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37.- INSTRUMENTO PERFECTO

La barca en que Jesús llega a Cafarnaúm, atraca en la orilla del lago. Todos descienden y se dirigen a la fuente, para beber agua fresca del manantial.

Juan da el ánfora a Jesús, que bebe con largos sorbos.

Y le dice:

–                     ¡Qué sed tenías, Maestro mío!…

Y no puede continuar, porque llega corriendo Simón Pedro, que había ido a su casa a llevar el pescado.

Y dice jadeante:

–           ¡Maestro! Toda la gente está alborotada, porque el único nieto de Elí el Fariseo, está muriendo porque le picó una serpiente en su olivar. Él inspeccionaba unos trabajos; el niño jugaba cerca de las raíces de un viejo olivo, metió la mano en un agujero queriendo agarrar a una lagartija y se encontró una víbora de cascabel. El viejo parece loco. La madre del niño odia al suegro y lo acusa de ser un asesino. El niño se está enfriando, poco a poco…

Jesús solamente dice:

–                     Son una cosa fea, los rencores en la familia.

Pedro agrega:

–                     Pero Maestro. Yo digo que las serpientes no amaron a la víbora Elí y le mataron a la viborita…  Me desagrada que me haya visto y que me haya gritado: ¿Está el Maestro?… Me desagrada por el pequeñín. Era un niño hermoso y no tiene la culpa de ser nieto de un fariseo…

–                     ¡Claro que no la tiene!

Siguen caminando hacia el poblado y se encuentran a un montón de gente que grita y llora; encabezada por el viejo Elí.

Pedro exclama:

–                     ¡Nos encontró! Regresémonos…

Jesús responde:

–                     ¿Pero por qué? El viejo sufre.

–                     El viejo te odia. ¡Acuérdate! Es uno de los más encarnizados¡Y uno de tus principales acusadores ante el Templo!…

–                     Recuerdo que soy Misericordia.

El viejo Elí, despeinado y asustado; con los vestidos en desorden; corre hacia Jesús con los brazos extendidos y cae a sus pies gritando:

–                     ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Perdón! No te vengues de mi dureza, en el inocente. ¡Sólo Tú puedes salvarlo! Dios tu padre, te ha traído. ¡Creo en Ti! ¡Te venero! ¡Te amo! ¡Perdón! ¡Fui injusto, mentiroso, he sido castigado! Estas horas han sido un castigo. Es el varoncito… El único hijo de mi hijo difunto. Y ella me acusa de haberlo matado. –y llora pegando rítmicamente su cabeza contra la tierra.

Jesús le dice:

–                     Vamos, hombre. No lloréis así. ¿Quieres morir y no ocuparte más del nieto?

–                     ¡Está muriendo! ¡Está muriendo! Tal vez ya se murió. Haz que también yo muera, para que no viva en esa casa vacía. ¡Oh, mis últimos días! ¡Qué tristes!

–                     Elí. Levántate y vamos…

El viejo se levanta y dice:

–                     Voy adelante. Pero Tú corre, corre… ¡Date prisa!

Y aprisa camina por la desesperación que lleva en el corazón.

Pedro dice:

–           ¡Señor! ¿Piensas que con esto lo cambiarás? Vamos…  ¡Qué milagro desperdiciado! Deja que se muera esa viborita. También el viejo morirá de aflicción y… Así tendrás una menos en tu camino. Dios ha pensado en…

Jesús rechaza severamente a Pedro:

–           ¡Simón! ¡Es verdad que la serpiente eres tú!…

El apóstol se queda con la cabeza baja…

Llegan a la plaza mayor de Cafarnaúm y casi están para entrar en la casa, cuando le sale al encuentro el viejo Elí, al que sigue una mujer despeinada que estrecha entre sus brazos a un niño agonizante.

El veneno ha paralizado ya los órganos y la muerte se acerca. La manita herida va colgando y se ve la señal de los colmillos, al pie del dedo pulgar.

Elí no hace más que gritar:

–                     ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

Y Jesús toma la manita, se la lleva a la boca y chupa la herida. Luego sopla sobre la carita de cera que tiene los ojos semicerrados y vidriosos.

Después se yergue y dice:

–           El niño despierta. No lo espantéis con tanto alborozo. Bastante tiene ya, con el miedo a la víbora.

De hecho el pequeñín, cuyo rostro se tiñe de color rosado; abre la boca con un largo bostezo. Se restriega los ojitos…  Los abre y queda estupefacto al verse en medio de tanta gente. Luego recuerda y trata de huir, con un brinco tan repentino, que caería al suelo, si Jesús no hubiese estado listo para recibirlo entre sus brazos.

Jesús lo abraza y le dice:

–                     ¡Hey! ¡Hey! ¿A qué tienes miedo? ¡Mira qué hermoso sol! Allá está el lago. Allí está tu casa. Aquí la mamita y el abuelo.

–                     ¿Y la víbora?

–                     Ya no está. Estoy Yo.

–                     Tú… Sí… -el niño piensa.

Luego su voz inocente dice la verdad:

–                      Mi abuelo me aconsejaba que te dijese ‘Maldito’. Pero no lo digo. Te quiero mucho.

El viejo se turba.

El miedo que ya está pasando permite que aflore su verdadera naturaleza:

–                     ¿Yo? ¿Yo dije eso? El pequeño delira…  No le creas, Maestro. Siempre te he respetado.

Jesús contesta:

–                     Las palabras tienen y no tienen valor. Las tomo por lo que valen…  Y las recibo de quién vienen… Adiós pequeño. Adiós mujer. Adiós Elí. Amaos bien y amadme si podéis.

Jesús le vuelve la espalda y se va a la casa donde vive.

Judas de Keriot dice:

–                     ¿Por qué Maestro no hiciste un milagro más espectacular para que llamase la atención? Debiste ordenar al veneno que abandonase al pequeño. Debías mostrarte como Dios. Y al contrario, solo has chupado el veneno como hubiera hecho cualquier  pobre hombre… -está muy disgustado y los demás son del mismo parecer. Agrega- Debiste haber aplastado a ese enemigo con tu poder. ¿Has visto? ¡Eh! Al punto sacó el veneno de su hipocresía…

Jesús responde:

–                     Eso no importa. Pensad que si hubiese hecho cómo queríais, él hubiese dicho que Belcebú me ayudó. En su alma en ruinas, todavía puede entrar mi poder como Médico. No otra cosa…  El milagro lleva a la fe, a los que están en ese camino. Pero en los que no hay humildad, -la fe prueba que existe en un alma la humildad- conduce a la blasfemia. Es mejor evitar este peligro. Es la miseria de los incrédulos. Ningún milagro los lleva a creer, ni los hace ser buenos. No importa. Esto es mi deber. Para ellos es su mala suerte.

Judas pregunta:

–                     ¿Entonces por qué lo hiciste?

–                     Porque Soy la Bondad. Y para que no se diga que soy vengativo para con mis enemigos, acumulo carbones sobre su cabeza. Y ellos me los dan para que yo se los ponga. No te preocupes Judas de Simón. Trata de no ser como ellos.

Tres días después…

En una colina solitaria entre dos valles; Jesús está de pié sobre un peñasco y  habla a una gran multitud. La cumbre de la colina tiene forma de joroba de camello, de tal modo que a pocos metros de la cima, hay un anfiteatro natural en el que retumba la voz clara de Jesús, como si estuviera en una sala de conciertos.

Al sur se ve el lago con la ciudad de Tiberíades. Al norte resplandece el sol, el Hermón con su cresta de nieve. Al oriente, el mar de Galilea, que parece un zafiro que el sol ilumina. Y la gente; unos están sentados sobre la hierba o sobre las piedras. Otros están de pie.

La multitud se prepara para escuchar al Maestro, en las primeras horas de una mañana espléndida. La Naturaleza se ha revestido con su opulencia primaveral y todo está en flor. Desde lo alto del monte, todo está lleno de flores, hasta en los lugares más increíbles.

En la llanura se ven ondear los trigales que se balancean con el aire y se distingue el color verde oscuro, con su remate de oro pálido, en las puntas de las espigas. Los olivos blanquean de florecillas.

El Hermón es un alabastro que el sol tiñe de rosa y hace brillar como diamantes, dos ríos que bajan hasta el valle y se pierden en el lago Merón. El viento suave mece los árboles y las hojas.

Y la gente afluye sin cesar…  Viejos, jóvenes, sanos, enfermos, niños; familias enteras, que buscan la Palabra de Dios. Mendigos, ricos que llaman a los apóstoles para dar sus óbolos. Y éstos lo llevan a una alforja que Tomás ha vaciado y la llenan con este tesoro de monedas, que luego es llevado cerca del peñasco en donde está Jesús.

Alegre y sonriente, Tomás dice:

–                     ¡Mira, Maestro! ¡Hoy tienes para todos!

Jesús le devuelve la sonrisa y dice:

–                     Comenzaremos al punto; para que el que esté triste, se alegre inmediatamente. Tú y tus compañeros buscad a los enfermos y pobres. Traédmelos aquí adelante.

Tomás obedece y con su sentido práctico, se sube a un peñasco y con su vozarrón grita:

–                     Todos los que sufran en el cuerpo, vengan a mi derecha. Ahí, donde hay sombra.

Judas, que también tiene una voz fuerte y bella, lo imita y grita:

–                     Y todos los que crean tener derecho a una limosna, vengan aquí, a mí alrededor. Y no digan mentiras; porque el Maestro puede leer los corazones…

La multitud se agita y se divide en tres partes. Por aquí los enfermos, por allá los pobres y en medio los deseosos de doctrina.

Jesús va hacia los enfermos… Y los gritos de alegría de la multitud se multiplican; conforme avanza realizando milagros y sin decepcionar a nadie.

Una mujer que parece muy afligida; se atreve a jalar del vestido a Juan, que habla con Andrés. El apóstol se voltea y dice:

–                     ¿Qué quieres, mujer?

–                     Quisiera hablar con el Maestro…

–                     ¿Estás enferma? No eres pobre…

–                     No estoy enferma. Ni tampoco soy pobre. Pero tengo necesidad de Él… Hay males que no producen fiebre y hay miserias sin pobreza. Y la mía… la mía… -y se pone a llorar con un llanto muy amargo.

Juan dice:

–                     Oye, Andrés. Esta mujer tiene una pena en el corazón y quiere decírsela al Maestro…  ¿Cómo le hacemos?

Andrés mira a la mujer y dice:

–                     Ciertamente es algo que duele al darlo a conocer…

Ella asiente con la cabeza. Andrés le dice:

–                     No llores… -Se vuelve hacia su compañero-  Juan. Haz el favor de llevarla detrás de nuestra tienda. La llevaré al Maestro.

Juan se va por un lado y Andrés en sentido opuesto. Dos hombres afligidos detienen a cada uno y después, son agregados a la mujer detrás del enramado que hace de pared, a la tienda donde acampan.

Andrés se acerca a Jesús en el momento en que cura a un baldado que levanta las muletas, como si fueran trofeos. Y vigoroso como un bailarín, anuncia jubilosamente el favor recibido.

Andrés dice en voz baja:

–                     Maestro, detrás de nuestra tienda, hay tres que lloran. Su aflicción es del corazón y no puede revelarse a los demás…

Jesús dice:

–                     Está bien. me faltan esta niña y esta mujer. Luego iré. Diles que tengan fe.

Andrés se va; mientras Jesús se inclina sobre la pequeña dañada en el cuello, en su espina dorsal…

Todos los enfermos han sido sanados. La gente aplaude y grita hosannas. Jesús se dirige a la tienda.

Judas le grita:

–                     ¡Maestro! ¿Y éstos?…

Jesús se voltea y dice:

–                     Que esperen donde están. También ellos serán consolados.

Y rápido va detrás de la enramada, dónde están los tres afligidos, con Andrés y Juan.

Cuando llega dice:

–           Primero la mujer. Ven conmigo aquí, entre estos setos. Y habla sin temor.

Jesús se retira con ella. Y cuando están a la distancia requerida…

Ella dice:

–                     Señor, mi marido está por abandonarme, a causa de una prostituta. Tengo cinco hijos y el último tiene dos años… Mi dolor es muy grande… Pienso en los hijos. No sé si me los quitará o me los dejará. Al menos querrá al primogénito… ¿Y yo que lo dí a luz, no tendré el gozo de verlo? Y… ¿Qué pensarán ellos de su padre y de mí? Porque pensarán mal de uno de los dos. No quisiera que juzgasen a su padre…

Jesús la mira, dulce y majestuoso; mientras dice:

–                     No llores. Soy el Dueño de la Vida y la Muerte. Tu marido no se casará con esa mujer. Vete en paz y continúa siendo buena.

Ella objeta:

–                     Pero… ¿No lo matarás, verdad? ¡Oh! ¡Señor, yo lo amo!…

Jesús sonríe:

–                     No mataré a nadie. Pero habrá quién cumpla con su deber. Ten en cuenta que el demonio no puede más que Dios. Cuando llegues a tu ciudad, sabrás que fue muerta esa persona malvada. ¡Y de tal forma!… Que tu marido comprenderá lo que estaba haciendo y te amará con un nuevo amor.

La mujer le besa la mano que le había puesto sobre la cabeza y se va.

Se acerca uno de los hombres que lo estaban esperando y  cuando llega junto a Él, le dice:

–                     Señor, tengo una hija. Por mala suerte fue a Tiberíades a casa de unos amigos. Y fue como si hubiese respirado veneno. Regresó como una ebria. Se quiso ir con un griego. Y luego… Pero, ¿Por qué tuve yo a esa hija? Su madre está muerta de dolor y tal vez, pronto partirá de este mundo… Yo… sólo tus palabras que escuché en el invierno pasado; han impedido que la mate. Pero te lo confieso… mi corazón ya la ha maldecido.

–                     No. Dios que es Padre, no maldice al que ha pecado y que se obstina en serlo. ¿Qué quieres de Mí?

–                     Que cambies su vida.

–                     Ella no me conoce y ciertamente no vendrá a Mí.

–                     Pero yo sé que Tú puedes cambiar el corazón desde lejos. ¿Sabes quién me mandó contigo? Juana de Cusa. Estaba por irme a Jerusalén; cuando fui a verla a su palacio para preguntarle por ese griego infame. Ella es una buena mujer. Pero como vive en Tiberíades y su marido trata con gentiles… no lo conoce. Me dijo: ‘Ve con Jesús. Es el Mesías. Él llamó a mi espíritu que estaba lejos y me curó de la tisis. También curará el corazón de tu hija. Pediré a Dios… Y tú ten fe’… La tengo. ¿Lo ves? Ten piedad, Maestro.

Jesús lo mira con un amor infinito y dice:

–                     Tu hija, esta tarde llorará sobre las rodillas de su madre, pidiéndole perdón. Tú también como la madre, sé bueno. Perdónala. Lo pasado ha muerto.

–                     Sí, Maestro. Como Tú quieras. Y que seas bendito.

Empieza a caminar… Pero se regresa y agrega:

–           Perdona, Maestro. Tengo mucho miedo… La lujuria es un demonio tan grande y tan poderoso. Dame un pedacito de tu vestidura. La pondré debajo de la almohada de mi hija. Mientras duerme; el demonio no la tentará.

Jesús sonríe y mueve la cabeza… Pero da gusto al hombre. Corta un pedazo de la orla de su túnica y le dice:

–                     Para que estés tranquilo. Pero créeme que cuando Dios dice ‘Quiero’… el Demonio se va sin necesidad de otra cosa. Esto lo tendrás como un recuerdo mío.

Se acerca la tercera persona:

–                     Maestro. Mi padre murió. Pensábamos que tenía las riquezas en dinero. No las encontramos. Y no hubiera sido gran cosa, porque no nos falta el pan. Yo vivía con mi padre porque soy el primogénito. Los otros dos hermanos me acusan de haber hecho desaparecer el dinero y quieren entablarme proceso. Tú estás viendo mi corazón. No he robado ni siquiera un céntimo. Mi padre tenía su dinero en un cofrecito. Y dentro había una caja de metal. Cuando murió abrimos el cofre, pero la caja ya no estaba. Ellos dicen: ‘En la noche, mientras dormíamos, la tomaste’ Y no es verdad. Ayúdame a poner paz y amor entre nosotros.

Jesús lo mira fijamente y sonríe.

El hombre dice:

–                     ¿Por qué sonríes, Maestro?

–                     Porque el culpable es tu padre. Se ha portado como un niño, al esconder su juguete; por temor de que se lo quitaran.

–                     No era avaro. Créemelo. Hacía favores…

–                     Lo sé. Pero era muy viejo… Son enfermedades de los viejos. Lo guardaba para vosotros… y ha hecho que os enojarais, debido a su gran amor. La cajita está enterrada a los pies de la escalera de la bodega. Te lo digo para que sepas que lo sabía. Ahorita que te estoy hablando; tu hermano menor que pisotea el suelo con ira; la hizo sonar y la ha descubierto. Están avergonzados y arrepentidos de haberte culpado. Vuelve a casa tranquilo y sé bueno con ellos. No les digas palabras duras.

–                     No, Señor. Ni siquiera me voy. Me quedo para escucharte. Me iré mañana.

–                     Y… ¿Si te quitan el dinero?…

–                     Tú dices que es menester no ser ambicioso…  No quiero serlo. Me basta con que haya paz entre nosotros. Por lo demás… Ni siquiera sabía cuánto dinero había y no tomaré a mal, que no me digan toda la verdad. Hago como si se hubiera perdido ese dinero… Como he vivido hasta ahora, así viviré. Basta con que no me sigan llamando ladrón.

–                     Estás muy adelantado en el camino de Dios. Continúa. La paz sea contigo.

También éste se va contento.

Entonces Jesús se dirige a los pobres y les reparte según sus necesidades. Cuando todos están contentos, empieza a hablar…

Jesús tiene toda la semana predicando en este lugar. Cada día, ha explicado una de las diferentes Bienaventuranzas. Es el Sermón de la Montaña. Y ahora, le ha tocado a:

–                     … Bienaventurados los limpios de corazón… Porque ellos verán a Dios. Cuando os explico los caminos del Señor, es con el fin de que los sigáis. Entre los senderos de Dios y de Satanás hay una gran distancia que cada vez se hace más grande. La vida es así. Corre cual jinete entre el pasado y el futuro. Entre el Mal y el Bien. En el centro está el hombre con su voluntad y libre arbitrio. En los extremos; en uno está Dios y su Cielo; en el otro, Satanás y su Infierno.

El hombre puede escoger. Ninguno lo fuerza. Que nadie me venga a decir: ‘Satanás me tentó’, para excusar la bajada que lleva al sendero de allá abajo. También Dios tienta con su Amor y muy fuerte. Con sus Palabras que son santas. Con sus promesas… Todo esto, ¿No es suficiente para neutralizar el veneno de Satanás?

Cuando uno está físicamente sano de cuerpo, no está inmune al contagio; pero lo supera con facilidad.

Pero si uno está enfermo y por lo tanto débil; ciertamente perecerá con una nueva infección. Porque no hay fuerzas en la sangre para combatir los gérmenes infecciosos. Lo mismo sucede con la parte superior. Si uno está moral y espiritualmente sano y fuerte; creedme que aunque haya tentación, el mal no se desarrolla.

Sabed escoger entre los dos senderos el bueno. Y perseverad en él resistiendo a los alicientes de los sentidos; del mundo; de la ciencia; del demonio. La fe a medias; los compromisos; los pactos. Hay que dejárselos a los hombres del mundo. Y no deberían existir ni siquiera entre ellos, si de verdad fuesen honrados.

Pues nadie puede servir a dos patrones… Y el espíritu que es de Dios; no puede conciliarse con el mundo. El uno asciende. El otro baja. El uno santifica. El otro corrompe. ¿Y si os corrompéis, cómo podréis obrar con pureza? Los sentidos arden en los hombres que se han dejado corromper. Y detrás de los sentidos, siguen otros deseos.

Vosotros sabéis como se corrompió Eva y Adán también; por causa de ella. Satanás besó los ojos de la mujer y los hechizó de tal forma, que todo lo que antes tenía una apariencia pura, se llenó de malicia y despertó una curiosidad extraña.

Eva quiso conocer lo que no era necesario y todo en Eva se despertó y se corrompió. La mujer fue al hombre, le reveló su secreto y lo persuadió a gustar del nuevo fruto, que era muy hermoso a la vista y que había estado prohibido. Lo besó y lo miró con la boca y los ojos, en donde ya estaba lo turbio de Satanás.

Y la corrupción penetró en Adán que vio a través de sus ojos; apeteció lo prohibido; lo mordió con su compañera  y cayó de tan gran altura al fango.

Cuando uno se corrompe, arrastra a la corrupción al otro; a menos que este sea un verdadero santo. Estad atentos, ¡Oh, hombres!, a la mirada. Sí, al mirar con vuestros ojos y mente. Porque una vez corrompidos, corrompen lo demás. El ojo es la luz del cuerpo. La luz de tu pensamiento son los ojos. Pero si tus ojos no fuesen puros, porque los sentidos se corrompen por el pensamiento; pues los órganos dependen de él; todo en ti será oscuro y como niebla seductora creará en ti, fantasmas impuros.

Todo es puro en quién tiene un pensamiento que produce miradas puras. Y la luz de Dios desciende cual reina; donde los sentidos no ponen ningún obstáculo. Pero si por mala voluntad has educado los ojos para que vean visiones turbias, todo será en ti tinieblas. Inútilmente mirarás aún las cosas más santas. En la penumbra no habrá más que tinieblas y no harás más que obras de las tinieblas.

Por esto, hijos de Dios; guardaos contra los sentidos. Vigilaos atentamente contra todas las tentaciones. Ser tentado no es malo. El atleta se prepara para la victoria, con la lucha. El mal está en ser vencidos, porque no se está preparado y no se está atento. Sé que cualquier cosa sirve de tentación. Sé que la defensa, debilita. Sé que la lucha cansa. Pero levantad los ojos y ved que se conquista con esto. ¿Querríais por una hora de placer? Cualquiera que sea éste… ¿Perder una eternidad de paz?

¿Qué os deja el placer de la carne; del oro y del pensamiento? NADA. ¿Qué os produce el repudiarlos? TODO.

Me dirijo a los pecadores, porque el hombre es pecador: Después de haber apaciguado los sentidos, el orgullo, la avaricia, ¿Os habéis sentido más frescos, más contentos, más seguros? ¿Os habéis sentido realmente felices en la hora que siguió al relajamiento? Tiempo que siempre es de reflexión. No he gustado este pan de los sentidos. Pero respondo por vosotros: NO.

Marchitez, descontento, incertidumbre, náuseas, temor, intranquilidad. ¡Este es el jugo que exprimisteis en esta hora!…

Pero ved que si os digo: ‘No hagáis jamás esto’; también os digo: ‘No seáis inexorables con los que yerran’ Recordad que todos sois hermanos; hechos de la misma carne y alma. Pensad que muchas son las razones por las que alguien es llevado a pecar. Sed misericordiosos con los pecadores y bondadosamente, levantadlos. Conducidlos a dios; mostrándoles que el sendero que han recorrido; está lleno de peligros de la carne, de la mente y del espíritu.

Haced esto y tendréis un gran premio. Porque el Padre que están en los Cielos, es misericordioso con los buenos y sabe dar el ciento por uno. Por lo que os digo…

Se produce un gran movimiento entre la multitud que está junto al sendero, que sube a la meseta. Los que están más cerca de Jesús, voltean la cabeza. La atención se desvía. Jesús deja de hablar. Y vuelve la mirada en esa dirección…

Serio y hermosísimo; con su vestido azul oscuro. Los brazos sobre el pecho. El sol destella en su cabeza, con sus rayos que ya han sobrepasado el pico oriental de la colina.

Y se oye la voz iracunda de un hombre que dice:

–           ¡Haceos a un lado, plebeyos! Dejad pasar a la belleza que llega…

Avanzan cuatro hombres muy elegantes y acicalados. De los cuales uno ciertamente es romano, pues trae una toga muy aristocrática. Transportan como en triunfo, entre sus manos a manera de silla; a María de Mágdala, que luce bellísima y muy provocativa.

Con su hermosa y sensual boca, reparte sonrisas. Sus rizos rubios los sostienen preciosas horquillas de plata y una lámina de oro con perlas, que le ciñe en lo alto de la frente, como una diadema. De ésta bajan leves rizos dorados que ocultan sus ojos brillantes, que por un artificio muy bien elaborado; en un maquillaje perfecto; los hacen lucir más grandes y seductores.

La corona en forma de diadema, se pierde detrás de las orejas.; bajo las trenzas que caen pesadas en el cuello largo y blanquísimo. Lo que deja ver, va mucho más allá. La espalda muestra las escápulas. Y la tela se sostiene por dos cadenillas de oro. El frente exhibe un escote profundo, casi hasta la cintura; revelando insinuante, la redondez de sus senos perfectos.

No hay mangas. Todo está descubierto por decirlo de alguna manera; con un velo casi transparente; cuya única función es defender la piel, contra los rayos del sol. El vestido es muy ligero. Y la mujer de deslumbrante belleza; se inclina mimosa ya contra uno; ya contra el otro, de sus adoradores. Prácticamente es como si se echase desnuda sobre ellos. Y aparentemente el romano es el preferido; porque es a él al que se dirigen más las miradas y con más insinuación la cabeza de ella, se recarga sobre sus hombros.

Judas de Keriot está boquiabierto, pues al pasar junto a él; ella le mira con una cara de diabólica seducción y una mirada de burlona invitación…

Unos metros más adelante, se detienen y el romano dice:

–                     Bueno. La diosa ha sido contentada. Roma ha servido de cabalgadura a la nueva Venus. Y allá está el Apolo que has querido ver. Sedúcelo, pues… Pero déjanos a nosotros unas migajas de tus caricias…

María es toda risas. Con un movimiento ágil y atrevido, brinca al suelo; dejando al descubierto sus pies calzados con sandalias blancas, que tienen hebillas de oro y sus pantorrillas se revelan en unas piernas largas y perfectamente torneadas.

Su vestido es amplio, de lana delgada. Y fina como un velo que parece de nieve, de tan blanca. Está sostenido muy abajo en las caderas. La mujer está bellísima y esplendorosa, como una flor que se ha desabotonado como por encanto en la meseta; en la que hay muchos lirios y narcisos.

Está más hermosa que nunca y ella lo sabe. Su boca pequeña y de púrpura, parece un clavel que se abre entre la dentadura perfecta. Su cara y su cuerpo podrían satisfacer, al pintor y al escultor más exigente y perfeccionista. Bien que se trate de color o forma. Con abundante pecho y caderas perfectas y voluptuosas. Su traje flexible y sutil, moldea su figura escultural; haciendo resaltar las curvas de sus caderas y sus senos.

Parece una diosa, tal y como lo ha dicho el romano. Una diosa esculpida en mármol; de tinte ligeramente rosado; sobre la que se extiende la tela sugerente… y cae hacia delante, en un montón de pliegues. Todo ha sido estudiado y planeado, para agradar y cautivar.

Jesús la mira fijamente. Y ella sostiene su mirada con descaro, mientras sonríe y se retuerce con el cosquilleo que el romano le hace en la espalda y en los senos, que han quedado descubiertos; con una ramita de lirio silvestre que cogió.

María con desdén fingido; clava en Jesús una mirada cargada de coquetería. Levanta el velo y dice:

–                     Respeta mi candor.

Esto hace estallar a los cuatro que la acompañan, en una clamorosa carcajada…

Jesús continúa mirándola.

Apenas se pierde el rumor de las carcajadas, cuando Él; como si la aparición de la mujer hubiese encendido las llamas de su discurso, que ya parecía estar acabándose. …

Y vuelve a empezar… Y ya no vuelve a mirarla más…

Pero mira a sus oyentes que parecen molestos y escandalizados con lo que acaba de suceder.

Jesús dice:

–                     Dije que uno debe ser fiel a la Ley. Humilde, misericordioso. Amar no solo a los hermanos de sangre, sino al que por haber nacido; es humano como uno. Os dije que el perdón es más útil que el rencor. Que la compasión es mejor que el ser inexorable. Ahora os digo que no se debe condenar, si no está uno exento de pecado; por el que se quiere condenar a otro.

No hagáis como los escribas y fariseos, que son severos con todos; menos consigo mismos. Llaman impuro lo externo y que puede contaminarse y luego acogen en lo más profundo de su corazón, la impureza. Dios no está con los impuros; porque la impureza corrompe lo que es de Dios: el alma. Y sobre todo el alma de los niños, que son ángeles desparramados sobre la tierra. ¡Ay de aquellos que les arrancan sus alas de inocencia con crueldad de bestias endemoniadas!…  ¡Y doblegan estas flores del Cielo en el fango; haciéndoles conocer el sabor de la materia! ¡Ay de ellos…! ¡Sería mejor que muriesen consumidos por un rayo, que cometer tal pecado!

¡Ay de vosotros ricos y de vosotros que gozáis! ¡Exactamente entre vosotros fermenta la más grande impureza; a la que sirven de lecho y de almohada, el ocio y el dinero! Ahora estáis saciados. ¡Hasta la garganta os llega la comida de las concupiscencias y os ahoga! Pero tendréis hambre para siempre. ¡Un hambre terrible, insaciable y sin ablandamiento!

Sois ahora ricos. ¡Cuánto bien podríais hacer con vuestras riquezas! ¡Y cuánto mal os hacéis a vosotros y a los demás! Probaréis una pobreza atroz, en un día que no tendrá fin. Ahora reís…  Creéis ser de los triunfadores, pero vuestras lágrimas llenarán los lagos del Infierno y no cesarán.

¿En dónde anida el adulterio? ¿En dónde la corrupción de las jovencillas? ¿Quién tiene dos o tres lechos de libertinaje, además del propio de esposo y en ellos arroja su dinero y el vigor de su cuerpo que Dios le dio sano; para que trabajase por su familia y no lo mezclase en sucias uniones, que lo ponen más abajo del nivel de una bestia inmunda?

Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’ Yo os digo que quién ha visto una mujer con placer. Que quién ha ido a un hombre con deseo; aun cuando sólo con éste; ha cometido adulterio e su corazón.

Ninguna razón justifica la fornicación. NINGUNA. Ni el abandono. Ni el repudio del marido. Ni la compasión hacia la repudiada. Tenéis sólo un alma. Cuando se une a otra por pacto de fidelidad, que no diga mentira. De otra manera el cuerpo bello por el que pecáis; irá con vosotras, almas impuras, a las llamas que no tendrán fin. Mutiladlo más bien; pero no le matéis, condenándolo para siempre. ¡Volved!, ¡Oh vosotros ricos! Sentinas de gusanos de vicios.  Regresa, ¡Oh, hombre! Para no causar repugnancia al Cielo…

María; que al principio con una cara que era toda una poesía de seducción e ironía; había escuchado y de vez en cuando, lanzaba risotadas de desprecio. Al final de las palabras de Jesús; ennegrece de rabia.

Comprende que Jesús le está hablando a ella, aunque no la mire. Su ira es cada vez más creciente y se rebela. Al fin; no resiste más. Despechada se envuelve en su velo y seguida por las miradas de la multitud que la escarnece y la Voz de Jesús, que la sigue. Echa a correr cuesta  abajo, veloz como una gacela; dejando trozos de su vestido entre los cardos  y los rosales silvestres, que están a la orilla del camino.

Ella va riendo con ira y desprecio.

Jesús continúa:

–                     Estáis enojados por lo sucedido. Hace dos días que nuestro refugio, aunque está en lo alto sobre el fango, lo turba el silbido de Satanás. Ya no es un refugio. Lo dejaremos.

Pero quiero concluir este código ‘del más perfecto’. En medio de esta riqueza de luz y de horizontes. Realmente Dios se manifiesta aquí, en su majestad de Creador. Y al ver sus maravillas podemos llegar a creer firmemente que Él es el Dueño y no Satanás.

El Maligno no podría crear ni siquiera un tallo de hierba. Pero Dios puede todo. ¡Esto os dé fuerzas!  El sol os está quemando y os hace daño. Idos. Por las pendientes hay sombra y frescura. Tomad vuestra comida si queréis. Os hablaré de lo mismo. Muchos motivos han alargado la hora; pero no os duela. Aquí estáis con Dios.

La multitud se desplaza hacia los bosquecillos del lado oriental; de modo que las paredes de la montaña y las ramas, sirven de defensa contra el sol quemante.

Jesús dice a Pedro que desmonte la tienda.

Y él contesta:

–                     ¿Pero de veras nos vamos?

–                     Sí.

–                     ¿Por qué vino ella?

–                     Sí. Pero no hay que decirlo a nadie y menos a Zelote. Se afligiría por amor a Lázaro. No puedo permitir que la Palabra de Dios, se convierta en escarnio de paganos.

–                     Comprendo… Comprendo…

–                     Pero entonces ten en cuenta otra cosa…

–                     ¿Cuál, Maestro?

–                     La necesidad de callar en determinadas circunstancias. Te lo ruego. Te quiero mucho; pero algunas eres tan impulsivo,  que haces advertencias que hieren.

–                     Entiendo… no lo quieres por Lázaro; ni por Simón…

–                     Y por otros también.

–                     ¿Crees que también hoy vendrán?

–                     Hoy. Mañana. Pasado mañana y siempre. Siempre será necesario vigilar a mi impulsivo Simón de Jonás. Vete a hacer lo que te dije.

Pedro se va y llama a sus compañeros para que lo ayuden.

Judas se ha quedado pensativo en un rincón…

El instrumento perfecto de Satanás para controlar al hombre es la mujer. Y la aparición de María de Mágdala le recuerda que en sus esfuerzos por ser un buen apóstol, la renuncia de lo que siempre fue lo más preciado para él: las mujeres, el oro y el poder; es un sacrificio casi imposible de soportar.

Lo que más lo fastidia, es que nadie en el Templo considera nada de esto necesario para servir a Dios. Él como saforim, lo comprende perfectamente y su maestro Sadoc, el Escriba de Oro, es el ejemplo perfecto de esto: inteligente, rico, poderoso, influyente como pocos y soberbio como ninguno.

¿Acaso habrá tomado el camino equivocado?  Pero Sadoc fue el primero en animarlo a seguir a Jesús… Sin embargo ¿Cómo retractarse a estas alturas?…

Jesús lo llama hasta por tres veces, pero él no oye…

Al fin se vuelve y pregunta:

–                     ¿Me necesitas, Maestro?

–                     Sí. Ve también tú a comer y a ayudar a tus compañeros.

–                     No tengo hambre. Tampoco Tú tienes.

–                     Tampoco Yo. Pero por motivos opuestos. ¿Te pasa algo, Judas?

–                     No, Maestro. Estoy cansado…

–                     Nos vamos a ir al lago. Y luego a Judea. Y vamos a la casa de tu mamá. Te lo prometí.

Judas se reanima.

–                     ¿De veras vienes solo conmigo?

–                     Pues claro. Quiéreme mucho, Judas. Quisiera que mi amor estuviese en ti de tal modo, que te preservase de todos los males.

–                     Maestro, soy hombre. No soy un ángel. Tengo momentos de cansancio. ¿Es pecado sentir la necesidad de dormir?

–                     No si duermes sobre mi pecho. Si mi Madre no se siente muy cansada, me gustaría llevarla a la casa de la tuya. Se amarán porque las dos son buenas.

Ante esta idea, Judas se olvida de todo y corre con sus compañeros, lleno de alegría. Como es el más alto, desata los nudos que están más arriba, sin esfuerzo alguno. Se come su pan y sus olivas, contento como un niño.

Jesús lo mira con compasión y luego se va con los apóstoles.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA