435 UN BANQUETE SACRÍLEGO11 min read

435 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

375a La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel.

Alguien golpea vigorosamente el portón.

Los golpes retumban fuertes.

Nace la alarma entre los presente

Que preguntan:

–           ¿Quién es?

–           ¿Quién está por la calle la noche de Pascua?

–          ¿Soldados?

–          ¿Fariseos?

–          ¿Soldados de Herodes?

Pero, mientras la agitación se extiende, aparece Leví, el guardián del palacio,

diciendo:

–           Perdona, Rabí.

Hay un hombre que pregunta por Ti. 

Está en la entrada.

Parece muy afligido.

Es una persona anciana; del pueblo llano, me parece.

Pregunta por Ti. Y con urgencia.

Pedro dice:

–           ¡Vamos!

¡No es ésta la noche más adecuada para milagros!

Que vuelva mañana…

Jesús se pone de pie,

respondiendo:

–            No.

Todas las noches son tiempo de milagros y de misericordia.

Y desciende de su sitial para ir hacia el atrio.

Pedro dice:

–            ¿Vas solo?

¡Voy yo también!

–             No.

Quédate donde estás.

Sale al lado de Leví.

En el fondo, junto al pesado portón, en el atrio semioscuro,

porque han sido apagadas las lámparas

que antes lo iluminaban, hay un anciano.

Está muy nervioso.

Jesús se acerca a él.

El hombre dice:

–           Detente, Maestro.

Quizás he tocado un muerto y no quiero contaminarte.

Soy el pariente de Samuel, el prometido de Analía.

Estábamos consumiendo la cena y Samuel bebía, bebía, bebía… contra lo que es lícito.

Pero es que ese joven, desde hace un tiempo, me parece un desquiciado.

¡Es el remordimiento, Señor!

Medio borracho y bebiendo más, decía:

“Así no me acordaré de que le he dicho que lo odio.

Porque yo, sabedlo, he maldecido al Rabí”.

Y me parecía Caín, porque repetía: “Mi iniquidad es demasiado grande.

¡No merezco perdón!

¡Tengo que beber! Beber para no recordar.

Porque está escrito que quien maldice a su Dios, llevará consigo su pecado y es reo de muerte”.

Deliraba ya así, cuando ha entrado en la casa un pariente de la madre de Analía,

para preguntar el porqué del repudio.

Samuel, medio borracho, ha reaccionado con malas palabras.

El hombre, por su parte, lo ha amenazado con llevarlo al magistrado por el perjuicio

que causa al honor de la familia.

Samuel ha sido el primero en darle una bofetada.

Se han enzarzado…

Yo soy viejo, como también es vieja mi hermana, y viejos son el criado y la criada.

¿Qué podíamos hacer nosotros cuatro?

¿Y qué podían hacer las dos niñas, hermanas de Samuel?

¡Podíamos gritar!

¡Podíamos tratar de separarlos!

Nada más…

Y Samuel ha cogido el hacha con que habíamos preparado la leña para el cordero

y le ha dado con ella en la cabeza…

No le ha abierto la cabeza porque ha golpeado con el reverso, no con al tajo.

Pero el otro ha empezado a tambalearse, borbotando, y se ha caído…

Hemos dejado de gritar… para… para que no viniera gente…

Nos hemos atrincherado en casa… Aterrorizados…

Esperábamos que el hombre volviera en sí, echándole agua en la cabeza.

Pero sigue borbotando, borbotando.

Se va a morir, está claro.

En algunos momentos parece ya muerto.

Yo, en uno de estos momentos, me he marchado para venir a llamarte.

Mañana… quizás antes, los parientes buscarán al hombre.

En nuestra casa, porque sabían que había venido.

Y lo encontrarán muerto…

Y matarán a Samuel, según la Ley… ¡Señor!

¡Señor! La deshonra ya ha caído sobre nosotros…

¡Pero esto no!

¡Por mi hermana piedad, Señor!

El te ha maldecido… pero su madre te ama…

¿Qué debemos hacer?

–           Espérame aquí.

Voy Yo.

Y Jesús vuelve a la sala y desde la puerta,

dice:

–            Judas de Keriot, ven conmigo.

–           ¿A dónde, Señor? – dice Judas obedeciendo inmediatamente.

–           Lo sabrás.

Vosotros todos seguid aquí con paz y amor.

Volvemos pronto.

Salen de la sala, del vestíbulo, de la casa.

Pronto recorren las calles, desiertas y oscuras

Llegan a la casa fatal.

Judas pregunta:

–            ¿La casa de Samuel?

¿Por qué?…

–              Silencio, Judas.

Te he tomado conmigo, porque tengo confianza en tu buen sentido.

El viejo se ha dado a reconocer.

Entran.

Suben al comedor, hasta donde han arrastrado al hombre agredido.

–            ¿Un muerto?

¡Pero Maestro! ¡Nos contaminamos!

Jesús dice:

–             No está muerto.

¿No ves que respira?

¿No oyes los estertores?

Ahora lo voy a curar…

–            ¡Pero tiene un golpe en la cabeza!

¡Aquí ha habido un delito!

¿Quién ha sido?… ¡Y en el día del cordero!

Judas está horrorizado.

Señalando a Samuel,

que está en el suelo en un rincón, hecho un ovillo, mas agonizante que el propio moribundo…

Jesús dice:

–            Ha sido él.

– dice Jesús señalando a Samuel, que está en el suelo, en un rincón, hecho un ovillo,

más agonizante que el propio moribundo,  con estertores de terror como el otro de agonía,

cubierta su cabeza con el extremo del manto, para no ver y no ser visto, mirado por todos con horror,

por todos menos por la madre, que al horror por el homicida une la angustia por el hijo culpable

y condenado ya de antemano por la férrea ley de Israel.

Jesús dice a Judas:

–              ¿Ves a dónde conduce un primer pecado?

¡A esto. Judas! 

Empezó siendo perjuro contra la mujer, luego contra Dios;

enseguida se ha hecho calumniador, embustero, blasfemo,

luego se ha dado al vino y ahora es un homicida.

Así se cae en el poder de Satanás. Judas.

Tenlo siempre presente…

Jesús se muestra terrible mientras señala a Samuel con su brazo extendido.

Pero luego mira a la madre que, agarrada a una contraventana,

apenas si se tiene en pie, temblorosa (parece ya cercana a la muerte),

y con tristeza dice:

–           ¡Y así, Judas, se mata, sin más arma que la del delito del hijo, a las pobres madres!…

De ella siento compasión.

¡Yo siento compasión por las madres!

Yo, el Hijo que no verá compasión hacia su Madre…

Jesús llora…

Judas lo mira estupefacto…

Jesús se inclina hacia el moribundo y le pone una mano en la cabeza. Ora.

El hombre abre los ojos.

Parece como un poco ebrio. Atónito…

Pero pronto vuelve en sí.

Hincando los puños contra el suelo, se sienta.

Mira a Jesús.

Pregunta:

–            ¿Quién eres?

–            Jesús de Nazaret.

–            ¡El Santo!

¿Por qué aquí junto a mí?

¿Dónde estoy?

¿Dónde está mi hermana y su hija?

¿Qué ha sucedido?

Trata de recordar.

–            Hombre, tú me llamas santo.

¿Me crees santo entonces?

–            Sí, Señor.

Tú eres el Mesías del Señor.

–           ¿Entonces mi palabra es sagrada para ti?

–            Sí, Señor.

–             Entonces…

Jesús se yergue, está majestuoso

– …entonces Yo, como Maestro y Mesías, te ordeno que perdones.

Has venido aquí y has sido insultado…

–            ¡Ah! ¡Samuel! ¡Sí!…

¡El hacha! Lo denun…» dice mientras se levanta.

–             No. Perdona en nombre de Dios.

Te he curado para esto.

Nutres afecto por la madre de Analía porque ha sufrido;

pues esta de Samuel sufriría más todavía.

Perdona.

El hombre se muestra muy elusivo.

Mira con claro rencor al que lo ha herido.

Mira a la madre angustiada.

Mira a Jesús, que lo domina…

No se sabe decidir.

Jesús le abre los brazos y lo arrima contra su pecho,

diciendo:

–           ¡Por amor a Mí!

El hombre rompe a llorar…

¡Estar entre los brazos del Mesías, sentir su aliento en los cabellos y un beso que desciende

al lugar donde estaba el golpe!…

Llora, llora…

Jesús dice:

–            ¿Sí, no es verdad?

¿Perdonas por amor a Mí?

¡Dichosos los misericordiosos!

Llora, llora en mi corazón. ¡Salga con el llanto todo rencor!

¡Completamente nuevo! ¡Completamente puro!

¡Así! ¡Manso, manso como debe ser un hijo de Dios!…

El hombre levanta la cara y dice entre lágrimas:

–             Sí. Sí.

¡Tu amor es muy dulce!

¡Tiene razón Analía! Ahora la comprendo…

¡Mujer! ¡No llores más!

El pasado es pasado.

Nadie sabrá nada por boca mía.

Goza de tu hijo, si es que puede darte alegría.

Adiós, mujer.

Regreso a mi casa – y hace ademán de salir.

Jesús le dice:

–            Voy contigo, hombre.

Adiós, madre.

Adiós, Abraham. Adiós, niñas.

No dice una sola palabra a Samuel,

el cual a su vez, no encuentra ninguna palabra.

La madre le quita de la cabeza bruscamente el manto.

Y como reacción al momento pasado, se abalanza hacia el hijo:

–              ¡Da gracias al Salvador, alma dura!

¡Dale gracias, hombre indigno, que no eres otra cosa!…

–            Déjalo, déjalo, mujer.

Su palabra no tendría valor.

El vino lo tiene alelado y su alma está cerrada.

Ora por él… Adiós.

Baja las escaleras, alcanza en la calle a Judas y al otro,

se libera del anciano Abraham, que quiere besarle las manos.

Y se pone a andar raudo bajo los primeros rayos de la Luna.

–               ¿Estás lejos? – pregunta al hombre.

–              Al pie del Moria.

–              Entonces tenemos que separarnos.

–              Señor, me has conservado para los hijos, para mi mujer, para mi vida.

¿Qué debo hacer por Ti?

–              Ser bueno, perdonar y callar.

Jamás, por ningún motivo, debes decir ni una palabra de cuanto ha sucedido.

¿Lo prometes?

–              ¡Lo juro por el sagrado Templo!

A pesar de que me duela el no poder decir que me has salvado…

–              Sé un hombre justo y Yo salvaré tu alma.

Y esto sí que lo podrás decir.

Adiós, hombre. La paz sea contigo.

El hombre se arrodilla, saluda, se separan.

Cuando se quedan solos,

Judas exclama:

–             ¡Qué cosas!

¡Qué cosas!

–              Sí.

Horrendas. Judas, tú tampoco debes hablar.

–              No, Señor.

Pero, ¿Por qué has querido que viniera yo contigo?

–              ¿No estás contento de mi confianza?

–              ¡Mucho! Pero…

–              Pues porque quería que meditaras sobre esto:

A dónde puede conducir la mentira, la avidez de dinero, la crápula y las prácticas inertes de una

religión que ha dejado de sentirse y de practicarse, espiritualmente.

¿Qué era el banquete simbólico para Samuel? ¡Nada!

Crápula. Un sacrilegio.

Y en él se ha hecho homicida.

Muchos en el futuro serán como él…

Y con el sabor del Cordero en la lengua – y no del cordero nacido de oveja, sino del Cordero divino – irán al delito.

¿Y por qué sucede eso? ¿Cómo sucede?

¿No te lo preguntas?

Pues te lo digo igualmente:

Porque habrán preparado esa hora con muchos hechos precedentes cometidos,

primero por desatenciones, por obstinación después.

Recuerda esto, Judas.

–              Sí, Maestro.

¿Y qué vamos a decir a los demás?

–            Que había uno muy grave.

Es verdad.

Tuercen rápidamente por una calle, regresando a la casa de Lázaro...

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