225 ESPINAS INCANDESCENTES7 min read

225 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús reanuda la marcha, dirigiéndose hacia la parte occidental de la ciudad.

El viejo romano que ha sido testigo de todo lo sucedido, con los patricios y los fariseos;

desde que decidió seguir a la comitiva apostólica,

cuando salió en defensa de Magdalena;

los alcanza…

Y exclama:

–     ¡Maestro!

Jesús se vuelve y lo mira sin hablar.  

Crispo dice:

–     Te llaman Maestro y yo también te llamo así.

Tenía deseos de oírte hablar.

Soy medio filósofo, medio epicúreo y medio hombre de mundo.

Pero tal vez podrías ayudarme a hacer de mí, un hombre honesto.

Jesús lo mira fijamente,

y le dice:

–     Me voy…

Dejo esta ciudad en que reina la ruindad de la animalidad…

7 lo más bajo de los instintos humanos…

Donde el escarnio manda y es soberana la burla».

Y reanuda su camino.

El hombre lo sigue, va detrás sudoroso, anhelante y con dificultad…

Porque el paso de Jesús es largo, ligero y rápido…

Y él es corpulento, entrado en años y está gravado también por los vicios.  

Pedro, que ha vuelto su cabeza para mirar hacia atrás, se lo advierte a Jesús.

Éste le contesta:

–     Déjalo que camine.

No te preocupes más de él.

Pasados algunos minutos,

Judas de Keriot dice:

–    ¡No está bien!

El romano nos está siguiendo.

Jesús le contesta:

–     ¿Por qué?

¿Por piedad o por otro motivo?

–    ¿Piedad de él? ¡No!

Porque más atrás nos sigue el escriba de antes…

Y viene con otros judíos.

–      Déjalos que hagan lo que quieran.

Pero hubiera sido mejor haber tenido piedad de él y no de ti.

–     Es por ti, Maestro. 

Jesús rebate:

–     No.

Ténla de ti, Judas.

Sé franco en comprender tus sentimientos y en confesarlos.

–     Yo…   

Pedro dice:

–     La verdad es que siento piedad también por el viejo.

Apenas puede caminar detrás de nosotros.

Seguir tu paso es fatigoso, ¿Sabes? 

Pedro lo dice jadeante, sudoroso.  

Jesús responde:

–     Ir tras la Perfección siempre es fatigoso, Simón.

El hombre los sigue sin detenerse.

Trata de acercarse a las mujeres;

pero sin dirigirles la palabra.

Magdalena llora en silencio bajo su velo.

Tomándola de la mano, la Virgen trata de cosolarla,

Y le dice: 

–     No llores, María.

Los primeros días son los más penosos.

Después el mundo te respetará.

–    ¡Oh!

¡No lo siento por mí, sino por Él!

Si le causara algún mal, no me lo perdonaría.

¿Oíste lo que dijo el escriba?

Lo comprometo y lo estoy perjudicando.

–     ¡Pobre hija!

Pero, ¿No sabes que estas palabras silban como serpientes a su alrededor;

aún antes de que tú vinieses a Él?

Simón me contó que lo acusaron de esto el año pasado, porque curó a una leprosa;

que en un tiempo fue pecadora.

¿No sabes que debió huir de Aguas Hermosas, porque una hermana tuya de desgracia;

fue allá para redimirse?

¿Con qué quieres que lo acusen a Él que no tiene pecado?

Con mentiras.

¿Y donde las encuentran?

En la Misión que realiza entre los hombres.

Cualquier cosa que haga mi Hijo, para ellos será siempre culpa.

Si se encerrase en un lugar retirado, sería culpable de no cuidar del Pueblo de Dios.

Desciende al Pueblo y porque lo hace, es Culpable.

Ante sus ojos siempre es Culpable.

–     ¡Son realmente malos, entonces!

–     No.

Obstinadamente no quieren ver la Luz.

Él, mi Jesús, es el Eterno Incomprendido.

Y siempre y cada vez más, lo será.

–     ¿Y no padeces por ello?

Te veo muy serena.

–     Calla.

Es como si mi Corazón estuviera envuelto en espinas incandescentes.

Y a cada respiro suyo, se le clavase una.

Pero que Él no se dé cuenta.

Por eso trato de sostenerlo con mi serenidad.

Cada vez que respiro, sufro sus pinchazos.

¡Pero que no lo sepa!

Me muestro así para sostenerlo con mi serenidad.

Si no lo conforta su Mamá, ¿Dónde podrá hallar alivio mi Jesús?

¿En qué pecho podrá reclinar su cabeza, sin que lo hieran o calumnien por hacerlo?

Bien justo es pues, que pasando por encima de las espinas que ya me laceran el Corazón…

Y de las lágrimas que bebo en las horas de soledad,

Por eso yo extiendo un manto de amor y le envío una sonrisa al precio que sea;

para dejarlo más tranquilo.

Hasta que la ola del Odio llegue a ser tan grande, que ninguna cosa le podrá ayudar…

La Virgen Madre, repite lentamente:

“Una sonrisa, cueste lo que cueste…

Para tranquilizarlo más…  

Tranquilizarlo más hasta…

Hasta cuando LA OLA DEL ODIO SEA TAL, que ya nada le sirva;

ni siquiera el amor de su Mamá…

María tiene dos surcos de llanto en su pálido rostro.

Las dos hermanas la miran conmovidas.

Martha trata de consolarla,

y dice:

–     Pero nos tiene a nosotras, que lo queremos.

Y a los apóstoles…

María confirma: 

–     Os tiene a vosotras, sí.

Tiene a los apóstoles…

Todavía muy por debajo de su misión…

Y mi Dolor es más fuerte aún.., Porque sé que ÉL, no ignora NADA…  

Magdalena la mira muy sorprendida…

Y pregunta:

–     ¿Entonces sabrá también…?

¿Que yo lo quiero obedecer hasta el holocausto, si es necesario? 

–    LO SABE.

LO SABEMOS.

¡TODO el CIELO lo sabe!  

Eres una gran alegría en su duro camino.

¡Y la primera en la Escuadra de los apóstoles y corredentores!

Quienes mueren en la Cruz, ¡Resucitan! La carne se estremece… Pero, el espíritu vive jubiloso…

–     ¡Oh, Madre! 

Y Magdalena toma la mano de María con visible afecto…

Y la besa con adoración… 

Han llegado a los límites de la ciudad de Tiberíades…

Más allá está el camino polvoriento que conduce a Caná…

Entre huertos de árboles frutales por un lado…

Y por el otro lado, una serie de prados y campos agostados por el verano.

Jesús penetra en uno y se detiene a la sombra de los árboles de tupido follaje.

Los demás lo siguen… 

Es como si mi Corazón estuviera envuelto en espinas incandescentes.

María Valtorta entre otras cosas, explica que…

De la misma forma que es verdad que María, por ser Inmaculada hubiera debido quedar exenta del dolor;

así como quedó exenta de la corrupción de la muerte, es también verdad que como Corredentora

debió padecer, en su corazón y espíritu inmaculados;

cuanto su Hijo padeció en la carne, en el corazón y espíritu santísimos.

Es más, precisamente por la plenitud que había en El, de todos los dones divinos,

comprendió que sus privilegiadas y “únicas” condiciones de Inmaculada y de Madre de Dios;

le fueron concedidas en previsión de la Pasión del Redentor

y que, por tanto, esta especialísima condición suya de gloria,

segunda sólo respecto a la infinita gloria de Dios;

le había sido dada a precio del Sacrificio del Hijo de Dios y suyo,

del derramamiento total de esa Sangre divina y de la inmolación de esa Carne divina;

que se habían formado en su seno virginal, con su sangre virginal ,

y que habían sido nutridos con su leche virginal.

También el conocer esto era causa de dolor.

Un dolor que se fundía con el gozo,  tan vasto y profundo como el dolor.

 Y no sólo eso, sino que, también por la plenitud que había en Ella de los dones divinos,

María conoció anticipadamente, contemporáneamente e intelectivamente

TODO el complejo sufrimiento de su Hijo.

Sobre su alma de Inmaculada, llena de la Luz de Dios;

se proyectó siempre la sombra dolorosa de la Cruz

y de todas las luchas y obstáculos que precederían a la Pasión y afligirían su Jesús.

 

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