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378 VIRGEN Y MADRE

378 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

348 Revelación de las transfiguraciones de la Virgen.

Entretanto, han descargado las flores y todas las otras cosas que deben quedarse en Nazaret.

Luego el carro va a su lugar: en alguna de las caballerizas de la ciudad.

La pequeña casa parece una rosalera por las rosas que las discípulas han distribuido

por todas partes.

Pero la planta de Porfiria, que ha sido puesta encima de la mesa,

recoge la más viva admiración de María.

Y dice que la lleven a un lugar apropiado,

según las indicaciones de la mujer de Pedro.

Ciertamente no pueden entrar todos en la minúscula casa,

ni en el huerto, que no es

un latifundio ni una hacienda.

Pero que eso sí,

parece ascender hacia el cielo sereno, hacerse etéreo, por la gran

cantidad de nubes de flores de los árboles de este huerto.

Y Judas de Alfeo, sonriendo,

pregunta a María:

–        ¿Has cortado hoy también la rama para tu ánfora?

Ella contesta feliz:

–        Claro, Judas.

La estaba contemplando cuando habéis llegado…

Jesús dice:

–       Y soñando de nuevo, Mamá, tu vasto misterio.

Ciñéndola con su brazo izquierdo y arrimándola contra su pecho.

María levanta su rostro ruborizado,

y suspira diciendo:

–        Sí, Hijo mío…

Y también el primer latido de tu corazón en mí…

Jesús dice

–        Que se queden las discípulas,

los apóstoles, Margziam, los discípulos pastores,

el sacerdote Juan, Esteban, Hermas y Mannahém.

Los demás que se dispersen en busca de alojamiento…

Simón de Alfeo grita desde la puerta:

–        Muchos pueden alojarse en mi casa…

Donde está retenido, porque ya no cabe.

Agregando:

–        Soy condiscípulo de ellos y los reclamo.

Jesús dice efusivo:

–        ¡Hermano, acércate para que te pueda besar.

Mientras Alfeo de Sara, Ismael y Aser, los dos discípulos ex arrieros de asnos,

de Nazaret, dicen, a su vez:

–        ¡A nuestra casa. ¡Venid, venid!

Los discípulos que no habían sido nombrados se marchan.

Se puede entonces cerrar la puerta…

Para ser abierta de nuevo inmediatamente, por la llegada de María de Alfeo,

que no puede estar lejos aunque se estropee su colada.

Son casi cuarenta personas las que han quedado,

así que se esparcen por el huerto tibio y calmo.

Se distribuyen los alimentos.

Todos, tan contentos como están de consumirlos en la casa del Señor y además

distribuidos por María, los encuentran de un sabor celestial.

Regresa Simón, después de acomodar convenientemente a los discípulos,

y dice:

–        No me has llamado como a los demás, pero soy hermano tuyo

y vengo de todas formas.

Jesús dice:

–        Bien.

Ven, Simón.

He querido que estuvierais aquí para daros a conocer a María.

Muchos de vosotros conocéis a la “madre” María;

algunos a la “esposa” María.

Pero ninguno conoce a la “virgen” María.

Os la quiero dar a conocer en este jardín en flor, al cual vuestro corazón viene, con

el deseo, en los momentos de lejanía forzada, como a un lugar de reposo, durante

las fatigas del apostolado.

He oído lo que decíais, apóstoles, discípulos y parientes;

he oído vuestras impresiones, vuestros recuerdos,

vuestras afirmaciones acerca de mi Madre.

Quiero transfiguraros todo esto, cargado de admiración pero todavía muy humano

en conocimiento sobrenatural

Porque mi Madre, antes de Mí,

debe ser transfigurada ante los ojos de los más

merecedores, para ser mostrada cual Ella es.

Veis a una mujer.

Una mujer que por su santidad os parece distinta de las demás.

Y que veis en realidad como un alma envuelta en la carne,

como la de todas sus hermanas de sexo.

Pero ahora quiero descubriros el alma de mi Madre, su verdadera y eterna belleza.

Ven aquí, Madre mía.

No te ruborices.

No te eches hacia atrás atemorizada, paloma suave de Dios.

Tu Hijo es la Palabra de Dios,

No puede hablar de Ti y de tu misterio, de tus misterios,…

¡Oh sublime Misterio de Dios!

Vamos a sentarnos aquí,

bajo esta sombra ligera de árboles en flor,

junto a la casa, junto a tu habitación santa. ¡Así!

Vamos a descorrer esta cortina ondeante.

Que salgan olas de santidad

y de Paraíso de esta habitación virginal para saturarnos

de Tí a todos…

Sí. A mí también y quede perfumado de ti, Virgen perfecta,

para poder soportar los hedores del mundo,

para, teniendo saturada la pupila de tu Candor,

poder ver candor…

Venid aquí, Margziam, Juan, Esteban y vosotras, discípulas,

poneos bien de frente a la puerta abierta de la morada casta

de la que es Casta entre todas las mujeres.

Y detrás vosotros, amigos míos.

Y aquí, a mi lado, tú, amada Madre mía.

Poco antes os he dicho: “la eterna belleza del alma de mi Madre”.

Soy la Palabra y por ello sé hacer uso de la palabra sin error.

He dicho: eterna, no inmortal.

Y no lo he dicho sin una finalidad.

Inmortal es quien, habiendo nacido, ya no muere.

Así, el alma de los justos es inmortal en el Cielo,

el alma de los pecadores es inmortal en el Infierno;

porque el alma, una vez creada, ya no muere sino a la gracia.

Pero el alma tiene vida, existe desde el momento en que Dios la piensa.

La crea el Pensamiento de Dios.

El alma de mi Madre desde siempre es pensada por Dios.

Por tanto es eterna en su belleza,

en la cual Dios ha vertido todas las perfecciones

para recibir de ella delicia y confortación

Está escrito en el Libro de nuestro antepasado Salomón, que te antevió… 

Y, por tanto, puede ser llamado profeta tuyo:

“Dios me poseyó al principio de sus obras, desde el mismo principio, antes de la

Creación. Ab aeterno fui establecida, al principio,

antes de que fuera hecha la Tierra.

No existían todavía los abismos y yo había sido ya concebida.

No manaban aún las fuentes de las aguas, no habían sido asentadas aún las

montañas sobre su pesada mole y yo ya existía.

Antes de las colinas había sido dada a luz.

Él no había hecho todavía la Tierra, ni los ríos, ni los fundamentos del mundo,

y yo ya existía

Cuando preparaba los cielos y el Cielo, estaba presente

Cuando con ley inviolable cerró debajo de la bóveda el Abismo,

cuando afianzó en lo alto la bóveda celeste

y colgó de ella las fuentes de las aguas,

cuando fijó al mar sus confines y dictó a las aguas la ley de no superarlos,

mientras echaba los cimientos de la Tierra,

yo estaba con Él dando orden a todas las cosas.

En medio de una constante alegría, jugaba en su presencia continuamente.

Jugaba en el orbe”.

¡Sí, oh Madre de la que Dios, el Inmenso, el Sublime, el Virgen, el Increado, estaba

grávido, y te llevaba como al dulcísimo fruto de su seno, exultando al sentirte

agitarte dentro de Él, dándole las sonrisas con las que hizo la Creación!

Tú, a la que dio a luz al dolor para darte al Mundo,

alma suavísima, nacida del Virgen para ser la “Virgen”,

Perfección de la Creación,

Luz del Paraíso, Consejo de Dios, el cual, mirándote, pudo perdonar la Culpa,

porque sólo tú, tú sola,

sabes amar como no sabe hacerlo toda la Humanidad junta.

¡En ti e1 Perdón de Dios!

¡En ti la Medicina de Dios, tú, caricia del Eterno

en la herida infligida por el hombre a Dios!

¡En ti la Salud del mundo,

Madre del Amor encarnado y del Redentor concedido!

¡Oh, el alma de mi Madre!

¡Fundido en el Amor con el Padre, te miraba dentro de Mí,

¡Oh alma de mi Madre!..

Tu esplendor, tu oración, la idea de que tú me llevaras,

eran eterno consuelo de mi

destino de dolor y de experiencias inhumanas, de lo que significa para el Dios

perfectísimo el mundo corrompido.

¡Gracias, Madre!

He venido ya saturado de tus consuelos, he descendido sintiéndote sólo a ti,

tu perfume, tu canto, tu amor…

¡Alegría, alegría mía!

Pero, oíd, vosotros que ahora sabéis que una sola es la mujer en la que no hay

mancha, una sola la Criatura que no cuesta heridas al Redentor,

oíd la segunda transfiguración de María, la Elegida de Dios.

Era una tarde serena de Adar.

Estaban en flor los árboles en el huerto silencioso.

María, desposada con José,

había cogido una rama de árbol florecido para sustituir

a la otra que había en su habitación.

Hacía poco que María había venido a Nazaret,

tomada del Templo para adornar una casa de santos.

Y con el alma tripartita (entre el Templo, la casa y el Cielo),

miraba la rama florecida, pensando que con una parecida a ésa

florecida en modo insólito,

una rama cortada en este huerto en pleno invierno.

y que había echado flores como en primavera delante del Arca del Señor.

Quizás le había dado calor el Sol-Dios radiante en el lugar de su Gloria…

Dios le había expresado su voluntad…

Y pensaba también que el día de la boda José le había llevado otras flores,

aunque no como esa primera, que tenía escrito en sus pétalos ligeros:

“Te quiero unida a José”…

Muchas cosas pensaba…

Y pensando subió a Dios.

Las manos se movían diligentes entre la rueca y el huso.

E hilaban un hilo más delgado que un cabello de su joven cabeza…

El alma tejía un tapiz de amor, yendo diligente, como la lanzadera del telar,

de la tierra al Cielo;

38. Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue. Lucas 1

de las necesidades de la casa, de su esposo

a las del alma, de Dios.

Y cantaba y oraba.

El tapiz se formaba en el místico telar, se desenrollaba desde la tierra al Cielo,

subía para perderse arriba… ¿Formado con qué?

Con los hilos finos, perfectos, fuertes, de sus virtudes;

con el veloz hilo de la lanzadera que Ella creía “suya”

Y sin embargo, era de Dios:

la lanzadera de la Voluntad de Dios en la cual estaba arrollada la voluntad de la

pequeña, grande Virgen de Israel,

la Desconocida para el Mundo, la Conocida para Dios;

su voluntad arrollada,

hecha una con la Voluntad del Señor.

Y el tapiz se adornaba con flores de amor, de pureza,

palmas de paz, de gloria,

con violetas, jazmines…

Todas las virtudes florecían en el tapiz del amor que la Virgen de Dios extendía,

invitante, desde la tierra hasta el Cielo.

Y no bastando el tapiz, lanzaba su corazón cantando:

“Venga mi Amado a su jardín y coma el fruto de sus árboles frutales…

Baje mi Amado a su jardín, a la era de los aromas, a halagarse en los jardines,

a recoger lirios.

¡Yo soy de mi Amado, y mi Amado es mío;

Él, que se halaga entre los lirios!”.

Y, desde lejanías infinitas,

entre torrentes de Luz, venía una Voz cual oído humano

no puede oír, ni garganta humana formar.

Decía: “¡Cuán hermosa eres, amiga mía! ¡Qué hermosa!…

Miel gotean tus labios..

¡Un jardín cerrado eres tú, una fuente sellada, oh hermana, esposa mía!…”

Y las dos voces se unían para cantar la eterna verdad:

“El amor es más fuerte que la muerte.

Nada puede extinguir o ahogar `nuestro’ amor”.

La Virgen se transfiguraba así…, así… así…

Mientras descendía Gabriel y la reclamaba, con su llamear,

a la Tierra; uníale de nuevo el espíritu al cuerpo, para que Ella pudiera oír y

comprender la demanda de Aquel que la había llamado “Hermana”

pero que la quería “Esposa”.

Pues bien, allí tuvo lugar el Misterio…

Y una púdica, la más púdica entre todas las mujeres,

Aquella que ni siquiera conocía el estímulo instintivo de la carne,

se turbó ante el ángel de Dios, porque hasta un ángel turba la humildad

y la verecundia de la Virgen;

Y sólo se calmó oyéndolo hablar…

Y creyó;

Y dijo la palabra por la que el amor “de Ella y Él ” se hizo Carne

Y vencerá a la Muerte.

Y no habrá agua que pueda apagarlo, ni maldad que pueda sumergirlo…

Jesús se inclina dulcemente hacia María, que ha caído a sus pies, casi extática,

al rememorar la lejana hora,

iluminada con una luz especial que parece exhalar del alma.

Y le pregunta quedo:

–        ¡Cuál fue, ¡Purísima!,

tu respuesta a aquel que te aseguraba que viniendo a ser

Madre de Dios no perderías tu perfecta Virginidad

Y María, casi en sueño, lentamente, sonriendo,

con los ojos dilatados por un feliz llanto:

–        ¡He aquí a la Sierva del Señor!

Hágase en mí según su Palabra

Y reclina, adorando, la cabeza en las rodillas de su Hijo.

Jesús la cubre con su manto,

celándola así a los ojos de todos,

y dice:

–        Y se cumplió.

Y se cumplirá hasta el final.

Hasta sus otras transfiguraciones.

Ella será siempre “la Sierva de Dios”.

Hará siempre lo que diga “la Palabra”.

¡Ésta es mi Madre!

Bueno es que empecéis a conocerla en toda su santa Figura…

¡Madre! ¡Madre!

levanta tu cara, Amada…

Llama a tus devotos a esta Tierra en que por ahora estamos…

Dice mientras destapa a María,

después de un rato en que no se ha oído ningún

sonido aparte del zumbido de las abejas

Y el gorgoteo de la fuentecita.

María levanta la cara, cubierta de llanto,

y susurra:

–        ¿Por que me has hecho esto Hijo?

Los secretos del Rey son sagrados…

–         Pero el Rey los puede revelar cuando quiere.

Madre, lo he hecho para que se comprenda lo que dijo un Profeta:

“Una Mujer abarcará al Hombre”, y lo otro del otro Profeta:

“La Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo”.

Y también para que ellos,

que se horrorizan por demasiadas cosas del Verbo de Dios

que consideran humillantes,

tengan como contrapeso otras muchas cosas que los

confirmen en el gozo de ser “míos”.

Así no se volverán a escandalizar.

Y conquistarán así también el Cielo…

Ahora los que tengan que ir a las casas hospitalarias que vayan.

Yo me quedo aquí con las mujeres y Margziam.

Que mañana, al alba, estén aquí todos los hombres;

quiero llevaros a un lugar cercano.

Luego regresaremos para saludar a las discípulas.

Después volveremos a Cafarnaúm.

Y reuniremos a los otros discípulos para enviarlos detrás de ellas…

315 FIN DEL SEGUNDO GRAN VIAJE

315 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús está hablando en la plaza principal de Aera:

“-«…Y no os estoy expresando, como he hecho en otros lugares,

las primeras e indispensables cosas que hay que saber y hacer para salvarse.

Ya las sabéis y muy bien, por obra de Timoneo, sabio arquisinagogo de la Ley antigua,

sapientísimo ahora al renovarla con la Luz de la Ley nueva.

Lo que quiero es poneros en guardia contra un peligro que en el estado de espíritu

en que os encontráis no podéis ver.

Es el peligro de presiones o malignas acusaciones que os desvíen, con la intención de separaros de esta fe que ahora tenéis en Mí.

Os voy a dejar a Timoneo durante un tiempo.

Con otros, os explicará las palabras del Libro a la luz nueva de mi Verdad, que él ha abrazado.

Pero antes de dejaros;

habiendo escrutado vuestros corazones, habiéndolos visto sinceramente amantes, voluntariosos y humildes;

quiero comentar con vosotros un punto del cuarto Libro de los Reyes.

(Corresponde, en la nueva nomenclatura bíblica a 2 Reyes 18, 17-36)

Cuando Ezequías, rey de Judá, sufrió el asalto de Senaquerib,

fueron a él los tres altos personajes del rey enemigo para aterrorizarlo,

con temores de quiebra de alianzas, de potencias que ya lo circundaban.

A las palabras de los poderosos enviados, respondieron Elyaquim, Sebná y Yoaj:

“Habla de forma que el pueblo no comprenda” (para que el pueblo aterrorizado no invocara la paz).

Pero esto es lo que querían los mensajeros de Senaquerib;

así que dijeron con fuerte voz y en perfecto hebreo:

“Que no os seduzca Ezequías…

Concertad con nosotros lo que os conviene y rendíos.

Y todos podrán comer de su vid y de su higuera.

Y podréis beber el agua de vuestras cisternas;

hasta cuando vengamos a llevaros a una tierra como la vuestra, fecunda, rica en vino;

una tierra abundante de pan y uvas, tierra de aceitunas, aceite y miel;

así viviréis y no moriréis…”.

Y está escrito que el pueblo no respondió, porque había recibido la orden del rey de no responder.

Ved. Yo también, por compasión de vuestras almas

asediadas por fuerzas más feroces aún que las de Senaquerib, que podía dañar los cuerpos

mas no lesionar los espíritus…

Mientras que la guerra que os plantea el ejército enemigo capitaneado por el más fiero y cruel

déspota que hay en la Creación, es contra vuestros espíritus,

Yo también he rogado a sus mensajeros, a esos mensajeros suyos que, para perjudicarme a Mí en vosotros,

tratan de aterrorizarnos a Mí y a vosotros con amenazas de tremendos castigos,

les he suplicado diciendo: “Habladme a Mí, pero dejad en paz a las almas que nacen ahora a la Luz.

Meteos conmigo, torturadme a Mí, acusadme a Mí, matadme a Mí;

pero no os ensañéis con estos pequeñuelos de la Luz.

Son débiles todavía.

El cristiano debe tener identidad de realeza con corazón de siervo. Y EL CORAJE DE UN GUERRERO…

Un día serán fuertes, pero ahora son débiles.

No arremetáis contra ellos.

No arremetáis contra la libertad que tienen los espíritus de elegir un camino.

No arremetáis contra el derecho que Dios tiene a llamar a Sí a estos que lo buscan con sencillez y amor”.

¿Pero puede, acaso, uno que odia ceder a las súplicas de la persona odiada?

¿Puede, acaso, uno que es víctima del odio conocer el amor?

No puede.

De aquí que, con mayor dureza aún.

Y cada vez con mayor dureza, vendrán a deciros: “Que no os seduzca el Cristo.

Venid con nosotros y tendréis todos los bienes”.

Y os dirán: “¡Ay de vosotros si le seguís! ¡Seréis perseguidos!”.

Y os urgirán con ficticia bondad: “Salvad vuestras almas. Es un Satanás”.

Muchas cosas os dirán de Mí, muchas, para persuadiros a abandonar la Luz.

Yo os digo: “A los tentadores responded con el silencio”.

Después, cuando descienda la Fuerza del Señor a los corazones de los fieles de .Jesucristo,

Mesías y Salvador, entonces podréis hablar, porque no seréis vosotros;

sino el mismo Espíritu de Dios, el que hablará en vuestros labios.

Y vuestros espíritus serán adultos en la Gracia, fuertes e invencibles en la Fe.

Sed perseverantes. Sólo os pido esto.

Recordad que Dios no puede ceder a los sortilegios de un enemigo suyo.

Que sean vuestros enfermos, aquellos que han recibido confortación y paz en su espíritu,

los que hablen siempre entre vosotros, con su sola presencia, de Quién es el que vino a vosotros

para deciros: “Perseverad en mi amor y en mi doctrina y tendréis el Reino de los Cielos”.

Mis obras hablan más aún que mis palabras.

Y a pesar de que saber creer sin necesidad de pruebas sea perfecta bienaventuranza,

os he permitido ver los prodigios de Dios para el fortalecimiento de vuestra fe.

Responded a vuestro cerebro, tentado por los enemigos de la Luz, con las palabras de vuestro espíritu:

“Creo porque he visto a Dios en sus obras”.

Responded al enemigo con el silencio activo y diligente.

Y con estas dos respuestas caminad en la Luz.

La paz sea siempre con vosotros.

Y los despide. Luego se encamina afuera de la plaza.

Nathanael pregunta:

–        ¿Por qué les has hablado tan poco, Señor?

Timoneo quizás se ha quedado desilusionado.

Jesús responde:

–        No se sentirá desilusionado porque es un justo.

Y comprende que advertir a uno de un peligro, es amarlo con amor más intenso.

Este peligro está muy presente.

Mateo dice:

–        Como siempre, los fariseos, ¿no?

–        Ellos y otros.

Juan pregunta afligido:

–        ¿Estás apesadumbrado, Señor?

–        No.

No más que de costumbre…

–        Sin embargo, estabas más alegre estos días pasados…

–        Será tristeza por no tener ya consigo a los discípulos.

Judas pregunta:

–        Pero, ¿Y  por qué los has despedido?

¿Es que quieres seguir el viaje?

–        No.

Éste es el último lugar.

De aquí se va a casa.

Pero las mujeres no podían continuar con estas condiciones climáticas.

Han hecho mucho.

No deben hacer más.

–        ¿Y Juan?

–        Enfermo.

En una casa amiga como estuviste tú.

Luego Jesús se despide de Timoneo y de otros discípulos que se quedan en la comarca;

a los cuales les hadado órdenes para el futuro, pues no insiste en más consejos.

Están en la puerta de la casa de Timoneo,

porque Jesús ha querido bendecir una vez más a la dueña de la casa.

La gente, respetuosa, lo observa.

Y lo sigue cuando reanuda el camino en dirección al arrabal, a las huertas, a la campiña.

Los más tenaces lo siguen todavía un poco más, en un grupo cada vez más reducido;

hasta ser sólo nueve, luego cinco, luego tres, luego uno…

Este uno también se vuelve para Aera,

Mientras Jesús toma la dirección de occidente, sólo con los doce apóstoles;

pues también Hermasteo se ha quedado, con Timoneo.

Jesús dice:

–        El viaje, el segundo gran viaje apostólico, está cumplido.

Ahora es el regreso a los conocidos campos de Galilea.

272 MI YUGO ES LIGERO

272 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

En verdad os digo que grande es el número de los fariseos.

Que no faltan entre los que me circundan. 

Varios dicen al mismo tiempo:

–       ¡No, Maestro!

–       ¡No lo digas!…

–       Nosotros, porque te amamos, no nos gustan ciertas cosas…

–       ¡No, Maestro, no digas eso!

¡Si no queremos ciertas cosas es porque te amamos!.

Jesús prosigue:

–       Porque todavía no habéis entendido nada.

Os hablé de la Fe y de la Esperanza.

Y pensaba que no era necesario volver a hablaros de la Caridad.

Porque tanto fluye de Mí, que deberíais estar saturados.

Pero comprendo que la conocéis solo de nombre.

Sin conocer su naturaleza y forma, igual que conocéis la luna.

 ¿Os acordáis de cuando os dije que la esperanza es como el brazo transversal

del dulce yugo que sujeta la Fe y la caridad…?

¿Y que era patíbulo de la humanidad y trono de la salvación?

¿Sí?

Pero no comprendisteis el significado de mis palabras.

¿Por qué entonces, no me habéis pedido aclaración?

La Soberbia hace su voluntad. La Humildad hace la Voluntad de Dios. San Agustín

Bien, ahora os la doy.

Es yugo porque obliga al hombre a tener baja su necia soberbia,

bajo el peso de las verdades eternas.

Es patíbulo de esta soberbia.

El hombre que espera en Dios, su Señor,

se ve obligado a humillar su orgullo, que querría proclamarse “dios”.

Y a reconocer que él no es nada y Dios todo;

que él no puede nada y Dios todo; que él-hombre es polvo que pasa,

mientras que Dios es eternidad que eleva el polvo a un grado superior

y le da un premio de eternidad.

Nuestro verdadero bautismo lleno de gloria y júbilo celestial, es cuando somos capaces de decir: “Crucifícame Señor, porque te adoro sobre todas las cosas…”

El hombre se clava en su cruz santa para alcanzar la Vida.

Le clavan a la cruz las llamas de la Fe y la Caridad,

mas al Cielo le eleva la Esperanza, que entre ambas está.

Recordad esta lección:

si falta la caridad, le falta la luz al trono;

el cuerpo, desclavado de un lado, pende hacia el fango y deja de ver el Cielo;

anula así los efectos salvíficos de la Esperanza,.

Y acaba haciendo estéril incluso a la Fe,

porque si uno se separa de dos de las tres virtudes teologales,

languidece y cae en mortal hielo.

FE, ESPERANZA Y CARIDAD

No rechacéis a Dios, ni siquiera en las cosas más pequeñas;

negar ayuda al prójimo por pagano orgullo es rechazar a Dios.

Mi doctrina es un yugo que domina al linaje humano culpable.

Es un mazo que destroza la corteza dura, para libertar al espíritu.

Es un yugo y un mazo.

Pero quién la acepta,

no siente el cansancio que emana en las otras doctrinas humanas

y en todo lo humano.

El que se deja golpear por este mazo no siente el dolor de ser fracturado en su yo humano,

Sino que experimenta una sensación de libertad.

¿Por qué queréis libraros de ella,

para cambiarla por lo que es plomo y dolor?

Todos tenéis vuestros dolores y vuestras fatigas.

Todos los hombres tienen dolores y fatigas superiores quizás a sus fuerzas humanas.

Desde el niño como éste, que lleva sobre su espaldita un gran fardo que lo dobla

y que le quita la sonrisa infantil de sus labios y la despreocupación de su edad.

Hasta el viejo que se dobla ante la tumba,

con todos los desengaños, fatigas, fardos y heridas, de su larga vida.

Pero en mi Doctrina y en mi Fe, está el alivio de estos pesos agobiadores.

Por esto se le llama la Buena Nueva.

Y quién la acepta y la obedece, será bienaventurado desde la tierra,

porque tendrá a Dios como su ayuda.

Por qué queréis, ¡Oh, hombres!

Estar fatigados y tristes, cansados, hastiados, desesperados.

¿Cuándo podíais ser aliviados y confortados?

¿Por qué queréis, vosotros apóstoles míos, sentir el cansancio de la misión,

sus dificultades, dureza;

cuando si tenéis la confianza de un niño, podéis tener solo una pronta diligencia;

una luminosa facilidad para realizarla?

Y comprender y sentir que ella es dura solo para los impenitentes que no conocen a Dios.

Ahora estáis tristes.

Vuestra aflicción tuvo un principio muy lamentable

Estáis tristes ante mi humillación, como si fuese un crimen cometido contra Mí Mismo.

Ahora estáis tristes porque habéis entendido que me causasteis dolor

y porque todavía estáis muy lejos de la perfección.

Tened tan solo la humildad gozosa de aceptar la reprensión

y confesar que os equivocasteis,

prometiendo dentro de vuestro corazón, el desear la perfección por un fin sobrehumano.

Luego venid a Mí.

Yo os sostengo, comprendo y compadezco.

Venid a Mí, apóstoles míos.

Venid a Mí, todos los hombres que sufrís por los dolores materiales, morales y espirituales;

que Yo os confortaré.

Tomad sobre vosotros mi Yugo, no es un peso; es un sostén.

Abrazad mi Doctrina como si fuese una esposa amada.

Imitad a vuestro Maestro que hace lo que enseña.

Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón.

Encontraréis descanso para vuestras almas,

porque mansedumbre y humildad conceden reinar en la Tierra y en el Cielo.

Por eso se dice “La Buena Nueva”.

Quien la acepta y obedece, ya desde este mundo será bienaventurado,

porque Dios será su alivio.

Y porque las virtudes harán fácil y luminoso su camino,

asemejando a hermanas buenas que,

llevándolo de la mano, con las lámparas encendidas,

iluminarán su camino y su vida y le cantarán las eternas promesas de Dios,

hasta que, plegando en paz el cansado cuerpo hacia la tierra, se despierte en el Paraíso.

¿Por qué, hombres, pudiendo vivir consuelo y aliento,

queréis peso, desaliento, cansancio, desazón, desesperación?

Os lo dije ya: que los verdaderos triunfadores son los que conquistan el Amor.

Nunca os impondría algo que fuese superior a vuestras fuerzas,

porque os amo y os quiero conmigo en mi Reino.

Esforzaos por ser semejantes a Mí y como mi Doctrina enseña.

No tengáis miedo porque mi yugo es dulce y su peso es ligero…

Y la gloria de que gozaréis si me sois fieles, será infinitamente grande, ilimitada, eterna….

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179 LAS DIEZ VÍRGENES

179 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús está hablando a una mediana muchedumbre que se ha reunido en el huerto de la casa grande de Lázaro en Bethania.

Todos los habitantes de la casa de Lázaro, los campesinos de Yocana, los del grupo de Isacc el pastor y muchos otros discípulos.

También los que habitan la casa de Simón Zelote, incluidos los apóstoles, las Marías y Martha…

Todas las mujeres y muchos lugareños de la región, sumados a los siervos y los campesinos, rodean al Maestro, escuchando muy atentos lo que les está hablando…

Margziam está sentado justo frente a Jesús y no se pierde ni una palabra…

Al parecer el discurso ha debido empezar poco antes, porque sigue llegando gente…

Dice Jesús:

-…Por este temor que tan vivo siento en muchos, es por lo que hoy quiero proponeros una dulce parábola.

Dulce para los hombres de buena voluntad, amarga para los otros.

De de todas formas, estos últimos disponen del modo de abolir esa amargura:

transformarse en hombres de buena voluntad. pues, si así lo hacen, cesará el reproche que la parábola suscita en la conciencia.

El Reino de los Cielos es la casa del desposorio que Dios celebra con las almas: el momento de entrada en aquél se identifica con el día de la boda.

Pues bien, escuchad.

Entre nosotros es costumbre que las doncellas sigan en cortejo al novio cuando va a la casa nupcial, para conducirlo entre luces y cantos, adonde vivirá con su dulce novia.

El cortejo entonces, deja la casa de la novia.

Ésta, velada llena de emoción, se dirige acompañada del novio, como verdadera reina a su lugar: 

a una casa que no es suya, pero que lo será desde el momento en que se haga una sola carne con su esposo.

El cortejo, en su mayoría compuesto por amigas de la novia, corre a recibir a esta pareja feliz, para rodearlos de una aureola de luces.

Pues bien, en un pueblo se celebró una boda.

Mientras los novios, con los parientes y amigos, lo festejaban en casa de la novia, diez vírgenes se dirigieron al lugar establecido:

El vestíbulo de la casa del novio, para estar preparadas a salir al encuentro de éste cuando llegase a sus oídos el lejano toque de címbalos,

anunciador de que los novios ya habrían dejado la casa de la novia para ir hacia la del novio.

Pero… el banquete se prolongaba en la casa de la ceremonia nupcial…

Y llegó la noche.

Como sabéis, las vírgenes mantienen continuamente encendidas las lámparas para no perder tiempo en el momento señalado.

Ahora bien, de estas diez vírgenes, todas con sus lámparas bien encendidas y resplandecientes, había cinco sensatas y cinco necias.

Las sensatas, llenas de prudencia, se habían proveído de pequeños recipientes llenos de aceite,

para poder alimentar las lámparas por si la espera se hubiera alargado más de lo previsible. 

Las necias se habían limitado a llenar bien las lamparitas.

Y pasaron las horas…

La espera estuvo animada de alegres conversaciones, agudezas, relatos;

pero llegó un momento en que ya no supieron más cosas que decir ni que hacer.

Aburridas o simplemente cansadas, las diez jóvenes se sentaron más cómodamente, con sus lámparas encendidas, muy cerca de ellas,.

Y poco a poco se fueron quedando dormidas.

A media noche se oyó un grito: “¡Está llegando el novio, salid a su encuentro!”.

Ante esto, las diez jóvenes se pusieron en pie, cogieron sus velos y las guirnaldas,

se arreglaron y sin pérdida de tiempo, fueron por las lámparas a la repisa en que las habían dejado:

Cinco de ellas ya languidecían: la mecha, sin aceite que la alimentase, consumida toda, despedía relumbros cada vez más débiles y humo. 

Y amenazaba con apagarse al mínimo movimiento del aire.

Las otras cinco lámparas,por el contrario, alimentadas por las vírgenes prudentes antes de entregarse al sueño, mantenían vivas sus llamas…

Y más se avivaron aún porque añadieron aceite nuevo al vasito de la lámpara.

Entonces las vírgenes necias suplicaron:

“¡Dadnos un poco de vuestro aceite, porque si no, las lámparas se nos van a  apagar con solo moverlas; las vuestras lucen ya bien!…”

. Mas las prudentes respondieron:

`Afuera sopla el viento de la noche, desciende denso rocío; nunca es suficiente el aceite para alimentar una llama fuerte, capaz de resistir el viento y el relente.

Si os damos una parte, también vacilará nuestra luz.

¡Sería muy triste un cortejo de vírgenes sin el titileo de las lamparillas!

Id corriendo a donde el proveedor más cercano; suplicadle, llamad a su puerta, haced que se levante de la cama para daros aceite”.

Y corriendo y tropezando, angustiadas siguieron el consejo de sus compañeras;

ajando los velos, manchándose los vestidos, perdiendo las guirnaldas.

He aquí que, mientras éstas iban a comprar el aceite, apareció en el fondo del camino la figura del novio, que venía con la novia.

Entonces las cinco vírgenes que tenían las lámparas encendidas, corrieron a su encuentro;

circundados por ellas, los novios entraron en la casa para la conclusión de la ceremonia

El acompañamiento de la novia por parte de las vírgenes hasta el aposento nupcial.

Entraron los novios en la casa y la puerta fue cerrada:

Quien estaba fuera, afuera se quedó.

Esto les pasó a las cinco vírgenes necias, las cuales regresaron con el aceite

pero se encontraron con la puerta cerrada: fue inútil que golpearan hasta herirse las manos y gimiendo:

“¡Señor, señor, ábrenos! Somos del cortejo de la boda; somos las vírgenes propiciatorias, elegidas para dar honor y buena fortuna a tu tálamo”.

El novio, desde la parte alta de la casa, dejando un momento solos a los invitados más íntimos, de los que se estaba despidiendo  mientras la novia entraba en la cámara nupcial, dijo:

“En verdad os digo que no os conozco. No sé quiénes sois. No he visto vuestros rostros jubilosos alrededor de mi amada. Sois usurpadoras. Quedaos pues, fuera de la casa de la boda”.

Y las cinco necias se marcharon llorando por los caminos oscuros, con sus lámparas que ya no le hacían falta, con sus vestiduras  ajadas, los velos rasgados, las guirnaldas deshechas, o incluso sin guirnaldas…

Escuchad ahora el significado contenido en la parábola.

A1 principio os he dicho que el Reino de los Cielos es la casa del desposorio que Dios celebra con las almas.

Todos los fieles están llamados al desposorio celeste, porque Dios ama a todos sus hijos:

Para unos antes, para otros después, se presenta el momento del desposorio;

Y el hecho de haber llegado a él es gran ventura

Escuchad lo que os digo ahora. No ignoráis que las jóvenes consideran un honor y una suerte el ser llamadas para formar el cortejo de la novia.

Apliquemos a nuestro caso concreto los personajes; veréis como entenderéis mejor.

El Esposo es Dios; la esposa el alma de un justo a la que, habiendo cumplido el período de su noviazgo en la casa del Padre.

Es decir, velando por la doctrina de Dios, obedeciéndola y viviendo según la justicia, acompañan a la casa del Novio para celebrar el matrimonio.

Las vírgenes del cortejo son las almas de los fieles, que siguiendo el ejemplo de la novia…

Haber sido elegida por su Prometido por sus virtudes…  

Es signo de que era un ejemplo vivo de santidad y tratan de alcanzar este mismo honor santificándose.

Su vestido es blanco, está limpio, lozano; blancos son sus velos; están coronadas de flores.

Llevan lámparas encendidas en sus manos. Las lámparas están muy limpias;

su mecha, embebida del más puro aceite, para que no despida mal olor.

Su vestido es blanco:

La justicia, cuando se practica firmemente, da vestido blanco que – pronto – un día se hará blanquísimo…

Sin el más lejano recuerdo de mancha alguna, de una blancura supranatural, angélica.

Su vestido está limpio: 

Es necesario tener con la humildad, siempre limpio el vestido.

Es muy fácil empañar la pureza del corazón.

Quien no tiene corazón limpio no puede ver a Dios.

La humildad es como agua que lava.

Quien es humilde, su ojo no está empañado por el humo del orgullo  y se da cuenta enseguida de que ha manchado su vestido…

Y corre hacia su Señor diciendo:

“He privado de pureza a mi corazón. Lloro para purificarme. A tus pies lloro.

¡Sol mío, da blancura con tu benigno perdón, con tu amor paterno, a este vestido mío!”.

Un vestido lozano.

¡Ah, la lozanía del corazón!:

Los niños la tienen por don de Dios;.

Los justos, por don de Dios y por su propia voluntad.

Los santos, por don de Dios y por la voluntad llevada al heroísmo…

¿Y los pecadores, que tienen el alma lacerada, quemada, envenenada, sucia?,

¿No podrán volver a tener jamás un vestido lozano?

No, no, sí que pueden.

Ya desde el momento en que se miran con repulsa, empiezan a tener esta lozanía. 

La aumentan cuando deciden cambiar de vida

La perfeccionan cuando con la penitencia, se lavan, se desintoxican, se medican, reconstituyen su pobre alma.

Con la ayuda de Dios – que no niega su santo auxilio a quien se lo pide – con su propia superheroica voluntad…

Su trabajo es doble, triple, o séxtuplo, pues en ellos no se trata de tutelar lo que tienen,

Sino de reconstruir lo que ellos mismos han echado por tierra…

Y con penitencia incansable, implacable, respecto a ese ‘yo’ que fue pecador, los pecadores restituyen la lozanía infantil a su alma,

Preciosa ahora por su experiencia, que los hace maestros de otros que son como eran ellos, es decir, pecadores.

Velos blancos.

¡Es la humildad! Tengo dicho: “Cuando oréis o hagáis penitencia, que el mundo no se percate de ello”.

En los libros sapienciales está escrito: “No se debe revelar el secreto del Rey”.

La humildad es ese velo cándido y protector que recubre el bien que hacemos y el bien que Dios nos concede.

No se gloríe – necia gloria humana – el corazón por el amor de privilegio concedido por Dios:

Inmediatamente le sería arrebatado el don;

Cante más bien, internamente a su Dios:

“Mi alma te ensalza, Señor… porque has vuelto tu mirada a la pequeñez de tu sierva”».

Jesús interrumpe brevemente su discurso y fija su mirada en su Madre, que muy ruborizada bajo su velo, se inclina mucho…

Como si quisiera ordenar los cabellos del niño, que está sentado a sus pies.

En realidad lo que quiere es ocultar la emoción que siente a causa de su recuerdo..

Coronada de flores.

El alma debe trenzarse diariamente su propia guirnalda de actos virtuosos, porque en presencia del Altísimo no debe haber nada ajado, ni se puede tener aspecto desaliñado.

Diariamente, he dicho.

El alma, efectivamente, no sabe cuándo Dios-Esposo puede aparecer para decir: “Ven”.

Así que no puede uno cansarse jamás de renovar la corona. No tengáis miedo.

Las flores marchitan pero las de las coronas de virtudes no marchitan.

El ángel de Dios que todo hombre tiene a su lado, recoge a diario estas guirnaldas y las lleva al Cielo:

Allí harán de trono al nuevo bienaventurado cuando como esposa en la casa nupcial, entre.

Tienen las lámparas encendidas.

Para honrar a su Esposo y como luz para el camino. ¡Qué fúlgida es la Fe, qué dulce amiga!

Su llama es radiante como una estrella, risueña por la seguridad que le da su certidumbre; hace luminoso incluso al instrumento que la sujeta.

La carne del hombre alimentado de Fe, incluso la carne parece ya en este mundo, hacerse más luminosa y espiritual, . 

inmune a una depauperación precoz; porque quien cree se apoya en las palabras y 1os mandamientos de Dios que es su fin,. 

Para alcanzarlo se mantiene lejos de todo tipo de corrupción y no sufre turbaciones, miedos, remordimientos;

ni se ve obligado a recordar sus mentiras o a esconder sus malas acciones.

Y se conserva en la lozanía y juventud de la hermosa incorrupción del santo.

Su carne, su sangre, su mente, su corazón están limpios de toda lujuria, para contener así el aceite de la fe, para lucir sin producir humo.

La voluntad constante nutrirá siempre esta luz.

La vida de cada día, con sus desilusiones, constataciones, contactos, tentaciones, roces, tiende a reducir la Fe…

¡Esto no debe suceder! Id cada día a la fuente del óleo suave, sapiencial, de Dios.

Mas la lámpara escasamente alimentada puede apagarse con el más ligero viento o por el relente denso de la noche.

La Noche…

La Hora de las Tinieblas, del pecado, de la tentación, les llega a todos:

Es la noche, para el alma.

Pero, si ésta está henchida de Fe la llama no podrá ser apagada por el viento del mundo o por la calina de las sensualidades.

En fin, vigilancia, vigilancia, vigilancia.

Aquel que imprudente, se confía diciendo: “Dios llegará antes de que me quede sin luz”. 

O quien se induce a sí mismo a dormir antes que a velar…

¡Además duerme sin aquello que necesitaría para estar listo inmediatamente a la primera llamada!

O aquel que espera al último momento para procurarse el aceite de la Fe o la mecha fuerte de la buena voluntad…

Incurren en el peligro de quedarse fuera cuando llegue el Esposo.

Velad por tanto con prudencia, constancia, pureza, confianza;

para estar siempre preparados cuando llame Dios, porque en realidad no sabéis cuándo vendrá Él.

Queridos discípulos míos, no quiero induciros a temblar ante Dios; antes bien, quiero promover en vosotros la Fe en su bondad.

Tanto los que os quedáis como los que os marcháis, pensad que si hacéis lo que hicieron las vírgenes sensatas, seréi llamados no solamente a formar el cortejo del Esposo,

sino que – como en el caso de la joven Ester, que fue nombrada reina en sustitución de Vastí – seréis escogidos y elegidos como esposas,

pues el Esposo “habrá encontrado en vosotros toda gracia y la mayor complacencia”.

A los que os marcháis os bendigo; llevad en vosotros estas palabras mías, transmitídselas a vuestros compañeros.

La paz del Señor esté siempre con vosotros.

Jesús se acerca a los campesinos para reiterarles su saludo.

Juan de Endor le susurra:

–     Maestro, ya está aquí Judas…

–     No importa.

Acompáñalos al carro y haz lo que te he indicado.

La asamblea se disuelve lentamente.

Jesús despide y bendice una vez más a los campesinos y regresa hacia la casa…

Muchos hablan con Lázaro…

El cual ha visto al Maestro que se encamina hacia donde él está,

y le dice:

–     Maestro, los corazones de Betania quieren oír todavía tu palabra;

háblanos antes de marcharte.  

Jesús responde: 

–     Declina el día, pero el ambiente está tranquilo y sereno…

Si queréis reuniros en los prados recientemente segados, os hablaré antes de marcharme de esta ciudad amiga.

O si no, mañana al alba.

Sí, ha llegado la hora de despedirnos. 

Todos exclaman:

–    ¡Oh, Ya!

–     ¡Luego!

–    ¡Esta noche! 

–     Como queráis.

Ahora retiraos.

A la mitad de la primera vigilia os hablaré…

177 PARÁBOLA DE LOS TEMPLOS

rza la177 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La fe y el alma, explicadas a los paganos con la parábola de los templos

En la paz del sábado, Jesús está descansando junto a un campo de lino todo florecido, propiedad de Lázaro.

Parece que estuviera sumergido en el alto lino. Sentado en un caballón, se absorbe en sus pensamientos.

Con Él no hay sino alguna silenciosa mariposa o alguna rumorosa lagartija, que lo mira con sus ojitos de azabache, levantando su cabecita triangular de garganta clara y palpitante.

Nada más.

En la tarde caliente, calla hasta el más mínimo soplo de viento por entre los altos tallos.

De lejos en el jardín de Lázaro, llega la canción de una mujer y con ella los alegres gritos de Margziam, que está jugando con alguien.

Casi no hay viento  y se escuchan una, dos, tres voces gritando…

llamándolo:

–     ¡Maestro! 

 –    ¡Jesús!

Jesús sale bruscamente de su ensimismamiento, se sacude y se levanta.

Aunque el lino está ya crecido y es muy alto. 

Jesús es más alto y parte de su figura emerge, en el mar verde y azul del lino.

 Simón Zelote grita:  

–    ¡Ahí está, Juan! 

Y Juan, a su vez:

–     ¡Madre, el Maestro está aquí, en el lino!

Mientras Jesús se acerca al sendero que conduce a la casa, llega María.  

Jesús pregunta: 

–     ¿Qué quieres, Mamá?

María responde: 

–     Hijo mío, han llegado unos gentiles, con algunas mujeres.

Dicen que han sabido por Juana que estabas aquí… Y que durante todos estos días te han esperado junto a la Torre Antonia…

–     ¡Ah, ya sé!

Muy bien. Voy al momento. ¿En dónde están?

–   En el jardín de la casa de Lázaro.

A él lo quieren los romanos. Les dijo que entrasen con sus carros, para no escandalizar a nadie.

–     Está bien, Madre.

Son soldados y damas romanas, lo sé.

–   ¿Y para qué te quieren?

–     Lo que muchos en Israel no quieren: Luz.

–     ¿Cómo creen en ti?

¿Qué te creen: Dios, quizás?

–     A su manera, sí.

Para ellos  más que para nosotros, es fácil aceptar la idea de la encarnación de un dios en carne mortal.

–     Entonces ya creen en tu fe…

–     Todavía no, Mamá.

Primero debo demoler la suya. Por el momento soy para ellos un hombre sabio, un filósofo, como ellos dicen.

De todas formas, tanto ese deseo de conocer doctrinas filosóficas,

como su tendencia a creer posible la encarnación de un dios, me ayudan mucho a conducirlos a la verdadera Fe.

Créeme que son más simples en su modo de pensar que muchos de Israel.

–     Pero, ¿Serán sinceros?

Se dice que Juan el Bautista…

–     No.

Si de ellos hubiera dependido. Juan estaría libre y seguro.

Dejan tranquilos a todos, con tal de que no sean rebeldes.

Es más, te diré que con ellos el hecho de ser profeta, usan la palabra “filósofo”

porque la altura propia de la sabiduría sobrenatural, es igualmente filosofía para ellos.

Es una garantía de que te respetarán. No estés preocupada, Mamá, que el mal no me vendrá por esa vía…

–     Pero los fariseos..

Si llegan a saberlo, ¿Que dirán de Lázaro?

Tú… eres Tú y debes manifestar la Palabra al mundo.

¡Pero Lázaro… ya de por sí lo ofenden mucho…!

–     Pero es intocable.

Saben que Roma lo protege.

–     Te dejo, Hijo mío.

Aquí está Maximino que te llevará adonde los gentiles.

Y María que había caminado al lado de Jesús durante todo este tiempo,

ahora se retira ligera. y se encamina hacia la casa de Simón Zelote.

Jesús por su parte, entra por una puertecita de hierro abierta en el muro que rodea el jardín,

en una parte alejada, en que ya no es jardín sino un enorme huerto,

cerca del lugar que en un futuro no muy lejano, será enterrado Lázaro.

Ahora está allí Lázaro sólo y nadie más. 

Y dice: 

–     Maestro, he tomado la iniciativa de acogerlos en mi casa…

–     Has hecho bien.

¿Dónde están?

–     Allá, a la sombra de aquellos bojes y laureles.

Como puedes observar, están a no menos de quinientos pasos de la casa.

–     Bien, bien, bueno…

¡La Luz descienda sobre todos vosotros!

El tribuno Publio Quintilisno está vestido de paisano, 

y saluda:

–     ¡Salve, Maestro! 

Las damas se ponen en pie para saludar a Jesús (son Plautina. Valeria y Lidia. Y otra, anciana.

Están todas vestidas con mucha sencillez y nada de sus acostumbrados lujos. 

Plautina dice: 

–     Hemos venido porque queríamos oírte hablar.  

Publio agrega:

–    No has venido nunca.

Estaba de guardia cuando llegaste, pero no te he visto nunca.  

Jesús inquiere:  

–     Yo tampoco he visto nunca en la Puerta de los Peces a un soldado amigo mío.

Se llama Alejandro…

–     ¿Alejandro?

No sé exactamente si es él, pero sé que hace un tiempo tuvimos que quitar, para calmar a los judíos, a un soldado acusado de… haber hablado de Tí

Ahora está en Antioquía.

Quizás vuelva. ¡Caray, qué molestos son esos… los que quieren mandar incluso ahora, que están sometidos!

Y no hay más remedio que moverse con maña para no provocar cosas graves…

Nos hacen la vida difícil, créelo…

Sin embargo, Tú eres bueno y sabio. ¿Nos hablas?

Quizás pronto tenga que irme de Palestina, quisiera llevarme conmigo algo tuyo que recordar.  

Jesús, sonriendo dice: 

–     Os hablaré, sí.

No decepciono nunca a nadie. ¿Qué es lo que queréis saber?

Y Publio Quintiliano asiste a su primera lección que lo convertirá en el cristiano…

Que formará una familia cristiana y que dará testimonio con su sangre; ante la ferocidad de Nerón…

El tribuno imperial mira a las damas con ademán interrogativo…  

Valeria dice: 

–     Lo que Tú quieras, Maestro.

Plautina se pone de nuevo en pie y dice:

–     He pensado mucho…

Debería conocer muchas cosas… todo, para poder juzgar.

No obstante, si se puede preguntar, yo querría saber cómo se construye una fe, la tuya por ejemplo.

Y sobre un terreno que dices que está privado de verdadera fe.

Dices que nuestras creencias son vanas. Si es así nos quedamos vacíos. ¿Cómo se puede… tener?

–     Tomaré como ejemplo una cosa que vosotros tenéis: los templos.

Vuestros edificios sagrados, verdaderamente bonitos, cuya única imperfección es el hecho de estar dedicados a la Nada

y os pueden enseñar cómo se puede alcanzar una fe y dónde colocarla.

Observad: ¿Dónde los construís?, ¿Qué lugar se prefiere para construirlos?, ¿Cómo los construís?

El lugar, generalmente, es espacioso, abierto, elevado; para este fin incluso se derriba lo que estorba o aprisiona.

Y si no es un lugar elevado, se construye sobre un estereóbato más elevado del común de tres gradas,

que se usa para los templos que ya de por sí se alzan en un elevación natural.

Están rodeados de muros sagrados, por lo general, y formados por columnatas y pórticos.

Dentro están los árboles consagrados a los dioses, hay fuentes y altares, estatuas y estelas.

Generalmente les precede el propileo, pasado el cual se yergue el altar en que se elevan las preces al numen;

frente a éste, está el lugar del sacrificio, porque el sacrificio precede a la oración.

Muchas veces, especialmente en los templos más grandiosos,

el peristilo los rodea con una guirnalda de preciosos mármoles.

En su interior está el vestíbulo anterior, externo o interno respecto al peristilo, la celda del numen, el vestíbulo posterior…

Mármoles, estatuas, frontones, acroteras, tímpanos, perfectamente acicalados, de gran valor, perfectamente decorados,

hacen del templo un edificio nobilísimo para todos, incluso para el ojo más inculto. ¿No es así?

Plautina confirma con tono de alabanza: 

–     Así es, Maestro.

Los has visto y estudiado muy bien.

Quintiliano exclama: 

–     ¡Pero si nos consta que no ha salido nunca de Palestina!

–     Nunca he salido para ir a Roma o a Atenas.

Pero no ignoro la arquitectura de Grecia ni la de Roma. En el genio del hombre que decoró el Partenón Yo estaba presente…

Porque Yo estoy dondequiera que haya vida y manifestación de vida.

Dondequiera que un sabio piense, un escultor esculpa, un poeta componga,

una madre cante curvada hacia una cuna, un hombre trabaje los surcos, un médico luche contra las enfermedades…

Un ser vivo respire, un animal viva, un árbol vegete, allí estoy Yo, junto a Aquel de quien procedo.

En el estruendo del terremoto o el fragor de los rayos, en la luz de las estrellas o en el curso de las mareas, en el vuelo del águila y en el zumbido del mosquito,

Yo estoy presente con el Creador altísimo.

Quintiliano pregunta:

–     ¿Entonces… Tú… Tú sabes todo?

¿Conoces tanto el pensamiento como las obras humanas?

–     Yo sé.

Los romanos se miran estupefactos.

Se produce un largo silencio.

Luego, tímidamente,

Valeria solicita:

–     Expón tu pensamiento Maestro, para que sepamos qué debemos hacer.

–     Sí.

La Fe se construye como se construyen esos templos de que os sentís tan orgullosos: 

Se hace espacio al templo, se libera la zona de alrededor, se eleva el templo.  

Plautina pregunta: 

–     Pero, ¿Y el templo para colocar la fe, esta deidad verdadera, dónde está?

–     Plautina, la Fe no es deidad; es una virtud.

En la Fe verdadera no hay deidades; sólo hay un único y verdadero Dios.

–     ¿Entonces… Él está allá arriba, solo, en su Olimpo?

¿Y qué hace si está solo?

–     Se basta a Sí Mismo, aunque se ocupa de todas las cosas de la Creación.

He dicho que hasta en el zumbido del mosquito Dios está presente. No se aburre, no lo pongas en duda.

No es un pobre hombre, dueño de un inmenso imperio en que se siente odiado y vive temblando.

Él es el Amor y vive amando. Su Vida es Amor continuo. Se basta a Sí Mismo porque es infinito y potentísimo; es la Perfección.

Y tantas son las cosas creadas, las cuales viven porque Él continuamente lo quiere, que no tiene tiempo de aburrirse.

El aburrimiento es fruto del ocio y del vicio.

En el Cielo del verdadero Dios, no hay ocio ni vicio.

Pronto tendrá, además de los ángeles que ahora le sirven, un pueblo de justos que en Él exultarán.

Y este pueblo irá creciendo cada vez más por los que en el futuro creerán en el verdadero Dios.  

Lidia pregunta: 

–     ¿Los ángeles son los genios? 

–     No.

Son seres espirituales, como lo es Dios, que los ha creado.

–     ¿Y los genios qué son entonces?

–     Como vosotros los imagináis son una falsedad.

Como los imagináis vosotros no existen.

Lo que sucede es que, por esa instintiva necesidad del hombre de buscar la verdad,

también vosotros habéis sentido que el hombre no es sólo carne y que una realidad inmortal está unida a su cuerpo perecedero.

El hombre busca la verdad aguijoneado por el alma, que vive y está presente también en los paganos,

aunque atribulada porque en ellos su deseo está ahogado,

porque se siente hambrienta en su nostalgia del Dios verdadero, que sólo ella recuerda,

en ese cuerpo en que vive, gobernado por una mente pagana.

Y también las ciudades y las naciones posean una realidad inmortal.

Por eso creéis, sentís la necesidad de creer, en los “genios”;

y os dais el genio individual, el de la familia, el de la ciudad, el de las naciones.

Así, tenéis el “genio de Roma”, el “genio del emperador”… y los adoráis como divinidades menores.

Entrad en la verdadera Fe: conoceréis a vuestro ángel, seréis amigos de él y lo veneraréis,

aunque sin adorarlo, porque sólo a Dios se le adora.

Publio Quintiliano pregunta: 

–     Has dicho:

“Aguijón del alma, viva y presente también en los paganos, atribulada en ellos porque su deseo está frustrado”.

Pero, ¿De quién procede el alma?

–  De Dios.

Él es el Creador.

–     ¿Pero no nacemos de mujer, por unión con el hombre?

Nuestros dioses también han sido engendrados de la misma manera.

–     Vuestros dioses no son reales:

Son los fantasmas de vuestro pensamiento, que tiene necesidad de creer.

En efecto, esta necesidad es más imperiosa que la de respirar.

Aun quien dice que no cree, CREE, en algo cree; el simple hecho de decir “no creo en Dios” presupone otra fe,

puede ser fe en sí mismo, en su propia, soberbia mente.

Creer, se cree siempre.

Es como el pensamiento.

Si decís “no quiero pensar” o “no creo en Dios”, con el simple hecho de decir estas dos frases,

manifestáis vuestro pensamiento de no querer pensar, o de no querer creer en Aquel que sabéis que existe.

Y acerca del hombre, para ser exactos en la expresión del concepto, debéis decir:

“El hombre es engendrado, como todos los animales, por unión de macho y hembra, de varón y mujer.

Pero el alma o sea, lo que diferencia al animal-hombre del animal-bruto, viene de Dios,

que la crea cada vez que un hombre es concebido en un seno.

Y la inserta en esa carne que si no, sería solamente animal”.

Quintiliano observa con tono irónico; 

–     ¿Y nosotros, que somos paganos, la tenemos? Según lo que dicen tus connacionales no lo parece…

En el momento de la unión del óvulo con el espermatozoide, el Alma y el Espíritu Santo, forman una fusion completa… Y comienza el MILAGRO de la Vida…

–     Todo nacido de mujer la tiene. 

Plautina pregunta: 

–     Pero Tú dices que el pecado la mata.

¿Cómo es que entonces en nosotros, pecadores, está viva?

–     Vosotros no pecáis en la fe, pues creéis que estáis en la Verdad.

Cuando conozcáis la Verdad, si persistís en el error, cometeréis pecado.

De la misma forma, muchas cosas que para los israelitas son pecado, para vosotros no lo son,

porque ninguna ley divina os lo prohíbe.

Existe pecado cuando uno, a sabiendas, se rebela contra el mandato de Dios y dice:

“Sé que lo que hago está mal, pero lo quiero hacer de todas formas”.

Dios es justo. No puede castigar a quien hace el mal creyendo que está haciendo el bien.

El Día del Juicio ante el Tribunal de Cristo, seremos recompensados. O nuestras obras serán quemadas como la paja. Tal vez recibamos alguna recompensa, QUIZÁS NINGUNA.

Castiga a quien habiendo tenido cómo conocer el Bien y el Mal, elige este último y en él persiste.

–     ¿Entonces el alma está en nosotros, viva y presente?

–     Sí.

–     ¿Atribulada?

¿Pero estás seguro de que se acuerda de Dios? No nos acordamos del seno que nos crió, no podríamos describirlo internamente.

El alma, si no he entendido mal, es engendrada espiritualmente por Dios.

¿Podrá acordarse de esto último, si el cuerpo no recuerda su larga permanencia en el seno materno?

–     El alma no es animal, Plautina; el embrión, sí.

El alma es, a semejanza de Dios, eterna y espiritual;

eterna desde el momento en que es creada; sin embargo, Dios es el perfectísimo Eterno y por tanto, no tiene principio en el tiempo, como tampoco tendrá fin.

El alma, lúcida, inteligente, espiritual, obra de Dios, recuerda

Y SUFRE, sufre porque desea a Dios, al verdadero Dios de que procede…

Y tiene hambre de Dios: por eso aguijonea al cuerpo, torpe en lo que se refiere a tratar de acercarse a Dios.

–     Entonces, ¿Tenemos un alma exactamente igual que la de los israelitas que llamáis “justos”?.

–     No, Plautina.

Cambia según a lo que te refieras.

Si te refieres al origen y naturaleza, es exactamente igual que la de nuestros santos.

Si te refieres a la formación, entonces te digo que es distinta.

Si te refieres a la perfección que alcanza antes de la muerte, entonces la diversidad puede ser absoluta.

No obstante, esto no sucede sólo con vosotros, paganos: un hijo de este pueblo puede también ser absolutamente distinto de un santo en la vida futura.

El alma sufre tres fases:

La primera es de creación; la segunda, de nueva creación; la tercera, de perfección.

La primera es común a todos los hombres.

La segunda es propia de los justos que con su voluntad llevan a su alma hacia un renacimiento más lleno, uniendo sus buenas acciones a la bondad de la obra de Dios 

edifican, por tanto, un alma que ya es espiritualmente más perfecta que la primera: son así, eslabón entre la primera y la tercera.

Ésta, la tercera, es propia de los beatos o santos si lo preferís,

los cuales han superado en miles de grados a su alma inicial, adecuada sólo al hombre.

Y han hecho de ella una cosa que puede descansar en Dios.

–     ¿Y cuál es el modo de dar espacio, libertad y elevación al alma

–     Derribando las cosas inútiles que tenéis en vuestro yo:  liberándolo de todas las ideas erradas;.

Construyendo, con los fragmentos resultantes de la demolición, la elevación para el templo soberano.

Se ha de conducir al alma cada vez más arriba subiendo los tres peldaños.

¡Oh, a vosotros, romanos, os gustan los símbolos! Ved los tres peldaños a la luz del símbolo. Os pueden decir sus nombres:

Penitencia, Paciencia, Constancia.

O: Humildad, Pureza, Justicia.

O: Sabiduría, Generosidad, Misericordia.

Virtudes teologales : FE; ESPERANZA y CARIDAD

O en fin, el trinomio espléndido: Fe, Esperanza, Caridad.

Fijaos qué simbolizan los muros que, ornamentados y al mismo tiempo resistentes, rodean el área del templo.

Es necesario saber circundar al alma, reina del cuerpo, templo del Espíritu eterno, con una barrera que la defienda, sin quitarle la luz.

Y no agobiarla con la visión de cosas inmundas.

Sea muralla segura y cincelada con el deseo del amor para, quitando las esquirlas de lo que es inferior, la carne y la sangre,

formar lo superior, el espíritu.

Cincelar con la voluntad: eliminar aristas, desportilladuras, manchas, vetas de debilidad, del mármol de nuestro yo,  para que sea perfecto en torno al alma.

A1 mismo tiempo, hacer de la muralla que habrá de proteger al templo, misericordioso refugio para los desdichados que no conocen lo que es Caridad.

¿Y los pórticos?: la expansión del amor, la piedad, el deseo de que otros vayan a Dios; son semejantes a amorosos brazos que se extienden para amparar la cuna de un huérfano.

En el interior del recinto están, como ofrenda al Creador, los más bellos y olorosos árboles.

Sembrad en el terreno que antes estaba desnudo.

Cultivad luego estos árboles, que son las virtudes de todo tipo, segundo círculo protector, vivo y florido, en torno al sagrario.

Y entre los árboles, entre las virtudes, las fuentes que son también amor, purificación, antes de acercarse al propileo,

junto al cual, antes de subir al altar, se debe cumplir el sacrificio de la carnalidad, vaciarse de toda lujuria.

Luego, continuar más adentro, hasta el altar, para depositar la ofrenda…

Y seguir, atravesando el vestíbulo, hasta la celda de Dios. ¿Qué será esta morada?:

Copiosidad de riquezas espirituales, porque nunca es demasiado como marco para Dios.

¿Habéis comprendido esto? Me habéis pedido que os explique cómo se construye la Fe.

Os he dicho: “Según el método con que se elevan los templos”.

Como podéis observar, es así. ¿Alguna otra cosa más?

–     No, Maestro.

Creo que Flavia ha escrito lo que has dicho

Claudia lo quiere saber. ¿Has escrito?

Mientras pasa las tablas enceradas, la mujer dice: 

–     Fielmente. 

Plautina dice:

–     Las tendremos para poderlo leer otras veces.

–     Es cera.

Se borra. Escribidlo en vuestros corazones y no se borrará.

–     Maestro, están ocupados por una serie de templos inútiles, contra los cuales, sí lanzamos tu Palabra para demolerlos..

Plautina lanza un ptofundo suspiro,

y agrega:

–     Pero es un trabajo largo…

Acuérdate de nosotros en tu Cielo…

–     Marchaos con la seguridad de que lo haré.

La historia del Tribuno Imperial Publio Quintilianos está relatada en el libro Enfrentando a Nerón

Os dejo. Sabed que vuestra visita me ha sido grata. Adiós,

Publio Quintiliano. Acuérdate de Jesús de Nazaret.

Las damas se despiden y son las primeras en marcharse;

luego pensativo, se marcha Quintiliano.

Jesús los mira mientras se van en compañía de Maximino, que los acompaña hasta sus carros.  

Y sonrie con un amor infinito…

Pues está lanzando su mirada a través del tiempo y …

Lázaro pregunta: 

–    ¿Por qué sonríes, Maestro? 

–    Estoy viendo a los futuros vencedores de mi Iglesia Niña…

¡Me siento muy feliz!

Y vuelve a abstraerse en algo que lo hace mover la cabeza…

Lázaro vuelve a preguntar:

–    ¿Qué piensas, Maestro? 

–     Que hay muchos infelices en el mundo.

Lázaro ve alejarse a los romanos y piensa en las palabras de Jesús…

Luego dice:

–     Y yo soy uno de ellos.

–     ¿Por qué, amigo mío?

–     Porque todos vienen a Tí, pero María no.

Será que su miseria es mayor, ¿No?

Jesús lo mira y sonríe.

–     ¡Sonríes otra vez!

¿No te duele que María sea inconvertible y que yo sufra!

Marta no ha dejado de llorar desde la tarde del lunes. ¿Quién era aquella mujer?

¿Sabes que durante todo el día tuvimos la esperanza de que fuera ella?

–     Sonrío porque eres un niño impaciente…

Y porque pienso que malgastáis energías y lágrimas; si hubiera sido ella, habría ido inmediatamente a decíroslo

–     ¿Entonces?…

No era ella!».

–     ¡Lázaro! 

–    Tienes razón.

¡Paciencia!, ¡Más paciencia!… Mira, Maestro, las joyas que me diste para venderlas: aquí está el dinero que me han dado por ellas, para los pobres.

Eran muy bonitas. de mujer–     ¡Eran de “esa” mujer.

–     Lo había imaginado.

¡Ah, si hubieran sido de María…! ¡Pero ella… pero ella!… ¡Mi Señor, pierdo la esperanza!…

Jesús lo abraza y guarda silencio durante unos momentos.

Luego dice:

–     Te ruego que no hables a nadie de esas joyas.

Esa mujer debe desaparecer de admiraciones y apetitos, como una nube trasportada por el viento sin que quede rastro de ella en el cielo.

–     Puedes estar tranquilo, Maestro…

A cambio tráeme a María, a nuestra pobre María…

–     La paz descienda sobre ti, Lázaro.

Haré lo que he prometido.  

EL COMBATE ESPIRITUAL 2

6. San Patricio de Irlanda

Era de origen romano-bretón. Su padre Calpurnio era diácono y oficial del ejército romano; su madre era familia de San Martín de Tours; su abuelo había sido sacerdote.

Alrededor del año 403, a la edad de 16 años cayó prisionero de piratas junto con otros jóvenes, para ser vendido como esclavo a un pagano del norte de Irlanda llamado Milcho. (Que era un sacerdote druida)

Lo sirvió cuidando ovejas. Trató de huir varias veces, sin éxito.

La Divina Providencia aprovechó este tiempo de esclavitud, de rudo trabajo y sufrimiento, para espiritualizarlo.

Preparándolo para el futuro, pues en sus propias palabras dice que:

“aún no conocía al verdadero Dios”, queriendo decir que había vivido indiferente ante la religión y se preocupaba más por las cosas del mundo… 

Con familiares santos, educación católica completa y una TIBIEZA espiritual escalofriante… 

No hay qué olvidar que Dios permite las pruebas para nuestro bien y durante ese período, Patricio conoció perfectamente las costumbres y la cultura religiosa de las personas a las que servía… 

Y del pueblo que lo rodeaba… 

En ese período de esclavitud lo más importante, como él lo dice:

“oraba de continuo durante las horas del día…

Y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron más dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba,

de suerte que me sentía impulsado a hacer hasta cien oraciones en el día y por la noche otras tantas.

Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar.

En tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias.

Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mi la tibieza que ahora suele embargarme, el espíritu hervía en mi interior”.

Después de seis años en tierra de Irlanda y de haber rezado mucho a Dios para que le iluminara sobre su futuro;

Una noche soñó que una voz le mandaba salir huyendo y llegar hasta el mar, donde un barco lo iba a recibir.

Huyendo, caminó más de 300 kilómetros para llegar a la costa.

Encontró el barco, pero el capitán se negaba rotundamente a transportarlo. Sus reiteradas peticiones para que le dejasen viajar gratis fueron siempre rechazadas.

Hasta que al fin, después de mucho orar con fervor, el capitán accedió a llevarlo hasta Francia.

La travesía fue aventurada y peligrosa. Después de tres días de tormenta en el mar, tocaron tierra en un lugar deshabitado de la costa.

Caminaron un mes sin encontrar a nadie y hasta las provisiones se agotaron.

Patricio narra esa aventura diciendo:

“llegó el día en que el capitán de la nave, angustiado por nuestra situación, me instaba a pedir el auxilio del cielo.

Y me decía: ‘¿Cómo es que nos sucede esto, cristiano? Dijiste que tu Dios era grande y todopoderoso.

¿Por qué entonces no le diriges una plegaria por nosotros, que estamos amenazados de morir por hambre? Tal vez no volvamos a ver a un ser humano…’

A aquellas súplicas yo respondí francamente:

‘Poned toda vuestra confianza y volved vuestros corazones al Señor mi Dios, para quien nada es imposible, a fin de que en este día os envíe vuestro alimento en abundancia

y también para los siguientes del viaje, hasta que estéis satisfechos puesto que Él tiene de sobra en todas partes’.

Fue entonces cuando vimos cruzar por el camino una piara de cerdos. Mis compañeros los persiguieron y mataron a muchos. Ahí nos quedamos dos noches.

Y cuando todos estuvieron bien satisfechos y hasta los perros que aún sobrevivían quedaron hartos, reanudamos la caminata.

Después de aquella comilona todos mostraban su agradecimiento a Dios y yo me convertí en un ser muy honorable a sus ojos y desde aquel día tuvimos alimento en abundancia.”

Finalmente llegaron a lugar habitado y así Patricio quedó a salvo a la edad de veintidós años y volvió a su casa.

Con el tiempo durante las vigilias de Patricio en los campos, se reanudaron las visiones que había tenido…

Y a menudo, oía “las voces de los que moran más allá del bosque Foclut, más allá del mar del oeste.

Y así gritaban todas al mismo tiempo, como si salieran de una sola boca, estas palabras:

‘Clamamos a ti, oh joven lleno de virtudes, para que vengas entre nosotros nuevamente’ “.

Eternas gracias deben dársele a Dios, porque al cabo de algunos años el Señor les concedió aquello por lo que clamaban.

Porque Patricio pasó varios años en Francia antes de realizar su trabajo de evangelización en Irlanda.

Sostuvo buenas relaciones personales con el obispo San Germán de Auxerre.

Durante este tiempo le ordenaron sacerdote.

Hizo un viaje a Roma y el Papa Celestino I fue quien le envió a Irlanda con una misión especial…

Ya que su primer enviado Paladio nunca logró cumplir, porque a los doce meses de haber partido murió en el norte de Britania.

Para realizar esa misión encomendada por el Pontífice, San Germán de Auxerre consagró obispo a Patricio.

Se afirma que a su arribo a tierras irlandesas, San Patricio permaneció una temporada en Ulster, donde fundó el monasterio de Saúl. 

Y con la energía que lo caracterizaba se propuso la tarea de conquistar el favor del “Gran Rey” Laoghaire, que vivía con su corte en Tara, de la región de Meath.

Utilizaba un lenguaje sencillo al evangelizar.

Por ejemplo, para explicarles acerca de la Santísima Trinidad, les presentaba la hoja del trébol, diciéndoles que así como esas tres hojitas forman una sola verdadera hoja,

así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero.

Todos lo escuchaban con gusto, porque el pueblo lo que deseaba era entender.

Trabajó en el norte, en la región de Slemish, con un esfuerzo heroico en las tierras donde había estado cautivo y  donde Patricio cuidaba el ganado y oraba a Dios cuando era un joven esclavo.

Una anécdota relata que cuando el amo se enteró del regreso de Patricio convertido en venerado predicador, se puso tan furioso que prendió fuego a su propia casa, pereciendo en medio de las llamas.

San Patricio y sus enemigos

Sus acérrimos opositores fueron los DRUIDAS, sacerdotes y representantes de los dioses paganos.

También sufrió mucho a manos de los herejes pelagianos, que para arruinar su obra recurrieron inclusive a la calumnia.

Para defenderse, Patricio escribió su Confessio.

Por fortuna poseemos una colección bastante nutrida de esos escritos, que nos muestra algo de él mismo, como sentía y actuaba.

Circulaba entre los paganos un extraño vaticinio, una profecía respecto al santo, que Muirchu su historiador nos transmite textualmente así:

“Cabeza de azuela (referencia a la forma aplanada de la cabeza tonsurada) vendrá con sus seguidores de cabezas chatas.

Y su casa (casulla o casuela, es decir casa pequeña) tendrá un agujero para que saque su cabeza.

Desde su mesa clamará contra la impiedad hacia el oriente de su casa. Y todos sus familiares responderán, Amén, Amén”.

Por lo tanto cuando sucedan todas estas cosas, nuestro reino que es un reinado de idolatría, se derrumbará”.

En la evangelización, San Patricio puso mucha atención en la conversión de los jefes, aunque parece ser que el mismo rey Laoghaire no se convirtió al cristianismo, pero si varios miembros de su familia.

Consiguió el amparo de muchos jefes poderosos, en medio de muchas dificultades y constantes peligros, incluso el riesgo de perder la vida (más de cinco veces) en su trato con aquellos bárbaros.

Pero se notaba que había una intervención milagrosa de Dios que lo libraba de la muerte todas las veces que los enemigos de la religión trataban de matarlo.

En un incidente que ocurrió en misión su cochero Odhran, insistió en reemplazar al santo en el manejo de los caballos que tiraban del coche,

por consiguiente fue Odhram quien recibió el golpe mortal de una lanza que estaba destinada a quitarle la vida a San Patricio.

No obstante los contratiempos, el trabajo de la evangelización de Irlanda, siguieron firmes.

En varios sitios de Irlanda, construyó abadías, que después llegaron a ser famosas y alrededor de ellas nacieron las futuras ciudades.

En Leitrim, al norte de Tara, derribó al ídolo de Crom Cruach y fue uno de los lugares donde edificó una de las iglesias cristianas. En la región de Connaught, realizó cosas notables.

En la población de Tirechan se conservó para la posteridad la historia de la conversión de Ethne y Fedelm, hijas del rey Laoghaire.

También existen las narraciones de las heroicas predicaciones de San Patricio en Ulster, en Leinster y en Munster.

Por su santidad, manifiesta en su carácter su lenguaje sencillo al evangelizar.

Y por el don de hacer milagros, San Patricio logró muchas victorias sobre sus oponentes paganos y hechiceros.

Ese triunfo le sirvió para que los pobladores de Irlanda se abrieran a la predicación del cristianismo.

De hecho hacen referencias en los textos del Senchus Mor (el antiguo código de las leyes irlandesas)

a cierto acuerdo concertado en Tara entre los paganos y el santo y su discípulo San Benigno (Benen).

Dicen esos libros que “Patricio convocó a los hombres del Erin para que se reunieran todos en un sitio a fin de conferenciar con él.

Cuando estuvieron reunidos, se les predicó el Evangelio de Cristo para que todos lo escucharan.

Y sucedió que, en cuanto los hombres del Erin escucharon el Evangelio y conocieron como este daba frutos en el gran poder de Patricio, demostrado desde su arribo…

Y al ver al rey Laoghaire y a sus druidas asombrados por las grandes maravillas y los milagros que obraba, todos se inclinaron para mostrar su obediencia a la voluntad de Dios y a Patricio”.

Hay muchos relatos que en la actualidad han rebajado a SIMPLES LEYEMDAS MÍTICAS Y FANTASÍAS, en el afán de exterminar el cristianismo, para consolidar la religión única del Anticristo…

Sobre las CONFRONTACIONES de San Patricio con los magos druidas…  (ESTO ES MUY IMPORTANTE)

Porque los hijos de las Tinieblas nos confrontarán a los guerreros de la Luz,

sacerdote druida

¡EXACTAMENTE IGUAL Y CON MÁS PODER!  en un duelo mortal, en cuanto se consolide el Imperio del Maligno… 

Dicen que un Sábado Santo, cuando nuestro santo encendió el Fuego Pascual, se lanzaron con toda su furia a apagarlo, pero por más que trataron no lo lograron.

Entonces uno de ellos exclamó:

“El fuego de la religión que Patricio ha encendido, se extenderá por toda la isla”. Y se alejaron.

La frase del mago se ha cumplido; la religión católica se extendió de tal manera por toda Irlanda, que hoy sigue siendo un país católico, iluminado por la luz de la religión de Cristo que a su vez ha dado muchos misioneros a la Iglesia. 

Y al igual que México, ya sprobó leyes impulsadas por los esbirros del Anticristo…

7. San Juan María Bautista Vianney: “Lo hace porque yo convierto muchas almas para el buen Dios”

El Santo Cura de Ars nació en Francia en el año 1786.

Fue un gran predicador, hacía muchas mortificaciones y a veces comía solamente papas, fue un hombre de oración y caridad.

Pero la principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas.

No llevaba mucho tiempo en Ars cuando la gente empezó a acudir a él de otras parroquias, luego de lugares distantes, más tarde de todas partes de Francia, y finalmente de otros países.

Ya en 1835, su obispo le prohibió asistir a los retiros anuales del clero diocesano porque “las almas le esperaban allí”.

Durante los últimos diez años de su vida, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesionario.

Su consejo era buscado por obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, pecadores, personas con toda clase de dificultades y enfermos. 

En 1855, el número de peregrinos había alcanzado los veinte mil al año. 

Debido a su fructífera labor pastoral se le nombró patrón de los sacerdotes. 

DONES Y MILAGROS  EXTRAORDINARIOS

En primer lugar, la obtención de dinero para sus limosnas y alimento para sus huérfanos-

En segundo lugar, conocimiento sobrenatural del pasado y del futuro.

En tercer lugar, curación de enfermos, especialmente niños.

El mayor milagro de todos fue su vida.

Practicó la mortificación desde su primera juventud y durante cuarenta años su alimentación y su descanso fueron insuficientes humanamente hablando, para mantener su vida. 

Aun así, trabajaba incesantemente, con inagotable humildad, amabilidad, paciencia y buen humor, hasta que tuvo más de setenta y tres años.

Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia de Ars

San Agustín decía que: “el demonio es como un perro encadenado que no puede morder”. Y  esto lo pudo comprobar el Santo cura de Ars de forma irrefutable…

Sin embargo, aunque la acción del demonio es limitada, algunas veces Dios suelta un poco la cuerda que lo encadena, para dar alguna lección específica, que fortalezca nuestro crecimiento espiritual. 

Muchos Santos fueron testigos de esto, especialmente el santo cura de Ars, San Juan María Bautista Vianney.

Se sabe que él siendo cura de Ars, comenzó a oír ruidos inquietantes en su habitación, por las noches cuando iba a dormir.

En un principio pensó que se trataba de roedores, pero poco a poco se dio cuenta de que era obra del Demonio.

El ruido que salía de la habitación era tal, que muchos se compadecían del sacerdote exclamando:

“Pobre santo hombre, ¡No es posible descansar así!… ¿Cómo puede vivir en medio de este horrendo barullo?”.

Una noche el mismo demonio se presentó desafiante ante Vianney diciendo:

“¡Vianney, Vianney, despierta, dormilón! ¡No eres más que un pobre cura comedor de papas!”

Esto lo decía burlándose de las austeras comidas del sacerdote.

Con la intención de atormentarle más, el demonio cubrió la habitación con una sombra oscura y maloliente, zarandeó su cama y lo tomó de los pies para arrastrarlo varios metros.

Lejos de inmutarse, el santo cura de Ars respondió:

Ya sé que no quieres que duerma porque mañana me espera una larga jornada de confesiones, pero quiero decirte que me das verdadera lástima:

la gran mayoría de los que asistan a la Santa Misa de mañana se arrepentirán de sus pecados mediante el Sacramento de la Reconciliación. 

Y si continúan con su vida de buenos cristianos, se irán al Cielo. En cambio tú me das una gran pena, porque ya estás condenado y no tienes remedio ¡Pobrecillo de ti!”

El demonio se fue furioso dando un sonoro portazo, así que San Juan María Vianney volvió a su cama, rezó tranquilo y se durmó. 

LA RAZÓN POR LA QUE EL SANTO CURA DE ARS

FUE UNO DE LOS SANTOS MÁS ODIADOS POR SATANÁS 

¡Este santo es increíble!

El demonio odia a todos los santos porque muestran que el camino de la salvación es posible para todos los hombres, pero al santo Cura de Ars lo odió especialmente MUCHO más que a otros; PORQUE LO TEMÍA. 

Los ataques del demonio al Cura de Ars

San Juan María Bautista Vianney fue un sacerdote de la parroquia Ars, un poblado cercano a Lyon, en Francia.

Allí llevaba una vida en extremo austera y su alimento principal (al menos por largo tiempo) fueron las patatas.

Son célebres los asaltos con tentaciones y persecuciones que sufría a manos del diablo, para hacerlo renunciar a su actividad pastoral.

Quizás los más conocidos son los ataques nocturnos que sufría para despertarlo y no dejarlo descansar.

Los acosos tomaban diferentes formas.

A veces, el Maligno lo molestaba como una bandada de murciélagos que infestaban la habitación.

Otras como una multitud de ratas que recorrían su cuerpo y cubrían su cama totalmente. 

Muchas veces era jalado por los pies hacia el suelo, dejándolo caer con violencia.

Y padecía todo tipo de ruidos estruendosos y  molestos.

Semejante empeño en desmoralizar a este santo tenía sus razones.

Santo confesor

La principal razón por la que el demonio atacaba al santo Cura de Ars era que, como santo confesor, salvaba cientos de almas para Cristo.

San Juan María Vianney ejerció este Sacramento de modo eminente -pues ocupaba la mayor parte de su actividad pastoral y ejemplar – por el extraordinario don que Dios le concedió para la confesión.

En verdad, el Espíritu Santo obró grandes cosas a través de este humilde párroco de pueblo.

Se dice que varios testigos veían luces sobrenaturales alrededor de su persona, que levitaba y que realizó varios milagros.

Además, recibió un don especial para expulsar demonios de los posesos.

En una ocasión. alguien le dió una bofetada a San Juan María Vianney, él solo dijo por respuesta: “Amigo, la otra mejilla va a tener celos”.

Tan grande fue su vocación por convertir a los hombres, que Dios le ayudaba con el Don de Discernimiento de espíritu y la lectura de los corazones… 

Por esta gracia, el Cura de Ars podía conocer los secretos de las almas y no había pecado que no conociera de quienes acudían a la confesión.

Por este don, además de su inquebrantable voluntad para oír confesiones, hasta los pecadores más tenaces se reconciliaban con Cristo cuando concurrían a su parroquia.

Dios le permitía conocer quienes eran los que más necesitaban el Sacramento y “POR QUÉ” y así él los llamaba a confesarse sin hacer fila.

Hacia el final de su vida, por lo menos los últimos diez años, los peregrinos que buscaban la reconciliación a través del Cura de Ars, debían esperar ¡Hasta sesenta horas!

Lo que más le molestaba el Demonio

En una ocasión el demonio le dijo a través de un poseso:

“Tú me haces sufrir. Si hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 almas”.

Por esta labor de confesor incansable y las gracias que Dios dispensaba a través de este gran santo, san Juan María Vianney, fue constantemente asediado por el Maligno.

El santo reconocía cómo los ataques estaban vinculados a su trabajo pastoral y menciona lo qué hacía para combatirlos:

“Me vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al demonio.

Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran pecador”.

Con cierto humor el santo Cura de Ars decía:

“El Garras es muy torpe, él mismo me anuncia la llegada de grandes pecadores”.

¡Qué importante es el sacramento de la confesión! Ahora ya sabemos porque el santo Cura de Ars es el patrono de los sacerdotes.

ATACADO POR LAS FUERZAS DEL INFIERNO

Era de esperarse que un triunfo tan grande de la misión, así como la santidad del instrumento que Dios usó con este fin, atrajese la furia del Infierno.

El enemigo no podía soportar las innumerables conversiones de los penitentes y resentido de que esas almas fueran arrebatadas de su poder.

Y trató por todos los medios que Dios le permitió, para disuadir a don Juan María Vianney de su extraordinario amor por los pecadores…

Pero su Fe en nuestro Señor lo selló y lo mantuvo firme, como un muro de defensa.

Por un periodo de 35 años el santo Cura de Ars fue asaltado y molestado de una manera física y tangible, por el demonio.

La ocupación ordinaria del demonio permitida por Dios hacia nosotros, es la TENTACIÓN… 

Pero el demonio también puede asechar a las almas de diversas maneras.

Con el ASEDIO:

a) Acción extraordinaria del demonio, cuando busca aterrorizar por medio de apariciones  o por medio de ruidos inexplicables…b)

La Obsesión: va más allá.

Puede ser externa cuando el demonio actúa en los sentidos externos del cuerpo y de forma física.

O interna cuando influencia nuestra alma y acciona nuestro cuerpo espiritual y los sentidos espirituales…

c) Posesión: cuando el demonio toma control de todo el organismo.

El Cura de Ars sufrió de la primera: asedio.

Los ataques del demonio comenzaron en el invierno de 1824.

De 1824 a 1858 por un período de unos treinta y cinco años, el Cura de Ars era presa de obsesiones externas del Maligno.

Las luchas de don Vianney con el diablo ayudaron a hacer más viva y desinteresada su caridad. 

El pobre hombre sentía cada noche que rasgaban la ropa de su cama, para descubrir a la mañana siguiente que efectivamente alguien le había dejado sólo jirones. 

Esta mala broma duró un tiempo y puesto que él no era un tonto, decidió no prestarle apenas prestaba atención a estas cosas extraordinarias.

Ruidos horribles y gritos estrepitosos se oían fuera de la puerta del presbíterio, viniendo aparentemente del pequeño jardín de enfrente.

Al principio el Padre Vianney pensó que eran salteadores que venían a robar.

Y a la siguiente noche le pidió a un señor que se quedase con él.

Después de medianoche se comenzó a escuchar estentóreos ruidos y golpes contra la puerta de enfrente, parecía como si varios carros pesados estuviesen siendo arrastrados por los cuartos.

El señor André buscó su pistola y miró por la ventana; pero no vio nada, solo la luz de la luna.

Decía: “por 15 minutos la casa retembló y mis piernas también”. Y nunca más quiso quedarse en la casa.

Esto sucedía casi todas las noches.

Aún ocurría cuando el santo cura ¡No estaba en el pueblo!

El santo sacerdote pasó su vida en una continua batalla con el pecado a través de su trabajo en el confesionario.

Enmedio del silencio de la noche, podía oir gritando y golpeando a muchos murciélagos en la entrada del patio de la casa parroquial.

También escuchaba como rabiosos rugidos de fieras; de truenos de tormenta; hojas de cuchillos que chirriaban de manera exasperante o como si hubiera el tráfico de muchos carruajes tirados por caballos.   

Estas confrontaciones con el Demonio llegaron a convertirse en una pelea de verdad…

Y para soportarla, el santo no tenía otro recurso que su paciencia y sus oraciones.

Cuando su confesor le preguntó cómo repelía estos ataques, él respondió: 

“A veces apelo al buen Señor, hago la señal de la cruz y dirijo unas palabras de desprecio hacia el diablo.

Por otra parte, me di cuenta de que el ruido era más fuerte y los ataques más insistentes, cuando al día siguiente, debía acercarme a algún gran pecador .

 Confió a Mons. Mermod, uno de sus amigos y penitentes más fieles: 

.    “Al principio, tenía miedo.

Yo no sabía lo que era, pero ahora estoy feliz: porque eso quiere decir que la pesca del día siguiente será siempre excelente.

El diablo me ha molestado mucho esta noche, mañana habrá una gran cantidad de personas y muchas conversiones…

Entonces, me quedaba en mi pobre colchón, tratando de descansar.

Cuando estaba a punto de dormirme, de repente fui sacudido, arrancado de mi sueño por los gritos de recuerdos sombríos, por golpes tremendos.

Era como si un martillo irrumpiera a través de la puerta de la rectoría.

Inmediatamente, sin que se moviera el picaporte de la puerta, el Cura de Ars se daba cuenta con horror, que tenía muy cerca de sí al demonio.

“Yo no le impedia entrar, dijo don Vianney entre broma y molesto, pero él igual entraba»
Sillas volcadas, sacudían la habitación, junto con muebles pesados…

Y me gritaban con voz aterradora: 

 ¡Vianney Vianney! Mangiapatate! Ah! Que no estás muerto todavía! Un día voy a tenerte!

O bien, emitía gritos de animales, imitando a los gruñidos de un oso, el llanto de un perro o gatos en pelea… 

Y se arrojaba en las cubiertas de la cama, agitándolas furiosamente.

También el diablo imitaba el sonido de un martillo sobre unos clavos contra el suelo y atado un barril con aros de hierro; tocaba un tambor en la mesa o la chimenea, cantando con una voz aguda.

Y el Cura en repetidas ocasiones sintió una mano mostruosa y enorme, que le tocó la cara o ratones que corrían por todo su cuerpo.

Una noche oyó un ruido como de un enjambre de abejas;

se levantó, encendió la vela, hizo a un lado las cortinas para ahuyentarlos, pero no vio nada.

Varias veces el diablo lo jaló, para arrojarlo de la cama con mucha fuerza…

En el dormitorio, al sentir el vuelo de los murciélagos que bordeaban las vigas sucias, se agarraba a los cubrecamas.

O en el suelo por horas, podía escuchar el golpeteo continuo y exasperante de un rebaño de ovejas.

En la sala, en el comedor, retumbaba el galope de un caballo que se elevaba hasta el techo y luego hacia abajo, con sus cuatro patas, en el suelo.

Estas farsas del infierno fastidiaban mucho al pobre cura de Ars, pero no pudieron derribarlo.

Alrededor de 1820, don Vianney había llevado desde la iglesia hasta la rectoría un viejo lienzo, que representaba la Anunciación.

El cuadro fue colgado en una pared de la escalera.

Entonces diablo se ventiló en esa imagen cubriendola de suciedad.

Hubo que sacarla de allí.

Margherita Vianney, una noche mientras pasaba por la rectoría, oyó al Cura de Ars salir de la habitación antes que nadie e ir a la iglesia. 

Y dijo: 

“Unos minutos más tarde estalló cerca de mi cama un ruido violento, como si cinco o seis hombres hubieran golpeado con fuertes golpes en la mesa o en el gabinete.

Y sentï mucho miedo.

Me levanté y encendí una lámpara, pero vi que todo estaba perfectamente en orden.  

Por lo tanto regresé a mi lecho, pero tan pronto como yo estuve en la cama, se repetía el mismo ruido.

la humiladad y el santo rosario

Me vestí a toda prisa y me dirigí a la iglesia.

Cuando mi hermano llegó a casa, le dije lo que había sucedido y me dijo que era el Demonio.

“Hija mía, no debes temer: es el gruñón. Él no puede hacerte daño. En cuanto a mí, siempre me atormenta de la manera más desquiciada posible.

A veces me agarra de los pies y me arrastra por el cuarto.

Lo hace porque yo convierto muchas almas para el buen Dios”.

El demonio hacía ruidos durante horas, similares a rompimiento de cristales, silbidos y relinchos.

“Que a veces incluso se oye un viento muy violento.

Otras veces me agarra por los pies y me arrastra por toda la habitación”

Un día en 1838, Dionigi Chaland, Bouligneux, un joven estudiante de filosofía, fue admitido en la cámara del Cura de Ars.

A mediados de la confesión, hubo un levantamiento general que sacudió la habitación, incluso el reclinatorio se sacudió como todo lo demás. Se asustó muchísimo.

El cura lo sujetaba por el brazo tratando de tranquilizarlo y le dijo: “No es nada, dijo, es sólo el diablo.”

Cuerpo incorrupto del santo cura de Ars

Era el 23 de febrero de 1857.

Esa mañana don Vianney había comenzado a confesar.

Unos minutos antes de las siete, las personas que pasaron por la vicaría vieron llamas que salían de la habitación del cura.

Corrieron a avisarle cuando se encontraba por el confesionario para ir a celebrar la misa.

El cura le entregó la llave, para que fueran a apagarlo y respondió con calma:   

–       “El Gruñón está furioso. Al no poder atrapar al pájaro le prende fuego a su jaula”

Las obsesiones diabólicas disminuyen en número e intensidad, más el Santo envejeció.

El espíritu de la oscuridad, incapaz de disminuir el valor del alma heroica, desalentado, renunció a la lucha; o 

O Dios dispuso que esta vida tan hermosa, tan pura, tan tranquila en apariencia, a pesar de la evidencia interna, se llenara de una profunda paz.

Desde 1855 hasta su muerte, don Vianney ya no fue tan atormentado por el diablo durante la noche.

El sueño seguía siendo muy difícil, aunque se detuvieron los ataques, lo cogió una tos persistente, que era suficiente para mantenerlo despierto.

Esto no le impide, sin embargo, su rendimiento sin fin para el ministerio de la confesión.

“Mientras yo pueda dormir una hora o media hora durante el día, dijo, me gustaría comenzar mi trabajo.”

Esta hora o esta media hora, se la pasaba en su habitación, justo después del almuerzo.

Acostado en el colchón, tratando de conciliar el sueño, pero incluso estos breves momentos el demonio aprovechaba, a veces para molestarlo.

Por último, el Maligno nunca regresó, y estaba seguro de que don Vianney veía con pesar un alejamiento “como compañero”

Ni siquiera le preocupaba en su agonía, lo que en cambio hizo con otros Santos.

Incluso antes de terminar su prueba terrenal, el Cura de Ars había infligido una derrota final de Satanás.

10 enseñanzas del cura de Ars tras sus combates con el demonio

Verifique:

  1. No imagine que exista un lugar en la tierra donde podamos escapar de la lucha contra el demonio; si tenemos la gracia de Dios, que nunca nos es negada, podemos siempre triunfar.
  2. Como el buen soldado no tiene miedo del combate, así el buen cristiano no debe tener miedo de la tentación. Todos los soldados son buenos en el campamento, pero es en el campo de batalla que se ve la diferencia entre corajudos y cobardes.
  3. El demonio tienta solamente las almas que quieren salir del pecado y aquellas que están en estado de gracia. Las otras ya le pertenecen, no precisa tentarlas.
  4. Una santa se quejó a Jesús después de la tentación, preguntándole: «¿dónde estabas, mi Jesús adorable, durante esta horrible tempestad?» A lo que Él le respondió: «Yo estaba bien en medio de su corazón, encantado en verla luchar».
  5. Un cristiano debe siempre estar listo para el combate. Como en tiempo de guerra, tiene siempre centinelas aquí y allí para ver si el enemigo se aproxima. De la misma manera, debemos estar atentos para ver si el enemigo no está preparándonos trampas y, si él viene a tomarnos de sorpresa…
  6. Tres cosas son absolutamente necesarias contra la tentación: la oración, para aclararnos; los sacramentos, para fortalecernos; y la vigilancia para preservarnos..
  7. Con nuestros instintos la lucha es raramente de igual a igual: o nuestros instintos nos gobiernan o nosotros gobernamos nuestros instintos.¡Qué triste es dejarse llevar por los instintos! Un cristiano es un noble; él debe, como un gran señor, mandar en sus vasallos.
  8. Nuestro ángel de la guarda está siempre a nuestro lado, con la pluma en la mano, para escribir nuestras victorias. Precisamos decir todas las mañanas: «Vamos, mi alma, trabajemos para ganar el Cielo».
  9. El demonio deja bien tranquilo a los malos cristianos; nadie se preocupa con ellos, mas contra aquellos que hacen el bien él suscita mil calumnias, mil ofensas.
  10. La señal de la cruz es temida por el demonio porque es por la Cruz que escapamos de él. Es preciso hacer la señal de la cruz con mucho respeto. Comenzamos por la cabeza: es el principal, la creación, el Padre; después el corazón: el amor, la vida, la redención, el Hijo; por último, los hombros: la fuerza, el Espíritu Santo. Todo nos recuerda la cruz. Nosotros mismos estamos hechos en forma de cruz.

133 VIAJE HACIA EL PERDÓN

133 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La velada contnúa su relato a María… 

Desde la ventana ya había oído palabras y había visto un aspecto que habían conmovido mi corazón.

Pero, Madre; te juro que no fue la carne la que me movió hacia tu Jesús.

Lo que El me reveló fue la causa de que me acercara al umbral de la puerta…

Desafiando las burlas del vulgo, para decirle: “Entra” 

Fue el alma, esa alma que hasta entonces no sabía que tenía.

Me dijo: “Mi Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de ser salvado.

Salvo enseñando a ser puros, a querer el dolor por el honor, a querer el Bien a toda costa.

Yo soy Aquel que busca a los perdidos,   

Aquel que da la Vida; soyPureza y Verdad”.

Me dijo que yo también tenía un alma, pero que 1a había matado con mi modo de vivir.    

No obstante, no me maldijo ni se burló de mí.

¡Y no puso en mí sus ojos un solo momento!

Es el primer hombre que no me ha comido con su ávida mirada, porque llevo conmigo la tremenda maldición de atraer al hombre…

Me dijo que quien lo busca lo encuentra, porque está donde hay necesidad de médico, medicinas.

Y se marchó. Pero sus palabras quedaron aquí y aquí han permanecido.

Yo me decía: “Su Nombre quiere decir Salvador”,    

Como queriendo empezar a curarme. 

De su visita me habían quedado sus palabras y sus amigos, los pastores.  

Mi primer paso fue darles a los pastores limosna y pedirles oraciones…

Luego… me escapé…

Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador…

Busqué, busqué, segura de que lo encontraría porque así me lo había prometido.

Me mandaron a donde un hombre de nombre Juan, creyendo que era Él, pero no era.

Posteriormente, un hebreo me indicó el camino de Agua Especiosa.

Vivía de la venta del oro que tenía, que era mucho.

Durante los meses en que viví errante tuve que mantener cubierto mi rostro para que no me atrapasen de nuevo.

 Y porque además Áglae realmente estaba sepultada bajo ese velo;

había muerto la vieja Áglae, quedaba sólo esa alma suya herida y desangrada que iba en busca de su médico.

Muchas veces tuve que huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis vestiduras.

Incluso uno de los amigos de tu Hijo…

En Agua Especiosa vivía como un animal.

Vivía pobre pero feliz.

Ni el rocío ni el río me limpiaron como sus palabras.

¡Oh, ni una sola perdí!

Una vez perdonó a un asesino. Oí sus palabras y estuve a punto de decirle: “¡Perdóname también a mí!”.

Otra vez habló de la inocencia perdida.

¡Oh, qué llanto de nostalgia! Otra vez curó a un leproso…

Y estuve por gritar: “¡Límpiame a mí de mi pecado…!”.

Otra vez curó a un demente romano… Y lloré…

Y mandó que me dijeran que las patrias pasan pero el Cielo permanece.

Una noche de tormenta me ofreció la casa…

Y se preocupó de que el encargado me diera posada…

A través de un niño, me dijo: “No llores”…

¡Oh, qué bondad la suya!  

¡Qué miseria la mía!:

Tan grandes ambas, que no me atreví a portar mi miseria a sus pies, a pesar de que uno de los suyos, de noche…

Me instruyera acerca de la infinita misericordia de tu Hijo.

Luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma renacida…

Lo esperé…

Pero lo esperaba también la venganza de aquellos que son aun mucho más indignos que yo de mirarlo.

Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios…

Y me maltrataron.

Pero me hirieron más sus acusaciones que las piedras.

Hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la desesperación.

¡Oh, qué tremenda lucha conmigo misma!

Andrajosa, sangrante, herida, febril, ya sin Médico, sin techo ni pan, miré hacia atrás, miré al futuro…

El pasado me decía: “Vuelve”…

El presente: “Mátate”;..

El futuro: “Ten esperanza”. 

He tenido esperanza.

No me he quitado la vi-da…

Lo haría, eso sí, si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era.

A duras penas llegué a un pueblo pidiendo asilo.

Me reconocieron.

Tuve que salir huyendo como un animal…

Y he tenido que seguir huyendo de todos los lugares, perseguida siempre.

Siempre ultrajada, siempre maldecida, porque quería ser honesta.

Y porque se esfumaban las esperanzas de quienes por medio de mí, querían asestar sus golpes contra tu Hijo.

Subí hasta Galilea siguiendo el curso del río y vine hasta aquí…

Tú no estabas… Fui a Cafarnaúm: acababas de partir.

Pero me vio un anciano, uno de sus enemigos…

Y me habló de mí como prueba evidente contra Él, Tu Hijo.

Y dado que yo lloraba y no reaccionaba,

me dijo: “Todo podría cambiar para ti si quisieras ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí nazareno.

Bastaría con que dijeras, ante mis amigos, que Él era tu amante…”.

Huí como quien ve abrirse una mata florida al desenroscarse una serpiente.

Y comprendí que ya no podía ir a postrarme a sus pies.

Por eso vengo a ti.

Aquí estoy: pisotéame; soy sólo fango.

Aquí me tienes: aléjame de tu presencia, porque soy pecadora.

Dime mi nombre: meretriz.

Estoy dispuesta a aceptar todo lo que me digas o hagas.

, ten piedad, Madre; toma mi pobre alma sucia y llévala a El.

Cierto es que poner en tus manos mi lujuria es delito…

Pero son el único lugar en que estará protegida del mundo, que la quiere para sí…

Y se hará penitente.

Dime cómo he de comportarme. Dime qué tengo que hacer.

Dime cuál es el medio que debo seguir para dejar de ser Aglae.

¿Qué debo amputarme?

¿Qué debo arrancarme para dejar de ser pecado, seducción, para no tener que temer ni a mí misma ni al hombre?

¿Tengo que arrancarme los ojos? ¿Tengo que quemarme los labios? ¿Tengo que cortarme la lengua?

Ojos, labios, lengua… me han servido en el mal. 

No quiero ya más el mal; estoy dispuesta a sacrificarlos para castigarme a mí y a ellos mismos.

¿0 quieres que me ampute estas concupiscentes caderas que me han impulsado a depravados amores?

¿O que me arranque estas vísceras insaciables, de las que siempre temo un nuevo despertar?

Dime, dime, ¿Cuál es la vía para olvidarse de que se es hembra…

¿Y para hacérselo olvidar a los demás?

María está estremecida. Llora, sufre…

Pero el único signo de su dolor son las lágrimas que caen sobre la arrepentida.

-Quiero morir perdonada.

Quiero morir sin otro recuerdo sino el del Salvador.

Quiero morir con su Sabiduría como amiga…

¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha, a mí y a Él, para acusarnos…».

Áglae llora, tirada en el suelo como un trapo.

María se pone en pie y casi jadeando,

susurra:

–     ¡Qué difícil es ser redentores!

Áglae, que lo ha oído, intuyendo el movimiento de María, dice quejumbrosamente:

–     ¿Ves cómo tú también sientes repulsa?

Me marcho. Todo está perdido.

–     No, hija, no está perdido todo.

Ahora empieza todo para ti. Escúchame, alma abatida:

No gimo por ti, sino por este mundo cruel.

No te dejo marcharte; te acojo, pobre golondrina lanzada contra mis paredes por la ventisca.

Te llevaré a donde Jesús y Él te señalará el camino de tu redención…

–     Ya no tengo esperanza…

El mundo tiene razón, no puedo ser perdonada.

–     No te puede perdonar el mundo, pero sí Dios.

Déjame que te hable en nombre del supremo Amor, que me ha dado un Hijo para que yo lo dé al mundo.

Que me ha sacado de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviera el Perdón.

Y me ha sacado sangre, pero no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima.

Mírame, hija.

En este corazón hay una gran herida, que me punza desde hace más de treinta años.

Que se abre cada vez más y me consume. ¿Sabes cuál es su nombre?

–     Dolor.

–     No. Amor.

El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté solo el Hijo en su acto salvador.   

Es el amor lo que me da fuego para que yo purifique a quienes no se atreven a ir a mi Hijo.

El amor hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores.

Tú querías mis caricias; te doy mis lágrimas, que te hacen ya blanca para poder mirar a mi Señor. 

El llanto de Aglae se ha vuelto desgarrador…

Y María la corrige:

–     ¡No llores de ese modo!

No eres la única pecadora que se acerca al Señor y se despide de Él ya redimida; otras hubo y otras habrá.

¿Dudas, acaso, de que Él te pueda perdonar?  

¿No ves en todo lo que te ha ocurrido un misterioso designio de la Bondad Divina?

¿Quién te condujo a Judea?

¿Y a la casa de Juan?

¿Quién te movió a asomarte a la ventana aquella mañana?

¿Quién encendió en ti una luz para ilustrarte sus palabras?

¿Quién te dio la capacidad de entender que la caridad, unida a la oración del favorecido, obtienen auxilio divino?

¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Samay?

¿Quién, de perseverar los primeros días hasta su llegada?

¿Quién te puso en su camino?

¿Quién te capacitó para vivir como una penitente a fin de que se fuera purificando tu alma?

¿Quién ha hecho en ti alma de mártir, de creyente, de mujer perseverante, de mujer pura?…

Sí, no menees la cabeza.

¿Piensas, acaso, que sólo es puro quien no ha conocido la sensualidad?

¿O piensas que el alma no puede jamás volver a ser virgen y bella?

¡Hija, créeme que entre mi pureza, toda ella gracia del Señor!

¡Y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu pureza perdida, es mayor la tuya!

Tú la construyes, contra el apetito de los sentidos, la necesidad y el hábito.

En mí es dote natural, como respirar.

Tú debes cercenar tu pensamiento, los sentimientos, la carne; para no recordar, para no desear, para no secundar; yo…

¿Puede, acaso, una criaturita de pocas horas desear la carne?

¿Tiene mérito por no hacerlo? Pues así yo.

Yo no conozco esa trágica hambre que ha hecho de la humanidad una víctima.

No conozco sino la santísima hambre de Dios… 

 tú, sin embargo, ésta no la conocías.

Y has conseguido aprenderla… 

Y has domado la otra, trágica y horrenda; por amor a Dios, que ahora es tu único amor.

¡Sonríe, hija de la Misericordia divina! ¡Mi Hijo está haciendo en ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho.

Estás ya salvada, porque has tenido buena voluntad de salvarte, porque has aprendido la pureza, el dolor, el Bien.

Tu alma ha renacido.

Sí, necesitas su palabra, que te diga en nombre de Dios: “Estás perdonada”.

Eso yo no lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón…

¡Oh, Espíritu Eterno, un poco de ti siempre está en tu María! 

¡Deja que Ella te infunda, Espíritu santificador, sobre esta criatura que llora y espera!

¡Por nuestro Hijo, Oh Dios de amor, salva a ésta que de Dios espera salvación!

¡Que la Gracia, de que dijo el ángel Dios me ha colmado, se pose milagrosamente sobre esta mujer…!

¡Y la mantenga hasta que Jesús, el Salvador bendito, el supremo Sacerdote, la absuelva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu!…

Es de noche, hija. Estás cansada.

Tus vestidos, hechos jirones.

Ven. Descansa.

Mañana te pondrás en camino…

Te enviaré a una familia de personas honradas, porque aquí ya vienen demasiados.

Te daré un vestido en todo igual al mío.

Parecerás una hebrea.

Yo veré a mi Hijo en Judea, no antes, porque la Pascua se aproxima y para el novilunio de Abril estaremos en Betania; así que le hablaré de ti.

Ve a casa de Simón el Zelote.

Allí me encontrarás y te conduciré a Él.

Áglae sigue llorando, pero ahora con paz.

Está sentada en el suelo.

También María se ha sentado de nuevo.

Y Áglae deposita su cabeza sobre las rodillas de María y le besa la mano…

Luego susurra quejumbrosa:

–     Me reconocerán…

–     ¡Oh, no! No temas.

Tu vestido era demasiado conocido. 

Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón; serás como la virgen preparada para su boda:

Distinta y desconocida para la muchedumbre que ignora el rito. Ven.

Tengo una pequeña habitación al lado de la mía.

En ella se alojan santos y peregrinos deseosos de ir a Dios; te hospedará también a ti.

Aglae hace ademán de querer recoger el manto y el velo.

Pero María la detiene:

–     Deja. Son los vestidos de la pobre Áglae extraviada, que ya no existe…

Y  ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado odio…

Y tanto daño hace el odio cuanto el pecado.

Salen al oscuro huerto.

Entran en el cuarto de José.

María enciende una lamparilla que hay encima de una repisa.   

Acaricia una vez más a la arrepentida, cierra la puerta.

Y con su triple llamita, se hace luz para ver a dónde puede llevar el manto desgarrado de Áglae,

para que ningún visitante lo vea al día siguiente.  

14 LLEGADA A NAZARETH

14 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Los Esposos llegan a Nazaret.

El más azul de los cielos de un apacible febrero se extiende sobre las colinas de Galilea.

Las suaves colinas que no he visto nunca en este ciclo de la Virgen niña, y que me son ya tan familiares al ojo como si hubiera nacido entre ellas.

La calzada principal, refrescada por lluvia reciente, caída quizás la noche anterior, no tiene polvo, mas tampoco barro.

Presenta aspecto compacto y limpio, como si fuera una calle de ciudad, y avanza, sinuosa, entre dos hileras de espino albar en flor: una nevada con sabor amargoso y a bosque,

interrumpida una y otra vez por las monstruosas aglomeraciones de los cactus, con sus hojas carnosas en forma de paleta, erizadas de pinchos y decoradas con los enormes granates de sus originales frutos,

crecidos sin tallo sobre las hojas, las cuales, por su color y forma, evocan siempre en mí profundidades marinas y bosques de corales y medusas, u otros animales de los mares profundos.

Las hileras de espino sirven como cercas de las propiedades privadas, por lo cual se extienden en todas las direcciones formando un caprichoso trazado geométrico de curvas y de ángulos,

de rombos, cuadrados, semicírculos, triángulos con las más inverosímiles formas agudas u obtusas; es un trazado enteramente asperjado de blanco: como una cinta llena de fantasía que hubieran extendido así,

por diversión, a lo largo de los campos; sobre ella vuelan, pían, cantan, a centenares, pajaritos de toda especie, sintiendo la alegría del amor y dedicados a rehacer sus nidos.

Al otro lado de las hileras de espino están los campos, con los trigos todavía verdes, pero aquí ya más altos que en los campos de Judea, y prados llenos de flores,

y en ellos — como contrapunto de las ligeras nubecillas del cielo, que el ocaso tiñe de rosa o de un lila tenue o violeta o de un opalino colorado de azul o de un naranja-coral —, a centenares,

las nubes vegetales de los árboles frutales, blancas, rosadas, rojas, en todas las tonalidades del blanco, rosa y rojo.

Con el suave viento de la tarde, caen revoloteando de los árboles florecidos los primeros pétalos: parecen bandadas de mariposas buscando polen en las flores del campo.

Entre árbol y árbol, festones de vid aún desnuda: sólo en la parte alta de los festones, en la parte donde más da el sol, las primeras hojitas se abren, inocentes, extrañadas, palpitantes.

El Sol se pone, sereno, en el cielo — ¡qué apacible con ese azul suyo que la luz hace aún más claro! — y a lo lejos titilan, reflejándolo, las nieves del Hermón y de otras cumbres lejanas.

Un carro avanza por la calzada, el carro que lleva a José y a María y a los primos de Ella; el viaje está tocando a su fin.

María mira con el ojo ansioso de quien quiere conocer, o mejor, reconocer, aquello que ya un día vio, pero no lo recuerda,

y sonríe cuando una sombra de recuerdo vuelve y se posa, como una luz, en esta o aquella cosa, en este o aquel punto.

Isabel le ayuda a recordar, y también Zacarías y José, señalando esta o aquella cumbre, esta o aquella casa. Casas, sí.

Porque Nazaret ya aparece extendida sobre la ondulación de su colina.

Recibiendo por la izquierda el Sol ya ocultándose, muestra, con pinceladas de rosa, el color blanco de sus casitas, anchas y bajas, culminadas por una terraza.

Algunas de ellas, al darles el sol de lleno, parecen, de lo rojas que se han puesto las fachadas, estar al lado de un fuego.

Y el sol enciende también el agua de los bajos pozos, que no tienen casi brocal, de donde suben, chirriando, los cubos para la casa o los odres para la huerta.

Niños y mujeres se acercan al borde de la calzada, queriendo ver el interior del carro, y saludan a José, que es muy conocido en el lugar. 

Pero luego se muestran titubeantes y tímidos ante las otras tres personas. Sin embargo, dentro ya de la pequeña ciudad, no hay titubeos ni temor.

Mucha, mucha gente de todas las edades está a la entrada del pueblo bajo un rústico arco hecho con flores y ramas,

y nada más que el carro aparece por detrás del recodo de la última casa de campo, que está colocada oblicuamente,  se produce un verdadero gorjeo de voces agudas y un agitarse de ramas y flores.

Son las mujeres, las chiquillas y los niños de Nazaret que saludan a la novia. Los hombres, más contenidos, están detrás de este seto agitado y gorjeante, y saludan con gravedad.

María, ahora que la cortina ha sido quitada, dejando al descubierto el carro — lo habían hecho ya antes de llegar al pueblo, porque el sol ya no molestaba, y para permitirle a María el ver bien su tierra natal — aparece en su belleza de flor.

Blanca y rubia como un ángel, sonríe con bondad a los niños, que le echan flores y besos, a las jóvenes de su edad, que la llaman por el nombre, a las mujeres casadas, a las madres, a las ancianas, que la bendicen con sus voces cantadoras.

Inclina su cabeza ante los hombres, y especialmente ante uno de ellos, que quizás es el rabino o la personalidad principal del pueblo.

El carro prosigue por la calle principal a paso lento, seguido de la muchedumbre por un buen trecho, muchedumbre para la que esta llegada es un acontecimiento.

–     Esa es tu casa, María- dice José señalando con el látigo una casita que está justo en la base de una ondulación de la colina,

y que tiene en la parte de atrás un hermoso y amplio huerto, exuberante, que termina en un pequeño olivar. Más allá, la consabida cerca de espino albar y cácteas señala el límite de la propiedad.

Las tierras, que fueron de Joaquín, están al otro lado…  

Zacarías dice:

–     Te ha quedado poco, ¿Ves?

La enfermedad de tu padre fue larga y económicamente cara. Y caros fueron también los gastos para reparar el daño que hizo Roma. ¿Lo ves?

La calle le ha cortado a la casa sus tres principales habitaciones. Se ha quedado más pequeña. Para ampliarla sin gastos excesivos, se cogió una parte del monte que forma una gruta;

Joaquín tenía en ese lugar las provisiones y Ana sus telares. Haz con esto lo que creas más oportuno.

María dice:

–     ¡Que sea poco no importa!

Siempre me será suficiente. Me pondré a trabajar… 

José interviene:

–     No, María.

Yo seré quien trabaje. Tú sólo tejerás y coserás las cosas de la casa. Soy joven y fuerte y soy tu esposo. No me atormentes viéndote trabajar.

–     Haré como tú quieras.

– Sí, en esto yo quiero.

Para todas las demás cosas tu deseo es ley, pero en esto no.

Ya han llegado. El carro se detiene.

Dos mujeres y dos hombres, respectivamente de unos cuarenta y cincuenta años, están a la puerta, y muchos niños y jovencitos están con ellos.

El hombre más anciano dice:

–     Dios te dé paz, María.

Una de las mujeres se acerca a María, la abraza y la besa.

José dice:

–     Es mi hermano Alfeo, y María, su mujer, y éstos son sus hijos.

Han venido expresamente para recibirte y felicitarte y decirte que su casa es tuya, si así lo deseas.  

María de Alfeo dice:

 –     Sí, ven, María, si te resulta penoso vivir sola.

El campo es bonito en primavera y nuestra casa está en medio de campos floridos. Tú serás su más hermosa flor.  

María contesta:

–      Gracias, María.

Yo iría con mucho gusto, y alguna vez iré; iré, sin duda, para la boda… Pero, deseo vivamente ver, reconocer mi casa. La dejé siendo muy pequeña y se me ha desdibujado su imagen…

Ahora esta imagen la encuentro de nuevo… y me parece como si encontrara de nuevo a mi madre perdida, a mi padre amado, el eco de las palabras de ellos… y el aroma de su último respiro.

Siento como si ya no fuera huérfana, porque me abrazan de nuevo estas paredes… Compréndeme, María –

Aparece un poco el llanto en la voz de María, y también en sus pestañas.

María de Alfeo responde:

–     Querida mía, como tú quieras.

Quiero que me sientas hermana y amiga y un poco madre incluso, porque soy mucho más mayor que tú.

La otra mujer, que se ha acercado entretanto,

dice:

–     María, quiero saludarte.

Soy Lía, la amiga de tu madre. Te vi nacer. Este es Alfeo, sobrino de Alfeo y muy amigo de tu madre.

Lo que hice por tu madre, si quieres, lo haré por ti. Mira, mi casa es la que está más cerca de la tuya y tus parcelas de terreno son ahora nuestras.

Pero, si quieres venir hazlo cuando te apetezca, en cualquier momento. Abrimos un paso en el cercado y así estaremos juntas, sin dejar de estar cada una en su casa. Este es mi marido.

–     Os doy las gracias a todos y por todo;

por todo el amor que habéis tenido a los míos, y por todo el amor que me tenéis a mí. Que Dios todopoderoso os bendiga por ello.

Descargan los pesados baúles y los meten en la casa. Entran.

Reconozco ahora que es la casita de Nazaret, como será luego, durante la vida de Jesús.

José toma de la mano — un gesto habitual en él — a María, y entra así.

Pero en el umbral de la puerta le dice:

–     Ahora, aquí, en el umbral de esta puerta, quiero de ti una promesa:

Que cualquier cosa que te suceda, o cualquier cosa que necesites, tu único amigo, la única persona en quien pienses para solicitar ayuda, sea yo, y que, bajo ningún motivo, debas sufrir sola ninguna pena.

Yo estoy a tu entera disposición, y para mí será una satisfacción el hacerte feliz el camino, y, dado que la felicidad no siempre está en nuestra mano, al menos, hacértelo tranquilo y seguro.

–     Te lo prometo, José.

La siguiente cosa es abrir puertas y ventanas… El último sol entra curioso. María se ha quitado el manto y el velo.

Menos las flores de mirto, todavía va vestida como en los esponsales.

Sale al huerto, que presenta un aspecto exuberante.

Mira, sonríe, y, todavía de la mano de José, da un paseo. Se la ve como quien volviera a tomar posesión de un lugar perdido.

José le muestra el resultado de sus trabajos:

–     Mira, aquí he cavado para recoger el agua de la lluvia, porque estas cepas están siempre sedientas.

A este olivo le he vuelto a cortar las ramas más viejas para darle vigor; y he plantado estos manzanos, porque dos estaban muertos; y luego, allí he plantado unas higueras.

Cuando crezcan resguardarán a la casa del sol excesivo y de las miradas curiosas. La pérgola es la misma que había; lo único que he hecho ha sido cambiar los palos que estaban deteriorados, y también una labor de poda.

Espero que dé muchas uvas. Y aquí, mira…

– y la lleva, orgulloso, hacia el terreno en pendiente que resguarda la casa por detrás y que es límite del huerto por el lado de tramontana

–     Y aquí he excavado una pequeña gruta, y la he reforzado, y, cuando agarren estas plantas, será casi igual que la que tenías. Falta el manantial… pero, espero hacer llegar aquí desde el manantial un regatillo.

Pienso trabajar durante las largas tardes de verano cuando venga a verte…  

Alfeo dice:

–     ¿Cómo es eso?

¿No vais a celebrar la boda este verano?

–     No. María quiere tejer los paños de lana, que es lo único que le falta a su ajuar.

Y a mí eso me satisface. María es tan joven, que el esperar un año o más no es nada. Entretanto se ambienta a la casa…

–     ¡Bueno! Tú siempre has sido un poco distinto de los demás, y lo sigues siendo.

José responde con una sonrisa sutil:

–     Alegría muy esperada, alegría más intensamente gustada.

El hermano se encoge de hombros y dice:

–     ¿Y entonces?

Según tus planes, ¿Cuándo vas a pensar en la boda? 

–     Cuando María cumpla dieciséis años.

Después de la fiesta de los Tabernáculos. ¡Dulces serán las tardes de invierno para los recién casados!…

Y sigue sonriendo mirando a María: una sonrisa que conlleva un pacto secreto y delicado; de una castidad fraterna consoladora.

Luego continúa caminando y explicando:

–     Ésta es la habitación grande que había en el monte.

Si te parece bien, cuando venga, instalaré en ella mi taller. Está unida, pero no forma parte de la casa. Así no molestaré con los ruidos, o creando otros trastornos.

No obstante, si no quieres que sea así…

–     No, José; así está muy bien.

Vuelven a entrar en la casa. Encienden las lámparas.

José dice:

–     María está cansada.

Dejémosla tranquila con sus primos.

Saludos de todos los que se marchan…

José se queda todavía unos minutos y habla con Zacarías en voz baja.

Luego dice a María:

–     Tu primo te deja a Isabel durante un poco.

¿Contenta? Yo sí, porque te ayudará a… ser una perfecta ama de casa; con ella podrás colocar como quieras tus cosas y tu ajuar. Y yo vendré todas las tardes a ayudarte.

Con ella podrás conseguir lana y todo lo que necesites, y yo me encargaré de los gastos.

Acuérdate de que has prometido que recurrirías a mí para todo. Adiós, María. Duerme el primer sueño de señora en esta casa tuya, y que el ángel de Dios te lo haga sereno.

Que el Señor sea siempre contigo.

–     Adiós, José.

Queda tú también bajo las alas del ángel de Dios.

– Gracias, José, por todo.

En la medida en que pueda, te pagaré por tu amor, con el mío.

José saluda a los primos y sale.

Y con él cesa la visión.

UNA ESTIRPE DIVINA 2

Joaquín y Ana poseían la Sabiduría.

Antes de proseguir hago una observación. La casa no me ha parecido la de Nazaret, bien conocida.

Al menos la habitación es muy distinta. Con respecto al huerto – jardín, debo decir que es también más amplio; además, se ven los campos, no muchos, pero… los hay.

Después, ya casada María, sólo está el huerto (amplio, eso sí, pero sólo huerto). Y esta habitación que he visto no la he observado nunca en las otras visiones.

No sé si pensar que por motivos pecuniarios los padres de María se hubieran deshecho de parte de su patrimonio, o si María, dejado el Templo, pasó a otra casa, que quizás le había dado José.

No recuerdo si en las pasadas visiones y lecciones recibí alguna vez alusión segura, a que la casa de Nazaret fuera la casa natal. Mi cabeza está muy cansada.

Además, sobre todo por lo que respecta a los dictados, olvido enseguida las palabras, aunque, eso sí, me quedan grabadas las prescripciones que contienen y en el alma, la luz.

Pero los detalles se borran inmediatamente. Si al cabo de una hora tuviera que repetir lo que he oído, aparte de una o dos frases de especial importancia, no sabría nada más.

Las visiones, por el contrario, me quedan vivas en la mente, porque las he tenido que observar por mi misma. Los dictados los recibo.

Aquéllas, por el contrario, tengo que percibirlas; permanecen, por tanto, vivas en el pensamiento, que ha tenido que trabajar para advertir sus distintas fases.

Esperaba un dictado sobre la visión de ayer, pero no lo ha habido. Empiezo a ver y escribo….

(Esta  es la experiencia de María Valtorta.

Y nuestras propias experiencias, serán de acuerdo a la Voluntad de Dios. 

Los católicos poseemos la Verdad Revelada…

Y cuando cumplimos TODOS los requisitos que la Iglesia Catolica, Apostólica y Romana, EXIGE, 

NO PODEMOS CALLAR,

ANTE LO QUE ESTAMOS VIENDO, OYENDO y experimentando con los Carismas del Espíritu Santo…)

No olvidemos que TODO lo que estamos estudiando, ES UN CURSO DE ENTRENAMIENTO de nuestro cuerpo espiritual… 

PORQUE ES LO QUE VIVIREMOS EL RESTO SANTO

Fuera de los muros de Jerusalén, en las colinas, entre los olivos, hay gran multitud de gente.

Parece un enorme mercado, pero no hay ni casetas ni puestos de venta, ni voces de charlatanes y vendedores ni juegos.

Hay muchas tiendas hechas de lana basta, sin duda impermeables, extendidas sobre estacas hincadas en el suelo.

Atados a las estacas hay ramos verdes, como decoración y como medio para dar frescor.

Otras, sin embargo, están hechas sólo de ramos hincados en el suelo y atados así ; éstas crean como pequeñas galerías verdes.

Bajo todas ellas, gente de las más distintas edades y condiciones y un rumor de conversación tranquilo e íntimo en que sólo desentona algún chillido de niño.

Cae la tarde y ya las luces de las lamparitas de aceite resplandecen acá y allá por el extraño campamento. En tomo a estas luces, algunas familias, sentadas en el suelo, están cenando.

Las madres tienen en su regazo a los más pequeños, muchos de los cuales, cansados, se han quedado dormidos teniendo todavía el trozo de pan en sus deditos rosados,

su cabecita sobre el pecho materno, como los polluelos bajo las alas de la gallina.

Las madres terminan de comer como pueden, con una sola mano libre, sujetando con la otra a su hijito contra su corazón.

Otras familias, por el contrario, no están todavía cenando. Conversan en la semioscuridad del crepúsculo esperando a que la comida esté hecha.

Se ven lumbres encendidas, desperdigadas; en torno a ellas trajinan las mujeres. Alguna nana muy lenta, yo diría casi quejumbrosa, mece a algún niño que halla dificultad para dormirse.

Encima, un hermoso cielo sereno, azul cada vez más oscuro hasta semejar a un enorme toldo de terciopelo suave de un color negro – azul;

un cielo en el que, muy lentamente, invisibles artífices y decoradores estuvieran fijando gemas y lamparitas, ya aisladas, ya formando caprichosas líneas geométricas,

entre las que destacan la Osa Mayor y Menor, que tienen forma de carro con la lanza apoyada en el suelo una vez liberados del yugo los bueyes.

La estrella Polar ríe con todos sus resplandores. Me doy cuenta de que es el mes de Octubre.

Aparece en la escena Ana. Viene de una de las hogueras con algunas cosas en las manos y colocadas sobre el pan, que es ancho y plano, como una torta de las nuestras, y que hace de bandeja.

Trae pegado a las faldas a Alfeo, que va parla que te parla con su vocecita aguda.

Joaquín está a la entrada de su pequeña tienda (toda de ramajes). Habla con un hombre de unos treinta años, al que saluda Alfeo desde lejos con un gritito diciendo: «Papá».

Cuando Joaquín ve venir a Ana se da prisa en encender la lámpara.

Ana pasa con su majestuoso caminar regio entre las filas de tiendas; regio y humilde. No es altiva con ninguno.

Levanta a un niñito, hijo de una pobre, muy pobre, mujer, el cual ha tropezado en su traviesa carrera y ha ido a caer justo a sus pies.

Dado que el niñito se ha ensuciado de tierra la carita y está llorando, ella le limpia y le consuela y, habiendo acudido la madre disculpándose, se lo restituye diciendo:

–     ¡Oh, no es nada!

Me alegro de que no se haya hecho daño. Es un niño muy agradable ¿Qué edad tiene?».

–     Tres años.

Es el penúltimo. Dentro de poco voy a tener otro. Tengo seis niños. Ahora querría una niña… Para una mamá es mucho una niña….

–     ¡Grande ha sido el consuelo que has recibido del Altísimo, mujer!

Ana suspira.

La otra mujer dice:

–     Sí. Soy pobre.

Pero los hijos son nuestra alegría, y ya los más grandecitos ayudan a trabajar. Y tú, señora.

Todos los signos son de que Ana es de condición más elevada y la mujer lo ha visto.

–     ¿Cuántos niños tienes?

–      Ninguno.

–     ¿Ninguno! ¿No es tuyo éste?

–     No. De una vecina muy buena. Es mi consuelo…

–     ¡Oh!

La mujer pobre la mira con piedad.

la saluda con un gran suspiro y se dirige a su tienda. 

Y dice:

–     Te he hecho esperar, Joaquín.

Me ha entretenido una mujer pobre, madre de seis hijos varones, ¡Fíjate! Y dentro de poco va a tener otro hijo.

Joaquín suspira.

El padre de Alfeo llama a su hijo, pero éste responde: «Yo me quedo con Ana. Así la ayudo.

Todos se echan a reír.

Ana responde:

–     Déjalo. No molesta.

Todavía no le obliga la Ley. Aquí o allí… no es más que un pajarito que come.

Y se sienta con el niño en el regazo, le sirve la cena en un plato a su marido y luego da al niño un pedazo de torta y pescado asado. Veo que hace algo antes de dárselo. Quizás le ha quitado la espina.

La última que come es ella.

La noche está cada vez más poblada de estrellas y las luces son cada vez más numerosas en el campamento.

Luego muchas luces se van poco a poco apagando: son los primeros que han cenado, que ahora se echan a dormir.

Va disminuyendo también lentamente el rumor de la gente. No se oyen ya voces de niños. Sólo resuena la vocecita de algún lactante buscando la leche de su mamá.

La noche exhala su brisa sobre las cosas y las personas, y borra penas y recuerdos, esperanzas y rencores.

Bueno, quizás estos dos sobrevivan, aun cuando hayan quedado atenuados, durante el sueño, en los sueños.

Ana está meciendo a Alfeo, que empieza a dormirse en sus brazos.

Entonces cuenta a su marido el sueño que ha tenido:

–     Esta noche he soñado que el próximo año voy a venir a la Ciudad Santa para dos fiestas en vez de para una sola. Una será el ofrecimiento de mi hijo al Templo… ¡Oh! ¡Joaquín!..

El anciano responde:

–     Espéralo, espéralo. Ana.

¿No has oído alguna palabra? ¿El Señor no te ha susurrado al corazón nada?

–      Nada. Un sueño sólo…

–      Mañana es el último día de oración.

Ya se han efectuado todas las ofrendas. No obstante, las renovaremos solemnemente mañana. Persuadiremos a Dios con nuestro fiel amor. Yo sigo pensando que te sucederá como a Ana de Elcana.

–     Dios lo quiera…

¡Si hubiera, ahora mismo, alguien que me dijera: “Vete en paz. El Dios de Israel te ha concedido la gracia que pides”!…

–     Si ha de venir la gracia, tu niño te lo dirá moviéndose por primera vez en tu seno.

Será voz de inocente y, por tanto, voz de Dios.

Ahora el campamento calla en la oscuridad de la noche.

Ana lleva a Alfeo a la tienda contigua y lo pone sobre la yacija de heno junto a sus hermanitos, que ya están dormidos.

Luego se echa al lado de Joaquín. Su lamparita también se apaga, una de las últimas estrellitas de la tierra.

Quedan, más hermosas, las estrellas del firmamento, velando a todos los durmientes.

Dice Jesús: 

“Los justos son siempre sabios, porque, siendo como son amigos de Dios, viven en su compañía y reciben instrucción de Él, de Él que es Infinita Sabiduría.

Mis abuelos eran justos; poseían, por tanto, la sabiduría. Podían decir con verdad cuanto dice la Escritura cantando las alabanzas de la Sabiduría en el libro que lleva su nombre:

“Yo la he amado y buscado desde mi juventud y procuré tomarla por esposa”.

Ana de Aarón era la mujer fuerte de que habla el Antepasado nuestro. Y Joaquín, de la estirpe del rey David, no había buscado tanto belleza y riqueza cuanto virtud. Ana poseía una gran virtud.

Toda las virtudes unidas como ramo fragante de flores para ser una única, bellísima cosa, que era la Virtud, una virtud real, digna de estar delante del Trono de Dios.

Joaquín, por tanto, había tomado por esposa dos veces a la sabiduría “amándola más que a cualquier otra mujer”: la sabiduría de Dios contenida dentro del corazón de la mujer justa.

Ana de Aarón no había tratado sino de unir su vida a la de un hombre recto, con la seguridad de que en la rectitud se halla la alegría de las familias.

Y para ser el emblema de la “mujer fuerte”, no le faltaba sino la corona de los hijos, gloria de la mujer casada, justificación del vínculo matrimonial, de que habla Salomón; como también a su felicidad sólo le faltaban estos hijos,

flores del árbol que se ha hecho uno con el árbol cercano obteniendo copiosidad de nuevos frutos en los que las dos bondades se funden en una, pues de su esposo nunca había recibido ningún motivo de infelicidad.

Ella, ya tendente a la vejez, mujer de Joaquín desde hacía varios lustros, seguía siendo para éste “la esposa de su juventud, su alegría, la cierva amadísima, la gacela donosa”,

cuyas caricias tenían siempre el fresco encanto de la primera noche nupcial y cautivaban dulcemente su amor, manteniéndolo fresco como flor que el rocío refresca…

y ardiente como fuego que siempre una mano alimenta. Por tanto, dentro de su aflicción, propia de quien no tiene hijos, recíprocamente se decían “palabras de consuelo en las preocupaciones y fatigas”.

Y la Sabiduría eterna, llegada la hora, después de haberlos instruido en la vida, los iluminó con los sueños de la noche, lucero de la mañana del poema de gloria que había de llegar a ellos: María Santísima., la Madre mía.

Si su humildad no pensó en esto, su corazón sí se estremeció esperanzado ante el primer tañido de la promesa de Dios.

Ya de hecho hay certeza en las palabras de Joaquín: “Espéralo, espéralo… Persuadiremos a Dios con nuestro fiel amor”.

Soñaban un hijo, tuvieron a la Madre de Dios.

Las palabras del libro de la Sabiduría parecen escritas para ellos: “Por ella adquiriré gloria ante el pueblo… por ella obtendré la inmortalidad y dejaré eterna memoria de mí a aquellos que vendrán después de mí”.

Pero para obtener todo esto, tuvieron que hacerse reyes de una virtud veraz y duradera no lesionada por suceso alguno.

Virtud de Fe. Virtud de caridad. Virtud de esperanza. Virtud de castidad. ¡Oh, la castidad de los esposos! Ellos la vivieron, pues no hace falta ser vírgenes para ser castos.

Los tálamos castos tienen por custodios a los ángelesy de tales tálamos provienen hijos buenos que de la virtud de sus padres hacen norma para su vida.

Mas ahora ¿Dónde están?

Ahora no se desean hijos, pero no se desea tampoco la castidad. Por lo cual Yo digo que se profana el amor y se profana el tálamo.

“La CASTIDAD no es una cuestión fácil. Vas contracorriente todos los días. Aristóteles decía: “No hay conquista más grande que la conquista de uno mismo.” Es una libertad, la libertad de hacer lo correcto. LA CASTIDAD ES UN ENTRENAMIENTO…

101 EL DERRUMBE

 101 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús se encuentra con los suyos en un lugar muy montañoso.

El camino es incómodo y escabroso y a los más ancianos se les hace muy duro.

Sin embargo, los jóvenes se muestran muy contentos en torno a Jesús y suben ágiles, conversando entre sí.

El pensamiento de volver a Galilea tiene alborozados a los dos primos, los dos hijos de Zebedeo y a Andrés.

Y su alegría es tal, que conquista también a Judas, que desde hace un tiempo se encuentra en las mejores disposiciones de espíritu.

Se limita a decir:

–     Bueno, Maestro, pero, para Pascua, cuando se va al Templo…

¿Vas a volver a Keriot? Mi madre sigue esperando a que vayas. Me lo ha hecho saber. E igualmente mis paisanos…

Jesús contesta:

–     Por supuesto.

Ahora, aunque quisiéramos, la estación está demasiado desapacible como para meterse por esos caminos intransitables.

Daos cuenta de lo fatigoso que resulta incluso aquí. Y si no hubiese sido por esa imposición, no habría emprendido ahora el camino… Pero ya no se podía estar…

Jesús guarda silencio, pensativo.

Juan dice:

–     Y después, quiero decir por Pascua, se podrá ir?

Yo quisiera enseñar tu gruta a Santiago y a Andrés.

Judas pregunta:

–     ¿Te olvidas del amor de Belén hacia nosotros? 

0 mejor dicho, hacia el Maestro.

–      No. Pero iría yo con Santiago y Andrés.

Jesús podría estar en Yuttá o en tu casa…

–     ¡Oh…, esto me agrada!

¿Lo harás así, Maestro? Ellos van a Belén, Tú estás conmigo en Keriot. Realmente conmigo solo nunca has estado…

Y siento grandes deseos de tenerte enteramente para mí…

Jesús pregunta:

–     ¿Estás celoso?

¿No sabes que Yo os amo a todos de la misma forma? ¿No crees que Yo estoy con todos vosotros aun cuando parezco lejano?

–      Sé que nos quieres.

Si no nos quisieras, deberías ser mucho más severo, conmigo al menos. Creo que tu espíritu nos asiste continuamente.

Pero no somos del todo espíritu; está también el hombre, con sus amores de hombre, sus deseos, sus añoranzas.

Jesús mío  yo sé que no soy el que más te hace feliz.

Pero creo que Tú sabes lo vivo que está en mí el deseo de agradarte y el recuerdo amargo de todas las horas que te pierdo por mi miseria…

Jesús objeta:

–     No, Judas.

No te pierdo. Estoy más cerca de tí que de los demás, precisamente porque conozco quién eres.

–     ¿Qué soy, mi Señor? Dilo.

Ayúdame a entender qué soy. Yo no me entiendo. Me da la impresión de ser como una mujer turbada por deseos de concebir.

Tengo apetitos santos y apetitos depravados. ¿Por qué? ¿Qué soy yo?

Jesús lo mira con una mirada indefinible.

Está apenado. Pero es una tristeza embebida de piedad, de mucha piedad.

Parece un médico que constatara el estado de un enfermo y que supiera que se trata de un enfermo que no puede curarse…

Pero no habla.

Judas insiste:

–     Dilo, Maestro mío.

Tu juicio sobre el pobre Judas será siempre el menos severo de todos.

Y, además… estamos entre hermanos. No me importa que sepan de qué estoy hecho.

Es más, sabiéndolo de Tí, corregirán su juicio y me ayudarán. ¿No es verdad?

Los otros se sienten violentos y no saben qué decir.

Miran al compañero, miran a Jesús.

Jesús pone a su lado a Judas de Keriot, en el lugar donde antes estaba su primo Santiago.

Y dice:

–      Tú eres simplemente un desordenado.

 Tienes en ti los mejores elementos pero no bien asegurados. El soplo más débil de viento, los echa por tierra.

Hace poco pasamos por aquellos desfiladeros y nos mostraron el daño que el agua, la tierra y las plantas, causaron en el poblado.

Estos tres elementos son cosas útiles y benditas, ¿No es verdad? Y sin embargo allí, fueron una maldición.

¿Por qué? Porque el agua del río no tenía una ribera propia.

Además por la pereza del hombre, se había formado más riberas, según su capricho. Era bello, mientras no había tempestades.

Eran bellas las plantas nacidas al azar y que dejaban claros llenos de sol.

Bella, la tierra suave, depositada por lejanos aluviones, en la quebrada del monte.

Era como un primor de joyeles esa agua clara que regaba el monte con muchos riachuelos que el hombre gozaba porque era útil a sus campos.

Esa agua clara que irrigaba el monte con pequeños arroyos: collares de diamantes o de esmeraldas, según reflejasen la luz o la sombra de los bosques, era como un joyel.

Y el hombre gozaba de ello, porque las cantarinas venas de agua eran útiles para sus pequeños campos.

Como también eran hermosos los árboles nacidos por avatares de los vientos en caprichosos grupos; aquí, allá y acullá, dejando claros llenos de sol.

También era hermosa la tierra esponjosa, depositada por quién sabe qué lejanos aluviones entre las variadas ondulaciones del monte.

Tierra verdaderamente  fértil para los cultivos.

Bastó que llegaran hace un mes las tempestades, para que los caprichosos senderos del río, se uniesen y se desbordasen por otro curso, llevándose los desordenados árboles…

Y arrastrando hacia abajo las desordenadas acumulaciones de tierra junto con las plantas que no estaban en orden, llevándose consigo los trozos de tierra, hasta el valle.

Si las aguas hubieran sido reguladas, si los árboles hubieran estado agrupados en bosques ordenados…

Si la tierra hubiese estado sostenida con antemurales.

Entonces los tres elementos buenos: las plantas, el agua y la tierra, no se habrían convertido en ruina y muerte para ese poblado.

Tú tienes inteligencia, intrepidez, instrucción, prontitud, prestancia, actividad, elegancia y muchas otras cualidades.

Tienes muchas cosas, muchas, pero están salvajemente dispuestas en tí; están colocadas sin orden alguno… 

Y tú dejas que estén así.

Mira, necesitas un trabajo paciente y constante sobre ti mismo, para poner orden, que al final se traduciría en una gran fuerza vital, en tus cualidades,

De modo que cuando ruja la tempestad de la tentación, lo bueno que existe en tí, no se convierta en mal para tí y para los demás.

Judas lo mira pasmado y dice:

–    Tienes razón Maestro.

De vez en cuando un viento me golpea y todo se me embrolla. Y dices que podré…

–      La voluntad lo es todo, Judas.

–     Pero hay tentaciones tan ardientes…

Que se ocultan por miedo de que el mundo las pueda leer en la cara…

–    ¡Aquí está el error! 

Sería el momento preciso de no ocultarse. Sino de buscar en el mundo de los buenos, su ayuda. También el contacto con los buenos calma la fiebre.

Y buscar también a los criticones del mundo, porque el orgullo empuja a esconderse, para que no se lea entre nuestros espíritus tentados y esto sirve de reactivo a la debilidad moral… 

Y así no se caería.

–    Tú te metiste en el desierto…

–     Porque lo podía hacer.

Pero ¡Ay! De los solos si no son en su soledad, multitud contra multitud.

–    ¿Cómo? No entiendo.

–      Multitud de virtudes contra multitud de tentaciones.

Cuando la virtud es poca, hay que hacer lo que hace esta hiedra: aferrarse a las ramas de los árboles robustos para poder subir.

–    Gracias maestro.

Yo me aferro a Ti y a mis compañeros. Ayudadme todos. Sois mejores que yo.

Santiago de Zebedeo responde:

–     Ha sido mejor el ambiente parco y honesto en el que hemos crecido amigo.

Ahora estás con nosotros y te queremos mucho. Verás… no es por criticar la Judea, pero créeme que en Galilea hay menos riquezas  y menos corrupción.

Están cerca Tiberíades, Mágdala y otros lugares de recreo. Pero vivimos con nuestra alma sencilla, vulgar si quieres; pero activa, contenta, santamente con lo que da Dios.

Juan Objeta:

–     Pero ten en cuenta, Santiago, que la madre de Judas es una santa mujer.

Se le ve la bondad escrita en la cara.  

Judas de Keriot, contento por esta alabanza, le sonríe.

Y su sonrisa aumenta cuando Jesús confirma:

–      Es así, como has dicho, Juan; es una santa criatura.

Judas agrega:

–      ¡Sí! ¡Ya!

Pero mi padre soñaba con hacer de mí una persona grande en el mundo. Y me separó muy pronto y demasiado profundamente de mi madre…

Pedro pregunta desde lejos:

–      Pero, ¿Qué es lo que tenéis que decir, que no paráis de hablar?

 ¡Paraos! ¡Esperadnos! No le veo la gracia a ir así, sin pensar que yo tengo las piernas cortas.

Se detienen hasta que el otro grupo los alcanza.

–      ¡Uf! ¡Cuánto te quiero, barquita mía!

Aquí se hace esfuerzos de esclavos… ¿Qué decíais?

Jesús responde:

–      Hablábamos de las cualidades para ser buenos.

–      Y ¿A mí no me las dices, Maestro?

–      Claro que sí: orden, paciencia, constancia, humildad, caridad…

¡He hablado de ellas muchas veces!

–      Del orden no.

¿Qué tiene que ver con ello?

–      El desorden no es nunca una buena cualidad.

Se lo he explicado a tus compañeros. Ellos te lo dirán.

Y lo he puesto el primero; mientras que he puesto la última a la caridad, porque son los dos extremos de la recta de la perfección.

Ahora bien, como tú sabes, una recta, puesta horizontalmente, no tiene principio, como tampoco tiene fin.

Ambos extremos pueden ser principio y pueden ser fin, mientras que de una espiral o de cualquier otra figura no cerrada en sí misma, hay siempre un principio y un fin.

La santidad es lineal, simple, perfecta.

Y no tiene sino dos extremos, como la recta.

–      Es fácil hacer una recta…

–      ¿Tú crees? Te equivocas.

En un dibujo, complicado incluso, puede pasar inadvertido algún defecto; pero en la recta enseguida se ve cualquier falta.

O de inclinación o de incertidumbre.

José, enseñándome el oficio, insistía mucho en que fueran derechas las tablas.

Y con razón me decía:

¿Ves, hijo mío? En una moldura o en un trabajo de torno todavía puede pasar una leve imperfección, porque el ojo si no es expertísimo, si observa un punto no ve el otro.

Pero si una tabla no está derecha como se debe, ni siquiera el trabajo más simple, como puede ser una pobre mesa de campesinos, sale bien.

Estará arqueada, hacia abajo o hacia arriba. No sirve sino para el fuego”.

Podemos decir esto también respecto a las almas.

Para que no suceda que no se sirva sino para el fuego infernal, es decir, para conquistar el Cielo, hay que ser perfecto como una tabla debidamente cepillada y escuadrada

Quien empieza su trabajo espiritual con desorden, comenzando por las cosas inútiles; saltando como un ave inquieta, de esto a aquello,

Al final, cuando quiere reunir las partes de su trabajo, ya no puede, no encajan.

Por tanto, orden. Por tanto, caridad.

Luego, manteniendo fijos en las dos mordazas estos extremos, de forma que no se escapen nunca, trabajar en todo lo restante, ya se trate de molduras o de tallas.

¿Has comprendido?

–     Sí, he comprendido.

Pedro se mastica en silencio su lección y repentinamente,

concluye:

–     Entonces mi hermano vale más que yo.

Él es verdaderamente ordenado. Paso a paso, en silencio, tranquilo. Da la impresión de que no se moviera y sin embargo…

Yo desearía hacer muchas cosas y en poco tiempo. Y no hago nada. ¿Quién me ayuda?

–     Tu buen deseo.

No temas, Pedro. Tú también haces. Te haces.

–     ¿Y yo?

–      También tú, Felipe.

–     ¿Y yo?

Tengo la impresión de no ser realmente capaz de nada.

–     No, Tomás.

Tú también te trabajas. Todos, todos os trabajáis.

Sois árboles silvestres, pero los injertos os van cambiando en modo lento y seguro…

Y Yo tengo en vosotros mi alegría.

–     Eso. Estamos tristes y Tú nos consuelas.

Somos débiles y Tú nos fortaleces. Somos miedosos y nos infundes valor. Para todos y para todos los casos, tienes preparado el consejo y el consuelo.

Maestro, Tú siempre estás preparado y siempre eres bueno, ¿Cuál es el secreto?

–      Amigos míos, he venido para esto, sabiendo ya lo que me encontraría y lo que debía hacer.

Sin sufrir ilusiones no se tienen desilusiones; por tanto, no se pierde energía, se va hacia adelante.

Recordad esto, para cuando también vosotros tengáis que trabajar al hombre animal, para hacer de él el hombre espiritual.