575 El Peligro de la Riqueza7 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

456a Advertencia a la viuda Sara 

Desearían seguirle más y retenerlo más tiempo.

Pero Jesús quiere alcanzar a las mujeres, que han salido antes montadas en borriquillos.

Se libra de sus insistencias y baja rápido por el camino recorrido ayer para venir.

Sólo aminora la marcha cuando pasa por el lugar de los trabajos…

Para levantar la mano y bendecir a los desdichados,

que lo miran como se mira a Dios.

Llegando al pie del monte, el camino se bifurca en dos ramales:

Uno hacia el lago, el otro hacia el interior.

Por este último van los cuatro borriquillos con leve trote,

levantando polvo del camino quemado por el verano y meneando las largas orejas.

De vez en cuando una de las mujeres se vuelve, a mirar si Jesús las alcanza.

Quisieran detenerse para estar con Él,

pero Jesús les hace con la mano una señal de que continúen,

para alejarse del tramo de camino descubierto, ya invadido por el sol.

Y así llegar pronto a los bosques que suben hacia Afeq…

Refrescantes bosques que tejen una bóveda verde por encima del camino de caravanas.

Donde se introducen alegres, con una exclamación de alivio.

Afeq está mucho más hacia el interior que Gamala, entre los montes.

Por eso, ya no se ve el lago de Galilea.

Es más, ya no se ve nada…

Porque el camino sube entre dos prominencias montañosas que hacen de mampara.

La viuda va delante, indicando el camino más corto…

Dejando el camino de caravanas por una vereda que trepa por el monte, aún más fresca y umbría.

Pero se entiende el motivo de la desviación, cuando volviéndose sobre la silla,

Sara dice:

–            Estos bosques son míos.

De árboles preciosos.

Vienen a comprar madera hasta de Jerusalén, para las arcas de los ricos.

Y éstos son los árboles viejos.

Pero tengo también viveros que se renuevan siempre.

Venid. Ved…

Incita al borrico cuesta abajo y cuesta arriba.

Y otra vez abajo, siguiendo la vereda entre sus bosques,

donde efectivamente, hay zonas de árboles adultos,

ya en condiciones de ser talados.

Y zonas donde los árboles son todavía tiernos, a veces de pocos centímetros de altura,

entre hierbas verdes que huelen a todos los aromas montanos.

Jesús dice:

–              Son bellos estos lugares.

Y están bien cuidados.

Eres sabia»

–               Oh!…

Pero para mí sola…

Con más gusto los cuidaría para un hijo…

Jesús no responde.

Prosiguen el camino.

Ya se ve Afeq, en medio de un círculo de manzanos y otros árboles frutales.

–               También es mío aquel huerto.

¡Demasiado tengo para mí sola!…

Era ya demasiado cuando tenía todavía a mi marido y al caer la tarde nos mirábamos

en la casa demasiado vacía, demasiado grande.

Y ante las monedas, demasiadas, ante las cuentas de los productos, también demasiados.

Y nos decíamos: «¿Y para quién?».

Y ahora lo digo más todavía…

Toda la tristeza de un matrimonio estéril, brota le las palabras de la mujer.

Jesús dice:

–                Siempre hay pobres…

Sara responde:

–                ¡Oh! ¡Sí!

Y mi casa se abre a ellos todos los días.

Pero luego…

–               ¿Quieres decir cuando mueras?

–               Sí, Señor.

Será un dolor dejar…

¿A quién?…

Las cosas tan cuidadas…

En Jesús se dibuja una sombra de sonrisa llena de compasión.

Pero con bondad, responde:

–              Eres más sabia para las cosas de la tierra que para las del Cielo, mujer.

Te preocupas porque tus plantas crezcan bien y no se formen calveros en tus bosques.

Te afliges pensando que después ya no las cuidarán como ahora.

Pero estos pensamientos son poco sabios;

es más, son totalmente insipientes.

¿Crees que en la otra vida tendrán valor las pobres cosas que llevan por nombre:

«árbol», «fruta», «dinero», «casas»?

¿Y que será motivo de aflicción el verlas desatendidas?

Endereza tu pensamiento, mujer.

Allí no se dan los pensamientos de aquí, en ninguno de los tres reinos.

En el Infierno:

el odio y el castigo ciegan ferozmente.

En el Purgatorio:

la sed de expiación anula cualquier otro pensamiento.

En el Limbo:

la bienaventurada espera de los justos no es profanada por nada de carácter terreno.

La Tierra queda lejos, con sus miserias;

cerca está sólo por sus  necesidades sobrenaturales;

necesidades de almas, no necesidades de objetos.

Los difuntos no réprobos:

sólo por amor sobrenatural, orientan a la Tierra su espíritu.

Y a Dios sus oraciones en favor de los que están en la Tierra; no por otro motivo.

Y una vez que los justos entren en el Reino de Dios,

¿Qué crees tú que puede ser, para uno que contempla a Dios,

esta mísera cárcel, este destierro que se llama «Tierra»?

¿Qué, las cosas dejadas en ella?

¿Podrá el día echar de menos una lámpara humeante, cuando lo ilumina el Sol?

–              ¡Oh!

¡No!

–              ¿Y entonces?

¿Por qué suspiras por lo que vas a dejar?

–              Quisiera que un heredero siguiera…

–               ¿Gozando de las riquezas terrenas,

para tener en ellas un obstáculo para alcanzar la perfección… 

mientras que el desapego de las riquezas es escalera para poseer las riquezas eternas?

¿Ves, mujer?

El mayor obstáculo para obtener a este inocente no es su madre, con sus derechos sobre el hijo,

sino tu corazón.

Él es un inocente, un inocente triste,

pero en todo caso un inocente que por su mismo sufrimiento, es amado por Dios.

Pero si tú lo hicieras un avaro, codicioso, quizás vicioso, por los medios de que dispones…

¿No lo privarías de la predilección de Dios?

¿Y podría Yo, que cuido de estos inocentes;

ser un maestro desatento que sin reflexionar,

permitiera que un discípulo inocente suyo se descarriara?

Cuida primero de ti misma, despójate de la humanidad aún demasiado viva,

libera tu justicia de esta costra de humanidad que la encoge…

Y entonces merecerás ser madre.

Porque no es madre sólo quien engendra o quien ama a un hijo adoptivo,

lo cuida y atiende en sus necesidades de criatura animal.

También a éste lo ha engendrado su madre.

Pero ella no es madre, porque no tiene cuidado ni de su carne ni de su espíritu.

Madre es la que se preocupa sobre todo, de lo que no muere nunca: del espíritu;

no sólo de lo que muere: de la materia.

Y créeme mujer que quien ame el espíritu, amará también el cuerpo,

porque poseerá un amor justo y por tanto, será justo.

–               He perdido el hijo, lo comprendo…

–               No es seguro.

Que tu deseo te mueva a santidad, que Dios te complacerá.

Siempre habrá huérfanos en el mundo.  

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