Archivos diarios: 5/08/20

31 LA MUERTE DE UN PROFETA

 31 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Hago un llamado URGENTE a todo el mundo católico para que el próximo DOMINGO 9 de Agosto se lleve a cabo una jornada de ayuno y oración a nivel mundial con el rezo del rosario de mi Preciosísima Sangre y con el rezo del Exorcismo de San Miguel, de 12:00 am a 6:00 pm, pidiéndole al Padre Celestial por la protección de mis Templos, Santuarios y Lugares Santos, que están siendo destruidos y profanados por las fuerzas del Mal en este mundo.

Obedeciendo la orden recibida, Judas ha ido a llamar a su madre y a los demás apóstoles.

Jesús se siente devastado, por lo sucedido en los últimos minutos y no vuelve a sonreír sino cuando regresa Judas con su madre y los discípulos.

La mujer escudriña a Jesús…

Pero al verlo complaciente; toma confianza. Aun así se nota que es un alma que está muy afligida…

Jesús dice:

–    ¿Qué? ¿Vamos a Keriot? He descansado y te agradezco madre, tu gentileza.

El Cielo te recompense y te conceda por la caridad que usas conmigo, reposo. Y alegría a tu esposo, por quién lloras.

Ella trata de besarle mano.

Pero Jesús se la pone sobre la cabeza, acariciándola y no permite que se la bese.

Judas dice:

–    El carro está preparado, Maestro. Ven.

Afuera, efectivamente está llegando un carro tirado por bueyes.

Un hermoso y cómodo carro, dentro del cual se han colocado cojines para que sirvan como asientos. Tiene encima, un toldo de paño rojo.

Judas ha dejado de llamarlo rey.

–    Sube, Maestro.

–    Tu madre antes.

La mujer sube, luego Jesús y los demás.

–    Aquí, Maestro.

Jesús se sienta en la parte de adelante; a su lado Judas, detrás la mujer y los discípulos.

El conductor aguijonea a los bueyes; los fustiga caminando a su lado.

E1 trayecto es breve, poco menos de una milla y luego se ven las primeras casas de Keriot que no es un poblado grande.

Un niño pequeño que está en el camino pleno de sol, los mira y parte como un rayo.

Los pobladores salen a recibirlo con banderas y ramas; gritando de júbilo y haciendo reverencias.

Ramos y bandas adornan las calles, de casa a casa y sobre las entradas.

Jesús no puede despreciar estos homenajes y desde lo alto de su bamboleante trono, saluda y bendice.

La carreta llega hasta la plaza, da vuelta por una calle y entra hasta una aristocrática casa que tiene el portón abierto.

Se detiene el carro y bajan.

Judas dice solemne:

–    Mi casa es tu casa, Maestro.

–    Paz sea en ella, Judas. Paz y santidad.

Entran.

Atraviesan el vestíbulo y llegan a una amplia sala con divanes bajos y muebles con incrustaciones.

Con Jesús y los demás, entran las personalidades del lugar.

Hay muchas reverencias, curiosidad, júbilo festivo…

Todo con una gran pompa y mucho ceremonial.

Un anciano imponente y muy elegante, pronuncia un discurso de bienvenida al ‘Señor y Rey’.

Y dice con gran ceremonia:

–      ¡Gran fortuna para la tierra de Keriot al tenerte, oh Señor! ¡Gran fortuna! ¡Feliz día!

¡Fortuna por tenerte y fortuna por ver que un hijo suyo es amigo tuyo y te ayuda! ¡Dichoso él, que te ha conocido antes que ningún otro!

Y Tú, bendito seas diez veces diez por haberte manifestado. Tú, el Esperado por generaciones y generaciones.

Habla, Señor y Rey. Nuestros corazones esperan tu palabra, como la tierra sedienta de verano abrasador espera la primera dulce agua de septiembre. 

Jesús dice:

–      Gracias, quienquiera que seas, gracias. Y gracias a los hombres de esta ciudad que han inclinado sus corazones ante el Verbo del Padre, ante el Padre cuyo Verbo soy Yo.

Porque, sabed que no es al Hijo del hombre, que os está hablando, sino al Señor altísimo, a quien hay que rendir gracias y honor por este tiempo de paz con que Él vuelve a soldar la paternidad quebrada con los hijos del hombre.

