Archivos diarios: 9/06/12

79.- LOS GUERREROS CELESTIALES

Y amaneció el día de los Juegos:

Aunque el pueblo estaba harto de sangre, cuando se extendió la noticia de que era la Clausura de los Juegos y que los últimos cristianos iban a perecer en un espectáculo sin igual. Una incontable concurrencia se agolpó en el Anfiteatro.

Los augustanos están felices, porque después del espectáculo, ha sido preparada una gran fiesta en el Palacio de Tiberio y al día siguiente, partirán para Nápoles. Saben que aquel no va a ser un festejo ordinario, pues el César ha resuelto hacer para sí mismo, una gran tragedia con el sufrimiento de Marco Aurelio.

Tigelino ha mantenido en secreto la forma de castigo que va a infligir a la esposa del joven tribuno y eso ha aumentado la curiosidad…

Esta mañana en la casa de Petronio, antes de salir rumbo al Anfiteatro, a Marco Aurelio le preguntó:

–           ¿Vas a ir conmigo?

–           ¡Claro que sí!

–           Sería mejor que me esperaras aquí. ¿No crees? –sugirió.

–           ¡Petronio! ¡Claro qué No! Esto no espero que lo entiendas, pues ni siquiera sabrás de qué hablo. Alexandra y yo somos cristianos y para recibir el Bautismo, nos ofrecimos como almas-víctimas. Allá en la arena sucederá lo que la Voluntad de Dios, quiera. Con el Amor de Fusión, el Padre nos ayudará en lo que sea necesario.

Efectivamente, Petronio lo miró sin comprenderlo. Y solo dijo:

–           ¿Estás seguro de poder resistir lo que suceda allá?

El tribuno contestó sereno:

–           Sí.

–           ¿Estás dispuesto a todo?

–           Sí.

–           ¿Te vas a quedar hasta el Final?

–           Sí.

–           Marco Aurelio, si no… Yo puedo…

El joven lo interrumpió:

–           Por favor Petronio. Ya deja de preocuparte. Llevo tres días orando sin cesar, implorando por un milagro y Él me dijo: ‘¿Confías en Mí? ¡Ten FE!’  Y tengo Fe. –concluyó con sencillez.

–           ¿Él? ¿A quién te refieres?

–           A Dios. A mi Señor Jesucristo.

Petronio creyó que el dolor había enloquecido totalmente a su sobrino.

En ese momento llegó Octavio muy feliz y abrazó a Marco Aurelio, diciendo:

–           Anoche tuve un sueño y mi Ángel me dijo: ‘Di a Marco Aurelio que no tema. El Señor ha escuchado sus plegarias. Pase lo que pase, no debe dejar que la duda muerda su corazón. ¡Si persevera en su Fe, verá la Gloria de Dios!

Y Octavio lo besó en la frente y lo bendijo como un padre.

Marco Aurelio sonrió y contestó:

–           ¡Gracias! –a su fiel administrador y volviéndose hacia su tío, agregó- Petronio, ¿Nos vamos?

Petronio escuchó este diálogo y no pudo evitar concluir que los cristianos no están muy bien de sus facultades mentales. Todos hablan de su Dios con una familiaridad y parecen tenerlo al alcance sólo con hablarle… Pero sólo movió la cabeza y respondió:

–           Voy.

–           Bien Petronio. Todo va a estar bien. Yo lo sé. Ya no te preocupes por nada.

La voz y el rostro de Marco Aurelio están totalmente serenos. Subieron a la litera y salieron rumbo al Anfiteatro.

Cuando estuvieron allí, todos los que conocían el drama del tribuno, lo miraban con mal disimulada curiosidad, ansiosos de conocer el fatal desenlace.

Los que conocieron a Alexandra, hablan de su extraordinaria belleza. Otros discuten de sí en realidad la verán en  la arena. Porque muchos de los que oyeron la respuesta del César a Petronio en el banquete, la interpretaron de dos formas: daría a la joven a Marco Aurelio o… será un asesinato más en la lista del César.

La incertidumbre, la expectación y la curiosidad, dominan a todos los presentes.

