423 VÍRGENES CONSAGRADAS

423 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

370a  El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa.

Jesús vuelve al vestíbulo, hace un gesto a los hombres que estaban con Él…

Y se encamina hacia el jardín para luego subir a la amplia terraza.

Una alegre laboriosidad llena la casa desde los subterráneos hasta el tejado.

Unos van, otros vienen, con comida o enseres, con fajos de vestidos,

con asientos;

Otros acompañan a invitados o responden a quien pregunta.

Todos con alegría y amor.

Jonathán, solemne en su función de administrador;

incansable, dirige, vigila, aconseja.

La anciana Ester, feliz de ver a Juana tan animada y lozana,

ríe en medio de un círculo de niños pobres…

y les distribuye unos bollos, mientras relata cosas maravillosas.

Jesús se detiene un momento a escuchar la conclusión espléndida

de uno de estos relatos:

«Dios concedió a la buena Alba de mayo, que nunca se rebelaba contra el Señor

por motivo de los dolores que habían sobrevenido a su casa, muchas ayudas,

por las que en Alba de mayo pudieron hallar salvación y bien sus hermanitos.

Los ángeles llenaban la pequeña masera, terminaban el trabajo en el telar

para ayudar a la niña buena, diciendo:

“Es nuestra hermana porque ama al Señor y a su prójimo.

Tenemos que ayudarla”

Jesús muy sonriente, dice:

–           ¡Que Dios te bendiga, Ester!

¡Casi que me detengo Yo también a. escuchar tus parábolas!

¿Me aceptas?

–             ¡Oh, mi Señor!

¡Soy yo quien debe escucharte a Ti!

¡Pero para los pequeñuelos basto yo, que soy una pobre vieja ignorante!

–             Tu alma justa es útil también para los adultos.

Sigue, sigue, Ester…

Y le sonríe mientras se marcha.

Ya están diseminados por el vasto jardín los invitados y consumen su

primer bocado mirando a su alrededor y mirándose recíprocamente con asombro.

Hablan, se intercambian comentarios sobre esta inesperada suerte.

Pero, cuando ven pasar a Jesús, se ponen en pie si pueden hacerlo,

y se inclinan adorando.

Jesús al pasar, dice:

–            Comed, comed.

Sentíos con libertad y bendecid al Señor.

Continuando su caminar yendo hacia las dependencias de los jardineros,

desde las cuales empieza la escalera que por una ventilada rampa

conduce a la amplia terraza.

Saliendo rauda de una habitación, con los brazos cargados de pañales

y camisolas, para los párvulos,

Magdalena grita:

–               ¡Rabbuní mío! 

Y su voz aterciopelada de órgano de oro llena el pasaje umbrío,

bajo el cual hay festones de rosas.

Jesús la saluda diciendo:

–            María, Dios esté contigo.

¿A dónde vas tan deprisa?

–            ¡Tengo a diez bebés que vestir!

Los he bañado y ahora voy a vestirlos

Y luego te los traeré, frescos como flores.

Voy corriendo, Maestro, porque…

¿No los oyes?

Parecen diez corderitos que balan…

Y se marcha corriendo y sonriente;

espléndida y serena, con su sencilla y señorial túnica de blanco lino,

ceñida a la cintura con un cinturón delgado de plata.

Y los cabellos recogidos en un moño simple sobre la nuca,

sujetos con una cinta blanca anudada a la frente.

Simón Zelote exclama:

–           ¡Qué distinta de la que estaba en el Monte de las Bienaventuranzas!

En la primera rampa de las escaleras, se cruzan con la hija de Jairo y Analía,

que bajan tan veloces que parecen volar.

Exclamando:

–              ¡Maestro!

–              ¡Señor!

–             Dios esté con vosotras.

¿A dónde vais?

–             Por unos manteles.

Nos ha mandado la criada de Juana.

¿Vas a hablar, Maestro?

–               ¡Por supuesto!

–               ¡Entonces corre, Miriam!

¡Vamos a darnos prisa! – dice Analía.

Jesús dice:

–              Tenéis todo el tiempo que queráis…

Para hacer eso que tenéis que hacer.

Espero a otras personas.

Pero, ¿Desde cuándo, niña, te llamas Miriam

Pregunta mirando a la hija de Jairo.

Y ella contesta:

–              Desde hoy.

Desde ahora.

Me ha puesto este nombre tu Madre.

Porque… ¿Verdad, Analía?

Hoy es un gran día para cuatro vírgenes…

Y se intercambian un diálogo enigmático:

–             ¡Oh, sí!

¡Se lo decimos al Señor…

O dejamos que sea María la que lo diga?

–            María, María.

Ve, Señor, Tu Madre te hablará…

Y se marchan ágiles, apenas en la flor de su juventud,

humanas en sus hermosas formas…

Angélicas en sus miradas radiantes…

Han llegado a la tercera rampa cuando se cruzan con Elisa de Betsur,

que baja sosegadamente junto con la mujer de Felipe.

Y ésta última grita:

–               ¡Ah, Señor!

A unos quitas y a otros das!…

¡De todas formas, Bendito seas!

Jesús pregunta:

–               ¿De qué hablas, mujer?

–                Ahora lo sabrás…

¡Qué dolor y qué gloria, Señor!

Me mutilas y me coronas.

Felipe, que está al lado de Jesús,

pregunta:

–             ¿Qué dices?

¿De qué hablas?

Eres mi mujer…

Y lo que a ti te pasa me toca también a mí…

–               Lo sabrás, Felipe.

Ve, ve con el Maestro.

Jesús entretanto, le está preguntando a Elisa si está bien curada.

Y la mujer, a la cual el gran dolor de los tiempos pasados,

ha dado una majestad de reina doliente,

dice:

–              Sí, mi Señor.

Pues sufrir con la paz en el corazón no es congoja.

Y yo ahora tengo la paz en mi corazón.

–            Y pronto tendrás más todavía.

–             ¿Qué dices, Señor?

–              Ve y vuelve…

Y lo sabrás.

–            ¡Está Jesús!

–             ¡Está Jesús!»

Es el trino de dos niños,

que tienen su carita apoyada en la baranda de arabescos,

que limita la terraza por los dos lados que miran al jardín.

Y de la baranda penden ramas florecidas de rosas y jazmines;

porque la terraza sobre la cual en esta hora de sol,

está extendido un toldo multicolor que es un vasto jardín pénsil.

Todas las personas que en la terraza se mueven de un lado para otro en preparativos,

se vuelven al oír el grito de María y Matías.

Y dejando a medias lo que estaban haciendo, van hacia Jesús,

en cuyas rodillas ya están enroscados los dos niños.

Jesús saluda a las numerosas mujeres que se aglomeran.

Mezcladas las que son discípulas en el verdadero sentido de la palabra,

con las esposas, hijas o hermanas de apóstoles y discípulos,

están otras menos conocidas, menos íntimas…

Como la mujer del primo Simón,

las madres de los asnerizos de Nazaret,

la madre de Abel de Belén de Galilea,

Ana de Judas (casa junto al lago Merón),

María de Simón, madre de Judas de Keriot,

Noemí de Éfeso, Sara y Marcela de Betania…

Sara es la mujer a la que curó Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas

y envió a casa de Lázaro con el anciano Ismael;

ahora parece doméstica de María de Lázaro.

Luego la madre de Yaia, la madre de Felipe de Arbela,

Dorca (la joven madre de Cesárea de Filipo) y su suegra,

la madre de Analía,

María de Bosrá (la curada de lepra que ha venido con su marido a Jerusalén)

Y otras muchas que la vista recuerda, pero a las que la mente no sabe mencionar con nombre propio.

Jesús se adentra en la vasta terraza rectangular que por un lado mira al Sixto,

y va a colocarse al lado de la habitación en que termina la escalera interior…

Y que asemeja a un hexaedro bajo, puesto en el ángulo septentrional de la terraza.

Jerusalén se muestra toda.

Y sus cercanías con ella: en una vista estupenda.

Todas las las mujeres, dejan de ocuparse de las mesas, para juntarse alrededor de Él.

Los criados prosiguen sus trabajos.

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