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117.- AÑO DE GRACIA

Jesús camina con sus apóstoles por un sendero que baja de las montañas y se interna en una llanura que parece un mar de oro, porque en los campos sembrados de trigo maduro la única nota de color la ponen las parcelas sembradas con viñas cargadas de racimos y los huertos de árboles frutales.

Desde que salieron de Keriot, Judas ha estado de un humor tan festivo, que casi no ha molestado a sus compañeros y como tiene una voz privilegiada, ameniza el camino cantando Salmos de Alabanza…

Tomás le hace el dúo y casi inmediatamente, el grupo apostólico es un coro armonioso y alegre, que avanza feliz detrás de su Maestro…

El calor es fuerte aunque sean las primeras horas del día y hace brillar al sol, las mieses color de oro. Los segadores trabajan entre los surcos llenos de espigas. Las guadañas brillan por un instante y luego desaparecen en medio de los altos trigales y así se van formando las gavillas que atan las mujeres, haciendo desaparecer el oro que antes había.

La mies ha sido muy buena. Las espigas están gordas y hermosas. Cuando se hace más fuerte el calor, todos dejan su trabajo y se meten a sus casas.

En un bosquecillo tupido que está junto a los campos donde hay sombra, silencio, frescura; Jesús se ha detenido con los apóstoles a descansar; después de haber orado y comido el parco alimento.

Los apóstoles dormitan sobre la hierba, esperando que pasen las horas más calurosas del día.

Jesús está apoyado con la espalda en el tronco de un árbol, mirando a su alrededor con una sonrisa radiante.

Algunos no duermen y lo miran.

–                       ¿Quién va a ayudar a esa pobre viejecita?  -pregunta Jesús, señalando a una mujer que desafiando el solazo busca espigas caídas en los surcos segados.

Juan, Tomás y Santiago, dicen:

–                       Yo.

Pero Pedro jala a Juan de una manga y lo lleva aparte:

–                       Pregunta al Maestro porqué se siente tan contento. Se lo pregunté, pero solo me respondió: ‘Mi felicidad es ver que un alma busque la Luz’ Pero si se lo preguntas tú… Él te dice todo…

Juan se encuentra entre el sí y el no. Entre saber y decírselo a Pedro o el respeto para con el Maestro.

Se acerca poco a poco a Jesús que anda en el sembradío recogiendo espigas dejadas.

La viejecita al ver tanta juventud, mueve tristemente la cabeza, pero trata de darse prisa.

Jesús le grita:

–                       ¡Mujer! ¡Mujer! Estoy respigando por ti. No estés en el sol, madre. Ahora voy.

La anciana, cortada con tanta bondad, lo mira fijamente. Luego obedece y se lleva unas cuantas espigas. Camina inclinada, temblorosa, a lo largo de la flaca sombra que hay en la orilla.

Jesús, rápido recoge espigas.

Juan lo sigue de cerca. Más atrás vienen Tomás y Santiago.

Juan pregunta jadeando:

–                       ¿Maestro?…  ¿Cómo le haces para encontrar tantas espigas? Yo en este surco encuentro muy pocas.

Jesús sonríe pero no le dice nada. En realidad, en donde se posan los ojos divinos, parecen brotar espigas que no fueron recogidas.

Jesús recoge. Sonríe. Ya tiene un verdadero manojo de espigas en sus brazos.

Jesús mira amoroso a su discípulo más joven y le dice:

–                       Ten las mías Juan. Y así tendrás muchas espigas también tú y la mamá será feliz.

Juan mira asombrado el manojo de espigas y pregunta:

–                       Pero Maestro… ¿Estás haciendo algún milagro? ¡No es posible que encuentres tantas!

–                       ¡Pssst! Es por la mamita…Porque pienso en la mía y en la tuya. ¡Mírala que acabada está!… El buen Dios que da de comer al pajarillo hambriento recién nacido, quiere llenar el granero de esta ancianita.

Tendrá pan durante estos meses que le quedan. La nueva siega no la verá. Pero no quiero que tenga hambre en su último invierno. Ahora vas a oír sus gritos. Prepara tus orejas Juan. Así como Yo me preparo para que me bañe en lágrimas y en besos…

–                       ¡Qué contento estás Jesús, desde hace algunos días! ¿Por qué?

–                       ¿Eres tú quién lo quiere saber o quien te lo ha mandado?

Juan, que ya estaba colorado por el trabajo, se pone de color carmesí.

Jesús comprende:

–                       Di a quién te mandó que se trata de un hermano mío que está enfermo y que quiere curarse. Su voluntad de estar sano, me llena de alegría.

–                       ¿Quién es, Maestro?

–                       Un hermano tuyo a quién Jesús ama. Un pecador.

–                       Entonces no es uno de nosotros.

–                       Juan, ¿Crees que entre nosotros no hay pecado? ¿Crees que tan solo por vosotros me aflijo?

–                       No, Maestro. Sé que también nosotros somos pecadores y que quieres salvar a todos los hombres.

–                       ¿Entonces?… Te dije: ‘No investigues’ cuando se trató de descubrir el mal. Te repito lo mismo ahora que brilla una aurora de bien… ¡La paz sea contigo, madre! Aquí están nuestras espigas. Mis compañeros vienen detrás.

–                       Dios te bendiga hijo. ¿Cómo encontraste tantas? Es verdad que no veo bien. Pero estos son unos manojos grandes…

La anciana los palpa y los acaricia con mano temblorosa… Trata de levantarlos pero no puede.

Jesús dice:

–                       Te ayudamos. ¿Dónde vives?

–                       Allá.  –señala una casucha entre los sembradíos.

–                       Vives sola, ¿No es verdad?

–                       Sí. ¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres?

–                       Soy uno que tiene una mamá.

–                       ¿Es éste un hermano tuyo?

–                       Es mi amigo.

Su corazón de madre se conmueve:

–                       Estás sudando, hijo. Ven a la sombra de este árbol. Siéntate. ¡Mira cómo te corre el sudor! Sécate con mi velo. Es una garra, pero está limpia. Tenla, tenla hijo mío.

–                       Gracias, mamá.

–                       Bendita sea la que te engendró. Dime cómo te llamas y cómo se llama Ella. Quiero decir vuestros nombres a Dios, para qué os bendiga.

–                       María y Jesús.

–                       María y Jesús… María y Jesús… Espera. Una vez lloré mucho. A mi nieto lo mataron en Belén porque defendió a su hijito.

Y su padre, mi hijo; murió de dolor por esto. Y se dijo entonces que el inocente fue matado, porque se buscaba a uno de Nombre Jesús… ahora estoy bajo las alas de la muerte y ese Nombre vuelve a sonar…

–                       En ese entonces lloraste por ese Nombre. Ahora ese Nombre te bendice…

–                       ¿Eres Tú ese Jesús?… Díselo a una que está muriendo y que ha vivido sin maldecir lo que se le dijo… Que pidió que su dolor sirviera para salvar al Mesías de Israel.

Juan hace señas de que no diga nada.

Jesús está callado.

Ella insiste:

–                       ¡Oh, dímelo! ¿Eres Tú? ¿Has venido a bendecirme cuando me encuentro ya a las puertas de la muerte? En Nombre de Dios habla.

Jesús contesta:

–                       Yo Soy.

–                       ¡Ah!  -La anciana se postra en la tierra-  ¡Salvador mío! He vivido con esta esperanza. Con la esperanza de verte. ¿Veré tu triunfo?

–                       No, madre. Morirás como Moisés, sin ver este día. Pero te doy de antemano la Paz de Dios. Yo Soy la   Paz. Yo Soy el Camino. Yo la   Vida. Me verás, tú que has sido abuela de justos. Me verás en otro triunfo mío eterno y te abriré las puertas a ti, a tu hijo, a tu nieto y a su hijo. Para el Señor, ese niño es cosa sagrada, porque murió por Mí. ¡No llores, madre!…

–                       ¡Te he tocado! Tú recogiste para mí las espigas. ¡Qué gran honor para mí! ¿Cómo es posible que haya sido digna de ello?

–                       Por tu santa resignación. Vete a tu casa. Este trigo te dará pan, más para el alma que para el cuerpo. Yo Soy el Pan Verdadero que bajó del Cielo, para quitar el hambre que tienen los corazones. Tomás, Santiago. Tomad esas gavillas y vamos.

Cargan con las gavillas. Jesús camina con la ancianita que llora y bendice. Llegan a la casita que está formada por dos habitaciones pequeñas, un horno, una higuera, una vid. Limpieza, pobreza.

–                       ¿Es tu refugio?

–                       Sí. ¡Bendícelo, Señor!

–                       Llámame hijo y ruega porque mi Madre tenga consuelo en su dolor, tú que conoces el dolor de una madre. Adiós, madre. Te bendigo en Nombre del Dios Verdadero.

Jesús levanta la mano y bendice la pequeña casa. Luego se inclina y abraza a la viejecita; la estrecha contra su corazón. Y la besa en la cabeza de cabellos blancos.

La anciana llora y besa las manos de Jesús. Lo venera… Lo ama…

Al día siguiente…

Jesús llega en un fresco amanecer. Con los primeros rayos del sol que iluminan los campos que en su mayor parte están segados y con las gavillas esperando que se las lleve a las eras. Los campesinos están ya trabajando. Cantan mientras siegan la mies; alegres porque pronto terminará su faena.

A las orillas de los campos están los niños, las viudas y los ancianos esperando que como siempre ‘Por orden de Nicodemo’ poder espigar también ellos o la repartición que él haya decidido.

Una viuda responde a la  pregunta de Jesús:

–                       Él, procura que se tiren a propósito espigas que recogeremos y luego nos reparte más. Siempre nos ayuda a los pobres, con sus mieses y también con sus olivos y viñedos. Por eso Dios lo bendice con cosechas tan maravillosas. Este año nos dijo que nos los concede todo, porque es un año de gracia. No sabemos lo que quiso decir. Se dice entre nosotros los pobres, que es discípulo secreto del que llaman el Mesías; el cual predica el amor a los pobres para mostrar así el amor a Dios…

Tal vez tú lo conoces si eres amigo de Nicodemo. José de Arimatea por ejemplo, también es un gran amigo de Nicodemo y también se dice que es amigo del Rabí… ¡Oh! ¿Pero qué he dicho? ¡Dios me perdone! He causado mal a los dos buenos de la llanura… -la mujer está consternada…

Jesús sonríe y pregunta:

–                       ¿Por qué, Mujer?

–                       Porque… ¡Oh, dime! ¿Eres tú verdadero amigo de Nicodemo y de José? O ¿Eres uno del Sanedrín; uno de los falsos amigos que causarían mal a los buenos, si estuviesen seguros de que ellos son amigos del Galileo?

–                       Puedes estar segura. Soy amigo de los dos. Pero tú sabes muchas cosas. ¿Cómo las sabes?

–                       ¡Todos las sabemos! Arriba está el Odio. Abajo el amor. Aún cuando no conocemos al Mesías, pero lo amamos los abandonados, porque Él sí ama y enseña a amar. Tenemos miedo por Él. ¡Son tan pérfidos los judíos, los Fariseos, los escribas y los sacerdotes!…

Te estoy escandalizando, perdóname. Pero es que nuestras desgracias nos vienen de ellos, de los poderosos que nos oprimen sin compasión alguna. ¡Toda la esperanza es el Reino del Rabí! ¡Oh! ¿Me aseguras que no he causado ningún daño a Nicodemo… al hablar contigo?

–                       Puedes estar cierta de que ningún mal le causaste. Antes bien, has alabado a mi amigo, al que también Yo alabaré y querré mucho más…

–                       Voy a donde están los discípulos del Rabí. Ese Hombre bueno. El único bueno entre los muchos que tenemos.

Jesús dice sonriente:

–                       Haces bien mujer.

