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175.- LA NIETA DE AUGUSTO

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La semana siguiente…

En la plaza principal de Siquem, las hojitas que empiezan a nacer en la doble fila de árboles que hay alrededor de las casas, rodeándolas como una galería, dan una nota de alegría primaveral. El sol juguetea con las hojas tiernas de los plátanos, tejiendo un recamo de luces y sombras en el suelo. El estanque del centro de la plaza es una laja de plata iridiscente, bajo los rayos del sol.

Hay gente que discute. Llegan algunos forasteros. Todos se preguntan quiénes son. Entran en la plaza, observan; se acercan, saludan. Les devuelven el saludo con sorpresa…

Y se presentan:

–                       Somos discípulos del Maestro de Nazareth.

La desconfianza desaparece.

Alguien pregunta:

–                       ¿Os mandó él?

–                       Sí. Una misión muy secreta. El Rabí está en gran peligro. Nadie lo ama ya en Israel. Y Él que es muy bueno, dice que por lo menos vosotros le seréis fieles.

–                       Es lo que queremos… ¿Qué debemos hacer? ¿Qué quiere Él de nosotros?

–                       ¡Oh! Él no quiere más que se ame, porque su doctrina es el amor. Porque confía demasiado en la protección de Dios. ¡Y con lo que se dice en Israel! Se le acusa de Satanismo e insurrección. ¿Comprendéis lo que significa esto? Represalias de los romanos sobre nosotros que tanto sufrimos.

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Y se nos golpeará más. A los santos de nuestro Templo se les condenará. Por vuestro bien, deberíais hacer motines, persuadirlo a defenderse. Defenderlo. Impedir que sea apresado a como dé lugar. Apelar el derecho de asilo. Es inútil decírselo a Él. Si se lo decimos nosotros, nos dice que somos anatema, porque le aconsejamos cometer una villanía.

No es eso. Es que lo amamos. Lo hacemos por prudencia. No podemos hablar, pero vosotros, sí. Os ama. Por eso prefirió vuestros lugares a otros. Su Presencia acarrea peligros a quién lo acoge. Vosotros sois mejores que otros y no pensáis en esto. Y si sufriereis por su causa, defendedlo de los romanos, con todo vuestro amor. Hacedlo por el bien de todos.

–                       Decís bien. Iremos a verlo.

–                       ¡Oh! ¡Sed prudentes! Que Él no se dé cuenta que os lo hemos sugerido…

–                       ¡Oh, no tengáis miedo! Demostraremos que los desgraciados samaritanos valen por un ejército y defenderemos al Mesías.

–                       Vemos que nos ama, porque es el segundo grupo de discípulos que nos envía. Recibimos muy bien a los primeros…

Los emisarios del Sanedrín sonríen triunfales por el éxito de su hipocresía…

Al día siguiente, todo Efraím se desborda al ver en sus calles el insólito cortejo de carruajes y lujosas literas, acompañados de elegantes esclavos y legionarios romanos. Un séquito digno de un emperador romano…

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La comitiva llega hasta la orilla del poblado y cerca del camino que lleva a Bethel, se detiene. Se  divide en dos partes.

Se quedan un carro y una litera, con su escolta de soldados. La cortina de la litera se separa y una blanca mano femenina, que tiene una rica pulsera, llena de perlas y rubíes, llama al jefe de los esclavos para que se acerque. El hombre obedece sin hablar. Escucha. Luego se separa y se acerca a un grupo de mujeres curiosas…

Y pregunta:

–                       ¿Dónde está el Rabí de Nazareth?

Una mujer contesta:

–                       En aquella casa. Pero a esta hora acostumbra ir al arroyo, donde hay como una isla pequeña. Allá donde están aquellos sauces, junto al álamo. Se pasa días enteros orando allí.

El esclavo regresa y da la información recibida.

La litera se pone en movimiento. El carro se queda. Los soldados siguen a la litera, hasta la ribera del torrente y cierran el camino.

Solo la litera sigue le borde del cauce, hasta la islita que está llena de matorrales, entre los que se sobresale el álamo. La litera atraviesa el riachuelo y se detiene…

Baja la nieta del emperador Augusto: Claudia Prócula con una liberta y hace señal a un esclavo negro para que la siga. Los demás, regresan a la ribera…

Los tres se dirigen hacia el álamo. La hierba ahoga el ruido de los pasos. Llega hasta donde está Jesús, absorto, sentado en la base del tronco.

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Mira a sus dos acompañantes y con una orden silenciosa, les dice que no la sigan.

Claudia lo llama…

Jesús levanta la cabeza y se pone de pie al ver a Claudia. La saluda sin inclinarse…

Jesús dice:

–                       La Paz sea contigo…

No se muestra sorprendido, ni disgustado.

La esposa del Procónsul responde:

–                       Salve, Maestro.

Jesús se mantiene a la expectativa…

Claudia, después de saludarlo, le dice:

–                       Maestro, fueron a ver a Poncio algunos… No quiero hablar mucho. Pero porque te admiro te digo, como habría dicho a Sócrates, si hubiese vivido en sus tiempos o a cualquier otro hombre virtuoso a quién injustamente se le persigue: No puedo hacer mucho, pero lo que puedo, lo haré.

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Y mientras tanto, escribiré a donde puedo, para tenerte seguro y además… Potente.

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Tantos que no lo merecen viven en tronos y en altos lugares…

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Jesús declara:

–                       Domina, no te he pedido ni honores, ni protección. Que el verdadero Dios te pague tu buen corazón… Da tus honores y tu protección a quién los desea como algo digno. Yo no los deseo.

Claudia sonríe llena de alegría y exclama:

–                       ¡Ah! ¡Esto era lo que quería! ¡Eres en verdad el Justo que he presentido! Y los otros… ¡Tus indignos calumniadores! Fueron a vernos y…

–                       No es necesario que hables, Domina. Lo sé.

–                       ¿Sabes también que se dice que por tus pecados has perdido tu poder y por eso vives aquí como desterrado?

–                       También lo sé. Y sé que a esto le diste más crédito que a lo primero. Porque tú inteligencia pagana puede discernir la grandeza o bajeza a que puede llegar un hombre. Pero no puedes comprender todavía la grandeza del espíritu.

Estás… desilusionada de tus dioses que en tu religión siempre están peleando y apenas si tienen poder alguno, sujeto a caprichos mutuos. Y crees que así es el Dios Verdadero.

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Pero no. Soy el Mismo que cuando me viste por primera vez curar a un leproso. Y sigo siendo el mismo. Y lo seré, aun cuando parezca que todo se ha acabado… –Jesús señala al negro grande y pregunta-  ¿No es aquel tu esclavo mudo?

–                       Sí, Maestro.

–                       Dile que venga.

Claudia lo llama con la mano y le grita:

–                       ¡Ven!

Y el hombre se acerca. Se postra en el suelo, entre Jesús y su patrona. Su corazón de esclavo no se atreve a venerar a Jesús como quisiera, por miedo a que su patrona lo castigue. No obstante, mirando con ojos suplicantes a Claudia; vuelve a hacer lo que hizo en Cesárea: toma el pie desnudo de Jesús entre sus manos negras y poniendo su cara contra el suelo, se pone el pie sobre la cabeza.

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Jesús dice:

–                       Escucha Domina, ¿Qué cosa crees que sea más fácil? ¿Conquistar por sí mismo un reino o hacer renacer una parte del cuerpo que no existe?

Claudia contesta:

–                       Un reino, Maestro. La fortuna ayuda a los audaces. Pero nadie fuera de Ti, puede hacer que vuelva a la vida un muerto o que vea, al ciego.

–                       ¿Y por qué?

–                       Porque… Porque solo Dios puede hacerlo.

–                       ¿Entonces para ti Soy Dios?

Claudia lo mira y se ruboriza…

Pero contesta decidida:

–                       Sí. O por lo menos, Dios está contigo…

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–                       ¿Puede Dios estar con un perverso? Hablo del Dios Verdadero. No de vuestros ídolos que son ficción que se forja, el que ignora lo que es la Verdad. Y fantasmas que se crean para apagar la sed de su alma…

–                       No… diría yo. No podría estarlo. Nuestros mismos sacerdotes pierden su fuerza cuando están en culpa.

–                       ¿Qué poder?

–                       De leer en los signos del cielo y en las respuestas de las víctimas. En el vuelo de las aves, en su canto… ¿Sabes?… Los augures, los arúspices…

–                       Lo sé. Lo sé. Mira…

Jesús se vuelve al esclavo y le dice:

–                       Tú, levanta la cabeza. Abre la boca de la que hombres crueles te privaron de un don de Dios. Y por voluntad del Dios Verdadero, Único, Creador de cuerpos perfectos, vuelve a tener lo que te arrancaron.

Jesús mete su dedo blanco en la boca del mudo…

La liberta Álbula Domitila, curiosa se acerca…

Claudia se inclina a ver.

Pasan algunos minutos y el esclavo comienza a llorar…

Jesús saca su dedo y dice:

–                       Habla y úsala para alabar al Dios Verdadero.

E inmediatamente, ronco como el ruido de una trompeta, el hombre que hasta ahora había estado mudo…

Grita:

–                       ¡Jesús!

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cae en tierra llorando de alegría y lamiendo realmente los pies de Jesús, como lo haría un perro agradecido.

Jesús mira a Claudia y le pregunta:

–                       ¿He perdido mi poder, Domina?…  A quién insinúe esto, dale esta respuesta.

Claudia está con la boca abierta por el asombro más absoluto…

Jesús dice al esclavo:

–                       Levántate. Sé bueno pensando en lo mucho que te he amado. Desde aquel día en Cesárea te he traído en mi corazón y contigo a todos tus iguales. Se os considera mercancía inferior a los animales, cuando sois hombres iguales a César por el nacimiento y tal vez mejores, por el corazón…   -Jesús se vuelve a Claudia-   Puedes irte Domina. No hay nada más que hablar…

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Claudia objeta.

–                       Sí. Hay algo más. Que yo había dudado… Que con dolor casi estaba a punto de creer lo que se decía de Ti. Y no solo yo. Fuera de Valeria que sigue constante en su modo de pensar; perdónanos a todas las demás. Y también te regalo a éste que de nada me sirve ahora que habla. Y esta bolsa de dinero…

–                       No.

La voz de Claudia está llena de angustia:

–                       ¡Entonces no me has perdonado!

Jesús dice con amor:

–                       Perdono aún a los de mi pueblo, que son dos veces culpables por no reconocer lo que Soy.  ¿Y no iba a perdonaros a vosotros que carecéis de todo conocimiento divino? Bueno… Dije que no aceptaba ni el dinero, ni a éste. Ahora acepto el dinero- Jesús extiende la mano y toma la bolsa que Claudia le ofrece. Y agrega-  Para que éste sea libre, para que vaya a su patria a decir que está en la tierra El que ama a todos los hombres. Y que más los ama, cuantos más infelices los ve.

Luego mirando a Claudia dice:

–                       Ten tu bolsa.

Claudia rehúsa:

–                       No, Maestro. Es tuya. Este queda libre. Es mío. Te lo doy. Tú lo libertas. No hay necesidad de dinero.

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–                       Entonces…  -Jesús pregunta al hombre- ¿Cómo te llamas?

El hombre contesta:

–                       Por burla me llamaban Calixto. Pero cuando fui aprehendido…

–                       No importa. Sigue con el mismo nombre. ¡Y haz que sea realidad al hacer bellísimo tu espíritu! Vete y sé feliz, porque Dios te ha salvado.

¡Irse!… El negro no se cansa de besar y de repetir:

–                       ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

Calixto nuevamente se pone el pie sobre su cabeza diciendo:

–                       Tú eres mi único patrón.

Jesús objeta:

–                       No. Yo. Yo soy tu verdadero Padre.

Jesús lo envuelve con una mirada de amor infinito.

Luego dice a Claudia:

–                       Domina, procura que regrese a su patria. Emplea el dinero y lo demás, que se le dé a él. Adiós domina y no des oído a las voces de las tinieblas. Sé justa. Trata de conocerme. Adiós Calixto. Adiós Domina.

Jesús, de un solo brinco, pasa el arroyo por la parte contraria a donde está la litera. Y se mete entre los sauces y el cañaveral.

Claudia llama a los portadores y sube pensativa.

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Pero si ella guarda silencio; la liberta y el esclavo hablan por diez. Y hasta los mismos legionarios pierden su férrea disciplina, ante el prodigio de una lengua que ha renacido.

Claudia está demasiado pensativa, para ordenar silencio. Recostada en la litera se queda absorta… Ni siquiera se da cuenta de que la liberta no está con ella, sino que se ha puesto a hablar con los portadores…

Y Calixto con los legionarios, relatándoles lo sucedido. ¡Es demasiado grande la emoción, para guardar silencio!…

Regresan al cruce de Bethel y Rama. La  litera deja Efraím, para reunirse al resto del cortejo…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA