326 LA INCREDULIDAD Y EL PECADO8 min read

326 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

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El telar está parado porque María y Síntica están cosiendo muy diligentemente,

las telas que ha traído el Zelote.

Doblan y ponen encima de la mesa, en montones ordenados por colores,

los pedazos de vestidos ya cortados.

Cada cierto tiempo, las mujeres cogen uno para hilvanarlo sobre la mesa.

Así que los hombres se ven arrinconados hacia el inactivo telar;

cerca, pero no interesados en el trabajo de las mujeres.

Están también los dos apóstoles Judas Tadeo y Santiago de Alfeo;

los cuales por su parte, observan la intensa labor femenina;

sin hacer preguntas, pero no sin curiosidad.

Los dos primos hablan de sus hermanos, especialmente de Simón,

que los ha acompañado hasta la puerta de Jesús y luego se ha marchado

«porque tiene un niño enfermo» dice Santiago;

para suavizar la cosa y disculpar a su hermano.

Judas se muestra más severo;

dice:

–        Precisamente por eso debía venir.

Pero parece que él también se ha vuelto idiota.

Como todos los nazarenos.

Por lo demás, si se excluyen Alfeo de Sara y los dos discípulos;

que ahora quién sabe dónde están.

Se ve que Nazaret no tiene de bueno nada más y que ha escupido todo lo bueno que tenía;

como si fuera un sabor molesto para esta ciudad nuestra..

Jesús ruega: .

–       No hables así.

No te envenenes el corazón…

No es culpa suya…

–       ¿De quién, entonces?

–       De muchas cosas…

El verdadero culpable es Satanás, que toma la incredulidad para controlar los pensamientos

y con ello, también la mente, el corazón y los sentimientos;

que luego se traducen en obras contrarias a Dios;

Pero esto nadie en Nazareth puede comprenderlo…

Y Jesús no puede decirlo,

porque todavía no desciende el Paráclito con sus Carismas…

No investigues.

De todas formas, no toda Nazaret es enemiga.

Los niños… 

Tadeo continúa implacable:

–       Porque son niños.

–       Las mujeres…

–       Porque son mujeres.

Pero no son ni los niños ni las mujeres quienes afirmarán tu Reino.

–       ¿Por qué, Judas?

Te equivocas.

Los niños de hoy serán precisamente los discípulos de mañana;

los que propagarán el Reino por toda la Tierra.

Y las mujeres…

¿Por qué no lo pueden hacer?

–       Ciertamente, no podrás hacer de las mujeres apóstoles;

al máximo, serán discípulas, como Tú has dicho;

que servirán de ayuda a los discípulos.

–       Un día cambiarás la opinión sobre muchas cosas, hermano mío.

Pero ni siquiera intento convencerte de tu error.

Chocaría contra una mentalidad que te viene de siglos;

de conceptos y prejuicios errados acerca de la mujer.

Lo único que te ruego es que observes, que anotes en ti, las diferencias que ves entre las

discípulas y los discípulos.

Y que observes, fríamente, su adecuación a mis enseñanzas.

Verás cómo empezando por tu madre, que se podría decir que ha sido la primera de las

discípulas en el orden del tiempo y del heroísmo y lo sigue siendo;

haciendo frente con valentía a toda una ciudad que la vitupera por serme fiel;

resistiendo contra las voces de su sangre; que no le ahorra reproches por serme fiel.

Verás cómo las discípulas son mejores que vosotros.

Tadeo concede:

–       Lo reconozco, es verdad.

¿Pero en Nazaret dónde están también las mujeres discípulas?

Las hijas de Alfeo, las madres de Ismael y de Aser y sus hermanas.

Y basta. Demasiado poco.

Querría no volver a Nazareth para no ver todo esto. 

María interviene:

–       ¡Pobrecilla tu madre!

Le darías un gran dolor.  

Santiago apoya:

–       Es verdad.

Tiene muchas esperanzas de lograr conciliar a nuestros hermanos con Jesús y con nosotros.

Creo que no desea sino esto.

Pero, ciertamente, no es estando lejos como lo conseguiremos.

Hasta ahora te he hecho caso en estar como aislado;

pero, desde mañana, quiero salir a estar con unos u otros…

Porque, si vamos a tener que evangelizar incluso a los gentiles…

¿No vamos a evangelizar nuestra ciudad?

Me niego a creer que toda ella sea mala, que no se la puede convertir.

Judas Tadeo no rebate, pero está visiblemente inquieto.

Simón Zelote, que había estado todo el tiempo callado,

interviene:

–       No querría insinuar sospechas.

Pero consentidme que os haga una pregunta para consolar vuestro espíritu.

