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58.- RECHAZO Y CONDENA

Es una llanura sobre la que el sol cae y caldea el trigo maduro. Se aspira el olor de las mieses. El olor del verano. El día es caluroso, no se ve a nadie por los campos. En los dos extremos del camino; en uno hay un poblado y en el otro, una hacienda.

Todos avanzan en silencio, acalorados. Se han quitado los mantos, pero sufren con sus vestidos de lana, aunque sea ligera. Sólo Jesús, sus dos primos e Iscariote, traen vestidos de lino.

Llegan a un grupo de árboles que hay en un cruce de caminos; se detienen a la sombra y beben de sus botijas.

Judas está sediento, acalorado, cansado y hambriento… Pero esta vez no se ha quejado… Muy pensativo, bebe su agua tibia…

Pedro refunfuña:

–                     Está caliente como si la hubiera quitado del fuego.

Bartolomé suspira:

–                     Si hubiera por lo menos un arroyo. ¡Pero nada! ¡No hay nada!

Santiago de Zebedeo se queja:

–                     Creo que sería mejor la montaña.

El corazón de Pedro se va a su lago y suspira:

–                     ¡Ah! Mejor es la barca. Tranquila y limpia.

Jesús dice para darles ánimo:

–                     Todos tenéis razón. Pero los pecadores están tanto en la montaña como en la llanura. Si no nos hubieran arrojado de Aguas Hermosas y perseguido hasta donde pudieron, habría venido aquí entre Tebet y Scebat.

Pero dentro de poco llegaremos a la costa. El aire está templado con el viento del mar abierto.

Pedro pregunta:

–                     ¡Eh! Que si hace falta. Aquí parecemos pescados agonizantes. Pero… ¿Cómo logran estar tan hermosas las espigas de trigo, sin agua?

Jesús explica:

–                     Hay aguas subterráneas. Mantienen el suelo húmedo.

Con su humor impetuoso, Pedro responde:

–                     Sería mejor que estuviesen arriba. ¿De qué me sirven que estén abajo? ¡Yo no soy raíz!

Todos sueltan la carcajada. Y cuando cesan las risas…

Tadeo dice con seriedad:

–                     El suelo es egoísta como los corazones. E igual de seco. Si nos hubiesen recibido en aquel poblado, hubiésemos pasado el sábado. Hubiese habido sombra, agua reposo. Pero nos arrojaron…

Tomás señala el poblado que han dejado atrás y dice:

–                     Hubiéramos tenido también comida. Pero ni siquiera eso. Tengo hambre… Si tan solo hubiese frutas. Éstas, si las hay, están cerca de las casas.

Judas replica:

Y ¿Quién va? Si éstos piensan igual que los de allá. ¿Cómo crees que nos recibirán?

Zelote dice:

–                     Toma mi comida. Yo no tengo mucha hambre.

Jesús apoya:

–                     Toma también la mía. – y agrega- Quién sienta tener más hambre que coma…

Juntan las provisiones de Jesús, Zelote y Nathanael. Son tan poquitas… Lo dicen los ojos espantados de Tomás y de los jóvenes…

Pero se callan, mordisqueando las microscópicas partes.

Zelote encuentra un hilito de agua, en el fondo de un arenal, al que se ha guiado por un montón de hierba y llama a sus compañeros.

Todos van y se refrescan los pies polvorientos. Se lavan la cara sudada y llenan las botijas vacías. Luego las dejan donde hay sombra para que se conserven frescas. Se sientan al pie de un árbol y cansados, se quedan dormidos.

Jesús los mira con amor y compasión. Mueve la cabeza…

Zelote, que había ido a beber agua otra vez, lo descubre y le pregunta:

–                     ¿Qué te pasa, Maestro?

Jesús se levanta, le pone un brazo sobre la espalda y lo lleva a un árbol que está más lejos.

Le dice:

–                     ¿Qué tengo? Me aflijo por vuestro cansancio. Si no supiese lo que estoy haciendo de vosotros; no me permitiría jamás, causaros tantas molestias.

Simón objeta:

–                     ¿Molestias? No, Maestro. ¡Es nuestra alegría! Todo desaparece al venir contigo. Todos somos felices, créelo. Ninguno se lamenta, ni…

–                     Calla, Simón. Lo humano da gritos, aún en los buenos… Y humanamente hablando no os equivocáis al gritar. Os he arrancado de vuestras casas, familias e intereses. Y vinisteis pensando que significaría otra cosa el seguirme.

Vuestro grito interno de ahora, un día se calmará y entonces entenderéis que fue una cosa hermosa, haber venido entre neblinas y fango, entre polvo y canículas; perseguidos, sedientos, cansados, hambrientos; detrás del Maestro perseguido, odiado, calumniado… y más.

Todavía falta más. Entonces todo os parecerá hermoso, porque vuestro pensamiento será diferente y todo lo veréis bajo otra luz. Y me bendeciréis por haberos conducido por mis caminos tan difíciles…

–                     Estás triste, Maestro. El mundo justifica tu tristeza, pero no nosotros. Todos estamos contentos…

–                     ¿Todos? ¿Estás seguro?

–                     ¿Piensas Tú de otro modo?

–                     Sí, Simón. De otro  modo. Tú siempre estás contento. Tú has entendido… Otros muchos, no. ¿Ves a esos que están durmiendo? ¿Puedes imaginar, cuántos pensamientos envuelven aún el sueño?… ¿Y todos los que están entre los discípulos? ¿Crees que serán felices hasta que todo se cumpla?

Mira, juguemos a esto que ciertamente tú hiciste cuando eras pequeño…

Y Jesús toma un Diente de León ya florecido que sobresale de entre las hierbas y lo lleva con cuidado a la boca. Sopla y la flor se disuelve en minúsculos paraguas que se van por el aire…

Y continúa:

–                     Simón, así sucederá con mis discípulos… Se disgregarán detrás de una vana hermosura mentirosa porque así serán… Algunos por inquietud, otros por inconstancia, quién por torpeza, quién por orgullo… Uno por ligereza, otro por apetito de fango, uno más por miedo, otros por demasiada simplicidad, otros por pereza… y se irán. ¿Crees que todos los que ahora me dicen ‘voy contigo’ los encontraré a mi lado en la hora decisiva de mi misión?

Eran más de setenta los penachitos del diente de León que el Padre me creó…

Y ahora sobre mis piernas han quedado siete, porque los demás se fueron en esa onda de viento que arrastró a los tallitos más ligeros.

Así sucederá… y pienso en las luchas que deberéis sostener por serme fieles… ven, Simón. Vamos a ver aquellas libélulas, que hacen sus danzas sobre el agua. A no ser que quieras descansar.

–                     No, Maestro. Tus palabras me han llenado de tristeza.

Simón va con Él y después de un rato, dice:

–                     Maestro… ¿Qué piensas de Judas? El año pasado lloraste conmigo por su causa. Después… no sé… debo confesarte que no logro amar a Judas.

Él es quién rechaza mi deseo de amarlo. No quiero decir que me desprecie, no. Al contrario, es más cortés con el viejo Zelote que le adivina más fácilmente, pues conoce a los hombres mejor que los demás. ¿Te parece sincero? ¡Dímelo!…

Jesús guarda silencio…

Por un momento pareciera estar como fascinado con dos libélulas que posadas sobre la superficie del agua del pequeño estanque, forman un pequeño arco iris con sus  élitros iridiscentes; que a su vez atraen a un mosquito que cae muerto al contacto del élitro de la libélula, que al mismo tiempo es atrapada por una rana que saltando, se la atraganta.

Jesús se incorpora, después de ver los pequeños dramas de la naturaleza…

Y dice:

–                     Así es…  La libélula tiene sus robustas mandíbulas para alimentarse de hierbas y sus robustas alas para matar los mosquitos. Y la rana tiene una garganta ancha para tragar, libélulas. Cada uno tiene su modo de ser y lo emplea… Vamos Simón. Los otros ya despertaron.

–                     No me has respondido, Señor. ¿No quieres hacerlo?

–                     ¡Te he dado la respuesta! Viejo sapiente mío. Medita y darás con ella.

Zelote suspira…

Y los dos vuelven a subir por el arenal, a reunirse con los demás.

Reemprenden la caminata y Jesús dice señalando a lo lejos:

–                     Es necesario llegar hasta aquella casa.

Cuando llegan, piden pan y alivio. Son rechazados bruscamente.

Los discípulos hambrientos y cansados avanzan hasta un campo lleno de espigas maduras. Las cortan, las desgranan sobre las palmas de las manos y las comen con gusto.

Pedro grita:

–                     Están sabrosas Maestro… ¿No quieres unas? También voy a guardar unas para ti.

Jesús continúa adelante, seguido por los suyos que vienen desgranando espigas y comiendo alegremente.

Y al llegar a la encrucijada se topan con un grupo de fariseos ceñudos que vienen del poblado de donde los arrojaron.

Jesús los saluda cordial y sonriente:

–                     La paz sea con vosotros.

En lugar de responder el saludo, el más viejo le pregunta arrogante:

–                     ¿Quién eres?

–                     Jesús de Nazareth.

Otro fariseo dice:

–                     ¿Veis que es Él?

El primero vuelve a hablar:

–                     ¡Ah! ¡Así que Tú eres el famoso Jesús de Nazareth! ¿Cómo es posible que te encuentres aquí?

–                     Porque también aquí hay almas que salvar.

–                     Para eso bastamos nosotros. Sabemos salvar las nuestras y las de los que dependen de nosotros.

–                     Si es así. Hacéis bien. Pero Yo he sido enviado para evangelizar y salvar.

Varios dicen al mismo tiempo:

–                     ¡Oh! ¡Mandado!

–                     ¡Mandado!

–                     ¿Y quién nos lo prueba?

El más viejo dice con desprecio:

–                     Ciertamente, ¡No tus obras!

Jesús pregunta:

–                     ¿Por qué hablas así? ¿No te importa tu vida?

–                     ¡Ah! ¡Entendido! Tú eres el que da muerte a los que no te adoran. Entonces vas a matar a toda la clase sacerdotal: a los fariseos, los escribas, saduceos y a todos los demás porque no te adoran, ni jamás te adorarán. ¿No puedes entender? Nosotros los elegidos de Israel jamás te adoraremos y ni siquiera te amaremos.

–                     No os fuerzo a amarme. Os digo: Adorad a Dios porque…

El viejecillo lo interrumpe furioso:

–                     En otras palabras a Ti, porque Eres Dios. ¿No es verdad? Nosotros no somos los piojosos campesinos galileos, ni los estúpidos de Judá que vienen en pos de Ti, olvidando a nuestros rabíes…

Jesús contesta con mansedumbre:

–                     No te inquietes hombre. No pido nada. Cumplo con mi misión. Enseño a amar a Dios y vuelvo a repetir el Decálogo, porque ha sido olvidado y lo peor de todo: se aplica mal.

Quiero dar la vida eterna. No auguro la muerte corporal, ni mucho menos la espiritual. La vida que te pregunté si no tenías interés en perder, es la de tu alma. Porque Yo amo tu alma, aun cuando ella no me ame. Y me duele ver que le matas, con ofender al Señor, despreciando a su Mesías.

Al fariseo parece darle una convulsión de furia; porque se agita violentamente, se descompone rasgando sus vestiduras y se arranca las franjas. Se quita el turbante y se revuelve los cabellos…

Mientras grita:

–                     ¡Oíd! ¡Me dice esto a mí, Jonatás de Uziel, descendiente directo de Simón el Justo. ¡Yo ofender al Señor! No sé qué me detiene para no maldecirte, pero…

Jesús dice tranquilo:

–                     El miedo. ¡Hazlo! No serás convertido en cenizas. A su tiempo lo serás y entonces me llamarás. Pero entre tú y Yo habrá en ese entonces un arroyo purpúreo: Mi Sangre…

–                     ¡Está bien! Pero mientras tanto, Tú que te llamas santo ¿Por qué permites ciertas cosas? Tú que te llamas Maestro, ¿Por qué no instruyes primero a tus discípulos antes que a los demás?…

Míralos detrás de Ti, con el instrumento del pecado en sus manos… ¿Los ves? Han cortado espigas y es Sábado. Han cortado espigas que no son suyas. Han violado el Sábado y han robado.

Pedro responde:

–                     Tenían hambre. Pedimos pan en el poblado a donde llegamos ayer tarde, pedimos alojo y comida y nos arrojaron. Caminamos lo permitido y luego nos detuvimos, cómo lo marca la Ley, a beber agua del río. Cuando llegó el crepúsculo, fuimos a aquella casa y nos despidieron. Ved que teníamos voluntad de obedecer la Ley.

–                     Pero no lo hicisteis. No es lícito hacer en Sábado obras manuales y jamás es lícito tomar lo que es de otros. Yo y mis amigos estamos escandalizados.

Jesús pregunta:

–                     ¿No habéis leído jamás, cómo David tomó los panes sagrados de la proposición, para alimentarse y alimentar a sus compañeros? Los panes sagrados eran de Dios. Estaban en su casa, reservados por orden eterna para los sacerdotes y sin embargo David los tomó y los comió en sábado, él a quién no era lícito comérselos y con todo, no se le imputó como pecado, porque Dios continuó amándolo aun después de esta acción.

¿Cómo puedes llamarnos pecadores, si recogemos del suelo las espigas crecidas que también son de los pájaros y cómo puedes prohibir que se alimenten de ellas, los hombres hijos del padre?

Les pidieron esos panes, no se los tomaron sin haberlos pedido. Y esto cambia de aspecto. Y Dios si se lo imputó como pecado, porque lo castigó duramente…

–                     Pero no por esto. Fue por la lujuria, por el censo, no por…

–                     ¡Oh! ¡Basta! ¡No es lícito! Y… no es lícito. No tenéis derecho de hacerlo y no lo haréis. Largaos. No os queremos en nuestras tierras. Nos os necesitamos y ya no sabemos qué hacer con vosotros.

–                     Está bien. Nos iremos.

–                     ¡Largo!

–                     No os condeno. Os perdono. Pediré al Padre que os perdone; porque quiero misericordia y no castigo. Pero sabed que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Y que el Hijo del hombre es el Señor también del Sábado. Adiós.

Y volviéndose a sus discípulos:

Jesús dice:

–                     Venid. Vamos a buscar un lecho entre la arena que ya está cerca. Tendremos como compañeras las estrellas y nos dará alivio el rocío. Dios que envió el maná a Israel, proveerá a alimentarnos también, porque somos pobres y fieles a Él.

La noche ya baja con sus velos color violeta y encuentran unos nopales. Sobre sus pencas llenas de espinas, hay tunas casi maduras. Espinándose, se dan un dulce banquete, pues la fruta es deliciosa.

Y de esta forma van acercándose a las dunas. De lejos llega el rumor de las olas del mar.

Jesús dice:

–                     Quedémonos aquí. La arena es suave y acogedora. Mañana entraremos en Ascalón.

Y todos cansados se acuestan junto a una alta duna.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA