653 El Reino de Cristo4 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

486a En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos

Jesús va al lugar que ha elegido para sí.

¡Oh!, ¡no tiene alfombras bajo los pies!

Ni siquiera está bajo el pórtico…

Simplemente junto a una columna, permanece en pie erguido,

en el escalón más alto, en el fondo del pórtico.

El lugar más modesto.

En torno a Él, apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos;

más allá, fariseos, escribas, sacerdotes, rabíes.

Gamaliel no deja el sitio donde está.

Jesús se pone a predicar por centésima vez la venida del Reino de Dios.

De la preparación de este Reino.

Y se podría decir que ampliados en potencia…

Repite los mismos conceptos tratados,

casi en el mismo lugar, veinte años antes.

Habla de la profecía de Daniel,

del Precursor anunciado por los profetas;

recuerda la estrella de los Magos,

la matanza de los Inocentes.

Y sentadas estas premisas para mostrar los signos de la venida del Cristo a la Tierra,

cita, como corroboración de su venida,

los signos actuales que acompañan al Cristo docente;

como antes los otros acompañaban al adviento del Cristo encarnado.

o sea, recuerda la contradicción que lo acompaña…

la muerte del Precursor.

los milagros que continuamente se producen, confirmando que Dios está con su Cristo.

No ataca nunca a sus antagonistas.

Pareciera que no los ve siquiera.

Habla para confirmar en la fe a sus seguidores;

para iluminar acerca de la verdad a aquellos que sin culpa,

están todavía en tinieblas respecto a ella…

Una voz áspera se deja oír desde el extremo donde está la gente,

como una flecha ardiente de odio,

cuestiona:

–               ¿Cómo puede Dios estar en tus milagros, si se producen en día prohibido?

Incluso ayer has curado a un leproso en el camino de Betfagé.

Jesús mira al que lo ha interrumpido, pero no responde.

Sigue hablando de la liberación del dominio que oprime a los hombres.

De la instauración del Reino de Cristo:

eterno, invencible, glorioso, perfecto.

Un escriba con risitas sarcásticas,

pregunta:

–               Y esto, ¿Cuándo?

Ya sabemos que quieres hacerte rey.

Pero un rey como Tú sería la ruina de Israel.

¿Dónde está tu potencia de rey?

¿Dónde, los soldados?

¿Dónde, los tesoros?

¿Dónde, las alianzas?

¡Estás desquiciado!

Y muchos como él menean la cabeza riéndose con menosprecio.

Un fariseo, burlonamente agrega:

–             Así no.

De esta forma nunca sabremos qué entiende Él por reino;

cuáles leyes y cuáles manifestaciones tendrá ese reino.

¿Qué?

¿Acaso el reino antiguo de Israel fue de repente perfecto como en los tiempos de David y Salomón?

¿No recordáis cuántas incertidumbres y horas oscuras antes del esplendor regio del rey perfecto?

Para disponer del primer rey fue necesario antes,

formar al hombre de Dios que lo ungiera.

Y por tanto quitar la esterilidad a Ana de Elcaná.

E inspirarle que ofreciera el fruto de su vientre.

Meditad el cántico de Ana.

Otro escriba añade:

–                Es lección para nuestra dureza y ceguera:

Nadie es santo como el Señor…

No queráis multiplicar jactándoos, las palabras soberbias…

El Señor hace morir y vivir…

Exalta al pobre…

Hace seguros los pasos de sus santos.

Y los impíos callarán porque el hombre no es fuerte por su fuerza,

sino por la que le viene de Dios”.

¡Recordad!

“El Señor juzgará los confines de la Tierra.

Dará el imperio a su rey y exaltará la potencia de su Cristo”

(1 Samuel 2; 1 Samuel 1, 10- 11 y 20; 2, 1-11)

¿El Cristo de las profecías no debía acaso, venir de David?

¿Y es que todas las premisas, desde el nacimiento de Samuel en adelante,

no son premisas para el reino del Cristo?

¿Tú Maestro, no eres acaso de David, nacido en Belén?

Pregunta para finalizar, directamente a Jesús.

Jesús responde firme y breve:

–              Tú lo has dicho.

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