167 CLASIFICACION DE AMORES20 min read

167 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La mayor parte de la mañana del sábado ha estado ocupada en dejar descansar los cansados cuerpos…

Y en arreglar la ropa, polvorienta y arrugada por el viaje.  

En las vastas cisternas del Getsemaní, colmadas de agua de lluvia.

Y en el Cedrón… -verdadera sinfonía entre los cantos, espumoso, lleno, por los chaparrones de los últimos días – hay tanta agua que es una verdadera incitación.

Uno tras otro los peregrinos, desafiando el fresco bajan a zambullirse en el torrente; luego se ponen vestidos nuevos, de los pies a la cabeza.

Y con el pelo todavía un poco tieso por las rociadas del torrente, van a sacar agua de las cisternas y la vierten en unas pilas grandes donde tienen la ropa, separada por colores.

Pedro está muy contento y dice:

-¡Bien! ¡Bien!

Ahí se purgará y María -la esposa del encargado-  la podrá lavar con menos esfuerzo –

Y mirando al pequeño que se ha convertido en su inseparable compañero,

dice:

–    Sólo tú pequeñín, no puedes cambiarte.

Pero mañana…

Pedro mira con preocupación el vestido limpio, pero demasiado corto, desteñido, rasgado; que parece de un niño de la mitad de su edad…

Y agrega en voz baja:

–    ¿Cómo puedo hacer para llevarlo a la ciudad?

Quisiera partir mi manto en dos, para que con un trozo se cubriese.

Jesús oye este soliloquio paterno,

y dice:

–     Es mejor que descanse ahora.

Iremos esta tarde a Bethania.

–     Pero yo quiero comprarle un vestido.

Se lo prometí.

–     Lo harás.

Mi Madre te acompañará. ¿Sabes?… las mujeres son más hábiles en las compras que nosotros. Y Ella se sentirá feliz de ocuparse de un niño. Iréis juntos.

La idea de ir de compras con María, llena de felicidad a Pedro.  

Se diseminan por el olivar, muy hermoso en este sereno día abrileño.

La lluvia de los días precedentes parece haber plateado los olivos y sembrado la tierra de flores,

de tanto como resplandecen al sol las frondas, de tantas florecillas como hay al pie de los olivos.

Los pájaros cantan y vuelan por todas partes.

No se ve el bullir de gente, pero sí las caravanas que se dirigen hacia la Puerta de los Peces y hacia otras puertas, desde el lado este.

La ciudad se las traga como si fuera un famélico vientre.

Jesús pasea y observa a Yabés que está jugando alegre con Juan y los más jóvenes.

También Judas de Keriot – ya se le ha pasado el enojo de ayer – está alegre y juega.

Los más mayores observan sonriendo.  

Bartolomé pregunta:

–     ¿Qué dirá tu Madre de este niño? 

Tomás dice: 

–     Yo digo que dirá: «Está muy delgaducho»

Pedro responde: 

–    ¡No!

Dirá: «¡Pobre niño!»

Felipe objeta: 

–     No, lo que dirá es: «Me alegro de que lo quieras» 

Simón Zelote: 

–     La Madre no lo pondría nunca en duda.

Yo creo que no hablará. Lo estrechará contra su corazón.  

Y difigiéndose a Jesús,

pregunta:

–     ¿Y Tú, Maestro, qué dices que dirá?  

Jesús responde: 

–     Hará lo que habéis dicho…

Pero lo pensará y lo dirá sólo en su corazón. Al besarlo solo dirá: «¡Bendito seas!»

Y lo cuidará como si fuera un pajarillo caído del nido.

Escuchad. Un día me habló de cuando era pequeñita.

Todavía no tenía tres años, pues no estaba aún en el Templo.

Y ya se le rompía el corazón de amor y exhalaba cual flor y aceituna, aplastada o rota en la prensa, todos sus óleos y perfumes.

