48.- EL DETONANTE13 min read

En la villa de Marco Aurelio en Anzio, el obispo Ethan  sigue con la instrucción, hablando de la Pobreza de Espíritu. Después Acacio enseña la necesidad del Sacrificio, la Obediencia, la Penitencia y la Oración; más todas las cosas que son necesarias  para VIVIR MURIENDO.

Unos días después la doctrina finaliza cuando el obispo Leonardo habla de la Persecución y  dice:

–           Cuando deseen el Martirio para compartir la suerte de nuestro Redentor, entonces estarán listos para recibir el Bautismo.

Marco Aurelio mira a Margarita, la hermana mayor de Alexandra…

Y recuerda lo que Ethan le dijo a Petronio sobre las mujeres paganas. Al ver a esta hermosa virgen cristiana que también ha sido su maestra… Piensa en Popea Sabina, que abandonó a dos maridos por Nerón. En la lasciva Leticia y en Julia Mesalina…

Y glorifica a Dios desde el fondo de su corazón, por esta Doctrina Santa de la cual brotan mujeres virtuosas como lirios primaverales… Y bendice a Dios por haberle dado a Alexandra, junto con la maravillosa seguridad de que ella nunca lo engañará, ni lo traicionará.

Pasó el tiempo y llegó el día del Bautismo de Marco Aurelio. Cuando estuvo sumergido en el agua…

El Espíritu Santo le dijo:

“Pase lo que pase, ten Fe y confianza. Comprobarás cuanto te amo.”

En la fiesta que siguió a este acontecimiento; Leonardo, todavía con sus vestiduras y su jerarquía de obispo, se acerca a Sofía y le dice:

–           La Cruz ha vencido Sofía. Tú has sido mi maestra y no mi esposa… Tú me has liberado del mal, para llevarme a la Vida. Cuando el espíritu tenebroso que adoraba me confesó su impotencia, lo comprendí, pues me dijo: Ella vence por la Cruz y mi poder es nulo frente a ella. Su Dios Crucificado es más poderoso que todo el Infierno junto. Él me ha vencido muchas veces y siempre me vencerá. QUIEN CREE EN EL, ESTÁ A SALVO DE TODA INSIDIA. Solo quién en Él no cree y desprecia la Cruz, cae en nuestro poder y perece en nuestro Fuego.

Yo no quise ir a aquel fuego y quise conocer el Fuego del amor de Dios que te hace tan hermosa y tan pura. Tan poderosa y tan santa. Tú eres la madre del alma mía. Y puesto que eres como mi madre, en esta hora te ruego: nutre mi debilidad con tu fuerza, virgen pura; para que juntos vayamos a Dios.

Sofía se arrodilla ante él y le dice:

–          Tú ahora eres mi obispo, hermano mío. En el Nombre de Cristo nuestro Señor, absuélveme de todas mis culpas; para que más pura que los lirios, yo te preceda en la Gloria.

–           Yo te bendigo. No te absuelvo, porque no hay pecado en ti. Y tú perdona a tu hermano por todas las insidias que te tendió. Ruega por mí. Por todos los errores que cometí, para que Dios me guíe. Ya lo sabesnos espera el Martirio. 

Sofía sonríe y le dice dulcemente:

–           Con tu sangre y tu amor presente se lava todo rastro de errores pasados. Vayamos juntos a unir nuestro sacrificio al del Señor. Seremos hostias y estoy feliz de verte convertido en campeón. Tu palio, tu tonsura y nuestro amor por nuestro Dios, unirán nuestra sangre a la del Cordero, en el momento que Dios ha predeterminado. Daremos el combate final y venceremos otra vez, porque la Cruz está grabada en nuestro corazón y nuestra alma está crucificada en la Voluntad de nuestro Señor. ¿Ya sabes Leonardo mío, cuando saldremos para Antioquia?

El obispo contesta:

–           Marco Aurelio ya está bautizado. Nuestro trabajo aquí, está terminado. Se quedarán Junías y Margarita, a seguir instruyendo a los que quieran. Los demás seguiremos nuestro camino. En Antioquia tenemos que prepararlos a todos. Estoy muy contento. Te amo más que antes, virgen bella. Y refulges como una estrella en mi mente y en mi corazón, porque tú me has traído a la Luz.  Te llevo dentro de mí, pero ahora con el amor santo que nuestro Señor me ha dado para amarte… preciosa mía.

Sofía inclina la cabeza ruborizada y feliz…

El sol corre hacia su ocaso, bañando de luz las olas del mar en Anzio…

En el palacio de Nerón, Petronio obtiene nuevos triunfos sobre los demás cortesanos que con él se disputan el favor del César. La política es muy impredecible… La influencia de Tigelino ha decaído totalmente. Dentro de los palacios que en el mar azul reflejan sus fachadas, Nerón lleva una vida llena de fantasías helénicas.

Durante todo el día, el César y sus allegados declaman versos. Discurren acerca de su estructura y sus bellezas. Se recrean con sus giros elegantes. Conversan sobre música. Y alaban el genio griego que ha venido a embellecer la vida.

Y por todo esto Petronio,  de un refinamiento incomparable, superior  al de todos los demás cortesanos; elocuente, sutil, lleno de ingenio y buen gusto; hace que el César prefiera siempre su compañía…

Nerón comparte sus opiniones, le pide consejo sobre la composición poética y le manifiesta una amistad y un favoritismo muy marcado. Todo esto demuestra ante los demás cortesanos, que la influencia de Petronio ha alcanzado un triunfo supremo y que la amistad con el César, está más firme que nunca. Y hasta los que antaño mostraron su antipatía al exquisito epicúreo, empiezan ahora a agruparse a su alrededor y a competir por su favor.

Más de uno se alegró sinceramente de la preponderancia de Petronio, que es un hombre justo en sus juicios y recibe con escéptica sonrisa las adulaciones de sus enemigos de la víspera. Pero como no es vengativo y nunca ha empleado su poder en arruinar a los demás; pues aun cuando ha tenido la oportunidad de destruir al mismo Tigelino; solo se ha contentado con ridiculizarlo y hacer más patente su vulgaridad y su torpeza.

En Roma el Senado respira aliviado, pues ya hace tres meses que no se ha expedido ninguna sentencia de muerte. Y todos prefieren a un Nerón que busque el refinamiento en la elegancia y cultura de Petronio, un César extremadamente sibarita; a un tirano embrutecido por la crueldad e influenciado por Tigelino. Pues cuando se le presenta la ocasión de hacer a un lado a hombres a los que considera peligrosos por cualquier pretexto o simplemente le son antipáticos… Aprovecha la oportunidad para saquear propiedades, fallar juicios políticos, dar espectáculos sorprendentes por su pompa y mal gusto, que dan la ocasión de satisfacer los monstruosos caprichos del César.

Tigelino es un hábil maestro que está dispuesto a todo y es cuando se hace indispensable… Entre él y Haloto realizan las más crueles canalladas de la brutalidad de Nerón.

El mismo Tigelino se siente desconcertado y empieza a vacilar de si ya debiera darse por vencido, pues el César ha repetido en varias ocasiones que en toda Roma y entre todos sus cortesanos, solo hay dos espíritus capaces de comprenderse, porque son verdaderamente helénicos: él y Petronio.

La admirable habilidad del Árbitro se evidencia a cada paso y el César solo confía en él para sus juicios sobre su arte, que es lo único que le importa.

Y Petronio con su indiferencia habitual parece no dar importancia a su posición. Como de costumbre, se muestra indolente, escéptico y lleno de ingenio. Con frecuencia produce en quienes le rodean, la impresión de ser un hombre que se burla de sí mismo, de ellos, del César y del mundo entero. Hay momentos en que se atreve a criticar al mismo Nerón en su presencia, dejando a los demás pasmados; pensando que ha llegado demasiado lejos y está preparando su propia ruina.

Pero con su astucia insuperable, da un giro inesperado y magistral; transformando la crítica de tal forma, que redunda definitivamente en su provecho y se convierte en una alabanza. Por esto, Nerón lo estima cada día más.

En esos torneos de sutileza e ingenio, llena de admiración a los augustanos presentes y los deja convencidos de que no hay dificultad de la que él no sepa salir airoso y vencedor.

Una semana después de que Marco Aurelio regresara de Roma, el César leyó a su círculo de íntimos, algunos extractos de su canto al Incendio de Troya. Terminada la lectura y los ruidosos transportes de admiración de los oyentes.

Petronio, a quién el César interrogó con la mirada, respondió:

–           Malos versos. Buenos solos para el fuego.

Los presentes sintieron que el terror les paralizó el corazón. Jamás en toda su vida, había escuchado Nerón de ningún hombre, una sentencia semejante.

Séneca está expectante y asombrado.

El rostro de Tigelino irradia felicidad…

Pero Marco Aurelio palideció… Pensando que su tío, a quién jamás lo había visto ebrio, se había embriagado esta vez por completo o ha perdido la razón.

Nerón sin embargo, preguntó con voz melosa; en la cual temblaba una inflexión de vanidad más o menos hondamente herida:

–           ¿Qué defectos les encuentras?

Petronio dijo firme:

–          No les creas. – encarándose con él y señalando a los presentes- Esos nada comprenden. Me preguntas que defectos hay en tus versos. Si deseas escuchar la verdad, voy a decírtela. Tus versos serían dignos de Virgilio o de Ovidio. Del mismo Homero tal vez; más no dignos de ti. Pues tú eres más grande que ellos. El incendio que describes no arde lo suficiente. Tu fuego no quema lo bastante.

No escuches las lisonjas de Marcial. Si él hubiera escrito esos versos, yo le declararía un genio. Pero en tu caso es diferente. ¿Y sabes por qué? Porque tú puedes hacer cosas mejores. De una persona tan privilegiada por los dioses como tú, es justo esperar más. Ya no seas perezoso… Prefieres dormir después de la comida, en vez de trabajar. Tú eres capaz de producir una obra superior a cuantas haya conocido el Orbe entero hasta nuestros días. Y por esto te digo en tu presencia: ¡Escribe mejor!

Petronio dijo estas palabras con aire negligente y en el que a la vez se confunden la burla y el reproche…

Más por los ojos del césar pasó como una ligera niebla de alegría y satisfacción. Luego dijo:

–           Los dioses me han dotado de un poco de talento, pero me han concedido también algo más valioso: un amigo leal y un crítico justiciero. Único hombre capaz de decirme la verdad en mi presencia. – y extendiendo la gorda mano cubierta de vello rojizo hasta un candelabro que estaba cerca,  intentó quemar el pergamino.

Pero Petronio se apoderó de él antes de que la llama lo tocase y dijo:

–           ¡No, no! Aun así como están, pertenecen a la humanidad. Déjamelos.

Nerón contestó abrazándolo:

–          Permite entonces que te los mande en un cilindro. –Y agregó- Verdaderamente tienes razón. Mi incendio de Troya no arde bastante y mi fuego no quema lo suficiente. Les falta pasión. Pero ya estaba satisfecho con llegar a la altura de Homero. Siempre me he visto cohibido por una especie de timidez y una apreciación modesta de mis facultades. Pero tú me has abierto los ojos. ¿Y sabes por qué es cierto lo que afirmas? Cuando un escultor talla la estatua de un dios, busca siempre un modelo. Y yo nunca lo tuve. Jamás he visto el incendio de un pueblo y es por eso que a mi descripción le falta veracidad. 

–           Por lo cual te digo que solo un gran artista, es capaz de comprender esto.

Nerón se quedó reflexionando y después de un rato dijo:

–           Contéstame una pregunta Petronio. ¿Sientes tú el incendio de Troya?

–          ¡Qué si lo siento! No, a fe mía. ¡Por Zeus! Y te diré por qué razón. Troya no hubiese sido destruida, si Prometeo no hubiese dado el fuego a los hombres y si los griegos no hubieran hecho la guerra a Príamo. Y Esquilo no habría escrito su Prometeo, de no existir el fuego. Así como sin la Guerra de Troya, Homero no habría escrito la Ilíada. Creo pues preferible, la existencia de Prometeo y de la Ilíada a la conservación de una ciudad pequeña y despreciable, en la cual estaría hoy un magistrado que te estaría fastidiando con las quejas de su administración.

El César dijo:

–          Esto es lo que se llama hablar razonablemente. Por el arte y la poesía, no solo es lícito, sino es justo y necesario sacrificarlo todo. ¡Dichosos los Aqueos que suministraron a Homero, el tema substancial de la Ilíada! Y ¡Dichoso Príamo que pudo contemplar la destrucción de su pueblo natal! En cuanto a mí… jamás he visto una ciudad envuelta en llamas.

A estas palabras siguió un denso silencio…

Después de unos minutos, se escuchó la voz insinuante de Tigelino:

–          Si ya te lo he dicho César: ordena y pondré fuego a Anzio. O bien… Si no quieres la destrucción de estos palacios y casas de campo, puedo ordenar que incendien los bosques de Ostia o edificar para ti en los montes Albanos, una ciudad de madera a la cual tú mismo pondrás fuego. ¿Esto es lo que deseas?

Nerón contestó desdeñoso:

–           ¿He de ponerme a contemplar el incendio de unas cuantas barracas de madera? Estás perdiendo el criterio y la iniciativa Tigelino. Y veo además que no atribuyes gran valor a mi talento, ni al mérito de mi incendio de Troya, si juzgas que cualquier sacrificio, está a mayor altura que él.

Esta respuesta dejó a Tigelino confundido…

Pero Nerón, como si deseara cambiar de tema, dijo después de unos momentos:

–           Está terminando el verano. ¡Qué malos olores ha de haber ahorita en Roma! Y sin embargo es necesario que volvamos allá, para asistir a las fiestas estivales.

Tigelino conoce demasiado bien a Nerón, para no comprender la sugerencia…

Después de un lapso apropiado, Tigelino replicó:

–           ¡Oh, César! Cuando se hayan retirado los augustanos, permite que hable contigo un momento a solas…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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