Y hace una señal a Andrés y Santiago de Zebedeo que están con Él, para que callen acerca de su identidad.

–                       Seguro que hago bien. No quiero tener el pecado de no haber creído en Él y de no haberlo amado. Dicen que es el Mesías. No lo conozco, pero quiero creer; porque pienso que vendrán infortunios sobre los que no lo quieran aceptar como Tal.

–                       Dijiste bien. continúa firme en tu Fe… He allí a Nicodemo…

–                       Sí. Con los discípulos del Rabí. Andan por los campos evangelizando a los segadores. También ayer comimos de su pan.

Nicodemo, con el vestido arremangado, se acerca sin haber visto al Maestro y manda a los campesinos que no levanten una espiga de las segadas:

–                       Nosotros tenemos pan… Damos el regalo de Dios a quien no lo tiene. Y lo damos sin temor. Nuestras mieses pudieron haber sido destruidas por la helada tardía y con todo, no se perdió ni siquiera una semilla.

Devolvamos a Dios su pan, dándolo a sus hijos que carecen de él. Os aseguro que mucho más abundante al mil por ciento; será la cosecha del año próximo. Porque Él ha dicho que ‘algo inimaginable será dado a quién de.’

Los campesinos, respetuosos y contentos, escuchan a su patrón asintiendo con la cabeza.

Nicodemo repite sus órdenes en todos sus campos y con todos los grupos.

Jesús, que está oculto ligeramente, detrás de un cañaveral, aprueba y sonríe. Y su sonrisa mucho mayor, cuanto Nicodemo más se acerca y más inminente es el encuentro y la sorpresa. Ahora salta el foso para ir a otros campos…

Y se queda petrificado al encontrarse frente a Jesús que le extiende los brazos…  Cuando recupera el aliento dice:

–                       ¡Maestro Santo! ¿Cómo es posible que hayas venido a mí?

Jesús le sonríe feliz y contesta:

–                       Para conocerte. Aunque no era necesario, pues aquellos que reciben tus beneficios, lo han dicho…

Nicodemo está de rodillas, inclinado hasta el suelo.

Los campesinos comprenden y todos los demás también. Se postran en tierra con sumo respeto…

Jesús les dice:

–                       Levantaos. Hasta hace poco era el Viajero que inspira confianza… Tenedme por tal todavía. Y amadme sin miedo. Nicodemo, mandé a los otros diez a tu casa.

Nicodemo contesta:

–                       He dormido fuera para vigilar que no faltase nada.

–                       Dios te bendice por esto. ¿Quién dijo que este año es de Gracia y no el venidero por ejemplo?

–                       No lo sé. No soy profeta. A mi inteligencia vino una luz del cielo, Maestro mío… quería yo que todos los pobres gozases de los bienes de Dios; mientras que Dios está todavía entre los pobres.

Esperaba que vinieras a mi casa, para que santificaras estas mieses, los viñedos y los árboles que daré a los pobres hijos de Dios, mis hermanos… Pero ahora que estás aquí, levanta tu mano bendita y bendice, para que junto con el alimento del cuerpo, baje sobre los que comerán, la santidad que de Ti emana.

–                       Con gusto, Nicodemo. Es un justo deseo que el Cielo aprueba.

Jesús abre sus brazos para bendecir:

–                       Por la Virtud del Señor. Por el deseo de su siervo. Que la gracia para el espíritu y para el cuerpo descienda en cada grano, en cada racimo, aceituna o fruta. Y haga prósperos y santos a los que de ellos comieren con espíritu recto; limpio de concupiscencias y odios. Y deseosos de servir al Señor, obedeciendo su Voluntad Divina y Perfecta.

–                       Así sea. –contestan todos.

–                       Nicodemo, dí que dejen por un momento sus labores, quiero hablarles.

–                       Gracias Maestro. Muchas gracias por este favor más que haces.

Se van a la sombra de un bosquecillo y Jesús empieza la parábola del hombre que tenía dos hijos y uno le obedeció y el otro no…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA