Archivos diarios: 26/03/21

198 PREDICACIÓN CON ESTILO PROPIO

198 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Los apóstoles, obedientes a las órdenes recibidas; van llegando uno tras otro; en la puerta de la ciudad.

Jesús todavía no está.

Pero pronto aparece por una calle que sigue el trazado de la muralla.

Mateo dice al verlo:

–     Debe haberle ido bien al Maestro…

¡Mirad cómo sonríe!

Van a su encuentro y todos se van juntos.

Salen por la puerta y toman la vía principal.

A ambos lados hay huertas del suburbio.

Jesús les pregunta:

–     ¿Entonces?…

¿Cómo os ha ido? ¿Qué habéis hecho?

Bartolomé dice:

–     Muy mal…  

Tuvimos que huir.

Judas de Keriot: 

–     Es que por poco nos apedrean.

Tuvimos que escapar.

Vámonos de esta ciudad de bárbaros.

Volvamos a donde nos estiman. Yo aquí ya no hablo más.  

Judas está enojado: 

–     De hecho no quería ir.   

Yo no quería hablar…

Pero luego me dejé convencer y Tú no me entretuviste.

Y Tú lo sabes todo…

Jesús lo mira sorprendido,

y pregunta:

–     Pero, ¿Qué te pasó?

–      Me fui con Mateo, Santiago y Andrés.

Hemos ido a la plaza de los Juicios, porque allí hay gente fina, que tiene tiempo que perder escuchando a una persona que hable.

Decidimos dejar que Mateo hablase, porque era el más idóneo para dirigirse a los publicanos y a sus clientes.  

Entonces él empezó dirigiéndose a dos que estaban discutiendo por un campo, en una cuestión poco clara y muy embrollada, de una herencia.  

Mateo les dijo:

“No odiéis por causa de cosas perecederas y que no podéis llevaros a la otra vida.

Amaos, para poder gozar de los bienes eternos que se obtienen, tan solo con sujetar las malas pasiones.

Y de este modo ser vencedores y poseedores del bien”

Así dijiste, ¿No es verdad?

Y continuó mientras otros se acercaron a oírlo:

“Abrid vuestros oídos a la Verdad, que enseña estas cosas al mundo, para que el mundo tenga paz.

Ya veis que se sufre por esto, por este excesivo interés por las cosas perecederas.

Mas la tierra no es todo, está también el Cielo.

Y en el Cielo está Dios; de la misma forma que ahora en la tierra, está el Mesías de Dios.

Que nos envía para anunciaros que ha llegado el tiempo de la Misericordia.

Y que ningún pecador puede decir: “No seré escuchado”.

Pues si uno tiene verdadero arrepentimiento; recibe el perdón, es escuchado y amado.

Y se le ofrece el Reino de Dios».

A todo esto, ya había una gran muchedumbre reunida. 

Había quien escuchaba con respeto y había quien interrumpía y molestaba a Mateo con preguntas.

Yo ya de hecho no respondo nunca, para no estropear el discurso.

Hablo y respondo en particular al final.

Que mantengan en la memoria lo que quieran decir y que guarden silencio.

¡Pero Mateo quería responder inmediatamente!…

Nos preguntaban también a nosotros.

Y estaban los fastidiosos que se burlaban con risitas sarcásticas y sonrisas maliciosas. 

Pues decían:

–    ¡He aquí a otro loco!

–   ¡Claro que viene de la guarida de Israel.

–   Los judíos son una grama que se extiende a todas partes.

–    ¡He aquí sus eternas fábulas!

–   Ellos tienen como cómplice a Dios.

–     ¡Oídlos!

–     Está en el filo de la espada y en el veneno de su lengua.

–    ¡Oíd! ¡Oíd!

–    Ahora sacan a relucir a su Mesías.

–    Otro frenético que nos atormentará como en siglos anteriores.

–    ¡Que mueran Él y su raza!”

–    ¡Ahí tenemos otra vez sus eternas patrañas!

–     Dios es su protector.

–    ¡Mira, mira, ahora sacan a colación a su Mesías!

–    Algún otro exaltado que como de costumbre, nos va a atormentar.

–    ¡Maldición a Él y a su raza!».

Entonces perdí la paciencia e hice a un lado a Mateo; que continuaba hablándoles sonriente, como si nada;

Como si estuvieran brindándole honores.

Y empecé a hablar yo, tomando a Jeremías como base de mi discurso:

“He aquí que suben las aguas del Septentrión y se convertirán en un enorme caudal  que inunda…

Hará estrépito como torrentes de agua. Y por su parte habrá armas y habrá soldados de la tierra y honderos celestiales.

Todo bajo las órdenes de los jefes del pueblo de Dios; para castigar vuestra terquedad.

En movimiento todos ellos por orden de los Jefes del Pueblo de Dios, los que se abatirán sobre vosotros como castigo de vuestra obstinación;

A su fragor perderéis toda fuerza. Caerán orgullosos corazones, brazos, cariños, ¡Todo!

¡Seréis exterminados, residuos de la isla del pecado! 

¡Puerta del Infierno!

A su estruendo, el castigo de Dios caerá sobre vosotros, raza perversa.

¿Os habéis hecho orgullosos porque Herodes os ha reconstruido la ciudad?

Pero, ¡Seréis arrasados hasta que os hagáis calvos sin esperanza!

Seréis castigados en vuestras ciudades y poblados; en los valles y en las llanuras.

La profecía no ha muerto todavía…

Y ya no pude continuar… porque nos arrojaron.

Y ya no pude continuar…

Porque se nos hecharon encima y nos arrojaron.

Y solo por una caravana que iba pasando providencialmente por una calle, pudimos salvarnos.

Porque las piedras comenzaron a volar y dieron contra camellos y camelleros.

Se trabó una riña y pudimos huir.

Luego nos quedamos quietos en un patio de los suburbios, fuera de la ciudad.

¡Ah! Pero no vuelvo más por aquí…

Nathanael exclama:

–   ¡Oye!…

Pero perdona… los ofendiste.

¡La culpa es tuya!

¡Ahora comprendo porqué llegaron a tan hostiles medios, para arrojarnos!

Se vuelve hacia Jesús,

y agrega:

–    Escucha, Maestro.

Nosotros, Pedro, Felipe y yo, fuimos en dirección de la torre que da al mar.

Allí había marineros y dueños de naves que cargaban sus mercancías para Chipre, Grecia y hasta lugares más lejanos todavía.

Imprecaban contra el sol, el polvo, el cansancio, el trabajo…

Y proferían maldiciones contra su condición de filisteos.

Esclavos – decían – de los tiranos, pudiendo ser reyes. 

Blasfemaban contra los profetas y el Templo.

Y contra todos nosotros.

Yo quería alejarme de allí, pero Simón no quiso.

Pedro dijo:

–    «¡No’ ¡Todo lo contrario!

¡Son precisamente a estos pecadores a los que debemos acercarnos!

El Maestro lo haría así…

Y así tenemos que hacerlo nosotros». 

Felipe y yo dijimos: 

–    Habla tú, entonces» 

–     «¿Y si no sé hacerlo?» –contestó Simón Pedro.

–     «Pues te ayudamos nosotros»  

Entonces Simón se acercó sonriente hacia dos hombres que sudorosos… 

Estaban sentados encima de una voluminosa paca que no lograban izar para cargarla en el barco.

y dijo:

–   Está pesado, ¿No es verdad?…

Uno de ellos contestó:

–    Más que pesado, es que estamos cansados.

Debemos terminar pronto la carga, porque el patrón lo ha ordenado.

Quiere zarpar en la hora de la bonanza; porque por la tarde el mar estará bravo.

Y para esa hora tenemos que haber pasado ya los escollos para no correr peligro».

–   ¿Escollos en el mar?

–    Sí. Allí donde el agua está bullendo.

Son lugares peligrosos.

Los arrecifes…

–     Corrientes… ¿No?

¡Entiendo! El viento del sur da vuelta por la punta y se encuentra con la corriente…

–    ¿Eres marinero?

–    Pescador de agua dulce.

Pero el agua siempre es agua y el viento, viento.

Es un trabajo hermoso, pero duro.

Yo también más de una vez he tragado agua y la carga se me ha ido al fondo varias veces. 

Este oficio nuestro por una parte tiene sus atractivos, pero por otra es fastidioso. De todas formas en todo hay una parte agradable y otra desagradable…

Buena y mala; en ningún sitio todos son malos, como ninguna raza es toda cruel.

En todas las cosas hay siempre su lado bello y su lado feo.

Ningún lugar está hecho solo de malos… ni ninguna raza es toda cruel.

Con un poco de buena voluntad, se pone uno siempre de acuerdo y se encuentra que por todas partes, hay gente buena.

¡Ea! Os quiero ayudar.

Y Simón llamó a Felipe diciendo:

¡Se necesitan fuerzas! Coge tú de allí y yo de acá.

Y esta buena gente nos lleva allá a su nave, a las bodegas.

Los filisteos no querían… pero después consintieron.

Una vez en su sitio el fardo y otros que estaban en el puente…

Puesta en su lugar la carga; Simón se puso a alabar la nave, como solo él sabe hacerlo.

A alabar el mar…

A la ciudad hermosa, vista desde el mar.

Y se interesó por la navegación marina y las ciudades de otras naciones.

Así que todos alrededor, empezaron a darle las gracias y a celebrarlo…

Por fin, uno pregunta:

«Pero, ¿Tú de dónde eres?, ¿Del país del Nilo?».

«No, del mar de Galilea; pero como veis, no soy ningún tigre».

–     Es verdad. ¿Buscas trabajo?

–     Sí.

El patrón dice:

–    Yo te contrato, si quieres.

Veo que eres un marinero capaz.

–    Yo al revés.

Te contrato a ti.

–    ¿A mí?…

Pero, ¿No has dicho que andas en busca de trabajo?

–    Es verdad.

Mi trabajo es llevar hombres al Mesías de Dios.

Tú eres un hombre fuerte y por lo tanto, un trabajo mío.

–    Pero… ¡Yo soy filisteo!

–   ¿Y qué?

¿Eso qué significa?

–   Quiere decir que nos odiáis.

Nos perseguís desde tiempos remotos…

Lo han gritado siempre vuestros jefes…

–    Los Profetas… ¿No es así?

Pero ahora los profetas son voces que no gritan más.

Ahora existe sólo el Único,  Grande y Santo Jesús.

Él no grita… Sino que llama con voces de Amigo…

No maldice, sino bendice.

No trae desgracias, las elimina.

No odia y no quiere que se odie.

Antes al contrario, ama a todos y quiere que amemos, incluso a nuestros enemigos.

En su Reino no habrá vencidos y vencedores, libres y esclavos, amigos y enemigos.

No, no habrá estas distinciones que dañan, que provienen de la maldad humana.

Sólo habrá seguidores suyos.

Es decir, personas que viven en el amor, en la libertad; vencedores del peso y del dolor.

Os ruego que prestéis fe a mis palabras y que tengáis deseos del Mesías.

Las profecías están escritas sí; pero El es mayor que los Profetas.

Y para el que lo ama quedan anuladas las profecías.

¿Veis esta bonita ciudad vuestra?

Pues si llegaseis a amar al Señor nuestro, a Jesús, el Cristo de Dios…

Aún más hermosa la volveríais a ver en el Cielo»

Y así estuvo hablando Simón; bonachón e inspirado al mismo tiempo.

Todos le escuchaban con atención y respeto.

Sí, ¡Con respeto!…

Ya casi terminaba, cuando de una calle, salió un grupo de personas armadas con bastones y piedras. 

Que gritaban y vociferaban.

Y cuando nos vieron, nos reconocieron como forasteros…

Y por el vestido… ¡Ahora entiendo!

Como forasteros de tu misma raza, Judas.

Y como a tales nos tomaron….

Y nos han creído gente de tu ralea.

Si no nos hubieran protegido los del navío; no lo estuviéramos contando.

Nos subieron en una lancha y nos llevaron por el mar.

Nos bajaron en la playa, en la zona cercana de los jardines del sur.

Y de allí nos venimos junto con los que cultivan las flores, para los ricos de acá.

Pero tú Judas; echaste a perder todo…

¿Es esa, una nueva manera de decir insolencias? 

Judas responde con altivez:

–    Es la verdad.

Nathanael replica severamente:

–    Hay que saber decirla.

Tampoco Pedro dijo mentira alguna. ¡Pero supo hablar!

Pedro dice con sencillez:

–     ¡Oh, yo!…

Traté de ponerme en el lugar del Maestro, pensando: ‘Él se portaría, así… muy dulce’.  Entonces yo…

Judas dice muy digno:

–    Yo prefiero los modales majestuosos.

Son más propios de reyes..

Judas con posesión diabólica perfecta por la soberbia y por el pecado…

Simón Zelote lo reprende:

–   Tu acostumbrada idea.

Estás equivocado Judas.

Hace un año que el Maestro te está corrigiendo este modo de pensar; pero no le haces caso.

Tú también estás obstinado en el error; como los filisteos contra los que arremetes. 

Judas replica altanero:

–    ¿Acaso alguna vez me ha corregido por esto?

Además, cada uno tiene su modo y lo usa.

Al oír estas palabras, Simón Zelote se estremece,  (parábola del diente de león)

sobresaltado mira a Jesús…

El cual no dice nada…

Pero asiente a la mirada evocadora de Simón con una leve sonrisa.