395 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
357 Los fariseos y la cuestión del divorcio.
Es por la mañana.
Una mañana de Marzo.
Por tanto, nubes y claros se alternan en el cielo.
Pero las nubes sobrepujan a los claros y tratan de apoderarse del cielo.
Un aire caliente, con rachas rítmicas, sopla y carga el ambiente enrareciéndolo
con polvo venido de las zonas del altiplano.
Pedro al salir de la casa con los otros,
sentencia:
– Si no cambia el viento, esto es agua!
El último en salir es Jesús, que se despide de las dueñas de la casa.
El dueño acompaña a Jesús.
Dados pocos pasos, los detiene un suboficial romano que está con otros soldados.
Y le pregunta:
– ¿Eres Tú Jesús de Nazaret?
Jesús responde:
– Lo soy.
– ¿Qué haces?
– Hablo a las gentes.
– ¿Dónde?
– En la plaza.
– ¿Palabras sediciosas?
– No.
Preceptos de virtud.
– ¡Ojo! No mientas.
Roma ya tiene suficientes falsos dioses.
– Ven tú también.
Verás como no estoy mintiendo.
El hombre que ha alojado a Jesús, siente el deber de intervenir:
– ¿Pero desde cuándo tantas preguntas a un rabí?
El oficial romano responde:
– Denuncia de hombre sedicioso.
– ¿Sedicioso? ¿Él?
¡Pero hombre, Mario Severo, eso es una ilusión!
Éste es el hombre más manso de la Tierra.
Te lo digo yo.
El suboficial se encoge de hombros,
y responde:
– Mejor para Él.
Pero esta es la denuncia que ha recibido el centurión.
Que vaya si quiere.
Está avisado.
Se da la media vuelta y se marcha con los subalternos.
Varios dicen:
– ¿Pero quién puede haber sido?
– ¡No lo entiendo!
Jesús responde:
– Dejad de entender.
No hace falta.
Vamos a la plaza mientras haya muchos.
Luego nos marcharemos también de aquí.
Cuando llegan a ella, es posible notar….
Debe ser una plaza más bien comercial.
No es un mercado pero poco le falta, porque está circundada de fondaques
en los que hay depósitos de mercancías de todos los tipos.
Y la gente se aglomera en ellos.
Por tanto, hay mucha gente en la plaza…
Y alguno hace señas de que está Jesús,
de forma que pronto un círculo de gente está alrededor del “Nazareno”.
Un círculo compuesto de personas de todo tipo, clase y nación.
Quién por veneración, quién por curiosidad.
Jesús hace un gesto de querer hablar.
Un romano que sale de un almacén,
dice:
– ¡Vamos a escucharlo!
Un compañero suyo, le responde:
– ¿No nos tocará oír alguna lamentación?
– No lo creas, Constancio.
Es menos indigesto que uno de nuestros oradores de rigor.
Y la Voz de Jesús, resuena como un bronce, llenando todo el lugar…
– ¡Paz a quien me escucha!
Está escrito en el libro de Esdras, en la oración de Esdras:
“¿Qué vamos a decir ahora, Dios nuestro, después de las cosas que han sucedido?
¿Qué, si hemos abandonado los preceptos que habías decretado por medio de tus siervos…?”.
Un puñado de fariseos que se abre paso entre la gente,
grita:
– ¡Detente, Tú que hablas!
– ¡Nosotros proponemos el tema! – grita
Casi al mismo tiempo, vuelve a aparecer la unidad armada y se detiene en el ángulo más cercano.
Los fariseos están ya frente a Jesús.
Y lo interrogan:
– ¿Eres Tú el Galileo?
– ¿Eres Jesús de Nazaret?
– ¡Lo soy!
– ¡Bendito sea Dios por haberte encontrado!
La verdad es que tienen unas caras de tan mala catadura,
que no se ve que estén alegres por el encuentro…
El más viejo habla:
– Te seguimos desde hace muchos días;
pero llegamos siempre cuando Tú ya te has marchado.
– ¿Por qué me seguís?
– Porque eres el Maestro…
Y deseamos ser adoctrinados sobre un punto oscuro de la Ley.
– No hay puntos oscuros en la Ley de Dios.
Varios dicen:
– En ella no.
Pero… en fin… pero la Ley ha sufrido “superposiciones”, como Tú dices…
– En fin… que han proyectado oscuridad.
– Penumbras, al máximo.
Jesús declara:
– Y basta volver el intelecto a Dios para eliminarlas.
– No todos lo saben hacer.
Nosotros, por ejemplo, permanecemos en penumbra.
Tú eres el Rabí, así que ayúdanos.
– ¿Qué queréis saber?
– Queríamos saber si le es lícito al hombre, repudiar por un motivo cualquiera a su mujer.
Es una cosa que sucede frecuentemente,
Y siempre, donde sucede esto, da mucho que hablar.
Vienen a nosotros para saber si es lícito.
Y nosotros, según el caso, respondemos.
– Aprobando lo sucedido en el noventa por ciento de los casos.
Y el diez por ciento que queda desaprobado pertenece a la categoría de los pobres o de vuestros enemigos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque sucede así en todas las cosas humanas.
Y agrego a la categoría la tercera clase:
La que – si fuera lícito el divorcio – más derecho tendría, por ser la de los verdaderos casos penosos:
como una lepra incurable, una cadena perpetua, o enfermedades innominables…
– ¿Entonces para ti nunca es lícito?
– Ni para mí ni para el Altísimo ni para ninguno de corazón recto.
¿No habéis leído que el Creador, al comienzo de los días, creó al hombre y a la mujer?
Y los creó varón y hembra.
Y no tenía necesidad de hacerlo, porque, si hubiera querido, habría podido, para el rey de la Creación,
hecho a su imagen y semejanza, crear otro modo de procreación.
Y hubiera sido igualmente bueno, aun siendo distinto de todos los otros naturales.
Y dijo: “Así, por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer
y los dos serán una sola carne”.
Así pues, Dios los unió en una sola unidad.
No son por tanto, ya “dos” sino “una” sola carne.
Lo que Dios ha unido, porque vio que “es buena cosa”,
no lo separe el hombre, pues si así sucediera sería una cosa ya no buena.
– ¿Pero por qué, entonces, Moisés dijo:
“Si el hombre ha tomado consigo una mujer, pero la mujer no ha hallado gracia ante sus ojos
por algún defecto desagradable, él escribirá un libelo de repudio, se lo entregará en mano
y la despedirá de su casa”?
– Lo dijo por la dureza de vuestro corazón.
Para evitar, con una orden, desórdenes demasiado graves.
Por esto os permitió repudiar a vuestras mujeres.
Pero desde el principio no fue así.
Porque la mujer es más que el animal, el cual sigue el capricho del amo
o de las libres circunstancias naturales…
Y va a este o a aquel macho, es carne sin alma que hace pareja para reproducirse.
Vuestras mujeres tienen un alma como vosotros.
Y no es justo pisotearla despiadadamente.
Porque, si bien la condena dice:
“Estarás sometida a la potestad de tu marido y él te dominará”,
ello debe acaecer según justicia y no con atropello lesivo de los derechos del alma libre
y digna de respeto.
Vosotros, con el repudio, que no os es lícito, ofendéis al alma de vuestra compañera,
a la carne gemela que se ha unido a la vuestra;
a ese todo que es la mujer con que os habéis casado exigiendo su honestidad,
mientras que vosotros, ¡Perjuros!, vais a ella deshonestos, minorados, a veces corrompidos…
Y seguís corrompidos.
Y aprovecháis todas las ocasiones para herirla y dar mayor campo a la lujuria insaciable
que hay en vosotros.
¡Prostituidores de vuestras esposas!
Por ningún motivo podéis separaros de la mujer que está unida a vosotros según la Ley y la Bendición.
Sólo en el caso de que la gracia os toque, y comprendáis que la mujer no es una propiedad sino un alma,
y que, por tanto, tiene iguales derechos que vosotros de ser reconocida parte del hombre
y no su objeto de placer.
Y sólo en el caso de que vuestro corazón sea tan duro, que no sepáis elevarla a esposa,
después de haber gozado de ella como una prostituta,
sólo en el caso de anular este escándalo de dos que conviven sin que Dios bendiga su unión,
podéis despedirla.
Porque entonces vuestra unión no es tal, sino que es fornicación.
Y frecuentemente sin el honor de unos hijos, porque son eliminados forzando la naturaleza,
o repudiados como una vergüenza.
En ningún otro caso.
Porque si tenéis hijos ilegítimos de vuestra concubina, tenéis el deber de poner término al escándalo
casándoos con ella, si sois libres.
No contemplo el caso del adulterio consumado contra la esposa ignara.
Para ese caso, santas son las piedras de la lapidación y las llamas del Seol.
Y para el que repudia a su esposa legítima, porque está saciado de ella…
Y toma a otra, hay sólo una sentencia: ése es adultero.
Y es adúltero el que toma a la repudiada, porque, si el hombre se ha arrogado el derecho de separar
lo que Dios ha unido;
la unión matrimonial continúa ante los ojos de Dios.
Y maldito aquel que pasa a segunda esposa sin ser viudo.
Y maldito aquel que toma otra vez a su mujer primera después de haberla despedido por repudio
y haberla abandonado a los miedos de la vida;
siendo así que ella haya cedido a nuevo matrimonio para ganarse el pan,
si queda viuda del segundo marido.
Porque, aunque sea viuda, fue adúltera por culpa vuestra.
Y haríais doble su adulterio.
¿Habéis comprendido, fariseos que me tentáis?
Éstos se van humillados, sin responder.
Un romano dice:
– Es un hombre severo.
Si fuera a Roma, vería que allí fermenta un fango aún más hediondo.
También algunos de Gadara se quejan:
– ¡Dura cosa ser hombres, si hay que ser castos de esa forma!…
gritan:
– ¡Si tal es la condición del hombre respecto a la mujer, es mejor no casarse!
Y también los apóstoles repiten este razonamiento, mientras toman de nuevo el camino
que conduce a los campos, tras haber dejado a los de Gadara.
Lo dice Judas con sarcasmo.
Lo dice Santiago de Zebedeo con respeto y reflexión.
Y Jesús responde al uno y al otro:
– No todos comprenden esto, ni lo comprenden bien.
Algunos, efectivamente, prefieren el celibato para tener libertad de secundar sus vicios;
otros para evitar la posibilidad de pecar siendo maridos no buenos.
Sólo algunos – a los cuales les es concedido – comprenden la belleza de estar limpios de sensualidad
e incluso de una honesta hambre de mujer.
Y son los más santos, los más libres, los más angélicos sobre la faz de la tierra.
Hablo de aquellos que se hacen eunucos por el Reino de Dios.
Hay hombres que nacen así.
A otros los hacen eunucos.
Los primeros son personas deformes que deben suscitar compasión; los segundos…
son abusos que hay que reprimir.
Mas está esa tercera categoría de eunucos voluntarios;
los cuales, sin usar violencia para consigo – por tanto con doble mérito -, saben adherirse
a eso que Dios pide…
Y viven como ángeles para que el altar abandonado de la tierra tenga todavía flores e inciensos
para el Señor.
Éstos no complacen a su parte inferior, para crecer en la parte superior,
de forma que ésta florezca, en el Cielo, en los arriates más próximos al trono del Rey.
Y en verdad os digo que no son personas mutiladas,
sino seres dotados de aquello que a la mayor parte de los hombres les falta.
No son, pues, objeto de necio escarnio;
antes al contrario, de gran veneración.
Comprenda esto quien debe.
Y respete, si puede.
Los apóstoles casados musitan entre sí.
Jesús pregunta:
Bartolomé responde por todos,
diciendo:
– ¿Y nosotros?
No sabíamos esto y hemos tomado mujer.
Pero nos gustaría ser como Tú dices…
– Y no os está prohibido hacerlo de ahora en adelante.
Vivid en continencia, viendo en vuestra compañera a vuestra hermana,
y tendréis gran mérito ante los ojos de Dios.
Vamos a acelerar el paso.