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159 ENTRE EL CIELO Y …

159 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús despide las barcas diciendo:

–   No regresaré. 

Y seguido  por los suyos a través de un área que desde la ribera se veía frondosa, se dirige a un monte.

Los apóstoles malhumorados, caminan en silencio hablándose con los ojos.

Avanzan despacio por el camino que atraviesa esta región hermosa pero agreste, en la que es muy difícil caminar,

por los lugares engañosos de hierbas que parecen haber nacido en suelo firme y que ocultan hoyos de agua en los que de repente se sume el pie.  

Es en efecto, una zona llena de espadañas que se enredan en los pies;

de cañas que hacen llover en las cabezas la fina lluvia de rocío que se ha depositado en sus hojas de forma de gruesos cuchillos;

llena de nódulos que golpean el rostro con el duro mazo de su fruto desecado; de frágiles sauces colgantes, presentes en todas partes, que producen cosquilleo.

De zonas traicioneras de hierba, aparentemente arraigada en terreno duro, pero que en realidad oculta pozas de agua donde el pie se hunde.

Pues no son sino aglomerados de colas de zorra.

Y esto sucede porque solo son montones de amarantos que nacieron en pequeñas charcas y  las esconden formando trampas, a veces algo profundas.  

Jesús por su parte, parece deleitarse en todo ese verde con mil colores, con todas esas flores que se arrastran, que están enhiestas o se agarran a algo para subir… 

Flores que producen festones asperjados de leves campanillas de un rosa malva muy tenue.   

O que forman una alfombra delicada de color azul, por los millares de corolas de miosotis palustres. 

O que abren el perfecto cáliz de su corola blanca, rosada o azul entre las anchas hojas planas de los nenúfares.

Jesús contempla, admirado, los penachos de las cañas palustres, sedosos, cubiertos de aljófares;

Se inclina, dichoso, a observar la delicadeza de las colas de zorra, que ponen un velo de esmeralda a las aguas;

Se detiene extático, ante los nidos que hacen los pájaros con un ir y venir jubiloso, hecho de trinos, zigzagueos y trabajo alegre, con el piquito lleno de pajitas.

O de borra de las ramitas, o de vellones de lana arrebatada a los setos, que a su vez se la han arrebatado a los rebaños trashumantes…  

Parece la persona más feliz del mundo.

¡Qué lejos queda el mundo con sus perversidades, falsedades, dolores, insidias!

El mundo está allende los confines de este oasis verde y florido en que todo embalsama, resplandece, ríe, canta.

Ésta es tierra como ha sido creada por el Padre, no profanada por el hombre.

Aquí se puede olvidar al hombre.

Quiere que los otros compartan con El su gozo, pero no encuentra terreno propicio:

Los corazones están cansados y exasperados por un profundo mal humor, que trasciende las cosas.

E incluso al Maestro, en forma de mutismo cerrado, parecido al ambiente quieto que precede a una tormenta. 

Sólo su primo Santiago, Simón Zelote y Juan se interesan por lo que a Él le suscita interés.

Jesús  parece muy feliz con todo este verdor de tantos matices.

Con las flores, los pajarillos y sus nidos.

Va admirando el paisaje y su naturaleza.

Los demás apóstoles no comparten su entusiasmo…

Los corazones están cansados y agriados de tanta perversidad y traen un mutismo negro.

Parecen ausentes, por no decir hostiles.

De pronto se oye un grito de admiración, al ver a un halcón que llega hasta  su compañera, trayéndole un pescadito plateado.

Jesús dice:

–    ¿Puede haber algo más agasajador?

Pedro responde:

–   Más gentil, tal vez no.

Pero te aseguro que es más cómoda la barca. Aquí también está  húmedo y no hay comodidad.

Judas de Keriot dice:

–    Hubiese preferido el camino real a este…

«Jardín» si quieres llamarlo así. Y estoy completamente de acuerdo son Simón.

Jesús contesta:

–    Vosotros no quisísteis el camino real.

Bartolomé gruñe:

–     ¡Eh! Así es.

Pero hubiera sido preferible estar al alcance de los gerasenos…

Si hubiéramos continuado  al otro lado del río siguiendo por Gadara, Pela y más abajo

.Felipe concluye:

–    A fin de cuentas…

Los caminos son de todos y también nosotros podíamos pasar.

Jesús dice tranquilo:

–     Amigos… amigos.

Estoy afligido. Hastiado. No aumentéis más mi dolor con vuestras mezquindades.

Dejadme buscar un poco de consuelo, en las cosas que no saben odiar…  

El reproche dulce y triste, llega al corazón de los apóstoles.

Varios dicen al mismo tiempo:

–    Tienes razón, Maestro.

–    Somos indignos de Ti.

–   Perdona nuestra necedad.

–   Tú eres capaz de ver lo hermoso, porque eres Santo.

–     Y miras con los ojos del corazón.

–   Nosotros, piltrafa humana, no sentimos más que ésta… incomodidad.

–    No hagas caso.

