Archivos diarios: 13/02/24

908 Primeras Agresiones

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

575a Mal recibimiento en Tersa. 

14/11/23

El apóstol Simón Zelote ha dicho:

–              ¡Parecen víboras;

los mismos que hace no más de tres días se mostraban deferentes contigo!…

Le interrumpe Judas Tadeo:

–            Trabajo de judíos…

–            No creo.

No lo creo por las recriminaciones que nos lanzaban y por las amenazas.

Lo que creo es que…

Es más, estoy, estamos seguros de que la causa de la ira samaritana;

es que Jesús ha rechazado su proposición de protegerlo.

Gritaban: «¡Fuera! ¡Fuera!

¡Vosotros y vuestro Maestro!

Quiere ir a adorar al Moriah.

Pues que vaya y mueran Él y todos los suyos.

No hay sitio entre nosotros para los que nos tienen por amigos, sino sólo por siervos.

No queremos más problemas, si no hay ganancia a cambio.

Piedras, no pan, para el Galileo.

Embriscarle los perros, no ofrecerle las casas»

Decían esto y más.

Y al insistir para al menos, saber lo que había sido de Judas, cogieron piedras para lanzárnoslas.

Verdaderamente nos embriscaron a los perros.

Y gritaban unos a otros:

«Nos ponemos en todas las entradas. Si viene Él, nos vengaremos»

Nosotros hemos huido.

Una mujer, siempre hay alguien bueno incluso entre los malvados, nos metió en su huerto.

Y de allí nos llevó, por una vereda que va entre los huertos;

hasta la charca que ahora está sin agua porque han regado antes del sábado.

Y nos escondió allí.

Luego nos prometió que nos iba a dar noticias de Judas.

Pero ya no volvió.

Vamos a esperarla aquí…

De todas formas, porque dijo que si no nos encontraba en la charca vendría aquí.

Los comentarios son muchos:

Hay quien sigue acusando a los judíos.

Y quien manifiesta un leve reproche a Jesús, un reproche escondido en las palabras:

–               Has hablado demasiado claramente en Siquem y luego te has alejado.

En estos tres días, han decidido que es inútil hacerse falsas ilusiones.

Perjudicarse por alguien que no satisface sus anhelos…

Y te rechazan…

Jesús responde:

–                 No me arrepiento de haber dicho la verdad, ni de cumplir con mi deber.

Ahora no comprenden.

Dentro de poco comprenderán mi justicia.

Una justicia que supera a un amor no justo hacia ellos.

Y me venerarán más que si no la hubiera tenido.

Andrés dice:

–              ¡La mujer viene ya por el camino!

Tiene el valor de mostrarse a la vista…

Con aire de sospecha, Bartolomé cuestiona:

–                ¿No nos irá a traicionar…

No?

Otros exclaman:

–               ¡Viene sola!

–               Podría seguirla gente que estuviera escondida en la charca…

Pero la mujer, que viene con un cesto sobre la cabeza, prosigue.

Supera los campos de lino donde esperan Jesús y los apóstoles.

Luego toma un senderillo y desaparece de la vista…

Para aparecer de nuevo de improviso, a espaldas de los que esperan;

los cuales, al oír el roce de los tallos de lino, se vuelven, casi asustados.

La mujer habla a los ocho que conoce:

–                Perdonad si os he hecho esperar mucho…

No quería que me siguieran.

He dicho que iba donde mí madre…

Ya sé…

Aquí traigo comida para vosotros.

¿El Maestro…

Quién es?

Quisiera venerarlo.

Los apóstoles lo señalan:

–            Ese es el Maestro.

La mujer, que ha dejado su cesto, se postra.

Y dice:

–              Perdona el pecado de mis convecinos.

Sí no los hubieran incitado…

Pero muchos han trabajado aprovechando tu negativa…

Jesús dice:

–              No tengo rencor, mujer.

Levántate y habla.

¿Sabes algo de mi apóstol y de la mujer que estaba con él?

–              Sí.

Los han expulsado como a perros.

Así que están fuera de la ciudad, en el otro lado, esperando que llegue la noche.

Querían volver atrás, hacia Enón, para buscarte.

Querían venir aquí, porque sabían que estaban sus compañeros.

He dicho que no;

que no lo hicieran, que se estuvieran quietos, que yo os llevaría donde ellos.

Y lo haré en cuanto acabe el crepúsculo.

Afortunadamente mi marido está ausente y tengo libertad para dejar la casa.

Os voy a llevar donde una hermana mía que está casada y vive en la llanura.

Dormiréis allí.

No os identifiquéis.

No por Merod, sino por los hombres que están con ella.

No son samaritanos, son de la Decápolis establecidos aquí.

Pero, en todo caso, conviene…

–            Dios te lo pague.

¿Los dos discípulos han sido heridos?

–            Un poco el hombre.

La mujer nada.

Sin duda, la protegió el Altísimo;

porque ella, con arrojo, escudó a su hijo con su cuerpo;

cuando los de la ciudad echaron mano a las piedras.

¡Qué mujer más fuerte!

Gritaba:

«¡Así atacáis a uno que no os ha ofendido?

¿Y no me respetáis a mí, que lo defiendo y que soy madre?

¿No tenéis madre todos vosotros, que no respetáis a quien os ha engendrado?

¿Habéis nacido de una loba u os habéis hecho de lodo y estiércol?»

Y miraba a los agresores mientras tenía abierto el manto para defender al hombre…

Mientras tanto retrocedía, sacándolo de la ciudad…

Y ahora también infunde ánimos, diciendo:

«¡Quiera el Altísimo, oh Judas mío;

hacer de esta sangre tuya derramada por el Maestro bálsamo para tu corazón!»

Pero es una herida pequeña.

Quizás el hombre está más asustado que dolorido.

Pero…

Tomad y comed.

Aquí hay leche ordeñada hace poco, para las mujeres.

Hay pan con queso y fruta.

No he podido traer carne.

Habría tardado demasiado.

Y aquí hay vino, para los hombres.

Comed mientras se pone la tarde.

Luego iremos por caminos seguros donde están los dos.

Después iremos donde Merod.

–               De nuevo: que Dios te lo pague – dice Jesús.

Y ofrece y distribuye comida, dejando a un lado una parte para los dos ausentes.

La mujer objeta:

–              No, no.

Ya he pensado en ellos.

Les he llevado huevos y pan, escondido en el vestido.

Con un poco de vino y aceite para las heridas.

Esto es para vosotros.

Comed, que yo vigilo el camino…

Comen.

Pero la indignación devora a los hombres y el abatimiento quita el apetito a las mujeres.

A todas menos a María de Mágdala, para la cual, lo que en las otras produce miedo o abatimiento;

en ella siempre produce el efecto de un licor que estimula los nervios y el coraje.

Sus ojos centellean contra la ciudad hostil.

Sólo la presencia de Jesús, que ya ha dicho que no tiene rencor;

refrena su ímpetu de pronunciar palabras violentas.

Y no pudiendo hablar ni actuar, descarga su ira contra el inocente pan;

al que le hinca los dientes de una forma tan significativa…

Que el Zelote sonriendo, no puede contenerse de decirle:

–              ¡Suerte tienen esos de Tersa de que no puedan caer en tus manos!

¡Pareces una fiera encadenada, María!

907 Flagrante Rechazo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

575 Mal recibimiento en Tersa. 

13/11/23

Tersa está tan rodeada de exuberantes olivares;

que se ha de estar muy cerca de ella para percatarse de que la ciudad está ahí.

Una franja de ubérrimos huertos recinta, como última mampara, las casas.

En ellos, achicorias y otras verduras, legumbres, cucurbitáceas nuevas, árboles frutales;

pérgolas funden y combinan sus distintos verdes y sus flores prometedoras de frutos.

y sus frutos nacientes prometedores de delicias.

La pequeña flor de la vid y la de los olivos más precoces rocían con su nieve blanco-verde el suelo,

al paso de un vientecillo más bien enérgico.

De detrás de una mampara de cañas y sauces,

que han crecido junto a una charca, sin agua pero húmeda todavía en el fondo.

Y al oír el rumor de pasos de personas que llegan,

aparecen los ocho apóstoles a los que antes se indicó que se adelantaran.

Están visiblemente inquietos y afligidos.

Mientras hacen señas a los que llegan que se paren, se acercan a ellos sin demora.

Cuando ya están lo suficientemente cerca como para poder ser oídos sin necesidad de gritar;

dicen:

–               ¡Atrás!…

¡Atrás!

A los campos.

No se puede entrar en la ciudad.

Por poco nos apedrean.

Venid, vamos afuera.

A aquella espesura.

Allí hablaremos…

Impacientes por alejarse sin ser vistos, apremian, a Jesús;

a los tres apóstoles, al muchacho, a las mujeres;

para que vuelvan hacia abajo por la charca seca…

Y dicen:

–                Que no nos vean aquí.

¡Vamos!…

¡Vamos!

Inútilmente Jesús, Judas y los dos hijos de Zebedeo,

tratan de saber lo que ha sucedido;

inútilmente dicen:

–                 ¿Pero Judas de Simón?

¿Y Elisa?

Los ocho se muestran inflexibles.

Caminando entre la maraña de tallos y plantas acuáticas;

sufriendo en los pies cortes de juncáceas;

o en la cara el choque de los sauces y las cañas;

resbalando en el barrillo del fondo, agarrándose a las plantas;

buscando apoyo en las márgenes.

Llenándose de barro se alejan, apremiados por detrás por los ocho,

que caminan casi con la cabeza vuelta hacia atrás,

para ver si de Tersa sale alguien siguiéndolos.

Pero en el camino sólo está el sol, que empieza ya a ponerse.

Y un flaco perro errante.

Por fin han llegado a una espesura de zarzas que delimitan una propiedad.

Detrás de esta espesura;

un campo de lino cimbrea bajo el viento sus altos tallos;

que ya se coloran de azul con las primeras flores.

Secándose el sudor, Pedro dice:

–              Aquí, aquí dentro.

Si estamos sentados, nadie nos verá.

Y cuando haya anochecido nos marchamos…

Judas de Alfeo pregunta:

–               ¿A dónde?

Tenemos a las mujeres.

Jesús responde:

–               A algún lugar iremos.

Incluso…

Los campos están llenos de heno segado, que también sirve de lecho.

Para las mujeres hacemos tiendas con nuestros mantos.

Y nosotros…

Estaremos vigilantes.

Bartolomé todavía jadeante, responde:

–                Sí.

Es suficiente con no ser vistos y al amanecer bajar al Jordán.

Tenías razón, Maestro, al no querer el camino de Samaria.

¡Mejor los bandidos, para nosotros que somos pobres…

Que no los samaritanos!…

Tadeo agrega:

–            Pero bueno…

¿Qué ha pasado?

Ha sido Judas, que habrá hecho alguna…

Le interrumpe Tomás:

–             Judas está claro que ha recibido una buena parte.

Lo siento por Elisa…

–              ¿Has visto a Judas?

–               Yo no.

Pero es fácil ser profeta.

Si se ha declarado apóstol tuyo, está claro que le han pegado.

Todos los apóstoles dicen al mismo tiempo:

–            Maestro, te rechazan allí.

–             Sí…

Todos están enemistados contra Tí.

–             Son verdaderos samaritanos.

Hablan todos a la vez.

Jesús impone silencio a todos.

Y dice:

–              Que hable uno solo.

Tú, Simón Zelote, que eres el más sereno.

El apóstol aludido, habla:

–                Señor, en pocas palabras te lo puedo decir.

Entramos en la ciudad y nadie nos molestó hasta que supieron quiénes éramos…

Mientras pensaron que éramos peregrinos que íbamos de paso.

Pero cuando preguntamos…

¡Debíamos hacerlo!

Si un hombre joven, alto, moreno, vestido de rojo y con un taled de rayas rojas y blancas.

Y una mujer anciana, delgada, de pelo más blanco que negro y una túnica gris muy oscura;

habían entrado en la ciudad.

Y habían buscado al Maestro galileo y a sus compañeros;

entonces, enseguida, se inquietaron…

Quizás no hubiéramos debido hablar de Tí.

Sin duda, nos hemos equivocado…

Pero, en los otros lugares nos recibieron siempre tan bien, que…

¡No se comprende qué es lo que ha sucedido!…

¡Parecen víboras;

los mismos que hace no más de tres días se mostraban deferentes contigo!…