37 CONVIVIENDO CON EL ENEMIGO15 min read

Hago un llamado URGENTE a todo el mundo católico para que el próximo DOMINGO 9 de Agosto se lleve a cabo una jornada de ayuno y oración a nivel mundial con el rezo del rosario de mi Preciosísima Sangre y con el rezo del Exorcismo de San Miguel, de 12:00 am a 6:00 pm, pidiéndole al Padre Celestial por la protección de mis Templos, Santuarios y Lugares Santos, que están siendo destruidos y profanados por las fuerzas del Mal en este mundo.

37 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Es la plaza del mercado de Jericó por la tarde, bajo una prolongada puesta de sol calurosísima, de pleno verano.

Del mercado de la mañana sólo quedan rastros: restos de verduras, montones de excrementos, paja caída de las cestas o de los aparejos de los burros.

Jirones de andrajos… en los que las moscas triunfan en todo y el sol hace fermentar y evaporar hedores y olores de cosas poco agradables.

La vasta plaza está vacía. Sólo algún raro transeúnte, algún vándalo pendenciero que tira piedras a los pájaros de los árboles de la plaza, alguna mujer que va a la fuente… nada más.

Jesús llega por una calle, mira a su alrededor, no ve todavía a nadie.

Pacientemente se apoya en un tronco y espera, encontrando la manera de hablar a los bribones, sobre la caridad que comienza en Dios y desciende del Creador a todas las criaturas.

–     No seáis crueles. ¿Por qué molestáis a los pájaros?

Tienen nidos ahí arriba, tienen a sus pequeñas crías, no hacen daño a nadie, nos proporcionan cantos y limpieza, comiéndose los desperdicios que el hombre deja, los insectos que perjudican las cosechas y la fruta. 

¿Por qué herirlos y matarlos, privando a los pequeñuelos de sus padres y de sus madres, o a éstos de sus pequeñuelos?

Os agradaría que un malvado entrase en vuestra casa y os la destruyera?

O ¿Que os matara a vuestros padres o que os llevara lejos de ellos? No, claro que no os agradaría. Entonces,

¿Por qué hacer a estos inocentes lo que no querríais que os hicieran a vosotros?

¿Cómo podréis el día de mañana no hacer mal al hombre, si de niños os endurecéis el corazón con criaturitas inermes y delicadas como los pajaritos?

Y ¿No sabéis que la Ley dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo»?

Quien no ama al prójimo tampoco puede amar a Dios. Y quien no ama a Dios, ¿Cómo puede ir a su Casa a pedirle algo?

Dios podría decirle, y lo dice en los Cielos: «Vete, no te conozco. ¿Hijo, tú? No. No amas a tus hermanos, no respetas en ellos al Padre que los creó;

por tanto, no eres ni hermano ni hijo, sino un bastardo: hijastro para Dios, hermanastro para los hermanos».

¿Veis cómo ama Él, el Señor eterno?

En los meses más fríos hace que sus pajaritos puedan encontrar llenos los heniles, para que aniden en ellos.

En los meses calurosos les da las sombras de las hojas para protegerlos del sol.

Durante el invierno, en los campos, apenas está el trigo cubierto de tierra y es fácil sacar la semilla y comerla.

En verano, alivian la sed con las frutas jugosas.

Y pueden hacer los nidos bien sólidos y calientes con las pajitas de heno y con la lana que las ovejas dejan en las zarzas.

Y es el Señor. Vosotros, pequeños hombres, creados por Él como los pájaros, por tanto hermanos suyos de creación,

¿Por qué queréis ser distintos de Él, creyendo que os es lícito comportaros cruelmente con estos pequeños animales?

Sed misericordiosos con todos y no privéis de lo justo a ninguno; para con los hombres hermanos y para con los animales, vuestros siervos y amigos.

Y Dios….

Simón dice:

–     ¿Maestro? Judas está llegando.

Jesús termina con:

–       …y Dios será misericordioso con vosotros, dándoos todo cuanto os hace falta, como se lo da a estos inocentes.

Marchaos y llevad con vosotros la paz de Dios.

Jesús se abre paso en el círculo de muchachos, a los que se habían unido algunos adultos…

Y se dirige al encuentro con Judas y Juan, que vienen rápidos por otra calle.

A Judas se le ve jubiloso.

Juan sonríe a Jesús… pero no parece contento en absoluto.  

Cuando se reúnen, Judas dice a Jesús:

–    Ven. Ven, Maestro. Creo que lo hice bien… Pero ven conmigo. En la calle no se puede hablar.

Jesús pregunta:

–   ¿A dónde, Judas?

–    A la fonda. Aparté cuatro habitaciones. ¡Oh! Son modestas, no te asustes.

Lo hice tan solo para poder descansar en un lecho, después de tantos sinsabores. De este calor.

Volver a comer como gentes y no como pajaritos, en el follaje, junto al pozo.

Y hablar también tranquilamente. Hice una buena venta. ¿Verdad, Juan?

Juan asiente sin mucho entusiasmo.

Pero Judas está tan contento de lo que ha hecho que no nota, ni que Jesús se muestra poco contento ante la perspectiva de un alojamiento cómodo, ni la aún menos entusiasta actitud de Juan.

Y continúa su informe:

–    Después de que vendí en más de lo que había pensado me dije: ‘Es justo que tome un poquitín: cien denarios, para dormir y comer.

Si nosotros que siempre hemos comido, estamos agotados; mucho más debe estarlo Jesús. ¡Mi deber es cuidar de que no se enferme mi Maestro!

Deber de amor. Porque Tú me amas y yo también. Hay lugar para todos y para vuestras ovejas. –dice a los pastores- He pensado en todo.

Jesús no dice una palabra. Lo sigue con los demás.

Llegan a una plaza secundaria.

Y Judas extiende su brazo y señala:

–    ¿Veis aquella casa sin ventanas en esa calle y con la puertecilla tan estrecha que parece una hendidura?

Es la casa del orfebre Diomedes. Parece una casa pobre. ¿No es así? Pero adentro hay tanto oro, como para comprar a toda Jericó.

Y ¡Ah! ¡Ah! –Judas ríe con malicia- Y en ese oro se pueden encontrar muchos collares, copas y muchas otras cosas de personas muy influyentes en Israel.

Diomedes. ¡Oh! Todos fingen no conocerlo; pero todos lo conocen. Desde los herodianos, hasta… Bueno…

Todos, son todos. En esa pared lisa y pobre, se podría escribir: ‘Misterio y secreto’ ¡Si hablase!

Juan, nadie se podría escandalizar del modo en cómo hice el trato. Tú te morías, ahogado de vergüenza y de escrúpulos.

Escúchame, Maestro. No vuelvas a mandarme con Juan a ciertos negocios.

Por poco hace que todo saliera mal. No sabe agarrarlas al vuelo. No sabe negar. Y con un astuto como Diomedes, es necesario ser rápidos.

Juan dice entre dientes:

–    Decía cada cosa tan rara y tan… tan…

¡Sí, Maestro! No me vuelvas a mandar. Sólo soy capaz de amar. Yo…

Jesús responde muy serio:

–    Difícilmente tendremos necesidad de ventas semejantes.

Judas señala una edificación muy grande y dice:

–    Allí está la fonda. Ven, Maestro. Yo hablaré, porque es a mí al que conocen.

Entran y Judas habla con el dueño que hace que lleven las ovejas al establo y después conduce a los huéspedes a un salón donde hay esteras para lecho; sillas y una mesa preparada. Se retira al punto.

Judas dice apresurado:

–     Hablemos pronto, Maestro. Mientras los pastores están ocupados en acomodar a sus ovejas.

–    Te escucho.

–    Juan puede decir si soy sincero o no.

–    No lo dudo. Entre honrados no es necesario ni juramento, ni testimonio. Habla.

–    Llegamos a Jericó a la hora de la siesta. Estábamos sudados como animales de carga.

¡Preparé un plan cuando veníamos por el camino! Y primero venimos aquí para descansar; refrescarnos y arreglarnos.

No quería dar a Diomedes la impresión de que tenemos necesidad urgente.

¡Oh! Juan no quería acicalarse con ungüento, ni arreglarse los cabellos. Me costó mucho trabajo convencerlo.

Y cuando ya estábamos descansados y frescos; como dos ricachones en viaje de placer, al atardecer dije: ¡Vámonos!

Y nos fuimos hacia la casa de Diomedes. Cuando estábamos a punto de llegar, le dije a Juan: ‘Tú me secundas. No me desmientas y sé rápido en comprender’

Pero hubiera sido mejor que lo dejara afuera. Para nada me ayudó. Al contrario.

Por buena suerte, soy rápido por los dos y todo salió bien.

En ese momento salía el alcabalero. Usurero y ladrón como todos sus iguales.

Siempre tiene collares que ha arrancado con amenazas y usuras, a los desgraciados a quienes impone una tasa mayor de lo lícito, para poder gozar así de más crápulas y con mujeres.

Es un amigo de Diomedes que compra y vende oro y carne.

Entramos después de que me di a conocer.

Digo entramos, porque una cosa es ir al lugar donde finge trabajar honradamente el oro y otra, bajar al subterráneo donde él hace sus verdaderos negocios.

Es necesario que él lo conozca a uno muy bien, para poder hacer esto.

Cuando me vio me dijo: ‘¿Otra vez quieres vender oro? La situación es muy difícil y tengo poco dinero.’ Su acostumbrado cantar.

Y le respondí: ‘No vengo a vender, sino a comprar. ¿Tienes joyeles de mujeres que sean bonitos; preciosos y de oro puro?

Diomedes quedó estupefacto y preguntó:

–   ¿Quieres una mujer?

–   No te preocupes. No se trata de mí. Se trata de este amigo mío que está comprometido y quiere comprar oro para su amada.

Y aquí, Juan empezó a portarse como un chiquillo.Diomedes lo estaba mirando. Vio que se ponía colorado y como el viejo lujurioso que es,

dijo:

–   ¡Eh! El muchacho solo al oír la palabra ‘prometido’, siente fiebre de amor. ¿Es muy hermosa tu dama?

Le di un puntapié a Juan para despertarlo y hacerle comprender que no hiciera el tonto.

Y respondió con un ‘sí’ tan apagado, que Diomedes comenzó a sospechar.

Entonces yo tomé la palabra:

–    Sí. Hermosa. Y eso no debe importarte viejo. Ella no será jamás del número de mujeres por el que merecerás el infierno.

Es una doncella honesta y en breve será una buena esposa. Saca tu oro. Soy el padrino de bodas y tengo el encargo de ayudar al joven.

Yo soy judío y ciudadano; él es Galileo. ¿O no? ¡Siempre os entregáis por esos cabellos!

–   ¿Es rico?

–    ¡Mucho!

Enseguida fuimos abajo y Diomedes abrió sus cofres y sus tesoros.

Judas se vuelve hacia Juan:

–    Pero di la verdad Juan, ¿No parecía uno estar en el Cielo ante tantas joyas de oro maravillosas y llenas de piedras preciosas?

Gargantillas y collares entretejidos, brazaletes, aretes, redecillas de oro y piedras preciosas para los cabellos; peinetas, broches, anillos…

¡Ah! ¡Qué esplendor! Con mucha calma escogí de aquí y de allá.

Elegí joyas como las de Aglae. Todo tal y como lo tenía en la bolsa y en igual número.

Diomedes estaba aterrado y preguntó:

–   ¿Todavía más? Pero, ¿Quién es éste? Y la novia, ¿Quién es? ¿Acaso una princesa?

Cuando tuve todo lo que quería, dije:

–   ¡El Precio!

¡Oh! ¡Qué letanía de lamentos preparatorios sobre la situación actual; sobre las tasas; los peligros, los ladrones! ¡Oh! ¡Qué letanía de afirmaciones de honradez!

Y luego, la respuesta:

–    Porque se trata de ti, te diré la verdad sin exageraciones. Pero menos no puedo, ni siquiera un dracma. Pido doce talentos de plata. 

–    ¡Ladrón! ¡Vámonos, Juan! En Jerusalén encontraremos uno que sea menos ladrón que éste.

Simulé que salía y corrió detrás de mí.

–    Mi muy grande amigo. Mi amigo predilecto. Ven. Escucha a tu pobre siervo.

No puedo menos. De veras que no puedo. Mira. Hago un verdadero esfuerzo. Me arruino.

Lo hago porque siempre me has brindado tu amistad. Y me has traído buenos negocios. Once talentos. ¿Qué tal?

Es lo que daría si tuviera que comprar este oro a quien tiene hambre. Ni un céntimo menos. Sería como quitarme la sangre de las venas.

¿Verdad que así hablaba? Causaba risa y náuseas.

Cuando vi que se mantenía en el precio, le di el golpe:

–    Viejo sucio. Comprende que no quiero comprar, sino vender.

Judas saca la bolsa y agrega: 

–    Mira. Es hermoso. Oro de Roma y de nueva cuña. Muchos lo querrán.

Es tuyo por once talentos. Lo mismo que pediste por esto. Tú pusiste el precio. Paga tú.

–    ¡Uff! ¡Entonces es una traición! ¡Has traicionado la estima que tenía de ti! ¡Eres mi ruina! ¡No puedo dar tanto!- aullaba- ¡No puedo!

–    Mira que lo llevo a otros.

–    No, amigo.

Y extendía sus manos ganchudas, sobre las joyas de Aglae.

