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212.- PRISION Y TORTURA

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Juan se va, llevando consigo al aterrorizado Pedro y escucha cuando dicen que al reo lo van a llevar a la casa de Caifás. Decide adelantarse.

Cuando llegan hasta allí, toca en el portón y cuando éste se abre… Juan que por los negocios de su padre es reconocido por la sierva del Sumo Sacerdote, lo deja entrar.

El joven habla con ella y entra también Pedro.

Juan que conoce bien la casa, va adelante seguido por Pedro y la joven portera que pregunta a Pedro:

–                       ¿No eres tú también de los discípulos de ese Hombre?

Pedro responde:

–                       No lo soy.

Jesús se queda entre los que lo han capturado y que lo siguen maltratando. Lo golpean con las cuerdas. Le arrojan salivazos. Se burlan de Él. Le jalan los cabellos… Sarcasmos, golpes y escarnios de todo tipo, hasta que llega un siervo diciendo que lo lleven a  la casa de Caifás.

Conducen a Jesús amarrado, a través de un corredor.

Llegan a un portal y lo recorren, hasta llegar a un portón muy grande. Entran. Luego atraviesan un patio en el que están los siervos y los guardias calentándose junto al fuego de unos leños y brasas encendidos, porque hace mucho frío y sopla el viento;  en las primeras horas de la madrugada de este viernes.

Pedro y Juan están mezclados entre esta gente tan hostil…

¡Vaya que se necesita valor para estar allí!

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Jesús los mira y una sombra de sonrisa se dibuja en su boca hinchada por los golpes recibidos.

El recorrido por pórticos, atrios, patios y corredores; es largo. Los palacios que poseen los poderosos de Israel, vaya que son suntuosos y enormes.

La gente no entra en el recinto del Pontífice, los hacen regresar al vestíbulo de Annás.

A Jesús lo llevan los esbirros y sacerdotes, hasta una sala muy espaciosa que no parece rectangular, por los muchos asientos en forma de herradura de caballo, colocados en las tres paredes y  dejando en el centro un espacio muy grande, más allá del cual hay tres sillas sobre una tarima. En la cual la más alta y pomposa, casi parece un trono, pertenece al Sumo Sacerdote y las otras, a los cargos más importantes dentro del Sanedrín.

Cuando Jesús va a entrar, llega Gamaliel el rabí. Los guardias le dan un estirón a las cuerdas, para que deje el paso libre al gran doctor de Israel. Éste, derecho como una estatua, hierático, acorta el paso y casi sin mover los labios, sin mirar a nadie…

Le pregunta:

–                       ¿Quién eres? Dímelo.

Jesús le contesta con dulzura:

–                       Lee los profetas y te responderán. La primera señal está allí. La segunda se aproxima.

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Gamaliel se recoge el manto y entra. Le sigue Jesús.

Mientras Gamaliel se dirige a su asiento, Jesús es arrastrado al centro de la sala. Ante el Pontífice; que espera a que todos los miembros del Sanedrín hayan entrado.

Luego comienza la sesión.

Caifás ve unos asientos vacíos y pregunta:

–                       ¿Dónde están Eleazar y Juan?

Se pone de pie un joven escriba.

Se inclina y dice:

–                       No quisieron venir. Aquí está escrito.  –y señala una tablilla.

Caifás declara con furia en su rostro implacable:

–                       Que se conserve y se tome nota. Responderán de ello. ¿Qué tienen que decir los miembros santos de este Consejo acerca de ‘Ese’ que está allí?  – y pareciera escupir la palabra con marcado desprecio.

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Inmediatamente se pone de pie un Fariseo:

–                       Tomo la palabra. En mi casa violó el sábado. Dios es testigo si miento. Ismael ben Fabi nunca miente.

Caifás:

–                       ¿Es verdad acusado?

Jesús no responde.

Elí el Fariseo:

–                       Yo soy testigo de que convivía con prostitutas. Fingiéndose profeta, convirtió su albergue en Aguas Hermosas en un lupanar. Y para colmo invitaba hasta paganas. Conmigo estuvieron Sadoc, Calascebona y Nahum. Fiduciarios de Annás. Ellos están aquí. Desmentidme si no es verdad.

Sadoc confirma:

–                       Es como acabas de decir.

Jesús guarda silencio.

Cananías:

–                       No perdía ocasión de burlarse de nosotros. Si la gente no nos ama es por su culpa.

Caifás:

–                       ¿Lo oyes? Has profanado a los miembros santos del Consejo.

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Jesús no responde.

El Fariseo Tolmé:

–                       Este hombre está endemoniado. Como estuvo en Egipto, ejercita la Magia

–                       Negra.

Caifás:

–                       ¿Cómo lo pruebas?

–                       Bajo mi palabra y por las Tablas de la Ley.

Annás dice a Jesús:

–                       La acusación es grave. Defiéndete.

Jesús no responde.

Nahum:

–                       Es ilegal tu Ministerio, tenlo en cuenta. Merece la muerte. ¡Habla!

Silencio.

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Gamaliel grita:

–                       ¡Nuestra sesión es la ilegal! –y dice a su hijo, que está a su lado- ¡Levántate Simeón y vámonos!

Caifás:

–                       Pero rabí, ¿Estás loco?

Gamaliel con autoridad:

–                       Respeto las fórmulas. No es lícito proceder como lo estamos haciendo. Presentaré una acusación pública.

El rabí Gamaliel sale tieso como una estatua. Le sigue un hombre como de unos treinta y cinco años y que físicamente es muy parecido a él.

Terminada la breve confusión que provoca la salida de Gamaliel…

Nicodemo y José de Arimatea, aprovechan la oportunidad para hablar en favor de Jesús.

Nicodemo:

–                       Gamaliel tiene razón. Tanto la hora como el lugar son ilícitos y las acusaciones no tienen ningún peso. ¿Puede alguien acusarlo de haber en realidad despreciado la Ley? Soy amigo suyo y juro que siempre lo vi respetuoso para con ella.

José el Anciano:

–                       Lo mismo yo. Y para no ratificar un crimen, me cubro la cabeza. No por Él, sino por nosotros. Y me voy.

José intenta bajar de su asiento e irse.

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Pero Caifás le grita:

–                       ¡Ah! ¡Con que esas tenemos! Que vengan los testigos jurados. Escuchadlos y  luego podéis iros.

Entran dos tipos que parecen galeotes, con miradas furtivas y sonrisa sarcástica y cruel.

Caifás ordena:

–                       Hablad.

José grita:

–                       ¡No es lícito oírlos juntos!

Caifás:

–                       Soy el Sumo Sacerdote. Lo ordeno. ¡Silencio!

José da un puñetazo sobre la mesa y dice:

–                      ¡Que las llamas del Cielo caigan sobre ti! Desde este momento sábelo que José el Anciano es enemigo del Sanedrín y amigo de Jesús. Y así paso a informar al Pretor, que aquí se condena a alguien a muerte, sin contar con Roma.

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Y sale violentamente, dando un empujón al flaco y joven escriba que trata de detenerlo…

Nicodemo, más pusilánime, se va sin decir ni una palabra. Al salir, pasa ante Jesús y lo mira…

Nueva confusión. La temible sombra de Roma se proyecta.

La Víctima expiatoria, sigue siendo Jesús…

Annás lo acusa:

–                       ¡Por tu culpa! ¡Corruptor de los mejores judíos! ¡Los has envilecido!

Jesús no protesta.

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Caifás grita:

–                       ¡Que hablen los testigos!

Uno dice:

–                       ¡Bueno! Éste empleaba el…

El otro:

–                       El… lo sabíamos… ¿Cómo se llama esa cosa?

Tolmé:

–                       ¿Te refieres al Tetragrama?

El primero:

–                       ¡Exacto! Es lo que dijiste. Evocaba a los muertos. Enseñaba que no se observase el Sábado y que se profanase el altar…

El segundo lo interrumpe.

–                       ¡Lo juramos! Decía que Él destruiría el Templo, para reedificarlo en tres días, con la ayuda de los demonios…

El primero:

–                       No. Decía: ‘El hombre no lo fabricará.’

Caifás baja de su silla y se acerca a Jesús.

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Tiene que levantar su cara de facciones distorsionadas por la furia, porque Jesús es muchísimo más alto que Él. Caifás es pequeño, obeso y feo; parece un reptil que se apresta para devorar a su presa. Y el contraste es muy notorio.

Porque Jesús, no obstante el maltrato que ha recibido; que está sucio y despeinado, es todavía increíblemente bello y majestuoso.

Infinitamente más regio que el Sumo Sacerdote que se une a los criminales comprados por los rufianes del Sanedrín.

Caifás pregunta:

–                       ¿No respondes a estas acusaciones tan graves, tan horrendas? Habla y borra la ignominia que sobre Ti han echado.

Jesús guarda silencio. Lo mira…

Caifás demanda:

–                       Entonces, respóndeme. Soy tu Pontífice. En Nombre de Dios Vivo, dime: ¿Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios?

Jesús declara:

–                       Tú lo has dicho. Yo lo Soy. Y veréis al Hijo del Hombre, sentado a la derecha del Poder del Padre, que vendrá sobre las nubes del Cielo. Por lo demás, ¿Para qué me preguntas? He hablado durante tres años. Nada he dicho oculto. Pregunta a los que han oído, que te referirán lo que he enseñado y he hecho…

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Uno de los guardianes le pega en la boca, haciéndola sangrar de nuevo y le grita:

–                       ¿De este modo respondes,  ¡Oh, Satanás! ¿Al Sumo Pontífice?

Jesús dice con mansedumbre y dulzura:

–                       Si he hablado bien, ¿Por qué me has pegado? Si mal, ¿Por qué no me muestras donde está mi error? –y volviéndose a Caifás-  Me preguntaste en el Nombre del Altísimo y te respondo. Repito: Soy el Mesías, el Hijo de Dios. No puedo mentir.

Soy el Sumo Sacerdote. El Eterno Sacerdote. Soy el único que llevo el Racional sobre el que está escrito Doctrina y Verdad y le soy fiel hasta la muerte.

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Ignominiosa a los ojos del Mundo; santa a los de Dios. Y hasta la bienaventurada Resurrección, Soy el Pontífice Ungido. Soy el Rey. Estoy a punto de tomar mi cetro. Y con él, como si fuese ventilador, limpiaré la era. Este Templo será destruido y volverá a levantarse nuevo, santo. Porque el actual está corrompido y Dios lo ha entregado a su destino.

Todos gritan al unísono:

–                       ¡¡¡Blasfemo!!!

Caifás:

–                       ¿Lo vas a hacer en tres días, loco y endemoniado?

–                       No éste. Sino el mío, resucitará…  El Templo del Dios Verdadero, del Dios Vivo, del Dios Santo,  del Tres veces Santo.

Gritan de nuevo al unísono:

–                       ¡¡¡Anatema!!!

Caifás levanta su voz aguda y se rasga su vestidura de lino con un fingido horror y dice:

–                       No tenemos necesidad de oír otros testimonios. Hemos oído su blasfemia. ¿Qué vamos a hacerle?

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En un coro horrendo y lúgubre, declaran:

–                       ¡Es reo de muerte!

Haciendo gestos de desprecio y de escándalo, los miembros del Sanedrín salen de la sala, dejando a Jesús a merced de los sicarios y del grupo de falsos testigos que entre bofetadas, puñetazos, salivazos; le vendan los ojos con un trapo y le jalan con fuerza los cabellos, arrancándolos con crueldad.

Y lo arrastran de acá para allá con las manos amarradas; haciendo que se golpee fuertemente contra las mesas y las paredes; en una diversión salvaje y brutal…

Le preguntan:

–                       ¿Quién te ha pegado? Adivina.

Varias veces le ponen zancadilla y Jesús cae al suelo cuán largo es. Las risotadas llenan el aire, al verlo caer y al ver que apuradamente logra ponerse nuevamente de pie.

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Mientras tanto en el patio, Juan ha ido en busca de la Virgen María.

Y Pedro está tratando de calentarse en la hoguera.

Unos hombres que están junto a él, le dicen:

–                       Seguramente tú también eres uno de los discípulos.

Pedro responde enfático:

–                       No lo soy.

En la sala del Consejo del Sanedrín, los perversos bandoleros  se han cansado de escarnecer a Jesús y lo llevan, haciéndolo atravesar muchos patios… En medio de la befa de la plebe que ha venido reuniéndose en los atrios de las casas pontificales.

Jesús llega al lugar en donde está Pedro, calentándose al calor del fuego. Lo mira…

Pero Pedro esquiva la mirada.

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Los esbirros lo llevan a un calabozo donde lo torturan sin piedad, con los instrumentos que tienen para estos casos y que utilizan de acuerdo a su bárbara crueldad…

Jesús es el reo del Odio Satánico y brutal que se desfoga sobre Él, cordero inerme en manos de sus captores…

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De este modo pasan las horas…

La aurora se asoma débilmente envuelta en su color negruzco. Se ha dado la orden de devolver a Jesús a la sala de Consejo, para un proceso legal.

A Jesús se le han marcado ya los cardenales de los golpes, que a la luz verdosa del alba, toman un aspecto horroroso. Los ojos se le ven más hundidos y vidriosos. Es un Jesús sumergido en el dolor que el mundo le proporciona…

En el patio de la hoguera uno de los siervos de Caifás, que es pariente Malco, dice a Pedro:

–                       ¡Tú estabas con el Nazareno! ¿No te vi con Él en el huerto?

Pedro mueve la cabeza y una mujer confirma:

–                       Sí. Tú eres discípulo del Rabí de Galilea.

En ese preciso instante, Jesús entra en el patio, arrastrado por los esbirros de los sacerdotes y se oye clara la voz ronca de Pedro…

Que rasga el aire diciendo:

–                       Lo juro, mujer. No lo conozco.

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Sus palabras son secas. Cortantes.

A las que responde el chillido estridente del canto de gallo, que con su: ‘¡Ki-ki-ri-quí!’ es un resonante recordatorio y un velado reproche.

Pedro se estremece y se vuelve, tratando de huir. Pero se encuentra cara a cara, frente a Jesús, que lo mira con una compasión infinita. Con un dolor tan intenso, que Pedro lanza un gemido y sale bamboleándose como si estuviera ebrio. Escapa detrás de dos criados que salen a la calle y se pierde en la oscuridad.

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Jesús llega a la sala del Consejo.

Caifás vuelve a hacerle la misma pregunta capciosa:

–                       En Nombre del Dios Verdadero, dinos: ¿Eres el Mesías?

Jesús reitera la misma respuesta:

–                       Sí. Lo Soy.

Caifás sentencia:

–                       Eres reo de muerte. ¡Llévenlo a Pilatos!

Todos sus enemigos, menos Annás y Caifás, lo escoltan.

Vuelve a pasar por los mismos atrios del Templo en donde tantas veces hablara, hiciera el bien y sanara a los enfermos.

Pasa la muralla almenada y entra en las calles de la ciudad. Y más arrastrado que llevado lo hacen dar una vuelta inútil, con el propósito de atormentarlo lo más que pueden, por donde están los mesones y los albergues repletos de peregrinos para la Pascua.

Al dar vuelta a una calle queda cara a cara, frente a Judas de Keriot, que lo mira horrorizado…

Jesús lo mira a su vez con infinito amor y compasión….

Parece decirle:

–                       Ven a Mí. Todavía puedo perdonarte.

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Un jalón a las cuerdas que lo sujetan, hace que siga avanzando…

Los primeros rayos de la aurora envuelven con sus luces rosas y doradas, el insólito drama.

Al pasar por el mercado, tanto las verduras que ya no pueden venderse, como los excrementos de los animales, sirven de proyectiles contra Él… Cuyo rostro cada vez aparece más herido, lleno de sangre y cubierto de inmundicias. Sus cabellos que ya estaban pesados y opacos por el sudor de sangre, ahora caen despeinados,  llenos de paja y excrementos, velándole la cara.

Mercaderes y compradores dejan todo para seguir a Jesús. Pero no porque lo amen. El séquito aumenta de minuto en minuto. Parece como si una imprevista epidemia, hiciera cambiar corazones y fisonomías.

Las caras se convierten en máscaras, donde se pinta el odio, la ira, la crueldad y el anhelo de destrucción. Los ojos parecen inyectados por una fiebre de locura.

En medio del tumulto, Jesús es el mismo de siempre. Sólo con las huellas horrorosas del brutal maltrato…

En una arquivolta donde el camino se estrecha como un anillo, se oye un grito que rompe el aire:

–                       ¡Jesús! ¡Maestro!

Es Elías el Pastor que con su cayado trata de abrirse paso.

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Viejo robusto, fuerte y amenazador; casi logra llegar hasta el Maestro. Pero la multitud desconcertada en un principio, estrecha sus filas y se impone contra el intruso. Su voz se pierde entre la gente, que lo absorbe y o rechaza.

Jesús le dice:

–                       ¡Vete!… ¡Mi Madre!… Te bendigo.

El séquito pasa el lugar estrecho y como agua que se desborda al encontrar espacio, se desparrama tumultuosa en una ancha calle que hay entre dos colinas, sobre cuyas lomas se ven espléndidos palacios.

Han regresado al lugar de donde partieron. Se comprende que todo el trayecto recorrido, fue con el propósito de que lo escarnecieran y de que aumentara el número de los agresores.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA