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291 CORDERO Y PASTOR

291 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Y, como queriendo truncar toda discusión, se vuelve hacia los muros del Templo.

Pero un doctor de la Ley, que estaba sentado escuchando seriamente bajo el pórtico,

se levanta y se le pone delante para preguntarle:

–        Maestro,

¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

Has respondido a los otros, respóndeme también a mí.  

Jesús responde cuestionando:

–        ¿Por qué quieres tentarMe?

¿Por qué quieres mentir?

¿Esperas que diga algo disconforme con la Ley por el hecho de que añado a la Ley conceptos

más luminosos y perfectos

¿Qué está escrito en la Ley?

¡Responde! 

¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

–        Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas,

con toda tu inteligencia.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

–        Bueno, has respondido bien;

haz eso y obtendrás la vida eterna.

–      ¿Y quién es mi prójimo?

El mundo está lleno de gente buena y mala, conocida y desconocida, amiga y enemiga de Israel.

¿Cuál es mi prójimo

Jesús responde con otra parábola:

–         Un hombre, bajando de Jerusalén a Jericó,

en uno de los pasos estrechos de las montañas, se topó con unos ladrones. 

Éstos lo hirieron cruelmente, lo despojaron de todo cuanto llevaba, incluso de sus vestidos,

y lo dejaron más muerto que vivo en el borde del camino.

Pasó por ese mismo camino un sacerdote que había terminado su turno en el Templo.

¡Todavía perfumado de los inciensos del Santo!

¡Debería haber tenido también el alma perfumada de bondad sobrenatural y de amor,

pues que había estado en la Casa de Dios, casi en contacto con el Altísimo!

Este sacerdote tenía prisa de volver a su casa

Miró pues hacia el herido y no se detuvo.

Pasó ligero de largo y dejó al desdichado en la cuneta.

Luego, un levita. ¿Contaminarse, teniendo que servir en el Templo?

¡De ninguna manera!

Recogió su vestido para que no se manchase de sangre,

lanzó una mirada huidiza hacia el hombre que gemía en medio de su sangre

y aceleró el paso en dirección a Jerusalén, hacia el Templo.

El tercero que pasó, viniendo de Samaria, en dirección al vado, fue un samaritano.

Vio la sangre, se detuvo;

descubrió la presencia del herido en el crepúsculo que ya se iba espesando

se apeó del burro, se acercó al herido, lo confortó con un trago de vino generoso,

desgarró su manto para hacer vendas, le lavó las heridas con vinagre, se las ungió con aceite,

se las vendó con amor;

luego cargó al herido sobre su jumento,

guió con cautela al animal, sujetando al mismo tiempo al herido

y confortándolo con buenas palabras, sin preocuparse del cansancio,

sin enfado por el hecho de que el herido fuera de nacionalidad judía.

Cuando llegó a la ciudad, lo llevó a una posada y lo veló toda la noche.

Al alba, viéndolo mejorado, lo dejó en manos del posadero,

a quien pagó con antelación unos denarios y dijo

«Cuídalo como si se tratara de mí mismo.

A mi regreso te daré lo que hayas gastado de más.

Y con medida generosa, si haces bien las cosas».

Y se marchó.

Doctor de la Ley, respóndeme:

¿Quién de estos tres fue «prójimo» del que se topó con los ladrones?

¿Acaso el sacerdote?

¿Acaso el levita?

¿No lo fue, más bien, el samaritano?

Que no se preguntó quién era el infortunado, porque estaba herido, 

O si hacía mal en socorrerlo perdiendo tiempo y dinero.

y arriesgándose a ser acusado de haberlo herido él?

El doctor de la Ley respondió:

–         Fue «prójimo» éste, porque tuvo misericordia.

–        Haz tú lo mismo.

Así amarás al prójimo y a Dios en el prójimo y merecerás la vida eterna.

Jesús calla, su enseñanza ha terminado.

Ya ninguno se atreve a hablar.

Jesús aprovecha para ir donde las mujeres, que están esperando al pie de los muros; 

para ir con ellas de nuevo a la ciudad.

Ahora se han añadido al grupo de los discípulos un sacerdote de aspecto patriarcal y un levita muy joven. 

Pero Jesús está ahora hablando con su Madre -entre sí y ella, tiene a Margziam-,

y le pregunta

–       ¿Me has escuchado, Madre?

–      Sí, Hijo mío.

Y a la tristeza de María Cleofás se ha unido la mía.

Ella ha llorado, poco antes de entrar en el Templo…

–       Lo sé, Madre.

Y sé el motivo.

No debe llorar, sólo orar.

–       ¡Ora mucho!

Las noches pasadas dentro de su cabaña entre sus hijos dormidos, oraba y lloraba.

La oía llorar a través de la pared delgada de los ramajes adyacentes.

¡Ver a pocos pasos a José y a Simón, cercanos pero tan lejos!…

Y no es la única que llora.

Juana, que la ves tan serena, ha llorado en mi presencia…

–        ¿Por qué, Madre?

–         Porque Cusa…

Se comporta de una forma… inexplicable.

Un poco la complace en todo, un poco la rechaza en todo;

si están solos, donde nadie los ve, es el marido ejemplar de siempre;

pero si están con él otras personas, que sean de la corte…  

Se vuelve autoritario y despreciativo, para con su mansa esposa.

Ella no comprende por qué…

–       Te lo digo Yo.

Cusa es siervo de Herodes

Entiéndeme, Madre: «Siervo».

Esto no se lo digo a Juana para no apenarla.

Pero es así.

Cuando no teme la reprensión y el escarnio del soberano, es el buen Cusa;

cuando tiene motivo para temerlos, deja de serlo.

–        Es porque Herodes está muy irritado por Mannaém y…

–       Es porque Herodes ha perdido el juicio por el tardío remordimiento

de haber cedido a las peticiones de Herodías.

Pero Juana tiene ya mucho bien en la vida.

Debe, bajo la diadema, llevar su cilicio.

–        Analía también llora..

¿Por qué?

–       Porque su prometido se está poniendo contra Ti.

–      Que no llore.

Díselo.

Se trata de una resolución.

Es bondad de Dios.

Su sacrificio conducirá de nuevo a Samuel al Bien.

Por el momento esto la librará de presiones para la celebración del matrimonio.

Le prometí que la tomaría conmigo.

Me precederá en la muerte…

María exclama angustiada: 

–       ¡Hijo!…

 María palideciendo, aprieta la mano de Jesús. 

Jesús dice conciliador:   

–        ¡Mi querida Mamá!

Es por los hombres

Ya lo sabes.

Es por amor a los hombres.

Bebemos nuestro cáliz con buena voluntad, ¿No es verdad?

María traga las lágrimas,

y responde:

–       Sí.

Un «sí» acongojado, verdaderamente desgarrador.

Margziam levanta su carita,

y dice a Jesús:

–        ¿Por qué dices estas cosas feas que hacen sufrir a Mamá?

Yo no te voy a dejar morir

Te voy a defender como defendía a los corderos.

Jesús lo acaricia.

Y, para animar a los dos afligidos,

pregunta al niño:

–        ¿Qué harán ahora tus ovejitas?

¡No las echas de menos?  

–       ¡Pero si estoy contigo!

De todas formas pienso en ellas siempre,

y me pregunto: «¿Las habrá sacado a pastar Porfiria?,

¿Habrá tenido cuidado de que Espuma no se meta en el lago?»

Porque Espuma es muy vivaracho, ¿Sabes?

Su madre lo llama una y otra vez, ¡Pero nada!

Hace lo que quiere.

¡Y Nieve, que es tan glotona que come hasta que se siente mal!

Mira, Maestro… 

Yo entiendo lo que es ser sacerdote en tu Nombre,

lo comprendo mejor que los otros.

Y señalando con la mano a los apóstoles, que vienen detrás,

agrega:

–        Ellos dicen muchas palabras elevadas, hacen muchos proyectos… 

para el futuro.

Yo digo: «Seré pastor.

Seré para los hombres como con las ovejitas.

Será suficiente».

Mamá, nuestra Mamá,

me ha contado ayer un pasaje muy bonito de los profetas…

Y me ha dicho: «Exactamente así es nuestro Jesús».

Y yo dentro del corazón dije:

«Pues yo también seré exactamente así».

Luego le dije a nuestra Mamá:

«Por ahora soy cordero, pero luego seré pastor;

sin embargo, Jesús ahora es  Pastor.

Y… también Cordero.

Pero tú eres siempre la Cordera, sólo nuestra Cordera, blanca…

Bonita, encantadora, con palabras más dulces que la propia leche.

Por eso Jesús es tan Cordero: porque ha nacido de ti, Corderita del Señor.

Jesús se inclina y lo besa impetuosamente

Luego pregunta:

–        ¿Entonces verdaderamente quieres ser sacerdote?

–       ¡Sí, claro, mi Señor!

Por eso trato de hacerme bueno y de saber mucho.

Voy siempre donde Juan de Endor.

Me trata siempre como a un hombre.

Y con mucha bondad.

Quiero ser pastor de las ovejas descarriadas y de las no descarriadas.

Y médico-pastor de las heridas y de las que tengan algún miembro fracturado,

como dice el Profeta.

¡Qué bonito!».

Y el niño da un salto y choca las manos.  

Pedro se acerca y pregunta:

–     ¿Por qué está tan contento este curruco?

Jesús responde: 

–       Ve su camino.

Clarísimamente. Hasta el final.

Yo con mi «sí» consagro esta visión suya.

Han llegado.

Se paran delante de una casa que está en la zona del barrio de Ofel,

pero en un lugar más distinguido. 

Pedro pregunta:

–        ¿Nos detenemos aquí?

–       Esta es la casa que Lázaro me ha ofrecido para el banquete de alegría.

María ya está aquí.

–       ¿Por qué no ha venido con nosotros?

¿Por miedo a las burlas?

–       ¡No!

Ha sido una disposición mía.

–       ¿Por qué, Señor?

–       Porque el Templo es más susceptible que una esposa encinta.

Mientras pueda, no quiero provocar ningún choque.

Y no es por cobardía.

–       No te va a servir de nada, Maestro.

Yo en tu lugar no sólo chocaría con él, sino que lo echaría abajo del Moria

junto con todos los que viven dentro.

–       Simón, eres un pecador;

Se debe orar por los semejantes, no matarlos.

–        Yo soy pecador, pero Tú no... Y… deberías hacerlo. 

Jesús agrega con tristeza:

–        Habrá quien lo haga.

Cuando se colme la medida del pecado.

–        ¿Qué medida?

–        Una medida tan grande… 

Que henchirá el Templo y rebosará hacia Jerusalén.

No puedes comprender…

¡Marta, abre pues tu casa al Peregrino!  

285 SETENTA VECES SIETE

285 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Transcurrida la comida y después de haber saludado a los pobres.

Jesús continúa con los apóstoles y discípulos en el jardín de la casa de María de Magdala.

al límite de éste a sentarse, al lado mismo de las tranquilas aguas del lago,

donde unas barcas de vela se mueven en busca de pesca.

Pedro, que está observando,

comenta:

–       Tendrán buena pesca.  

Jesús responde:

–       Tú también tendrás buena pesca, Simón de Jonás.

–       ¿Yo, Señor?

¿Cuándo?

¿Te refieres a que vaya a pescar para procurarnos comida para mañana?

Voy inmediatamente

y…

–       No tenemos necesidad de comida en esta casa.

La pesca tuya es futura, y en el campo espiritual.

Y contigo serán también magníficos pescadores la mayor parte de los presentes.  

Mateo pregunta:

–       ¿No todos, Maestro?

–       Los que, perseverando…

Vengan a ser sacerdotes míos tendrán buena pesca.

No todos.

Santiago de Zebedeo. pregunta: 

–        ¿Conversiones, no? 

–        Convertir…

Perdonar, guiar hacia Dios…

¡Muchas cosas!

–       Maestro…

Antes has dicho que a uno que no preste oídos a su hermano,

ni siquiera en presencia de testigos se le lleve a que le aconseje la sinagoga.

Ahora bien, si he entendido bien lo que nos has dicho desde que nos conocemos,

me parece que la sinagoga va a ser sustituida por la Iglesia, eso que vas a fundar.

Entonces, ¿A dónde vamos a ir para que aconsejen a los hermanos cabezotas?

–        A vosotros mismos…

Porque vosotros seréis mi Iglesia.

Por tanto, los fieles se dirigirán a vosotros, bien sea para que los  aconsejéis

en un asunto propio, bien sea para que les deis un consejo para terceros.

Os digo más aún: no sólo podréis dar consejos,

sino que podréis incluso absolver en mi Nombre.

Podréis liberar de las cadenas del pecado y vincular a dos que se aman

haciendo de dos una sola carne.

Y cuanto hagáis será válido ante los ojos de Dios como si hubiera sido el mismo Dios

quien lo hubiera hecho.

En verdad os digo: lo que atéis en la tierra será atado en el Cielo,

lo que desatéis en la tierra será desatado en el Cielo.

Y os digo también esto, para que comprendáis la potencia de mi Nombre,

del amor fraterno y de la oración:

si dos discípulos míos, quiero decir ahora todos aquellos que crean en el Cristo

se reúnen para pedir cualquier cosa justa, en mi Nombre, mi Padre se la concederá.

Gran poder tiene, efectivamente, la oración; gran poder, la unión fraterna;

grandísimo, infinito poder, mi Nombre y mi Presencia entre vosotros.

Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre, efectivamente, Yo estaré en medio de ellos,

y oraré con ellos, y mi Padre no dirá que no a quien conmigo ora.

Porque muchos no obtienen porque oran solos,

porque oran por motivos ilícitos, con orgullo o con pecado en su corazón.

Lavad vuestro corazón, para que pueda estar con vosotros;

luego orad, y seréis escuchados.

Pedro está pensativo.

Jesús se da cuenta y le pregunta el porqué.

Pedro explica:

–        Estoy pensando en la magnitud de la responsabilidad que se nos asigna.

Y siento miedo, miedo de no saber hacerlo bien.

–        Efectivamente, Simón de Jonás.

O Santiago de Alfeo o Felipe, y así los demás; no sabrían hacerlo bien;.

Pero el sacerdote Pedro, el sacerdote Santiago, el sacerdote Felipe o Tomás, sabrán hacerlo bien,

porque obrarán junto con la divina Sabiduría.

¿Cuántas veces deberemos perdonar a un hermano?

¿Cuántas, si pecan contra los sacerdotes?

¿Cuántas, si pecan contra Dios?

Porque, si sucede como ahora, sin duda pecarán contra nosotros,

visto que pecan contra Ti tantísimas veces. 

Dime si debo perdonar siempre o sólo un determinado número de veces;

por ejemplo, ¿Siete veces?, ¿O más?

–        No te digo siete, sino setenta veces siete;

un número sin medida, porque el Padre también os perdonará a vosotros

(a vosotros, que deberíais ser perfectos) muchas veces,

un número grande de veces

Pues bien, debéis ser con los demás como el Padre es con vosotros,

porque representáis a Dios en la tierra.

Es más, oíd esta parábola que os voy a exponer y que servirá para todos.

Y Jesús, que estaba rodeado solamente por los apóstoles,

en un pequeño quiosco de boj,

se dirige hacia los discípulos, que, respetuosamente, están en grupo en una plazoleta

embellecida con un pilón, lleno de agua cristalina.

La sonrisa de Jesús es una señal de que va a hablar;

así que, mientras Él camina, con su paso lento y largo por lo cual, sin apresurarse, recorre mucho

espacio en poco tiempo, los discípulos se llenan de alegría…

Y cual niños reunidos en torno a alguien que los hace felices, se cierran en círculo:

es una corona de rostros atentos.

Jesús, se adosa a un alto árbol y empieza a hablar.

–         Cuanto he dicho antes a la gente debe ser perfeccionado para vosotros,

que sois los elegidos de entre la gente.

E1 apóstol Simón de Jonás me ha dicho:

«¿Cuántas veces debo perdonar? ¿A quién? ¿Por qué?».

Le he respondido en privado.

Ahora voy a repetir para todos mi respuesta en aquello que es justo que sepáis ya desde ahora.

Escuchad cuántas veces y cómo y por qué se tiene que perdonar.

Hay que perdonar como perdona Dios,

el cual, si uno peca mil veces, pero se arrepiente, mil veces perdona;

le basta ver que en el culpable no hay voluntad de pecar,

no hay búsqueda de lo que hace pecar,

sino que el pecado es sólo fruto de una debilidad del hombre.

En el caso de persistencia voluntaria en el pecado,

no puede haber perdón por las culpas cometidas contra la Ley.

Pero vosotros perdonad el dolor que estas culpas os produzcan individualmente.

Perdonad siempre a quien os haga un mal.

Perdonad para ser perdonados,

porque también vosotros tenéis culpas con Dios y con los hermanos.

El perdón abre el Reino de los Cielos tanto al perdonado cuanto al que perdona;

asemeja a lo que sucedió entre un rey y sus súbditos: 

Un rey quiso hacer cuentas con sus súbditos.

Los llamó, pues, uno a uno, empezando por los que estaban más arriba.

Vino uno que le debía diez mil talentos.

Pero este súbdito no tenía con qué pagar el anticipo que el rey le había prestado para 

que se construyera la casa y adquiriese todo tipo de cosas que necesitara,

porque verdaderamente no había administrado -por muchos motivos, más o menos justos-

solícitamente la suma que había recibido para estas cosas.

El rey-amo, indignado por la holgazanería de su súbdito y por la falta a su palabra,

ordenó que fueran vendidos él, su mujer, sus hijos y cuanto poseía,

hasta que quedase saldada la deuda.

Pero el súbdito se echó a los pies del rey, llorando y suplicando, le rogaba:

«Déjame marcharme.

Ten un poco de paciencia y te devolveré todo lo que te debo, hasta el último denario».

El rey, movido a compasión por tanto dolor -era un rey bueno-, no sólo aceptó esto,

sino que, habiendo sabido que entre las causas de la poca diligencia y de no pagar

había también enfermedades, llegó incluso a condonarle la deuda.

El súbdito se marchó contento.

Pero, saliendo de allí, encontró en el camino a otro súbdito, un pobre súbdito al que 

había prestado cien denarios tomados de los diez mil talentos que había recibido del rey.

Convencido de gozar del favor regio, creyó todo lícito,

así que cogió al infeliz por el cuello y le dijo:

«Devuélveme inmediatamente lo que me debes».

Inútil fue que el hombre, llorando, se postrase a besarle los pies gimiendo:

«Ten piedad de mí, que estoy viviendo muchas desgracias.

Ten un poco de paciencia todavía y te devolveré todo, hasta el último centavo».

El súbdito, inmisericorde, llamó a los soldados e hizo que el infeliz fuera encarcelado

para que se decidiera a pagar, so pena de perder la libertad o incluso la vida.

La cosa se vino a saber ampliamente entre los amigos del desdichado,

los cuales, llenos de tristeza, fueron a referirlo al rey y amo.

Éste, conocido el hecho, ordenó que fuera conducido a su presencia el servidor despiadado.

Mirándolo severamente, dijo:

«Siervo inicuo, te había ayudado para que te hicieras misericordioso

para que consiguieras incluso una riqueza;

luego te he ayudado condonándote la deuda

por la que tanto implorabas que tuviera paciencia.

Tú no has tenido piedad de un semejante tuyo,

mientras que yo, que soy rey había tenido mucha piedad de ti.

¿Por qué no has hecho lo que yo hice contigo?».

Y lo entregó, indignado, a los carceleros, para que lo retuvieran,

hasta que pagase todo, diciendo:

«De la misma forma que no tuvo piedad de uno que le debía muy poco,

cuando yo, que soy rey, había tenido mucha piedad de él,

de la misma forma no halle piedad en mí». 

Esto hará también mi Padre con vosotros, si sois despiadados con vuestros hermanos;

si, habiendo recibido tanto de Dios, os cargáis de culpas más que un fiel.

Recordad que tenéis más obligación de evitar el pecado que ningún otro.

Recordad que Dios os anticipa un gran tesoro, pero que quiere que le rindáis cuentas de él.

Recordad que ninguno como vosotros debe saber practicar amor y perdón.

No seáis siervos que queráis mucho para vosotros y luego no deis nada a quien os pide.

El comportamiento que tengáis será el que recibiréis.

Y se os pedirá cuenta del comportamiento de los demás que hayan sido impulsados al bien

o al mal por vuestro ejemplo.

¡Si sois santificadores, recibiréis verdaderamente una gloria grandísima en el Cielo!

Pero, de la misma forma, si sois corruptores, o simplemente holgazanes en santificar,

seréis duramente castigados.

Os lo repito: si alguno de vosotros no está dispuesto a ser víctima de su propia misión,

que se marche, pero que no falte a su misión.

Y digo: que no falte en las cosas verdaderamente nocivas para su propia formación y la de los demás.

Y sepa tener a Dios por amigo ofreciendo siempre en su corazón perdón a los débiles.

Así, Dios Padre ofrecerá el perdón a todo aquel de vosotros que sepa perdonar.

La pausa ha terminado.

Se acerca el tiempo de los Tabernáculos.

Aquellos a quienes esta mañana he hablado aparte, desde mañana irán precediéndome

y anunciándome a la gente de los respectivos lugares;

los que no vienen que no se desalienten.

Si he reservado a algunos de ellos, ha sido por motivo de prudencia y no por desprecio;

estarán conmigo, pero pronto los enviaré como ahora envío a los primeros setenta y dos.

La mies es mucha y los obreros serán siempre pocos respecto a las necesidades;

habrá, pues, trabajo para todos y ni siquiera serán suficientes.

Por tanto, sin rivalidades, rogad al Dueño de la mies

que siga mandando nuevos obreros para su cosecha.

Entretanto, marchaos.

Yo y los apóstoles, en estos días de pausa, hemos completado vuestra instrucción

acerca del trabajo que tenéis delante, repitiendo lo que Yo ya dije antes de enviar a los doce.

Uno de vosotros me ha preguntado:

“¿Cómo curaré en tu Nombre?».

Curad siempre antes el espíritu.

Prometedles a los enfermos que obtendrán el Reino de Dios si saben creer en mí,

y, vista en ellos la fe, ordenad a la enfermedad que se aleje, y se alejará.

Y haced lo mismo con los enfermos del espíritu.

Encended, antes que nada, la fe.

Comunicad, con la palabra firme, la esperanza.

Yo me agregaré depositando en ellos la divina caridad,

como la deposité en vuestros corazones después de que creísteis en Mí

y esperasteis en la misericordia.

Y no temáis ni a los hombres ni al demonio.

No os harán ningún mal.

Lo único que debéis temer es la sensualidad, la soberbia, la avaricia,

que pueden ser causa de entregaros a Satanás y a los hombres-demonio,

que también existen.

Poneos, pues, en movimiento y precededme por los caminos del Jordán.

Cuando lleguéis a Jerusalén, id al valle de Belén a reuniros con los pastores.

Y, con ellos, volved donde mí, al lugar que sabéis: celebraremos juntos la fiesta santa,

para luego regresar más confirmados que nunca a nuestro ministerio.

Idos con paz.

Os bendigo en el santo Nombre del Señor».

259 LA MUJER EN LA IGLESIA

259 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Mirando a Judas de Keriot,

la Virgen dice:

–       Hablaré con Jesús.

Si Él acepta, vendrás a mi casa.

No me preocupo del juicio del mundo.

No lesiona mi alma.

Sólo me puede causar horror ser culpable yo ante Dios.

La calumnia me deja indiferente.

De todas formas, no me calumniarán;

porque Nazaret sabe que su hija no es escándalo de su ciudad.

Además… ¡Que pase lo que pase!…

Lo que me preocupa es que te salves en tu espíritu.

Voy donde Jesús.

Queda en paz.

Se emboza en su velo, blanco como el vestido.

Y empieza a caminar ligera, por el sendero que conduce a una loma cubierta de olivos.

Busca a su Jesús.

Y lo encuentra absorto en profunda meditación.

Lo llama:

–       Hijo, soy yo…

Escucha.

Jesús sonríe feliz:

–       ¡Oh, Mamá!

¿Vienes a orar conmigo?

¡Qué alegría, qué consuelo me das!

–       ¿Qué, Hijo mío?

¿Sientes tu espíritu cansado?

¿Estás triste?

¡Díselo a tu Madre!

–      Sí, cansado, tú lo has dicho.

Y afligido.

No tanto por el cansancio y las miserias que veo en los corazones,

cuanto porque veo que mis amigos no cambian.

Pero no quiero ser injusto con ellos.

Uno sólo me produce cansancio:

Judas de Simón…

–       Hijo, vengo a hablarte de él…

–      ¿Ha hecho algo malo?

¿Te ha adolorado?

–       No.

Pero me ha causado la pena que me causaría el ver a una persona muy corrompida…

¡Pobre hijo! ¡Qué enfermo está en su espíritu!

–       ¿Sientes compasión de él?

¿Ya no te da miedo? Antes sí…

–       Hijo mío, mi compasión supera a mi miedo.

Quisiera ayudaros a Ti y a él a salvar su espíritu.

Tú lo puedes todo, no tienes necesidad de mí;

pero dices que todos deben cooperar con el Cristo en la redención…

¡Y este hijo está tan necesitado de redención!…

–       ¿Qué más debo hacer de lo que ya hago por él?

–       Tú no puedes hacer más.

Pero podrías dejarme intentarlo a mí.

Me ha rogado que le permita estar en nuestra casa;

porque le parece que así podrá liberarse de su monstruo…

Jesús nueve la cabeza negando…

¿Meneas la cabeza?

¿No quieres?

Bien, se lo diré…

–       No, Mamá.

No es que no quiera.

Meneo la cabeza porque sé que es inútil.

Judas es como uno que se está ahogando y que, a pesar de ver que se está ahogando;

rechaza por orgullo la soga que le echan para sacarlo a la orilla.

No tiene la voluntad de venir a la orilla.

De vez en cuando, sintiendo el terror de ahogarse, busca y pide ayuda, se agarra a la soga…

Pero luego por el orgullo, suelta la ayuda, la rechaza, quiere salir él solo..

Y se hace cada vez más pesado a causa del agua fangosa que traga.

Pero, para que no se diga que he dejado una posibilidad sin intentar, hágase esto también.

Pobre Mamá mía…

Sí, pobre Mamá, que te sometes por amor a un alma;

al sufrimiento de tener a tu lado a una persona…

Que te da miedo.

–       No, Jesús, no digas eso.

Soy una pobre mujer, porque todavía estoy sujeta a antipatías.

Regáñame.

Lo merezco.

No debería sentir repulsión por ninguna persona, por tu amor.

Pero ésa es mi pobreza, sólo ésa.

¡Ah, si pudiera devolverte a Judas espiritualmente curado!

Darte un alma es darte un tesoro.

y quien da un tesoro no es pobre. ¡Hijo!…

¡Voy y le digo a Judas que das tu consentimiento!

Dijiste: «Día llegará en que dirás: “¡Qué difícil es ser la Madre del Redentor!».

Ya lo he dicho una vez… por Áglae…

Pero, ¿Qué es una vez!

¡La Humanidad son muchos!…

Y Tú eres Redentor de todos.

¡Hijo!… ¡Hijo!…

De la misma forma que te llevé a la pequeñuela en mis brazos, para que la bendijeras,

deja que te traiga en mis brazos a Judas, para que lo bendigas…

–       Mamá…

Mamá… Judas no te merece.

–       Jesús mío,

cuando no te decidías a entregar a Margziam a Pedro, te dije que sería un bien para él.

No puedes decir que Pedro no se haya renovado desde ese momento…

Déjame ocuparme de Judas.

–      De acuerdo.

Hágase como deseas.

¡Bendita seas, por tu intención amorosa por Mí,

y por Judas!

Ahora vamos a orar juntos, Mamá.

¡Es tan dulce orar contigo!…

Y los dos oran juntos.

Horas más tarde…

Acaba de empezar el alba cuando salen de la casa en que se habían hospedado.

Juan de Endor y Hermasteo se despiden de Jesús nada más llegar al camino.

María por su parte, con las mujeres, prosigue junto con su Hijo

por un camino que se abre paso entre los olivares de las colinas.

Van hablando también de los hechos de ese día.

Pedro dice:

–      ¡Qué loco ese Felipe!

¡A punto de repudiar a su mujer y a su hija, si no te hubieras metido a hacerlo razonar!

Tomás agrega.

–       Esperemos que le dure el arrepentimiento de ahora.

Y que no le dé enseguida de nuevo la locura de la aversión hacia las mujeres.

En el fondo, si el mundo va adelante, es por las mujeres.

Y muchos se echan a reír por la ocurrencia.

Bartolomé responde:

–       Cierto.

Es verdad.

Pero su condición impura es mayor que la nuestra y…

Tomás argumenta:

–      ¡Vamos hombre!

¡Si nos referimos a impureza!…

Nosotros tampoco somos ángeles.

Lo que quisiera saber es si después de la Redención, seguirá siendo así para la mujer.

Nos enseñan a honrar a nuestra madre,

a tener el máximo respeto para con nuestras hermanas

las hijas, las tías, las nueras, las cuñadas…

Y luego…

¡Anatemas a diestra y siniestra!

En el Templo no; estar con ellas muchas veces, no…

¿Qué pecó Eva?

De acuerdo.

También pecó Adán.

Dios dio a Eva su castigo y bastante severo.

¿No es suficiente?

Bartolomé:

–       Pero Tomás,

Si hasta Moisés la considera impura.

–       Moisés, que si no hubiera sido por las mujeres se hubiera ahogado…

Mira, escúchame un momento por favor, Bartolomé

Te recuerdo, a pesar de no ser docto como tú sino sólo un orfebre;

que Moisés cita las impurezas físicas de la mujer para que la respetemos;

no para condenarla.

La discusión se incrementa.

Jesús, que va adelante precisamente con las mujeres, con Juan y Judas, se detiene.

Se vuelve e interviene:

–       Dios tenía ante sí un pueblo moral y espiritualmente deforme;

contaminado por sus contactos con idólatras.

Quería convertirlo en un pueblo fuerte en lo físico y espiritual.

Dio como preceptos las normas saludables para la fortaleza física

y para la honestidad de costumbres.

No podía hacer otra cosa para frenar la concupiscencia del varón

para que los pecados por que fue sumergida la tierra

y fueron quemadas Sodoma y Gomorra no se repitieran.

En el futuro, la mujer redimida no vivirá esta opresión que vive ahora.

Seguirán existiendo las prohibiciones dictadas por la prudencia física;

pero los obstáculos que encuentra para acercarse al Señor quedarán eliminados.

Yo ya los elimino, para preparar a las primeras sacerdotisas del tiempo futuro.

Felipe está atónito y pregunta:

–       ¿Pero habrá mujeres sacerdotes!?

–       No me entendáis mal.

No serán sacerdotisas como los hombres.

No consagrarán, no administrarán los dones de Dios:

los Sacramentos que por ahora no podéis conocer

pero sí pertenecerán lo mismo a la clase sacerdotal,

cooperando con los sacerdotes de muchas maneras para el bien de las almas.

Bartolomé pregunta, incrédulo

–       ¿Van a predicar?

–       Como ya predica mi Madre.

Mateo inquiere:

–       ¿Van a hacer peregrinajes apostólicos?

–       Sí.

Y llevarán la Fe muy lejos.

Tengo que decirlo:

Lo harán con más heroísmo que los hombres.

Judas, riendo con cierta sorna,

dice:

–       ¿Van a hacer milagros?

–      Alguna hará también milagros.

SOR MARIA DE JESUS DE ÁGREDA, oraba y ayunaba. Y desde su celda EN ESPAÑA le decía a Jesús: «Señor, ayer el jefe de los sioux nos torturó hasta matarnos; ¿Crees que ahora sí se den por vencidos y accedan a escucharnos? Hoy que regresemos dices que también estaremos con los cherokees y los cheyennes; entonces  también el Espíritu Santo tendrá que multiplicar los rosarios, porque ya aumentaron las mujeres que me están enseñando a bordar, mientras rezamos…»

De todas formas, no os baséis en los milagros como si fuera lo esencial.

Las mujeres santas harán también muchos milagros de conversiones, con la Oración.

Nathanael:

–       ¡Mmm…!

Las mujeres rezar hasta el punto de hacer milagros!

–      No seas cerrado, como un escriba, Bartolomé.

¿Qué concepto tienes de la Oración?

–      Dirigirse a Dios con las fórmulas que sabemos.

–      Es eso y más.

La Oración es la conversación del corazón con Dios.

Y debería ser el estado habitual del hombre

La mujer, por su vida más retirada que la nuestra

y porque tiene una facultad afectiva más fuerte que la nuestra,

tiene más predisposición que nosotros para esta conversación con Dios.

En ella encuentra consuelo de sus dolores, alivio de sus fatigas,

que no son sólo las de la casa y las de engendrar,

sino también el soportarnos a nosotros los hombres;

encuentra aquello que enjuga sus lágrimas y devuelve la sonrisa a su corazón.

Porque la mujer sabe hablar con Dios.

Y sabrá hacerlo todavía mejor en el futuro.

Los hombres serán los gigantes de la doctrina;

las mujeres serán siempre las que con su Oración sostengan a los gigantes y al mundo.

Porque, efectivamente,

por sus oraciones se evitarán muchas desventuras

y muchos castigos quedarán suspendidos.

Así pues, harán milagros, por lo general invisibles, conocidos sólo por Dios,

pero no por ello irreales.

Tadeo dice:

–       También Tú hoy has hecho un milagro invisible, pero real.

¿No es verdad, Maestro?

–       Sí, hermano.

Felipe observa:

–      Mejor hubiera sido hacerlo visible.

–      ¿Querías que transformara a la pequeña en un niño?

El milagro en realidad es una alteración del destino de las cosas,

por tanto es un benéfico desorden,

que Dios concede para complacer la oración del hombre

y mostrarle así que lo ama

O para persuadir de que Él es el que ES.

Pero, dado que Dios es orden, no viola de forma exagerada el orden.

La niña ha nacido mujer y mujer seguirá siendo.

La Virgen. suspira:

–       ¡Me sentía muy apenada esta mañana!

Susana pregunta:

–      ¿Por qué?

La niña despreciada no era tuya.

Y añade:

–      Yo, cuando veo alguna desgracia en un niño, digo:

«¡Menos mal que no tengo niños!»

–      No digas eso, Susana

Eso no es caridad.

También yo podría decirlo, porque mi única Maternidad ha trascendido las leyes naturales.

Pero no lo digo, porque siempre pienso:

«Si Dios no hubiera querido que fuera virgen,

quizás esa semilla habría caído en mí y sería la madre de ese infeliz»

Y así tengo compasión de todos…

Porque digo: «Podría haber sido hijo mío»,

Y como madre, querría que todos fueran buenos, que estuvieran sanos, que fueran amados

y merecedores de amor, porque eso es lo que desean las madres para sus hijos

Responde dulcemente María.

Y Jesús la mira con unos ojos tan radiantes, que parece vestirla de luz.

Judas dice en voz baja:

–       Por eso tienes compasión de mí…

–      De todos.

Aunque se tratara del asesino de mi Hijo,

porque pienso que sería el más necesitado de perdón…

Y de amor.

Porque, sin duda, todos lo odiarían.

Pedro dice:

–       Mujer,

tendrías que empeñarte mucho en defenderlo, para darle tiempo de convertirse…

Yo sería el primero en quitarlo de en medio…

Jesús concluye:

–       Hemos llegado al lugar de la despedida.

Madre, Dios sea contigo.

Y contigo, María.

También contigo, Judas.

Se besan.

Jesús añade:

–      Recuerda que te he concedido una cosa muy grande, Judas.

Haz que sea un bien para ti y no un mal.

Adiós.

Y Jesús con los once restantes y Susana, se van ligeros hacia oriente.

Mientras María, la cuñada de María y el Iscariote siguen recto.

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Las monjas que intercedieron para salvar al Papa…

168 LA HORA DEL INCIENSO

  1. 169 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Pedro entra en el recinto del Templo, en funciones de padre, con aspecto verdaderamente solemne; lleva de la mano a Yabés.

Camina con tanta gallardía, que hasta parece más alto.

Detrás en grupo, todos los demás.

Jesús va el último, ocupado en una animada conversación con Juan de Endor, al cual parece que le da vergüenza entrar en el Templo.

Pedro pregunta a su pupilo:

–     ¿Has venido aquí alguna vez?

–     Cuando nací, padre.

Pero no me acuerdo – lo cual hace reír de satisfacción a Pedro,

que repite la respuesta a los compañeros y éstos se echan a reír también.

Y dicen, con bondad y perspicacia:

–     Quizás es que dormías y por eso…

–    Estamos todos como tú.

–    No nos acordamos de cuando vinimos aquí recién nacidos».

Igualmente hace Jesús con su protegido.

Y recibe una respuesta análoga (poco más o menos).

Juan de Endor en efecto,

dice:

–     Éramos prosélitos.

Vine en brazos de mi madre, precisamente en una Pascua, porque nací a principios de Adar.

Mi madre era de Judea.

Se puso en viaje en cuanto pudo, para ofrecer dentro del tiempo establecido a su hijo varón al Señor…

Quizás demasiado prematuramente…

De hecho, enfermó y no volvió a recuperar la salud.

Yo tenía menos de dos años cuando me quedé sin madre; fue la primera desventura de mi vida.

Pero, siendo su primogénito – unigénito, por su enfermedad -, se sentía orgullosa de morir por haber obedecido a la Ley.

Mi padre me decía: «Ha muerto contenta por haberte ofrecido al Templo»…

¡Pobre madre mía! ¿Qué ofreciste?: un futuro asesino…

–     Juan, no digas eso.

Entonces eras Félix, ahora eres Juan. Ten siempre presente la gran gracia que Dios te ha donado, eso sí.

Pero que no te desaliente ya más lo que fuiste… -¿No volviste ninguna vez al Templo?

–     ¡Sí, sí, a los doce años!

Y, a partir de entonces, siempre. Mientras… mientras pude hacerlo… Después, aun pudiendo venir, ya no volví, porque…

Bueno, ya te he dicho cuál era mi único culto: el Odio.

Incluso por este motivo no me atrevo a entrar aquí.

Me siento extranjero en la Casa del Padre…

Lo he abandonado durante demasiado tiempo…

–     Tú vuelves al Templo de mi mano.

Y Soy el Hijo del Padre; si Yo te conduzco ante el altar es porque sé que todo está perdonado.

Juan de Endor siente una brusca convulsión de llanto,

y dice:

–     Gracias, Dios mío.

–     Sí, da gracias al Altísimo.

¿Ves cómo tu madre, una verdadera israelita, tenía espíritu profético?

Eres el varón consagrado al Señor y que no será rescatado.

Eres mío, eres de Dios, discípulo y por tanto, futuro sacerdote de tu Señor en la nueva era y religión,

que de Mí recibirán el nombre.

Yo te absuelvo de todo, Juan.

Camina sereno hacia el Santo.

En verdad te digo que entre los que viven en este recinto, hay muchos más culpables que tú, más indignos que tú, de acercarse al altar…

Pedro entretanto, se las ingenia para explicarle al niño las cosas más dignas de relieve en el Templo.

Y pide ayuda a los otros más cultos, especialmente a Bartolomé y a Simón,

porque siendo ancianos, se encuentra a gusto con ellos en su papel de padre.

En esto, estän ya ante el gazofilacio para hacer las ofrendas, cuando los llama José de Arimatea.

Después de los recíprocos saludos, 

José pregunta: 

–     ¿Estáis aquí?

¿Cuándo habéis llegado? 

–     Ayer por la tarde.

–     ¿Y el Maestro?

–     Está allí…

Con un discípulo nuevo. Ahora vendrá.

José mira al niño y le pregunta a Pedro:

–     ¿Un sobrinito tuyo?

–     No… sí.

Bueno, quiero decir que, nada en cuanto a la sangre mucho en cuanto a la fe, todo en cuanto al amor.

–     No te comprendo…

–     Un huerfanito…

Por tanto, nada en cuanto a la sangre.

Un discípulo… por tanto, mucho en cuanto a la fe.

Un hijo… por tanto, todo en cuanto al amor.

El Maestro lo ha recogido… y yo le doy mi cariño.

Debe alcanzar la mayoría de edad en estos días…

–     ¿Tan pequeño y ya doce años?

–     Es que…

Bueno, ya te lo contará el Maestro… José, tú eres bueno, uno de los pocos buenos que hay aquí dentro…

Dime, ¿Estarías dispuesto a ayudarme en esta cuestión? Ya sabes…

Lo presento come si fuera mi hijo, pero soy galileo y tengo una fea lepra…  

José se aterroriza separándose.

Y exclama preguuntando: 

–     ¡¿Lepra?! 

Pedro lo tranquiliza: 

–     ¡No tengas miedo!…

Mi lepra es la de ser de Jesús:

la más odiosa para los del Templo, salvo pocas excepciones.

–     ¡No, hombre, no!

]No digas eso!

–     Es la verdad y hay que decirla…

Por tanto, temo que se comporten cruelmente con el pequeño por causa mía y de Jesús.

Además, no sé qué conocimientos tendrá de la Ley, la Halasia, la Haggada y los Midrasiots.

Jesús dice que sabe mucho…

–    ¡Bueno, pues si lo dice Jesús, entonces no tengas miedo!

–     Aquéllos… con tal de amargarme…

–     ¿Quieres mucho a este niño, ¿eh!?

¿Lo llevas siempre contigo?

–     ¡No puedo!…

Yo estoy siempre en camino; él es pequeño y frágil…  

Yabé dice: 

–     Pero iría contigo con gusto…

Que, con las caricias de José, está más tranquilo.

Pedro rebosa de alegría…

Pero añade:

–     El Maestro dice que no se debe…

Y no lo haremos. De todas formas, nos veremos… José, ¿Me vas a ayudar?

–     ¡Claro, hombre!

Estaré contigo. Delante de mí no harán injusticias. ¿Cuándo?

José ve llegar a Jesús…

Y exclama: 

 –   ¡Oh, Maestro!

¡Dame tu bendición!

–     Paz a ti, José.

Me alegro de verte. Y además, saludable.

–     También yo, Maestro.

Los amigos se alegrarán de verte. ¿Estás en Getsemaní?

–     Estaba.

Después de la oración voy a Betania.

–     ¿A casa de Lázaro?

–     No, donde Simón.

Tengo también allí a mi Madre, a la madre de mis hermanos y a la de Juan y Santiago.

¿Irás a verme?

–     ¿Lo preguntas?

Será una gran alegría y un gran honor.

Te lo agradezco. Iré con muchos amigos…  

Simón Zelote aconseja: 

–     ¡Prudente José, con los amigos!… 

–     ¡No, hombre… ya los conocéis!

Es verdad que la prudencia dice: “Que no oiga el aire».

Pero, cuando los veáis, comprenderéis que son amigos.

–     Entonces…

–     Maestro…

Simón de Jonás me estaba hablando de la ceremonia del niño.

Has llegado cuando estaba preguntando cuándo pensáis llevarla a cabo.

Quiero estar presente también yo.

–     El miércoles que precede a la Pascua.

Quiero que celebre su Pascua, ya como hijo de la Ley.

–     Muy bien.

Comprendido. Iré a recogeros a Betania.

Pero antes el lunes, iré con los amigos.

–     De acuerdo, no se hable más.

–     Maestro, te dejo.

La paz sea contigo. Es la hora del incienso.

–     Adiós, José.

La paz sea contigo.

Ven Yabé, que es la hora más solemne del día.

Hay otra análoga por la mañana, pero ésta es todavía más solemne.

El día empieza con la mañana:

justo es que el hombre bendiga al Señor para que el Señor lo bendiga durante todo el día en todas sus obras.

Pero al atardecer es aún más solemne: declina la luz, cesa el trabajo, llega la noche.

La luz que declina recuerda la caída en el mal.

Y verdaderamente las acciones de pecado se producen generalmente por la noche.

¿Por qué?

Porque el hombre ya no está ocupado en el trabajo y más fácilmente se ve envuelto por el Maligno,

que proyecta sus propuestas y pesadillas.

Bueno es por tanto, después de haberle agradecido a Dios su protección durante el día,

elevarle nuestra súplica para que se alejen de nosotros los fantasmas de la noche y las tentaciones.

La noche con su sueño, símbolo de la muerte…

Dichosos aquellos que, habiendo vivido con la bendición del Señor se duermen no en las tinieblas, sino en una fúlgida aurora.

El sacerdote ofrece el incienso por todos nosotros, ora por todo el pueblo, en comunión con Dios.

Y Dios le confía su bendición para que la imparta al pueblo de sus hijos.

¿Te das cuenta de lo grande que es el ministerio del sacerdote?

–     Yo quisiera… Me sentiría todavía más cerca de mi madre…

–     Si eres siempre un buen discípulo e hijo de Pedro, lo serás.

Mas ahora ven.

Mira, las trompetas anuncian que ha llegado la hora.

Vamos con veneración a alabar a Yeohveh.

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127 FORJANDO SACERDOTES

127 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Las barcas de Pedro y Juan surcan las aguas serenas del lago. Van seguidas por  todas las embarcaciones de las orillas de Tiberíades.

Son muchísimas las barcas que van y vienen, tratando de alcanzar o pasar a la barca de Jesús para volverse a poner luego detrás.

Ruegos, súplicas, clamor, peticiones… se entrecruzan sobre las azules olas.

Jesús, que lleva en su barca a María y a su tía, la madre de Santiago y Tadeo, mientras que en la otra barca están María Salomé con su hijo Juan y Susana, promete, responde, bendice… incansablemente.

«Volveré, sí, os lo prometo.

Sed buenos. Recordad mis palabras para unirlas a las que en otro momento os diré. La separación será breve. No seáis egoístas, he venido también para los otros. ¡Calma, calma, que os vais a hacer daño!

Sí, oraré por vosotros, siempre me tendréis a vuestro lado. El Señor sea con vosotros. Sí, me acordaré de tus lágrimas; serás consolado. Ten esperanza, ten fe».

Así, avanzando, bendiciendo, prometiendo, la barca llega a la orilla a un poblado minúsculo: con un puñado de casas, pobres, casi abandonadas.

Jesús y los suyos ponen pie en tierra. Las barcas regresan guiadas por los peones y por Zebedeo.

Las otras hacen lo mismo, aunque muchos de los que venían bajan y quieren a toda costa seguir a Jesús; entre éstos está Isaac con los dos que le han sido confiados: José de Emáus y el arquisinagogo Timoneo.

Hay mucha gente de todas las edades.

Jesús llega al camino principal, se detiene.

Y dice:

–     Separémonos ahora.

Madre, tú con María y Salomé marchad a Nazaret. Susana puede volver a Caná. Regresaré pronto.

Ya sabéis lo que hay que hacer. ¡Que Dios sea con vosotras!

Y de su Madre se despide de forma especial, con una sonrisa plena; luego vuelve a sonreír cuando María, dando ejemplo a las otras, se arrodilla para que Jesús la bendiga.

Las mujeres que van con Alfeo de Sara y con Simón se ponen en camino hacia sus ciudades.

Jesús se vuelve hacia los restantes:

–  Os dejo. No es que os despida.

Os dejo sólo un tiempo. Me retiro con éstos a aquellos desfiladeros que veis allá. Quien me quiera esperar que se quede en esta llanura; el que no, que vuelva a su casa.

Me retiro a orar porque es la vigilia de grandes cosas. Quien ama la causa del Padre que ore unido en espíritu a mí. La paz sea con vosotros, hijos.

Isaac, ya sabes lo que debes hacer. Te bendigo, pequeño pastor.

Jesús sonríe al enjuto Isaac, ahora pastor de hombres reagrupados en torno a él.

Jesús se echa a andar dando las espaldas al lago, dirigiéndose con decisión hacia uno de los desfiladeros que hay entre las colinas que van en líneas, casi paralelas, desde el lago hacia el Oeste.

Entre las dos colinas rocosas, escabrosas, abiertas a pico como un fiordo, desciende, con no poco ruido, un torrentillo espumoso;

hacia arriba, el monte agreste, con míseras plantas que crecen en todas las direcciones  como pueden, entre piedra y piedra.

Un sendero de cabras que acomete la colina más abrupta; es precisamente el que toma Jesús.

Los discípulos le siguen fatigosamente, en fila india, en el más absoluto de los silencios.

Sólo cuando Jesús se detiene para que recuperen el aliento, en un lugar un poco más ancho, de este sendero que asemeja a un arañazo en la riscosa ladera intransitable.

Se miran entre sí, aunque sin hablarse.

Sus miradas dicen: « ¿Y a dónde nos lleva?».

Pero no hablan, sólo se miran y cada vez con más desconsuelo, a medida que ven que Jesús reemprende una y otra vez la marcha por la agreste garganta, llena de cuevas.

De resquebrajaduras en las peñas, de rocas por las que es difícil andar, porque además hay espinos y muchas matas en que se enzarzan los pies…

Y que aferran los vestidos por todas partes, arañan y dan en la cara.

Incluso los más jóvenes, con pesados fardos a las espaldas, han perdido el buen humor.

Finalmente Jesús se para y dice:

–      Aquí nos vamos a quedar una semana en Oración…

Para prepararos a algo muy importante.

Por eso he deseado un lugar como éste, aislado, desierto, lejos de todo tránsito de caravanas y de todo lugar habitado.

Aquí hay cuevas ya utilizadas otras veces por otros hombres; nos servirán también a nosotros.

Aquí hay agua fresca y abundante, aunque el terreno sea seco.

Tenemos pan y comida suficiente para el tiempo que vamos a estar.

Los que el año pasado estuvieron conmigo en el desierto saben cómo viví Yo; esto es un palacio respecto a aquel lugar.

Y además la estación, ya agradable, nos ahorrará las inclemencias del hielo y del sol.

Tened buen ánimo, pues.

Quizás no volvamos a estar así, todos juntos y solos.

Este tiempo que vamos a pasar aquí debe uniros, haciendo de vosotros no ya doce hombres sino una sola institución.

–     ¿No decís nada? ¿No me preguntáis nada?

Colocad en esa peña los pesos que lleváis y despeñad ese otro peso que tenéis en el corazón: vuestra humanidad.

Os he traído aquí para hablaros al espíritu, para nutriros el espíritu, para haceros espíritu.

No diré muchas palabras; ¡Muchas os he dicho ya en aproximadamente un año que llevo con vosotros! Ahora ya basta.

Si tuviera que cambiaros con la palabra debería teneros diez, cien años y aun así seríais siempre imperfectos.

Ha llegado el momento de que haga uso de vosotros, pero para ello os debo formar.

Recurro a la medicina de la Oración, que es el arma por antonomasia.

Siempre he orado por vosotros, ahora quiero que seáis vosotros mismos quienes oréis.

Todavía no os enseño mi oración, pero sí os doy a conocer ya el modo de orar y lo que es la oración:

Coloquio de hijos con su Padre, de espíritus a Espíritu, abierto, cálido, confidencial, recogido, franco.

La Oración lo es todo: confesión, conocimiento de nosotros mismos, llanto por nosotros mismos, promesa a nosotros mismos y a Dios, petición a Dios; todo hecho a los pies del Padre.

No puede hacerse en medio del bullicio, entre distracciones, a menos que se sea un coloso en la oración.

Y aun así, incluso los colosos se resienten de este choque y ruido del mundo en sus horas de oración.

EN NUESTRAS RODILLAS ESTÁ EL PODER. 16. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.

Vosotros no sois colosos, sois pigmeos; sois sólo párvulos en el espíritu, parvos del espíritu.

Aquí alcanzaréis la edad de la razón espiritual. Lo demás vendrá después.

Por la mañana temprano, a la meridiana y al atardecer, nos reuniremos para orar juntos, con las antiguas palabras de Israel. 

Y para partir el pan.

Luego cada uno volverá a su cueva y estará en presencia de Dios y de su alma.

En presencia de cuanto os he dicho acerca de vuestra misión y en presencia de vuestras capacidades.

Medíos, escuchad, decidid. Esta será la última vez que os lo diga.

Luego tendréis que ser perfectos, hasta donde podéis, sin cansancio ni humanidad.

Luego ya no seréis Simón de Jonás o Judas de Simón, ni Andrés o Juan, Mateo o Tomás, sino que seréis mis ministros.

Marchad. Cada uno solo.

Yo estaré en aquella cueva, siempre presente.

No vengáis sin serio motivo.

Tenéis que aprender a valeros por vosotros mismos y a estar solos.

Porque, en verdad os digo que hace un año estábamos para conocernos y dentro de dos estaremos para dejarnos.

¡Ay de vosotros y ay de Mí, si no hubierais aprendido a valeros por vosotros mismos!

Dios sea con vosotros.

Judas, Juan, llevad a mi cueva, a aquélla, las provisiones; deben durar, así que las distribuiré Yo.  

Alguien objeta:

–     ¡Serán pocas!… 

–     Lo suficiente para no morir.

El vientre demasiado sacio carga el espíritu. Yo deseo elevaros, que no haceros lastre.

30 SANTIDAD DEL SACERDOCIO

30 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Visita de Zacarías

La santidad de José y la obediencia a los sacerdotes. 

Veo la larga sala donde presencié el encuentro de los Magos con Jesús y su acto de adoración.

Comprendo que me encuentro en la casa hospitalaria que ha acogido a la Sagrada Familia.

Asisto a la llegada de Zacarías. Isabel no está.

La dueña de la casa sale presurosa, por la terraza que circunda la casa, al encuentro del huésped que está llegando…

Le acompaña hasta una puerta y llama; luego, discreta, se retira.

José abre y, al ver a Zacarías, exulta de júbilo.

Lo pasa a una habitacioncita pequeña, de las dimensiones de un pasillo. 

José dice:

–    María está dándole la leche al Niño.

Espera un poco. Siéntate, que estarás cansado.

Y le deja sitio en su recostadero, sentándose a su lado.

Oigo que José pregunta por el pequeño Juan,

y que Zacarías responde:

–    Crece vigoroso como un potrillo.

De todas formas, ahora está sufriendo un poco por los dientes. Por eso no hemos querido traerlo. Hace mucho frío.

Así que tampoco ha venido Isabel. No podía dejarlo sin la leche.

Lo ha sentido mucho; pero, ¡Está siendo una estación tan fría…!

–     Sí, efectivamente, muy fría.

–    Me dijo el hombre que me enviasteis que cuando nació el Niño estabais sin casa.

¡Lo que habréis tenido que pasar!…

–    Sí, verdaderamente lo hemos pasado muy mal…

Pero era mayor el miedo que la precariedad en que nos encontrábamos. Teníamos miedo de que esta precariedad le pudiera perjudicar al Niño.

Y los primeros días tuvimos que pasarlos allí.

A nosotros no nos faltaba nada, porque los pastores habían transmitido la buena nueva a los betlemitas y muchos vinieron con dones.

Pero faltaba una casa, faltaba una habitación resguardada, un lecho…

Y Jesús lloraba mucho, especialmente por la noche, por el viento que entraba por todas partes.

Yo encendía un poco de fuego, pero poco, porque el humo le hacía toser al Niño… y así el frío seguía.

Dos animales calientan poco, ¡Y menos todavía en un sitio donde el aire entra por todas partes!

Faltaba agua caliente para lavarlo, faltaba ropa seca para cambiarlo… ¡Oh! ¡Ha sufrido mucho! Y María sufría al verlo sufrir.

¡Sufría yo… conque te puedes hacer una idea Ella, que es su Madre!

Le daba leche y lágrimas, leche y amor… Ahora aquí estamos mejor.

Yo había hecho una cuna muy cómoda y María había puesto un colchoncito blando. ¡Pero la tenemos en Nazaret! ¡Ah, si hubiera nacido allí, habría sido distinto!.

– Pero el Cristo tenía que nacer en Belén.

Así estaba profetizado.

María ha oído que hablaban y entra. Está toda vestida de lana blanca. Ya no lleva el vestido oscuro que tenía durante el viaje y en la gruta.

Con este de ahora está enteramente blanca, como ya la he visto otras veces; no lleva nada en la cabeza.

En sus brazos sí, a Jesús, que está durmiendo, satisfecho de leche, envuelto en sus blancos pañales.

Zacarías se levanta reverente y se inclina con veneración.

Luego se acerca y mira a Jesús dando señales de un grandísimo respeto.

Está inclinado, no tanto para verlo mejor, cuanto para rendirle homenaje.

María se lo ofrece.

Zacarías lo toma con tal adoración que parece como si estuviera elevan do un ostensorio.

Efectivamente, está cogiendo en brazos la Hostia,

la Hostia ya ofrecida, que será inmolada sólo cuando se haya dado a los hombres como alimento de amor y de redención.

Zacarías devuelve Jesús a María.

Se sientan.

Zacarías refiere de nuevo — esta vez a María — el motivo por el cual Isabel no ha venido, y cómo ello la ha apenado.

–     Durante estos meses ha estado preparando ropa para tu bendito Hijo.

Te lo he traído. Está abajo, en el carro».

Se levanta y va afuera. Vuelve con un paquete voluminoso y con otro más pequeño.

De uno y de otro — José enseguida lo ha liberado del grande — saca inmediatamente los presentes:

Una suave colcha de lana tejida a mano, pañales y vestiditos.

Del otro, miel, harina blanquísima, mantequilla y manzanas, para María. Y tortas amasadas y cocidas por Isabel.

Y muchas otras cositas que manifiestan el afecto maternal de la agradecida prima hacia la joven Madre.

María dice:  

–     Le dirás a Isabel que le quedo agradecida, como también a ti.

Me habría gustado mucho verla, pero comprendo las razones. También me hubiera gustado ver de nuevo al pequeño Juan…

–     Lo veréis para la primavera.

Vendremos a veros. 

José dice:

–     Nazaret está demasiado lejos.

–    ¿Nazaret?

Pero si debéis quedaros aquí. El Mesías debe crecer en Belén. Es la ciudad de David.

El Altísimo lo ha traído, a través de la voluntad de César, a nacer en la tierra de David, la tierra santa de Judea.

¿Por qué llevarlo a Nazaret? Ya sabéis qué es lo que piensan los judíos de los nazarenos.

El día de mañana este Niño deberá ser el Salvador de su pueblo. La capital no debe despreciar a su Rey por el hecho de despreciar a su ciudad de procedencia.

Vosotros sabéis como yo, lo insidioso que es en sus razonamientos el Sanedrín y lo desdeñosas que son las tres castas principales…

Además aquí, no lejos de mí, podré ayudaros bastante,

Y podré poner todo lo que tengo, no tanto de cosas materiales cuanto de dones morales, al servicio de este Recién Nacido.

Y cuando esté en edad de entender me sentiré dichoso de ser maestro suyo, como de mi hijo; para que así, incluso, cuando sea mayor, me bendiga.

Tenemos que pensar en el gran destino suyo, y que, por tanto, debe poderse presentar al mundo con todas las cartas para poder ganar fácilmente su partida.

Está claro que Él poseerá la Sabiduría, pero el solo hecho de que haya tenido a un sacerdote por maestro, le hará más acepto a los difíciles fariseos y a los escribas,

Y le facilitará la misión.  

María mira a José, José mira a María.

Por encima de la cabeza inocente del Niño, que duerme rosado y ajeno a lo que le rodea, se entreteje un mudo intercambio de preguntas.

Son preguntas veladas de tristeza.

María piensa en su casita; José, en su trabajo. Aquí habría que partir de cero, en un lugar en que, apenas unos días antes, nadie los conocía.

En este lugar no hay ninguna de esas cosas amadas dejadas allí, y que habían sido preparadas para el Niño con gran amor.

Y María lo dice:

–     ¿Cómo hacemos?

Allí hemos dejado todo. José ha trabajado para mi Jesús sin ahorrar esfuerzo ni dinero.

Ha trabajado de noche, para trabajar durante el día para los demás,

y ganar así lo necesario para poder comprar las maderas más bonitas, la lana más esponjosa, el lino más cándido, para preparar todo para Jesús.

Ha hecho colmenas, ha trabajado hasta de albañil para darle otra distribución a la casa, de forma que la cuna pudiera estar en mi habitación hasta que Jesús fuese más grande,

y que luego pudiese dar espacio a la cama; porque Jesús estará conmigo hasta que sea un jovencito.

Zacarías pontifica: 

–     José puede ir a recoger lo que habéis dejado.

–    ¿Y dónde lo metemos?

Como tú sabes, Zacarías, nosotros somos pobres. No tenemos más que el trabajo y la casa.

Y ambos nos dan para tirar adelante sin pasar hambre.

Pero aquí… trabajo encontraremos, quizás, pero tendremos que pensar de todas formas en una casa.

Esta buena mujer no nos puede hospedar permanentemente, y yo no puedo sacrificar a José más de lo que ya lo está por mí. 

José dice: 

–   ¡Oh, yo!

¡Por mí no es nada! Me preocupa el dolor de María, el dolor de no vivir en su casa…

Le brotan a María dos lagrimones.

–     Yo creo que debe amar esa casa como el Paraíso, por el prodigio; que allí tuvo lugar en Ella…

Hablo poco, pero entiendo mucho.

Si no fuera por este motivo, no me sentiría afligido.

A fin de cuentas, lo único es que trabajaré el doble, pero soy fuerte y joven como para trabajar el doble de lo acostumbrado y cubrir todas las necesidades.

Si María no sufre demasiado… si tú dices que se debe hacer así… por mí… aquí estoy.

Haré lo que estiméis más justo. Basta con que le sea útil a Jesús.

–     Ciertamente será útil.

Pensad en ello y veréis los motivos.  

María objeta: 

–     Se dice también que el Mesías será llamado Nazareno…

–    Cierto.

Pero, al menos hasta que se haga adulto, haced que crezca en Judea.

Dice el Profeta: «Y tú, Belén Efratá, serás la más grande, porque de ti saldrá el Salvador».

No habla de Nazaret. Quizás ese apelativo se le dará por un motivo que desconocemos. Pero su tierra es ésta.

–     Tú lo dices, sacerdote, y nosotros…

Y nosotros con dolor te escuchamos… y seguimos tu consejo. 

María se lamenta:  

–     ¡Y qué dolor!… ¿Cuándo veré aquella casa donde fui Madre?- María llora quedo.

Y yo entiendo este llanto suyo… ¡Vaya que si lo entiendo!

La visión me termina con este llanto de María.  

Dice María:

Sé que comprendes mi llanto. De todas formas, me verás llorar más intensamente.

Por el momento voy a aliviar tu espíritu mostrándote la santidad de José,

que era hombre, o sea, que no tenía más ayuda de su espíritu que su santidad.

Yo, en mi condición de Inmaculada, tenía todos los dones de Dios; no sabía que lo era, pero en mi alma éstos eran activos y me daban fuerza espiritual.

Él, sin embargo, no era inmaculado.

La humanidad estaba en él con todo su peso gravoso…

Y debía elevarse hacia la perfección con todo ese peso,

a costa del esfuerzo continuo de todas sus facultades por querer alcanzar la perfección y ser agradable a Dios.

¡Oh, sí, verdaderamente santo era mi esposo! Santo en todo, incluso en las cosas más humildes de la vida:  

santo por su castidad de ángel, santo por su honestidad de hombre, santo por su paciencia, por su laboriosidad, por su serenidad siempre igual, por su modestia, por todo.

Esa santidad brilla también en este hecho acaecido. 

Un sacerdote le dice:

«Conviene que te establezcas aquí»; y él, aun sabiendo que su decisión le acarreará el tener que trabajar mucho más, dice:

«Por mí no es nada. Lo que me preocupa es el sufrimiento de María.

Si no fuera por esto, yo, por mí, no me afligiría; es suficiente con que le sea útil a Jesús».

Jesús, María: sus angélicos amores. Mi santo esposo no tuvo otro amor en este mundo… y se hizo a sí mismo siervo de este amor.

Lo han hecho protector de las familias cristianas, de los trabajadores, de muchas otras categorías (moribundos, esposos…); pues bien, a mayor razón, debería hacérsele protector de los consagrados.

Entre los consagrados de este mundo al servicio de Dios, quienquiera que sea, ¿Habrá alguno que se haya ofrecido como él al servicio de su Dios, aceptando todo,

renunciando a todo, soportándolo todo, llevando todo a cabo con prontitud, con espíritu gozoso, con constancia de ánimo como él?

No, no lo hay.

Y observa otra cosa; o mejor, dos:   

Zacarías es un sacerdote; José, no.

Y, sin embargo, observa cómo él, que no lo es, tiene su espíritu en el Cielo más que quien lo es.

Zacarías piensa humanamente…

Y humanamente interpreta las Escrituras, porque — no es la primera vez que lo hace — se deja guiar demasiado por su buen sentido humano.

Ya fue castigado por ello, pero vuelve a caer en lo mismo, aunque menos gravemente.

Ya respecto al nacimiento de Juan había dicho:

«¿Cómo podrá ser esto, si yo soy viejo y mi mujer estéril?».

Ahora dice: «Para allanarse el camino, el Cristo debe crecer aquí»;

y piensa — con esa pequeña raíz de orgullo que persiste incluso en los mejores, que él le puede ser útil a Jesús.

No útil como quiere serlo José (sirviéndole),

sino útil ¡siendo maestro suyo! Dios le perdonó de todas formas por la buena intención; pero, ¿Necesitaba, acaso, maestros el «Maestro»?

Traté de hacerle ver la luz en las profecías, mas él se sentía más docto que yo y usaba a su modo esta impresión suya.

Yo habría podido insistir y vencer, pero — y ésta es la segunda observación que te presento — respeté al sacerdote; por su dignidad, no por su saber.

Por lo general, Dios ilumina siempre al sacerdote. Digo «por lo general». Es iluminado cuando es un verdadero sacerdote.

No es el hábito el que consagra; consagra el alma.

Para juzgar si uno es un verdadero sacerdote, debe juzgarse lo que sale de su alma.

Como dijo mi Jesús: del alma salen las cosas que santifican o que contaminan, las que informan todo el modo de actuar de un individuo.

«Oh Jesús Sacerdote, guarda a tus sacerdotes en el recinto de tu Corazón Sacratísimo, donde nadie pueda hacerles daño alguno; guarda puros sus labios, diariamente enrojecidos por tu Preciosísima Sangre. Entregamos en tus divinas manos a TODOS tus sacerdotes. Tú los conoces. Defiéndelos, Ayúdalos y SOSTENLOS, para que el Maligno no pueda tocarlos. Amén

Pues bien, cuando uno es un verdadero sacerdote, generalmente siempre Dios le inspira.

¿Y los otros, que no son tales?: 

Hay que tener con ellos caridad sobrenatural, orar por ellos.

Y mi Hijo te ha puesto ya al servicio de esta redención, y no digo más.

Alégrate de sufrir porque aumenten los verdaderos sacerdotes.

Descansa en la palabra de aquel que te guía. Cree y presta obediencia a su consejo.

Obedecer salva siempre.

Aunque no sea en todo perfecto el consejo que se recibe. Tú has visto que nosotros obedecimos, y el fruto fue bueno.

Verdad es que Herodes se limitó a ordenar el exterminio de los niños de Belén y de los alrededores.

Pero, ¿No habría podido, acaso, Satanás llevar estas ondas de odio; propagarlas mucho más allá de Belén? y

¿Persuadir a un mismo delito a todos los poderosos de Palestina, para lograr matar al futuro Rey de los judíos?

Sí, habría podido.

Y esto habría sucedido en los primeros tiempos del Cristo, cuando el repetirse de los prodigios ya había despertado la atención de las muchedumbres y el ojo de los poderosos.

Y, si ello hubiera sucedido, ¿Cómo habríamos podido atravesar toda Palestina para ir, desde la lejana Nazaret, a Egipto, tierra que daba asilo a los hebreos perseguidos,

y, además, con un niño pequeño y en plena persecución?

Más sencilla la fuga de Belén, aunque — eso sí — igualmente dolorosa.

La obediencia salva siempre, recuérdalo; «y el respeto al sacerdote es siempre señal de formación cristiana.

¡Ay — y Jesús lo ha dicho — ay de los sacerdotes que pierden su llama apostólica!

Pero también ¡Ay de quien se cree autorizado a despreciarlos!, porque ellos consagran y distribuyen el Pan verdadero que del Cielo baja.

Este contacto los hace santos cual cáliz sagrado, aunque no lo sean. De ello deberán responder a Dios. Vosotros consideradlos tales y no os preocupéis de más.

No seáis más intransigentes que vuestro Señor Jesucristo, el cual, ante su imperativo, deja el Cielo y desciende para ser elevado por sus manos.

Aprended de Él.

Y, si están ciegos, o sordos, o si su alma está paralítica y su pensamiento enfermo, o si tienen la lepra de unas culpas que contrastan demasiado con su misión,

si son Lázaros en un sepulcro, llamad a Jesús para que les devuelva la salud, para que los resucite.

Llamadlo, almas víctimas, con vuestro orar y vuestro sufrir.

Salvar un alma es predestinar al Cielo la propia.

Pero salvar un alma sacerdotal es salvar un número grande de almas, porque todo sacerdote santo es una red que arrastra almas hacia Dios,

y salvar a un sacerdote,

o sea, santificar, santificar de nuevo, es crear esta mística red. Cada una de sus capturas es una luz que se añade a vuestra eterna corona. Vete en paz.

23 LA CIRCUNCISIÓN

23 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

La circuncisión de Juan el Bautista.

María es Fuente de Gracia para quien acoge la Luz.

Hay ambiente de fiesta en la casa. Es el día de la circuncisión.

María se ha preocupado de que todo esté lindo y en orden. Las habitaciones resplandecen de luz. Lucen por todas partes los más bellos paños, los más bellos atavíos.

Hay mucha gente.

María se mueve ágil entre los grupos, toda hermosa con su más bonito vestido blanco.

Isabel, reverenciada como una matrona, goza feliz su fiesta. El niño está en su regazo, saciado ya de leche. Llega la hora de la circuncisión. 

Unos hombres dicen:

–     Zacarías le llamaremos.

Tú eres anciano. Justo sería ponerle tu nombre al niño.

La madre exclama:

–     ¡De ninguna manera! 

Su nombre es Juan. Su nombre debe dar testimonio de la potencia de Dios.

–     ¿Pero se puede saber cuándo ha habido un Juan en nuestra parentela?.

–     No importa.

Tiene que llamarse Juan.

–     ¿Tú qué dices, Zacarías?

¿Quieres tu nombre, no es verdad?. 

Zacarías dice que no, con gestos. Coge una tablilla y escribe: «Su nombre es Juan».

Y nada más terminar de escribir, añade, ya su liberada lengua:

–     Porque Dios nos ha hecho objeto de una gran gracia, a mí, su padre y a su madre.

Como también a este nuevo siervo suyo, el cual consumirá su vida en aras de la gloria del Señor y será llamado grande por los siglos y ante los ojos de Dios,

porque pasará convirtiendo a los corazones al Señor altísimo. Lo dijo el ángel y yo no lo creí.

Mas ahora creo y entra la Luz en mí. La Luz está entre nosotros y vosotros no la veis. Su destino es el de no ser vista, pues el espíritu de los hombres está lleno de estorbos, y además es perezoso.

Pero mi hijo sí que la verá y hablará de Ella y hará que a Ella se vuelvan los corazones de los justos de Israel. ¡Bienaventurados los que crean en Ella y crean siempre en la Palabra del Señor!

Y bendito seas Tú, Señor eterno, Dios de Israel, porque has visitado y redimido a tu pueblo, suscitando en él un poderoso Salvador en la casa de su siervo David.

Como prometiste por boca de los santos Profetas, ya desde los tiempos antiguos: librarnos de nuestros enemigos y de las manos de los que nos odian,

para ejercitar tu misericordia hacia nuestros padres y mostrar que te acuerdas de tu santa alianza.

Este es el juramento que hiciste a Abraham, nuestro padre: concedernos que, sin temor, de las manos de nuestros enemigos libres, te sirviéramos con santidad y justicia en presencia tuya toda la vida

Los presentes se quedan estupefactos, tanto del nombre como del milagro, como de las palabras de Zacarías. Isabel, que al oír la primera palabra de Zacarías ha gritado de alegría,.

ahora está llorando abrazada a María, que la acaricia contenta.

No veo la circuncisión. Veo sólo que traen a Juan y que chilla desesperado. No le calma ni siquiera la leche de su mamá. Tira patadas como un potrillo.

Pero María le toma en sus brazos y le acuna, y él se calla y se queda tranquilo. 

Sara dice:

–    ¡Fijáos!

¡Sólo se calla cuando le toma en brazos ella!.

La gente se va marchando lentamente. En la habitación se quedan únicamente María, con el pequeñín en sus brazos, e Isabel, dichosa.

Entra Zacarías y cierra la puerta. Mira a María con lágrimas en los ojos. Hace ademán de hablar. Guarda silencio.

Continúa adelante. Se arrodilla ante María,

y le dice:

–     Bendice al mísero siervo del Señor.

Bendícelo. Tú puedes hacerlo, tú que lo llevas en tu seno. La palabra de Dios me ha hablado cuando he reconocido mi error, cuando he creído en todo cuanto me había sido dicho.

Yo te veo a ti y veo tu destino feliz. Adoro en ti al Dios de Jacob. Tú, mi primer Templo, donde el sacerdote, regresado, puede de nuevo orar al Eterno.

Bendita tú, que has obtenido gracia para el mundo y le traes el Salvador.

Perdona a tu siervo si no ha visto antes tu majestad. Con tu venida nos has traído todas las gracias. En efecto, doquiera que vas, ¡Oh Llena de Gracia!, Dios obra sus prodigios;

santas son las paredes en que tú entras, santos se hacen los oídos que oyen tu voz y la carne que tú tocas, santos los corazones, porque tú confieres Gracia, Madre del Altísimo,

Virgen profetizada y esperada para darle al pueblo de Dios el Salvador.

María sonríe, encendida de humildad,

Y habla:

–     Gloria al Señor, a Él sólo. De Él y no de mí viene toda gracia.

Y Él te la dona para que lo ames y sirvas con perfección en los años que te quedan, para merecer su Reino, que será abierto por mi Hijo a los Patriarcas, a los Profetas, a los justos del Señor. 

Y tú, ahora que puedes orar ante el Santo, ora por la sierva del Altísimo; que, si ser Madre del Hijo de Dios es destino dichoso, ser Madre del Redentor debe ser destino de atroz sufrimiento.

Ora por mí, que hora a hora siento crecer mi peso de dolor, y durante toda una vida tendré que llevarlo; no lo veo en sus detalles particulares, pero sí siento que será un peso mayor

que si sobre estos hombros míos de mujer se posase el mundo y tuviera que ofrecérsele al Cielo. ¡Yo, yo sola, una pobre mujer! ¡Mi Niño! ¡El Hijo mío!

El tuyo no llora si yo le acuno; pero, ¿voy a poder acunar yo al mío para calmarle el dolor?…

Ora por mí, sacerdote de Dios. Mi corazón tiembla como una flor en medio de un temporal.

Miro a los hombres y los amo, pero detrás de sus rostros veo aparecer al Enemigo, y veo cómo los hace enemigos de Dios, de Jesús, de mi Hijo…

Y la visión cesa con la palidez de María y esas lágrimas suyas que hacen luciente su mirada.

Dice María:

A quien reconoce su error arrepintiéndose y acusándose con humildad y corazón sincero, Dios lo perdona; no sólo lo perdona, sino que lo recompensa.

¡Oh, qué bueno es mi Señor con los humildes y sinceros, con los que creen en Él y en Él se abandonan!

Arrojad de vuestro espíritu todo lo que lo traba y lo hace perezoso. Disponedlo para que acoja la Luz, que es, cual faro en las tinieblas, guía y santo conforto.

¡Amistad con Dios, beatitud de sus fieles, riqueza no igualada por nada, quien te posee nunca está solo ni siente la amargura de la desesperación!

No anulas el dolor, santa amistad, porque el dolor fue destino de un Dios encarnado y puede ser destino del hombre;

eso sí, lo haces dulce en su amargura, y añades una luz y una caricia que, cuales celestes toques, alivian la cruz.

Y, cuando la Bondad divina os dé una gracia, usad el bien recibido para dar gloria a Dios. 

No seáis como esos insensatos que de un objeto bueno se hacen un arma dañosa, o como los derrochadores que de la abundancia acaban haciendo miseria.

Me causáis demasiado dolor, hijos tras cuyos rostros veo aparecer al Enemigo, a aquel que arremete contra mi Jesús. ¡Demasiado dolor!

Yo quisiera ser para todos el Manantial de la Gracia, pero hay demasiados entre vosotros que no quieren la Gracia. Pedís «gracias», pero con el alma privada de Gracia.

¿Cómo podrá la Gracia socorreros si sois enemigos suyos? El gran misterio del Viernes Santo se aproxima.

Todo en los templos lo recuerda y lo celebra. Pero es necesario que lo celebréis y lo recordéis en vuestros corazones, y que os deis golpes de pecho, como los que bajaban del Gólgota,

y que digáis: «Este es realmente el Hijo de Dios, el Salvador», y que digáis: ‘Jesús, por tu Nombre, sálvanos», y que digáis: «Padre, perdónanos», y, en fin, es necesario decir:

«Señor, yo no soy digno; pero, si Tú me perdonas y vienes a mí, mi alma quedará curada. Yo no quiero, no, no quiero pecar ya más, para no volver a enfermarme y para no ser de nuevo detestado por ti».

Orad, hijos, con las palabras de mi Hijo. Decidle al Padre por vuestros enemigos: «Padre, perdónalos». Invocad al Padre, que se ha apartado indignado por vuestros errores:

«Padre, Padre, ¿Por qué me has abandonado? Yo soy pecador, pero, si me abandonas, moriré. Vuelve, Padre santo, que yo me salve».

Poned vuestro eterno bien, vuestro espíritu, en manos del Único que lo puede conservar ileso del demonio: «Padre, en tus manos dejo mi espíritu».

Si humilde y amorosamente cedéis vuestro espíritu a Dios, El ciertamente le guiará como hace un padre con su pequeñuelo; no permitirá que nada dañe vuestro espíritu.

Jesús, en sus agonías, oró para enseñaros a orar.

Os lo recuerdo en estos días de Pasión. Y tú, María, (se dirige la Virgen a María Valtorta) tú que ves mi gozo de Madre y te extasías con ello,

piensa y recuerda que he poseído a Dios a través de un dolor progresivamente más intenso, que bajó a mí con la Semilla de Dios

y, cual árbol gigante, fue creciendo hasta tocar el Cielo con su copa y el Infierno con sus raíces,

cuando recibí en mi regazo el despojo exánime de la Carne de mi carne,

y vi y conté sus laceraciones, y toqué su Corazón desgarrado, para apurar aquél hasta su última gota.

92 EL APÓSTOL TÍMIDO

92 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Agua Especiosa sin peregrinos…

Produce una extraña sensación verla así, sin signos de que alguien haya acampado o al menos, consumido su comida en la era o bajo el cobertizo.

Sólo limpieza y orden hoy, sin ninguna de esas señales que dejan los rastros en una fuerte confluencia de gente.

Los discípulos ocupan su tiempo en trabajos manuales:

Unos, trenzando mimbres para hacer nuevas trampas para los peces; otros, ocupados en pequeños trabajos de desmonte del terreno…

Y de canalización del agua de los tejados para que no se estanque en la era.

Jesús está en pie en un prado, echando migas de pan a los gorriones.

Hasta donde alcanza la vista, no hay ni un ser viviente, a pesar de que el día esté sereno. 

Andrés ha terminado una tarea encomendada y se dirige hacia Jesús.

Lo saluda:

–     Paz a ti, Maestro.

–     Y a ti, Andrés.

Ven aquí un poco conmigo. Tú puedes estar con los pajarillos. Eres como ellos.

¿Te das cuenta?: cuando ellos saben que quien se les acerca los quiere, pierden el miedo.

Mira lo confiados que son y seguros y alegres. Primero estaban casi junto a mis pies, ahora estás tú y están alerta…

Mira, mira… mira ese gorrión, es más audaz y se está acercando, ha comprendido que no hay ningún peligro. 

Y detrás de él vienen los otros. ¿Ves cómo comen?

¿No es igual que para nosotros, que somos hijos del Padre? Él nos sacia de su amor.

Y cuando estamos seguros de ser amados y de que nos ha invitado a su amistad, ¿Por qué tener miedo de Él y de nosotros?

Su amistad debe hacernos audaces incluso entre los hombres.

Cree esto: sólo el malhechor debe tener miedo de sus semejantes; no el justo, como tú eres.

Andrés se ha puesto colorado y no habla.

Jesús lo aacerca hacia sí y dice sonriendo:

–      Habría que uniros a ti y a Simón en un mismo néctar, diluiros y luego daros de nuevo forma.

Seríais perfectos. Con todo… si te dijera que, a pesar de ser tan distinto al principio, serás perfectamente igual a Pedro al final de tu misión, ¿Lo creerías?

–     Si Tú lo dices, es cierto.

Ni siquiera me pregunto cómo podrá ser, porque todo lo que Tú dices es verdad.

Me alegraré de ser como Simón, mi hermano, porque es un hombre justo y te hace feliz. ¡Simón vale!

Me siento muy contento de que sea una persona que vale. Valiente, fuerte. ¡Bueno, también los demás!…

–     ¿Y tú, no?

–     ¿Yo?… Tú eres el único que puede estar contento de mí…

–     Y darme cuenta de que trabajas silenciosamente y con más profundidad que los otros.

Porque en los Doce hay quien llama la atención en forma proporcionada a su trabajo, hay quien la llama mucho más de cuanto trabaja.

Y hay quien sólo trabaja, sin llamar la atención; un trabajo humilde, activo, ignorado… los otros pueden creer que éste no hace nada.

Mas Aquel que ve, sabe las cosas.

Existen estas diferencias porque aún no sois perfectos y existirán siempre entre los futuros discípulos, entre aquellos que vengan después de vosotros.

Hasta el momento en que el ángel proclame con voz de trueno: «El tiempo ha terminado».

Siempre habrá ministros del Cristo en que estarán nivelados lo que hacen y la atracción hacia ellos de las miradas del mundo: los maestros.

Y existirán por desgracia, aquellos que serán sólo rumor y gesto externos, sólo externos, los falsos pastores de poses histriónicas…

¿Sacerdotes? NO. Mimos, nada más. No es el gesto el que hace al sacerdote, y tampoco el hábito.

No hacen al sacerdote ni su cultura terrena, ni las relaciones influyentes de este mundo; es su alma. Un alma tan grande que anule la carne.

Todo espíritu mi sacerdote… así le sueño, así serán mis santos sacerdotes.

El espíritu no tiene voz, ni pose de trágico; es inconsistente porque es espiritual y por tanto, no puede llevar peplos o máscaras.

Es lo que es: espíritu, llama, luz, amor; habla a los espíritus, habla con la castidad de las miradas, de los hechos, de las palabras, de las obras.

El hombre mira, y ve a un semejante suyo. Pero, más allá de la carne y por encima de ella, ¿Qué ve?:

Algo que le hace detenerse en su caminar apresurado, meditar y concluir: «Este hombre, semejante a mí, tiene de hombre sólo el aspecto; el alma es de ángel».

Y, si se trata de un incrédulo, concluirá: «Por él creo que hay un Dios y un Cielo» y si es lujurioso, dice: «Éste, igual a mí, tiene ojos de Cielo; freno mi sentido para no profanarlos».

Si se trata de un avaro, decidirá: «Por el ejemplo de éste, que no tiene apego a las riquezas, yo ceso de ser avaro»

Si es un iracundo, una persona violenta, en presencia del manso se vuelve un ser más sereno. Todo esto puede hacer un sacerdote santo.

Y créelo, siempre existirán, entre los sacerdotes santos, los que sepan incluso morir por amor a Dios y al prójimo.

Y hacerlo tan silenciosamente, después de haber ejercitado la perfección durante toda la vida también silenciosamente, que el mundo ni siquiera se dé cuenta de ellos.

Pero, si el mundo no acaba siendo enteramente un lupanar y un lugar de idolatría; será por éstos, los héroes del silencio y de la laboriosidad fiel.

Y tendrán tu sonrisa, pura y tímida.

Porque siempre habrá Andreses… ¡Por gracia de Dios por suerte para el mundo, los habrá.

Andrés está ruborizado y asombrado.

Y balbucea:

–     Yo no creía merecer estas palabras…

No había hecho nada para suscitarlas…

–     Me has ayudado a llevar hacia Dios a un corazón.

Y es el segundo que conduces hacia la Luz».

–     ¿Por qué ha hablado! ¡Me había prometido…!

–     Nadie ha hablado.

Pero Yo sé las cosas. Cuando los compañeros duermen cansados; tres son los que están en vela en Agua Especiosa:

El apóstol de silencioso y activo amor hacia los hermanos pecadores.

La criatura a la que su alma aguijonea hacia la salvación… Y el Salvador que ora y vela, que espera y tiene esperanza…

Mi esperanza es ésta: que un alma encuentre su salud… Gracias, Andrés. Sigue así. Bendito seas por ello.

–     ¡Maestro!…

Pero no digas nada a los otros… A solas, hablándole a una leprosa en una playa desierta, hablándole aquí a una mujer cuyo rostro no veo, algo sé hacer.

Pero, si los otros lo saben, especialmente Simón y quiere venir… yo ya no sé hacer nada…

No vengas ni siquiera Tú… porque me avergüenzo de hablar delante de Tí.

–     No iré contigo.

Jesús no irá, pero el Espíritu de Dios ha ido siempre contigo. Vamos a casa. Nos están llamando para la comida.

Y todo cesa entre Jesús y el manso discípulo.

86 «NO TENTARÁS AL SEÑOR, TU DIOS»

86 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Es un día frío de invierno. Hace sol y viento; el cielo está sereno, uniforme, sin el más mínimo vestigio de nubes.

Apenas está amaneciendo. Hay todavía una fina capa de escarcha, que esparce un polvo diamantífero sobre el suelo y sobre las hierbas.

Vienen hacia la casa tres hombres, que caminan con la seguridad de quien sabe a dónde dirigirse.

Llegando ven a Juan, que en ese momento atraviesa el patio cargado con unos cántaros de agua sacados del pozo, y lo llaman.

Juan se vuelve, deja las ánforas y dice:

–      ¿Vosotros aquí? ¡Bienvenidos!

El Maestro se alegrará al veros. Venid. Venid, antes de que llegue la gente. ¡Ahora viene mucha!…

Son los tres pastores discípulos de Juan Bautista: Simeón, Juan y Matías se van contentos detrás del apóstol. 

Cuando entran en la casa, van hasta la cocina, donde arde alegre un gran fuego de leña menuda, que expande un agradable olor a bosque y a laurel quemado.

Y  Juan dice:

–      Maestro, han venido tres amigos. Mira… 

Jesús los saluda:

–     Paz a vosotros, amigos míos. ¿Cómo es que venís a verme? ¿Le ha sucedido alguna desgracia al Bautista?

Simeón contesta:

–     No, Maestro. Hemos venido con permiso suyo.

Te envía saludos y dice que encomiendes a Dios, al león perseguido por los arqueros.

No se hace ilusiones respecto a su suerte futura, aunque por ahora sigue libre.

Está contento porque sabe que tienes muchos fieles, incluidos los que antes eran suyos.

Maestro… nosotros también lo deseamos vivamente, pero… no queremos abandonarlo ahora que lo persiguen. Compréndenos… 

Jesús afirma:

–     No sólo eso, sino que os bendigo por ello.

El Bautista merece todo respeto y amor.

Matías confirma:

–     Sí. Así es. El Bautista es grande y cada vez resalta más su figura.

Se parece al agave, que poco antes de morir produce el gran candelabro de la septiforme flor, lo ondea y perfuma.

Así es él. Y siempre dice: «Mi único deseo es volver a verlo…». Verte a ti.

Nosotros hemos recogido este grito de su alma y te lo hemos venido a traer sin decírselo.

Otro pastor agrega: 

–     Él es «el Penitente», «el Abstinente». Su santo deseo de verte y de oírte lo consume.

Yo soy Tobías, ahora Matías. Creo que el arcángel dado a Tobiolo no sería distinto del Bautista; todo en él es sabiduría.

–     ¿Quién ha dicho que no lo volveré a ver?…

Pero, ¿Habéis venido sólo para esto? Es penoso caminar durante esta estación.

Hoy hace un tiempo sereno pero, hasta hace sólo tres días, ¡Cuánta lluvia por los caminos!

El pastor Juan explica:

–     No hemos venido sólo por esto.

Hace unos días vino Doras, el fariseo, a purificarse, pero el Bautista le negó el rito diciendo:

«No llega el agua a donde hay una costra tan grande de pecado. Uno sólo te puede perdonar: el Mesías».

Entonces él dijo: «Iré a verlo. Quiero curarme. Creo que este mal es su maleficio».

Y el Bautista lo arrojó de su presencia como lo habría hecho con Satanás.

Él, al irse, vio a Juan, lo conocía desde que Juan visitaba a Jonás, con quien estaba algo emparentado.

Y le dijo que venía, que todos iban, que había venido Manahén y hasta incluso venían los ‘lameculos’. “Agua Especiosa – decía – está llena de ilusos.

Ahora, si me cura y me retira la maldición de mis tierras, que están como excavadas por máquinas de guerra, por ejércitos de topos y gusanos.

Y una tropa de plagas que horadan los granos sembrados y roen las raíces de los árboles frutales y de las vides…

Y no hay nada que los detenga, me haré amigo suyo. Si no… ¡Ay de Él!».

Nosotros le respondimos:

–       ¿Y vas con esta disposición de ánimo?».

Y él respondió:

–       Pero ¿Quién cree en ese satanás?

Además, lo mismo que convive con las meretrices puede hacer alianza conmigo».

Nosotros queríamos venir a decírtelo, para que pudieras saber a qué atenerte con Doras.

Jesús responde:

–     Ya está todo resuelto.

Los tres responden simultáneamente:

–     ¿Ya?

–     ¡Ah, es verdad!, Que él tiene carros y caballos y nosotros sólo las piernas.

–     ¿Cuándo ha venido?

–     Ayer.

–     ¿Y qué ha ocurrido?

–     Esto: que si queréis ocuparos de Doras podéis ir al duelo a su casa de Jerusalén.

Lo están preparando para la sepultura.

–     ¿Muerto?

–     Muerto. Aquí. Pero no hablemos de él.

–     Sí, Maestro… Sólo… dinos una cosa. ¿Es verdad cuanto dijo de Manahén?

–     Sí. ¿Os desagrada?

–     No, no…, nos alegra.

¡Cuánto le hemos hablado de ti en Maqueronte!

–     Y, ¿Qué otra cosa puede querer el apóstol sino que sea amado el Maestro?

–     Es lo que Juan quiere, y, con él, nosotros.

–     Hablas bien, Matías; la sabiduría está contigo.

–     Y… yo no lo creo, pero ahora la hemos visto…

Vino también a nosotros buscándote a Tí antes de los Tabernáculos.

Y le dijimos: «Quien tú buscas no está aquí, pero estará pronto en Jerusalén para los Tabernáculos».

Eso le dijimos, porque el Bautista nos había dicho:

«¿Veis a esa pecadora?: es una costra de inmundicia; pero lleva dentro una llama a la que hay que alimentar.

Así, se avivará de tal modo que surgirá impetuosamente de debajo de la costra y todo arderá. Caerá la inmundicia y quedará sólo la llama».

–     Eso dijo. Pero…

¿Es verdad que duerme aquí, como han venido a decirnos dos influyentes escribas?

Jesús rebate:

–     No.

Está en uno de los establos del capataz, a más de un estadio de aquí.

–     ¡Lenguas de infierno! ¿Has oído? ¡Y ellos!…

–     Dejadlos que hablen.

Los buenos no creen en sus palabras, sino en mis obras.

–     Esto lo dice también Juan.

Hace unos días, algunos discípulos suyos, nosotros presentes, le han dicho:

«Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza. Y todos van a Él; te vas a quedar sin fieles».

A lo que Juan respondió:

–     ¡Dichoso mi oído, que oye esta noticia!

¡No sabéis qué alegría me dais! Sabed que el hombre no puede tomar nada si no le es dado del Cielo.

Vosotros podéis testificar que he dicho: `Yo no soy el Cristo, si no el que ha sido enviado delante para prepararle el camino’.

El hombre justo no se apropia de un nombre ajeno.

Y aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: “eres ése”, es decir: el Santo, él responde: “No, realmente no es así; yo soy su siervo”.

Y de todas formas se alegra mucho de ello, porque dice:

“Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede confundir con Él”.

Y, ¿Qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Sólo la esposa goza del esposo.

El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto.

Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial, siente una alegría tan viva que podría compararse a la que hace dichosa a la virgen casada con él,

la cual en aquella palabra comienza ya a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es mi alegría, y es completa.

¿Y qué hace el amigo del novio, habiéndole servido durante meses y habiéndolo conducido a la esposa a casa?

Se retira y desaparece.

¡Así hago yo! ¡Así hago yo! Uno sólo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad.

¡Oh, qué palabra más profunda! Es necesario que Él crezca y que yo merme.

Quien del Cielo viene está por encima de todos.

Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el Sol, que todo lo ilumina y su luz es tan viva que los astros y planetas sin luz se visten de ella.

Y los que aún no están apagados quedan anulados en el supremo esplendor del Sol.

Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras que los Patriarcas y los Profetas irán al Cielo, pero no vienen del Cielo.

Quien viene del Cielo es superior a todos.

Y anuncia lo que ha visto y oído. Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando de Dios por ello, podrá aceptar su testimonio.

Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, con este acto suyo de creer, imprime un sello a su Fe en que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad.

Y escucha a la Verdad porque su ánimo está deseoso de ella.

Porque Aquél a quien Dios ha enviado pronuncia palabras de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud,

Y el Espíritu dice: “Aquí estoy. Tómame; que quiero estar contigo, delicia de nuestro amor”.

Porque el Padre ama al Hijo sin medida y todas las cosas las ha puesto en su mano.

Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas quien se niega a creer en el Hijo no verá la Vida.

Y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre él».

Matiás concluye:

–     Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en mi mente para transmitírtelas.

–     Te lo agradezco y te alabo por ello.

El Profeta último de Israel no es Aquel que del Cielo baja;

Pero, por haber recibido el beneficio de los dones divinos ya desde el vientre de su madre, vosotros no lo sabéis

Por eso Yo os lo digo ahora: es el que más se acerca al Cielo.

Los tres dicen al mismo tiempo:

–     ¿Cómo?

–     ¿Cómo? ¡Háblanos!

–      Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador».

Los tres pastores se muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos.

Jesús explica:

–     Cuando la Madre me llevaba, de Mí-Dios estando encinta,

Fue a servir, porque es la Humilde y Amorosa, a la madre de Juan: prima suya por parte de madre, que había quedado embarazada en su vejez.

Ya el Bautista tenía su alma, porque estaba en el séptimo (tenía su alma, porque estaba en el séptimo mes de su formación.

Esta afirmación no excluye el que el alma sea infundida desde el primer instante de la concepción.

La primera persona en reconocer a Jesús «¡FUE UN NIÑO NO NACIDO!»

Lo que parece más bien, es que Jesús quiere rechazar la opinión de que el individuo reciba su alma en el momento del nacimiento…

O incluso, después de haber nacido, mes de su formación.

Y este brote de hombre, dentro del seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios.

También en esto fue Precursor; precedió a los redimidos, porque de seno a seno se efundió la Gracia…

Y penetró.

Y cayó la Culpa original del alma del niño.

Por ello Yo digo que sobre la faz de la Tierra tres son los posesores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los que son Sabiduría:

El Verbo, la Madre, el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, en el Cielo.

Simeón afirma:

–     Nuestro corazón está henchido de estupor…

Casi como cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías…». Porque Tú eras la profundidad abisal de la misericordia y nuestro Juan lo es de la humildad.

–     Y mi Madre, de la pureza, de la gracia, de la caridad, de la obediencia, de la humildad, de toda virtud que sea de Dios y que Dios infunda a sus santos.

Santiago de Zebedeo dice:

–     Maestro, hay mucha gente.

Jesús los invita:

–     Vamos. Venid también vosotros.

Es muchísima la gente.

Jesús toma su lugar y saluda diciendo:

–      La Paz sea con vosotros.

Está sonriente como pocas veces.

La gente cuchichea y lo señala con gestos.

Hay mucha curiosidad en el ambiente.

Y Jesús empieza a hablar:

«No tentarás al Señor tu Dios», está escrito.

Demasiadas veces se olvida este Mandamiento.

Se tienta a Dios cuando se le quiere imponer nuestra voluntad.

Se tienta a Dios cuando imprudentemente se actúa contra las reglas de la Ley, que es santa y perfecta y en su lado espiritual, el principal.

Se ocupa y se preocupa, también, de la carne que Dios ha creado.

Se tienta a Dios cuando, habiendo sido perdonados por Él, se vuelve a pecar.

Uno tienta a Dios cuando, habiendo recibido de Él un beneficio que pretendía ser un bien para sí, algo que le moviera hacia Dios, lo transforma en un daño.

Dios no es objeto de risa ni de burla.

Demasiadas veces sucede esto.

Ayer habéis presenciado el castigo que espera a quienes pretenden mofarse de Dios.

El eterno Dios, lleno de compasión con quien se arrepiente; se muestra por el contrario,

lleno de severidad con el impenitente que en manera alguna se modifica a sí mismo.

Vosotros venís a Mí para oír la palabra de Dios. Venís para obtener un milagro. Venís para obtener el perdón.

Y el Padre os da palabra, milagro y perdón.

Y Yo no echo de menos el Cielo, porque puedo daros milagros y perdón. Y puedo haceros conocer a Dios.

Ese hombre cayó ayer fulminado, como Nadab y Abiú, por el Fuego de la divina indignación.

De todas formas, absteneos de juzgarlo.

Que lo que ha sucedido, que ha sido un nuevo milagro, solamente os haga meditar acerca de cómo hay que actuar para tener a Dios como amigo.

Él quería el agua penitencial, pero sin espíritu sobrenatural; la quería por espíritu humano:

como una práctica mágica que le curase la enfermedad y lo liberase de la desventura.

El cuerpo y la cosecha: éstos eran sus fines, no su pobre alma, que no tenía valor para él. Lo valioso para él era la vida y el dinero.

Yo digo: «El corazón está donde está el tesoro, y el tesoro donde el corazón.

Por tanto, el tesoro está en el corazón».

Él en el corazón tenía la sed de vivir y de tener mucho dinero. ¿Cómo obtenerlo?: Como fuera; incluso con el delito.

Pues bien, pedir así el bautismo ¿No era reírse de Dios y tentarlo?

Habría bastado el arrepentimiento sincero por su larga vida de pecado para proporcionarle una santa muerte.

Y lo justo en esta tierra.

Pero él era el impenitente. No habiendo amado nunca a nadie aparte de sí mismo, llegó a no amarse ni siquiera a sí mismo.

Porque el ODIO mata incluso el amor animal egoísta del hombre hacia sí mismo.

El llanto del arrepentimiento sincero habría debido ser su agua lustral. De la misma forma, para todos vosotros que estáis escuchando; porque sin pecado no hay nadie…

Y todos, por tanto, tenéis necesidad de esta agua que, exprimida por el corazón mismo, desciende y lava, da de nuevo la virginidad a quien ha sido profanado,

Levanta al abatido, da nuevo vigor a quien la culpa ha dejado exangüe.

Ese hombre se preocupaba sólo de la miseria de la tierra, cuando en realidad sólo una miseria debe apesadumbrar al hombre:

La eterna miseria de perder a Dios.

Ese hombre no dejaba de hacer las ofrendas rituales, mas no sabía ofrecer a Dios un sacrificio de espíritu;

es decir, alejarse del pecado, hacer penitencia, pedir con los hechos el perdón.

Una hipócrita ofrenda de riquezas mal adquiridas es como invitarle a Dios a que se haga cómplice de las malas acciones del hombre.

¿Es posible que esto suceda?

¿No es reírse de Dios el pretenderlo? Dios arroja de su presencia a quien dice: «he aquí que sacrifico»

y se consume internamente por continuar su pecado.

¿Ayuda, acaso, el ayuno corporal cuando el alma no ayuna del pecado?

Que la muerte de este hombre, que ha acontecido aquí, os haga meditar sobre las condiciones necesarias para gozar del aprecio de Dios.

Ahora, en su rico palacio, los familiares y las plañideras hacen duelo ante los restos mortales que dentro de poco serán conducidos al sepulcro.

¡Oh, verdadero duelo y verdaderos restos mortales!

¡Nada más que unos restos mortales! Nada más que un desconsolado duelo…

Porque el alma, precedente e irremisiblemente muerta, se verá para siempre separada de aquellos que amó por parentela y afinidad de ideas.

Aunque una misma morada los una eternamente, el ODIO que allí reina los dividirá.

Es así que entonces la muerte es verdadera separación.

Mejor sería que, en vez de los demás, fuese el propio hombre quien, teniendo muerta el alma, llorase por sí mismo; de modo que, por ese llanto de contrito y humilde corazón, le devolviera al alma la vida con el perdón de Dios.

Idos, sin odio ni comentarios, nada más que con humildad; como Yo que no con odio sino por justicia, he hablado de él.

La vida y la muerte son maestras para bien vivir y bien morir.

Y para conquistar la Vida sin muerte. La paz sea con vosotros.

No hay ni enfermos ni milagros.

y Pedro les dice a los tres discípulos del Bautista:

–       Lo siento por vosotros.

Y ellos contestan:

–     No es necesario.

Nosotros creemos sin ver.

Hemos tenido el milagro de su Natividad, que nos ha hecho creyentes.

Y ahora tenemos su palabra, que confirma nuestra Fe. Sólo pedimos servirle hasta el Cielo, como Jonás, hermano nuestro.

51 INICIA LA PERSECUCIÓN

51 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús está en Betsaida.

Habla de pie en la barca en que ha venido, que está casi encallada en la arena de la orilla, atada a una estaca de un pequeño espigón rudimentario.

Mucha gente, sentada en semicírculo sobre la arena, lo está escuchando.

Jesús acaba de empezar su discurso:

«… En esto veo que me amáis también vosotros los de Cafarnaúm, que me habéis seguido dejando negocios y comodidades con tal de oír la Palabra que os adoctrina.

Sé también que ello, más que el hecho de dejar de lado esos negocios, con el consiguiente perjuicio a vuestra bolsa, os acarrea burlas e incluso menoscabo social.

Sé que Simón, Elí, Urías y Joaquín se muestran contrarios a Mí; hoy contrarios, mañana enemigos. Y os digo, porque no engaño a nadie, ni quiero engañaros a vosotros, mis fieles amigos, que para perjudicarMe,

para proporcionarMe dolor, para vencerMe aislándome; ellos, los poderosos de Cafarnaúm, usarán todos los medios… Tanto insinuaciones como amenazas, tanto el escarnio como la calumnia.

TODO USARÁ EL ENEMIGO  COMÚN, PARA ARRANCAR ALMAS A CRISTO.  Convirtiéndolas en presa propia.

Os digo: Quien persevere se salvará; mas os digo también:

QUIÉN AME MÁS LA VIDA Y EL BIENESTAR que la Salud Eterna, es libre de marcharse, de dejarMe, de ocuparse de la pequeña vida y del transitorio bienestar. Yo no retengo a nadie.

El hombre es un ser libre. Yo he venido a liberar aún más al hombre. Liberarlo del pecado, para el espíritu. Y de las cadenas:

Una religión deformada, opresiva, que no hace sino sofocar bajo ríos de cláusulas, de palabras, de preceptos, la verdadera Palabra de Dios: limpia, concisa, luminosa, fácil, santa, perfecta.

Mi Venida es criba de las conciencias: Yo recojo mi trigo en la era y lo trillo con la doctrina de sacrificio y lo cierno con el cernedor de su propia voluntad.

La cascarilla, el sorgo, la veza, la cizaña, volarán ligeros e inútiles; para caer pesados y nocivos y ser alimento de volátiles.

En mi granero no entrará sino el trigo selecto, puro, consistente, bueno. El trigo son los santos.

Desde hace siglos existe un duelo entre el Eterno y Satanás.

Satanás, enorgullecido por su primera victoria sobre el hombre, le dijo a Dios:

«Tus criaturas serán mías para siempre. Ni siquiera el Castigo, ni la Ley que quieres darles, NADA, las hará capaces de ganarse el Cielo,

Y esta Morada tuya, de la cual me expulsaste a mí, que soy el único inteligente entre los seres creados por Tí; esta Morada, se te quedará vacía; inútil, triste como todas las cosas inútiles».

Y el Eterno respondió al Maldito:

«Podrás esto mientras tu veneno, solo, reine en el hombre. Pero Yo mandaré a mi Verbo y su Palabra neutralizará tu veneno, sanará los corazones, los curará de la demencia con que los has manchado o convertido en diablos. Y volverán a Mí.

Como ovejas que descarriadas, vuelven a encontrar al pastor; volverán a mi Redil.

Y EL CIELO SERÁ POBLADO: para ellos lo he hecho.

Rechinarán tus horribles dientes de impotente rabia, allí, en tu hórrido reino; prisionero y maldito, sobre ti los ángeles volcarán la piedra de Dios y la sellarán.

Tinieblas y Odio os acompañarán a ti y a los tuyos.

Los míos tendrán sin embargo, Luz, Amor, canto y beatitud, libertad infinita, eterna, sublime».

Satanás, con risotada burlesca juró:

`Juro por mi Gehena que vendré cuando llegue la hora. Omnipresente estaré junto a los evangelizados. Y veremos si eres Tú el vencedor o lo soy yo».

Sí, para cribaros Satanás os insidia y Yo os rodeo. Los contendientes somos dos: Yo y él.

Vosotros estáis en el medio.

EL DUELO DEL AMOR Y EL ODIO,

DE LA SABIDURÍA Y LA IGNORANCIA,

DE LA BONDAD Y EL MAL,

ESTÁ SOBRE VOSOTROS Y EN TORNO A VOSOTROS.

Yo Soy suficiente para repeler los malvados golpes dirigidos a vosotros.

Me coloco en medio entre el arma satánica y vuestro ser.

Y ACEPTO SER HERIDO EN LUGAR DE VOSOTROS, PORQUE OS AMO.

Pero en vuestro interior, vosotros debéis repeler CON VUESTRA VOLUNTAD los golpes, corriendo hacia Mí, poniéndoos en mi Camino, que es Verdad y Vida.

QUIEN NO ANHELA EL CIELO, NO LO TENDRÁ. 

Quien no es apto para ser discípulo del Cristo será como cascarilla ligera que el viento del mundo se llevará consigo.

Los Enemigos del Cristo son semilla nociva que renacerá en el reino satánico.

Sé por qué habéis venido, vosotros de Cafarnaúm.

Y tengo la conciencia tan libre del pecado que se me atribuye. Y en nombre del cual, inexistente, se me murmura a mis espaldas.

Insinuándoos que oírme y seguirme significa complicidad con el pecador, que no temo dar a conocer la razón de ello a estos de Betsaida.

Entre vosotros, habitantes de Betsaida, hay algunos ancianos que no se han olvidado por distintas razones, de la Beldad de Corozaín; hay hombres que pecaron con ella, hay mujeres que por su causa lloraron.

LlORARON…  Y aún no había venido Yo a decir: «¡Amad a quien os perjudica!» –

Lloraron para después regocijarse, cuando vinieron a saber que la había mordido la podredumbre que rezumaba de sus entrañas impuras, hacia afuera de su espléndido cuerpo:

De aquella lepra más grave que le había roído su alma de adúltera, homicida y meretriz.

Adúltera setenta veces siete, con cualquiera con tal de que tuviese el nombre «hombre» y tuviese dinero. Homicida siete veces siete de sus concepciones ilegítimas; meretriz sólo por vicio, ni siquiera por necesidad.

¡Os comprendo, esposas traicionadas!

Comprendo vuestro regocijo, cuando se os dijo: «Las carnes de la Beldad están más fétidas y más descompuestas que las de un animal muerto tendido en la cuneta de una vía transitada, presa de cuervos y gusanos».

Mas Yo os digo: SABED PERDONAR.

Dios ha llevado a cabo vuestra venganza; luego ha perdonado. Perdonad también vosotras.

Yo la he perdonado en vuestro nombre, porque sé que sois buenas, mujeres de Betsaida que me saludáis gritando: «¡Bendito sea el Cordero de Dios! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!«.

Si soy Cordero y me reconocéis como tal. Sí, vengo a estar entre vosotras Yo, Cordero.

Vosotras debéis transformaros todas en ovejas mansas, incluso aquellas a las que un lejano, ya lejano dolor de esposa traicionada, inviste de instintos como los de una fiera que defiende su guarida.

Yo, siendo Cordero, no podría permanecer entre vosotras si os comportarais como tigres y hienas.

Aquel que viene en el Nombre santísimo de Dios a recoger a justos y a pecadores, para conducirlos al Cielo ha ido también adonde la arrepentida y le ha dicho: «Queda limpia. Ve. Expía».

Esto lo ha hecho en sábado. De esto se me acusa. Acusación oficial.

La segunda acusación es el hecho de haberme acercado a una meretriz.

Una mujer que fue meretriz; en ese momento no era sino un alma que lloraba su pecado. Pues bien, digo: Lo he hecho y seguiré haciéndolo.

Traedme el Libro, escrutadlo, estudiadlo, desentrañad su contenido.

Encontrad si os resulta posible, un punto que prohíba al médico atender a un enfermo; a un levita ocuparse del altar, a un sacerdote no escuchar a un fiel… sólo porque sea sábado.

Yo, si lo encontráis y me lo mostráis diré, dándome golpes de pecho:

«Señor, he pecado en tu presencia y en presencia de los hombres. No soy digno de tu perdón, pero si Tú quieres mostrarte compasivo con tu siervo, te bendeciré mientras dure mi soplo vital».

Porque esa alma era una enferma, y los enfermos tienen necesidad del Médico.

Era un altar profanado y tenía necesidad de ser purificado por un levita.

Era un fiel que se dirigía a adorar al Templo verdadero del Dios verdadero y tenía necesidad del sacerdote que en él le introdujera.

En verdad os digo que Yo soy el Médico, el Levita, el Sacerdote.

En verdad os digo que, si no cumplo con mi deber perdiendo siquiera una sola de las almas que sienten anhelo de salvación, no salvándola; Dios Padre me pedirá cuentas y me castigará por esta alma perdida.

Este sería mi pecado, según los grandes de Cafarnaúm.

Habría podido esperar para hacerlo, al día siguiente del sábado. Sí. Pero, ¿Por qué retardar otras veinticuatro horas la readmisión en la paz de Dios de un corazón contrito?

En ese corazón había humildad verdadera, cruda sinceridad, dolor perfecto.

Yo leí en ese corazón. La lepra estaba todavía en su cuerpo, más el corazón ya no la padecía debido al bálsamo de años de arrepentimiento, de lágrimas, de expiación.

Ese corazón, para que Dios se acercara a él; sin que esta cercanía contaminase el aura santa que circunda a Dios, NO tenía necesidad sino de que Yo volviera a consagrarlo. Lo he hecho.

Ella salió del lago limpia en la carne sí, pero aún más limpia en el corazón.

¡Cuántos, cuántos de los que han entrado en las aguas del Jordán obedeciendo al mandato del Precursor no han salido tan limpios como ella!

Porque el bautismo de éstos no era el acto voluntario, sentido, sincero, de un espíritu que deseara prepararse a mi venida, sino sólo una forma de aparecer perfectos en santidad ante los ojos del mundo;

Por tanto, era hipocresía y soberbia: dos culpas que aumentaban el cúmulo de culpas preexistentes en su corazón.  

El bautismo de Juan no es más que un símbolo. Os quiere decir: «Limpiaos de la soberbia humillándoos llamándoos pecadores; de las lujurias, lavándoos sus escorias».

Es el alma la que debe ser bautizada con vuestra voluntad, para estar limpia en el banquete de Dios.

No existe ninguna culpa tan grande que no pueda ser lavada, primero por el arrepentimiento, luego por la Gracia, finalmente por el Salvador.

No hay pecador tan grande que no pueda levantar el rostro humillado y sonreír a una esperanza de redención.

Es suficiente su completitud en la renuncia a la culpa, su heroicidad en el resistir a la tentación, su sinceridad en la voluntad de renacer.

Voy a manifestaros una verdad que a mis enemigos les parecería una blasfemia; pero vosotros sois mis amigos.

Hablo especialmente para vosotros, mis discípulos ya elegidos, aunque también para todos los que me estáis escuchando. Os digo que los ángeles, espíritus puros y perfectos, que viven en la luz de la Santísima Trinidad,

en ella, dentro de su perfección, padecen, y así lo reconocen, una inferioridad respecto a vosotros, hombres lejanos del Cielo.

Su inferioridad es el no poderse sacrificar, no poder sufrir para cooperar en la redención del hombre. Y – ¿Qué os parece? – Dios no toma a un ángel suyo para decirle «sé el Redentor de la Humanidad», sino que toma a su Hijo.

Y sabiendo que, a pesar de ser incalculable el Sacrificio e infinito su poder, todavía le falta algo – y es bondad paterna que no quiere hacer diferencia entre el Hijo de su amor y los hijos de su poder –

17. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.» MATEO 3

a la suma de los méritos destinados a ser contrapuestos a la suma de los pecados que de hora en hora la Humanidad acumula;

sabiendo esto, no toma a otros ángeles para colmar la medida y no les dice «sufrid para imitar al Cristo», sino que os lo dice a vosotros, a vosotros, hombres.

Os dice: «Sufrid, sacrificaos, sed semejantes a mi Cordero, sed corredentores…». ¡Oh…, veo cohortes de ángeles que, dejando por un instante de volar en el éxtasis adorante en torno al Fulcro Trino, se arrodillan, vueltos hacia la tierra,

y dicen: «¡Benditos vosotros, que podéis sufrir con Cristo y por el eterno Dios nuestro y vuestro!

Muchos no comprenderán todavía esta grandeza; es demasiado superior al hombre.

Pero cuando la Hostia sea inmolada, cuando el Trigo eterno torne a la vida para nunca más morir, después de recogerlo, trillarlo, mondarlo y sepultarlo en las entrañas de la tierra,

entonces vendrá el Iluminador superespiritual e iluminará a los espíritus (incluso a los más obtusos, que, a pesar de serlo, hayan permanecido fieles al Cristo Redentor).

Entonces comprenderéis que no he blasfemado, sino que os he anunciado la más alta dignidad del hombre: la de ser corredentor, a pesar de que antes no fuera más que un pecador.

Mientras tanto preparaos a ella con pureza de corazón y de propósitos.

Cuanto más puros seáis, más comprenderéis; porque la impureza – del tipo que sea – es en todo caso humo que obnubila y grava vista e intelecto.

Sed puros. Comenzad a serlo por el cuerpo para pasar al espíritu. Comenzad por los cinco sentidos para pasar a las siete pasiones.

Comenzad por el ojo, sentido que es rey y que abre el camino a la más mordiente y compleja de las hambres.

22. «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
23. pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡Qué oscuridad habrá! Mateo 6

El ojo ve la carne de la mujer y apetece la carne. El ojo ve la riqueza de los ricos y apetece el oro. El ojo ve la potencia de los gobernantes y apetece el poder.

Tened ojo sereno, honesto, moderado, puro, y tendréis deseos serenos, honestos, moderados y puros. Cuanto más puro sea vuestro ojo, más puro será vuestro corazón.

Estad atentos a vuestro ojo, ávido descubridor de los pomos tentadores. Sed castos en las miradas, si queréis ser castos en el cuerpo.

Si tenéis castidad de carne, tendréis castidad de riqueza y de poder; tendréis todas las castidades y seréis amigos de Dios.

No temáis ser objeto de burlas por ser castos, temed sólo ser enemigos de Dios.

Un día oí decir: «El mundo se burlará de ti, considerándote mentiroso o eunuco, si muestras no tender hacia la mujer».

En verdad os digo que Dios ha puesto el vínculo matrimonial para elevaros a imitadores suyos procreando, a ayudantes suyos poblando los Cielos.

Pero existe un estado más alto, ante el cual los ángeles se inclinan viendo su sublimidad sin poderla imitar.

Un estado que, si bien es perfecto cuando dura desde el nacimiento hasta la muerte, no se encuentra cerrado para aquellos que, no siendo ya vírgenes, arrancan su fecundidad, masculina o femenina.

«Oh Jesús Sacerdote, guarda a tus sacerdotes en el recinto de tu Corazón Sacratísimo, donde nadie pueda hacerles daño alguno; guarda puros sus labios, diariamente enrojecidos por tu Preciosísima Sangre. Entregamos en tus divinas manos a TODOS tus sacerdotes. Tú los conoces. Defiéndelos, Ayúdalos y SOSTENLOS, para que el Maligno no pueda tocarlos. Amén

Y anulan su virilidad animal, para hacerse fecundos y viriles sólo en el espíritu.

Se trata del eunuquismo sin imperfección natural ni mutilación violenta o voluntaria, el eunuquismo que no impide acercarse al altar; es más, que en los siglos venideros, servirá al altar y estará en torno a él.

Es el eunuquismo más elevado, aquel cuyo instrumento amputador es la voluntad de pertenecer a Dios sólo, y conservarle castos el cuerpo y el corazón para que eternamente refuljan con la candidez que el Cordero aprecia.

He hablado para el pueblo y para los elegidos de entre el pueblo. Ahora, antes de entrar a partir el pan y condividir la sal en la casa de Felipe, os bendigo a todos; a los buenos, como premio;

a los pecadores, para animarlos a acercarse a Aquel que ha venido a perdonar. La paz sea con todos vosotros.

Jesús desciende de la barca y pasa entre la multitud que se le agolpa en torno.

En la esquina de una casa está todavía Mateo, quien ha escuchado desde allí al Maestro, no atreviéndose a más.

Cuando llega a ese punto, Jesús se detiene y como bendiciendo a todos, bendice una vez más mirando a Mateo.

Y luego reprende la marcha entre el grupo de los suyos, seguido por el pueblo. 

Y desaparece en una casa…