58 AUTÉNTICOS ADORADORES13 min read

58 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús camina al lado de Jonathán siguiendo un terraplén verde, boscoso y sombreado. Detrás van los apóstoles hablando entre sí.

Pedro separándose de ellos, se adelanta, y franco como siempre, pregunta a Jonathán:

–      ¿Pero no era más rápido el camino que va a Cesárea de Filipo?

Hemos venido por éste y… ¿Cuándo vamos a llegar? ¡Tú con la patrona has ido por aquél!

–      Con una enferma, me he atrevido a todo.

Date cuenta de que yo soy de un cortesano de Antipas y Filipo, después de aquel sucio incesto no ve muy bien a los cortesanos de Herodes…

Mira, no es por mí por quien temo. Lo que no quiero es crearos dificultades ni enemigos, y menos aún al Maestro.

La Tetrarquía de Filipo tiene necesidad de la Palabra, como la tiene la de Antipas; si os odian, ¿Cómo podéis…? Al regreso, si lo veis conveniente, vais por ese camino.

Jesús dice:

–     Alabo tu prudencia, Jonathán. Pero al regreso tengo intención de pasar hacia las tierras fenicias.

–     Están envueltas en las tinieblas del error.

–     Tocaré frontera, para recordarles que hay una Luz.  

Pedro pregunta:

–     ¿Crees que Filipo se desquitaría en un siervo del perjuicio que le ha causado su hermano?

18. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.» Marcos 6

–     Sí, Pedro. Son iguales.

Dominados por todos los más bajos instintos, no hacen distinción. Parecen animales y no hombres, créelo.

–     Y sin embargo, teniendo en cuenta que Juan, hablando en nombre de Dios, ha hablado también en su nombre y favor, debería estimarlo a Él, que es pariente de Juan.

–     No os preguntaría ni siquiera de donde venís, ni quiénes sois, viéndoos conmigo si me reconociera.

O si algún enemigo de la casa de Antipas me señalara como siervo de su Procurador, seríais encarcelados inmediatamente.

¡Si supierais cuánto fango hay tras las vestiduras de púrpura! Venganzas, atropellos, delaciones, lujurias y hurtos son la pasta de su alma. ¿Alma?… ¡bien!, llamémosla así.

Yo creo que ya no tienen alma. Vosotros mismos podéis verlo: para bien, pero… ¿Por qué ha recobrado Juan la libertad?

Por una venganza entre dos oficiales de la Corte.

Uno, para deshacerse de otro tan favorecido por Antipas, que tenía a Juan en custodia; por una suma abrió de noche el calabozo… Yo creo que atontó a su rival con un vino drogado.

Y a la mañana siguiente… el desdichado pagó con su cabeza la evasión del Bautista. Te digo que es un asco.

–     ¿Y tu patrón está de acuerdo? Me parece bueno.

–     Lo es. Pero no puede actuar de otro modo.

Su padre y el padre de su padre fueron de la Corte de Herodes el Grande. El hijo lo ha tenido que ser por fuerza.

No lo aprueba, pero no puede más que limitarse a mantener a su mujer lejos de esa corte de vicios.

–     ¿Y no podría decir “me das asco” y marcharse?

–     Podría, pero, a pesar de que sea muy bueno, todavía no es capaz de tanto.

Eso significaría casi ciertamente la muerte. Y ¿Quién quiere morir por honestidad de espíritu llevada a su punto más alto? Un santo como el Bautista. Pero nosotros… ¡Pobrecillos!

Jesús, que los ha dejado hablar entre sí, interviene:

–      Dentro de no mucho, en todo lugar de la tierra conocida, el número de los santos contentos de morir por esta honestidad hacia la Gracia y por amor a Dios, será denso como flores en un prado abrileño.

Pedro dice:

–     ¿Sí? Me gustaría saludar a estos santos y decirles: “¡Rogad por el pobre Simón de Jonás!”.

Jesús lo mira fijo y sonriente.

–     ¿Por qué me miras así?

–      Porque tú, prestándoles auxilio, los verás… y los verás cuando te lo presten a ti.

–     ¿En qué, Señor?

–      Para ser la Piedra consagrada por el Sacrificio, sobre la que se celebre y edifique mi Testimonio.

–      No te entiendo.

–      Entenderás.

Los otros discípulos, que se habían acercado y que han escuchado, cuchichean entre sí.

Jesús se vuelve:

–      En verdad os digo que todos seréis probados con uno u otro suplicio:

por ahora, el de la renuncia a las comodidades, a los afectos, a las cosas útiles; luego irá siendo una cosa cada vez más vasta, hasta llegar a aquella, excelsa, que os ciña con una diadema inmortal.

Sed fieles. Todos vosotros lo seréis. Y obtendréis esto.

–     ¿Nos matarán los judíos, el Sanedrín acaso, por nuestro amor a Tí?

–     Jerusalén lava los umbrales de su Templo con la sangre de sus Profetas y sus Santos.

Y también el mundo espera ser lavado… Abundan los templos de dioses horrendos.

En un futuro serán templos del Dios verdadero y la lepra del paganismo quedará purificada con el agua lustral de la sangre de los mártires. 

Se escuchan las exclamaciones de los discípulos:

–     ¡Oh!

–     ¡Dios Altísimo!

–     ¡Señor!

–     ¡Maestro! 

–     ¡Yo no soy digno de tanto!  

Pedro se arroja a los pies de Jesús diciendo:

–     ¡Soy débil! ¡Le temo al dolor! ¡Oh! ¡Señor!…

Despide a tu inútil siervo o dame fuerza. No querría menoscabar tu imagen Maestro, con mi ruindad. 

Es una genuina súplica, brotada del corazón lleno de integridad del apóstol pescador.

Jesús le dice:

–     Levántate, mi Pedro. No temas. Todavía mucho has de caminar…

Llegará la hora en que no quieras sino cumplir el último esfuerzo. Y entonces tendrás todo, del Cielo y de ti mismo. Yo te estaré mirando admirado.

–     Tú lo dices… y yo lo creo. ¡Pero soy una miseria de hombre!

Se ponen de nuevo a caminar y avanzan hasta dejar la llanura, para luego encumbrarse hasta la parte alta de un monte boscoso y progresivamente elevado. 

Y al alba del día siguiente, con una hermosa aurora naciente que enciende y destellan en todas las plantas bañadas de rocío, pequeños diamantes líquidos.

Bosques y más bosques de coníferas han quedado abajo, pero sigue habiendo bosques de cedros arriba e imperan dominadores desde lo alto.

Bosques que como verdes catedrales, acogen entre sus arboledas a los peregrinos incansables.

Los cedros de Líbano cubren una cadena montañosa, que se yergue en un nudo alto y enredado de crestas y barrancos, de valles y mesetas.

A lo largo de las cuales discurren, para luego precipitarse abajo en torrentes que parecen cintas de plata ligeramente verde-azul.

Aves de todo tipo llenan de cantos y vuelos los bosques de coníferas, que son como un oleaje perfumado de resinas en esta hora matutina.

Volviendo la mirada hacia abajo, se  contempla a lo lejos el mar grande, imponente y majestuoso con toda la costa que se extiende hacia el Norte y hacia el Sur,

con sus ciudades, sus puertos y los numerosos torrentes que descienden por las laderas, juntando sus cursos de rumorosas aguas, hasta sus desembocaduras en el océano; 

donde sus estuarios bosquejan el dibujo de una coma resplandeciente sobre la tierra árida, con sus aguas disminuídas por el ardiente sol del verano en el azul del mar.

Pedro observa:

–      Son hermosos estos lugares.

Simón dice:

–      Y no hace tampoco mucho calor.

Mateo añade:

–      Con estos árboles, el sol molesta poco…

Juan pregunta:

–      ¿Han tomado de aquí los cedros del Templo?

Jonathán contesta:

–       De aquí. Son éstos los bosques que dan las maderas más bellas.

El patrón de Daniel y Benjamín tiene muchísimos, además de tener ricos rebaños. Sierran los árboles en el propio lugar y luego los transportan hacia abajo por aquellas acanaladuras o a fuerza de brazos.

Trabajo difícil cuando los troncos deben ser usados enteros, como fue el caso del Templo. No obstante, paga bien y hay muchos a su servicio

Además es bastante bueno. No es como el feroz Doras. 

José exclama:

–     ¡Pobre Jonás!

Pedro agrega:

–     ¿Pero cómo es posible que los que están a su servicio sean casi esclavos?

Cuando le dije: “Déjale plantado y ven con nosotros, que Simón de Jonás podrá ofrecerte en el peor de los casos un pan”, me respondió: “No puedo si no pago mi rescate”. ¿Qué historia es ésta? 

Jonathán explica:

–      Doras y no sólo él en Israel, habitualmente hace esto:

cuando ve que uno que está a su servicio es bueno, lo conduce con aguda astucia a la esclavitud.

Le carga en cuenta falsas sumas que el pobre hombre no puede pagar; cuando la suma es suficiente, dice: “Tú eres esclavo mío por deudas”. 

Simón:

–     ¡Qué vergüenza!   

Bartolomé:

–     ¡Y además es fariseo!

Jonathán:

–     Sí. Jonás mientras tuvo ahorros pudo pagar… luego…

Un año el granizo, otro la sequía, el trigo y la uva dieron poco. Doras multiplica el daño por diez… y otra vez por diez. Posteriormente Jonás cayó enfermo debido al excesivo trabajo.

Doras le prestó la suma necesaria, pero quiso el doce por uno. Como Jonás no lo tenía, añadió esto al resto.

En pocas palabras: pasados unos años, se había acumulado una deuda que lo convirtió en esclavo y jamás lo dejará marcharse… Siempre encontrará otras disculpas y otras deudas. 

Jonathán calla con tristeza pensando en su amigo.  

Simón pregunta:

–     ¿Y tu patrón no podía…?

–     ¿Qué? ¿Hacer que lo trataran como a un ser humano?

¿Pero quién se enfrenta a los fariseos? Doras es uno de los más poderosos: creo que incluso es pariente del Sumo Sacerdote… Al menos eso se dice.

Una vez, cuando le dieron de palos a Jonás hasta desmayarlo y yo lo supe, lloré tanto, que Cusa me dijo: “Pago yo su rescate por hacerte feliz”.

Pero Doras se le rió delante de su cara y no aceptó nada. ¡Ése!… tiene los campos más ricos de Israel… pero, te lo juro, han sido abonados con la sangre y las lágrimas de sus siervos.

Jesús mira a Simón Zelote y éste mira a Jesús. Ambos están apenados.

–     ¿Y este de Daniel es bueno?

–     Al menos, humano. Quiere, pero no oprime.

Y dado que los pastores son honestos, los trata con amor; son los que mandan en los pastos. A mí me conoce y me respeta porque soy un doméstico de Cusa y… podría serle útil…

Pero, Señor, ¿Por qué el hombre es tan egoísta? 

Jesús responde:

–     Porque el amor fue estrangulado en el Paraíso Terrenal. Yo vengo, no obstante, a aflojar el lazo y a dar nueva vida al amor. 

Después de recorrer el último bosque, en una curva del camino,

Jonathán dice:

–     Hemos llegado a la propiedad de Eliseo. Los pastos están aún lejanos, pero a esta hora las ovejas casi siempre están en los apriscos, por el sol. Voy a ver si están.

Y Jonatán se marcha casi corriendo.

Vuelve después de un rato con dos pastores entrecanos y robustos, los cuales realmente se precipitan abajo por la pendiente, para ir a donde Jesús.

Y cuando llegan se postran adorándolo.

Jesús los saluda:

–     La paz a vosotros.

Y ellos responden:

–    ¡Oh! ¡Nuestro Niño de Belén!

–     Bendita seas, Paz de Dios, que has venido a nosotros. 

Los dos hombres están prosternados sobre la hierba. El saludo a un altar no es tan profundo como éste dedicado al Maestro.  

Jesús dice:

–     Levantaos. Os devuelvo la bendición.

Y me alegra hacerlo porque la bendición desciende con gozo sobre quien es digno de ella.

–     ¡Oh, dignos nosotros!…

–     Sí, vosotros, que habéis sido siempre fieles.

–     ¿Quién no lo habría sido? ¿Quién puede borrar aquella hora?

¿Quién puede decir: “No es verdad lo que vimos”? ¿Quién puede olvidar que Tú nos sonreíste durante meses, cuando volviendo entre las ovejas al atardecer, te llamábamos? ¿Y Tú, al son de nuestros flautines batías las manitas?…

¿Lo recuerdas, Daniel?

Daniel agrega:

–    Casi siempre vestido de blanco en los brazos de su Madre; te nos mostrabas entre rayos de sol en el prado de Ana.

O asomados a la ventana, parecías una flor depositada sobre la nieve del vestido materno. 

Jonathán añade:

–     Y aquella vez que viniste, dando los primeros pasos, a acariciar un corderito menos rizado que Tú…

¡Qué feliz se te veía! Y nosotros no sabíamos qué hacer de nuestras rudas personas.

Habríamos deseado ser ángeles para no parecerte tan burdos…  

Jesús dice emocionado:

–     ¡Amigos míos!, Yo veía vuestro corazón y eso veo también ahora.

Benjamín:

–     ¡Y nos sonríes como entonces!

Daniel:

–     ¡Y has venido hasta aquí, donde los pobres pastores!

–     Donde mis amigos. Ahora estoy contento.

Os he vuelto a encontrar a todos y ya no os perderé. ¿Podéis dar hospedaje al Hijo del hombre y a sus amigos?

–     ¡Señor! ¿Tú lo pides?

No nos falta ni pan ni leche, pero si tuviéramos sólo un bocado te lo daríamos con tal de tenerte con nosotros. ¿Verdad, Benjamín?

–     ¡Hasta el corazón te daríamos por alimento, nuestro anhelado Señor!

–     Vamos, entonces. Hablaremos de Dios…

–     Y de tus parientes, Señor.

¡José, tan bueno! ¡María…, oh, la Madre! Fijaos, mirad este narciso bañado de rocío, hermoso y puro con su corola como una estrella adiamantada.

Ella, sin embargo… ¡Oh, esto no está lleno de fealdad en comparación con la Madre! Una sonrisa suya era purificación.

Encontrarla, una fiesta; oírla, santificarse. ¿Te acuerdas de aquellas palabras también tú, Benjamín?

–     Sí. Te las puedo repetir, Señor.

Porque cuanto Ella nos dijo en los meses en que pudimos oírla está escrito aquí (y se señala el pecho). Es la página de nuestra sabiduría.

Nosotros podemos comprenderla porque es palabra de amor y el amor lo entienden todos. Ven, Señor, entra y bendice esta morada feliz.

Entran en una estancia cercana al vasto redil y todo termina.

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