Son tan solo nuestros cuerpos…

–    Nosotros…

Que no somos más que burda materia, sentimos sólo esta burda materia…

–    No hagas caso.

–    Puedes estar seguro de que aunque estuviéramos en un paraíso…

Sin Tí, estaríamos tristes; pero, contigo…

–    Para el corazón es siempre hermoso.

Son estos miembros los que se resisten.   

Jesús promete:

–     Dentro de poco saldremos de aquí.

Y encontraremos suelo más cómodo, aunque menos fresco.

Pedro pregunta:

–     ¿A dónde vamos exactamente?

–     A llevar la Pascua a algunos que sufren.

Hacía tiempo que quería hacerlo, pero no he podido.

Lo habría hecho al regreso a Galilea.

Ahora, que nos obligan a andar por caminos que no hemos elegido nosotros, iré a bendecir a los pobres amigos de Jonás.  

Y surge otro coro de quejas:

–     ¡Perderemos tiempo!

–     ¡La Pascua está ya cercana!

–     ¡Por distintos motivos, pero siempre hay retardos!

Es otro coro de lamentos que se eleva al cielo. 

Y Jesús con una santa paciencia…

Dice, sin regañar a ninguno:

–     No me pongáis obstáculos, os lo ruego.

Comprended que preciso amar y ser amado.

El único consuelo que tengo en la tierra es el amor y hacer la Voluntad de Dios.

–     ¿Y vamos por aquí?

–    ¿No hubiera sido mejor ir por Nazaret?

–     Si os lo hubiera propuesto, os habríais rebelado.

Nadie imaginará que estoy en esta zona…

Y lo hago por vosotros, porque… Tenéis miedo.

–     ¿Miedo?

–    ¡No, no!

–    ¡Estamos prontos para combatir por Tí!

–     ¡Rogad al Señor que no os ponga a prueba.

Sé que sois rencillosos, rencorosos.

Conozco vuestro vehemente deseo de dañar a quien me daña, de humillar al prójimo. 

Todo esto lo conozco.

Lo que no conozco es vuestro coraje.

Si por mí fuera, habría ido solo y por el camino normal.

Y no me habría sucedido nada, porque no ha llegado la Hora.

Pero siento compasión de vosotros.

Además, presto obediencia a mi Madre, y… sí, también esto…

No quiero que se sienta molesto el fariseo Simón.

Yo no les daré motivo, pero ellos sí mostrarán animosidad conmigo.  

Tomás dice:

–     ¿Y aquí por dónde se pasa?

No conozco bien esta zona.

–     Llegaremos al Tabor.

Lo bordearemos en parte. Luego pasaremos cerca de Endor para ir a Naím. Y de allí a la llanura de Esdrelón.

¡No temáis!… Doras, hijo de Doras y Jocanán, están ya en Jerusalén.  

Jesús promete:

–   Dentro de poco saldremos de aquí y encontraremos terreno más cómodo, aunque menos fresco.

Pedro pregunta:

–    ¿A dónde vamos?

–    Llegaremos al Tabor.

Lo rodearemos y pasando cerca de Endor,

iremos a Naím y después a la llanura de Esdrelón…

Juan exclama:

–    ¡Oh! ¡Será precioso!

Dicen que desde la cima, concretamente desde un punto de ella, se ve el mar grande, el de Roma.

¡Me gusta mucho! ¿Nos llevas a verlo?

Suplica Juan con su carita de niño grande, mirando a Jesús.

Jesús pregunta acariciándolo:

–    ¿Por qué te gusta tanto verlo?

–    No lo sé…

Porque es grande y no se le ve el horizonte. Me hace pensar en Dios.

Cuando estuvimos en el Líbano, por primera vez vi el mar. Porque yo sólo había navegado el Jordán o nuestro pequeño mar… 

Y lloré de emoción.

¡Tanto azul! ¡Tanta agua!…

¡Y que no se desborda nunca!…

¡Qué cosa más maravillosa!

Y los astros, que trazan caminos de luz sobre la superficie del mar…

¡Oh, no os riáis de mí!

Miraba el camino de oro del Sol hasta quedar deslumbrado.

El plateado de la luna hasta no tener más que su blancura fija en mis ojos.

Y los veía perderse en el horizonte.

Esos caminos me hablaban,

me decían:

«Dios está en aquella lejanía infinita,

Éstos son los caminos de fuego y pureza, que un alma debe seguir para ir a Dios.

Ven. Adéntrate en el infinito,

remando por estos dos caminos y encontrarás al Infinito».

Tadeo lleno de admiración,

exclama:

–     Eres poeta, Juan.

–     No sé si esto es poesía.

Solo sé que me enciende el corazón.  

Su hermano Santiago de Zebedeo, observa:

–     Pero si has visto el mar también en Cesárea y en Tolemaida.

Y muy cerca. ¡Estábamos en la orilla!

No veo la necesidad de recorrer tanto camino para ver más agua de mar.

En el fondo… Nosotros hemos nacido en el agua…  

Pedro exclama agregando:

–     ¡Y por desgracia…!

¡También ahora estamos en el agua!

Porque, habiéndose distraído un momento por escuchar a Juan,

no vio un enorme charco traicionero y ahora está chapoteando…  

Y termina siendo el primero en reir, mientras intenta salir.

Pero Juan responde a Santiago:

–     Es verdad.

Pero desde lo alto es espectacular:

Se ve más y más lejos; se piensa más alto y con más amplitud…

Se desea… Se sueña…

Juan verdaderamente ya está sumergido en un ensueño…

Mira hacia delante. Sonríe ante su sueño…

Su rostro es como una flor color carne salpicada de rocío:

Efectivamente, su piel lisa y clara de jovencito rubio, aparece intensamente aterciopelada,

y sonrojada por su inocencia de niño absorto en algo que lo extasía… 

Jesús mira a su predilecto y en voz baja,

pregunta:

–     ¿Qué deseas?

¿Qué estás soñando?

Parece un padre dirigiéndose con ternura a su más querido hijito, que habla mientras duerme dulcemente. 

Se lo pregunta con tanta dulzura, para no despertarlo del ensueño del alma, del enamorado  espiritual… 

Juan habla de sus más íntimos anhelos apostólicos,  

al responder:

–     Deseo ir por ese mar infinito…

Patmos, Grecia

Hacia otras tierras allende él…

Deseo ir allí para hablar de Tí… Sueño…

Sueño con ir a Roma, a Grecia, a los lugares oscuros para llevar la Luz…

Y así los que viven en las Tinieblas entren en contacto contigo y vivan en comunión contigo, Luz del mundo…

Sueño con un mundo mejor…

Con un mundo que mejorar a través de tu conocimiento. 

O sea, a través del conocimiento del Amor que nos hace buenos, puros, héroes…

Con un mundo que se ame en tu Nombre y que por encima del odio, del pecado, la carne, el vicio de la mente,

por encima del oro, por encima de todas las cosas, alce tu Nombre, tu Fe, tu Doctrina…

Y sueño con ir con estos hermanos míos por el mar de Dios,

recorriendo caminos de luz, a llevarte a Tí. 

De la misma forma que en su momento tu Madre te trajo del Cielo aquí, entre nosotros…

Sueño con ser ese niño que, no conociendo sino el Amor, se mantiene sereno incluso ante los tormentos…

Y que canta para infundir ánimo a los adultos, que reflexionan demasiado.

Y camina hacia la muerte sonriendo,

hacia la gloria con aquella humildad de quien no sabe lo que hace, de quien sólo sabe que está yendo a Tí, Amor…

Los apóstoles se han quedado sin respiración durante la extática confesión de Juan.

Parados donde están.

Miran al más joven, oyéndole hablar con los ojos ocultos por sus párpados cual velo extendido sobre el ardor que sube del corazón…

Miran a Jesús, que se transfigura de alegría al verse tan completamente identificado en su discípulo…

Juan termina de hablar en una posición un poco inclinada hacia el suelo…

Jesús lo besa entonces en la frente,

Y dice:

–     Iremos a ver el mar.

Para que sueñes otra vez con la realización de mi Reino en el mundo.    

Judas rompe el encanto, con el extremo opuesto de su nula espiritualidad…

Y la manifestación del verdadero Huésped Maldito que domina en su alma…

Al pedir:

–     Señor…

Has dicho que después vamos a Endor.

Muéstrate complaciente también conmigo…

Para que se me pase la amargura del juicio de aquel niño…  

Jesús responde:

–     ¿Pero todavía estás pensando en ello? 

–     Continuamente.

Me siento disminuido ante tus ojos y ante los ojos de los compañeros.

Pienso en lo que podáis pensar de mí… 

–     ¡Hay que ver cómo cansas tu cerebro por nada!

Yo ya ni siquiera pensaba en esa nimiedad. Y los otros, sin duda, igual.

Eres tú quien nos lo haces recordar…

Eres un niño acostumbrado sólo a las caricias y la palabra de un niño te ha parecido la condena de un juez.

No, no es a esta palabra a lo que debes temer.   

Lo que debes cuidar son tus acciones y verdaderamente temer al juicio de Dios.

De todas formas, para convencerte de que te quiero como antes, como siempre, te digo que haré lo que deseas.

¿Qué quieres ver en Endor? No es sino un mísero lugar entre rocas..

–     Llévame… y te lo diré.

–     Bien, de acuerdo.

Pero estáte atento a que luego no tengas que sufrir por ello.

–     Si para éste ver el mar no puede significar sufrimiento…

A mí no me puede perjudicar el ver Endor.

–     ¿Ver?… No.

Lo que puede hacer daño es el deseo de lo que se quiere ver cuando se mira. De todas formas, iremos…

Reanudan su camino.

Se dirigen hacia el Tabor, cuya mole se ve cada vez más cercana.

El suelo va perdiendo su aspecto traicionero, con su vegetación palustre y es cada vez más sólido.

Con menos vegetación, va dando paso a plantas más altas o a matas de clemátides y zarzas, con sus frondas nuevas y sus flores tempranas.

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