Alabemos al Señor verdadero, al Dios de Abraham, que ha tenido piedad de su pueblo, lo ha amado y le otorga al Redentor prometido.

No a Jesús, siervo de la eterna Voluntad, sino a esta Voluntad de amor, gloria y honor. 

El hombre lo invita:

–     Hablas como un santo… Yo soy el jefe de la sinagoga. No es sábado.

Ven de todas formas a mi casa a explicar la Ley, Tú, sobre quién más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría. 

–     Iré.

Judas objeta:

–     Acabamos de llegar de un viaje. Mi Señor tal vez está cansado.

Jesús dice:

–     No, Judas. Jamás me canso de hablar de Dios. Y nunca tengo deseos de quitar las esperanzas de los corazones.

El sinagogo insiste:

–     Entonces, ven. Todo Keriot está afuera, esperándote.

–     Vamos.

Jesús sale entre Judas y el arquisinagogo; pasa bendiciendo. La sinagoga está en la plaza.

Atraviesan la plaza y entran a la sinagoga.

Jesús se dirige hacia el puesto reservado a quien enseña.

Se ve magnífico, todo angelical con su espléndida vestidura, el rostro inspirado, los brazos extendidos según su gesto habitual.

Empieza a hablar:

–      Pueblo de Keriot, el Verbo de Dios habla. Escuchad. Quien os habla no es sino Palabra de Dios. Su soberanía viene del Padre y al Padre volverá después de evangelizar a Israel.

Ábranse los corazones y las mentes a la verdad, para que el error no quede estancado, para que no nazca la confusión.

Isaías dice: «Toda depredación tumultuosa y las vestiduras bañadas de sangre serán consumidas por el fuego. He aquí que nos ha nacido un niño.

He aquí que se nos concede un Hijo. Lleva sobre sus hombros el principado. Éste es su nombre: el Admirable, el Consejero, Dios el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la paz».

Este es mi Nombre. Dejemos a los Césares y a los Tetrarcas su botín. Yo depredaré, pero no será una depredación que merezca castigo de fuego.

No sólo esto sino que le arrebataré al fuego de Satanás gran número de presas para llevarlas al Reino de paz del que soy Príncipe.

Y al siglo futuro: el eterno tiempo del cual soy Padre.

«Dios» dice también David, de cuya estirpe provengo; como habían predicho quienes vieron porque eran santos, gratos a Dios, elegidos por Dios para hablar

«ha escogido a uno sólo… a mi hijo… pero la obra es grandiosa, porque se trata no de preparar la casa de un hombre, sino la de Dios». Así es.

Dios, el Rey de los reyes, ha elegido a uno sólo, a su Hijo, para construir en los corazones, su casa. Y ha preparado ya el material. ¡Oh, cuánto oro de caridad. Y cobre, y plata y hierro. Y maderas raras y piedras preciosas!

Todas están acumuladas en su Verbo y Él las usa para construir en vosotros la morada de Dios.

Pero si el hombre no ayuda al Señor, inútilmente el Señor querrá construir su casa. Al oro se responde con el oro, a la plata con la plata, al cobre con el cobre, al hierro con el hierro.

O sea, por el amor debe darse amor, continencia para servir a la Pureza, constancia para ser fieles, fuerza para no desistir.

Y luego, llevar hoy la piedra, mañana la madera: hoy el sacrificio, mañana la obra. Y construir, construir siempre el templo de Dios en vosotros.

El Maestro, el Mesías, el Rey del Israel eterno, del pueblo eterno de Dios, os llama. Pero quiere que estéis limpios para la obra.

Caigan las soberbias: a Dios gloria. Caigan los humanos pensamientos: de Dios es el Reino. Humildes, decid conmigo: «Tuyas son todas las cosas, Padre, tuyo todo cuanto es bueno; enséñanos a conocerte y a servirte, en verdad».

Decid: «¿Quién soy yo?» Y reconoced que seréis algo sólo cuando seáis moradas purificadas a las que Dios pueda descender, en las que pueda descansar.

Todos peregrinos y extranjeros en esta tierra, sabed reuniros e ir hacia el Reino prometido.

El camino son los Mandamientos puestos en práctica no por temor a un castigo, sino por amor a ti, Padre santo.

El arca, un corazón perfecto en el cual está el nutritivo maná de la sabiduría y florece la vara de la pura voluntad. Y para que la casa sea luminosa, venid a la Luz del mundo.

Yo os la traigo. Os traigo la Luz. Nada más que esto. No poseo riquezas ni prometo honores de esta Tierra, pero sí poseo todas las riquezas sobrenaturales de mi Padre.

Y a aquellos que sigan a Dios en amor y caridad les prometo el honor eterno del Cielo.

La paz sea con vosotros.

La gente, que ha estado escuchando atenta, bisbisea un poco inquieta.

Jesús habla con el jefe de la sinagoga. Se unen al grupo también los personajes más importantes de Keriot. 

Uno de ellos pregunta:

–     Maestro… ¿Pero entonces no eres el Rey de Israel? Nos habían dicho… 

Jesús contesta: 

–     Lo soy.

–     Pero Tú has dicho…

–     Que no poseo ni prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la verdad. Así es.

Conozco vuestro pensamiento. Y el error proviene de una mala interpretación, y de un sumo respeto vuestro hacia el Altísimo.

Se os dijo: ‘Viene el Mesías’ y pensasteis como muchos en Israel, que Mesías y rey fuesen una misma cosa.

Elevad más alto el espíritu. Observad este hermoso cielo de verano. ¿Pensáis que termina allí su límite, allí donde el aire parece una bóveda de zafiro? No.

Más allá están los estratos más puros, los azules más nítidos, hasta llegar a aquél inimaginable, del Paraíso; adonde el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor.

Hay una infinita diferencia entre la realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera; que es totalmente divina.

–      Pero, ¿Podremos nosotros pobres hombres, elevar el espíritu adonde Tú dices?.

–      Basta que lo queráis. Y si lo queréis, Yo os ayudaré.

–     ¿Cómo te tenemos que llamar, si no eres rey?

–      Maestro, Jesús; como queráis. Maestro soy y soy Jesús, el Salvador.

Dejemos a los Césares y a los tetrarcas con sus botines. Yo tendré el mío. Pero no será un botín que merezca el castigo de fuego.

Antes bien, arrancaré del Fuego de Satanás; presas y botines, para llevarlas al Reino de la Paz.

Todos se quedan meditando en las palabras de Jesús…

Al fin, un anciano dice:

–     Señor. Hubo una ocasión hace mucho tiempo; cuando fue el edicto de Augusto; que llegó la noticia que había nacido en Belén el Salvador.

Yo fui con otros… Vi a un pequeñín, igual que los demás. Pero lo adoré con fe.

Después supe que había un hombre santo que se llamaba Juan. ¿Cuál es el Mesías verdadero?

–      Aquel a quien tú adoraste. El otro es su Precursor. Gran santo a los ojos del Altísimo, pero no Mesías.

–     ¿Eras Tú?

–      Era Yo. Y ¿qué viste en torno a mí recién nacido?

–      Pobreza y limpieza, honestidad y pureza. Un carpintero amable y serio de nombre José. Artesano, pero de la estirpe de David.

Una joven Madre rubia y gentil de nombre María, ante cuya belleza palidecen las rosas más hermosas de Engadí y parecen feos y deformes, los lirios de los jardines en los palacios reales.

Y un Niño de grandes ojos azul de cielo y cabellos oro pálido…

No vi nada más…

Y oigo todavía la voz de la Madre que me decía:

«Por mi Criatura te digo: el Señor esté contigo hasta el eterno encuentro y su Gracia te salga al paso en tu camino». Tengo ochenta y cuatro años… el camino está terminándose.

Ya no esperaba encontrar la Gracia de Dios y sin embargo, te he encontrado… Y ahora ya no deseo ver más luz que la tuya…

Sí. TE VEO CUAL ERES bajo esta vestidura de piedad que es la carne que has tomado. ¡Te veo! ¡Oíd la voz de aquel que al morir ve la Luz de Dios!

La gente se arremolina en torno al anciano inspirado que está en el grupo de Jesús y que arrojando el bastón, levanta los brazos trémulos.

Tiene la cabeza toda blanca. La barba larga y partida en dos. Parece un verdadero patriarca y profeta.

Y dice señalando a Jesús:

–     Veo a Éste: al Elegido; al Supremo; al Perfecto; que habiendo bajado por amor, vuelve a subir hasta la Diestra del Padre. A volver a ser Uno con Él. Pero no veo su Voz y Esencia incorpórea, como Moisés vio al Altísimo…

Y como refiere el Génesis que lo conocieron los Primeros Padres y hablaron con Él, al aura del atardecer.

Como verdadera Carne lo veo subir al Eterno, ¡Carne refulgente!, ¡Carne gloriosa!; ¡Oh, pompa de Carne divina!, ¡oh, Belleza del Hombre Dios!

Lo veo subir como un verdadero hombre hacia el Eterno. Cuerpo que brilla. Cuerpo Glorioso. ¡Oh, Pompa del Cuerpo Divino! ¡Oh, Belleza del Hombre Dios!

Es el Rey. ¡Sí, es el Rey! No de Israel, sino del Mundo.

Ante Él se inclinan todas las realezas de la tierra, y todos los cetros y coronas palidecen ante el fulgor de su Cetro y de sus joyas. 

¡Una corona! Una corona tiene en su frente. Un cetro tiene en su mano. Sobre su pecho tiene un racional: Hay en él perlas y rubíes de un esplendor jamás visto.

De él salen llamas como de un horno sublime. En las muñecas, dos rubíes, y lleva una fíbula de rubíes en sus pies santos. ¡De los rubíes, luz, luz…!

¡Mirad, oh pueblos, al Rey Eterno! ¡Te veo! ¡Te veo! Subo contigo… ¡Ah! ¡Señor!, ¡Redentor nuestro!…

 ¡Oh! ¡La Luz aumenta en los ojos del alma! ¡El Rey está adornado con su Sangre!… la corona… ¡Es una corona de espinas que sangran!

El cetro… el trono… ¡Una Cruz!… ¡Aquí está el Hombre! ¡Aquí está! ¡Eres Tú!… 

¡Señor, por tu Inmolación ten piedad de tu siervo! ¡Jesús, a tu piedad confío mi espíritu!…

El anciano, que había estado erguido y que se había rejuvenecido con el fuego de su profecía, se derrumba de improviso…

Y caería al suelo, si Jesús rápido no lo sostuviese contra su pecho.

La gente grita:

–   ¡Saúl!

–   ¡Se está muriendo Saúl!

–   ¡Auxilio!

–   ¡Corred!

Jesús, lentamente se ha arrodillado para sujetar mejor al anciano que se vuelve paulatinamente más pesado. 

Y dice:

–   Paz en torno al justo que muere.  

Hay un silencio total.

Jesús lo coloca en el suelo, se yergue y dice:

–    Paz a su espíritu. Ha muerto viendo la Luz y en la espera que será breve; verá el Rostro de Dios y será feliz. No existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor.

Pasados algunos minutos la gente se aleja comentando lo sucedido. Quedan los ancianos; Jesús, los suyos y el sinagogo.

Éste dice:

–    ¿Ha profetizado, Señor?

–     Sus ojos han visto la verdad.

Y volviéndose a los suyos, ordena:

–     Vámonos.

Y salen.

Simón pregunta:

–      Saúl ha muerto revestido con el Espíritu de Dios. Quienes le hemos tocado ¿Estamos limpios o inmundos?

Jesús contesta:

–      Inmundos.

Espiritualmente cuando alguien muere, sus pecados que son los espíritus inmundos’ generados por la maldad personal con la que TODOS los seres humanos contribuímos al universo espiritual, se trasladan a la persona más cercana al fallecido. 

El sacramento de la Reconciliación en realidad es un poderosísimo exorcismo y el mantenernos en Gracia nos protegen de estas ‘invasiones’...

Los Sacramentos se originaron de la Llaga que Longinos abrió con su lanza en el Calvario, por eso…

Judas exclama:

–      ¡Oh! ¡NO! ¡Ya no…!

Jesús es terminante:

–      Yo como los otros. No cambio la Ley. La Ley es ley y el Israelita la observa.

Estamos inmundos. Dentro del tercero y último día, nos purificaremos. Hasta entonces estamos inmundos. 

Se vuelve hacia el apóstol y agrega: 

–        Judas, no regreso a la casa de tu madre. No llevaré inmundicia a su casa.

Comunícaselo por medio de alguien que pueda hacerlo. Paz a esta ciudad. ¡Vámonos!

Y se van a través del huerto…