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32.- EL ALBA DEL MESÍAS

En el palacio de Betania, todo ha sido preparado para celebrar la Fiesta de las Encenias y hay luces por todos lados. Todo está iluminado de una manera muy especial y hasta en los senderos del jardín, se han encendido pequeñas lámparas de aceite. En la sala blanca, donde están todos reunidos; en el umbral de la puerta se recorta la majestuosa figura del Maestro de Nazaret.

Jesús saluda a todos:

–                     La paz sea con vosotros.

Lázaro contesta:

–                     Paz y bendición a Ti Maestro. –se besan- Me han dicho estos amigos nuestros que naciste, mientras Belén ardía por una Encenia tanto tiempo esperada. Todos estamos felices de que estés con nosotros en esta noche tan especial.

Jesús dice sonriente:

–                     Han venido…

Los cinco pastores se postran adorándolo con la misma veneración, que si lo estuvieran haciendo en el Lugar Santo, donde los sacerdotes adoran al Santo de los santos. Elías, Leví, José y Jonatás, continúan con el rostro en el piso de mármol, de la rica sala blanca en la casa de Lázaro.

Solamente Isacc se levanta sobre sus rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho y en el rostro, una expresión de absoluto éxtasis…

Isacc contesta por todos:

–                     A adorarte, Mesías nuestro. Lo supimos  por Jonatás y aquí estamos. Nuestras ovejas están en los corrales de Lázaro. Y nuestros corazones como siempre, a tus santos pies.

Jonathás viene vestido con el lujo de un mayordomo que es amado por su patrón. Isaac trae su vestido de peregrino. Leví, José y Elías; los que Lázaro les proporcionó.

Jesús dice emocionado:

–                     ¿Por eso me enviasteis al jardín? ¡Dios os bendiga a todos! Lo único que falta a mi felicidad es mi Madre, pero vuestra presencia me quita la tristeza, la nostalgia de su beso.

Todos pasan al comedor. Las mesas han sido dispuestas en forma de ‘U’. Martha vigila la disposición de los lugares y querría estar de pie.

Jesús le ordena:

–                     Hoy no eres la anfitriona. Eres la hermana y te sientas como si fueses mi hermana. Somos una familia. Que las reglas de etiqueta cedan su lugar al amor. Aquí a mi lado y cerca de Juan. Yo junto a Lázaro. Pero denme una lámpara. Entre Yo y Martha haya una luz. Una llama por los ausentes y por los presentes. Por las personas amadas y esperadas. Por los seres queridos lejanos…

Martha coloca la lámpara donde Jesús indicó, en donde estaba vacío… Y cómo Martha comprende, se inclina a besar la mano de Jesús.

Empieza la cena y conforme transcurre el tiempo, todos se van sintiendo más cómodos y los pastores empiezan a conversar de sus recuerdos…

Leví dice:

–                     Yo tenía tanto frío, que me refugié entre las ovejas y lloraba porque quería estar junto a mi mamá.

Elías agrega:

–           Yo al contrario. No podía apartar de mi pensamiento a la joven madre que había encontrado poco antes y me preguntaba… ¿Habrá encontrado lugar? ¡De haber sabido que estaba en un pesebre, la hubiera traído al redil!… Su recuerdo persistía en mi mente y sentía más frío al pensar en lo que Ella estaría sufriendo.

¿Recuerdas qué hermosa luz había aquella noche? ¿Y tu miedo?…

Jonathás contesta:

–                     Sí. Pero luego… el ángel… ¡Oh!…

Pedro interviene:

–                     Escuchad, amigos. Nosotros no sabemos sino poco y mal. Hemos oído hablar de ángeles, pesebres,  ganados, Belén… Y nosotros sabemos que Él es carpintero y galileo… ¡No es justo que no lo sepamos nosotros! Maestro, cuéntanos las cosas como son a tu Pedro, para contarlas a la gente. De otro modo ya te lo dije: ¿Qué puedo decir? Lo pasado, no lo sé. Las Profecías y el Libro, no los sé explicar. Lo futuro… ¡Ay, pobre de mí! Y entonces… ¿Qué nueva puedo anunciar?

Bartolomé apoya:

–                     Sí, Maestro. Nosotros también queremos saberlo.

Judas, tiene en su bello rostro la expresión juvenil que le da el estarse esforzando por ser un hombre bueno, que ama a su Mesías y dice:

–                     Sí Maestro. Necesitamos conocer la historia completa…

Jesús sonríe:

–                     Está bien. Hablaremos del pasado. Les diré hasta lo que los pastores no saben. Conoceréis el Alba del Mesías.

Oíd:

“Habiendo llegado el tiempo de la Gracia. Dios se preparó a su Virgen. Comprenderéis que Dios no podía asentar su Trono, donde Satanás había puesto su sello que no borra. Por eso la Potencia se preparó a su futuro Tabernáculo sin Mancha. Y dos justos en su vejez y contra las reglas comunes de la procreación, concibieron a la que no tiene mancha…

¿Quién colocó el alma en el embrión que haría florecer el viejo seno de Anna de Aarón, mi abuela? Leví, tú has visto al ángel que ha hecho los anuncios…

Puedes decir quién es él, porque la Fuerza de Dios, (Gabriel) fue siempre quién victoriosamente llevó el canto de la alegría a los santos y a los Profetas. Y sobre quién el Poder de Satanás se despedaza como una paja seca. Fue el inteligente Arcángel quién trastornó con su buena y clara mente, las insidias del otro ser inteligente, pero malvado. Y que con prontitud llevó a cabo las órdenes de Dios.

En un grito de júbilo, él; el Anunciador que ya conocía cómo se bajaba a la tierra, por haber bajado a hablar a los profetas. Recogió del Fuego Divino la chispa Inmaculada que era el alma de la Eterna Niña y custodiándola en su amor espiritual, la llevó a la tierra. Y desde aquel momento el mundo tuvo a la Adoradora.

Y Dios desde aquel instante pudo mirar un punto de la Tierra sin disgusto. Nació una criatura, la Amada de Dios y de los Ángeles. La Consagrada a Dios desde antes de su concepción. La que santamente amaron sus padres y al cumplir tres años, fue entregada al Templo como primicia. Y devolvieron a Dios, los bienes que Él les había dado.

Mi Madre, desde los tres hasta los quince años; fue la Niña del Templo y apresuró la Venida del Mesías, con la fuerza de su Amor. Virgen antes de su concepción. Virgen en la oscuridad del seno materno. Virgen en sus primeras lágrimas. Virgen en sus primeros pasos. Ella fue la Virgen de Dios, sólo de Dios.

Y proclamó su derecho superior al Decreto de la Ley de Israel, al obtener del esposo que Dios le había concedido, el de permanecer intacta después de las bodas.

José de Nazareth era un justo. Tan sólo a él le podía confiar el Lirio de Dios y solo él lo consiguió. Ángel en alma y carne; amó como aman los ángeles de Dios. Muy pocos sobre la tierra comprenderán el abismo de ese gran amor que tuvo todas las ternuras conyugales; sin traspasar la barrera del fuego celestial, más allá del cual estaba el Arca del Señor.  Muy pocos sobre la tierra lo comprenderán. Es el testimonio de lo que puede un justo con tal de que lo quiera; porque el alma aún herida con la mancha de Origen; tiene fuerzas poderosas para elevarse. Para regresar a su dignidad de hija de Dios y para obrar amando al Padre.

Todavía estaba María en casa, en espera de
unirse a su prometido, cuando Gabriel el Ángel de los Anuncios Divinos, regresó
a la Tierra y pidió a María que fuese Madre. Al sacerdote Zacarías le había prometido ya al Precursor y no fue creído.

Pero la Virgen creyó que esto podía suceder por voluntad de Dios. Y sublime en su ignorancia, sólo preguntó:

–           ¿Cómo puede suceder esto?

El ángel respondió:

–                     Tú eres la llena de Gracia, ¡Oh, María! No tengas miedo, pues has encontrado favor ante el Señor y también por tu virginidad. Concebirás y darás a luz a un hijo al que pondrás por nombre Jesús. Porque Él es el Salvador prometido a Jacob y a todos los Patriarcas y Profetas de Israel. Él será Grande e Hijo Verdadero del Altísimo, porque será concebido por obra del Espíritu Santo.

El Padre le dará a Él, el Trono de David, como está predicho y reinará en la casa de Jacob hasta el fín de los siglos. Pero su verdadero reino, no tendrá jamás fin.  Ahora el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo esperan tu obediencia, para cumplir su Promesa. El Precursor del Mesías, está ya en el seno de Isabel tu prima. Y si consientes, el Espíritu Santo descenderá sobre ti y será santo el que nacerá de ti y llevará su verdadero Nombre, que es Hijo de Dios.

Y María respondió:

–                     He aquí la esclava del Señor. Que se haga en mí, según tu Palabra.

Y el Espíritu de Dios, descendió sobre su Esposa. Y en el Primer Abrazo le impartió sus luces, que perfeccionaron en gran extremo su virtud de silencio. Su humildad, prudencia y caridad de que estaba llena. Se convirtió en una sola cosa con la Sabiduría y no pudo jamás separarse de la Caridad.

La Obediente y Casta se perdió en el Océano de la Obediencia, que soy Yo. Y conoció la alegría de ser Madre, sin conocer el ansia de perder su virginidad. Fue la nieve que se concentra en una flor y se ofrece de este modo a Dios…

No hay cosa que pueda equipararse, ni amor, ni grandeza, ni potencia a mi Concepción…

Pues aquí no se trata de formar una vida, sino de encerrar la Vida que da vida a todos. No se trata de ensancharme, sino de restringirme para poderme concebir…

Y no para recibir, sino para dar. Yo desde que fui concebido y desde los primeros días de Mi Nacimiento me ocupaba del Reino de Mi Divina Voluntad y de cómo ponerlo a salvo en medio de las criaturas.

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Queda el aire saturado con el impacto de la bellísima revelación. Luego de un minuto, Pedro pregunta aturdido:

–                 Pero, ¿Y el marido?…

–                 El sello de Dios, cerró los labios de María. José no se enteró del prodigio hasta que al regresar Ella de la casa de Zacarías su pariente, vio que estaba encinta.

–                 ¿Y qué hizo él?

–                 Sufrió… Y también sufrió María…

–                 Si hubiera sido yo…

–                 José era un santo, Simón de Jonás. Dios sabe en dónde poner sus dones… sufrió cruelmente y decidió abandonarla, cargando sobre sí la afrenta de injusto. Pero el ángel bajó a decirle: ‘no tengas miedo de tomar a María como esposa tuya. Lo que en Ella se ha formado es el Hijo de Dios. Y por obra de Dios, Ella es Madre. Y cuando haya nacido el Hijo le pondrás por Nombre Jesús; porque es Salvador.’

Bartolomé pregunta:

–                 ¿José era docto?

–                 Como un descendiente de David.

–                 Entonces habrá podido encontrar luz al recordar al Profeta: ‘He aquí que una virgen concebirá…’

–                 Sí. La tuvo. A la prueba, sucedió el gozo…

Pedro repite:

–                 Si yo hubiera sido… no hubiera sucedido… Porque ya antes hubiese… ¡Oh, Señor! ¡Qué bien estuvo que no hubiera sido yo! La habría destrozado como una paja, sin darle tiempo a hablar. Pero si no hubiese sido asesino, habría tenido mucho miedo de Ella… El miedo de todo Israel. El de los siglos, debido al Tabernáculo…

–                 También Moisés tuvo miedo de Dios. Y sin embargo se le ayudó y estuvo con Él en el monte. Así pues, José vivió en la casa santa de la esposa y proveyó a las necesidades de la Virgen y del que iba a nacer. Y cuando llegó para todos el tiempo del Edicto, fue con María a la tierra de sus padres. Belén lo rechazó porque el corazón de los hombres está cerrado a la caridad.  –Jesús invita a los pastores- Ahora hablad vosotros…

Elías contesta:

–                 Encontré al atardecer a una mujer muy joven. Sonreía sobre el asno en el que cabalgaba. Iba un hombre con Ella. Me pidió leche e informes. Le dije lo que sabía. Después vino la noche y una gran luz… Salimos y Leví vio a un ángel cerca del redil.

El ángel dijo: ‘¡Ha nacido el Salvador! Era a medianoche, el firmamento estaba lleno de estrellas. Pero su luz desaparecía ante la del ángel y los miles y miles de ángeles… (Elías llora al recordarlo) El Ángel nos dijo: ‘Id a adorarlo. Está en un establo; en un pesebre, entre dos animales. Encontraréis aun niño envuelto en pobres pañales…’ ¡Oh! ¡Cómo resplandecía  el Ángel al decir estas palabras! ¿Te acuerdas Leví como sus alas parecían despedir llamas? Cuando después de haberse inclinado al pronunciar el Nombre del salvador, dijo: ¡Qué es el Mesías del Señor!…

Leví confirma:

–                 ¡Si, recuerdo! ¡Y las voces de los miles de ángeles! ¡Oh!… Cantaban: ‘Gloria a Dios en los altos Cielos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.’ Esa música está aquí y me lleva al Cielo cada vez que la oigo. – y Leví levanta su rostro extático en el que brilla el llanto…

Isaac agrega:

–                 Y fuimos. Cargados como animales. Alegres como si nos fuéramos a casar y luego… no supimos hacer otra cosa, cuando oímos tu vocecita y la de tu Madre. Y empujamos a Leví, que era el muchacho, para que mirase. Nos sentíamos como leprosos ante un gran candor.

Y Leví escuchaba y reía llorando. Repetía con unos balidos, como la oveja que llevaba Elías. José se acercó a la entrada y nos hizo pasar. ¡Oh! ¡Qué pequeñito y qué bonito eras! Un pedacito de carne sobre el tosco heno. Y llorabas.

Luego reíste al calor de la piel de oveja que te ofrecimos y por la leche que te llevamos. Fue tu primera comida. ¡Oh! Y luego… ¡Luego te besamos! Tenías sabor de almendras y jazmín. Y ya no pudimos dejarte…

Jesús dice:

–                 En realidad, nunca me habéis abandonado.

Jonathás confirma:

–                 Es verdad. Tu mirada se grabó en nosotros, así como tu voz y tu sonrisa. Crecías. Cada vez eras más hermoso. El mundo de los buenos venía a hacerse feliz contigo. Y el de los malvados no te veía. Anna… tus primeros pasos… los Tres Reyes Sabios… la Estrella…

¡Oh! ¡Aquella noche!… ¡Qué Luz!… Parecía como si el mundo ardiese con miles de luces. La tarde en que llegaste, la luz estaba fija y blanquecina… ahora era la danza de los astros. Entonces era  la adoración de ellos.

Desde la colina vimos pasar la caravana y fuimos detrás de ella, para ver en donde se detenía. Al día siguiente, toda belén vio la adoración de los sabios y luego… ¡Oh! ¡No decimos el horror!… no lo decimos… -Elías palidece al recordarlo.

Jesús ratifica:

–                               Sí. No lo digas. Silencio sobre el Odio…

Leví dice:

–                     Lo que más nos dolía, era no tenerte más a Ti y no saber nada de Ti. Ni siquiera Zacarías que era nuestra esperanza, tenía noticia alguna. Después, nada…

Felipe indaga:

–                     ¿Por qué señor, no consolaste a tus siervos?

–                     ¿Preguntas el porqué, Felipe? Porque era prudente hacerlo así. Mira que también Zacarías, cuya formación espiritual se completó a partir de aquella hora, no quiso levantar el velo. Zacarías…

Judas pregunta:

–                     Nos dijiste que él se preocupó por los pastores. ¿Entonces por qué no dijo él, primero a ellos y luego a Ti, que ciertos individuos andaban en tu busca?

Jesús responde:

–                     Zacarías era un justo, todo hombre. Se hizo menos hombre y más justo, durante los nueve meses de mutismo. Se perfeccionó en los meses que siguieron al nacimiento de Juan. Pero se hizo un espíritu justo cuando sobre su soberbia humana, cayó el mentís de Dios. Había dicho: ‘Yo, sacerdote de Dios digo que en Belén, debe vivir el Salvador’ y Dios le mostró como su juicio, aunque de sacerdote; si no es iluminado, es un pobre juicio. Bajo el horror del pensamiento: ‘Por mis palabras, podría yo hacer que maten a Jesús’ Entonces Zacarías se hizo el justo que ahora descansa en el Paraíso.

Y la justicia le enseñó prudencia y caridad. Caridad para con los pastores, prudencia con el mundo al cual debía manifestarse el Mesías. Cuando de regreso a la patria, nos dirigimos a Nazareth. Por la misma prudencia que ya guiaba a Zacarías, evitamos Hebrón y Belén. Y costeando el mar. Llegamos a Galilea. Ni siquiera el día que cumplí doce años, fue posible ver a Zacarías, porque un día antes había partido con su hijo para ir a la misma ceremonia.

Dios velaba, probaba, proveía, perfeccionaba. Tener a Dios es también recibir esfuerzos, no tan solo gozo. Y esfuerzos tuvieron mi padre que me amó y mi madre que me ha amado con toda su mente y corazón. Aún lo lícito fue prohibido, para que el Misterio envolviese en la sombra al Mesías Niño. Y esto es una explicación para muchos que no comprenden la doble razón de la angustia de cuando me perdí por tres días. Amor de Madre, amor de padre por el hijo perdido. Temor, porque custodios del Mesías como eran, podía ser descubierto antes de tiempo. Terror de haber custodiado mal la Salvación del Mundo y el mayor Don de Dios. Este es el motivo del insólito grito: ‘¡Hijo mío! ¿Por qué te has portado así?… ¡Tu padre y yo angustiados, te buscábamos!’ Tu padre… tu madre… el velo echado sobre el fulgor divino del Verbo Encarnado.

Y la respuesta que los tranquilizaba: ‘¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?’ La Llena de Gracia comprendió y recogió lo que dije. En otras palabras: ‘No tengáis miedo. Soy pequeño y soy Niño. Si crezco en cuerpo, estatura, sabiduría y en Gracia a los ojos de los hombres. Yo Soy Perfecto en cuanto a que Soy el Hijo del Padre y por eso puedo comportarme con perfección, sirviendo al Padre con hacer resplandecer la Luz, sirviendo a Dios con conservarles el Salvador.’ Y así lo hice hasta hace un año.

Ahora el tiempo ha llegado. Se levantan los velos. El hijo de José se muestra en su Naturaleza: Soy el Mesías de la Buena Nueva. El Salvador. El Redentor. El Rey del Siglo Venidero.

Juan pregunta:

–                     ¿Y no viste jamás a Juan?

–                     Sólo en el Jordán Juan mío. Cuando quise el Bautismo.

–                     ¿Así que no sabías que Juan había ayudado a éstos?

–                     Te dije: después del derramamiento de la sangre inocente. Los justos se hicieron santos. Sólo los demonios permanecieron como eran. Zacarías aprendió a santificarse con humildad, caridad, prudencia, silencio.

Pedro pregunta:

–                     Quiero tener siempre esto en mi memoria. ¿Lo conseguiré?

Mateo contesta:

–                     No te preocupes Simón. Mañana haré que me lo repitan los pastores con tranquilidad en el jardín, las veces que sean necesarias. Tengo buena memoria que ejercité en el banco y lo recordaré para todos. Cuando quieras te lo podré repetir. En Cafarnaúm no tenía notas y sin embargo…

–                     ¡Oh! ¡No te equivocabas ni siquiera con un didracma… Recuerdo bien. Te perdono lo pasado de corazón si te acuerdas de lo que se ha dicho… Y me lo recuerdas con frecuencia. Quiero que me entre en el corazón, como ha entrado en el de éstos. Como lo sabía Jonás. ¡Oh! ¡Morir pronunciando tu Nombre…

Pedro lanza un gran suspiro y Jesús lo mira y sonríe. Se levanta y lo besa en la entrecana cabeza.

–                 ¿Por qué, Maestro me has dado ese beso?

–                 Porque fuiste profeta. Morirás pronunciando mi Nombre. He besado al Espíritu que en ti hablaba.

A continuación, Jesús entona un Salmo y todos de pie le contestan, prosiguiendo con el Rito de la Fiesta de las Encenias.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA