354 LA MUJER CANANEA13 min read

354 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Es una mañana invernal, donde el sol resplandece de forma maravillosa sobre las plantas

que lucen sus destellos dorados; pero no calienta los cuerpos.

sólo las ovejas, tienen sus abrigos esponjosos y muy blancos,

como el invierno que ya se despide, en los últimos vestidos de nieve…

iJudas Tadeo, entra en la cocina, donde la lumbre ya resplandece acogedora,

para calentar la leche y el lugar, que está un poco frío en estas primeras horas

de una bellísima mañana de finales de Enero;

bellísima, pero bastante punzante en su frío amanecer…

El viejo campesino Jonás, también entra en la cocina y al ver al apóstol,,

le pregunta:

–         ¿El Maestro está contigo?

.Tadeo le responde:

–         Habrá salido a orar.

Sale frecuentemente al alba, cuando sabe que puede estar solo.

Regresará pronto.

¿Por qué lo preguntas?

–        Lo he preguntado también a los otros, que se han desperdigado para buscarlo,

porque hay una mujer allí, con mi esposa.

Es una del pueblo de allende el confín con los fenicios.

La verdad no sabría decir cómo ha podido saber que está aquí el Maestro.

Pero lo sabe.

Y quiere hablar con Él. 

Tadeo afirma:

–        Bien.

Hablará con Él.

Quizás es la mujer que Él está esperando, con una hijita enferma.

O la habrá guiado aquí su espíritu.

–        No.

Está sola.

No tiene hijos consigo.

Los pueblos están tan cercanos… por eso la conozco…

Y el valle es de todos.

Yo, además, pienso que para servir al Señor no hace falta ser crueles con los vecinos,

si son fenicios.

Estaré equivocado, pero…

–        El Maestro también dice siempre que tenemos que ser compasivos con todos.

–        Él lo es, ¿No es verdad.

–        Lo es.

–        Me ha dicho Anás que también esta vez lo han tratado mal.

¡Mal, siempre mal!…

En Judea, en Galilea, en todos los lugares.

¿Por qué, me pregunto yo, Israel es tan malo con su Mesías?

Me refiero a los principales de Israel.

Porque el pueblo lo ama.

–         ¿Cómo sabes estas cosas?

–         Vivo aquí, lejos; pero soy un fiel israelita.

¡Basta ir para las fiestas de precepto al Templo, para saber todo lo bueno y todo lo malo!

Y el bien se sabe menos que el mal.

Porque el bien es humilde y no hace autoalabanza.

Deberían proclamarlo los que han sido agraciados.

Pero pocos son los agradecidos después de recibir una gracia.

El hombre acepta el beneficio y lo olvida…

El mal, sin embargo, toca fuerte sus trompetas y hace escuchar sus palabras incluso

a quienes no quieren oírlas.

¡Vosotros, sus discípulos, no sabéis cuánto abundan en el Templo las críticas

y acusaciones contra el Mesías!

Los escribas ya sólo tratan de esto en sus lecciones.

Yo creo que se han hecho un libro de lecciones sobre cómo acusar al Maestro.

Y de hechos que presentan como objetos de acusación verosímiles.

Y se necesita una conciencia muy recta, firme y libre;

para saber resistir y juzgar con cordura.

¿Él está al corriente de todas estas sucias maniobras?

–       De todas.

Y también nosotros, más o menos, las conocemos.

Pero Él no se intranquiliza, ni se detiene.

Continúa su obra,.

Y los discípulos o las personas que creen en Él aumentan cada día que pasa.

–        Dios quiera que perseveren hasta el final.

Pero el hombre es de pensamiento mudable.

Y débil…

Está viniendo el Maestro hacia la casa, con tres discípulos.

Y el viejo sale afuera, seguido por Judas Tadeo, para venerar a Jesús;

que, lleno de majestad, viene hacia la casa.

Jesús al verlo, lo saluda:

–        La paz sea contigo hoy y siempre, Jonás.