Entonces paga. Yo debería pedir doce talentos, pero me conformo con tu último pedido.

–    No puedo.

–    ¡Usurero! Mira que tengo aquí un testigo que te puede denunciar como ladrón…-y le dije otras virtudes que no puedo repetir porque aquí está este muchacho.

En fin. Como tenía necesidad de vender y de hacerlo pronto. Le hablé al oído y dije una cosita entre él y yo que no observaré. Pues, ¿Qué valor tiene una promesa hecha a un ladrón?

Y cerramos el trato en diez talentos y medio. Llegamos a este acuerdo en medio de lloriqueos y afirmaciones de amistad y… de mujeres.

Y Juan casi se pone a llorar.  

Judas se vuelve hacia el predilecto y le dice:

–     Pero ¿Qué te importa que piensen que eres un vicioso? Basta con que no lo seas.

¿No sabes que el mundo es así y que eres un aborto del mundo? Un joven que no conoce a lo que sabe una mujer. ¿Quién quieres que te crea?

Y si te creen… ¡Oh! ¡No me gustaría que pensasen de mí, lo que pueden pensar de ti, quienes creen que no tienes deseos de mujer!

Judas entrega la bolsa a Jesús y agrega:

–   Mira, Maestro. Tú mismo cuenta.

Después de cerrar el negocio y porque Diomedes me lo dijo, pasé con el alcabalero y le dije: ‘Tómate esta porquería y dame los talentos que Diomedes te dio’.

Así pues por último y cuando me despedí de él, le dije:

–     ‘Acuérdate que el Judas del Templo, no existe más. Ahora soy discípulo de un santo. Disimula no haberme conocido jamás, si en algo estimas el cuello.’

Y por poco se lo tuerzo, porque me respondió de muy mala manera.

Simón pregunta con indiferencia:

–    ¿Qué te dijo?

–    Me dijo: ¿Tú, discípulo de un santo? Jamás lo creeré. O muy pronto veré aquí también al santo, venir para pedirme una mujer.

Diomedes es una vieja alimaña en el mundo. Pero tú eres la joven. Yo todavía podré cambiar, aunque he llegado a ser lo que soy de viejo. Pero tú no cambiarás, porque ya naciste así.»

Judas se vuelve hacia Jesús.

Y remata:

–     ¡Viejo lujurioso! ¡Niega tu poder! ¿Entiendes?

Simón dice:

–    Y como buen griego, dice muchas verdades.

–    ¿Qué insinúas Simón? ¿Lo dices por mí?

–    No. Por todos. Es uno que conoce el oro y los corazones, de la misma manera.

Es un ladrón en todos sus negocios y tiene muy mala fama. Pero se escucha en él la filosofía de los grandes griegos.

Conoce al hombre, animal con siete branquias de pecado. Pulpo que destroza el bien, la honradez, el amor. Tantas otras cosas en sí y en los demás.

–    Pero no conoce a Dios.

–    ¿Y tú se lo querrías enseñar?

–    ¿Yo? ¡Sí! ¿Por que no? Los pecadores son los que tienen necesidad de conocer a Dios.

–    Así es. Pero el maestro debe conocerlo; para poder enseñarlo.

Jesús interviene:

–    Paz, amigos. Ya vienen los pastores.

No perturbemos su corazón con estas peleas entre nosotros. ¿Contaste tú el dinero?

Judas afirma con la cabeza.

–    Es suficiente. Lleva a buen término todas tus acciones; cómo has llevado esta.

Y te lo repito: si puedes, en lo porvenir no mientas. Ni siquiera para realizar una acción buena.

Los pastores entran y Jesús les dice:

–    Amigos, aquí hay diez talentos y medio. Faltan solo diez denarios que Judas tomó para gastos de alojamiento, tomadlos.

Judas pregunta:

–   ¿Lo das todo?

–    Todo. No quiero ni siquiera un céntimo.

Nosotros tenemos la limosna de Dios y de éstos que le buscan honradamente. Y jamás nos faltará lo indispensable. Creedlo.

Tomadlos y sed felices, por causa del Bautista, como lo soy Yo.

Mañana iréis a su prisión, vosotros, Juan y Matías.

Simón y José irán con Elías a contárselo y a darle instrucciones para el futuro.

Elías sabe. Después José regresará con Leví.

El encuentro será dentro de diez días en la Puerta de los Peces, en Jerusalén, al amanecer.

Ahora, comamos y descansemos.

Mañana temprano parto con los míos. No tengo otra cosa que deciros. Más tarde tendréis noticias de Mí.

Y todo se desvanece en el momento en que Jesús parte el pan…

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