazón solo sabe repartir dulzuras.

Simón Pedro brilla al oír las alabanzas tributadas a su esposa y no añade más. Bajan todos y luego se dirigen a la casa de Pedro.

Marziam está sacando sus ovejitas para llevarlas a pacer hierba fresca sobre la colina cercana. Es el primero en verlos y da un grito de alegría.

Porfiria también acude con las manos llenas de harina y se inclina a besar la orla de su manto, saludando y adorando a Jesús.

Jesús hace las presentaciones:

–                     La paz sea contigo, Porfiria. No nos esperabas tan pronto, ¿Verdad? Además de mi bendición, quise traerte a mi Madre. Las discípulas deseaban conocerte

Esta es la mujer de Simón. La discípula buena y silenciosa, activa en su múltiple obediencia… Estas son Martha y María de Bethania, dos hermanas. Amaos mucho.

Porfiria dice sonriéndoles:

–                     Las personas que me traes las amo más que a los de mi sangre, Maestro. Ven. Mi casa es más hermosa, cada vez que en ella pones tu pie.

María se acerca sonriente y abraza a Porfiria diciéndole:

–                     Veo que realmente tienes el corazón de una madre. El niño está muy bien y se siente muy feliz. Gracias.

–                     ¡Oh! ¡Mujer bendita entre todas! Sé que por ti tengo la alegría de que se me llame ‘mamá’ No te daré jamás el dolor de no serlo, con todo lo mejor que hay en mí. Entra con las hermanas…

Marziam que fue el primero en correr a los brazos de Jesús para besarlo, después que ha saludado también con mucho amor a Pedro, mira con curiosidad a Magdalena y le dice:

–                     Pero… Tú no estabas en Bethania.

Magdalena muy sonriente le contesta:

–                     No estaba, pero ahora estaré siempre. – Y lo acaricia.

Marziam la mira con amor y dice:

–                     Voy a quererte mucho, porque también te llamas María. Todas las Marías son buenas.

María de Mágdala lo estrecha en un abrazo y lo besa diciéndole:

–                     Ruega entonces para que yo sea buena.

–                     Pero, ¿No lo eres? Con Jesús caminan solo los que son buenos. Y si no lo es uno del todo, se hace; para poder ser discípulo suyo. ¿Sabes la Oración de Jesús?

–                     No.

–                     ¡Ah, bueno! Hace poco que estás con Él. Es muy bonita, ¿Sabes? Mira…

Y Marziam recita despacio el ‘Padre Nuestro’, con sentimiento y fe.

María de Mágdala dice admirada:

–                     ¡Qué bien te la sabes!

–                     Me la enseñó mi mamá por la noche y la mamá de Jesús en el día. Si quieres te la enseño. ¿Quieres venir conmigo? Las ovejas tienen hambre. Ahora las llevo al pasto. Ven conmigo, te enseñaré a orar y te harás completamente buena. –y la toma de la mano.

–                     Pero, no sé si el Maestro quiera…

Jesús dice:

–                     Vete. Vete, María. Tienes por amigo a un inocente y a los corderos. Vete sin preocupación alguna.

María de Mágdala sale con el niño y se aleja precedida de tres ovejas. Seguida por la mirada de Jesús y la de los demás…

Martha dice:

–                     Pobre hermana mía.

Jesús responde:

–                     No le tengas compasión. Es una flor que endereza su tallo después del huracán. ¿Oyes? Ríe… La inocencia siempre consuela.

Al día siguiente…

La barca va costeando el trecho que hay entre Cafarnaúm y Mágdala. Magdalena está sentada en el fondo de la barca, a los pies de Jesús. Sus ojos, que entes estaban envilecidos por el descaro, ahora son serios, pero seguros. Centellean de alegría al escuchar a Jesús y lo ve con una mirada libre de temores y tormentos.

Están hablando de la bondad de Porfiria, tan sencilla y tan amorosa. De la acogida cariñosa de las mujeres de Bartolomé y Felipe y de María Salomé.

Felipe dice:

–                     Si no fuese porque todavía son muy jovencillas y porque su madre se opone a que vayan lejos, ellas te seguirían, Maestro.

Jesús contesta:

–                     Me sigue su alma e igualmente es un amor santo, Felipe. Escúchame. Tu hija mayor, dentro de poco será prometida, ¿No es verdad?

–                     Sí, Maestro. Unos esponsalicios dignos y un esposo bueno.

–                     Tu hija me rogó que no hicieses nada.

–                     ¿No le gusta el novio? Está equivocada. La juventud es tonta. Espero que se persuadirá. No hay razón para rechazar a un novio muy bueno. A menos que… ¡No!… No puede ser…

Jesús le incita:

–                     A menos que… Termina, Felipe.

–                     A menos que esté enamorada de otro… ¡Pero no es posible! Jamás sale de casa. Y en ella vive muy retirada. ¡No es posible!

–                     Felipe, hay otros amadores que penetran aún en las casas más cerradas. Saben hablar a las que aman, no obstante todas las barreras y vigilancias. Destruyen todo obstáculo que pueda haber alrededor de viudas o jóvenes. Eliminan los impedimentos y toman lo que quieren.

Hay amadores que no pueden ser rechazados; porque son poderosos en el amar. Porque con su seducción acaban con toda resistencia, aunque fuese la del Demonio. Tu hija ama a uno de éstos y es el más poderoso.

Felipe se sobresalta:

–                     Pero, ¿Quién? ¿Alguno de la corte de Herodes?

–                     ¡Eso no es potencia!

–                     ¿Alguno… alguno de la casa del Procónsul? ¿Algún patricio romano? ¡No lo permitiré por ningún motivo! La sangre pura de Israel no entrará en contacto con sangre impura, ¡Aún cuando tuviese que matar a mi hija! ¡No te sonrías, Maestro! ¡Yo sufro!…

–                     Eres como un caballo encabritado. Tranquilízate. ¿Acaso el Procónsul no es un siervo, igual que los patricios y el César?

–                     ¡Te estás burlando Maestro! Quisiste asustarme. No existe nadie más grande que César y más señor que él.

–                     Yo Soy, Felipe.

–                     ¿Tú? ¿Tú quieres casarte con mi hija?

–                     No. Quiero su alma.

Yo Soy el Amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones más custodiados. Yo soy quién sabe hablar no obstante todas las vigilancias. Yo Soy quién destruyo todos los obstáculos y tomo lo que quiero: a puros y pecadores. A vírgenes y viudas. A libres de vicio y a esclavos de él.

Y a todos doy una sola y nueva alma, regenerada y feliz. Eternamente joven. Son mis esponsalicios. Llamo a las almas y vienen a Mí. Y nada, ni nadie me la arrebata. Se despojan de lo terrenal para revestirse de lo celestial. Alegres en su serenidad de pertenecer a Dios. Solo a Dios… ellos son los dueños de la Tierra y del Cielo. Lo son de la tierra porque la dominan. Del Cielo, porque lo conquistan.

Bartolomé exclama:

–                     ¡En nuestra Ley, jamás ha sucedido esto!

–                     Despójate del hombre viejo, Nathanael. Ahora perteneces al Mesías, no a Israel. Revístete de esta nueva mentalidad. De otra manera no podrás comprender tantas bellezas de la Redención, que vine a traer al género humano.

Felipe interviene diciendo:

–                     ¿Dice mi hija que Tú la llamaste? ¿Y qué va a hacer ahora? Ciertamente no te la voy a disputar. Pero quiero saber en qué consiste tu llamamiento, para ayudarla…

–                     En llevar los lirios de un amor virginal al Jardín del Mesías. En los siglos que están por venir, ¡Habrá tantas!… Serán pebeteros de incienso para contrabalancear las sentinas del vicio.

Almas que orarán para contrarrestar a los blasfemos y ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios. Joyas inigualables en el Corazón Divino. Vírgenes Consagradas. Flores con aroma celestial.

Magdalena pregunta con sonrojo:

–                     Y nosotros, ruinas que edificas; ¿Qué es lo que seremos?

–                     Lo que son las hermanas vírgenes.

–                     ¡Oh! ¡No puede ser! Hemos pisoteado demasiado fango y… y… ¡No puede ser!

La Virgen interviene:

–                     ¡María! ¡María! Jesús no perdona jamás a medias.

Jesús confirma:

–                     Te dije que te perdoné y así es. Tú y todos los que como tú, habéis pecado y a los que mi amor perdona; perfumaréis, oraréis, consolaréis,  conscientes del mal y prontos para curarlo donde esté. Almas que ante los ojos de Dios sois mártires. Y por esto dignas de amor como las vírgenes.

–                     Mártires, ¿En qué cosa, Maestro?

–                     De vosotras mismas. De recuerdos del pasado. De sed de amor y de expiación.

–                     ¿Puedo creerlo?

Magdalena mira a todos los que están en la barca, como pidiendo que le dan alas a su esperanza que se enciende.

Jesús le dice:

–                     Pregúntaselo a Simón. Y todos tus hermanos te pueden decir si mi palabra no ha cantado para todos los redimidos, los prodigios de la misericordia y la conversión.

–                     También de ello me habló el niño, con voz de ángel. Volví con el alma refrescada después de su lección. Me hizo conocerte mejor que mi hermana, de tal manera que hoy me siento con más fuerzas, para enfrentar a Mágdala.

Ahora que me dices esto, siento que crece en mí la fortaleza. Dí escándalo al mundo. Pero te juro, Señor que el mundo al verme, llegará a comprender que cosa es tu Poder.

Jesús le pone la mano sobre su cabeza, mientras la Virgen le envía una sonrisa verdaderamente celestial.

Allí está Mágdala; extendida a la orilla del lago. La montaña de Arbela que la protege contra los vientos y el estrecho valle de donde sale un río que desemboca en el lago.

Juan grita desde la otra barca:

–                     ¡Maestro! Allí está el valle de nuestro retiro. –y con su rostro resplandeciente, agrega -No se pueden olvidar los lugares donde conocimos a Dios.

Magdalena dice:

–                     Entonces yo me acordaré siempre de este lago, porque en él te conocí… Martha, ¿Sabes que aquí, en una mañana vi al Maestro?

Pedro, que está haciendo las maniobras para desembarcar, confirma:

–                     Sí. Y por poco nos vamos todos al fondo del lago. Nosotros y vosotros. Mujer, créeme que todos tus remadores no valían un comino.

–                     No valían un comino ni los remadores, ni quién iba con ellos… Pero fue el primer encuentro y tiene un gran valor. Después te ví en el monte y luego en Mágdala. Pero Cafarnaúm ha sido el lugar más bello: ahí me liberaste. –Dice Magdalena con su mirada llena de Luz.

Bajan a tierra y entran en la ciudad.

La curiosidad morbosa de los habitantes, es un tormento para Magdalena. Pero la soporta heroicamente, siguiendo al Maestro que va adelante, en medio de sus discípulos; mientras las tres mujeres van un poco atrás.

El cuchicheo es fuerte. No falta la ironía. Todos los que aparentemente respetaron a María, cuando era la poderosa señora de Mágdala; ahora que la ven y saben que humilde y casta, se ha separado de sus amigos influyentes; le lanzan su desprecio con epítetos muy fuertes y poco halagadores.

Martha que sufre por esto, le pregunta:

–                     ¿Quieres retirarte a casa?

Magdalena replica:

–                     No. No dejo al Maestro. Y mientras no esté purificada de todo rastro del pasado; no lo invitaré a que pase.

–                     Pero estás sufriendo, hermana.

–                     Me lo merezco.

¡Y vaya que sufre! Su cara colorada, bañada del sudor que le corre hasta el cuello, ciertamente no son efectos del calor.

Atraviesan toda Mágdala y llegan al barrio de los pobres, hasta la casa donde se detuvieron la vez anterior.

La mujer queda de una pieza cuando al levantar su cabeza del lavadero, para ver quién la saludaba, se encuentra de frente a Jesús con la señora de Mágdala, ¡Qué se ve totalmente cambiada!

No viene pomposa. No trae joyeles. Tiene la cabeza cubierta con un velo ligero de lino. Su vestido de color alelí, cerrado en el cuello; se nota claramente que no es suyo, a pesar que haya querido adaptárselo. Está envuelta en un pesado manto que debe ser un suplicio con el calor.

Jesús dice:

–                     ¿Me permites estar otra vez en tu casa y que hable desde aquí a quién me sigue?

En otras palabras a toda Mágdala, porque toda la población ha seguido al grupo apostólico.

La mujer contesta:

–                     ¿Y me lo pides a mí, Señor? Mi casa es tu casa.

Y al punto empieza a traer sillas para las discípulas y los apóstoles. Al pasar cerca de Magdalena, le hace una inclinación de esclava.

–                     La paz sea contigo, hermana. –le responde ella.

Y la sorpresa de la mujer hace que deje caer el banquito que tiene en las manos.

Es evidente que María los trataba como a súbditos y con despotismo. ¡Este nuevo trato!…

La mujer está a punto de desmayarse, cuando Jesús le pregunta por los niños. Ella contesta que están bien, en casa de su madre.

La multitud se desparrama alrededor del huerto y sobre el camino.

Jesús empieza a hablar sobre la parábola del Dracma encontrada.

La cual finaliza diciendo:

–                     …Cada alma es un tesoro. Y Satanás que envidia a Dios, provoca los malos movimientos para hacer caer a las almas. El Maestro lo sabe y busca incansablemente las monedas perdidas. Las busca con amor en todos los lugares. Y cuando la encuentra, lava el alma con su perdón, llama a sus amigos: ‘Alegraos conmigo, porque encontré lo que se me había perdido y es más hermoso que antes, porque mi Perdón lo hace nuevo.

En verdad os digo que no hay cosa más bella que las lágrimas de arrepentimiento. En verdad os digo que solo los demonios no saben, ni pueden alegrarse por esta conversión que es un triunfo de Dios. Y también os digo que el modo como un hombre acoge la conversión de un pecador, es la medida de su bondad y de su unión con Dios.

La paz sea con vosotros.

La gente entiende la lección y mira a Magdalena que está sentada junto a la puerta con un niño entre sus brazos y se muestra serena. La gente, poco a poco se va. Quedan solamente la dueña de la casa y su madre que ha venido con los niños. Benjamín está en la escuela.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA