550 Un Incidente Marítimo8 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

448 Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro.

Es un sosegado atardecer estival que aplaca los fuegos del ocaso

transformándolos en cascadas de velos violáceos,

casi como si del cielo llovieran cascadas de amatistas o de racimos de glicina en flor…

Después de haber terminado los preparativos y las maniobras de navegación;

con su barca encabezando la pequeña flotilla cargada de gente,

que está dispuesta a seguir al Maestro;

Pedro pregunta:

–               ¿A dónde, Maestro? 

Jesús responde:

–              A Magdala.

Se lo prometí a María de Lázaro.

–             Bien.

Y mueve el timón en el modo adecuado,

para tomar la dirección requerida, dando bordadas.

Señalando a las muchas barcas que hay en el lago,

Juana dice:

–             Quizás entre aquéllas están también las barcas de las romanas.

Fingir una pesca en estos atardeceres serenos,

es uno de sus entretenimientos preferidos.

Uno de los discípulos que la acompañan,

dice:

–            Pero estarán más hacia el sur.

–            ¡No Benjamín!

Tienen barcas rápidas y expertos barqueros.

Suben hasta aquí.

Pedro refunfuña entre dientes:

–          Para lo que tienen que hacer…

Y prosigue con la intransigencia del pescador…

Que ve la navegación y la pesca como una profesión casi sagrada,  

enteramente regulada por leyes severas y útiles.

Y quién la usa como un entretenimiento, torpemente y para disipación;

le parece una profanación…

Sin poder evitarlo, Pedro comenta:

–          Con sus inciensos, flores, perfumes, ritos paganos y otras cosas demoníacas…

Corrompen las aguas;

con sus sonidos, gritos y lenguajes molestan a los peces;

con sus lámparas humeantes los espantan;

con sus malditas redes, que lanzan sin miramientos, dañan los fondos y a las crías…

Debería estar prohibido.

El Mar de Galilea es de los galileos…

Que además sean pescadores.

No de las prostitutas y de sus compinches…

¡Si fuera yo el amo!

Veríais vosotras fétidas barcas paganas, sentinas  flotantes de vicio, alcobas navegantes

para traer también a estas aguas de nuestro Dios para sus hijos, a los vuestros…

¡Oh! ¡Pero mirad!

¡Ahora se dirigen hacia aquí, precisamente hacia nosotros!

¡Habrase visto!…

¿Cómo se puede consentir?…

¡Pero…!»

Jesús interrumpe este discurso acusatorio.

En el que Pedro da rienda suelta a todo su espíritu de israelita y pescador,

poniéndose rojo, sofocado por la indignación,

jadeante como si luchara contra fuerzas infernales…

Con una tranquila sonrisa,

Jesús dice:

–             Pero es mejor que no seas tú el amo.

¡Por fortuna no lo eres!

Por ellos y por ti.

Porque a ellos les impedirías seguir un buen impulso.

Y por tanto, un impulso imprimido en su espíritu pagano, estoy de acuerdo;

pero por naturaleza bueno, imprimido en su espíritu por la Misericordia eterna que

mira a estas criaturas con mirada piadosa,

porque no tienen culpa de haber nacido en la nación romana, en vez de en la hebrea,

precisamente porque las ve tender a lo bueno.

Y te perjudicarías a ti mismo,

porque cometerías un acto contra la caridad y otro contra la humildad…

–                 ¿Humildad?

No veo…

Siendo el amo del lago, me sería lícito disponer de él según mi gusto.

–              No.

Simón de Jonás.

No.

Te equivocas.

Hasta las cosas que nos pertenecen…

Nos pertenecen porque Dios nos las  concede.

Por tanto, aunque durante un tiempo limitado se posean;

hay que pensar siempre que Uno sólo es el que posee todo

y sin limitación alguna en el tiempo ni en la medida.

Uno sólo es el Amo.

Los hombres…

¡Oh, los hombres son sólo los administradores,

de pequeñas parcelas de la gran Creación.

Pero el Amo es Él, el Padre mío, tuyo y de todos los vivientes.

Además, Él es Dios.

Y por tanto, son perfectísimos todos sus pensamientos y acciones.

Ahora bien, si Dios mira benigno el impulso de estos corazones paganos hacia la Verdad…

Y no sólo mira sino que favorece este impulso,

imprimiéndole un movimiento cada vez más fuerte hacia el Bien.

¿No te parece que tú, ¡Oh hombre! pretendiendo impedírselo…

En el fondo pretendes impedirle a Dios una acción?

Y ¿Cuándo se impide una cosa?

Cuando se la juzga no buena.

Tú por tanto, pensarías esto de tu Dios:

Que realiza una acción no buena.

Ahora bien, si juzgar a los hermanos no es cosa buena;

Porque todos los hombres tienen sus defectos…

Con una facultad de conocer y juzgar tan limitada,

que siete veces de diez yerra su juicio.

Absolutamente malvado será el juzgar las acciones de Dios.

¡Simón! ¡Simón!…

Lucifer quiso juzgar un pensamiento de Dios y lo definió como errado…

Quiso ocupar el lugar de Dios, creyéndose más justo que Él.

Y ya sabes Simón, lo que consiguió Lucifer.

También sabes que todo el dolor que padecemos ha venido por aquella soberbia…

Pedro exclama avergonzado:

–             ¡Tienes razón, Maestro!

¡Soy un gran desdichado!

¡Perdóname, Maestro!

Y Pedro siempre impulsivo, deja la barra del timón para arrojarse a los pies de Jesús.

En esto la barca, improvisamente abandonada a sí misma…

Precisamente en el curso de una corriente…

Se desvía y ladea tremendamente, en medio de los chillidos de María Cleofás y Juana.

Con los gritos de los de la ligera barca gemela…

Que ven que se les echa encima la pesada barca de Pedro.

Afortunadamente, Mateo puede tomar prontamente el timón.

Y la barca se estabiliza, después de unos tremendos cabeceos…

Incluso por el hecho de que, para mantenerla a distancia,

los otros han usado los remos, imprimiendo bruscos zarandeos y agitando las aguas.

Judas exclama:

–           ¡Caramba, Simón!

Una vez lanzaste invectivas contra los romanos, como navegantes de tres al cuarto,

porque se nos echaban encima.

Pero ahora eres tú el que te pones en evidencia…

Y además delante de ellos.

Mira:

Están todos de pie en las barcas, observando…

Todo este episodio sucede en la porción de lago de frente a Mágdala,

con sus playas tan cercanas, que se puede ver la población,

a pesar de que los velos violáceos del atardecer se están haciendo más espesos,

reduciendo la luz

Judas de Keriot provocador, está señalando a las barcas romanas, que los rodean.

Después del incidente, la comitiva marinera que sigue al Maestro,

se han agrupado en torno a la barca de Pedro.

Desde la barca más cercana, sorprendido,

Santiago de Zebedeo dice:

–          Has perdido también una nasa y un cubo, Simón.

¿Quieres que tratemos de pescarlos con los garfios?

Desde otra barca distinta,

Andrés exclama:

–           ¿Pero qué has hecho?

¡No te sucede nunca!

Mientras que los otros han hablado casi juntos.

A uno después de otro, a cada quién,

Pedro responde a todos:  

–          ¿Me han visto?

¡No importa!

Aunque hubieran visto también mi corazón y…

Bien, esto no lo digas, Pedro…

Pero has de saber que no me dañas.

Lo que me puede mortificar no es una mala maniobra.

Y además sucedida por una buena causa…

¡No te preocupes, Santiago!

Por cosas viejas que se han ido al fondo…

¡Ojalá pudiera arrojar también tras ellas al hombre viejo que se resiste en mí!

Quisiera perder todo, incluso la barca;

para ser exactamente como el Maestro quiere…

¿Que qué he hecho?

Vaya, pues me he mostrado a mí mismo;

a mi soberbia que quiere enseñar incluso a Dios en las cosas del espíritu…

Que soy un animal incluso para las cosas de la barca…

Me viene bien.

Me he hecho una parábola yo a mí mismo…

Maestro, ¿No es verdad?

Sentado en la popa, sereno, en su sitio habitual;

haciendo un blanco en contraste con el ambiente, que se viste de noche;

con sus cabellos ondeando levemente con el viento vespertino,

destacando en el crepúsculo como un ángel de paz luminosa.

Jesús sonríe asintiendo…

Para este momento las barcas romanas ya los alcanzaron…

Pedro los alaba diciendo:

–            Tienen naves excelentes y velas perfectas…

¡Vaya!…

¡Y unos marineros…!

¡Navegan veloces como gaviotas!

Aprovechan hasta el más mínimo hilo de viento, la más mínima vena de corriente…

Juana explica:

–            Los remadores son casi todos esclavos cretenses o nilotas.

Benjamín confirma:

–             Los marineros del delta son expertísimos…

Y lo mismo los de Creta.

Pero son muy buenos también los de Italia…

Superan a Escila y Caribdis…

Esto es suficiente para decir que son excelentes.

Pedro pregunta:

–            ¿A dónde vamos, Señor?

¿A Mágdala propiamente, o…?

Mateo señala:

–               ¡Mira!

Los de Mágdala vienen hacia nosotros…

En efecto, todas las barcas del lugar se apresuran a dejar el guijarral y el pequeño puerto.

Cargadas, terriblemente sobrecargadas, de gente.

Tanto, que casi tienen el borde al ras del agua.

Y se dirigen fatigosamente hacia las barcas de Cafarnaúm.

Jesús dice:

–           No.

Vamos a detenernos aquí.

Adentro de las aguas en el lago, frente a la ciudad.

Hablaré desde la barca…

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