–        Gloria y paz contigo, Maestro, siempre.

–        Paz a ti, Judas.

¿Andrés y Juan no han vuelto todavía?

–         No.

Y no los he oído salir.

A ninguno.

Estaba cansado y dormía profundamente.

Jonás los invita:

–        Entra, Maestro.

Entrad.

El ambiente está fresco esta mañana.

En el bosque debía hacer mucho frío.

Ahí hay leche caliente para todos.

Y todos, excepto Jesús…

Están bebiendo la leche, mojando en ella unos recios trozos de pan,

cuando he aquí que llegan Andrés y Juan, junto con Anás, el pastor.

Andrés exclama al verlo:

–        ¡Ah! ¿Estás aquí?

Volvíamos para decir que no te habíamos encontrado… –

Jesús dirige su saludo de paz a los tres,

y añade:

–        Pronto.

Tomad vuestra parte y pongámonos en marcha.

Quiero estar, antes de que anochezca, al menos en las faldas del monte de Akcib.

Esta noche empieza el sábado.

El pastor pregunta perplejo:

–        ¿Y mis ovejas?

Jesús sonríe y responde:

–         Estarán curadas después de la bendición.

–        ¡Pero yo estoy a oriente del monte!

Tú vas hacia poniente para ir a ver a esa mujer…

—        Déjalo en manos de Dios y Él a todo proveerá.

Terminado el desayuno, los apóstoles suben por los talegos de viaje,

preparándose para partir.

–         Maestro…

¿No vas a escuchar a esa mujer que está allí?

–        No tengo tiempo, Jonás.

El camino es largo.

Y además Yo he venido para las ovejas de Israel.

Adiós, Jonás.

Que Dios te recompense por tu caridad.

Mi bendición a ti y a todos tus parientes.

Vamos.

El viejo, entonces, se pone a gritar con todas sus fuerzas:

–         ¡Hijos! ¡Mujeres!

¡El Maestro se marcha! ¡Venid!

Y como responde a la voz de la clueca que los llama una nidada de pollitos desperdigados

por un pajar, de todas las partes de la casa acuden mujeres y hombres,

ocupados en sus labores o todavía medio dormidos.

Y niños semidesnudos con su carita sonriente recién salida del sueño…

Se apiñan en torno a Jesús, que está en medio de la era.

Las madres envuelven en sus amplias faldas a los niños para protegerlos del aire frío.

O los estrechan entre sus brazos hasta que una criada llega con los vestiditos,

que enseguida son empleados.

Pero viene también una que no es de la casa.

Una pobre mujer que llora.

Se la ve abochornada.

Camina encorvada, casi arrastrándose.

Llegada cerca del grupo en cuyo centro está Jesús, se pone a gritar:

–        ¡Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David!

Mi hija vive malamente atormentada por el demonio, que le hace hacer cosas vergonzosas.

Ten piedad, porque sufro mucho y todos se burlan de mí por esto.

Como si mi hija tuviera la culpa de hacer lo que hace…

Ten piedad, Señor, Tú que lo puedes todo.

Alza tu voz y tu mano.

Y ordena al espíritu inmundo que salga de Palma.

Sólo tengo a esta criatura, y soy viuda…

¡Oh, no te vayas! ¡Piedad!…

Jesús, efectivamente, una vez que ha terminado de bendecir a cada uno de los componentes

de la familia, después de haber amonestado a los adultos por haber hablado de su venida. –

Ellos se disculpan diciendo:

«         ¡Créenos, Señor, no hemos hablado!» –

Jesús se marcha, inexplicablemente duro para con la pobre mujer, que se arrastra

sobre sus rodillas, tendidos los brazos en actitud de congojosa súplica, ,

mientras dice:

—       ¡Yo, yo te vi ayer cuando pasabas el torrente!

¡Y oí que te llamaban: “Maestro”.

He venido siguiéndoos, ocultándome

entre las matas.

Oía lo que iban diciendo éstos.

He comprendido quién Eres…

Y esta mañana, todavía de noche, he venido a ponerme aquí a la puerta como un perrito;

hasta que se ha levantado Sara y me ha invitado a entrar.

¡Señor, piedad! ¡Piedad de una madre y de una niña!

Pero Jesús camina ligero, sordo a toda apelación.

Los de la casa dicen a la mujer:

–       ¡Resígnate!

No te quiere escuchar.

Ya ha dicho que ha venido para los de Israel…

Pero ella se pone en pie desesperada.

Y al mismo tiempo llena de Fe,

y responde:

–        No.

¡Suplicaré tanto, que me escuchará!

Y se echa a seguir al Maestro suplicando a gritos sin parar.

Sus súplicas hacen que salgan a las puertas de las casas del pueblo, todos los que están

despiertos, los cuales, como los de la casa de Jonás, se ponen a seguir a la mujer

para ver en qué termina la cosa.

Los apóstoles, por su parte, se miran recíprocamente con estupor.

Y susurran:

–         ¿Pero por qué hace esto?

No lo ha hecho nunca!

Y Juan dice:

–        En Alejandrocena ha curado incluso a aquellos dos.

Tadeo responde:

–         Pero eran prosélitos.

¿Y esta a la que va a curar ahora?

El pastor Anás dice:

–       También es prosélito.

–       ¿Y cuántas veces ha curado también a gentiles o a paganos?

Andrés dice desconsolado:

–       ¿Y la niña romana, entonces?…

Andrés, que no logra tranquilizarse ante la dureza de Jesús hacia la mujer cananea.

Santiago de Zebedeo, exclama:

–        Yo os digo lo que pasa.

Lo que pasa es que el Maestro está indignado.

Su paciencia se acaba ante tantos asaltos de maldad humana.

¿No veis cómo ha cambiado?

¡Tiene razón!

De ahora en adelante se dedicará sólo a los que conoce convenientemente.

¡Y hace bien!

Mateo se queja:

–        Sí.

Pero mientras tanto, ésta viene aquí detrás de nosotros gritando.

Y la sigue una buena cola de gente.

Si quiere pasar inadvertido, ha encontrado la manera de llamar la atención,

hasta de los árboles…

Tadeo está indignado:

–        Vamos a decirle que la despida…

¡Fijaos aquí qué lindo cortejo tenemos a nuestras espaldas!

¡Si llegamos así a la vía consular, estamos frescos!

Y ésta, si no le dice que se marche, no nos deja…

Judas Tadeo muestra tanto su molestia, que se vuelve y conmina a la mujer:

–        ¡Cállate y vete!

Y lo mismo hace Santiago de Alfeo, solidario con su hermano.

Pero ella no se impresiona por las amenazas y órdenes.

Y sigue suplicando.

Mateo dice:

–        ¡Vamos a decirle al Maestro que la eche Él!

¡Dado que no quiere concederle lo que pide!

¡Así no se puede seguir!

Andrés susurra:

–        «¡Pobrecilla!»

Y Juan repite sin tregua: «No comprendo… no comprendo…».

Juan está confundido por el modo de actuar de Jesús.

Mas ya, acelerando el paso, han alcanzado al Maestro, que camina raudo,

como un perseguido.

Los apóstoles gritan:

–         ¡Maestro!

¡Dile a esa mujer que se vaya!

–       ¡Es un escándalo!

–        ¡Viene gritando detrás de nosotros!

–        ¡Nos señala ante todos!

El camino se va poblando cada vez más de gente…

Y muchos se ponen detrás de ella.

Los apóstoles protestan:

–       Dile que se marche.

Jesús dice tajante:

–        Decídselo vosotros.

Yo ya le he respondido.

–         No nos escucha.

–         ¡Díselo Tú, hombre! –

Y además severamente.

Jesús se detiene y se vuelve.

La mujer interpreta ello como signo de gracia; acelera el paso y alza el tono, ya agudo,

de la voz.

Su rostro palidece por la aumentada esperanza.

–        ¡Cállate, mujer!

Vuelve a casa.

Ya lo he dicho: “He venido para las ovejas de Israel”.

Para curar a las enfermas y buscar a las perdidas.

Tú no eres de Israel.

Pero la mujer ya está a sus pies y se los besa, adorándolo;

sujetándolo fuerte por los tobillos como si fuera una náufraga

que hubiera encontrado un escollo de salvación.

Y gime:

–        ¡Señor, ayúdame!

Tú lo puedes, Señor. Dale una orden al demonio, Tú que eres santo…

Señor, Señor, Tú eres el amo de todo: de la gracia y del mundo.

Todo está sometido a ti, Señor.

Yo lo sé. Lo creo.

Toma, pues, tu poder y úsalo para mi hija.

Jesús objeta:

—       No está bien tomar el pan de los hijos de la casa y arrojarlo a los perros de la calle.

–       Yo creo en Ti.

Creyendo, he pasado de ser perro de la calle a ser perro de la casa.

Ya te he dicho que he venido antes del alba a acurrucarme a la puerta de la casa,

donde estabas.

Y si hubieras salido, habrías tropezado sobre mí.

Pero has salido por el otro lado y no me has visto.

No has visto a este pobre perro lacerado, hambriento de Tu Gracia,

que esperaba entrar, arrastrándose, adonde Tú estabas, para besarte los pies así,

pidiéndote que no la arrojaras de tu presencia…

–        No está bien echar el pan de los hijos a los perros – repite Jesús.

–        Pero los perros entran en la habitación donde come el amo con sus hijos.

Y comen lo que cae de la mesa.

O los desperdicios que les dan los de la familia, lo que ya no sirve.

No te pido que me trates como a una hija, no te pido que me invites a sentarme a tu mesa;

¡Te suplico implorándote!

¡Te pido al menos las migajas…!

Jesús sonríe.

¡Cómo se transfigura su rostro con esta sonrisa de gozo!…

La gente, los apóstoles, la mujer, lo miran admirados…

Sintiendo que está para suceder algo.

Y Jesús dice:

–       ¡Oh, mujer!

¡Grande es tu fe!

Con tu fe consuelas mi espíritu.

Ve, pues, y te suceda como quieres.

Desde este momento, el demonio ha salido de tu hijita.

Ve en paz.

Y, de la misma forma que, como perro extraviado, has sabido querer ser perro de casa,

sabe ser hija en el futuro, sentada a la mesa del Padre.

Adiós.

–         ¡Oh! ¡Señor!

¡Señor! ¡Señor!…

Quisiera echarme a correr, para ver a mi Palma amada…

¡Quisiera estar contigo, seguirte!

¡Bendito! ¡Santo!

–         Ve, ve, mujer.

Ve en paz.

Y Jesús reanuda su camino, mientras la cananea, más ligera que una niña;

regresa corriendo por el mismo camino que había venido;

tras ella la gente, curiosa de ver el milagro…

Santiago de Zebedeo. pregunta:

–        ¿Pero, por qué, Maestro, la has hecho suplicar tanto; si luego la ibas a escuchar? 

Jesús responde:

–       Por causa tuya y de todos vosotros.

Esta no es una derrota, Santiago.

Aquí no me han expulsado, no se han burlado de Mí, no me han maldecido…

Sirva ello para levantar vuestro espíritu abatido.

Yo ya he recibido mi dulcísimo alimento.

Y bendigo a Dios por ello.

Y ahora vamos a ver a esta otra que sabe creer y esperar con Fe segura.

Nota importante:

Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,

para no perder la vista.

Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,

que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.

¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!

Y quién de vosotros quiera ayudarnos,

aportando una donación económica; para este propósito,

podrán hacerlo a través de éste link

https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC

19. que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y = que penetra hasta más allá del velo, =Hebreos 6

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