85.- EL BAUTISMO DE PETRONIO21 min read

El día anterior a la clausura de los Juegos, los últimos rayos del atardecer iluminan el atrium de la casa de Diana. En una banca de mármol cerca de la fuente, ella está sentada junto a un noble patricio muy elegante y que tiene el entrecejo fruncido por una ira contenida, mientras escucha a la joven hablar:

–           Es inútil que tú insistas Haloto. Yo te agradezco el respeto que tienes por el recuerdo de mi amiga muerta. Pero yo no puedo consolar tu corazón. Si Celina murió, signo es que no estaba destinada para ser tu esposa. Pero yo tampoco puedo serlo. Son tantas las jovencitas de Roma, que estarían felices de volverse las señoras de tu casa. Yo no… No por ti. Sino porque yo he decidido no contraer matrimonio

El patricio no puede contenerse más.

Si la ira no nublara su semblante, se podría decir que es un hombre de bello aspecto. Se levanta furioso y su alta figura se recorta entre los rojos rayos de un sol que agoniza. Su ronca voz llena de rabia, pregunta con desprecio:

–           ¿Tú también eres presa del estúpido frenesí de tantos partidarios, que han extendido un puñado de hebreos?

Diana contesta tranquila:

–           Es una decisión mía y no creo ser una loca por no querer contraer nupcias.

–           ¿Y si yo te quisiera?

–           No creo que tú, si es verdad que me amas y me respetas; quieras forzar mi libertad de ciudadana romana. Si es cierto que me amas, me apoyarás siguiendo mi deseo, teniendo por mí la buena amistad que yo tengo por ti.

Él replica furioso:

–           ¡Ah, no! Ya una se me fue… Y tú no te me escaparás.

–                      Celina está muerta, Haloto. La muerte es una fuerza superior a nosotros. No es huída de alguien o de un destino. Ella no se suicidó. Está muerta…

–                       Por vuestros sortilegios. Yo sé que sois cristianos y debí denunciaros a los tribunales de Roma. Yo he preferido pensar en ti como mi esposa. Ahora, por última vez te digo: ¿Quieres ser la esposa del noble Narciso Haloto? Yo te juro que es mejor para ti entrar como señora de mi casa y dejar el culto demoníaco de tu pobre Dios, que conocer el rigor de Roma que no permite que sean insultados sus dioses. Sé mi esposa y serás feliz. De otra manera….

La amenaza resuena en el aire con un retumbo cruel.

Pero Diana le contesta con firmeza:

–                      No puedo ser tu esposa. Soy una virgen que a  Dios estoy consagrada… A mi Dios Uno y Trino. y NO PUEDO DESPOSARME CON NADIE MÁS. No puedo adorar ídolos, yo que adoro al Dios Verdadero. Puedes hacer lo que quieras… Yo pertenezco a Dios. Jesucristo es mi Señor y mi Dios. Y no lo cambio por la alegría de tu casa.

–           ¿Es tu última palabra?

–           La última.

–           ¿Sabes que mi amor podría cambiarse en odio?

–                      Dios que te perdone. Por mi cuenta te amaré siempre como hermano y oraré por tu bien.

–                      Y yo haré tu mal. Te denunciaré. Serás torturada. Me invocarás… Entonces comprenderás que era mejor el amor en la casa de Haloto, a las doctrinas estultas de las cuales te nutres.

–                      Comprenderé que el mundo para no tener más Halotos, tiene necesidad de esta doctrina. Y haré tu bien orando por ti, desde el Reino de mi Dios.

–           ¡Maldita perra cristiana!… ¡Te llevaré a las cárceles! ¡Conocerás el hambre!… ¡Haré que te arrepientas de esta afrenta! ¡Te saciará tu Cristo, si puede!…

Diana que también se ha puesto de pié, es una hermosa doncella de cabellos rubios, peinados con broches de perlas a la usanza romana.

Se yergue majestuosa y su figura escultural, parece una diosa griega. Se mantiene firme y mira al romano con sus grandes ojos castaños, llenos de compasión. Su bello rostro y la dulzura de su sonrisa, no cambian ante la terrible amenaza…

y Narciso Haloto se va, muy iracundo.

Diana se retira a su cubiculum y se postra en oración ante una cruz idéntica a la de Sofía.

Dos semanas después…

En la villa que Petronio tiene en Cumas, todo ha sido preparado para el confaerratio. La ceremonia es totalmente íntima y no participará nadie ajeno a la familia. Petronio luce elegante como siempre, pero ahora hay en su rostro una expresión de alegría que le da un aspecto juvenil que lo hace más atractivo todavía.

Trae una corona de flores de naranjo y está reunido junto a Marco Aurelio y una veintena de hombres, frente al lararium. Su sonrisa se amplía al ver aparecer a Aurora al final de la galería que conduce al segundo patio, seguida por Alexandra y una docena de jóvenes que cantan alegremente.

Ella viste una túnica blanca, ceñida por un cinto de nudo doble. De su cabeza cae un velo azafranado que le cubre el rostro, sostenido por una corona de flores de naranjo, igual a la de Petronio.

Cuando llegan  frente al lararium, todos se arrodillan ante una cruz de mármol y aurora le consagra sus juguetes de niña, que le han sido entregados por Alexandra, que en su papel de pronuba, la asiste en todos los actos del rito.

Intercambian promesas de amor y de fidelidad y unas argollas de oro. Luego firman las tabulae (contrato matrimonial)

Petronio echa para atrás el flamentum (velo azafranado) y queda al descubierto la cara radiante de la novia, los dos se sonríen embelesados antes de sellar con un beso el compromiso que acaban de contraer.

Entonces Alexandra toma la mano derecha de Aurora y la pone sobre la de Petronio. Éste la toma entre las dos suyas y con esto, los dos se comprometen a vivir juntos.

Acabadas las formalidades de la ceremonia civil romana,  tiene lugar el banquete nupcial.

Marco Aurelio rompe un pan por encima de la cabeza de Aurora, como símbolo de fertilidad y larga vida. Las migas que caen son recogidas y comidas por los invitados. Hacia el atardecer comienza la ceremonia de acompañamiento de la esposa a casa del esposo.

Marco Aurelio va adelante, llevando una antorcha de espino encendido en el cirio del lararium de la casa de Cumas.

Los novios son seguidos por una bulliciosa multitud que les avienta nueces. Suben luego a una carreta tirada por caballos y de esta manera llegan hasta la villa de Petronio en Roma.

La entrada ha sido adornada con cintas de lana y untada con grasa de cerdo y aceite. Petronio se baja y se coloca en la entrada, luego le pregunta a Aurora:

–           ¿Cómo te llamas?

Ella le respondió:

–           Ubi tu Gaius, ego Gaia. (Si tu Gallo yo Galla)

Entonces él la levantó en vilo para que sus pies no tocasen el quicio de la puerta y la hizo entrar en la casa.

Aurora y Marco Aurelio pronunciaron una plegaria implorando la bendición de Dios para la nueva familia… Luego todos se dirigen al Triclinium para el banquete de bodas.

En eso, llegan Pedro y Pablo, acompañados por otros tres sacerdotes y el portero avisa a Petronio.

Éste avanza presuroso por el largo corredor que conduce al atrium. Al ver al apóstol, el gran augustano se arrodilla y besa la orla de su túnica…

Es muy impactante ver al noble y otrora poderoso y orgulloso romano, postrado a los pies del humilde anciano… El Pontífice de la Iglesia perseguida y representante de Dios en la tierra.

Pedro pone su mano sobre la cabeza de Petronio. Lo bendice y luego dice:

–           Veo que ya tomaste tu decisión. Levántate hijo y sé bienvenido al Rebaño de Jesús.

 

Petronio se levanta y dice con voz firme:

–           Quiero recibir el Bautismo…  También yo quiero ser alma-víctima y purificarme con el crisma de la sangre.

Pedro amplía su sonrisa y dice:

–           Que todos los que van a querer el Sacramento se vistan con una túnica blanca y llévame por favor a donde celebraremos el rito de la inmersión lustral… hijo mío.

Marco Aurelio dice emocionado, mientras también se arrodilla ante Pedro:

–           Tenemos todo preparado. Los estábamos esperando…

Pedro le pone la mano sobre la cabeza y dice:

–           Muy bien hijo. Vamos a recibir a las nuevas ovejas. ¿Cuántos son?

–           Trescientos cincuenta y nueve. Los demás aún no están listos. Aún no se animan a pasar por el martirio…

–           Dios llama y pasa… Recibamos a los que sí lo están.

En el triclinium del jardín han preparado un altar con flores blancas alrededor y una gran Cruz de madera, en la parte posterior.

Pedro entra y saluda:

–           La Paz del señor esté con todos vosotros.

Y desde la escalinata del triclinium, donde han recibido las enseñanzas de Junías, Paulina y de Diana, se oye la voz clara y resonante del apóstol Pedro:

JESÚS ES EL EJEMPLO.

            Él no ha querido nacer en un palacio. Su vida no fue fastuosa. No tuvo una corte de dignatarios, no ministros, no coches de caballos, no cátedras ilustres, no propiedades, haciendas o bienes.

Él vino manso y humilde; en la forma de un pobre niño que ni siquiera tuvo el asilo de una pobre estancia; sino una cueva refugio de animales, para sus primeros días en el mundo. Él vino para ser un prófugo en países extranjeros, huyendo ante el despreciable poder de los hombres.

Conoció el hambre y el envilecimiento de estar sin techo. Debiendo arrancar su sostén, haciendo trabajos humildes.

Ante los ojos del mundo fue el hijo de un obrero pobre.  Un humilde carpintero, en un país en el cual, los aldeanos, conductores, amas de casa; le pedían manijas para sus instrumentos agrícolas. Como el Carpintero de Nazareth fabricó ruedas para las carretas que se usaban en los caminos rurales. Hacía reparaciones para las artesas y muebles para los humildes como Él, que necesitaban equipar una casa o una cuna para el primer hijo.

Él vino como un peregrino que no tiene una piedra sobre la cual posar la cabeza. Y debía extenderse donde el Creador le hacía encontrar una…

Que no tenía comida, fuera de aquella que le daba la caridad de quién lo acogía. Y que podía ser el pan y la sal, la leche de cabra; un pez asado o el rico banquete del fariseo; cuyos manjares le fueron amargos porque no estaban condimentados por el amor, sino por la curiosidad.

O también la casa de Lázaro, en donde Martha lo cuidaba como una mamá y lo llenaba de cuidados materiales. Y donde María lo adoraba como a Dios…

Cuando entró a Jerusalén la ciudad regia que mientras entraba, ya lo expulsaba como si fuese un aborto vergonzoso…  Lo hizo montado en una burrita que la generosidad de un pobre, que lo había conocido como Maestro y como Hijo de Dios, le había ofrecido con todo su amor.

Fue ejecutado desnudo, sobre un leño de oprobio, que ni siquiera era de Él en su áspera madera, sino propiedad del estado romano que lo condenó…

Y fue sepultado en un sepulcro… Ofrecido por la piedad de quién lo amaba…

Jesús fue grande porque quiso ser pequeño, con un aniquilamiento absoluto. Siendo el Dios Creador  de todo el Universo y de todo cuanto existe, quiso ser un minúsculo gérmen en el vientre Purísimo de la Virgen Inmaculada y someterse a ser un infante necesitado de protección y de cuidados, bajo la autoridad paterna de un hombre justo y santo, que le enseñó con el ejemplo a ser un hombre trabajador y un amoroso guía, en la Sagrada Familia Humana…  

IMITAR AL MAESTRO, ES EL SECRETO QUE SALVA.

            Jesús siempre fue dócil a la Voluntad de Dios, que Él amaba en todas las cosas. Aún las más minúsculas y que le fue dada por un designio de amor.

La Voluntad de Dios, es Amor.

Y en todo se debe responder al Amor con el Amor.

Cuando en la vida de la tierra, tanto más crece el amor, más sutil se va haciendo el velo que separa al viviente de la Divinidad y va haciendo más visible el Rostro de Dios.

Dios siempre quiere nuestro bien y no todo lo que nosotros queremos.

Él quiere que regeneremos nuestros espíritus en la perfección necesaria para ser admitidos en el Reino Celestial. Y esto solo puede ser posible con una vida casta y piadosa. Sólo con una vida coronada por las tres virtudes: Fe, esperanza y caridad. Solo con una vida defendida por las otras virtudes practicadas contra Satanás, contra el mundo, contra la Carne.

Solo con una vida vivida  en la Ley de Dios: en aquella Doctrina que está contenida en los Evangelios y que existe desde que Jesús la trajo para nuestra salvación.

SOLO UNA VIDA VERDADERAMENTE CRISTIANA. O sea, una vida igual a la de Cristo: de oferta, obediencia, fidelidad al Padre, generosidad constante Que obtiene para nuestro espíritu aquella purificación, aquella sensibilidad que nos pueden permitir, recibir a Dios y a sus ministros de una manera sensible; para darnos la alegría de las visiones y la palabra simplemente inspirada o verdaderamente audible.

Y no se pueden servir juntos a Dios y a Satanás.

Donde está uno, el otro no puede estar. Y la vida que se vive, señala quién predomina en el interior.

Cuando somos capaces de reflexionar, hay que examinar nuestras obras y las inspiraciones que recibimos. Cuando son humanamente honestas, pueden reflejar a Dios. Pero cuando son contrarias a la moral humana y son antípodas a la moral sobrehumana; se debe admitir: Aquí no puede estar Dios, sino su Enemigo.

La vida cristiana la viven los vivientes del espíritu, que siguen la ley del espíritu. Porque Jesucristo ha liberado del Pecado y de la Carne, redimiendo la Culpa de Origen. Lavando de las culpas de la carnalidad y fortaleciéndonos en una aguda y heroica voluntad para reprimir los fomes dejados por el Pecado Original.

Pero la Ley del espíritu no ha reprimido la ley de la libertad de arbitrio. Si no, no habría justicia en el premio a los victoriosos, pues todos estarían sin culpa; pero también sin mérito, por no haber querido pecar.

El libre arbitrio y los fomes dejados por el pecado, son un peligro de muerte para la creatura creada a imagen y semejanza de Dios, predestinada a la Gracia y a la gloria.

La vida cristiana es amor. Todo amor. El Amor ha dado los Mandamientos a los cristianos. El amor de los cristianos hace posible la ejecución de esos Mandamientos. El amor los propone y dispone para premiar. El Amor de los cristianos los acoge y los sigue, para merecer el premio y tener contento al Amor.

Y el Amor, siendo cosa espiritual, no puede ser gustado y poseído por aquellos en quienes domina la carne…

La Carne acostumbra llamar ‘amor’ al apetito concupiscente por otra o por muchas carnes. Pero aquello no es amor. Es Libídine. Es Lujuria y concupiscencia de la carne…

El amor perfecto solo se posee, en la misma medida que la santidad, en aquellos que caminan siguiendo al Espíritu y tienen el espíritu divinizado que es todavía, Dios en el hombre. Solo éstos poseen el Amor, saben amar y conocen las delicias del Amor, con la santa seducción de aquel Nombre que enciende visiones de gozo inenarrable, mientras ascienden.

Y desde lo alto, La Iglesia Triunfante sigue con nosotros… Con el amor que ama a través de Dios, llaman y tienden la mano a los pobres hermanos, para que puedan alcanzar el Camino del Espíritu.

Hay muchos que empiezan a ascender un poco y no luchan lo suficiente para vencer la carne. Y se dejan seducir, dejando de apetecer los frutos espirituales y celestiales. Y entonces creen poder servir a Dios y al Dinero. Y se creen sabios porque saben gozar y combinar la religión con el mundo. Y rezan con enfangadas oraciones que repugnan a Dios. Estos son los amigos-Judas de Dios.

Aquellos que como el traidor, fingen amistad y obsequio a Dios y al prójimo. Y después lo traicionan y se convierten en sus enemigos. El fin de Judas no fue solo la muerte de la carne, también consumó la muerte del espíritu…  Él ya era un muerto, un despojo de Satanás, mientras todavía comía con el Cordero y mientras el Pan de Vida, descendía en él.

Y fue justamente por su hipocresía que Satanás entró en él. Porque Dios es Verdad y no puede estar en donde hay mentira, hipocresía, falso testimonio contra un inocente. Todo esto era Judas.

Y el Pan de Vida no pudo vencer al fruto carnal, porque la voluntad de Judas, sacrílegamente mezclaba el apetito concupiscente de la carne, con el Santísimo Sacramento del Amor. Y él mismo señaló su decreto de muerte eterna.

Porque Amor y Odio no pueden vivir unidos. Porque no se puede servir al mismo tiempo a Dios y a Satanás. Porque no hay perdón contra el pecado contra el Amor. Pecado Deicida y Fratricida. Porque no puede ser admitido en el Reino de la Verdad, el hipócrita, el mentiroso, el calumniador…  Porque se envenena y se mata, también sin otro veneno, que la calumnia y el dolor dado al hermano.

Y se es idólatra también, por el ‘yo’ que se adora creyéndolo perfecto. O se hace un ídolo en otro igual a él y por el que se hace a Dios a un lado. Y se pretende rendirle honores, concediéndole el favor de asistir un rito obligatorio, los Domingos a Misa.

            Tened mucho cuidado con todo esto.

            El Bautismo es el Sacramento instituido por Jesús, en lugar del bautismo de Juan el Bautista y tiene en sí, todos los elementos para llevarnos a la santidad. Él da la Gracia. Y quién tiene la Gracia, lo tiene todo. Porque la Gracia es un bautismo de fuego ardiente, que arde y consume en nosotros todo rastro de  humanidad, para hacer libre al espíritu y volverlo capaz de recibir al Espíritu que habla.

Jesús es el Árbol de la Vida Eterna. Y Él se da por comida en la Eucaristía…

Y su vista será júbilo de los vencedores en la otra vida. Un vencedor es aquel que vence en sí a la Bestia que quiere dominar nuestra mente y nuestro corazón. En verdad entre el martirio atroz pero breve, ayudado por coeficientes sobrenaturales y la lucha secreta, oscura y continua de cada día; sobre la balanza de Dios, tiene mayor y precioso mérito ésta última.

Y para ser vencedores, tanto en uno como en otro combate… Es necesario alimentarse espiritualmente y saber usar conociendo, las preciosas y poderosas armas que Jesús nos dejó en los Sacramentos.

Hermanos, hoy comienza para ustedes una nueva vida…

Y de verdad deseamos verlos a todos en el Cielo, dichosos en el gozo del Padre. Y así como estamos horita: unidos y vivos por la Gracia y el Amor, pasemos ahora a celebrar el rito del Sacramento del Bautismo…

Todos los nuevos cristianos entonan un cantico dulce, mientras se forman en cinco filas que avanzan lentamente ante Pedro, Pablo y los sacerdotes que los asisten en el sagrado Rito, de sumergirlos en la fuente bautismal.

Cuando le toca el turno a Petronio, Diana dice unas palabras a Pedro. Éste asiente con la cabeza y al introducirlo en el agua lustral, Pedro lo bendice diciendo:

–           Maximiliano de Jesús, yo te bautizo… En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Después que emerge del agua, el rostro de Petronio tiene una expresión radiante de júbilo y trasluce la misma luminosidad misteriosa que adquieren todos los que se convierten en vivientes espirituales…

Enseguida que todos los nuevos cristianos han sido bautizados, Pedro anuncia:

–           Hermanos, antes de dar término a esta Eucaristía, vamos a ser testigos de la celebración del matrimonio, entre nuestros hermanos Maximiliano de Jesús y Aurora.

Y los dos se arrodillan ante el Pontífice y hacen sus votos matrimoniales.

Petronio-Maximiliano de Jesús,  toma la mano de ella y colocando una alianza de oro en su dedo anular, dice:

–           Yo, Maximiliano de Jesús; te tomo a ti Aurora como mi legítima y única esposa… Y me entrego a ti… Prometo amarte, honrarte, respetarte y serte fiel, todos los días de mi vida.

Aurora también coloca una alianza de oro en el dedo anular de él y dice:

–           Yo Aurora, te acepto a ti, Maximiliano de Jesús como mi legítimo y único esposo… Y también me entrego a ti. Prometo amarte, honrarte, respetarte y serte fiel, todos los días de mi vida.

Pedro concluye el rito religioso, diciendo:

–           Ego conjungo vos en matrimonium in nomine Patris, et Filis et Spiritus Sancti. Amén. Hermanos, han recibido el Sacramento del Matrimonio. Y lo que Dios acaba de unir, que no lo separe el hombre.

Enseguida de terminada la Eucaristía, empieza la fiesta y el intercambio de experiencias en aquel día tan extraordinario y dichoso.

El banquete nupcial se convierte en un verdadero ágape.

Maximiliano deja el vaso con vino sobre la mesa. Se levanta y dice:

–           Escuchad. Todos los presentes que hasta hoy han vivido en esta familia en calidad de esclavos, a partir de este momento los declaro hombres libres. Mañana iremos al Pretor, para confirmar vuestra manumisión. Daré instrucciones a Demetrio mi administrador; porque debemos hacerlo con sumo cuidado y discreción; pues soy un hombre vigilado y mi posición es muy arriesgada, en la corte de Nerón… No quiero suspicacias que puedan acarrear destrucción. Recordad como está de violenta la persecución… Recibiréis diez monedas de oro, por cada uno de vuestros años de servicio. Algunos de vosotros seréis tan ricos, que podréis iniciar una vida completamente independiente, en donde lo decidan. Sed muy prudentes…  Ahora sois mis hermanos y debo protegeros. Os ruego que me perdonéis cuando fui injusto…

Aclamaciones de júbilo y de agradecimiento a Jesús y a Petronio, siguen a esta declaración.

Pedro lo mira sonriente y amoroso… Y lo bendice una vez más…

Petronio se sienta y dice con sencillez:

–           Cuando estaba en el agua, me dijo el Señor: ‘Haz de las riquezas injustas, una moneda para conquistar el Reino.’ Estoy empezando a hacerlo. Mi fortuna es una gran tentación para Nerón y Tigelino. Buscaré la manera de que no puedan hacer rapiña con ella y sirva para los designios del Señor. No sé como lo voy a hacer… El César tiene espías por todas partes. Pero en realidad, nada de lo material  importa ya… He decidido amar a Dios sobre todas las cosas. Y lo único que le pido es que me enseñe y me ayude a hacerlo bien, sirviéndolo como Él quiera.

Pablo le dice con una gran sonrisa:

–           Has entendido perfectamente las enseñanzas.

Maximiliano se ruboriza y dice:

–           Solo necesito un favor. La semana entrante iremos a Nápoles, para emprender el viaje a Acaya y no quisiera suspender la instrucción religiosa…

Pedro declara:

–           El obispo Leonardo irá contigo… Va destinado a Esmirna, acompañado por dos sacerdotes y algunas vírgenes… En Acaya se despedirá de ti y en el camino les ayudarán en su crecimiento espiritual.

En eso llega Héctor el mayordomo y dice:

–           Amo. Todos estamos de acuerdo en seguir trabajando contigo. Como libertos o como tú lo decidas… Eso no nos importa. Nos importan los intereses del Señor Jesús… Así que tú dirás…

Pedro exclama emocionado:

–           ¡Bendito sea Dios! Ya está trabajando el Amor…

Maximiliano le dice cordialmente a Héctor:

–           Mañana, antes de ir a la Casa del César, hablaremos… ¿Estás de acuerdo, hermano?

Héctor se turba al ser llamado así por el augustano. Y dice:

–           Sí amo… Her… ¡Eh!…Está bien.

Y la fiesta continúa, llena de alegría y de amor…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

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