El emperador llegó más temprano que de costumbre. Y todos confirmaron que realmente algo extraordinario iba a suceder. Porque Nerón, además de Tigelino y Epafrodito, trae consigo a Cayo Casio y una centuria de la falange de Alejandro Magno. (Legión de reclutas de más de seis pies de estatura y fuerzas de gladiadores) también aumentó el número de pretorianos y traía con él a Xavier, el mejor de los oficiales y jefe de la guardia personal de los pretorianos.

Y todos comprendieron que el César había tomado todas las precauciones para protegerse totalmente, en caso de un estallido de desesperación por parte de Marco Aurelio. Y esto avivó aún más la curiosidad. Todas las miradas se fijaron expectantes en el sitio en donde se encuentra sentado, el infortunado protagonista de la nueva tragedia. Y se quedaron sorprendidos…

El joven tribuno se ve elegante y majestuoso. Seguro de sí mismo. Con sus ademanes tranquilos y su sonrisa gentil, además de su cordialidad de siempre. Nada muestra el drama que está viviendo. Sólo su rostro está un poco más pálido.

Petronio no tiene ni la más mínima idea de lo que va a suceder. Está silencioso y muy pensativo…

Y el espectáculo dio comienzo.

En la primera parte, las esperadas luchas de los gladiadores y el cruce de apuestas. Después del intermedio, siguieron los cristianos. Finalmente llegó el Día de la Victoria y caminaron de la cárcel al Anfiteatro, como si fueran al Cielo: radiantes de alegría, hermosos como dioses y llenos de dignidad en su porte

Emocionados pero no de miedo, sino de gozo.

Regina es la última. Avanza con el rostro luminoso y el paso tranquilo, como una princesa celestial y una preferida de Dios. El esplendor de su mirada obliga a todos a bajar los ojos.

También Alondra va gozosa de que su afortunado parto, le permita luchar contra las fieras, para purificarse después del parto, con el bautismo de la sangre. Cuando llegaron al Anfiteatro habían querido obligarlos a disfrazarse: a los hombres de sacerdotes de Saturno y a las mujeres de sacerdotisas de Ceres, pero Regina se opuso con invencible tenacidad, alegando esta razón:

–           Hemos venido aquí voluntariamente para defender nuestra voluntad de creer. Sacrificamos nuestra vida para no tener que hacer cosa semejante. Este fue nuestro pacto con ustedes. Respeten nuestra sentencia.

Y la injusticia tuvo que ceder ante la justicia. El tribuno autorizó que entraran tal como venían. Y lo hicieron cantando y alabando a Dios. Regina canta pisando ya la cabeza del egipcio. Damián, Uriel y Lewis, increparon a los espectadores y al pasar junto a Emilio, le dijeron: ‘Tú nos juzgaste a nosotros, pero a ti te juzgará Dios.’

Los mártires desfilaron, mientras eran azotados. Ellos recibieron este castigo con alegría, pues compartieron así los sufrimientos de Cristo.

El señor que había dicho: “Pidan y recibirán” dio a cada uno, por habérselo pedido,

El género de muerte deseado. Conversando entre ellos, Uriel afirmó estar dispuesto a ser arrojado a todas las fieras, para merecer una corona más gloriosa. Y primero experimentó las garras de un leopardo y luego fue despedazado por un oso.

En cambio, a Lewis le horrorizaban los osos y desde la cárcel había dicho que sucumbiría, por la dentellada de un tigre. Y le soltaron un jabalí que no lo despanzurró a él, sino al cazador que se lo había echado y murió pocos días después de los juegos. Lewis solo fue arrastrado por la arena. Entonces fue amarrado a un poste para que lo atacara un oso. Pero el oso no quiso salir de su jaula.

Y así por segunda vez, Lewis fue retirado ileso.

Cuando estaba junto a la puerta exhortaba así al soldado Aiden:

–           Como puedes ver, ninguna fiera me ha tocado hasta este momento. Cree pues con todo tu corazón. Ahora avanzaré en la arena y un tigre me matará con una sola dentellada.

Y efectivamente, le soltaron un tigre que de un mordisco lo sumergió en su sangre y se alejó para atacar a otra presa. Entonces Aiden se acercó a Lewis, que yace agonizante. Éste le pidió el anillo de su dedo, lo empapó en su herida y se lo devolvió, para dejarle en herencia su recuerdo y una prenda de su sangre, diciéndole:

–           ¡Adiós! ¡Acuérdate de la Fe! Y que estos sufrimientos no te turben, sino que te fortalezcan. -Luego se desmayó. Y luego fue degollado junto con los demás.

Para las mujeres jóvenes había sido reservada una vaca bravísima. La elección era insólita, pero fue como para hacer con la bestia, la mayor injuria a su sexo.

Fueron presentadas en el Anfiteatro, desnudas y envueltas en redes. Era horrible contemplar a Regina tan joven y delicada. Y a Alondra con los pechos todavía destilando leche.

En el Pódium imperial, Tigelino dio una orden y las retiraron de la arena.

Les quitaron la red y las revistieron con una túnica sin cinturón, las condujeron otra vez a la arena, que ya estaba manchada de sangre por los anteriores mártires.

La multitud silba e impreca. Ellas, con Regina a la cabeza entraron otra vez cantando. Se afirmaron en medio de la arena y Damián se dirige a la multitud:

–           Haréis mejor en demostrar vuestro coraje siguiéndonos en la Fe y no insultando a los inermes; que devolvemos vuestro odio orando por ustedes y amándolos. Las varas con las que nos habéis fustigado, las cárceles, las torturas, el haber arrancado a las madres de sus hijos. Ustedes, mentirosos que dicen ser civilizados, esperaron que una mujer pariera, para después matarla en el cuerpo y en el corazón, separándola de su creatura. No nos cambiaron el corazón, ni al cuanto al amor de Dios, ni en cuanto al amor del prójimo. Si las tuviéramos; cientos de veces  daremos la vida, por nuestro Dios y por vosotros, para que también lleguéis a amarlo. Y por ustedes rogamos, mientras ya el Cielo se abre sobre nosotros para recibirnos. ‘Pater Noster’…

Se arrodillan todos los cristianos orando. Simultáneamente se abre un portón bajo e irrumpen unos enormes y poderosos toros.

Son unas bestias formidables. Cuando menos pesan media tonelada cada uno.  Son tan veloces en la corrida que parecen bólidos. Como una catapulta adornada de cuernos punzantes, embisten al indefenso grupo.

Las levantan sobre los cuernos. Las sacuden en el aire como si fueran trapos, las vuelven a bajar, las pisotean. Vuelven a huir enloquecidos y trepidantes. Se detienen. Resoplan embravecidos. Y regresan a embestir…

Regina, tomada como una pajilla por la cornamenta del animal, es levantada en el aire y luego arrojada con fuerza muchos metros más allá, cayendo de espaldas. Aun cuando está herida, apenas se incorpora; se recoge la túnica desgarrada y se cubre el muslo; más preocupada por el pudor, que por el dolor.

Deteniéndosela con la mano derecha va hacia Alondra, que está caída de espaldas y con una atroz rajada en el vientre. La cubre y la ayuda a levantarse, sirviéndole de sostén a la hermana herida.

La bestias regresan una vez más y las embisten otra vez. Las sacuden. Pisotean a los malheridos que yacen en el suelo, buscando hundir en ellos sus pavorosas cornamentas. Finalmente; las fieras son retiradas.

Mientras tanto, Regina se acomoda el broche que sujeta sus cabellos. No es conveniente que una mártir sufra con los cabellos desgreñados, para no dar una apariencia de luto en su gloria.

Después de componerse; ve a Alondra tendida en el suelo. Entonces se incorpora, se le acerca, le da la mano y la levanta. Ambas mujeres se mantienen erguidas. Y luego son llevadas a la Puerta de los Vivos.

Allí Regina es recibida por el soldado cristiano Juan Pablo. Ella suspira profundamente.  Como si se despertase de un profundo sueño… ¡Tan largo había sido el éxtasis en el espíritu! Empezó a mirar en torno a sí y ante estupor general, preguntó:

–           ¿Cuándo nos van a echar esa vaca que dicen?

Al decirle que ya se la habían echado. Ella no quiso creerlo, hasta que vio en su cuerpo y en su vestido, las señales de la embestida. Luego llamó a los demás cristianos y les dijo:

–           Permanezcan firmes en la FE. Ámense los unos a los otros y no se escandalicen por nuestros sufrimientos.

Luego, los heridos fueron conducidos al centro de la arena y los bestiarios hicieron ingresar a los gladiadores, para que cumplieran su obra. Todos permanecieron inmóviles a la espera del golpe mortal. Lewis, que en la visión de la escalera subía primero y en su cúspide debía esperar a Regina, fue el primero en rendir su espíritu.

Por su parte, ya fuese piedad o inexperiencia, el gladiador de Regina no sabía matar. No tomó el punto justo y solo la hirió. Regina, sintió el dolor y gritó al ser punzada en las costillas. Lo miró dirigiéndole una dulce sonrisa y dijo al turbado atleta:

–           Hermano. Deja que yo te ayude.

Enseguida, ella misma le tomó de la mano y dirigió la espada hacia su garganta. Y apoyando la punta contra la carótida derecha, dijo:

–           ¡Jesús, a Ti me encomiendo! –Y agregó mirando al gladiador- Empuja hermano. Yo te bendigo.

Desviando la cabeza para que la espada penetre fácilmente, ayuda al nervioso gladiador. Sin duda alguna mujer tan excelsa no podía morir de otra manera.

Hasta tal punto el Demonio le temía. Los santos intrépidos en su amor por Dios, al martirio del corazón se han unido el de la carne. ¡Si así amaron a sus verdugos!… ¿Cómo habrían amado a sus hijos?

Eran jóvenes y felices en el amor a su familia, a sus creaturas. Pero Dios debe ser amado sobre todas las cosas… Y ellos amaron así.

Se arrancaron las entrañas y el corazón, al separarse de sus pequeños, pero la Fe no muere. Ellos creen en la otra vida firmemente y saben que ésta es para quién sabe ser fiel y persevera hasta el fin.

Ley en la Ley, es el Amor Han dado la vida hasta el sacrificio total por amor a su Dios y porque quieren que los más caros a su corazón lleguen al Reino. Y para guiarlos, trazaron con su sangre, una señal que va de la tierra al Cielo, que esplende y que llama…

¿Sufrir? ¿Morir? ¿Qué cosa es? Es un instante fugaz. No es nada aquel instante de dolor con respecto al futuro que los espera. ¿Las fieras? ¿La espada? Son benditas, porque son las que dan la Vida…

La arena fue limpiada rápidamente. En el Anfiteatro las albas togas, la colorida multitud y el impresionante lujo que rodea al emperador, hacen digno marco al momento culminante de ese día.

Petronio se toca la frente con los dedos, mientras apoya su codo en las rodillas. Tiene su corazón lleno de compasión por su sobrino. Y además está bastante irritado, porque el César ha estado mirando a través de su esmeralda a Marco Aurelio, esperando deleitarse con su congoja y su tremendo sufrimiento, para describirlas después en unas patéticas estrofas, con las cuales conquistará el aplauso de su público.

Lo único que lo alegra y lo enorgullece, aunque no lo comprende en lo absoluto; es la actitud llena de dignidad que ha mantenido Marco Aurelio, para total frustración de Nerón.

Se oyen las trompetas y el Prefecto de la Ciudad agitó un pañuelo rojo. Rechinaron los goznes de una puerta situada en el costado opuesto al Pódium Imperial. Y del oscuro antro, salió Bernabé a la arena.

La tarde ya es avanzada, pero el sol ilumina todavía con brillantes fulgores. El gigante cierra los ojos como deslumbrado por la luz y se adelanta hasta el centro, mirando a su alrededor como queriendo comprender que es lo que le está reservado.

Ya se corrió el rumor de que éste hombre es el que derrotó a Atlante. Por eso con su entrada, un fuerte murmullo recorre a la multitud.

En Roma hay gladiadores grandes y con fuerzas superiores al promedio general de hombres fuertes y atléticos. Pero los ojos de los romanos no habían visto jamás un gigante parecido a Bernabé.

Cayo Casio al pie del Pódium del César, se ve raquítico al lado del parto.

Todos contemplan con placer de conocedores, aquel cuerpo poderoso, sostenido por dos piernas tan fuertes como columnas. Su pecho es amplio, como dos escudos unidos y sus brazos son hercúleos. El murmullo y la admiración van creciendo. Este asombroso ser humano parece un Hércules.

Totalmente desnudo, es como un coloso de mármol. Mirando sorprendido a su alrededor con sus grandes ojos azules que tienen la inocencia de un niño.

En el momento en que ingresó en la arena, creyó que le esperaba una cruz… Pero cuando no la ve, piensa que es indigno de semejante privilegio y sabe que deberá esperar la muerte de otra manera. Está desarmado. Levantando sus ojos al cielo, cae de rodillas y empieza a orar con la Oración Sublime: ‘Pater Noster’…

Esto desagrada a la multitud. Están cansados de ver morir a los cristianos como mansas ovejas. Este gigantón va a ser un desperdicio, si no se defiende. Y por lo tanto, también el espectáculo será un completo fracaso.

Y empieza la rechifla… Llaman a gritos a los mastigophori, cuyo oficio es azotar a los combatientes que se resisten a luchar.

Entonces se volvieron a oír las trompetas de bronce, seguidas por el penetrante sonido del cuerno.

Y se hizo un silencio sepulcral,  pues nadie sabe lo que espera al gigante; ni si estará dispuesto a combatir, cuando se vea cara a cara con la muerte.

Y se abrió el enrejado de las fieras. En medio de los gritos de los bestiarios, con un rumor trepidante; se precipitó sobre la arena, un enorme Uro germano que trae atado sobre la cabeza, el cuerpo desnudo de una mujer.

Marco Aurelio se levantó como una catapulta y exclamó:

–           ¡OH, NO! ¡¡¡Alexandra!!!… –Su voz fue un grito angustioso. Y agregó- ¡Jesús mío, te entrego todo! ¡Yo te amo y confío en Ti!

Y el sonido de sus palabras, se apagó con un suspiro de ansiedad.

Petronio gritó a su vez:

–           ¡No puede ser!

Y todos los augustanos se levantaron de sus asientos, como movidos por un mismo impulso, pues en la arena ocurre algo insólito:

Aquel hombrón que parecía estar sumiso y arrodillado esperando la muerte; apenas vio a su reina entre los cuernos del formidable animal que resopla furioso, saltó y corrió a su encuentro.

Con la rapidez de un relámpago, Bernabé cayó sobre la bestia feroz. De todas las gargantas salió un grito de asombro, después del cual siguió un profundo silencio. Y todos los pechos contuvieron el aliento…

                       

Nadie puede creer lo que está sucediendo, pues jamás se ha visto nada semejante: Bernabé tiene al toro cogido por los cuernos. Sus pies se han enterrado en la arena hasta los tobillos. Tiene la espalda doblada como un arco. La cabeza se le hunde entre los hombros y en los brazos le resaltan sus poderosos músculos en tal forma que parece que la piel le va a estallar, por el heroico esfuerzo y la tremenda presión ejercida para detener al toro en su embestida.

El hombre y la bestia permanecen así, hasta que llega el momento en que los espectadores creen estar mirando un cuadro suspendido en el tiempo. Pues es como contemplar a una escultura viviente…

Pero en aquel aparente reposo, están dos poderosas fuerzas en pugna, trabadas en una lucha mortal. El toro también tiene hundidas las patas en la arena y su negro y peludo cuerpo, está encorvado de tal modo, que parece una bola gigantesca.

¿Cuál de los dos cederá primero? ¿Cuál de los dos será vencido? Esa es la pregunta crucial para los enamorados de tales lidias. Aquel parto se está presentando ante sus ojos como un héroe mítico, digno de ser glorificado con estatuas.

Sólo las venas que resaltan a través de la blanca piel de Bernabé, palpitando con la sangre que circula por las mismas, revelan que es un ser humano vivo, el que protagoniza aquel drama insólito.

El mismo emperador se ha puesto de pie y mira pasmado igual que los demás, aquella escena increíble. Se ha quedado paralizado, igual que todos los espectadores.

Tanto él como Tigelino urdieron aquel espectáculo diciendo con burla:

–           Alexandra será Europa raptada por Zeus…

–           Veremos si ese vencedor de Atlante, mata el toro que escojamos para él.

Y soltaron la carcajada saboreando con anticipación, la tragedia en que sumirían tanto a Marco Aurelio, como a Petronio.

Ahora contemplan atónitos aquel cuadro, que más que realidad, parece una fantasía imposible.

En el Anfiteatro, algunos han levantado los brazos y permanecen en esa postura. El sudor y el esfuerzo se reflejan en el rostro de otros, como si fueran ellos los que estuvieran luchando con la fiera.

El silencio es absoluto…

El único ruido que se escucha es el chisporroteo de las antorchas y los bufidos del furioso animal.

En el ambiente flota una increíble emoción por aquel impactante suceso. Y aunque los labios están callados y el silencio es total, los corazones palpitan trepidantes y los pechos parecen estallar. El tiempo parece haberse detenido…

Pero el hombre y la bestia siguen trabados en el titánico esfuerzo. Y los dos permanecen clavados en el suelo. Un minuto parece un siglo. El suspenso se vuelve insoportable… Entonces un bramido sordo. Semejante más bien a un ronco gemido, se escucha en la arena, seguido por un grito ahogado que escapa de todas las gargantas.

Luego regresa aquel silencio expectante…

Nadie puede creerlo aunque lo están viendo. La enorme cabeza del toro, que pesa más de media tonelada; empieza a doblarse lentamente, entre las poderosas manos de hierro del parto.

El rostro, el cuello, los brazos de Bernabé, se ponen de color púrpura. Y su espalda se encorva todavía más.

Es evidente que está reuniendo los restos de unas fuerzas sobrehumanas, pero que no podrá resistir por mucho tiempo más. Los segundos parecen alargarse y forman minutos angustiosos.

Entonces más sordo, más ronco y más doliente se va haciendo el bramido gemebundo del toro, al mezclarse con el jadeo silbante que exhala el pecho del atleta. Y la cabeza de la bestia se va doblando más y más, hasta que por la mandíbula se desliza hacia fuera, una larga lengua llena de espuma. Un momento después, se escucha el sordo crujido de huesos rotos…

Y la bestia rueda por la arena con el cuello retorcido por las vértebras rotas.

El toro está muerto.

Nerón está paralizado, con la boca abierta por el asombro, mirando el inesperado desenlace de su Fiesta Brava.

Bernabé desata rápidamente las cuerdas que sujetan a Alexandra sobre los cuernos del toro. Y al levantarla se nota su precipitado acezar. Tiene el semblante pálido, los cabellos y el cuerpo húmedo por la transpiración y el esfuerzo realizado. Por unos instantes permanece parado… Exhala un profundo y muy largo suspiro…Y luego, como si despertara de un sueño; alzó sus ojos y miró a los espectadores…

Y el público enloqueció.

Las murallas temblaron ante el retumbar estruendoso de los aplausos y los gritos de millares de personas. Desde la más antigua historia de los Juegos, jamás había habido en el Circo, una exaltación semejante. Todos se llenaron de un apasionado frenesí. Los que estaban sentados en la parte más alta del Anfiteatro, bajaron formando un tumulto apiñado en los pasillos, para poder contemplar más de cerca aquel portento de fuerza.

Y por todas partes se empezaron a oír gritos pidiendo gracia. Gritos apasionados y persistentes, que pronto se convirtieron en un continuo y poderoso reclamo.

Bernabé se ha convertido en el favorito de aquel pueblo enamorado de la belleza y de la fuerza físicas. Y a partir de este momento es el personaje más célebre de Roma.

Bernabé, finalmente comprende que la multitud está haciendo esfuerzos, para concederle la vida y regresarle la libertad. Pero su pensamiento no está solamente en él. Paseó su mirada a su alrededor, por unos instantes, abarcando todo el Circo.

Luego avanzó con paso firme, hasta el Pódium Imperial. Y sosteniendo el cuerpo de Alexandra entre sus brazos extendidos, alzó hacia el César sus ojos suplicantes y levantó hacia él; el cuerpo de la doncella, diciendo con voz sonora y fuerte:

–           ¡Ten piedad de ella! ¡Por ella he luchado! ¡Da la gracia para ella!

Los espectadores comprenden al punto lo que está pidiendo Bernabé.

Ante la vista de aquel estremecedor drama, la emoción cundió por todo el Anfiteatro, conmoviendo a toda la multitud. Todos admiran el bellísimo cuerpo de la doncella desmayada, que parece de alabastro.

Y recuerdan el horrendo peligro del que acaba de sustraerla el gigante…

Su hermosura esplendorosa y su trágico amor, movieron por fin a misericordia a aquellos corazones. Aquel hombre parece un padre pidiendo la gracia para su hija.

Y la compasión se extendió como una oleada. Ya se ha vertido suficiente sangre.

Entonces Marco Aurelio que también estaba paralizado; corrió y saltó la barrera de los asientos delanteros de la arena. Y se precipita hacia ellos; cubriendo con su manto, el cuerpo de su esposa.

Enseguida descubre su torso desnudo y muestra las cicatrices que dejaron en él, heridas en la batalla en contra de los armenios. Y extiende las manos hacia la concurrencia…

Y entonces se desborda el entusiasmo general.

La multitud golpea furiosamente con los pies y gritan exigiendo gracia. El pueblo ahora no solo se ha puesto de parte del atleta; sino que también se alza en defensa del soldado, de la doncella y del amor de ambos.

Los millares de espectadores se vuelven hacia el César con llamaradas de cólera en los ojos y los puños crispados por la impaciencia.

Popea ha perdido su expresión sonriente e impasible. Mira furiosa e impotente alternativamente, a sus odiados protagonistas, al César y a la multitud.

Pero Nerón se mantiene en suspenso y vacilante. En realidad no siente ningún encono contra Marco Aurelio y la suerte de Alexandra no le importa. Lo único que lo disgusta es que sus planes se hayan arruinado.

Y Tigelino, queriendo vencer una vez más a Petronio, le dijo:

–           No cedas divinidad. Tenemos a los pretorianos.

El emperador volteó a ver a sus oficiales… Xavier, Cayo Casio y toda la falange de Alejandro Magno, tienen la mano en alto con la señal de gracia. Para colmo, no hay un solo militar que no esté pidiendo lo mismo.

Y la furia, comenzó a dominar a la multitud. Siguen golpeando con los pies y empiezan los gritos de:

–           ¡Asesino! ¡Matricida! ¡Incendiario!

Y esto lo llena de alarma.

Los romanos son señores absolutos en el Circo. Los anteriores césares y en especial Calígula, se permitieron a veces contrariar la voluntad del pueblo. Pero esto había traído como consecuencia, sangrientos disturbios.

Nerón como actor, no se puede dar ese lujo. Como cantante tiene necesidad del favor del público. Y además, también son su fuerza, es como se opone contra el senado. Especialmente después del incendio, ya no puede provocarlos más; porque además de peligroso, podría haber consecuencias desastrosas.

Volvió a mirar a los augustanos y a los soldados… y vio el disgusto en sus semblantes y en sus ceños adustos.

Y contra su voluntad, alzó la mano y volvió el pulgar hacia arriba.

Y se desató una tempestad de aplausos que hizo estremecer el Anfiteatro. El pueblo ha asegurado la vida de los condenados y desde este momento quedan bajo su protección. El mismo emperador no se atreverá a perseguirlos por más tiempo con su venganza.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA