Archivos de etiquetas: AMOR AL PRÓJIMO

371 LA SEÑAL DE JONÁS

327 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Debe ser una ciudad de reciente construcción, como Tiberíades y Ascalón.

Dispuesta en plano inclinado, culmina en la maciza fortaleza erizada de torres.

Está circundada por murallas ciclópeas. 

Y defendida por profundos fosos que reciben parte del agua de dos riachuelos

que, casi unidos antes formando un ángulo, se separan luego,

para fluir uno por fuera de la ciudad, el otro por dentro.

Y las bonitas calles, plazas, fuentes, el aire de moda romana en las construcciones

dicen que también aquí el obsequio servil de los Tetrarcas, pisoteando todo respeto

por las costumbres de la Patria, se ha manifestado.

La ciudad, quizás por ser nudo de importantes vías de primer orden

y rutas de caravanas dirigidas a Damasco, Tiro, Sefet y Tiberíades,

como indican en cada puerta los postes señaladores, está llena de movimiento

y de gente.

Gente a pie o a caballo y largas caravanas de asnos y camellos se cruzan en las calles

amplias y bien conservadas;

en las plazas, bajo los soportales o junto a las casas lujosas.

Junto a las termas, corrillos de negociantes o de ociosos, tratan de negocios u ocian en charloteos fatuos.

Jesús pregunta a Pedro: 

–        ¿Sabes dónde podremos encontrarlos?

Pedro responde: 

       Sí.

Me han dicho las personas a las que he preguntado, que los discípulos del Rabí

suelen reunirse a las horas de comer, en una casa de fieles israelitas,

que está cerca de la ciudadela.

Caesarea Philippi ruins at the Golan, Israel

Y me la han descrito.

No puedo equivocarme: una casa de Israel incluso en el aspecto externo.

Con una fachada sin ventanas exteriores y un portón alto con ventanillo;

en un lado del muro, una fuentecita;

las tapias altas del jardín prolongadas por dos lados en callejuelas;

una terraza llena de palomas, en el tejado.

–        Bien.

Entonces vamos…

Cruzan toda la ciudad hasta la ciudadela.

Llegan a la casa que buscaban.

Llaman.

Al ventanillo se asoma el rostro rugoso de una anciana.

Jesús se pone delante,

y saluda:

–        La paz sea contigo, mujer.

¿Han vuelto los discípulos del Rabí?

Ella dice:

–        No, hombre.

Están hacia la «fuente grande», con otros que han venido de muchos pueblos de la

otra orilla a buscar precisamente al Rabí.

Todos lo están esperando.

¿Tú también eres de ellos?

–        No.

Yo buscaba a los discípulos. –

        Entonces mira: ¿Ves aquella calle casi enfrente de la fuente?

Tómala y ve hacia arriba, hasta que te encuentres de frente un paredón de rocas

del que sale agua que cae en una especie de pilón. 

Y luego forma como un regato.

Por allí cerca los encontrarás.

¿Pero, vienes de lejos?

¿Quieres reposar?

¿Entrar aquí a esperarlos?

Si quieres llamo a mis señores.

¡Son buenos israelitas, eh!

Y creen en el Mesías

Son discípulos sólo por haberlo visto una vez en Jerusalén en el Templo.

Pero ahora los discípulos del Mesías los han instruido sobre Él y han hecho milagros aquí, porque…

–        Bien, buena mujer.

Volveré más tarde con los discípulos.

Paz a ti. Vuelve, vuelve a tus labores.

Dice Jesús con bondad, aunque también con autoridad para detener esa avalancha de palabras.

Se ponen de nuevo en marcha.

Los más jóvenes de los apóstoles se ríen con ganas por la escena de la mujer.

Y hacen sonreír también a Jesús.

Juan dice:

–        Maestro, parecía ella la «fuente grande». ¿No te parece?

Echaba palabras sin interrupción.

Y ha hecho de cada uno de nosotros un pilón que se hace regato al estar lleno de palabras…

Tadeo dice:

–        Sí.

Espero que los discípulos no hayan hecho milagros en su lengua…

Habría que decir: habéis hecho demasiado milagro.

Que, contrariamente a lo normal, se ríe con ganas.

Santiago de Zebedeo, dice:

–         ¡Lo mejor va a ser cuando nos vea volver y conozca al Maestro por lo que es!

¿Quién va a poderla callar?

Mateo por su parte, comenta:

–        No, no, se quedará muda de asombro.

Pedro añade: 

–        Alabaré al Altísimo si el asombro le paraliza la lengua.

Será porque estoy casi en ayunas…

Pero, la verdad, ese remolino de palabras me ha mareado – dice Pedro.

Tomás agrega:

–        ¡Y cómo gritaba!

¿Será que es sorda?

Judas añade:   

        No.

Creía que los sordos éramos nosotros. 

Jesús en tono semi-serio dice:   

–        Dejadla en paz.

¡Pobre viejecita!

Era buena y creyente.

Su corazón es tan generoso como su lengua. 

Juan suelta la carcajada y sin parar de reir, 

dice:

–          ¡Entonces, Maestro mío

¡Entonces esa anciana es generosa hasta el heroísmo!

Ya se puede ver la pared rocosa y calcárea.

Y también se oye el murmullo de las aguas que caen en el pilón.

Juan dice:

–        Éste es el regato.

Vamos a seguirlo… Ahí está la fuente… y allí..,

¡Benjamín! ¡Daniel! ¡Abel! ¡Felipe! ¡Hermasteo! ¡Estamos aquí!

¡Viene también el Maestro! – grita Juan a un nutrido grupo de hombres,

que están congregados en torno a uno que no se ve.

Pedro aconseja:

–        Calla, muchacho.

Que, si no, vas a ser tú también como esa vieja gallina

Los discípulos se han vuelto.

Han visto.

Y ver y lanzarse hacia abajo a saltos desde el escalón, ha sido todo uno

Cuando el grupo se disgrega, puede verse el compacto grupo, que con los discípulos,

que son muchos, también hay ya ancianos;

están mezclados habitantes de Quedes y del pueblo del sordomudo.

Deben haber tomado caminos más directos, porque han precedido al Maestro.

La alegría es mucha;

también las preguntas y respuestas.

Jesús, pacientemente, escucha y responde, hasta que, con otros dos, se ve venir al

delgado y risueño Isaac, cargado de provisiones.

Que dice:

–        Vamos a la casa hospitalaria, mi Señor.

Allí nos dirás lo que no hemos podido decir por no saberlo tampoco nosotros.

Éstos, los últimos en llegar, están con nosotros desde hace unas pocas horas.

Y quieren saber qué es para Ti la señal de Jonás que has prometido dar a la

generación malvada que te persigue

Jesús responde:

–        Se lo explicaré mientras vamos…

¡Ir! ¡Es fácil decirlo!

Como si un aroma de flores se hubiera esparcido por el aire y numerosas abejas

hubieran acudido, de todas partes viene gente, para unirse a los que ya están

alrededor de Jesús.

Isaac explica:

–        Son nuestros amigos.

Gente que ha creído y que te esperaba…

Uno de la muchedumbre, mientras señala a Isaac…

grita:

–           ¡Gente que de éstos!

¡Y de él en especial, han recibido beneficios! 

Isaac se pone rojo como la brasa.

Y casi excusándose, dice:

–        Pero yo soy el siervo, Él es el Señor.

¡Vosotros que esperáis, aquí tenéis al Maestro Jesús!

¡Entonces sí!

El ángulo tranquilo de Cesárea, un poco apartado por estar relegado a la periferia,

se transforma en un lugar más animado que un mercado.

Y también más rumoroso.

Voces de aleluya, aclamaciones, súplicas… de todo hay.

Jesús avanza muy lentamente, comprimido en esa tenaza de amor.

Pero sonríe y bendice.

Tan lentamente, que algunos tienen tiempo de marcharse corriendo a esparcir la noticia…

Y a volver con amigos o parientes, que traen a los niños y los aúpan, para que puedan

llegar, sin sufrir daño, hasta Jesús, el cual los acaricia y bendice.

Llegan así a la casa de antes.

Llaman.

La criada anciana de antes, al oír las voces, abre sin reserva alguna.

Pero… ve a Jesús en medio del gentío aclamador…

Y comprende…

Cae al suelo gimiendo:

–        ¡Piedad, mi Señor!

¡Tu sierva no te había conocido y no te había venerado!

–        No hay mal en ello, mujer.

No conocías al hombre, pero creías en Él.

Esto es lo que se requiere para ser amados por Dios.

Levántate y condúceme adonde tus señores.

La anciana obedece, toda temblorosa de respeto. 

Y ve a sus señores, también anonadados de respeto, literalmente contra la pared en el

fondo del vestíbulo un poco oscuro.

Los señala:

–        ¡Ahí están!

Jesús los saluda:

–        Paz a vosotros y a esta casa.

Os bendiga el Señor por vuestra fe en el Cristo y por vuestra caridad para con sus discípulos.

Dice Jesús yendo hacia los dos ancianos. 

Hacen un gesto de veneración y lo acompañan al vasto mirador,

donde tienen preparadas muchas mesas, bajo un tupido toldo.

La vista se extiende libre sobre Cesárea y los montes, que la ciudad tiene a sus espaldas y a los lados.

Las palomas trenzan vuelos desde la terraza al jardín, lleno de plantas en flor.

Mientras un siervo aumenta los puestos,

Isaac explica

–        ¡Benjamín y Ana no sólo nos reciben en su casa a nosotros,

sino también a todos los que vienen en busca de Ti!

Lo hacen en tu Nombre.

Jesús dice:

–        Que el Cielo los bendiga cada vez que lo hacen.

Ana la anciana, dice sencillamente:

–         Disponemos de medios y no tenemos herederos.

En el ocaso de la vida, adoptamos como hijos a los pobres del Señor.

Y Jesús le pone la mano en su encanecida cabeza,

diciendo:

–         Y esto te hace madre más que si hubieras concebido superabundantemente.

Mas ahora permitidme que explique a éstos lo que deseaban saber,

para poder despedir luego a los de la ciudad y sentarnos a la mesa.

La terraza está invadida de gente, que sigue entrando y apiñándose en los espacios libres.

Jesús está sentado en medio de una corona de niños,

que lo miran extáticos con sus ojazos inocentes.

Vuelve las espaldas a la mesa y sonríe a estos niños,

aunque esté hablando de un tema grave.

Parece como si leyera en sus caritas inocentes las palabras de la verdad solicitada. –

Escuchad.

La señal de Jonás, que prometí a los malos y que prometo también a vosotros,

no porque seáis malos, sino, al contrario, para que podáis creer con perfección

cuando la veáis cumplida, es ésta.

Como Jonás permaneció tres días en el vientre del monstruo marino

y luego fue restituido a la tierra para convertir y salvar a Nínive,

así será para el Hijo del hombre.

Para calmar las violentas olas de una grande, satánica tempestad,

los principales de Israel creerán útil sacrificar al Inocente.

Lo único que conseguirán será aumentar sus peligros, porque además del

conturbador Satanás, tendrán a Dios con su castigo tras el delito cometido.

Podrían triunfar contra la tempestad de Satanás creyendo en Mí.

Pero no lo hacen porque ven en Mí la razón de sus inquietudes, miedos, peligros y

desmentidas contra su insincera santidad.

Mas, llegada la hora, ese monstruo insaciable que es el vientre de la tierra,

que se traga a todo hombre que muere,

se abrirá de nuevo para restituir la Luz al mundo que renegó de ella.

4. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.»

He aquí, pues, que, como Jonás fue signo para los ninivitas,

de la potencia y misericordia del Señor,

así el Hijo del hombre lo será para esta generación;

con la diferencia de que Nínive se convirtió, mientras que Jerusalén no se convertirá,

porque está llena de esta generación malvada de que he hablado.

Por ello, la Reina del Mediodía se alzará el Día del Juicio contra los hombres de esta

generación y los condenará.

Porque ella vino, en su tiempo, desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de

Salomón, mientras que esta generación, que me tiene presente, y siendo Yo mucho

más que Salomón, no quiere oírme.

Y me persigue y expele como a un leproso y a un pecador.

También los ninivitas, que se convirtieron con la predicación de un hombre,

se alzarán en el día del Juicio contra la generación malvada

que no se convierte al Señor su Dios.

Yo Soy más que un hombre, aunque se tratara de Jonás o cualquier otro Profeta.

Por tanto, daré la señal de Jonás a quien pide una señal sin posibles equívocos.

Más de una señal daré a quien no baja la frente proterva ante las pruebas ya dadas

de vidas que renacen por voluntad mía.

Daré todas las señales: tanto la de un cuerpo en descomposición que vuelve a vivir y

a recomponerse, como la de un Cuerpo que por sí solo se resucita

porque a su Espíritu le es dada la plenitud del poder.

Pero éstas no serán gracias.

No significarán aligeramiento de la situación.

Ni aquí ni en los libros eternos. Lo escrito escrito está.

Y, como piedras para una próxima lapidación, las pruebas se amontonarán: contra mí,

para perjudicarme sin lograrlo;

contra ellos, para arrollarlos eternamente con la condena de Dios a los incrédulos

malvados.

A esta señal de Jonás me refería.

¿Tenéis más cosas que preguntar?

–        No, Maestro.

Se lo comunicaremos a nuestro jefe de la sinagoga

que ha juzgado la señal prometida con juicio muy cercano a la verdad.

–        Matías es un justo.

La Verdad se revela a los justos como se revela a estos inocentes, que mejor que

nadie saben quién soy Yo.

Dejadme, antes de despedirme de vosotros, oír alabar la misericordia de Dios

por boca de los ángeles de la tierra.

Venid niños.

Los niños, que habían estado quietos con pena hasta ese momento, corren hacia Él. –

Decidme, criaturas sin malicia,

¿Para vosotros, cuál es mi señal?

–        Que eres bueno.

–        Que curas a mi mamá con tu Nombre.

–        Que quieres a todos.

–        Que ninguno puede ser tan guapo como Tú.

–        Que haces volverse bueno hasta al que era malo como mi padre.

Cada una de las boquitas infantiles, anuncia una dulce propiedad de Jesús.

Y testifica penas que Jesús ha transformado en sonrisas.

Pero el más simpático de todos es un pilluelo de unos cuatro años,

que trepa hasta el regazo de Jesús y se abraza a su cuello,

diciendo

–        Tu señal es que quieres a todos los niños y que los niños te quieren.

Así te quieren… – y abre lo más que puede sus bracitos regordetes y ríe,

para luego abrazarse otra vez al cuello de Jesús restregando su mejilla infantil

con la de Jesús, que lo besa,

y pregunta:

–        «Pero, ¿Por qué me queréis si no me habéis visto nunca antes de ahora?

–        Porque pareces el ángel del Señor.

–         Tú no lo has visto, pequeñuelo… – prueba Jesús, sonriendo.

El niño se queda un momento desorientado.

Pero luego se echa a reír, mostrando todos los dientecitos,

y dice:

–        ¡Pero lo ha visto bien mi alma!

Dice mi mamá que la tengo y está aquí.

Y Dios la ve y el alma ha visto a Dios y a los ángeles y los ve.

Y mi alma te conoce porque eres el Señor.

Jesús lo besa en la frente,

y dice:

–          Que te aumente, por este beso, la luz en el intelecto – y lo pone en el suelo.

El niño, entonces, corre donde su padre dando brincos,

teniendo la mano apretada contra la frente en el lugar en que ha sido besado.

Y grita:

–        «¡Vamos donde mamá, donde mamá!

Que bese aquí, donde ha besado el Señor y le vuelva la voz y no llore más.

Explican a Jesús que se trata de una mujer casada, enferma de la garganta,

deseosa de un milagro, pero que no lo habían realizado en ella los discípulos

los cuales no habrían podido curar ese mal, que no se podía tocar de tan profundo

como estaba.

Jesús dice: 

–        La curará el discípulo más pequeño, su hijito.

Ve en paz, hombre Y ten fe como tu hijo.

Dice mientras despide al padre del pequeñuelo

Besa a los otros niños, que se han quedado deseosos del mismo beso en la frente.

Y despide a los que viven en la ciudad.

Se quedan los discípulos, los de Quedes y los del otro lugar.

Mientras se espera la comida,

Jesús ordena la partida para el día siguiente, de todos los discípulos que habrán de

precederlo a Cafarnaúm para unirse con los otros procedentes de otros lugares. –

Tomaréis luego con vosotros a Salomé y a las mujeres e hijas de Nathanael y Felipe.

Y a Juana y Susana, según vais descendiendo hacia Nazaret.

Allí tomaréis con vosotros a mi Madre y a la madre de mis hermanos.

Y las acompañaréis a Betania, a la casa donde está José, en las tierras de Lázaro.

Nosotros iremos por la Decápolis.

Pedro pregunta:

–        ¿Y Margziam?

–        He dicho: «precededme a Cafarnaúm». No «id».

Pero desde Cafarnaúm podrán avisar a las mujeres de nuestra llegada, de modo que

estén preparadas cuando nosotros vayamos hacia Jerusalén por la Decápolis.

Margziam, que ya es un jovencito, irá con los discípulos escoltando a las mujeres…

–        Es que…

Quería llevar también a mi mujer, pobrecilla, a Jerusalén.

Siempre lo ha deseado y…

No ha ido nunca porque no quería yo problemas…

Pero este año querría darle esta satisfacción. ¡Es tan buena!

–        Pues sí, Simón.

Razón de más para que Margziam vaya con ella.

Harán lentamente el viaje y nos reuniremos de nuevo todos allí…

El anciano dueño de la casa dice:

–         ¿Tan poco tiempo aquí?

–        Padre, tengo todavía mucho que hacer.

Y quiero estar en Jerusalén al menos ocho días antes de la Pascua.

Ten en cuenta que la primera fase de la luna de Adar ya ha terminado…

–        Es verdad.

¡Pero tanto te he anhelado!…

Teniéndote, me parece estar en la luz del Cielo…

Y que esta luz se haya de apagar en cuanto te marches.

–        No, padre.

Te la dejaré en tu corazón. Y a tu esposa.

A toda esta casa hospitalaria.

Se sientan a las mesas y Jesús ofrece y bendice los alimentos,

que luego el siervo distribuye a las distintas mesas.

UN EXORCISTA PRIVILEGIADO 4

Había comenzado ya la Cuaresma.

El Jueves muy temprano desperté oyendo carcajadas…

Y mucha algarabía, en la terraza del huerto que estaba, justo debajo,

del balcón de mi habitación.

Así que me levante, me aseé y decidí averiguar el motivo de la fiesta.

Cuando pasé por la cocina, me enteré que mi madre había llegado de visita…

Y por ese motivo, habían decidido servir el almuerzo,

en la terraza que estaba llena de equipales y servía para las comidas informales.

Cuando llegué, estaba toda la familia reunida…

Y un escalofrío me recorrió,

al ver el entrecejo fruncido de mi madre, que era lo que más temía. 

Era evidente que estaba bastante contrariada…

Y para variar, yo era el motivo de su disgusto. 

Suspiré resignada y me dispuse  a que me llovieran los reproches.

La saludé con un beso…

Y tomé el asiento que más alejado estaba de ella.

De esta forma quedé en medio de dos de mis cuñados;

los que NO disimulaban para nada, la tremenda diversión que estaban disfrutando…

Desde que me convertí y por la manera en que Jesús me guiaba para hacer su Voluntad,

mi madre estaba muy resentida de lo que llamaba mi rebeldía para obedecerla…

Y que echaba por la borda, la esmerada educación que me había dado.

En realidad, su malestar comenzó cuando Jesús me convirtió en su apóstol…

Y me llevó a misionar a las iglesias que estaban,

en el selecto grupo social al que pertenecíamos.

Los problemas de incredulidad, recrudecían la resistencia a la aceptación del Evangelio,

como Jesús me lo estaba enseñando…

Y yo lo estaba conociendo,

y testimoniando ahora.  

En las pruebas y el dolor alaba a Dios, no importa cuán difícil sea lo que estás pasando… ALABA A DIOS, Él te dará su bendición…

Jesús me había dicho:

«Te he traído a estas parroquias, para que les enseñes a conocerMe,

a los más pobres entre los pobres;

porque lo Único que poseen es dinero y mucha soberbia.» 

Y mientras Satanás hacía talco mi prestigio;

y destruía mi ego…

Yo intentaba obedecer la Voluntad de Dios,

en medio de las constantes pruebas que me estaban acrisolando.

Porque al Dolor lo había convertido en un maestro…

Y es bien sabido que lo que NO te mata, te fortalece.

Para mi madre, esto era imposible de entender.

Y sólo veía las actitudes autodestructivas mías. (así lo consideraba ella)

Y con las que estaba consumando un suicidio social.

«Cuando la desesperación me quiere arrollar, a veces tiro la toalla al piso, Dios la toma y la coloca en mis manos. Y me dice: NO OLVIDES QUE ESTA LUCHA ES DE LOS DOS…»

Ella NO entendía, que al enamorarme de Dios, mi vida ya giraba en torno a Él.

Era lo más importante de mi vida.

Y ya NO tomaba en cuenta para nada, lo que el Mundo pudiera pensar de mí.  

Y esto había sido una penosa confrontación;

con las ideas que mi madre tenía, sobre la forma que debíamos llevar la religión…

Cómo la habían traído los españoles a nuestro país.

Y  se había practicado por siglos.

SIN CARISMAS ESCANDALOSOS, por favor

Después que yo conocí a Dios en la Renovación Carismática;

cuando viví la Unción del Bautismo del Espíritu Santo,

y experimenté mi propio pentecostés…

Cambió mi vida...

Y mi madre estaba convencida, que también la religión,

yo la había revolucionado por completo…

Afirmando en muchos la idea, de que me había vuelto loca de remate.

Pero el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. 1 Corintios 1, 18

Y ni modo.

Si por amar a Jesús tenía que soportar el estigma de la Locura de la Cruz, (1 Cor. 2,14)

decidí que ESE sería el menor de mis problemas.

A la Única Persona que me importaba agradar, era a la Santísima Trinidad…

Y fin de la cuestión.  

No admitía debates, ni cuestionamientos…

Y mientras yo estuviera satisfecha con mi propia opinión de mí misma,

eché al cubo de la basura todo lo demás. 

Así estaban las cosas, aquel primer Jueves de Cuaresma…

Apenas había empezado a probar el desayuno;

cuando ella me preguntó:

–     ¿Fuiste a tomar ceniza?

O también la Cuaresma la vas a modificar con tus locuras?

Traté de apaciguarla:

–     Mamá por favor…

Su ceño se frunció más;

y prosiguió implacable:

–        Digo esto;

porque ya que me ha sido imposible convertirte en una verdadera dama…

Ahora también me entero que eres, la Cantinflas’ con faldas del Reino Celestial;

y has perdido por completo toda compostura…

Me atraganté con el chocolate…

Y pensé angustiada: ¿A qué se refiere?

Mi desconcierto era tan patético;

que otro de mis cuñados vino en mi auxilio.

Y le dijo a mi sobrina Aracely, que estaba sentada junto a mi madre:

–    Hijita, platícale a tu tía;

lo que nos estabas contando a nosotros…

Un nuevo escalofrío me estremeció de pies a cabeza. 

¡Oh NO!

A pesar de todos mis esfuerzos…

mi madre siempre se enteraba de todo lo relacionado conmigo…

Y pensé aterrorizada en lo que diría… 

después de lo ocurrido en mi última aventura con Jesús.

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios…»

Y cuánta más limpieza que la inocencia infantil…

La niña destellaba el regocijo en su precioso rostro;

mientras empezó a detallar la experiencia que había vivido…

Y mi sobrinita de cinco años, dividió su relato en Dos Películas sobrenaturales.

La primera la disfrutó en el salón de juegos;

donde refirió a los diablos con la rosa en la boca y que no podían hablar.

También describió a los que salieron huyendo después…

Que estaban como electrocutados.

Y parecía que hubieran salido del remolino de una licuadora. Caminaban como ebrios…

Y estaban bastante maltratados.

(Fueron a los que obligué a que entraran en mí)

Y fue en ese preciso momento que una de mis hermanas,

la anfitriona y que participaba en el grupo de la parroquia,

que bautizó a la última oración que hice,: como la de la Aspiradora…  

Porque dijo que exactamente así, era como funcionaba.

Toda mi dignidad apostólica, estaba siendo vapuleada sin piedad. 

Y mi sobrinita prosiguió…

Con su lenguaje infantil y lleno de inocencia, Aracely enseguida relató,

como todos los Demonios tomaron la determinación, de ir a quejarse contra mí,

hasta el Cielo…

Para que Dios corrigiese todo… 

Y me pusiese en mi lugar.

Mi otro cuñado de los que estaban junto a mí,  

concluyó:

–          ¡Pobres diablos!

Quien te viera cuñadita, convertida en el Azote del Infierno. 

Ya decía yo que a ti hay que tratarte con mucho cuidado.

NO sólo eres una estupenda jinete,

también sabes manejar a quién Nadie se atrevería a enfrentar… 

Y todos agregaron sus propios comentarios, .

bromeando y divirtiéndose a mis costillas.

Mi madre se limitó a decir:

–      ¿De verdad NO sientes miedo, por tanto atrevimiento?

Traté de educarte para ser una gran dama…

Y lo acabaste de arruinar ahora, con tus desvaríos de ninja vengadora con Satanás.

La miré con desconsuelo y NO respondí.

Porque viéndolo fríamente,

NI siquiera yo lo comprendía.

Entretanto, mi sobrinita continúo con lo que había vivido como un sueño,

La noche anterior.

Era la segunda película.  Esa la describió en el Cielo y lo hizo de esta manera:

Que el Cielo es una ciudad grande, bellísima y hay un estadio muy grande.

Que también hay un castillo hermosísimo… 

Y tiene unas oficinas donde Dios trabaja, moldeando los destinos de cada ser humano.

Que por un lado de la ciudad, hay un túnel de cristal transparente;

por donde entran los que van a presentarle peticiones o quejas al Señor. 

Y cómo yo también veía con el Don de Ciencia Infusa,

lo que ella con su lenguaje infantil describía,

supe claramente lo que trataba de decir, cuando le faltaban palabras a su explicación…

Y pude complementar perfectamente lo que le faltaba…

Que unos soldados vestidos como generales de un ejército (oficiales nazis),

van y presentan quejas contra los cristianos que oran y ayunan…

Puntualizando sus fallas en las peticiones que presentan…

Porque les están causando demasiados estragos.

Que el Padre Celestial, preside los juicios contra ellos…

Y dicta las sentencias.

En esos juicios, hay muy poquita gente.

Pero luego hubo un alboroto muy grande…

Y todos estaban avisando que me iban a enjuiciar a mí …

Y se llenó el estadio.

Que parece que NO es la primera vez que me enjuician…

Y me he convertido en un personaje muy popular.

(Tal vez por esto lo de Cantinflas con faldas)

Por el túnel transparente iban todos los diablos vestidos como participantes del Carnaval…

Y provocaron la admiración y las risas de todos, especialmente los niños..

Los ángeles trataban de disimular su diversión y su asombro.

Y se obligaron a NO reirse.

Y que algunos habitantes del Cielo exclamaron:

¡Cuánta Imaginación!  

Que todos los niños se revolcaban de risa y nadie quería perderse mi juicio.

Que había un tribunal como se ve en las series de televisión…

Y que la Virgen María, Jesús y mi Ángel de la Guarda, eran mis abogados defensores.

Que el Juez era el Padre Celestial,

tiene una imponente Majestad y una Personalidad tan impactante,

que nos doblega en una reverencia automática,

y una adoración absoluta.

Todos los demás participantes, estábamos muy serios.

Y espectantes…

Un detalle que llamaba mucho la atención, era que yo parecía una niña muy pequeña;

porque me veía como en mi fotografía de la primera comunión. (Tenía 7 años)

Y el Juicio comenzó.

Lucifer era el Fiscal…

Aunque estaba vestido con una falda hawuiana…

Se comportó con su soberbia de siempre.

Empezó diciendo que estaba muy agraviado,

porque yo había violado el Mandamiento del Amor.

Y NO lo respetaba como mi prójimo.

Que había cometido abuso de la autoridad.

Y había hecho uso excesivo del Poder, en su perjuicio.

Además había sido muy prepotente, al humillarlo de tan tremenda forma.

Estaba enojadísimo.

Y le dijo al Padre Celestial:

–          “¡Mira cómo nos dejó!

¡Quítanos esto!”

Y Aracely describía con lujo de detalles, las vestimentas que lucían y lo graciosos que se veían.

Mientras esto sucedía al imaginarlos… 

Todos estaban desternillados de risa.

Era una verdadera fiesta de carcajadas a mis costillas…

Y hasta en mi madre, sorprendí el destello de una sonrisa.

Mientras  tanto yo me encogí en el equipal.

Y deseaba que la tierra me tragara.

El Padre Celestial me preguntó, que si tenía algo qué alegar en mi defensa…

No pronuncié una palabra.  

Entonces tomaron turno mis abogados.

Intervino la Virgen, luego Jesús, mi ángel de la Guarda,

y también el Espíritu Santo habló…en mi defensa.

Yo permanecí en silencio y muy atenta.

No había en mí, el menor rastro de miedo o de culpabilidad.

Satanás manifestó todos sus argumentos…

Y solicitó la pena máxima;

por mis trasgresiones a todos los Mandamientos del Amor… 

El Padre Celestial me miró con infinita ternura,

pero NO abandonó su seriedad y tampoco me reprochó nada.

Al final, el Padre Celestial les dijo:

Que Él NO podía hacer nada, porque yo había decretado,

que solamente yo podía revertirles el castigo. 

Además cuando pidieron permiso para zarandearnos,

Él les advirtió que se atuvieran a las consecuencias… 

Porque Él me conocía muy bién.

Y sabía que yo no me iba a quedar de brazos cruzados.

Pero que ellos hicieron caso omiso a esa advertencia.

Así que NO había nada que hacer,

hasta que yo misma decidiera una resolución adversa.

Al contrario de lo que pudiera esperarse;

esta sentencia me llenó de angustia y mi inquietud aumentó.

ORGULLO GAY

Los Demonios NO podían creer lo que había sucedido.

Protestaron ruidosamente;

pero el Padre Celestial disolvió la Asamblea…

Y ellos tuvieron que irse, más enojados todavía.

Quedaron como yo los había dejado y… 

 Mientras regresaban por el túnel;

en el Cielo había una gran algarabía…

Los ángeles empezaron a cantar y todo el Reino se llenó de Alabanzas…

En mi familia había comentarios diversos.

Y todos los expresaban según su sentir.

Yo ya NO los oía.

Cuando el relato de la niña terminó,

yo me sentía muy incómoda. 

Ni siquiera había desayunado.

Mi sobrinita me preguntó:

–      Tía,

¿Qué vas a hacer con tu prójimo?

» MI PRÓJIMO»…

Sentí como un puñetazo en el estómago;

y respondí apurada:

–      Después te lo digo corazón;

ahorita NO lo sé…

Me levanté casi sin haber tocado el delicioso platillo;

pues no pude comer una de mis comidas favoritas:

chilaquiles con pollo y frijoles con queso.

Los demás se quedaron a la sobremesa.

Llevé mi plato a la cocina y me retiré a mi recámara.

Estuve varias horas pensando en todo lo que había sucedido…

La mirada del Padre Celestial, era la que más me avergonzaba;

porque yo lo adoro.

Lamentaba mi deplorable carácter.

Y sentí en mi corazón que esta vez, había hecho algo verdaderamente mezquino.

Me urgía hablar con Jesús.

Me arrodillé y empecé mi Oración Personal.

Jesús se presentó, dulce y maravilloso como siempre…

Y yo le relaté todo, como si Él no supiera nada.

Finalmente le pregunté:

–       Señor,

¿Todas esas acusaciones tenían fundamento?

¿Realmente violé todo, lo que me acusaron?

30. y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Marcos 12

Jesús suspiró,

y dijo:

–      Sí.

Lo hiciste.

Y yo me defendí argumentando Defensa Propia:

–        Pero él se lo buscó.

Se lo advertí muchas veces y NO me hizo caso.

Además estuvo abusando de su fuerza y quería matarnos.

¿Cómo se atreve a acusarme, si él es el Culpable de todas las desgracias de la humanidad?

Alega ser mi prójimo…

¿Y las violaciones que él comete contra nosotros, NO cuentan?

Sentí como el Amor Infinito de Jesús me invadía y me rodeaba;

mientras me contestaba con una gran dulzura;

–         La Justicia de Dios equilibra todo.

Nadie puede ejercerla por sí mismo

Ustedes sólo deben obedecer el Supremo Mandamiento del Amor.

Y estar dentro de la Voluntad de Nuestra Santísima Trinidad.

Suspiré con enorme desaliento.

Esto NO contribuyó a que me sintiera mejor.

Sentía en mi pecho, un profundo dolor que me ahogaba… 

Era como si alguien me hubiese arrancado el corazón, con un enorme zarpazo…

NO podía concebir en donde había fallado…

Pero había una sola verdad: yo me sentía muy mal…   

Y la más miserable de todas las creaturas.

Si el Padre Celestial al que yo amaba tanto, NO me había reprochado nada…

¿Por qué me sentía tan mal?

Aunque NO había pronunciado una palabra…

Jesús me dijo:

–    Cuando actuaste contra el Amor, te heriste a ti misma…

Grandioso, era una aclaración, pero eso NO mejoraba el asunto.

Revisé mentalmente todo lo que había sucedido.

Y recordé algunas enseñanzas que había recibido.

Pensé: «Por eso Jesús dice que todo lo hagamos en el bien.

El simple deseo o la expresión de malos pensamientos hacia los demás,

se convierten en realidad

porque la Presencia de Dios en nosotros, les da un PODER descomunal.»

«Por eso Satanás influye tanto en que siempre estemos llenos de rencor,

de soberbia al sentirnos superiores y de Odio,

PARA QUE MALDIGAMOS Y BLASFEMEMOS.»

Cuando actuamos así, nos convertimos en Generadores de Maldad.

 

Entonces Jesús me introdujo en su Corazón,

e hizo que viera mi última confrontación con Satanás a través de Él.

Era como David y Goliath, pero al revés…

Yo era Goliath e hice con Satanás un puré de papas.

Y de manera increíble, sentí una inmensa compasión por Satanás.

Estuve contemplando el Infinito Sufrimiento que lo invade por haber perdido a Dios… 

Y ESO es lo que lo impulsa a actuar con un Odio mortal, contra nosotros.

Nos tiene una Envidia Feróz, porque nosotros SÍ tenemos la Promesa de regresar al Cielo. 

Y por eso emplea todos sus recursos, para IMPEDIR que lo logremos.

Al mismo tiempo pude ver,

mi Gran Pecado contra el Amor en esta situación tan particular,

cuando estaba cumpliendo mi misión de apóstol…

Mientras yo creía que NO me había apartado del Bien.

Recuerdo que reflexioné:

«Grandioso. ¿Entonces NADIE…? 

 ¿Quién puede ser santo delante de Dios?»

 Suspiré con desaliento y una vez más acepté mi realidad:

«Soy una pecadora en rehabilitación, que la mayoría de las veces por mis actitudes,

estoy en el suelo caída.»

«PERO DIOS ME AMA ASÍ COMO SOY

Y esta verdad me dio fuerzas para continuar por el Sendero que Dios me había marcado…

Nunca olvidar esto, me ha ayudado a seguir caminando por El Camino de la Cruz.

En aquel momento, sólo le pregunté a Jesús:

–        ¿Y ahora qué hago?

Jesús me miró cómo sólo Él puede hacerlo;

cuando espera algo grande de nosotros…

Y contestó:

–         Piensa…

Tú SABES lo que deberías hacer…

Yo suspiré y dije:

–         Está bien mi Señor.

Después que lo haga te llamaré…

325 LOS DAÑOS DEL OCIO

325 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Los días son más cortos y anochece pronto en Diciembre.

También pronto se encienden las lámparas y la familia se reúne en una única habitación.

Igualmente es así en la casita de Nazareth.

Y mientras las dos mujeres trabajan, una en el telar, la otra con la aguja,

Jesús y Juan de Endor, sentados junto a la mesa, conversan en tono bajo.

Y Margziam termina de alisar dos arcones puestos en el suelo.

El niño trabaja con todo su ahínco;

hasta que Jesús se levanta, se agacha a tocar la madera,

y dice:

–        Ya basta.

Está muy lisa.

Mañana la barnizaremos.

Ahora guarda todo en su sitio, que mañana seguiremos trabajando.

Y mientras Margziam sale con sus instrumentos de pulimento:

espátulas duras con pieles rasposas de pescado clavadas en ellas, que  sirven como lijas;

y una especie de cuchillos, que ciertamente no son de acero, empleados para el mismo trabajo.  

Jesús toma en sus fuertes brazos uno de los arcones y lo lleva al taller, donde se ha trabajado

porque hay aserrín y viruta junto a uno de los bancos, que para esta ocasión;

ha sido puesto de nuevo en el centro.

Margziam ya ha colocado sus herramientas en los correspondientes soportes.

Y ahora está recogiendo la viruta para echarla al fuego;

querría también barrer el aserrín, pero esto lo hace Juan de Endor.

Todo está ya en orden cuando Jesús vuelve con el segundo arcón y lo coloca junto al primero.

Cuando están para salir los tres, se oye llamar a la puerta de la casa;

inmediatamente después, se escucha la voz grave del Zelote.

Que resuena con el reverente saludo que dirige a María,

al decir:

–       Te saludo, Madre de mi Señor.

Bendigo vuestra bondad, que me concede habitar bajo vuestro techo.  

Jesús dice:

–        Ha llegado Simón.

Ahora sabremos el porqué de su retraso.

Vamos… 

Entran en la pequeña habitación donde está el apóstol con las mujeres,

cuando éste se está liberando de un voluminoso envoltorio que traía sobre la espalda.

Jesús dice:

–        Paz a ti, Simón…  

Simón responde:

–      ¡Oh, Maestro bendito!

¿Me he retrasado, verdad?

Pero he hecho todo y lo he hecho bien…

Se besan.

Luego Simón sigue explicando:

–        He estado en Corozaín.

Fui a la casa de la viuda del carpintero.

Tus ayudas son muy oportunas.

La anciana está muy enferma y por tanto, han aumentado los gastos.

El pequeño carpintero José, se da maña en trabajar en objetos pequeños como él.

Y te recuerda siempre.

Todos te bendicen.

Luego fui a ver a Nara, Samira y Sira.

El hermano se muestra más duro que nunca, pero ellas están en paz, como santas que son.

Y comen su pobre pan condimentado con llanto y perdón.

Te bendicen por la ayuda que les has enviado.

Pero te suplican que ores para que su duro hermano se convierta.

También te bendice la anciana Raquel por el óbolo.

Por último, he estado en Tiberíades para las compras.

Espero haber acertado.

Ahora lo verán las mujeres…

Pero en Tiberíades me retuvieron algunos que me creían un emisario tuyo.

Me han tenido secuestrado tres días…

¡Prisión dorada, hasta cierto punto, pero prisión al fin y al cabo!…

Querían saber muchas cosas…

He dicho la verdad: que nos habías dejado en libertad a todos y que Tú, por tu parte,

te habías retirado durante el período más malo del invierno…

Cuando se persuadieron de que era verdad, incluso porque fueron a casa de Simón de Jonás

y de Felipe y no te encontraron, ni supieron más cosas, me dejaron partir.

Incluso la disculpa del mal tiempo, con estos bonitos días no valía ya.

Por eso me he retrasado.

–        No importa.

Tendremos tiempo de estar juntos.

Gracias por todo…

Madre, mira con Síntica lo que hay en el envoltorio.

Y dime si piensas que es suficiente para lo que ya sabes…

Y mientras las mujeres desenvuelven el envoltorio,

Jesús se sienta y habla con Simón.

Que pregunta:

–       ¿Y Tú qué has hecho, Maestro?

–       Dos arcones, para no estar ocioso y porque serán útiles.

He paseado, he gozado de mi casa…

Simón lo mira muy fijamente…

Pero no dice nada.

Las exclamaciones de Margziam, que ve salir del envoltorio:

telas, prendas de lana, sandalias, velos y cinturones;

hacen que Jesús y sus dos compañeros se vuelvan en esa dirección.

María dice:

–       Todo va bien, muy bien.

Nos pondremos en seguida a trabajar y pronto estará todo cosido.

El niño pregunta:

–       ¿Te vas a casar, Jesús?

Todos se echan a reír.

Jesús pregunta:

–        ¿Qué te lo hace suponer?  

Margziam replica:

–        Esta ropa de hombre y de mujer.

Y los dos arcones que has hecho.

Son el ajuar tuyo y de la prometida.

¿Me la presentas?

–        ¿Quieres verdaderamente conocer a mi prometida?

–        ¡Oh, sí!

¡Será hermosísima y muy buena!

¿Cómo se llama?…

–       Es un secreto por ahora.

Porque tiene dos nombres, como tú, que primero eras Yabés y luego Margziam.

–       ¿Y no puedo saberlos?

–       Por ahora no.

Pero un día los sabrás.

–       ¿Me invitas a los esponsales?

–       No será una fiesta adecuada para niños.

Te invitaré a la fiesta nupcial.

Serás uno de los invitados y testigos.

¿Te parece bien?

–       Pero ¿Cuánto tiempo falta?

¿Un mes?

–       ¡Mucho más!

–       ¿Y entonces por qué has trabajado tan deprisa,

que te has provocado ampollas en las manos?

–       Las ampollas me han salido porque había dejado de trabajar con las manos.

¿Ves, niño, que el ocio es penoso?

Siempre.

Cuando luego uno vuelve al trabajo sufre el doble;

porque se ha hecho demasiado delicado.

Imagínate tú:

¡Si perjudica así a las manos, qué daño no hará al alma!

¿Ves?

Esta misma tarde he tenido que decirte: «ayúdame»

porque sufría tanto que no podía tener la escofina;

mientras que hace sólo dos años trabajaba incluso catorce horas al día sin sentir dolor.

Lo mismo pasa con quien se vuelve tibio en el fervor, en la voluntad.

Pierde vigor, se hace débil.

Más fácilmente se cansa de todo.

Con mayor facilidad, siendo débil, entran en él los venenos de las enfermedades espirituales.

Por el contrario, cumple con doble dificultad las obras buenas que antes no le costaba cumplir

porque estaba en continuo ejercicio.

¡No conviene nunca estar ociosos diciendo:

«Pasado este período volveré más fresco al trabajo»

!No lo lograría nunca!

O con un esfuerzo extremo.

–       ¡Pero Tú no has estado ocioso!

–       No.

He hecho otro tipo de trabajo.

Pero date cuenta de que el ocio de mis manos ha sido perjudicial para ellas.

Y Jesús muestra las palmas enrojecidas y con ampollas en varios puntos.

Margziam las besa, 

diciendo:

–       Mi mamá, cuando yo me hacía daño, hacía esto, porque el amor cura.

–       Sí, el amor cura de muchas cosas…

Bien…

Ven, Simón.

Dormirás en el taller del carpintero.

Ven, que te voy a decir dónde puedes colocar tu ropa y…

Salen y todo termina.

323 MADRE Y MAESTRA

323 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Es una mañana esplendorosa, en los primeros rayos matinales, que tocan el huerto;

en la alborada del frío invierno que se anuncia, en los primeros días de Diciembre

En la casa de Nazareth…

–       ¡¡Maestro!!… 

¡Maestro! ¡Maestro!

Los tres gritos de Juan de Endor, que al salir de su habitación para ir a la pila a lavarse,

se ha encontrado de frente a Jesús que de allí viene, despiertan a Margziam…

El cual sale corriendo de la habitación de María, vestido sólo con una camisola sin mangas y corta;

todavía descalzo, todo ojos y boca, para ver y gritar:

–       « ¡Está aquí Jesús!»

Y todo piernas para correr y trepar a sus brazos.

Despiertan también a Síntica, que duerme en el ex taller de José;

la cual, pasados unos momentos, sale ya vestida pero con sus obscuras trenzas,

todavía semisueltas  y colgándole por los hombros.

Jesús, con el niño todavía en los brazos, saluda a Juan y a Síntica.

Y los exhorta a entrar en la casa, porque el viento boreal es muy fuerte.

Entra Él el primero.

Y lleva al semidesnudo Margziam, que castañetea los dientes a pesar de su entusiasmo,

al lado de la lumbre, ya encendida;

donde María se apresura a calentar leche y luego la ropa del niño;

para que no contraiga una enfermedad.

Los otros dos no hablan, pero parecen la personificación de la alegría extática.

Jesús, que está sentado con el niño en su regazo mientras la Virgen, presurosamente,

lo arreboza en la ropa calentada, alza la cara y les sonríe,

diciéndoles:

–        Os prometí que vendría.

Y hoy o mañana viene también Simón Zelote.

Ha ido, por indicación mía, a otro lugar, pero pronto vendrá y estaremos juntos bastantes días.

El aseo de Margziam ha terminado;

ya el color vuelve a sus mejillas lívidas de frío.

Jesús lo baja de sus rodillas y se pone de pie.

Pasa a la habitación de al lado, seguido por todos.

La última es María, con el niño de la mano, al cual regaña dulcemente

hablándole así:

–        ¿Qué tendría que hacer yo ahora contigo?

Has desobedecido.

Te había dicho: «Estáte en la cama hasta que vuelva»,

y has venido antes…

Margziam. se disculpa: 

–         Me he despertado por los gritos de Juan… 

–        Precisamente entonces debías saber obedecer.

Estar en la cama mientras uno duerme no es obediencia.

Y no hay ningún mérito en hacerlo.

Debías haber sabido hacerlo cuando había mérito, porque exigía voluntad.

Yo te habría llevado a Jesús.

Lo habrías tenido todo para ti, y sin el riesgo de coger una enfermedad.

–         No sabía que hacía tanto frío.

–        Pero yo sí que lo sabía.

Me apena el verte desobediente.

–        No, Mamá.

Me apena más a mí el verte así…

¡Si no hubiera sido por Jesús no me habría levantado,

ni aunque me hubieras olvidado en la cama sin comer.

Mamá hermosa, Mamá mía!…

Dame un beso. Mamaíta.

¡Ya sabes que soy un pobre niño!…

María lo toma en brazos y lo besa;

deteniendo así las lágrimas en su carita, a la que devuelve la sonrisa con la promesa del niño:

–        ¡No te voy a volver a desobedecer nunca, nunca, nunca!

Jesús, entretanto, habla con los dos discípulos.

Se informa de sus progresos en la Sabiduría.

Y dado que dicen que por la palabra de María todo se ilumina en ellos,

dice:

–        Lo sé.

La sobrenaturalmente luminosa Sabiduría de Dios se hace comprensible luz,

incluso para los más duros de corazón si es Ella quien la expone.

Pero vosotros no sois duros de corazón, así que os beneficiáis enteramente de su enseñanza. 

María dice:

–        Ahora estás Tú, Hijo.

La maestra se convierte de nuevo en alumna.

–        ¡No!

Tú sigues siendo maestra.

Yo te escucharé como ellos.

Estos días soy sólo «el Hijo». Nada más.

Tú serás la Madre y Maestra de los cristianos.

Lo eres ya desde ahora:

Yo, tu Primogénito y primer alumno;

éstos y con ellos Simón cuando venga.

Los otros… ¿Ves, Madre?

El mundo está aquí:

el mundo del mañana en el pequeño israelita puro, que ni siquiera se dará cuenta de hacerse

«el cristiano»;

el mundo, el viejo mundo de Israel, en el Zelote;

la humanidad en Juan;

los gentiles en Síntica.

Y vienen todos a ti, santa Criadora que das leche de Sabiduría…

Y Vida al mundo y a los siglos.

¡Cuántas bocas han deseado prenderse a tu pezón!

¡Y cuántas lo harán en el futuro!

Te anhelaron los Patriarcas y los Profetas, porque de tu seno fecundo,

había de venir el Alimento del hombre.

Y te buscarán, como otro Margziam cada uno de ellos, los «míos»;

para ser perdonados, instruidos, defendidos, amados.

¡Y dichosos los que lo hagan!GRACIA

Porque no será posible perseverar en Cristo, si no se fortalece la gracia con tu ayuda,

Madre llena de Gracia.

María parece una rosa vestida de oscuro, de tanto como se le ha encendido el rostro

por la alabanza de su Hijo:

una espléndida rosa muy humildemente vestida, de gruesa lana marrón oscura…

Llaman a la puerta…

Y entran en grupo María de Alfeo, Santiago y Judas,

cargados, estos últimos, de ánforas de agua y haces de leña.

La alegría de verse es recíproca.

Y aumenta cuando vienen a saber que pronto llegará el Zelote.

El afecto de los hijos de Alfeo por él es claro,

incluso sin tener en cuenta la frase que Judas Tadeo dice como respuesta a la observación

de su madre, que repara en esta alegría de ellos:

–        María…

Precisamente en esta casa, una noche muy triste para nosotros, nos dio afecto de padre.

Y lo mantiene.

Esto no podemos olvidarlo.

Para nosotros es «el padre»; nosotros para él «los hijos».

Qué hijos no exultan al volver a ver a un padre bueno?

María de Alfeo reflexiona y suspira…

Luego, muy práctica incluso en medio de sus penas,

pregunta:

–       ¿Y dónde lo vais a meter para dormir?

No tenéis sitio.

Mandadlo a mi casa.  

Jesús dice:

–        No, María.

Estará bajo mi techo.

Se resuelve pronto. Síntica duerme con mi Madre,

Yo con Margziam, Simón en el taller.

Es más, lo mejor será preparar las cosas enseguida.

Vamos.

Y los hombres salen al huerto con Síntica,

mientras las dos Marías van a la cocina para sus tareas.

317 EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

317 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Todo el lago de Tiberíades es una lastra cenicienta.

Parece mercurio turbio, de tan pesado como se ve,

en una calma chicha que apenas si permite indicios de cansadas olas que no logran hacer espuma

y en cuanto inician el movimiento ya se detienen, se amansan, se uniforman a esta masa de agua sin brillo

bajo un cielo también opaco.

Pedro y Andrés en torno a su  barca,

Santiago y Juan al lado de la suya, preparan la partida en la pequeña playa de Betsaida.

Olor de hierbas y de tierra empapada de agua, leve bruma sobre las planicies herbosas hacia Corazaín.

Tristeza de Noviembre en todas las cosas.

Jesús sale de la casa de Pedro, llevando de la mano a los dos pequeñuelos Matías y María.

La mano de Porfiria los ha arreglado con maternal cuidado y ha sustituido el vestidito de María por uno de Margziam.

Matías, que es demasiado pequeño, no ha podido gozar de la misma gracia

y tiembla todavía con su tuniquita de algodón descolorida;

tanto que Porfiria, compasiva, vuelve a casa y sale con un pedazo de manta y arropa al niño

como si la manta fuera un manto.

Jesús le da las gracias mientras ella se arrodilla al despedirse,

para retirarse después de haber dado a los dos huerfanitos un último beso.   

Pedro que ha observado la escena, 

comenta:

–        Con tal de tener niños, se habría hecho cargo de éstos también.

Y también él se agacha para ofrecer a los dos niños un pedazo de pan untado con la miel,

que tenía guardada debajo de un asiento de la barca;

Lo cual hace reír a Andrés,

que dice:

–        ¿Y tú no?

¡Hasta le has robado la miel a tu mujer, para dar un poco de alegría a estos dos!…

–        ¡¿Robado?!

¡Robado! ¡La miel es mía!

–       Sí, pero mi cuñada la guarda con celo porque es de Margziam.

Y tú, que lo sabes, has entrado esta noche, descalzo como un ratero en la cocina,

a coger la cantidad de miel que te hacía falta para preparar ese pan.

Te he visto, hermano, y me he reído, porque mirabas a tu alrededor como un niño que teme los bofetones de su madre.  

Pedro ríe, diciendo:

–       ¡Qué granuja este espía!

Mientras abraza a su hermano, que a su vez lo besa,

diciendo:

—        ¡Pero qué hermano más hermoso tengo!

Jesús observa y sonríe abiertamente, entre los dos niños, que devoran su pan.

Del interior de Betsaida llegan los otros ocho apóstoles.

Quizás estaban alojados donde Felipe y Bartolomé.

Pedro grita:

–        ¡Ligeros!

Y toma en un único abrazo a los dos niños para llevarlos a la barca sin que se mojen los pies desnudos.

Mientras chapotea en el agua con sus piernas cortas y gruesas, desnudo hasta un palmo por encima de las rodillas,

pregunta.

–       ¿No tenéis miedo, verdad?

La niña dice:

–        No, señor.

Pero se agarra convulsamente al cuello de Pedro, y cierra los ojos cuando la pone dentro de la barca

(que se balancea con el peso de Jesús, que acaba de subir).

El niño, más valiente o más impresionado, no habla siquiera.

Jesús se sienta, arrima hacia sí a los dos pequeñuelos y los tapa con su manto,

que parece un ala extendida para proteger a dos pollitos.

Seis en una barca, seis en la otra, todos ya están a bordo.

Pedro quita el madero del arribo y empuja fuertemente con la mano la barca para meterla más en el agua;

luego, con un último salto, salva el borde de la barca; Santiago le imita con la suya.

La acción de Pedro ha hecho bambolearse mucho a la barca;

la niña gime:

–       « ¡Mamá!» 

Y esconde la cara en el regazo de Jesús agarrándose con fuerza a sus rodillas.

Mas ahora ya avanzan suavemente, aunque con fatiga para Pedro,

Andrés y el mozo, que tienen que remar, ayudados por Felipe, que hace de cuarto.

Con esta calma chicha, la vela pende floja  pesada y húmeda, no sirve.

Tienen que trabajar con los remos.

Pedro a los de la barca gemela, en la que hace de cuarto Judas de Keriot,

que rema perfectamente, lo cual es alabado por Pedro,  

Grita

–        ¡Qué boga!

Santiago de Zebedeo responde:

–        ¡Dale, Simón!

Dale o te ganamos.

Judas tiene la fuerza de un galeote.

¡Muy bien, Judas! 

Pedro, que rema por dos,

confirma:

–        Sí.

Te nombraremos jefe de remadores.

 Y ríe agregando:

–        «Pero no conseguiréis quitarle el primado a Simón de Jonás.

A los veinte años ya era remador principal en las apuestas entre los pueblos».

 Y alegre, da la voz de estrepada a sus remadores:

–    « ¡O-e!, ¡o-e!».

Las voces avanzan sobre el silencio del lago desierto en esta hora matutina.

Los niños recobran seguridad.

Cubiertos todavía por el manto, alzan sus caritas demacradas y apenas si asoma a ellas una sonrisa,

una por este lado, la otra por el otro lado del Maestro, que los tiene abrazados.

Se interesan por el trabajo de los remadores.

Intercambian algunos comentarios.  

El niño dice:

–         Parece como si fuéramos en un carro sin ruedas.

La niña María, responde:

–        No.

En un carro por las nubes.

¡Mira! Es como andar por el cielo. 

¡Mira, mira, ahora subimos a una nube!

Al ver que la barca hunde su punta en un lugar que refleja un nubarrón algodonoso.

Y ríe levemente.

Mas el sol rompe la bruma, y, aunque sea sólo un pálido sol de Noviembre, las nubes se hacen de oro

y el lago las refleja brillando.  

El niño aplaude:

–        ¡Qué bonito!

Ahora andamos sobre el fuego.

¡Qué bonito! ¡Qué bonito!

Pero la niña calla, y luego rompe a llorar.

Todos le preguntan el porqué de ese llanto.

Entre sollozos explica:

–        Mi mamá decía una poesía…

O un salmo, no sé, para tenernos tranquilos, para que pudiéramos rezar a pesar de tanto dolor…

Y decía esa poesía de un Paraíso que será como un lago de luz, de dulce fuego, donde sólo estará Dios,

sólo habrá alegría, adonde irán los buenos… después de la venida del Salvador…

Este lago de oro me lo ha recordado…

¡Oh, mi mamá!

Se echa a llorar también Matías.

Y todos participan de este dolor.

Pero, de entre el rumor de las distintas voces y el lamento de los huerfanitos,

se levanta la dulce voz de Jesús:

–         No lloréis.

Vuestra mamá os ha traído a Mí, y está aquí con nosotros mientras os llevo a una mamá que no tiene hijos.

Se alegrará de tener dos niños buenos en vez del suyo, que ahora está donde vuestra mamá.

Porque también ella ha llorado,

¿Sabéis?

Como a vosotros se os ha muerto vuestra mamá, a ella se le murió su hijito…

María exclama:

–        ¡Entonces nosotros vamos con ella y su hijo irá con nuestra mamá! 

Jesús confirma:

–        Exactamente así.

Y seréis todos felices.

Los niños se interesan

–        ¿Cómo es esta mujer?

–        ¿Qué hace?

–        ¿Es una labriega?

–       ¿Tiene un buen amo?

Y lo miran interrogantes:

–        Juana no es una campesina.

Pero tiene un jardín lleno de rosas y es buena como un ángel.

Su marido también es bueno. Él también os querrá».

Un poco incrédulo, Mateo pregunta.

–       ¿Tú crees, Maestro? 

–        Estoy seguro.

Y vosotros también os convenceréis de ello.

Hace tiempo Cusa quería a Margziam para hacer de él un noble.  

Pedro grita.

–       ¡Ah, eso de ninguna manera! 

–       Margziam será un noble de Cristo.

Sólo esto, Simón. ¡Tranquilo!

El lago se pone de nuevo de color ceniza.

Se frunce al levantarse un poco de viento.

La vela se tensa, la barca avanza vibrando.

Pero los niños están tan embelesados con la idea de su nueva mamá, que no sienten miedo.

Pasa Mágdala con sus casas blancas entre el verdor de los campos.

Pasa la campiña entre Mágdala y Tiberíades.

Se ven las primeras casas de Tiberíades.  

Pedro pregunta.

–        ¿A dónde, Maestro?

–        Al embarcadero de Cusa.

Pedro vira y da indicaciones al mozo.

La vela cae, mientras la barca orienta su proa hacia el embarcadero para adentrarse;

luego en él, hasta detenerse junto al pequeño espigón, seguida por la otra.

Están paradas las dos, una detrás de otra, como dos ánades cansadas.

Bajan todos.

Juan se adelanta corriendo para avisar a los jardineros.

Los niños, acobardados, se arriman a Jesús.

Y María, emitiendo un suspiro, tirando del vestido de Jesús,

pregunta:

–        ¿Pero es buena de verdad?

Juan vuelve:

–       Maestro, un doméstico está abriendo la cancela.

Juana ya está levantada.

–        Bien.

Esperad todos aquí.

Voy a adelantarme.

Y Jesús se encamina solo.

Los otros lo ven ir adelante y hacen comentarios más o menos favorables al paso que quiere dar Jesús.

No faltan dudas ni críticas.

Desde el lugar donde están, sólo ven que acude Cusa al encuentro de Jesús,

se inclina profundamente en el umbral de la cancela,

y se adentra en el jardín a la izquierda de Jesús.

Luego no se ve nada más.

Jesús andando despacio al lado de Cusa, que muestra toda su alegría de recibirlo en su casa:  

El mayordomo de Herodes está tan dichoso,

que dice:

–        Mi Juana se pondrá muy contenta.

Yo también lo estoy.

Está cada vez mejor. Me ha hablado del viaje.

¡Qué éxitos, mi Señor!  

Jesús pregunta:

–        ¿No te ha causado pesar?

–        Juana es feliz.

Yo me siento feliz de verla feliz a ella.

Podía no tenerla ya desde hace meses, Señor.

–        Podía haber sido así…

Y Yo te la di de nuevo.

Tienes que saber ser agradecido con Dios.

Cusa lo mira turbado…

y susurra:

–        ¿Es una reprensión, Señor?

–        No. Un consejo.

Sé bueno, Cusa.

–        Maestro, sirvo a Herodes…

–        Lo sé.

Pero tu alma no está sometida a nadie, aparte de Dios, si no lo quieres.

–        Es verdad, Señor.

Me enmendaré.

Algunas veces se apodera de mí el respeto humano…

–        ¿Lo habrías tenido el año pasado, cuando querías salvar a Juana?

–        ¡No!

A costa de perder cualquier honor, me habría dirigido a quien hubiera pensado que la podía salvar.

–        Haz lo mismo por tu alma.

Es más valiosa aún que Juana.

Ahí viene ella.

Viene a su encuentro corriendo por el paseo.

Ellos aceleran el paso.  

Juana riendo feliz, dice:

–        ¡Maestro mío!

No esperaba volver a verte tan pronto.

¿Qué bondad tuya te conduce a tu discípula?

–        Una necesidad, Juana.

–        ¿Una necesidad?

Al mismo tiempo, los dos esposos exclaman:

–       ¿Cuál?

Habla que, si podemos te ayudamos. 

–        Ayer tarde he encontrado en un camino desierto a dos niños…

Una niñita y un pequeñuelo…

Descalzos, andrajosos, hambrientos, solos…

Y he visto a un hombre de corazón de fiera;

que los arrojaba de su presencia como si fueran animales perjudiciales.

Estaban medio muertos de hambre…

A ese hombre le procuré el bienestar el año pasado y ahora ha negado un pan a dos huérfanos.

Porque son huérfanos.

Huérfanos… por los caminos de este mundo cruel.

Ese hombre recibirá su castigo.

¿Queréis vosotros mi bendición?

Yo, Mendigo de amor, extiendo ante vosotros mi mano;

para estos huérfanos sin casa, sin vestidos, sin pan, sin amor.

¿Queréis ayudarme?

Impetuoso Cusa exclama:

–        ¡Pero, Maestro, ¿Lo pides?!

¡Di lo que quieres; cuanto quieras; di todo!…

Juana no habla, pero con las manos juntas en su pecho, una lágrima en sus largas pestañas…

Con una sonrisa de anhelo en sus rojos labios, espera…

Y habla más que si hablara.

Sonriendo…Jesús la mira y sonríe:

–       Quisiera que esos niños tuvieran una madre, un padre, una casa.

Y que la madre se llamara Juana…

No tiene tiempo de terminar…

Porque el grito de Juana es como el de uno que hubiera sido liberado de una prisión,

mientras se postra a besar los pies de su Señor.

–        ¿Y tú, Cusa, qué dices?

¿Acoges en mi Nombre a estos mis amados?

¿A estos que para mi corazón son mucho más estimables que las preseas?

Cusa está muy emocionado,

y dice:

–        Maestro, ¿Dónde están?

Llévame a ellos.

Por mi honor te juro que desde el momento en que deposite mi mano sobre sus cabezas inocentes,

los querré en tu Nombre como un verdadero padre. 

Jesús los invita:

–        Venid, entonces.

Sabía que no venía en vano. Venid.

Son agrestes, están asustados, pero son buenos.

Fiaos de Mí, que veo los corazones y el futuro.

Darán paz y unión a vuestra unión, no tanto ahora cuanto en el futuro.

En su amor os identificaréis de nuevo.

Sus inocentes abrazos serán la mejor argamasa para vuestra casa de esposos.

Y el Cielo se os mostrará benigno, siempre misericordioso por esta caridad que hacéis.

Están afuera, en la cancela.

Venimos de Betsaida…

Juana no escucha más.

Se adelanta, corriendo, cautiva del frenesí de acariciar niños.

Y lo hace:

Cae de rodillas, para estrechar contra su pecho a los dos huerfanitos.

Y besa sus mejillas macilentas;

mientras ellos miran atónitos a esta hermosa señora de vestido enjoyelado.

Miran asombrados a Cusa;

que los acaricia y coge en brazos a Matías.

Miran también el espléndido jardín…

Y a los domésticos, que están acudiendo al lugar…

Y miran la casa…

Que abre sus vestíbulos llenos de riquezas a Jesús y a sus apóstoles.

Y miran a Esther, la nodriza de Juana que los cubre de besos.

El mundo de los sueños se ha abierto ante estos pequeños desvalidos…

Jesús observa y sonríe…

314 MILAGROS BAJO LA LLUVIA

314 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Después de un rato de silencio…

Viene corriendo Timoneo:

Y dice:

–        Maestro, allí se ve el pueblo antes de Aera.

Podremos hacer un alto en el camino o pedir burros

Jesús responde::

–         Ya está dejando de llover.

Es mejor seguir.

–        Como quieras Maestro.

Pero ahora, con tu permiso, me adelanto.

–        Bien.

Timoneo se echa a correr con Marcos.

Jesús, sonriendo, observa:

–        Quiere que tengamos un ingreso triunfal.

De nuevo están todos en grupo.

Jesús deja que se metan a hablar con pasión de las diferencias de las regiones.

Luego se retrasa, tomando consigo al Zelote.

En cuanto están solos,

pregunta:

–       ¿Por qué te has puesto colorado, Simón?

Simón vuelve a ponerse rojo como las brasas, pero no dice nada.

Jesús repite la pregunta.

Simón, más rojo y más callado.

Jesús insiste en la pregunta.

Zelote exclama fuerte:

–       ¡Señor, pero si Tú ya lo sabes!

¿Por qué me obligas a hablar? 

Dolido como si fuera un torturado.

–       ¿Tienes certeza?

–        No me lo ha negado.

Sin embargo, ha dicho:

«Lo hago por previsión. Soy sensato.

El Maestro no piensa nunca al mañana».

Forzando las cosas, hasta podría ser así.

Pero… en todo caso es… en todo caso es…

Maestro, mete Tú la palabra exacta.

–        En todo caso es una demostración de que Judas es solamente un «hombre«.

No sabe elevarse a ser un espíritu.

Pero, más o menos, sois todos así.

Teméis por estupideces.

Os preocupáis de previsiones inútiles.

No sabéis creer que la Providencia es potente y está presente.

Bien, que esto quede entre nosotros dos. ¿No es verdad?

–        Sí, Maestro

Sigue un momento de silencio.

Luego Jesús dice:

–        Pronto volveremos al lago…

Será hermoso un poco de recogimiento después de tanto camino.

Nosotros dos iremos a Nazaret y estaremos allí un tiempo, hacia las Encenias.

Estás sólo…

Los otros estarán en familia.

Tú, conmigo».

–        Señor, Judas, Tomás, y también Mateo, están solos.

–        No te preocupes.

Cada uno celebrará las fiestas con la familia.

Mateo tiene a su hermana.

Tú estás solo.

A menos que quieras ir con Lázaro…

Simón contesta rápido:

–        No, Señor.

 No. Quiero a Lázaro.

Pero estar contigo es estar en el Paraíso.

Gracias, Señor – y le besa la mano.

Hace poco que han dejado atrás el poblado, cuando he aquí que bajo otro aguacero,

aparecen de nuevo por el camino inundado Timoneo y Marcos,

que gritan:

–        ¡Deteneos!

Está Simón Pedro con unos burros.

Lo he encontrado mientras venía para acá.

Lleva ya tres días de camino hacia aquí con los animales, bajo la lluvia.

Se detienen al amparo de un robledal que resguarda un poco del chaparrón.

Y ven venir, montado en un asno – el primero de una fila de borriquillos – a Pedro; 

que con la manta que se ha echado sobre la cabeza y la espalda, parece un fraile.

Y lo saluda diciendo:

–      ¡Dios te bendiga, Maestro!

¡Ya decía yo que estarías mojado como uno que se hubiera caído al lago!

¡Vamos enseguida, a caballo todos, que Aera hace tres días que está ardiendo

de tanto como tiene encendidas sus chimeneas para secarte!

Rápido, rápido… ¡En qué estado!…

¡Fijaos aquí!

¿Pero no erais capaces de hacerle esperar?

¡Ah, si no estoy yo! ¡Pero, yo digo…!

¡Pero mirad aquí!

Tiene el pelo tieso como un ahogado.

Debes estar helado. ¡Con toda esta agua!

¡Qué imprudencias! ¿Y vosotros?

¿Y vosotros? ¡Infames!

Tú el primero hermano, que no piensas.

Y todos los demás. ¡Bien guapos estáis!

¡Parecéis sacos caídos a un pantano!

¡Vamos, ligeros!

¡Ya no me vuelvo a fiar de confiároslo!

Me falta poco para ahogarme de horror…  

Mientras el asno trota al lado del de Pedro, a la cabeza de la caravana asnal,

Jesús responde sereno:

–        Y de lo que hablas, Simón 

Jesús repite:

«       Y de lo que hablas.

De palabras inútiles.

No me has dicho si han llegado los otros, si han partido las mujeres,

si tu mujer está bien…

No me has dicho nada.

–        Te diré todo.

Pero ¿Por qué te has puesto en camino con esta lluvia?

–        ¿Y tú por qué has venido?

–        Porque tenía prisa de verte, Maestro mío.

–        Porque tenía prisa de reunirme contigo, Simón mío.

–        ¡Oh, mi querido Maestro!

¡Cuánto te quiero!

¡Mujer, niño, casa? ¡Nada, nada!

Todo es feo si Tú no estás.

¿Crees que te quiero así?

–        Lo creo.

Sé quién eres, Simón.

–        ¿Quién?

–        Un gran niño lleno de pequeños defectos.

Y bajo estos defectos, sepultadas, muchas dotes excelentes.

Pero hay una que no está sepultada: tu honestidad en todo.

¿Y entonces, quién está en Aera?

–       Judas, tu hermano, con Santiago;

más Judas de Keriot con los otros.

Parece que Judas ha hecho las cosas muy bien.

Todos lo alaban…

–        ¿Te ha hecho preguntas?

–        ¡Muchas!

No he respondido a nada.

He dicho que no sabía nada.

Y es así, porque ¿Qué sé yo, aparte de haber acompañado hasta Gadara a las mujeres?

Mira, no le he dicho nada de Juan de Endor.

Él cree que está contigo.

Deberías decírselo a los otros.

–        No.

Ellos, como tú, tampoco saben dónde está Juan.

Inútil decir más cosas.

¿Pero estos burros?… ¡Tres días!…

¡Qué gasto! ¿Y los pobres?

–        Los pobres…

Judas tiene un montón de dinero.

Se ocupa él.

Estos burros no me cuestan un céntimo. 

Los habitantes de Aera me habrían dejado incluso mil, sin ningún gasto, para Ti.

He tenido que levantar la voz para impedir venir a buscarte con un ejército de asnos.

Tiene razón Timoneo.

Aquí todos creen en Ti.

Son mejores que nosotros… – y suspira.

–        ¡Simón, Simón!

En la Transjordania nos honraron;

hubo un galeote, paganas, pecadoras, mujeres, que os dieron lecciones de perfección.

Recuérdalo siempre, Simón de Jonás.  

Han llegado a la entrada del poblado,

y  Pedro señala:

–       Trataré de recordarlo, Señor.

Mira; mira, los primeros de Aera.

¡Mira cuánta gente!

Está la madre de Timoneo.

Ahí están tus hermanos entre la multitud.

Y los discípulos a los que habías dicho que se adelantaran.

Y también los que han venido con Judas de Keriot.

Ahí está el más rico de Aera con sus servidores.

Quería que te alojaras en su casa.

Pero la madre de Timoneo ha hecho valer su derecho y estarás en su casa.

¡Mira, mira!

Están irritados porque el agua apaga las antorchas.

Hay muchos enfermos, ¡eh!

Se han quedado en la ciudad, junto a las puertas, para verte enseguida.

Uno que tiene un almacén de leña ha puesto a su disposición los cobertizos.

Hace tres días que están allí, ¡Pobre gente!

Desde que llegamos nosotros y nos extrañamos de no verte.

El grito de la multitud impide que Pedro continúe, así que se calla.

Y permanece al lado de Jesús como si fuera un escudero.

Ya han llegado a la gente.

La multitud se va abriendo y Jesús pasa con su borriquillo,

bendiciendo continuamente mientras pasa.

Entran en la ciudad.  

Jesús indica:

–         Vamos donde los enfermos, inmediatamente.

Sin hacer caso de las protestas de quienes quisieran ofrecerle un techo…

Darle alimento y fuego por miedo a que sufra demasiado. 

 –        Ellos sufren más que Yo – responde.

Tuercen a la derecha.

Ya llegan al rústico recinto del almacén de la leña.

Abren de par en par la puerta.

Del interior del recinto sale un clamor quejumbroso:

–       ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros!

Es un coro suplicante, constante como una letanía.

Voces de niños, de mujeres, de hombres, de ancianos:

tristes como balidos de corderos en pena;

acongojadas como de madres en agonía;

descorazonadas como de quien tiene una sola esperanza;

temblorosas como de quien ya sólo sabe llorar…

Jesús entra en el recinto.

Se yergue lo más que puede sobre los estribos…

Y levantando la mano derecha, con su voz potente como una trompeta

Con imperio  y majestad,

declara:

–        ¡A todos los que creen en Mí, salud y bendición!

Se apoya de nuevo en la silla y hace ademán de volver afuera.

Pero la multitud le oprime;

los que han quedado curados se cierran en torno a Él.

Y, a la luz de las antorchas, que al amparo de los pórticos arden

y dan viveza de resplandores al crepúsculo;

se ve al gentío que bulle delirante de alegría, aclamando al Señor;

al Señor, que casi desaparece en medio de un tapiz de flores de niños sanados;

que las madres le han puesto en los brazos, en el regazo y hasta en el cuello del asno;

sujetándolos para que no se caigan.

Jesús tiene los brazos colmados de niños, como si fueran flores y sonríe feliz.

Y los besa, porque, sujetándolos como está con los brazos, no puede bendecirlos.

Finalmente retiran a los niños.

Ahora son los ancianos curados los que lloran de alegría y le besan las vestiduras mojadas. 

Y siguen los hombres y las mujeres…

Es ya de noche cuando puede entrar en la casa de Timoneo y reponerse,

con el fuego y la ropa seca.

310 EL RACIONAL DEL PONTÍFICE

310 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Al día siguiente, la caravana se pone en movimiento bajo un cielo maravillosamente azul y despejado.

La veneración de Misax se pone de manifiesto al ofrecer los camellos para recorrer

los primeros kilómetros de camino: 

Ha dispuesto que se coloque la carga de forma que sea una cómoda concavidad,

para los inexpertos caballeros.

Es discretamente cómico el ver emerger de entre bultos y cajas las cabezas morenas o rubias,

con sus cabellos largos hasta las orejas en el caso de los hombres,

o con las trenzas que sobresalen de la mata de pelo oculta bajo el velo de las mujeres.

A veces el viento de la carrera, porque los camellos van deprisa, echa hacia atrás estos velos

y brillan al sol los cabellos de oro encendido de María de Magdala.

O los más tenuemente rubios de la Virgen María.

Mientras que las cabezas morenas de Juana, Síntica, Marta, Marcela, Susana y Sara

adquieren reflejos de añil o bronceaduras oscuras.

Y las cabezas canas de Elisa, Salomé y María Cleofás parecen espolvoreadas de plata

bajo el límpido sol que las caldea.

Los hombres van con destreza en el nuevo medio de transporte…

Y Margziam ríe feliz…pues va sentado en la misma cabalgadura, que el mercader.

Todos van felices al ver a Jesús tan contento.

Se constata que la afirmación del mercader era verdadera cuando, volviéndose,

se ve allá abajo Bosrá con sus torres y sus altas casas en medio del dédalo de estrechas calles.

Al noroeste se presentan leves colinas.

Es por la base de estas colinas por donde avanza el camino que lleva a Aera,

es allí donde se detiene la caravana para que bajen los peregrinos y separarse.

Los camellos se arrodillan, con su cabeceo muy sensible, que hace gritar a más de una mujer.

Y es cuando se advierte que las mujeres han sido prudentemente aseguradas a las sillas con ligaduras.

Bajan, un poco aturdidas de tanto balanceo, pero descansadas.

Baja también Misaxce, que había llevado en su silla a Margziam.

Y mientras los camelleros colocan de nuevo la carga en su forma habitual,

se acerca a Jesús para una nueva despedida.  

Jesús dice:

–         Gracias, Alejandro Misaxce.

Nos has ahorrado mucha fatiga y mucho tiempo.  

Alejandro confirma:

–        Sí.

En una hora escasa hemos recorrido más de veinte millas.

Los camellos tienen patas largas.

De todas formas su  ambladura no es delicada.

Y espero que no la hayan sufrido demasiado las mujeres.

Todas las mujeres confirman que están descansadas y sin padecimientos.

–        Ya estáis sólo a seis millas de Arbela.

Que el Cielo os acompañe y os dé un camino ligero.

Adiós, mi Señor.

Permíteme que bese tus pies santos.

Me alegro de haberte encontrado, Señor.

Acuérdate de mí.

Misaxce besa los pies de Jesús.

Y luego sube de nuevo a la silla;

su crrr crrr hace alzar a los camellos….

Y la caravana parte al galope por el camino llano, entre nubes de polvo.

Pedro dice:

–         Es un hombre bueno.

Estoy todo magullado, pero en compensación los pies han descansado.

¡Pero qué bamboleos!

¡Mucho más que una tempestad de tramontana en el lago!

¿Os reís?

No tenía almohadones como las mujeres…

¡Viva mi barca!

Sigue siendo la cosa más limpia y segura.

Y ahora vamos a cargar con los talegos y nos ponemos en marcha.

Es una competición por cargarse más que los demás.

La ganan los que se quedan con Jesús, o sea, Mateo, el Zelote,

Santiago y Juan, Hermasteo y Timoneo, los cuales cogen todo,

para dejar libres a los cuatro que van a ir con las mujeres,  porque va también Juan de Endor;

aunque su ayuda será muy relativa por su estado de salud tan quebrantado.

Van a buen paso durante unos kilómetros.

Ganada la cima del pacífico collado que hacía de mampara por la parte occidental,

aparece de nuevo una fértil llanura,

circundada de un anillo de collados más altos que el primero  que han encontrado,

en cuyo centro se alza un otero de forma alargada.

En la llanura, una ciudad: Arbela.

Descienden.

Pronto están en la llanura.

Andan todavía un rato;

luego Jesús se detiene,

y dice:

–        Ha llegado la hora de la separación.

Vamos a comer juntos y luego nos separaremos.

Ésta es la bifurcación de Gadara.

Vosotros tomaréis ese camino.

Es el más corto.

Antes del anochecer podréis estar ya en las tierras custodiadas por Cusa.

No se ve mucho entusiasmo, pero… se obedece.

Mientras están comiendo,

Margziam dice:

–        Entonces también es el momento de darte esta bolsa.

Me la ha dado el mercader cuando iba en la silla con él.

Me ha dicho:

«Se la darás a Jesús antes de separarte de Él.

Y le dirás que me ame como te ama a ti».

Aquí está.

Aquí entre la ropa me pesaba.

Parece llena de piedras.

Todos se muestran curiosos,

diciendo:

–        ¡A ver!

–       ¡A ver!

–       ¡El dinero pesa!».

Jesús desata los cordones de cuero arroscado,

que mantienen cerrada la bolsa de piel de  gamuza…

Y vuelca el contenido en su regazo.

Ruedan unas monedas, pero son lo menos;

caen también muchos saquitos de levísimo lino cendalí:

saquitos atados con un hilo.

A través del ligerísimo lino se transparentan hermosos colores…

Y el sol parece encender en esos saquitos una pequeña hoguera,

como brasas bajo un fino estrato de cenizas.

La curiosidad aumenta:

–        ¿Qué es?

–        ¿Qué es?

–        Desata, Maestro.

Todos están inclinados hacia El.

Que, muy tranquilamente, desata el nudo de un primer saquito de dorado fuego:

topacios de distintas dimensiones, todavía sin labrar, resplandecen libres bajo el sol.

Otro saquito: rubíes, gotas de sangre cuajada.

Otro: preciado reír de color verde, por lascas de esmeraldas.

Otro: láminas de cielo de zafiros puros.

Otro: pálidas amatistas.

Otro: índigo morado de berilos.

Otro: esplendor negro de ónices…

Y así hasta doce saquitos.

En el último, el más pesado, todo él un cabrilleo de oro de crisolitos,

un pequeño pergamino, que Jesús desenvuelve,

y lee: :

«Para tu Racional de verdadero Pontífice y Rey».

El regazo de Jesús se ha transformado en un diminuto prado sembrado de luminosos pétalos…

Los apóstoles hunden sus manos en esta luz, hecha materia multicolor.

Están asombrados…

Pedro murmura:

–        ¡Si estuviera Judas de Keriot!…

Tadeo replica áspero y seco:

–        ¡Calla!

Mejor que no esté. 

Jesús pide un trozo de tela para hacer un único saquito de las piedras.

Y mientras los comentarios continúan, piensa.

Los apóstoles dicen:

–        ¡Era muy rico ese hombre!

Y Pedro hace reír a los demás,

diciendo:

–        Hemos venido trotando sobre un trono de gemas.

No pensaba que estaba encima de semejante esplendor.

¡Pero, si  hubiera sido más mullido!…

¿Qué vas a hacer con esto ahora?  

Jesús responde:

–        Lo voy a vender para los pobres.

Levanta  los ojos y sonriendo, mira a las mujeres.

Pedro pregunta:

–        ¿Y dónde encuentras aquí el joyero que te compre esto?

–        ¿Dónde?

Aquí. Juana, Marta y María, ¿Compráis mi tesoro?

Las tres mujeres, sin siquiera consultarse entre sí,

impetuosamente dicen:

–        Sí.

Pero Marta añade:

–        Aquí tenemos poco dinero.

–        Tenédmelo preparado en Magdala para la nueva luna.

–        ¿Cuánto quieres, Señor?

—        Para Mí nada;

para mis pobres mucho.  

Magdalena dice:

–         Dámelo.

Mucho tendrás.

Y tomando la bolsa, se la mete en el seno.

Jesús se queda sólo con las monedas.

Se pone en pie.

Besa a su Madre, a su tía, a sus primos, a Pedro, a Juan de Endor y a  Margziam.

Bendice a las mujeres y se despide de ellas.

Y ellas se marchan.

Se vuelven todavía, hasta que una curva los esconde.

Jesús con los que han quedado;

ahora es una comitiva muy reducida, formada solamente por ocho personas,

se dirige hacia Arbela.

Caminan ligeros y silenciosos hacia la ciudad, cada vez más cercana.

297 CIENCIA Y SABIDURÍA

297 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Es verdaderamente una familia -con Jesús y María como cabezas- Ésta que, dando la espalda

a Bethania en una mañana serena de Octubre,

se dirige hacia Jericó para pasar a la orilla opuesta del río Jordán.

Las mujeres marchan agrupadas en torno a María.

Sólo falta Analía en el grupo femenino de las discípulas.

O sea, en el grupo de las tres Marías, Juana, Susana, Elisa, Marcela, Sara y Síntica.

Agrupados en torno a Jesús están:

Pedro, Andrés, Santiago y Judas de Alfeo,, Mateo, Juan y Santiago de Zebedeo,

Simón Zelote, Juan de Endor, Hermasteo y Timoneo.

Margziam, por su parte, saltando como un cabritillo, va y viene incansable de este grupo a aquél,

porque caminan a pocos metros uno tras otro.

Cargados con pesados talegos, van alegres por el camino dulcemente soleado,

por la campiña solemne transida de quietud.

Juan de Endor anda con esfuerzo, oprimido por el peso que le cuelga de sus espaldas.

Pedro se da cuenta,

y dice:

–       Dámelo, ya que has querido coger de nuevo este lastre.

¿Sentías nostalgia de esto?

–       Me lo ha indicado el Maestro.

–       ¿Sí?

¡Ésta sí que es buena!

¿Y cómo así?

–     No  lo sé.

Ayer por la noche me dijo: «Coge otra vez tus libros y sígueme con ellos».

–       ¡Hay que ver!…

Bueno, pero, si lo ha dicho Él, está claro que es una cosa buena.

Quizás lo hace por esa mujer.

¡Cuánto sabe, ¿No?!

¿Tú también sabes tantas cosas?

–        Casi. Es muy docta.

–       De todas formas,

no vas a seguir viniendo detrás de nosotros con este peso, ¿Verdad?

–       ¡No creo!

No lo sé.

De todas formas, lo puedo llevar también yo…

–       No, amigo.

Me preocupa mucho que te enfermes.

¿No te das cuenta de que estás mal de salud?

–       Sí, lo sé.

Me siento morir.

–      No gastes bromas y déjanos al menos llegar a Cafarnaúm!

Se está tan bien ahora, nosotros solos sin ese…

¡Maldita lengua!

¡He faltado una vez más a mi promesa al Maestro!…

¿Maestro? ¿Maestro?

Jesús responde:

–       ¿Qué quieres, Simón?

–       He murmurado de Judas y te había prometido que no lo volvería a hacer.

Perdóname.

–       Sí.

Trata de no volver a hacerlo.

–       Tengo todavía 489 veces de recibir tu perdón..

Andrés sorprendido, pregunta: ..

–       Pero, ¿Qué dices, hermano?

Y Pedro, lleno de brillo de sagacidad su rostro bueno,

torciendo el cuello bajo el peso del saco de Juan de Endor:

–       ¿Ya no te acuerdas de que dijo que debíamos perdonar setenta veces siete?

Por tanto me quedan todavía 489 perdones.

Y llevaré la cuenta escrupulosamente…

Todos se echan a reír.

Incluso Jesús tiene que sonreír por fuerza; pero responde:

–       Mejor sería, niño grande, que es lo que eres;

si llevaras la cuenta de todas las veces que sabes ser bueno.

Pedro se junta a Jesús y con el brazo derecho rodea su cintura,

diciendo:

–       ¡Querido Maestro mío!

¡Qué feliz me siento de estar contigo!

¡Bah! Tú también estás contento…

Y entiendes lo que quiero decir.

Estamos nosotros solos.

Está tu Madre. Está el niño.

Vamos a Cafarnaúm.

La estación es hermosa…

Cinco razones para sentirnos felices.

¡Verdaderamente es hermoso ir contigo!

¿Dónde vamos a detenernos esta noche?

–       En Jericó.

–       El año pasado en Jericó vimos a la Velada.

¿Quién sabe qué habrá sido de ella?Me gustaría saberlo…

Y hemos encontrado también al de las viñas…

La carcajada de Pedro es tan sonora que contagia a los demás.

Se echan a reír todos, recordando la escena del encuentro con Judas de Keriot.

Jesús en tono de reprensión.,

dice:

–       ¡Eres incorregible, Simón!

–       No he dicho nada, Maestro.

Me han venido ganas de reír al pensar en su cara cuando nos ha encontrado allí…

en sus viñas…

Pedro ríe con verdaderas ganas, tanto que debe detenerse,

mientras los otros siguen caminando y riéndose por fuerza.

Las mujeres alcanzan a Pedro.

María pregunta con dulzura:

–      ¿Qué te sucede, Simón?

–       No lo puedo decir porque cometería otra falta de caridad.

Pero… mira, Madre, tú que eres sabia, quisiera saber tu opinión.

Si acuso con un fondo maligno a alguien o peor todavía, levanto una calumnia, peco, es natural.

Pero, si me río de una cosa que todos saben, de un hecho que todos conocen,

una cosa que hace reír,

como por ejemplo, recordar la sorpresa de un  embustero, su turbación,

sus explicaciones para disculparse y volver a reírme como entonces nos reímos,

¿Está también mal?

María responde:

–       Es una imperfección respecto a la caridad.

No es pecado como lo es la maledicencia o la calumnia;

y ni siquiera como una acusación velada;

pero es de todas formas, una falta de caridad.

Es como una hebra de hilo que se saca de un tejido.

No se trata de un agujero que eche a perder la tela,

pero es algo que perjudica y da pie, para que haya rasgaduras y agujeros.

¿No te parece?

Pedro se restriega la frente…

y dice un poco avergonzado:

–       Sí.

No lo había pensado nunca.

–       Piénsalo ahora y no lo vuelvas a hacer.

Hay carcajadas que ofenden a la caridad más que un bofetón.

¿Alguno ha cometido un error?

¿Lo hemos pillado en una mentira o en otra falta?

La posesión demoníaca perfecta utiliza todos los pecados, para hacer sufrir al poseso y a sus prójimos…

¿Y entonces?

¿Por qué recordarlo?

¿Por qué hacérselo recordar a otros?

Corramos un velo sobre las faltas de los hermanos, pensando siempre:

«Si fuera yo el que hubiera faltado,

¿Me gustaría que otro recordase esta falta y que la hiciera recordar a otros?»

Hay sonrojos íntimos, Simón, que hacen sufrir mucho.

No menees la cabeza.

Sé lo que quieres decir…

Pero también los culpables los tienen, créelo.

Sea siempre tu primer pensamiento: «¿Desearía eso para mí?».

Verás como no volverás a pecar contra la caridad.

Y sentirás siempre mucha paz dentro de ti.

Mira a Margziam allí cómo salta y canta feliz.

Es porque no tiene ninguna preocupación en su corazón; no tiene que pensar

en itinerarios, ni en compras, ni en las palabras que tendrá que decir.

Sabe que otros se preocupan por él de estas cosas.

Haz tú igual. Abandona todo en Dios,

incluso el juicio sobre las personas.

Mientras puedas ser como un niño guiado por el buen Dios,

¿Por qué querer cargarte con el peso de decidir y juzgar?

Llegará el momento en que tengas que ser juez y árbitro.

Y entonces dirás: «¡Antes era mucho más fácil y menos peligroso!».

Y te juzgarás necio por haber querido cargarte antes de tiempo con tanta responsabilidad.

¡Juzgar! ¡Qué cosa tan difícil!

¿Has oído lo que ha dicho Síntica hace unos días?

“Buscar por medio del sentido es siempre imperfecto».Dijo una cosa muy exacta.

Muchas veces juzgamos siguiendo justamente las reacciones de los sentidos,

y, por tanto, con suma imperfección.

Deja de juzgar…

–       Sí, María.

A ti verdaderamente te lo prometo.

¡Pero yo no sé todas esas cosas maravillosas que sabe Síntica!

Síntica responde:

–       ¿Y te apena, hombre?

¿No sabes que yo quiero desembarazarme de ellas, para tomar solamente las cosas que tú conoces?

–       ¿Lo dices de verdad?

¿Por qué?

–       Porque con la ciencia puedes mantenerte en esta tierra,

pero con la sabiduría conquistas el Cielo.

Lo mío es ciencia, lo tuyo sabiduría.

–       ¡Pero con tu ciencia has sabido llegar a Jesús!

Por tanto, es una cosa buena.

–      Mezclada con muchos errores;

por eso querría despojarme de ella para revestirme solamente de sabiduría.

¡Fuera las vestiduras engalanadas y vanas!

Sea mi vestido el austero y sin externa vistosidad de la sabiduría, que viste con

imperecedero vestido no lo corruptible sino lo inmortal.

La luz de la ciencia tiembla y vacila; la de la sabiduría resplandece uniforme y siempre

constante como es lo Divino de que se genera.

Jesús ha aminorado el paso para oír.

Se vuelve y dice a la griega:

–       No debes aspirar a despojarte de todo lo que sabes.

Lo que debes hacer es entresacar de este saber tuyo aquello que sea un átomo de

Inteligencia eterna, conquistado por mentes de innegable valor.

–       ¿Entonces, esas mentes han encarnado en sí el mito del fuego arrebatado a los dioses?

–        Sí, mujer.

En este caso, no es que lo hayan arrebatado, sino que han sabido tomarlo

cuando la Divinidad los rozaba con sus fuegos,

acariciándolos como ejemplares diseminados entre una humanidad venida a menos,

de lo que es el hombre, un ser dotado de razón.

–       Maestro, deberías señalarme lo que tengo que conservar y lo que tengo que dejar.

No sería buen juez.

Y luego, para llenar los espacios vacíos, meter luces de tu sabiduría.

–      Ésa es mi intención.

Te indicaré hasta dónde es sabio el pensamiento adquirido por ti

y lo continuaré desde ese punto, hasta el final de la idea verdadera.

Para que sepas.

Les vendrá bien también a éstos, destinados a tener muchos futuros contactos con los gentiles.

Santiago de Zebedeo. con tono de lamento,

dice:

–        No vamos a entender nada.

–       Por ahora, poco.

Pero llegará el día en que comprendáis, tanto las lecciones de ahora como su necesidad.

Tú, Síntica, exponme los puntos que para ti son oscuros.

Durante las pausas de nuestro camino te los iré aclarando.

–        Sí, mi Señor.

El deseo de mi alma se funde con tu deseo.

Yo, discípula de la Verdad;

Tú, Maestro.

El sueño de toda mi vida: poseer la Verdad.

295 EL JUICIO PERSONAL

295 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús regresa con los apóstoles de una gira apostólica por las cercanías de Betania.

Debe haber sido una gira breve, porque no traen siquiera los talegos de las provisiones.

Vienen hablando entre ellos.

Dicen:
–       Ha sido un buen regalo el de Salomón el barquero.

¿No es verdad, Maestro?

Jesús responde: 

–       Sí, un buen regalo.

Judas disiente de los demás,

observando con desprecio:

–       No veo mucho de bueno en esa cosa.

Nos ha dado lo que ya a él, que es discípulo, no le sirve.

No hay motivo para ensalzarlo…

Simón Zelote, dice serio:

–       Una casa siempre viene bien.

–       Si fuera como la tuya.

Pero, ¿Qué es?

Una casucha malsana.

—      Es todo lo que tiene Salomón 

Pedro añade: 

–      Y de la misma forma que él allí se ha hecho viejo sin enfermedades,

podremos ir de vez en cuando nosotros.

¿Qué quieres?

¿Todas las casas como la de Lázaro? 

–       No quiero nada.

No veo la necesidad de este regalo.

Cuando se fuera a ese lugar, se podría estar en Jericó.

Están sólo a unos pocos estadios de distancia.

Para unos como nosotros, que parecemos gente perseguida,

obligados a caminar siempre,

 –      ¿Unos pocos estadios qué es?

Antes de que la paciencia de los otros falle, como ya claros signos lo avisan…. 

Jesús interviene:,

–       Salomón, en proporción a sus bienes, ha dado más que nadie.

Porque ha dado todo.

Lo ha dado por amor.

Lo ha dado para ofrecernos un cobijo en caso de que nos coja la lluvia,

en esa zona poco hospitalaria.

O en caso de una crecida del río.

Y sobre todo, en caso de que la mala voluntad judía, se haga tan fuerte que sea aconsejable

interponer entre ella y nosotros el río.

Esto por lo que respecta al regalo.

Y el que un discípulo, humilde y rudo, pero muy fiel y lleno de buena voluntad,

haya sabido llegar a esta generosidad, que denota en él la clara voluntad de ser para siempre

discípulo mío, me procura una gran alegría.

Verdaderamente veo, que muchos discípulos con las pocas lecciones que han recibido de Mí

os han superado a vosotros, que mucho habéis recibido.

Vosotros no me sabéis sacrificar, tú especialmente, ni siquiera eso que no cuesta nada:

el juicio personal…

Tú te lo conservas duro, resistente a cualquier flexión.

La posesión demoníaca perfecta NO PUEDE reverenciar a Dios, porque Satanás lo odia y a sus instrumentos, es lo que les trasmite…

Judas replica: 

–       Dices que la lucha contra uno mismo es la más costosa…

–       ¿Y con eso quieres decirme que me equivoco al decir que no cuesta nada?

¿Es así? 

¡Tú sabes bien lo que quiero decir!

Para el hombre -y verdaderamente eres un auténtico hombre- sólo tiene valor lo que es

comerciable.

El yo no se comercia a precio de moneda.

A menos que…

A menos que uno se venda a alguien esperando un beneficio.

Un tráfico ilícito, semejante al que el alma contrae con Satanás.

Es más, mayor, porque además de al alma abraza también al pensamiento,

juicio, o libertad del hombre, llámala como quieras.

Existen también estos desdichados…

Pero no pensemos en ellos por el momento.

He elogiado a Salomón porque veo todo lo bueno que hay en su acto.

Y basta así.

Hay un largo momento de silencio.

Luego Jesús continúa:

–       Dentro de algunos días Hermasteo podrá andar sin perjuicio.

Yo voy a volver a Galilea.

No vendréis todos conmigo.

Una parte se quedará en Judea y luego volverá arriba con los discípulos judíos,

de forma que estemos todos juntos para la fiesta de las Luces.

Los apóstoles comentan entre sí…

–      ¿Tanto tiempo?

–      ¿Y a quién le va a tocar? 

Jesús recoge el cuchicheo…

y responde:

–       Les va a tocar a Judas de Simón, a Tomás, a Bartolomé y a Felipe.

Pero no he dicho que haya que estar en Judea hasta la fiesta de las Luces.

Incluso quiero que recojáis o aviséis a los discípulos, para que estén para la fiesta de las Luces.

Por tanto, iréis, los buscaréis.

Los reunís y los avisáis.

Y mientras, les ponéis atención y les ayudáis en todo. 

Luego seguiréis mis pasos trayendo con vosotros a los que hayáis encontrado;

para los otros, dejáis dado el aviso de que vengan.

En estos momentos tenemos ya amigos en los principales lugares de Judea.

Nos harán este favor de avisar a los discípulos.

Después, en el camino de regreso hacia Galilea, por la Transjordania,

y sabiendo que Yo iré por Gerasa, Bosra, Arbela, hasta Aera;

vais recogiendo a todos los que a mi paso no se hayan atrevido a manifestar su petición

de doctrina o milagro y que luego hayan lamentado el no haberlo hecho.

Los conduciréis a Mí.

Estaré en Aera hasta vuestra llegada.

Judas dice: 

–       Entonces convendría salir en seguida.

–       No.

Saldréis al caer de la tarde del día anterior de mi partida.

Iréis donde Jonás, al Getsemaní.

Allí estaréis hasta el día siguiente.

Luego saldréis para Judea.

Así podrás ver a tu madre y le servirás de ayuda en este momento de contrataciones agrícolas.

–        Ya hace años que ha aprendido a arreglárselas por sí sola.  

Con una buena dosis de ironía,.

Pedro observa: 

–       ¿No te acuerdas de que el año pasado le eras indispensable para la vendimia?

Judas se pone más rojo que una amapola, afeado por su ira y vergüenza.

Pero Jesús sale al paso de cualquier posible respuesta hablando Él:

–       Un hijo siempre sirve de ayuda y de confortación a su madre.

Ya hasta Pascua, e incluso después, no te volverá a ver.  

Por tanto, ve y haz lo que te digo.

Judas no replica ya a Pedro,

pero descarga su rabia contra Jesús:

–       Maestro,

¿Sabes qué tengo que decirte?

Que tengo la impresión de que quieres deshacerte de mí; 

al menos separarme, porque tienes sospechas;

porque me crees injustamente culpable de algo, porque me faltas a la caridad,

porque…

Jesús ordena imperioso: 

–       ¡Judas!

¡Basta! Podría decirte muchas cosas.

Sólo te digo: «Obedece».

Jesús se muestra majestuoso al decir esto.

Alto, con mirada centelleante y rostro severo…

Hace temblar.

Judas también se atemoriza.

Se repliega y se pone el último de todos, mientras que Jesús se pone a la cabeza, solo.

Entre ambos, el grupo enmudecido de los apóstoles.

290 PARÁBOLA DE LOS TALENTOS

290 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús continúa enseñando lo que realmente significa seguirlo…

Eso es lo que debéis hacer vosotros antes de empezar la nueva vida

y de tomar partido contra el mundo.

Porque ser discípulo mío significa eso:

presentar batalla a la vortiginosa y violenta corriente del mundo, de la carne, de Satanás.

Si no os sentís con valor de renunciar a todo por amor a Mí,

no vengáis, porque no podéis ser discípulos míos.  

Un escriba que se ha mezclado en el grupo,

admite diciendo: 

–        Bien.

Lo que dices es verdad

Pero, si nos despojamos de todo, 

¿Con qué te servimos?

La Ley tiene prescripciones que son como monedas que Dios ha dado al hombre

para que, usándolas, se compre la vida eterna.

Dices: «Renunciad a todo» y mencionas el padre, la madre, las riquezas, los honores.

Dios ha dado también estas cosas y nos ha dicho, por boca de Moisés,

que las usáramos con santidad para aparecer justos ante los ojos de Dios.

Si nos quitas todo, ¿Qué nos das?

–        He dicho, rabí, que el verdadero amor.

Os doy mi doctrina, que no quita ni una iota a la antigua Ley; antes bien, la perfecciona.

–        Entonces todos somos discípulos iguales, porque todos tenemos las mismas cosas

–       Todos según la Ley mosaica

no todos según la Ley que perfecciono Yo según el Amor.

Pero no todos en ésta, alcanzan la misma suma de méritos.

Entre mis propios discípulos no todos obtendrán una suma de méritos igual;

y alguno de ellos, no sólo no alcanzara suma alguna;

sino que perderá incluso su única moneda: su alma.

–        ¿Cómo?

A quien más se le da, más le quedará.

Tus discípulos y más tus apóstoles, te siguen en tu misión.

Y conocen tu forma de actuar; han recibido muchísimo.

Mucho han recibido tus discípulos efectivos;

menos, los discípulos que lo son sólo de nombre.

Nada han recibido los que, como yo, te oyen sólo por una contingencia

Es evidente que en el Cielo los apóstoles tendrán muchísimo;

mucho, los discípulos efectivos; menos, los discípulos de nombre; nada, los que son como yo.

–        Humanamente es evidente.

Y humanamente puede ser también un mal.

Porque no todos son capaces de hacer  producir los bienes recibidos.

Escucha esta parábola, y perdona si adoctrino demasiado tiempo aquí;

pero es que Yo soy la golondrina que va de paso,

y estaré poco tiempo en la Casa del Padre, pues he venido para todo el mundo.

Y además, este pequeño mundo que es el Templo de Jerusalén,

no quiere dejarme recoger el vuelo y permanecer donde la gloria del Señor me llama.

–        ¿Por qué dices eso?

–        Porque es la verdad

El escriba mira a su alrededor y agacha la cabeza.

Ve que lo que ha dicho Jesús es verdad.

Lo ve en demasiados rostros de miembros del Sanedrín, rabíes y fariseos,

que han ido engrosando cada vez más la aglomeración de gente que hay en torno a El:

rostros verdes de bilis o purpúreos de ira;

miradas que equivalen a maldiciones y a esputos de veneno;

rencor en fermentación por todas partes; deseos de pegarle a Cristo,

que queda en deseo, sólo por miedo a los muchos que circundan al Maestro con devoción

y que están dispuestos a todo por defenderlo.

Miedo quizás también a represalias por parte de Roma,

que mira con benignidad al pacífico Maestro galileo.

Jesús reanuda sereno la exposición de su pensamiento con la parábola.

Y continúa:

–        Un hombre, antes de emprender un largo viaje y ausentarse por un largo período,

llamó a todos sus siervos y les confió todos sus bienes

A uno le dio cinco talentos de plata; a otro, dos de plata; a uno, uno sólo, de oro.

A cada uno según su grado y habilidad.

Y luego se marchó.

Entonces, el siervo que había recibido cinco talentos de plata negoció sagazmente sus talentos,

y, pasado un tiempo, le produjeron otros cinco.

E1 que había recibido dos talentos de plata hizo lo mismo, y dobló la suma recibida.

Pero el que había recibido más de su señor (un talento de oro puro),

víctima del miedo a no saber negociar, del miedo a los ladrones, a mil quimeras;

víctima sobre todo, de la holgazanería;

cavó un profundo hoyo en el suelo y escondió el dinero de su señor.

Pasaron muchos, muchos meses.

Volvió el amo.

Llamó enseguida a sus súbditos para que restituyeran el dinero que habían recibido, en depósito.

Vino el que había recibido cinco talentos de plata y dijo:

«Aquí tienes, mi señor. Me diste cinco talentos.

Me parecía mal no hacer producir lo que me habías dado;

así que me las he ingeniado para ganar otros cinco. No he podido más…».

El amo le respondió:

–          Bien, muy bien, siervo bueno y fiel.

Has sido fiel en lo poco, te has aplicado con buena voluntad, has sido honesto.

Te daré autoridad sobre muchas cosas.

Entra en la alegría de tu señor.

Luego vino el otro, el de los dos talentos,

y dijo

–        Me he permitido emplear tus bienes para beneficio tuyo.

Aquí tienes las cuentas para que veas cómo he empleado tu dinero. ¿Ves?

Eran dos talentos de plata. Ahora son cuatro.

¿Estás contento, mi señor?».

Y el amo dio a este siervo bueno la misma respuesta que había dado al primero.

Vino por último aquel que, por gozar de la máxima confianza del amo, había recibido el talento de oro.

Desenrolló el paño en que lo conservaba, lo sacó y dijo:

–        Me confiaste lo que tenía mayor valor, porque me juzgas prudente y fiel,

de la misma forma que yo sé que eres intransigente, exigente y que no toleras pérdidas de tu dinero,

sino que si te sobreviene la desgracia te resarces con quien tienes a tu lado,

porque, en verdad, cosechas donde no sembraste, recoges donde no esparciste,

siendo así que no perdonas un centavo ni al encargado de tus tierras ni a tu banquero, por ninguna razón

Tu dinero debe ser el que tú dices.

Ahora bien, yo, temiendo disminuir este tesoro, lo he cogido y lo he escondido.

No me he fiado de nadie, ni siquiera de mí mismo.

Ahora lo he desenterrado y te lo devuelvo.

Aquí tienes tu talento».  

El amo, airado respondió:

«¡Oh, siervo inicuo y holgazán!

Verdaderamente no me has amado porque no me has conocido,

ni has amado mi bienestar porque has dejado el talento improductivo.

Has traicionado la estima que había depositado en ti

Te desautorizas a ti mismo.

Por ti mismo te acusas y te condenas.

Sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido.

¿Por qué, entonces, no has obrado de forma que pudiera cosechar y recoger?

¿Así respondes a mi confianza?

¿Así me conoces?

¿Por qué no has llevado el dinero a los banqueros,

de forma que a mi regreso lo hubiera retirado con los intereses?

Te había instruido para ello con especial esmero, mas tú, necio holgazán, no lo has tenido en cuenta.

Te sea, pues, arrebatado el talento y todos los demás bienes;

que sean para el que tiene diez talentos»

Y muchos objetaron:

–       Pero tiene ya diez.

Y éste se queda sin nada… 

–        Eso es.

A quien tiene, y trabaja con eso que tiene, le será dado más, hasta que le sobre.

Pero a quien no tiene, porque no quiso tener, le será arrebatado incluso lo que se le dio.

Respecto al siervo parásito que ha traicionado mi confianza

y ha dejado improductivos los dones recibidos, arrojadlo de mi propiedad.

Y que se aleje con lágrimas en los ojos y remordimiento en el corazón.

Ésta es la parábola

Ves, rabí, que le quedó menos al que más tenía,

porque no supo merecer la conservación del don de Dios.

No se puede afirmar que uno de esos que llamas discípulos sólo de nombre,

que tienen poco con que negociar.

Y de los que, como dices, me escuchan sólo por una contingencia,

y que tienen la única moneda de su alma, no lleguen a poseer el talento de oro 

arrebatado a uno de los más beneficiados y sus frutos correspondientes.

Las sorpresas del Señor son infinitas, porque infinitas son las reacciones del hombre.

Veréis a gentiles que alcanzan la Vida Eterna, a samaritanos recibiendo el Cielo…

Y veréis a israelitas puros y seguidores míos perder el Cielo y la eterna Vida.

Jesús calla.

Y, como queriendo truncar toda discusión, se vuelve hacia los muros del Templo.