En un delirio de amor, le decía a su madre que quería ser virgen para agradar más al Salvador, pero que querría ser pecadora para poder ser salvada.

Y casi lloraba porque su madre no la entendía y no sabía darle la solución para ser la «pura» y la «pecadora» al mismo tiempo.

Le trajo la paz su padre, con un pajarillo que había salvado del peligro que corría en el borde de una fuente:

le contó la parábola del pajarillo, diciéndole que Dios la había salvado anticipadamente y que por tanto,

Ella debía bendecirlo por doble motivo.

Y la pequeña Virgen de Dios, la grandísima Virgen María,

ejercitó su primera maternidad espiritual hacia ese pajarillo caído del nido y lo echó a volar cuando fue fuerte.

Este pajarillo no dejó ya jamás el huerto de Nazaret,

consoló con sus vuelos y trinos la casa triste y los corazones tristes de Ana y Joaquín cuando María fue al Templo.

Murió poco antes de que expirase Ana: había concluido su misión.

Mi Madre se había consagrado a la virginidad por amor, pero siendo criatura perfecta,

poseía en su sangre y en su espíritu la maternidad.

Porque la mujer está hecha para ser madre.

Y comete aberración cuando se hace sorda a este sentimiento, que es amor de segunda potencia…

Poco a poco se han ido acercando también los demás.

Tadeo pregunta:

–     ¿Qué quieres decir Maestro con amor de segunda potencia?

–     Hermano mío.

Hay muchos amores y de distintas potencias.

Está el Amor de primera fuerza: el que se da a Dios.

Luego, el amor de segunda potencia: el materno, o paterno.

Porque si el primero es enteramente espiritual, éste es en dos partes espiritual y en una carnal.

Se mezcla sí, el sentimiento afectivo humano, pero predomina lo superior;

porque un padre o una madre sana y santamente tales, no dan sólo alimento y caricias a la carne de su hijo. sino que también nutren y aman su mente y su espíritu.

Es tan cierto esto que estoy diciendo, que quien se consagra a la infancia – aunque sólo fuere para instruirla- termina por amarla como si fuera su propia carne.  

Juan de Endor confirma:

–     Efectivamente, yo quería mucho a mis discípulos.

–    Debías ser un buen maestro…

Lo veo por cómo te comportas con Yabés.

El hombre de Endor sin hablar, se inclina a besar la mano de Jesús.

Simón Zelote suplica:  

–    Continúa te lo ruego, tu clasificación de amores.

–    Está el amor por la compañera; que es amor de tercera fuerza.

Porque está hecho por mitad de espíritu y mitad de carne.

Hablo siempre de amores puros y santos.

El hombre para la esposa es un maestro y un padre, además de esposo.

La mujer para él, un ángel y una madre, además de esposa.

Estos son los tres amores más grandes.

Judas de Keriot pregunta:

–    ¿Y el amor del prójimo?

¿No te has equivocado? ¿O lo has olvidado?

Los demás lo miran estupefactos…

E irritados.

Tanto por las palabras como por la manera decirlas.

En realidad, Judas fue educado en el Templo y su soberbia le empuja a actuar de esa manera.

Ni él mismo se da cuenta de lo que hace, ni por qué lo hace. 

Una sombra pasa por la mirada de Judas…

Las enseñanzas de Sciammai, están ejerciendo su tóxico…

Fue su primer maestro y maestro de Sadoc.

Y esas ideas aunadas a las raíces del pecado al que no se ha renunciado…

Junto con la creencia equivocada de que por ser sacerdote y descendiente de sacerdotes,

se es miembro de una élite privilegiada y se es poseedor de la verdad absoluta.

Además, la peor tragedia de Judas es creer que sólo la capacidad humana, desarrollada por la voluntad, es la clave del éxito…  

Jesús responde tranquilamente:

–     No, Judas.

Pero observa lo que te digo. A Dios se le debe amar porque es Dios, por tanto, no es necesaria ninguna explicación para persuadir de este amor.

Él es el que ES o sea el TODO.

El hombre -la nada que viene a ser partícipe del Todo por el alma infundida por el Eterno.

Sin ella el hombre sería uno de tantos animales brutos que viven sobre la faz de la tierra, en las aguas o en el aire.

En la muerte física, el ESPÍRITU vuelve a Dios, el CUERPO regresa al polvo y el ALMA va al CIELO o al INFIERNO.

El hombre por tanto, debe adorar por deber y para merecer sobrevivir en el Todo,

es decir, para merecer venir a ser parte del Pueblo santo de Dios en el Cielo,

ciudadano de la Jerusalén que no conocerá profanación o destrucción algunas por los siglos de los siglos.

El amor del hombre y especialmente de la mujer a la prole, tiene indicación de precepto en las palabras de Dios a Adán y Eva, después de bendecirlos.

Viendo que era «bueno» lo que había hecho, en un lejano sexto día, el primer sexto día de lo creado. Les dijo: 

 «Creced y multiplicaos y poblad la tierra…».

Veo tu tácita objeción…

Te respondo inmediatamente: puesto que en la Creación antes de la culpa, todo estaba regulado y basado sobre el amor.

Éste multiplicarse de los hijos habría sido amor santo, puro, poderoso, perfecto.

Fue el primer mandamiento de Dios al hombre: «Creced, multiplicaos». 

«Amad por tanto después de Mí, a vuestros hijos.”

El amor como es ahora:

el actual generador de los hijos, entonces no existía. 

La malicia no existía y por tanto – porque va con ella – tampoco la execrable hambre carnal.

El hombre amaba a la mujer y la mujer al hombre naturalmente,

pero no naturalmente según la naturaleza como vosotros hombres, la entendéis.

Sino según la naturaleza de hijos de Dios, o sea, sobrenaturalmente.

Muy dulces fueron los primeros días de amor entre los dos, hermanos – habían nacido de un Padre común – y, no obstante esposos.

De esos dos que amándose se miraban con sus inocentes ojos como dos gemelos en su cuna.

El hombre sentía amor de padre hacia su compañera «hueso de sus huesos y carne de su carne» como un hijo lo es para un padre.

La mujer conocía la alegría de ser hija, por tanto, protegida por un amor muy elevado;

Porque sentía que tenía en sí algo de aquel espléndido hombre que la amaba,

con inocencia y angélico ardor, en los hermosos prados del Edén.

Luego, en el orden de los preceptos dados por Dios con una sonrisa a sus amados párvulos,

viene aquel que el mismo Adán, dotado por la Gracia de una inteligencia sólo inferior a la de Dios,

Hablando de su compañera y en ella, de todas las mujeres.

Decreta el decreto del pensamiento de Dios,

que se reflejaba límpido en el terso espejo del espíritu de Adán y que florecía en forma de pensamiento y de palabra:

«El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne».

De no haber existido los tres pilares de los amores que he mencionado,

¿Habría podido, acaso, existir amor al prójimo?

No, no hubiera podido existir.

El amor a Dios hace a Dios amigo y enseña el amor.

Quien no ama a Dios, que es bueno, no puede amar al prójimo que en su mayoría es defectuoso.

Si no hubieran existido el amor conyugal y la paternidad en el mundo,

no habría podido existir el prójimo, porque el prójimo está hecho de los hijos nacidos de los hombres.

¿Estás convencido de esto?  

Judas responde: 

–     Sí maestro.

No había reflexionado.

–     Efectivamente, es difícil remontarse al Principio.

El hombre está bien incrustado ya desde hace siglos, milenios, en el fango.

Y el origen está en las cimas, muy alto. Además, el primero de los manantiales viene de una inmensa altura: Dios…

No obstante de la mano, os conduciré a los manantiales; sé dónde están… 

Juan de Endor y Zelote, preguntan al unísono: 

–     ¿Y los otros amores? 

–     El primero de la segunda serie es el del prójimo.

En realidad es el cuarto en fuerza.

Luego viene el amor por la ciencia; de aquí el amor por el trabajo.

–    ¿Y basta?

–    Y basta. 

Judas exclama:  

–    ¡Pero hay muchos otros amores!

Jesús rechaza:

–   NO.

 Hay otras hambres, pero no son amores. 

Son des-amores. Niegan a Dios, niegan al hombre.

No pueden por lo tanto, ser amores, porque son negación y la negación es Odio.  

–     ¡Si niego el consentimiento al mal es odio? – insiste Judas Iscariote.

Pedro exclama exasperado.

–    ¡Pobres de nosotros!

Eres más caviloso que un escriba.

¿Me puedes decir que te pasa? ¿Es el aire fino de Judea el que te picotea los nervios como un calambre?

–      No.

Me gusta instruirme y tener muchas ideas. Y muy claras.

Aquí es fácil encontrarse y hablar con escribas. No quiero quedarme corto en argumentos.

Pedro pregunta:

–     ¿Y crees que podrás en el momento en que te haga falta, sacar la hilacha del color necesario de tu saco donde metes todos esos harapos?

–     ¿Harapos las palabras del Maestro?

¡Blasfemas!

–     No te hagas el escandalizado.

En su boca no hay harapos. Pero lo son cuando tratamos mal sus palabras.

Da un paño precioso a un niño… y poco después no será más que un andrajo sucio.

Es lo que nos sucede…

Ahora bien; si tú tratas de coger en el momento oportuno, el trapo que necesitas… entre éste y el que está sucio…

¡Hummm!… no sé qué te resultará.

–     Tú no te preocupes.

Son negocios míos.

–     Puedes estar seguro de que no me meteré.

Tengo suficiente con los míos… y luego…

Me conformo con que no hagas daño al Maestro; porque en ese caso, pensaría en tus negocios…

–     Cuando haga mal lo harás.

Pero eso no sucederá jamás, porque yo sé lo que estoy haciendo. No soy un ignorante. Yo…

–     Lo soy.

Lo sé. Pero no acumulo nada para sacarlo después.

Le ruego a Dios y Él me ayudará, por amor de su Mesías;

de quién soy su siervo más pequeño y más fiel.

Judas replica, con altanería:

–    Todos somos fieles.

Entonces Yabé interviene con energía:

–    ¡Oye, sinvergüenza!…

¿Por qué ofendes a mi padre? Es viejo. Es bueno. No debes hacerlo.

¡Eres un hombre malo y me das miedo!

Santiago de Zebedeo da un codazo a Andrés.

Y exclama en voz baja:

–    ¡Y van dos!

Habló quedito, pero Judas alcanzó a oír y encendido por la ira,

dice:

–    Puedes ver Maestro…

Si las palabras del tonto muchacho de Mágdala no han dejado una huella.

El pacífico Tomás, pregunta:

–    Así es, Maestro.

¿No sería mejor que el Maestro continúe con su lección, más bien que estar como gallitos?

Mateo exclama:

–    Así es, Maestro.

Háblanos un poco más de tu Mamá. ¡Es tan luminosa su infancia!

Por reflejo nos hace el alma virgen y yo pobre pecador; tengo tanta necesidad. 

Todos forman un círculo alrededor de Jesús, sentados a la sombra de los olivos.

Yabé  en el centro, escucha atentamente los episodios que Jesús relata como si fueran historias fascinantes.  

Jesús dice: 

–     ¿Qué queréis que os diga…

Si son muchos los episodios y a cuál más delicioso…!  

Tadeo pregunta: 

–     ¿Te los ha contado Ella?

–     Alguno sí, pero muchos más José…

Que me los contaba siendo Yo niño, como los más bellos cuentos.

Y también Alfeo de Sara, que siendo pocos años más mayor que mi Madre,

fue amigo suyo durante los breves años en que Ella estuvo en Nazaret. 

Juan dice en tono suplicante: 

–     ¡Háblanos…! 

–     Os voy a narrar la lección de castidad que dio mi Madre,

pocos días antes de entrar en el Templo, a su pequeño amigo y a muchos otros.

Aquel día se había casado un joven de Nazaret, pariente de Sara.

Joaquín y Ana también habían sido invitados a la boda.

Y con ellos la pequeña María que, junto con otros niños, tenía el encargo de echar pétalos deshojados por el camino de la novia.

Dicen que era una niña muy hermosa.

Todos se la disputaban después de la festiva entrada de la novia.

Era muy difícil ver a María, porque pasaba mucho tiempo en casa…

Amaba más que cualquier otro lugar una pequeña gruta que incluso hoy día se sigue llamando «la gruta de su desposorio».

Así que cuando se la veía rubia, rosada, delicada, la inundaban en caricias.

La llamaban «la flor de Nazaret», «la perla de Galilea» o también «la paz de Dios»,

en memoria de un enorme arco iris que apareció repentinamente con su primer vagido.

En efecto era y es, todo eso y más aún: es la Flor del Cielo y de la Creación, es la Perla de: Paraíso, es la Paz de Dios… Sí, la Paz.

Yo soy el Pacífico porque soy Hijo del Padre e hijo de María: la Paz infinita y la Paz suave.

Pues bien, aquel día todos querían besarla y tenerla en el regazo.

Entonces Ella, mostrándose reacia a besos y demás contactos, con delicada gravedad, dijo: «Por favor, no me aplastéis«.

Creyeron que se refería a su vestido de lino, ceñido con una cinta azul en la cintura en los estrechos puños, en el cuello…

O a la pequeña guirnalda de florecillas azules con que Ana la había coronado para adornar sus ricitos. 

 Entonces, le aseguraron que no le iban a estropear ni el vestido ni la guirnalda.

Pero Ella segura, mujercita de tres años erguida, rodeada de un circulo de adultos, dijo seria:

«No me refiero a lo que se puede reparar.

Estoy hablando de mi alma. 

Es de Dios y no quiere ser tocada sino por Dios».

Objetaron: «Pero si te besamos a ti no a tu alma».

Y Ella replicó:

«Mi cuerpo es templo del alma y su sacerdote es el Espíritu:

el pueblo no es admitido al recinto sacerdotal.

Por favor, no entréis en el recinto de Dios».

A Alfeo, que había superado ya los ocho años y que la quería mucho, le impresionó esta respuesta.

Y al día siguiente, habiéndola encontrado junto a su pequeña gruta buscando flores, le preguntó

«María, cuando seas mujer, ¿Me querrías por esposo?»

Todavía le duraba la emoción de la fiesta nupcial a la que había asistido.

Ella respondió:

«Yo te quiero mucho, pero no te veo como hombre. Te diré un secreto: yo veo sólo las almas de los seres vivientes y las amo mucho, con todo mi corazón.

Y veo sólo a Dios como `verdadero Ser viviente’ a quien ofrecerme».

Bien, éste es un episodio. 

Bartolomé exclama: 

–     ¡”Verdadero Ser viviente»!

¿Sabes que es profunda esa palabra? 

Y Jesús, humildemente y con una sonrisa:

–     Era la Madre de la Sabiduría.

–    ¿Era?…

¿Pero no tenía solamente tres años?

–     Era.

Yo vivía ya en Ella, siendo Dios en Ella, desde su concepción, en la Unidad y Trinidad perfectísima.  

Judas pregunta:   

–     Pero…

Y perdona si yo culpable, me atrevo a hablar. 

Pero, ¿Joaquín y Ana sabían que era la Virgen predestinada?

–     No lo sabían.

–     Y entonces…

¿Cómo es que Joaquín dijo que Dios la había salvado anticipadamente?

¿No alude ello acaso, a su privilegio respecto a la culpa?

–     Alude a ello.

Pero Joaquín prestaba su boca a Dios, como todos los profetas.

Tampoco él comprendió la sublime verdad sobrenatural que el Espíritu había puesto en sus labios.

Joaquín era un justo; tanto que mereció esa paternidad.

Y era humilde.

En efecto, no hay justicia donde hay soberbia.

Él era justo y humilde.

Consoló a su hija por amor de padre.

En su sabiduría de sacerdote, la instruyó:

Que sacerdote era, siendo tutor del Arca de Dios.

Como pontífice, la consagró con el título más dulce: «La Sin Mancha».

Día llegará en que otro sabio pontífice dirá al mundo:

«Ella es la Concebida sin Mancha»,

Y dará esta verdad al mundo de los creyentes, como artículo de fe irrebatible, (dogma) 

Para que en el mundo de entonces, que se irá hundiendo cada vez más en una neblinosa monotonía de herejías y vicios…

Resplandezca ante la vista de todos, la Toda Hermosa de Dios,

coronada de estrellas, vestida de rayos de luna (menos puros que Ella).

La Reina de lo creado y del Increado, apoyada en los astros.

Porque Dios-Rey tiene por Reina en su Reino, a María.

–     ¿Entonces, Joaquín era profeta?

–     Era un justo.

Su alma dijo, como hace el eco, lo que Dios decía a su alma, por Dios amada.  

Yabés lleno de anhelo,

Y al final pregunta con ansia…

–    ¿Cuándo iremos a donde está tu mamá, Señor?

–    Esta tarde.

¿Qué le dirás cuando la veas?

–     “Buenas tardes, madre del Salvador”

¿Está bien así?

–    ¡Muy bien! –afirma Jesús y lo acaricia

Felipe pregunta:

–    ¿Hoy no iremos al Templo?

–     Iremos antes de partir para Bethania.

Y luego dice al niño: 

–     Tú te quedarás aquí, ¿Verdad?

–    Sí. Señor.

La mujer de Jonás el cuidador del olivar, que se ha acercado despacito,

pregunta:

–   ¿Por qué no lo llevas?

El muchacho tiene ganas.

Jesús la mira fijamente, sin decirle nada.

Ella comprende y dice:

–     ¡Entendido!

Creo que tengo todavía un pequeño manto, de Marcos. Voy a buscarlo…

Ahora vengo…  

Y corre ligera.

Yabé jala a Juan de la manga,

y pregunta:

–    ¿Serán duros los maestros?

Juan lo anima:

–    ¡Oh, no!

No tengas miedo. Además no es para hoy.

En pocos días serás más sabio que un doctor, con la Madre de Jesús.

Los otros oyen a Yabé y se ríen de sus temores.

Mateo pregunta:

–    ¿Quién lo presentará como su padre?

Pedro responde:

–    Yo.

Es natural. A no ser que lo quiera presentar el Maestro.

Jesús dice:

–    No, Simón.

No lo haré. Te dejo esta honra.

–    Gracias, maestro.

¿Pero también estarás Tú?

–    Todos estaremos…

‘Es nuestro niño…’

Regresa María de Jonás con un manto nuevo de un color violeta…

¡Verdaderamente horroroso!

Ella dice:

–    Marcos nunca quiso usarlo, porque nunca le gustó el color. Decía:  ¡Mira tú éste! ¡Es atroz!

Y el pobre Yabé, con esa tez suya tan aceitunada, dentro de ese morado violento, parece un ahogado.

Pero él no se ve…

Y se siente feliz con ese manto con que puede  envolverse em él, como si fuera una persona mayor…

María de jonás avisa: 

–     La comida está lista, Maestro.

La criada ha sacado ya del asador el cordero.

–     Vamos, entonces.

Y bajando del lugar en que se encuentran, entran en la amplia cocina para comer.

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