Ésta:

¿Estáis seguros de que en la actitud de reserva de Nazareth no haya fuerzas externas,

venidas de otros lugares y que aquí operan bien, sobre la base de un elemento que debería,

si se razonara con justicia, dar las mejores garantías de seguridad de que el Maestro

es el Santo de Dios?

El conocimiento de la vida perfecta de Jesús Nazareno, debería facilitar a los nazarenos

el aceptarlo como el Mesías prometido.

Yo más que vosotros y conmigo muchos de mi edad, en Nazareth hemos conocido,

al menos de oídas, a algunos supuestos Mesías.

Y os aseguro que su vida íntima desacreditaba,

las más obstinadas aserciones de mesianidad en ellos.

Roma los ha perseguido ferozmente como a rebeldes.

Pero, aparte de la idea política, que Roma no podía permitir que existiera,

en los lugares de su dominio;

estos falsos Mesías, por muchos motivos privados, habrían merecido castigo.

Nosotros los instigábamos y sosteníamos;

porque nos servían para saciar nuestro espíritu de rebelión contra Roma;

los secundábamos, porque estando embotados, hemos creído,

hasta que el Maestro ha aclarado la verdad.

Y por desgracia, a pesar de esto, todavía no creemos como deberíamos.

O sea, totalmente, hemos creído ver en ellos al «rey» prometido.

Ellos halagaban nuestro espíritu afligido con esperanzas de independencia nacional

y de reconstrucción del reino de Israel.

¡Pero, ay, qué miseria!

¡¿Qué reino, frágil y degenerado, habría sido?!

No. Llamar a esos falsos Mesías reyes de Israel y fundadores del Reino prometido;

era en verdad degradar profundamente la idea mesiánica.

En el Maestro, a la profundidad de su doctrina se une la santidad de vida.

Y Nazareth, como ninguna otra ciudad, la conoce.

No tengo ninguna intención de acusar a los nazarenos de incredulidad, respecto al carácter

sobrenatural de su venida, que ellos ignoran.

¡Pero la vida! ¡Su vida!…

Ahora tanto resentimiento, tanta impenetrable resistencia…

Bueno, mucho más que eso:

Tanta resistencia aumentada.

¿Y el origen de una resistencia tan crecida, no podría estar en maniobras enemigas?

Sabemos cómo son los enemigos de Jesús, sabemos la influencia que tienen.

¿Pensáis que sólo aquí se hayan mantenido inactivos y ausentes;

si en todos los lugares nos han precedido, o se nos han juntado.

O nos han seguido, para destruir la obra de Cristo?

No acuséis a Nazareth como si fuera la única culpable.

Más bien llorad por ella, desviada por los enemigos de Jesús.  

Jesús dice:

–       Muy bien lo has dicho, Simón:  Llorad por ella…

Y está triste.

Juan de Endor observa:

–       También has dicho muy bien eso de que el elemento favorable se transforma en desfavorable,

porque el hombre raramente piensa con justicia.

Aquí el primer obstáculo es el nacimiento humilde, la infancia humilde, la adolescencia humilde,

la juventud humilde de nuestro Jesús.

El hombre olvida que los valores se ocultan bajo apariencias modestas;

mientras que los que no son nada, se camuflan bajo apariencia de grandes seres,

para imponerse a las muchedumbres.

–       Será así…

Pero ello no cambia en nada mi pensamiento acerca de los nazarenos.

Sea cual fuere lo que les hayan dicho, debían saber juzgar por las obras reales del Maestro; 

no por las palabras de unos desconocidos.

Un largo silencio, roto únicamente por el ruido de telas que la Virgen divide en franjas,

para hacer de ellas orlas.

Síntica no ha hablado en todo este tiempo, a pesar de haber estado atentísima.

Conserva siempre esa actitud suya de profundo respeto, de discreción;

que solamente con María o con el niño se hace menos rígida.

Pero ahora el niño se ha dormido, sentado en un taburete justo a los pies de Síntica.

Y con la cabeza apoyada en las rodillas de ella sobre su brazo doblado.

Por eso ella no se mueve…

Y espera a que María le pase las franjas de tela. 

María, inclinándose hacia la carita durmiente,

observa:

–       ¡Qué sueño más inocente!…

¡Está sonriendo!… 

Simón Zelote también sonríe,

y dice:

–       ¿Qué estará soñando? 

Juan de Endor, agrega:

–      Es un niño muy inteligente.

Aprende pronto y pide explicaciones precisas.

Hace preguntas muy agudas y quiere respuestas claras.

Sobre todas las cosas.

Confieso que algunas veces me veo en dificultad para responder.

Son argumentos superiores a su edad.

Y algunas veces, también a mi capacidad de explicarlos.

Síntica añade:

–       ¡Ah, sí!

Como aquel día…

¿Te acuerdas, Juan?

¡Tuviste dos alumnos muy mortificantes ese día!

¡Y muy ignorantes! –

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