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32.- UNA BODA INESPERADA

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Marco Aurelio escuchó al anciano Pontífice, hablar de Jesús y de su Doctrina.

Y lo que escuchó lo cautivó y lo dejó reflexionando… Y aumentó su atracción por Aquel Dios Desconocido que empieza a descubrir…

A partir de aquel día, Alexandra se acercó con menos frecuencia al lecho del enfermo. Y no volvió a hacerlo sola. Pero observaba que él la seguía con la mirada suplicante y vivía pendiente de cada gesto y palabra suya, cual si fuera un favor inestimable.

Vio que sufría y no osaba quejarse por temor de alejarla de su lado. Que para él, solo ella era la felicidad y la salud.

Y ella se siente atraída con los encantos secretos que el amor inspira y que Marco Aurelio ejerce cada vez  con más fuerza sobre ella.

Y conforme pasan los días y se acerca a su lecho, ve irradiar en el rostro de él la misma alegría y el gozo que a ella la invaden.

Un día notó en sus ojos, huellas de que había llorado y sintió el deseo de enjugar sus lágrimas con sus besos.

Él se ha vuelto tan sufrido, como si hubiera hecho voto de paciencia. También ve sus esfuerzos para no hacer nada que a ella le desagrade y  por esto ella se siente grandemente amada.

Y el sentirse objeto de tanta adoración, la hace sentirse a la vez dichosa y culpable.

El joven patricio le había escrito una carta a Petronio y la contestación fue ésta:

Tito Petronio     a     Marco Aurelio Petronio.

Salve.

Por favor carísimo. Puesto que te encuentras herido y según dices te están pasando cosas estupendas. (Aunque no especificas cuales) Tu laconismo no necesita explicación. Ya me contarás cuando regrese y nos veamos otra vez.

No podía creerlo cuando leí que ese gigante parto había matado a Atlante con tanta facilidad. Ese hombre vale lo que pesa en oro y solo de él depende el llegar a ser un favorito del César. Pregúntale si es una excepción o si existen más hombres como él, en su país. Sería grandioso contar con él en los juegos públicos.

Agradece a todos los dioses, el que hayas salido vivo de tales manos. Te has salvado ciertamente porque eres patricio e hijo de un cónsul. No das muchos detalles de tu convivencia con los cristianos y del tratamiento que te han dado. A pesar de lo que dices percibo tu estado de inquietud y melancolía y  sé que todo es por Alexandra.

Lo interpreto por el laconismo de tu carta. Explícate, porque hay en ella tantos enigmas; que siendo totalmente sincero, tengo que confesarte que no entiendo a los cristianos, ni a Alexandra. Y tampoco te entiendo a ti.

Y no te sorprenda que me intereses tanto. Es que yo intervine en este asunto tuyo, me siento responsable de tu situación y por eso lo considero asunto mío.

Pasando a otro asunto, quiero hacerte partícipe de mi alegría…

Haloto me ofreció por Aurora siete caballos ganadores. ¡Y los rechacé!… ¿Puedes creerlo?  Gracias también a ti, porque te negaste a tomarla.

Porque ahora yo estoy saboreando las delicias del verdadero amor y me siento muy feliz.

Contéstame pronto, pues no sé cuándo vuelva a verte. En la cabeza de Barba de Bronce, los proyectos cambian como los vientos de otoño.

En la actualidad, mientras continuamos en Benevento, desea irse directamente hasta Grecia, sin volver antes a Roma. Tigelino le aconseja que haga una visita a la ciudad, aunque sea por poco tiempo, ya que el pueblo anhelante por su persona, (léase pan y juegos) puede sublevarse si Nerón prolonga su ausencia.

Así que no puedo decirte con certeza, que es lo que va a suceder.

Considera sin embargo si no sería preferible para ti, en lugar de permanecer en Roma, una temporada de reposo en tus propiedades de Sicilia. Lo único que te deseo es que recuperes pronto tu salud porque ¡Por Zeus! Ya no sé ni siquiera que es lo que debo desear en obsequio tuyo. Adiós.

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Cuando Marco Aurelio recibió esta carta, pensó en no contestarla. Pero luego decidió posponer la contestación, solo un tiempo más.

Ha cambiado mucho. En sus conversaciones con Mauro, Isabel y Lautaro, hay menos orgullo. Está haciendo su efecto lo que escucha en las reuniones que hay dos veces a la semana y que llegan hasta su ventana.

También se aficionó a Bernabé, con quién suele conversar horas enteras, porque en sus conversaciones puede mezclar el nombre de Alexandra y atesora con ansia todas las anécdotas del gigantesco parto.

La vida en la casita es una rutina familiar. La hermana de Alexandra, Margarita es la confidente de la joven y la ha seguido a su ‘destierro’ particular.

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Margarita también es gentil con el herido, pero se porta muy reservada y distante y Marco Aurelio lo atribuye a que está sufriendo las consecuencias de su arrebato por Alexandra.

Él no sabe que la joven es una virgen consagrada de la Iglesia Cristiana y por eso su reserva es tan extrema.

Pero un día que lo atendió en lugar de Alexandra, pudo observar con detenimiento su extraordinaria belleza y comprendió lo que Bernabé le platicara el día anterior: las dos heredaron la hermosura de su madre.

Por lo que le parece completamente incomprensible, es que siendo mayor que Alexandra, no haya conquistado el amor de un hombre y no esté casada todavía, pues si él no hubiera conocido primero a la joven que le robó el corazón, seguramente se hubiera enamorado de esta joven tan bella como misteriosa…

Por las tardes, cuando terminan las labores domésticas suelen sentarse juntas a hilar, tejer o escuchar música, mientras otra persona lee partes del Evangelio y toda la familia las reflexiona en oración comunitaria.

Santiago, el hermanito menor de David, juega mucho con un vecinito romano que se llama Fabio y junto con otros chiquillos forman la algarabía del patio.

Marco Aurelio disfruta mucho la armonía y la convivencia con casi todos los miembros de la casa. Sin embargo, a David no lo soporta y disimula la aversión que el joven le inspira.

Y la razón es que está terriblemente celoso por el amor con que Alexandra le trata.

En una ocasión David, estuvo cortando duraznos de uno de los árboles del huerto y también cortó un hermoso racimo de uvas de la vid que da sombra en una de las terrazas y envió a Fabio con el delicioso obsequio para que las entregara a Alexandra.

Y al oír que ella le daba las gracias, se puso pálido.

Y entonces Marco Aurelio habló como todo un descendiente de los Quirites, (nobles romanos) para quién todo extranjero es poco menos que un gusano.

Y en cuanto David se retiró, exclamó enojado:

–           ¡Alexandra! ¡Cómo puedes permitir que ese muchacho te haga obsequios! ¿Ignoras acaso que los griegos llaman a la gente de su nación, perros judíos?

Ella lo miró asombrada por semejante estallido y contestó:

–           Yo no sé cómo los llaman los griegos. Sólo sé que es cristiano y por lo tanto, hermano mío.

Marco Aurelio se quedó mudo, luego se dominó y le suplicó anhelante:

–           Perdóname Alexandra. Para mí tú eres una reina y… yo no… -y volvió el rostro, para que ella no lo viese llorar.

Cuando regresó David, le trató con amabilidad. Y a partir de ese momento se convirtió en su amigo.

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Alexandra comprende el considerable esfuerzo que le cuestan estas victorias sobre sí mismo. Y por eso, ella le ama siempre más.

Mientras tanto Marco Aurelio reflexiona y se maravilla en el poder sobrenatural de esa Religión que tiene la virtud de cambiar radicalmente a los hombres. Comprende que hay algo extraordinario en ella, algo que no había sido conocido antes en la Tierra.

Su convivencia entre los cristianos, le ha convencido que es precisamente esta Religión, la que adorna a Alexandra con esa belleza excepcional e inexplicable que en él despertara junto al amor, el respeto. Junto al deseo, el homenaje. Alexandra se ha convertido en un ser único sobre la tierra.

Y con todo lo que le está pasando se siente inclinado a amar a Cristo. Tiene que inclinar la cabeza ante ese Dios que no comprende. Está dispuesto a sometérsele, porque algo se ha despertado en su alma… Y también es el Dios de Alexandra.

La joven observa la evolución que se opera en el alma de Marco Aurelio. Ve la lucha que sostiene consigo mismo, su mortificación, sus dudas. Y cada vez nota más el silencioso respeto que él muestra hacia Cristo. Y ello hace que su corazón se incline hacia él, con una fuerza arrolladora.

En una atracción casi imposible de resistir, hasta que…

san-pedro-apostol- Un día que Pedro llegó de visita, Marco Aurelio le llamó y le dijo:

–           Vivo asediado por la pena y el sufrimiento. Antes de conoceros me hubiera apoderado de ella y la hubiera retenido por la fuerza. Pero vuestra virtud y vuestra Religión han efectuado un cambio dentro de mí, que me apartan de la violencia.

Yo mismo no entiendo por qué me pasa esto y a vos, que al presente hacéis las veces de padre para Alexandra, os digo: si ella me acepta, dádmela por esposa y os juro que no tan solo no le he de prohibir que confiese a Cristo; sino que yo mismo anhelo iniciarme en los misterios de vuestra religión y os pido: ‘¡Dadme la Luz!’. 

Conozco todos los obstáculos, pero yo la amo más que a mi vida y no quiero perderla. Quiero amar lo que ella ama y que nuestra familia sea una familia cristiana. Porque quiero a vuestro Dios, para que sea también el mío. Disipad mis tinieblas. Ved que soy sincero.

Los hombres han dicho: ‘Grecia creó la sabiduría y la belleza. Roma creó el poder y la fuerza…’ ¿Y vosotros los cristianos, qué es lo que traéis? Os pido que reveléis los misterios que necesito conocer. Ilumíname lo que hay detrás de vuestras puertas, ¡Abrídmelas!…

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Pedro, cuyo corazón se conmovió ante aquella alma doliente que como ave enjaulada pugna por abrirse paso en demanda de libertad.

Extendió la mano sobre Marco Aurelio, tocándolo sobre la cabeza y dijo:

–           Traemos el Amor. ¡Tocad y se os abrirá! La gracia de Dios descienda sobre ti. La Sangre de Jesús lave tus pecados. Yo te Bendigo en Nombre del Redentor.

Hizo el signo de la cruz sobre él. Y aquel descendiente de los Quirites tomó la mano del anciano Galileo y la llevó a sus labios, lleno de gratitud y de reverencia…

Pedro se sintió complacido al ver aquella alma que es tierra propicia para la semilla divina y  en su red de pescador lo ingresa como una nueva conquista para Cristo.

Y los presentes regocijados ante aquella inesperada escena, exclamaron al unísono:

–           ¡Gloria al Altísimo!

Alexandra está atónita.

Marco Aurelio tiene su rostro radiante de alegría y le dijo desde su lecho:

–           Alexandra¿Quieres ser mi esposa, la reina de nuestro hogar? ¿Quieres ayudarme a conocer y amar al Dios tuyo, el que desde hoy será también mío y de nuestros hijos? ¿Me amas como yo te amo?

Ella comenzó a llorar de alegría y sus labios temblorosos no pueden pronunciar palabra. Está totalmente anonadada.

El apóstol la incitó:

–           Hija mía, ¿No le vas a contestar?

La joven se arrodilló delante de Pedro.

Y dijo con voz llena de humildad, sumisión y turbación:

–           Sí. Le amo. Y sí. Quiero ser su esposa.

Marco Aurelio dijo:

–           Mientras acabo de sanar, quiero instruirme para ser Bautizado. Luego haremos la boda según las leyes romanas. Y ante el mundo entero, también serás mi esposa. Te juro que te seré fiel, te amaré y te respetaré. Y desde hoy eres dueña de mi vida y de todo lo que me pertenece. – y tomando la mano de Alexandra, la llevó a sus labios, mientras la miraba con adoración…

Alexandra, temblando de felicidad, le contestó:

           También yo te juro serte fiel. Amarte y respetarte todos los días de mi vida. Y mi ser te pertenece, amadísimo esposo mío.

Entonces Pedro tomó la mano de Alexandra y la puso en la de Marco Aurelio.

Y colocando sus manos en la cabeza de ambos jóvenes, declaró:

–           Amaos en el Señor y para su Gloria. Yo los declaro unidos en matrimonio: Esposo y Esposa. Y que no separe el hombre lo que Dios acaba de unir. Os Bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y Bendigo los hijos que daréis a Dios con vuestro santo amor.

Los dos jóvenes se miraron llenos de felicidad.

Alexandra se inclinó sobre el lecho, para darle un dulce beso en los labios. Y se sentó a su lado, apretando la fuerte mano masculina entre las suyas…

Los demás los llenaron de parabienes y bendiciones.

Y Pedro comenzó a narrar como Jesús hizo su primer milagro en las Bodas de Caná…

Desde ese día, Marco Aurelio se unió a aquellas reuniones donde fue conociendo a Jesús, el Dios-Hombre que le acaba de entregar el regalo más precioso que él anhelara tanto: el amor de Alexandra, Bendecido por Él.

Al despedirse, Pedro les dijo que les enviaría un evangelizador para darles la instrucción necesaria, pues los tiempos son sumamente graves…

Al día siguiente…

En la Puerta del Cielo, Mauro camina alegremente por el largo pórtico que conduce a los salones donde son instruidos los catecúmenos.

Se encuentra con su colega y amigo Lucano, el compañero en los viajes de Pablo de Tarso.

El médico evangelista y escritor, le saluda:

–           La Paz sea contigo, Mauro. ¡Qué alegría verte por aquí!

Mauro contesta sonriente:

–           Y también contigo, caro hermano mío. Terminé de dar algunos temas y voy de regreso a Roma. Allá también tengo ministerio.

–           ¿Ya no ejerces la medicina?

–           Entre los pacientes y las evangelizaciones, transcurre mi vida. ¿Y tú qué haces querido Lucas?

–           Estamos iguales. Yo estoy aquí colaborando con Pablo. Aunque le dedico más tiempo a la Palabra, ejerzo poco la medicina. Ahora estoy escribiendo. ¿Qué tema vas a dar?

–           Voy a hablar del Perdón…

–           ¡Apasionante y bellísimo! Yo voy a hablar del Octavo Sacramento.

–           ¡Somos bienaventurados! SER APÓSTOLES ES EL PRIVILEGIO MÁS GRANDE que puede darnos nuestro Señor. Sólo dime cual no es apasionante…

Y los dos se despiden y caminan en direcciones opuestas…

Mientras tanto, en la casa donde está Marco Aurelio, éste se decidió a contestar la carta de Petronio…

Marco Aurelio Petronio   a   Tito Petronio.

Salve.

Es tu deseo que te escriba lo más minucioso posible: convenido. No puedo asegurarte empero que sea con más claridad, ni que puedas entenderme. Porque yo mismo aún no sé cómo explicarlo.

Te describí mi permanencia entre los cristianos y la forma en que tratan a sus enemigos, entre los cuales tenían derecho de contarnos, tanto a Prócoro como a mí. Te conté la bondad con la que me han tratado y cómo me han atendido.

No, mi carísimo. No me respetaron porque yo fuera hijo de un cónsul. Esas consideraciones carecen de peso entre ellos, puesto que perdonaron a Prócoro a quién insté a que lo enterraran en el jardín. Son personas excepcionales, como el mundo no ha conocido hasta hoy.

Y del mismo modo sus enseñanzas son tan extraordinarias como ellos. Te aseguro que si yo me encontrara en mi casa postrado en el lecho, con un brazo y las costillas rotas atendido por los míos, aun cuando fuesen miembros de mi propia familia; por supuesto hubiera disfrutado de mayores comodidades. Pero no me hubieran hecho objeto ni siquiera de la mitad de los cuidados que ellos me han prodigado.

Y entérate también de esto: Alexandra es como todos los demás. Si hubiera sido mi hermana o mi esposa, no podría haberme atendido con mayor afecto. Y ¿Puedes creerlo?

En medio de estas personas sencillas, habitantes de este pobre aposento, que es a la vez cocina y triclinium, en donde también se encuentra el lecho donde postrado te escribo, soy  el hombre más feliz del mundo. Más que en ninguna otra época de mi vida.enamorados

Le ofrecí a Alexandra regresarla a la casa de Publio y ella me declaró que en la actualidad, eso es imposible, porque Publio y Fabiola se irán a Sicilia y porque de regresar ella a su hogar, esa noticia tarde o temprano llegaría hasta el Palatino.

Y entonces César podría arrancarla nuevamente de la familia Quintiliano. Pero Alexandra sabe que yo no volveré a perseguirla. Que he dejado atrás las medidas de violencia, que soy incapaz de renunciar a su amor o de vivir sin ella. Voy a llevarla a mi casa bajo el arco de guirnaldas que adornará la puerta. Y sentarla en mi hogar como reina, ama y señora, al convertirla en mi esposa.

Ella ya aceptó. Así que ahora es tu sobrina. En cuanto a los cristianos, aman a sus semejantes… Pero abominan nuestros dioses, nuestra manera de vivir, nuestros crímenes y nuestra corrupta sociedad. Todavía ignoro muchas cosas, pero estoy aprendiendo.

Lo único que sé con precisión, es que donde comienza esta religión, concluye el poder de Roma… Nuestro sistema de vida y la distinción entre conquistadores y conquistados, entre ricos y pobres, señores y esclavos. Concluye el gobierno, el César, la ley y el orden del mundo. Concluye también la muerte.

Y por sobre todo esto, surge la figura de Cristo lleno de una Misericordia jamás conocida y de una Bondad tan infinita, que contrasta con los instintos del hombre y con nuestros propios romanos instintos.

Y para mí, Alexandra vale más que Roma y todo su señorío. Tú sabes cuánto la amo y que no hay nada que yo no haga por su amor. Pues bien, quiero que sepas que soy augustano y de noble descendencia; pero eso no me impide ser también cristiano.

Cuando aprenda más sobre mi nueva religión, te lo comunicaré. ¡Ah! Y por cierto: tú serás el padrino de nuestras nupcias romanas. Cuídate mucho. Adiós.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONÓCELA