IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
505 En el Templo.
Jesús está de nuevo en Jerusalén.
Una ventosa y grisásea Jerusalén invernal.
Margziam está todavía con Jesús y lo mismo Isaac.
Se dirigen al Templo.
Jesús va hablando con el Zelote y con Tomás…
Con los doce están José y Nicodemo, que luego se separan…
Pasan adelante y saludan a Jesús sin detenerse.
Judas, volviéndose hacia Andrés,
susurra:
– No quieren hacer resaltar su amistad con el Maestro.
¡Es peligroso!
Andrés los defiende:
– Yo creo que lo hacen por un pensamiento justo, no por vileza.
Zelote dice:
– Además, no son discípulos y pueden hacerlo.
Nunca lo han sido.
— ¡¿No?!
– Me parecía…
– Ni siquiera Lázaro es discípulo.
Y tampoco…
— Pero si excluyes y excluyes…
¿Quién queda?
– ¿Quién?
Los que tienen la misión de discípulos.
– ¿Y los otros entonces, qué son?
– Amigos.
Sólo amigos.
¿Dejan acaso sus casas, sus intereses, por seguir a Jesús?
– No.
Pero lo escuchan con gusto, le ofrecen ayudas y…
– ¡Si es por eso!
¡También los gentiles lo hacen entonces!
Ya viste que en casa de Nique encontramos a personas que se ocuparon de Él.
Y esas mujeres seguro que no son discípulas.
– ¡No te acalores!
Lo decía por decirlo.
¿Te interesa tanto que tus amigos no resulten discípulos?
Deberías querer lo contrario, me parece…
– No me acaloro.
Ni quiero nada.
Tampoco que tú los perjudiques diciendo que son discípulos suyos.
– ¿Pero a quién se lo voy a decir?
Estoy siempre con vosotros…
Simón Zelote lo mira tan severamente…
Que la risita se hiela en los labios de Judas…
El cual considera oportuno cambiar de tema,
preguntando:
– ¿Qué querían hoy, que hablaban así con vosotros dos?
– Han encontrado la casa para Nique.
Hacia los huertos.
Cerca de la Puerta.
José conocía al propietario y sabía que con una buena ganancia habría vendido.
Se lo comunicaremos a Nique.
– ¡Qué ganas de tirar dinero!
– Es suyo.
Puede hacer de él lo que quiera.
Quiere estar cerca del Maestro.
Obedece con ello a la voluntad de su esposo y a su corazón.
Santiago de Alfeo, suspirando dice:
– Sólo mi madre está lejos…
Santiago de Zebedeo agrega:
– Y la mía.
– Pero por poco…
¿Has oído lo que ha dicho Jesús a Isaac, a Juan…
Y a Matías?:
“Cuando volváis en la neomenia de la luna de Sabat, venid con las discípulas;
además de con mi Madre”.
– No sé por qué no quiere que Margziam vuelva con ellas.
Le ha dicho:
“Vendrás cuando te llame”.
Andrés observa:
– Quizás porque Porfiria no se quede sin ayuda…
Si nadie pesca, arriba no se come.
Como nosotros no vamos, debe ir Margziam.
Está claro que no son suficientes la higuera, la colmena, los pocos olivos y las dos ovejas;
para mantener a una mujer, vestirla, procurarle de comer…
Jesús parado, apoyado en la muralla del Templo, los observa mientras se acercan.
Con Él están Pedro, Margziam y Judas de Alfeo.
Unos pobrecillos se levantan de sus yacijas de piedra, colocadas en el camino que viene hacia el Templo…
El que viene de Sión hacia el Moira…
No el que de Ofel viene al Templo.
Y se acercan quejumbrosos a Jesús, a pedir una limosna.
Ninguno pide curación.
Jesús ordena a Judas que les dé unas monedas.
Luego entra en el Templo.
No hay mucha gente.
Pasada la gran afluencia de las fiestas, cesa la llegada de peregrinos.
Sólo quien por serios intereses está obligado a venir a Jerusalén
o quien vive en la misma ciudad sube al Templo.
Por tanto los patios y los pórticos, aun no estando desiertos, tienen mucha menos gente.
Y parecen más grandes y más sagrados, al tener menos ruido.
Arrimados a las murallas por la parte soleada…
Por un pálido sol que se abre paso entre las nubes cenicientas;
También son menos numerosos los cambistas, los vendedores de palomas y otros animales.
Después de orar en el Patio de los Israelitas, Jesús vuelve atrás y se arrima a una columna.
Observa…
Y es observado.
Ve que vuelven del Patio de los Hebreos, un hombre y una mujer que aunque no lloren abiertamente…
Muestran un rostro más apenado que si lloraran.
El hombre intenta consolar a la mujer, pero se ve que también él está muy acongojado.
Jesús se separa de la columna y va a su encuentro.
Lleno de compasión, les pregunta:
– ¿Qué os hace sufrir?
El hombre lo mira, asombrado por el interés.
Quizás le parece incluso indelicado,
pero la mirada de Jesús es tan dulce que lo desarma.
De todas formas, antes de expresar lo que constituye su dolor,
pregunta:
– ¿Cómo es que un rabí se interesa de las penas de un simple fiel?
– Porque este rabí es tu hermano, hombre.
Tu hermano en el Señor.
Que te ama como el mandamiento dice.
El hombre exclama asombrado:
– ¡¡Tu hermano!!
Soy un pobre labriego de la llanura de Sarón, hacia Dora.
Tú eres un rabí.
– El dolor es para los rabíes como para todos.
Sé lo que es el dolor y quisiera consolarte.
La mujer retira un momento su velo para mirar a Jesús…
Y susurra a su marido:
– Díselo.
Quizás puede ayudarnos…
El hombre explica:
– Rabí, nosotros teníamos una hija.
La tenemos.
Por ahora la tenemos todavía…
Y la hemos casado decorosamente, con un joven que un común amigo nos garantizó como buen marido.
Son esposos desde hace seis años y de su desposorio han tenido dos hijos.
Dos…
Porque después cesó el amor…
Tanto que ahora el marido quiere el divorcio.
Nuestra hija llora y se consume.
Por eso hemos dicho que todavía la tenemos, porque dentro de poco morirá de dolor.
Hemos intentado todo para convencer al hombre.
Y hemos orado mucho al Altísimo…
Pero ninguno de los dos nos ha escuchado…
Hemos venido aquí en peregrinación por esto.
Y hemos estado aquí durante todo el curso de una luna.
Todos los días al Templo;
yo en mi lugar, la mujer en el suyo…
Esta mañana un criado de mi hija nos ha traído la noticia de que el marido ha ido a Cesárea,
para mandarle a ella desde allí el libelo de divorcio.
Y ésta es la respuesta que han tenido nuestras oraciones…
La mujer, en voz baja suplica a su marido:
– No hables así, Santiago.
El Rabí nos maldecirá como blasfemos…
Y Dios nos castigará.
Es nuestro dolor.
Viene de Dios…
Y si ha descargado su mano sobre nosotros, es señal de que lo hemos merecido.
Termina con un sollozo.
Jesús dice:
– No, mujer.
Yo no os maldigo.
Y Dios no os va a castigar.
Yo os lo digo.
Como también os digo que no es Dios el que os da este dolor, sino el hombre.
Dios lo permite para prueba vuestra y para prueba del marido de vuestra hija.
No perdáis la fe y el Señor os escuchará.
El hombre responde:
– Es tarde.
Nuestra hija ya ha sido repudiada y mancillada,.
Y morirá…
– Nunca es tarde para el Altísimo.
En un instante y por una oración que persiste;
puede cambiar el curso de los acontecimientos.
Desde la copa a los labios, la muerte tiene todavía tiempo de introducir su puñal…
E impedir que quien acercaba a sus labios el cáliz beba.
Y ello por intervención de Dios.
Yo os lo digo.
Volved a vuestros lugares de oración y perseverad todavía hoy, mañana y pasado mañana.
Y si sabéis tener fe, veréis el milagro.
El hombre insiste:
– Rabí, Tú quieres consolarnos…
Pero en este momento,..
No se puede y Tú lo sabes, anular el libelo una vez entregado a la repudiada.
– Ten fe, te digo.
Es verdad que no se puede anular.
¿Pero sabes si tu hija lo ha recibido?
– De Dora a Cesárea no es largo el camino.
Mientras el siervo venía hasta aquí;
seguro que Jacob ha vuelto a casa y ha echado a María.
– No es largo el trayecto.
¿Pero estás seguro de que lo ha recorrido?
¿Un acto de voluntad superior al hombre, no puede haber detenido a un hombre,
si Josué con la ayuda de Dios detuvo el Sol?
¡Vuestra oración insistente y confiada, hecha con buen fin;
no es acaso, un acto santo de voluntad opuesto a la mala aspiración del hombre?
¿Y Dios no os ayudará, puesto que le pedís una cosa buena a Él, vuestro Padre;
deteniendo el camino del demente?
¿No os habrá ayudado ya quizás?
Y aunque el hombre se obstinara todavía en ir…
¡Podría hacerlo si vosotros os obstináis en pedir al Padre una cosa justa?
Os digo:
Id y orad hoy, mañana y pasado mañana…
Y veréis el milagro.
– ¡Vamos, Santiago!
El Rabí sabe.
Si dice que vayamos a orar, es señal de que sabe que es una cosa justa.
Ten fe, esposo mío.
Siento que surge en mí, donde tenía tanto dolor, una gran paz, una esperanza fuerte.
Dios te lo pague, Rabí que eres bueno y te escuche.
Ruega también tú por nosotros.
Ven, Santiago, ven.
Y logra convencer a su marido, el cual la sigue;
después de saludar a Jesús con el habitual saludo hebreo de “la paz sea contigo”
Al que responde Jesús con la misma fórmula.
Los apóstoles dicen:
– ¿Por qué no les has dicho quién eres?
Habrían orado con más paz.
Felipe añade:
– Voy a decírselo.
Pero Jesús lo detiene diciendo:
– No quiero.
Efectivamente, habrían orado con paz, pero con menos valor y con menos mérito.
Así su fe es perfecta y será premiada.
– ¿De verdad?
– ¿Pensáis acaso que miento, engañando a dos infelices?