291 CORDERO Y PASTOR9 min read

291 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Y, como queriendo truncar toda discusión, se vuelve hacia los muros del Templo.

Pero un doctor de la Ley, que estaba sentado escuchando seriamente bajo el pórtico,

se levanta y se le pone delante para preguntarle:

–        Maestro,

¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

Has respondido a los otros, respóndeme también a mí.  

Jesús responde cuestionando:

–        ¿Por qué quieres tentarMe?

¿Por qué quieres mentir?

¿Esperas que diga algo disconforme con la Ley por el hecho de que añado a la Ley conceptos

más luminosos y perfectos

¿Qué está escrito en la Ley?

¡Responde! 

¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

–        Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas,

con toda tu inteligencia.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

–        Bueno, has respondido bien;

haz eso y obtendrás la vida eterna.

–      ¿Y quién es mi prójimo?

El mundo está lleno de gente buena y mala, conocida y desconocida, amiga y enemiga de Israel.

¿Cuál es mi prójimo

Jesús responde con otra parábola:

–         Un hombre, bajando de Jerusalén a Jericó,

en uno de los pasos estrechos de las montañas, se topó con unos ladrones. 

Éstos lo hirieron cruelmente, lo despojaron de todo cuanto llevaba, incluso de sus vestidos,

y lo dejaron más muerto que vivo en el borde del camino.

Pasó por ese mismo camino un sacerdote que había terminado su turno en el Templo.

¡Todavía perfumado de los inciensos del Santo!

¡Debería haber tenido también el alma perfumada de bondad sobrenatural y de amor,

pues que había estado en la Casa de Dios, casi en contacto con el Altísimo!

Este sacerdote tenía prisa de volver a su casa

Miró pues hacia el herido y no se detuvo.

Pasó ligero de largo y dejó al desdichado en la cuneta.

Luego, un levita. ¿Contaminarse, teniendo que servir en el Templo?

¡De ninguna manera!

Recogió su vestido para que no se manchase de sangre,

lanzó una mirada huidiza hacia el hombre que gemía en medio de su sangre

y aceleró el paso en dirección a Jerusalén, hacia el Templo.

El tercero que pasó, viniendo de Samaria, en dirección al vado, fue un samaritano.

Vio la sangre, se detuvo;

descubrió la presencia del herido en el crepúsculo que ya se iba espesando

se apeó del burro, se acercó al herido, lo confortó con un trago de vino generoso,

desgarró su manto para hacer vendas, le lavó las heridas con vinagre, se las ungió con aceite,

se las vendó con amor;

luego cargó al herido sobre su jumento,

guió con cautela al animal, sujetando al mismo tiempo al herido

y confortándolo con buenas palabras, sin preocuparse del cansancio,

sin enfado por el hecho de que el herido fuera de nacionalidad judía.

Cuando llegó a la ciudad, lo llevó a una posada y lo veló toda la noche.

Al alba, viéndolo mejorado, lo dejó en manos del posadero,

a quien pagó con antelación unos denarios y dijo

“Cuídalo como si se tratara de mí mismo.

A mi regreso te daré lo que hayas gastado de más.

Y con medida generosa, si haces bien las cosas”.

Y se marchó.

Doctor de la Ley, respóndeme:

¿Quién de estos tres fue “prójimo” del que se topó con los ladrones?

¿Acaso el sacerdote?

¿Acaso el levita?

¿No lo fue, más bien, el samaritano?

Que no se preguntó quién era el infortunado, porque estaba herido, 

O si hacía mal en socorrerlo perdiendo tiempo y dinero.

y arriesgándose a ser acusado de haberlo herido él?

El doctor de la Ley respondió:

–         Fue “prójimo” éste, porque tuvo misericordia.

–        Haz tú lo mismo.

Así amarás al prójimo y a Dios en el prójimo y merecerás la vida eterna.

Jesús calla, su enseñanza ha terminado.

Ya ninguno se atreve a hablar.

Jesús aprovecha para ir donde las mujeres, que están esperando al pie de los muros; 

para ir con ellas de nuevo a la ciudad.

Ahora se han añadido al grupo de los discípulos un sacerdote de aspecto patriarcal y un levita muy joven. 

Pero Jesús está ahora hablando con su Madre -entre sí y ella, tiene a Margziam-,

y le pregunta

–       ¿Me has escuchado, Madre?

–      Sí, Hijo mío.

Y a la tristeza de María Cleofás se ha unido la mía.

Ella ha llorado, poco antes de entrar en el Templo…

–       Lo sé, Madre.

Y sé el motivo.

No debe llorar, sólo orar.

–       ¡Ora mucho!

Las noches pasadas dentro de su cabaña entre sus hijos dormidos, oraba y lloraba.

La oía llorar a través de la pared delgada de los ramajes adyacentes.

¡Ver a pocos pasos a José y a Simón, cercanos pero tan lejos!…

Y no es la única que llora.

Juana, que la ves tan serena, ha llorado en mi presencia…

–        ¿Por qué, Madre?

–         Porque Cusa…

Se comporta de una forma… inexplicable.

Un poco la complace en todo, un poco la rechaza en todo;

si están solos, donde nadie los ve, es el marido ejemplar de siempre;

pero si están con él otras personas, que sean de la corte…  

Se vuelve autoritario y despreciativo, para con su mansa esposa.

Ella no comprende por qué…

–       Te lo digo Yo.

Cusa es siervo de Herodes

Entiéndeme, Madre: Siervo”.

Esto no se lo digo a Juana para no apenarla.

Pero es así.

Cuando no teme la reprensión y el escarnio del soberano, es el buen Cusa;

cuando tiene motivo para temerlos, deja de serlo.

–        Es porque Herodes está muy irritado por Mannaém y…

–       Es porque Herodes ha perdido el juicio por el tardío remordimiento

de haber cedido a las peticiones de Herodías.

Pero Juana tiene ya mucho bien en la vida.

Debe, bajo la diadema, llevar su cilicio.

–        Analía también llora..

¿Por qué?

–       Porque su prometido se está poniendo contra Ti.

–      Que no llore.

Díselo.

Se trata de una resolución.

Es bondad de Dios.

Su sacrificio conducirá de nuevo a Samuel al Bien.

Por el momento esto la librará de presiones para la celebración del matrimonio.

Le prometí que la tomaría conmigo.

Me precederá en la muerte…

María exclama angustiada: 

–       ¡Hijo!…

 María palideciendo, aprieta la mano de Jesús. 

Jesús dice conciliador:   

–        ¡Mi querida Mamá!

Es por los hombres

Ya lo sabes.

Es por amor a los hombres.

Bebemos nuestro cáliz con buena voluntad, ¿No es verdad?

María traga las lágrimas,

y responde:

–       Sí.

Un “sí” acongojado, verdaderamente desgarrador.

Margziam levanta su carita,

y dice a Jesús:

–        ¿Por qué dices estas cosas feas que hacen sufrir a Mamá?

Yo no te voy a dejar morir

Te voy a defender como defendía a los corderos.

Jesús lo acaricia.

Y, para animar a los dos afligidos,

pregunta al niño:

–        ¿Qué harán ahora tus ovejitas?

¡No las echas de menos?  

–       ¡Pero si estoy contigo!

De todas formas pienso en ellas siempre,

y me pregunto: “¿Las habrá sacado a pastar Porfiria?,

¿Habrá tenido cuidado de que Espuma no se meta en el lago?”

Porque Espuma es muy vivaracho, ¿Sabes?

Su madre lo llama una y otra vez, ¡Pero nada!

Hace lo que quiere.

¡Y Nieve, que es tan glotona que come hasta que se siente mal!

Mira, Maestro… 

Yo entiendo lo que es ser sacerdote en tu Nombre,

lo comprendo mejor que los otros.

Y señalando con la mano a los apóstoles, que vienen detrás,

agrega:

–        Ellos dicen muchas palabras elevadas, hacen muchos proyectos… 

para el futuro.

Yo digo: “Seré pastor.

Seré para los hombres como con las ovejitas.

Será suficiente”.

Mamá, nuestra Mamá,

me ha contado ayer un pasaje muy bonito de los profetas…

Y me ha dicho: “Exactamente así es nuestro Jesús”.

Y yo dentro del corazón dije:

Pues yo también seré exactamente así”.

Luego le dije a nuestra Mamá:

“Por ahora soy cordero, pero luego seré pastor;

sin embargo, Jesús ahora es  Pastor.

Y… también Cordero.

Pero tú eres siempre la Cordera, sólo nuestra Cordera, blanca…

Bonita, encantadora, con palabras más dulces que la propia leche.

Por eso Jesús es tan Cordero: porque ha nacido de ti, Corderita del Señor.

Jesús se inclina y lo besa impetuosamente

Luego pregunta:

–        ¿Entonces verdaderamente quieres ser sacerdote?

–       ¡Sí, claro, mi Señor!

Por eso trato de hacerme bueno y de saber mucho.

Voy siempre donde Juan de Endor.

Me trata siempre como a un hombre.

Y con mucha bondad.

Quiero ser pastor de las ovejas descarriadas y de las no descarriadas.

Y médico-pastor de las heridas y de las que tengan algún miembro fracturado,

como dice el Profeta.

¡Qué bonito!».

Y el niño da un salto y choca las manos.  

Pedro se acerca y pregunta:

–     ¿Por qué está tan contento este curruco?

Jesús responde: 

–       Ve su camino.

Clarísimamente. Hasta el final.

Yo con mi “sí” consagro esta visión suya.

Han llegado.

Se paran delante de una casa que está en la zona del barrio de Ofel,

pero en un lugar más distinguido. 

Pedro pregunta:

–        ¿Nos detenemos aquí?

–       Esta es la casa que Lázaro me ha ofrecido para el banquete de alegría.

María ya está aquí.

–       ¿Por qué no ha venido con nosotros?

¿Por miedo a las burlas?

–       ¡No!

Ha sido una disposición mía.

–       ¿Por qué, Señor?

–       Porque el Templo es más susceptible que una esposa encinta.

Mientras pueda, no quiero provocar ningún choque.

Y no es por cobardía.

–       No te va a servir de nada, Maestro.

Yo en tu lugar no sólo chocaría con él, sino que lo echaría abajo del Moria

junto con todos los que viven dentro.

–       Simón, eres un pecador;

Se debe orar por los semejantes, no matarlos.

–        Yo soy pecador, pero Tú no... Y… deberías hacerlo. 

Jesús agrega con tristeza:

–        Habrá quien lo haga.

Cuando se colme la medida del pecado.

–        ¿Qué medida?

–        Una medida tan grande… 

Que henchirá el Templo y rebosará hacia Jerusalén.

No puedes comprender…

¡Marta, abre pues tu casa al Peregrino!  

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