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30 UN SUEÑO EQUIVOCADO

30 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Pareciera que el nudo más angosto de las montañas de Judea, se encuentra entre Hebrón y Yuttá.

Porque  en este valle  que se despliega ante vastos horizontes en los que emergen montes aislados, que ya no forman una cadena, hay diversas plantaciones de cereales distribuidas en terrenos muy bien cuidados:  

Cebada, centeno y también bonitos viñedos en las partes más soleadas. Más arriba, lindos bosques de pinos, abetos y otros árboles de maderas preciosas.

Por un camino ondulante llegan a un pequeño poblado, Jesús y tres de sus apóstoles.

Judas está verdaderamente exaltado…

Y dice:

–    Éste es un suburbio de Keriot. Te ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre te espera allí. Después iremos a Keriot.  

Jesús replica:

–    Como quieras, Judas; pero también podíamos habernos quedado aquí para conocer a tu madre.

–   ¡Oh, no! Es un barracón. Mi madre viene en tiempo de cosecha, pero después vuelve a Keriot. ¿No quieres que mi ciudad te vea? ¿No quieres traer aquí tu Luz? 

–    Si que quiero, Judas, pero ya sabes que no me detengo a considerar la humildad del lugar que me hospeda.

–    Pero hoy eres mi invitado…

Y Judas sabe ser hospitalario.

Caminan todavía unos metros entre casas pequeñas esparcidas por el campo.

Mujeres y hombres, avisados por los niños, se asoman. Está muy claro que se ha despertado la curiosidad.

Judas ha lanzado un grito de reclamo.

Y dice:

–    He aquí mi pobre casa. Perdona su pobreza.

La casa no es ninguna barraca: es un cubo de un solo piso pero amplio y bien cuidado, dentro de un terreno tupido y floreciente de árboles frutales.

Un camino privado muy limpio, va desde la calzada a la casa.

–   ¿Me permites que me adelante, Maestro?

–    Como quieras.

Judas se adelanta.

Simón dice:

–    Maestro, Judas ha preparado algo grande. Antes lo sospechaba, pero ahora estoy seguro. Tú dices: ‘Espíritu, espíritu, espíritu…’ Pero él no lo entiende así.

Jamás te entenderá, pues solo piensa en lo material. O lo hará muy tarde… -corrige finalmente para no mortificar  a Jesús.

Jesús suspira y calla.

Llegan a una bella casa que está en medio de un jardín frondoso y muy bien cultivado. 

Judas sale con una mujer que tiene alrededor de cuarenta años.

Es muy alta y muy hermosa.

Inmediatamente se nota que es de ella, de quién Judas ha heredado su belleza y su cabello castaño oscuro, abundante y ondulado.

Sus ojos son iguales y diferentes.

Tienen el mismo color gris oscuro; pero los de ella, tienen una mirada suave y más bien triste; mientras que los de Judas, son imperiosos y astutos.

Cuando llegan ante Jesús, ella se postra como una verdadera súbdita y dice:

–   Te saludo, Rey de Israel. Haz el favor de que tu sierva te dé hospitalidad.

Jesús la mira con amor y dice:

–   La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo.

Ella contesta con una voz que es más bien un suspiro, que una respuesta:

–   ¡Oh sí, con mi hijo!…

Jesús la toma por los antebrazos diciendo:

–    Levántate madre. También yo tengo una madre y no puedo permitir que me bese los pies.

En nombre de mi madre te beso, mujer. Es tu hermana en el amor… -y añade enigmáticamente- … y en el destino doloroso de madre de los señalados.

Judas pregunta un poco inquieto:

–    ¿Qué es lo que quieres decir, Mesías?

Pero Jesús no le responde. Está abrazando cariñosamente a la mujer, a la que ha levantado del suelo y a quién besa en las mejillas.

Y luego, con ella de la mano; camina hacia la casa.

Entran en una habitación fresca y adornada con festones. Sobre las mesas hay bebidas y frutas frescas.

Ella hace una señal a la sierva y ésta trae agua y toallas.

La madre de Judas trata de quitar las sandalias a Jesús, para lavarle los pies llenos de polvo. 

Pero Jesús se opone diciendo:

–    No, madre. La madre es una criatura muy santa.  Sobre todo cuando es honrada y buena como tú lo eres; para permitir que lo hagas como si fueras una esclava.

Ella voltea y mira fijamente a Judas, con una mirada extraña…

Y luego se va.

Mientras tanto Jesús se ha refrescado y cuando está a punto de ponerse las sandalias…

La mujer regresa con un par nuevo y dice:

–    Aquí están éstas, Mesías nuestro. Creo que las hice bien… Tal y como las quería Judas. Él me dijo: ‘Un poco más grandes que las mías, pero igual de anchas’

Jesús mira a Judas con un mudo reproche y pregunta:

–   ¿Por qué, Judas?

Judas responde:

–   ¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿Acaso no eres mi Rey y mi Dios?

–   Sí, Judas. Pero no debías haber causado tantas molestias a tu madre. Tú sabes como  Soy Yo…

–   Lo sé. Eres Santo. Pero también debes aparecer como un Rey Santo.

Así es como debe ser. El mundo en el que nos movemos está compuesto de tontos.

A nueve de cada diez, les importan mucho las apariencias y es necesario imponerse con la presencia.

Porque esto es muy importante… Yo lo sé.

Jesús calla y se amarra las sandalias de fina piel roja, que van desde el empeine hasta las pantorrillas.  Son mucho más hermosas, exquisitas y elegantes; que las sencillas sandalias de obrero que usa Jesús.

Son semejantes a las de Judas, que parecen unos mocasines a los que apenas si se les ve algo del pie.

Entonces la madre de Judas, le entrega una túnica nueva diciendo:

–   También el vestido Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas.

Pero él te lo regala. Es de lino; fresco y nuevo. Por favor, permite que una madre te vista, como si fueses su hijo.

Jesús vuelve a mirar a Judas, pero no contradice. Se suelta en el cuello la cinta y cae la amplia túnica. Quedándose solamente con la túnica corta.

La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón que es una faja muy rica, recamada con hilos de oro; de la que sale un cordón, que termina con muchos hilos.

Es indudable que los elegantes vestidos frescos y limpios de polvo, son muy confortables. Pero Jesús no parece muy contento…

Los demás también se han aseado

Y Judas; como el anfitrión perfecto, invita:

–   Ven Maestro. Son de mi pobre huerto. Éste es el jugo de manzanas que mi madre prepara. –le alarga un vaso de cristal labrado exquisitamente.

Y agrega:     

–   Tú Simón, tal vez te guste más, este vino blanco. Toma. Lo elaboramos en mi viñedo. Y tú Juan, ¿Igual que el maestro?

Juan asiente con la cabeza.

Judas está feliz, mostrando sus hermosos vasos y en lo más profundo de su corazón, se regodea con la oportunidad de presumir que lo que posee, no sólo es lo mejor de lo mejor…

Sino que sólo un sacerdote, descendiente de la clase sacerdotal; es decir, la élite del Pueblo de Israel; tiene la riqueza y la clase para honrar a Dios.

La madre habla poco. Mira una y otra vez a su Judas.

Pero mira mucho más a Jesús. 

Y cuando Él antes de comer; le ofrece la fruta más hermosa y jugosa: un durazno muy grande y de un color que manifiesta su punto óptimo, para ser ingerido;

Mientras le dice:

–     Primero es la madre.

Una lágrima como una perla, asoma a sus ojos.

Judas pregunta:

–   ¿Mamá; todo lo demás está listo?

Ella contesta titubeante:

–   Sí, hijo mío. Creo que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí… Y no sé…  no conozco las costumbres de los reyes.

Jesús interviene interrogante:

–    ¿A qué costumbres te refieres, mujer? ¿A qué reyes?  Pero… ¿Qué has hecho, Judas?

Judas contesta a la defensiva:

–    Pero… ¿Acaso no eres Tú, el Rey Prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como a tal.

Lo que debe suceder, tiene que ser por vez primera aquí en mi ciudad y en mi casa. Yo te venero como a tal.

Por el amor que me tienes, respeto tu Nombre de Mesías, de Rey. El Nombre que los profetas te dieron por orden Yeove. Y por favor no me desmientas.

Jesús se dirige a todos:

–    Mujer… Amigos, permítanme un momento. Debo hablar con Judas. Debo darle órdenes precisas.

Su Voz es una orden perentoria.

La madre y los discípulos se retiran. 

Y Luego, volviéndose hacia el discípulo que conoce perfectamente su identidad..,

Lo cuestiona con severidad:

–     Judas, ¿Qué has hecho? ¿Hasta ahora me has entendido tan poco? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto de hacerme tan solo un poderoso de la tierra?

¿Aún mucho más: a uno que se esfuerza en ser poderoso?

¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo?

Sí. No digas que no: OBSTÁCULO. Israel está sujeto a Roma.

Tú sabes lo que ha sucedido cuando alguien con apariencia de cabecilla, ha querido levantarse contra Roma y crea sospechas de fomentar una guerra de liberación.

Has oído justamente en estos días, como se ensañaron contra un Niño, tan solo porque se pensó que fuese un futuro Rey, según el mundo.

¡Y tú!…  ¡Tú! ¡Oh, Judas!…  ¡Pero qué es lo que esperas de un poder mío, humano!  ¿Qué esperas?… 

¡Te he dado tiempo para que pensaras! Y decidieras.

Te hablé muy francamente desde la primera vez. Te he rechazado, porque sabía…  Porque sé. Sí. Porque sé… 

Porque lo leo y veo, lo que hay en ti.

¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas… ¡Vete!…  Es lo mejor para ti.

No eres un obrero apto para esta obra… Es muy superior a ti.

En ti hay mucha soberbia. Concupiscencia con sus tres ramas. Autosuficiencia.

Tú misma madre debe tener miedo de ti. Tienes inclinación hacia la mentira. ¡No! Así no debe ser el que me siga…

Judas, Yo no te odio. No te maldigo y tan solo te digo con el dolor del que ve que no se puede cambiar al que ama…

Tan solo te digo: ‘Vete por tu camino. Ábrete camino en el mundo, que es el lugar que tú quieres:

Pero No te quedes conmigo’ 

¡Mi camino! ¡Mi Palacio! ¡Oh, cuánta aflicción hay en ellos! ¿Sabes en donde seré Rey? ¿Sabes cuándo seré proclamado Rey?…

¡Cuando sea levantado en un madero infame y tendré mi Sangre por púrpura!

¡Por corona un tejido de espinas; por bandera un cartelón de burla! Por trompetas, tambores, organillos y cítaras, que saluden al proclamado Rey: ¡Blasfemias de todo un pueblo!

De mi Pueblo, que no habrá entendido nada.

¿Y sabes por obra de quién todo esto? De uno que no me habrá entendido, QUE NO HABRÁ ENTENDIDO NADA.

Corazón de bronce hueco en el que la soberbia, la sensualidad y la avaricia, para entonces ya habrán destilado sus humores y éstos habrán engendrado una maraña de serpientes que servirán como cadena para mí y…

Y MALDICIÓN PARA ÉL. Los demás no conocen tan claramente mi suerte. Y te ruego que no lo digas. Que esto quede entre tú y Yo. 

Por otra parte es un regaño…  Y tú callarás por no decir: ‘Me regañaron¿Has entendido, Judas?

Judas está muy colorado. De pié ante Jesús, está avergonzado, con la cabeza baja.

Se deja caer y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús.

Suplica:

–    Maestro, te amo. No me rechaces. Soy un necio. Sí, soy soberbio… pero no me apartes de Ti. No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado.

Pero también en este error, hay amor. Quise proporcionarte mucho honor. Y que los demás te lo diesen porque te amo. ¡Ea, pues; Maestro! Yo estoy a tus rodillas.

Me has dicho que serás para mí un padre y te pido perdón. Te pido que me hagas un adulto santo. No me despidas, Jesús.

Jesús, Jesús, Jesús… No todo es maldad en mí. ¿Lo ves?… Por Ti he dejado todo y he venido.

Tú vales más que los honores y victorias que obtenía yo, cuando servía a otros. Tú en realidad Eres el amor del pobre e infeliz Judas; que querría darte tan solo alegrías y que en cambio te da dolores…  

Jesús está fatigado, por un tremendo cansancio espiritual… 

Es indispensable mirar este diálogo con el Carisma de Discernimiento…

Y lo interrumpe:

–    Basta, Judas. Una vez más, te perdono… Te perdono esperando… esperando que en el futuro me comprendas.

Una sombra pasa por la mirada de Judas y aparece el verdadero motivo de su insistencia:

Pero Judas se obstina y sin querer revela el verdadero motivo por el que no quiere ser expulsado del grupo apostólico:

–   Sí, Maestro, sí. Ahora ya no quieras en modo alguno, desmentirme. Pues esto haría de mí, una burla.

Todo Keriot sabe que he venido con el descendiente de David; el Rey de Israel… Y esta ciudad mía se ha preparado para recibirte.

Pensé que hacía bien. Quise presentarte de tal forma, que todos te temieran y te obedecieran.

También Simón y Juan…

Y a través  de ellos trasmitir a los demás… cómo se equivocan al tratarte como un igual.

Ahora…  también mi madre será objeto de burla, por ser la madre de un hijo mentiroso y loco.

Por ella, Señor mío, te suplico… Y te juro que yo…

Jesús lo interrumpe:

–   No jures por Mí. Jura por ti mismo, si puedes; para no pecar más en este sentido.

Por tu madre y por los ciudadanos, no me marcharé. Levántate…

–                 ¿Qué dirás a los demás?

–                 La verdad.

–                 ¡Nooooo!

–                 La Verdad. Ya te he dado órdenes para hoy. Siempre existe la manera de decir la Verdad con caridad… Llama a tu madre y a los demás.

Jesús está severo y no sonríe.

 

9.- UN SUEÑO EQUIVOCADO

En un valle entre las montañas de Judea. Por los campos bien labrados se ve la cebada, el centeno y los viñedos. También en las partes más altas, hay bosques de pinos, de abetos y otros árboles de maderas preciosas. Por un camino ondulante llegan a un pequeño poblado, Jesús y tres de sus apóstoles.

Judas dice muy agitado:

–                 Este es el suburbio de Keriot. Te ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre te espera allí. Después vamos a Keriot. ¿Me permites que vaya adelante, Maestro?

Jesús le contesta:

–                 Ve, si quieres.

Judas se va y Simón dice:

–                 Maestro, Judas ha preparado algo grande. Antes lo sospechaba, pero ahora estoy seguro. Tú dices: ‘Espíritu, espíritu, espíritu…’ Pero él no lo entiende así. Jamás te entenderá, pues solo piensa en lo material. O lo hará muy tarde… -corrige finalmente para no disgustar a Jesús.

Jesús da un suspiro y calla.

Llegan a una bella casa que está en medio de un jardín frondoso y muy bien cultivado. Judas sale con una mujer que tiene alrededor de unos cuarenta años. Es muy alta y muy hermosa. Inmediatamente se nota que es de ella, de quién Judas ha heredado su belleza y su cabello castaño oscuro, abundante y ondulado. Sus ojos son iguales y diferentes. Tienen el mismo color gris oscuro; pero los de ella, tienen una mirada suave y más bien triste; mientras que los de Judas, son imperiosos y astutos.

Cuando llegan ante Jesús, ella se postra como una verdadera súbdita y dice:

–                 Te saludo, Rey de Israel. Haz el favor de que tu sierva te dé hospitalidad.

Jesús la mira con amor y dice:

–                 La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo.

Ella contesta con una voz que es más bien un suspiro, que una respuesta:

–                 ¡Oh sí, con mi hijo!…

–                 Levántate madre. También yo tengo una madre y no puedo permitir que me bese los pies. En nombre de mi madre te beso, mujer. Es tu hermana en el amor… -añade enigmáticamente- … y en el destino doloroso de madre de los señalados.

Judas pregunta un poco inquieto:

–                 ¿Qué es lo que quieres decir, Mesías?

Pero Jesús no le responde. Está abrazando cariñosamente a la mujer, a la que ha levantado del suelo y a quién besa en las mejillas. Y luego, de la mano con ella; camina hacia la casa. Entran en una habitación fresca y adornada con festones. Sobre las mesas hay bebidas y frutas frescas. Ella hace una señal a la sierva y ésta trae agua y toallas.

La madre de Judas trata de quitar las sandalias a Jesús, para lavarle los pies llenos de polvo; pero Jesús se opone diciendo:

–                 No, madre. La madre es una criatura muy santa.  Sobre todo cuando es honrada y buena como tú lo eres; para permitir que lo hagas como si fueras una esclava.

Ella voltea y mira fijamente a Judas, con una mirada extraña. Y luego se va.

Mientras tanto Jesús se ha refrescado y cuando está a punto de ponerse las sandalias, la mujer regresa con un par nuevo y dice:

–                 Aquí están éstas, Mesías nuestro. Creo que las hice bien… Tal y como las quería Judas. Él me dijo: ‘Un poco más grandes que las mías, pero igual de anchas’

Jesús mira a Judas con un mudo reproche y pregunta:

–                 ¿Por qué, Judas?

Judas responde:

–         ¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿Acaso no eres mi Rey y mi Dios?

–                 Sí, Judas. Pero no debías haber molestado tanto a tu madre. Tú sabes como  Soy Yo…

–                 Lo sé. Eres Santo. Pero también debes aparecer como un Rey Santo. Así es como debe ser. El mundo en el que nos movemos está compuesto de tontos. A nueve de cada diez, les importan mucho las apariencias y es necesario imponerse con la presencia. Esto es muy importante… Yo lo sé.

Jesús calla y se amarra las sandalias de fina piel roja, que van desde el empeine hasta las pantorrillas. Son mucho más hermosas, exquisitas y elegantes; que las sencillas sandalias de obrero que usa Jesús. Son semejantes a las de Judas, que parecen unos zapatos a los que apenas si se les ve algo del pie.

Entonces la madre de Judas, le entrega una túnica nueva y dice:

–                 También el vestido Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas. Pero él te lo regala. Es de lino; fresco y nuevo. Por favor, permite que una madre te vista, como si fueses su hijo.

Jesús vuelve a mirar a Judas, pero no contradice. Se suelta en el cuello la cinta… y cae la amplia túnica. Se queda solamente con la túnica corta. La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón que es una faja muy rica, recamada con hilos de oro; de la que sale un cordón, que termina con muchos hilos. Es indudable que los elegantes vestidos frescos y limpios de polvo, son muy confortables. Pero Jesús no parece muy contento…

Los demás también se han aseado.

Y Judas; como el anfitrión perfecto, invita:

–                 Ven Maestro. Son de mi pobre huerto. Éste es el jugo de manzanas que mi madre prepara. –le alarga un vaso de cristal labrado exquisitamente. Y agrega- Tú Simón, tal vez te guste más, este vino blanco. Toma. Lo elaboramos en mi viñedo. Y tú Juan, ¿Igual que el maestro?

Juan asiente con la cabeza.

Judas está feliz, mostrando sus hermosos vasos y en lo más profundo de su corazón, se regodea con la oportunidad de presumir que lo que posee, no sólo es lo mejor de lo mejor; sino que sólo un sacerdote, descendiente de la clase sacerdotal; es decir, la élite del Pueblo de Israel; tiene la riqueza y la clase para honrar a Dios.

La madre habla poco. Mira una y otra vez a su Judas. Pero mira mucho más a Jesús. Y cuando Él antes de comer; le ofrece la fruta más hermosa y jugosa: un durazno muy grande y de un color que manifiesta su punto óptimo, para ser ingerido; mientras le dice:

–                 Primero es la madre.

Una lágrima como una perla, asoma a sus ojos.

Judas pregunta:

–                 ¿Mamá; todo lo demás está listo?

Ella contesta titubeante:

–                 Sí, hijo mío. Creo que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí… Y no sé…  no conozco las costumbres de los reyes.

Jesús interviene interrogante:

–                 ¿A qué costumbres te refieres, mujer? ¿A qué reyes?  Pero… ¿Qué has hecho, Judas?

Judas contesta a la defensiva:

–                 Pero… ¿Acaso no eres Tú, el Rey Prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como a tal. Lo que debe suceder, tiene que ser por vez primera aquí en mi ciudad y en mi casa. Yo te venero como a tal. Por el amor que me tienes, respeto tu Nombre de Mesías, de Rey. El Nombre que los profetas te dieron por orden Yeove. Y por favor no me desmientas.

Jesús se dirige a todos:

–                 Mujer… Amigos, permítanme un momento. Debo hablar con Judas. Debo darle órdenes precisas. –su Voz es una orden perentoria.

La madre y los discípulos se retiran.  Y Luego; volviéndose hacia el discípulo que conoce perfectamente su identidad:

–                 Judas, ¿Qué has hecho? ¿Hasta ahora me has entendido tan poco? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto de hacerme tan solo un poderoso de la tierra? ¿Aún mucho más: a uno que se esfuerza en ser poderoso? ¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo? Israel está sujeto a Roma. Tú sabes lo que ha sucedido cuando alguien con apariencia de cabecilla, ha querido levantarse contra Roma y crea sospechas de fomentar una guerra de liberación. Has oído justamente en estos días, como se encrudecieron contra un Niño, tan solo porque se pensó que fuese un futuro Rey, según el mundo.

¡Y tú!…  ¡Tú! ¡Oh, Judas!…  ¡Pero qué es lo que esperas de un poder mío, humano!  ¿Qué esperas?…  ¡Te he dado tiempo para que pensaras! Y decidieras. Te hablé muy francamente desde la primera vez. Te he rechazado, porque sabía…  Porque sé. Sí. Porque sé…  Porque lo leo y veo, lo que hay en ti. ¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas… ¡Vete!…  Es lo mejor para ti. No eres un obrero apto para esta obra… Es muy superior a ti. En ti hay mucha soberbia. Concupiscencia con sus tres ramas. Autosuficiencia. Tú misma madre debe tener miedo de ti. Tienes inclinación hacia la mentira. ¡No! Así no debe ser el que me siga…

Judas, Yo no te odio. No te maldigo y tan solo te digo con el dolor del que ve que no se puede cambiar al que ama… Tan solo te digo: ‘Vete por tu camino. Ábrete camino en el mundo, que es el lugar que tú quieres: pero No te quedes conmigo’ 

¡Mi camino! ¡Mi Palacio! ¡Oh, cuánta aflicción hay en ellos! ¿Sabes en donde seré Rey? ¿Sabes cuándo seré proclamado Rey?…

¡Cuando sea levantado en un madero infame y tendré mi Sangre por púrpura! ¡Por corona un tejido de espinas; por bandera un cartelón de burla! Por trompetas, tambores, organillos y cítaras, que saluden al proclamado Rey: ¡Blasfemias de todo un pueblo! De mi Pueblo, que no habrá entendido nada. Corazón de bronce en quién la soberbia; el sentido y la avaricia, habrán destilado sus humores. Y éstos habrán producido como flor: un montón de serpientes que se unirán como una cadena contra Mí y como maldición en contra de él.

Los demás no conocen así; tan claramente, mi suerte… y te ruego que no lo digas. Que esto quede entre tú y yo. Por otra parte es un regaño…  Y tú callarás por no decir: ‘Me regañaron’ ¿Has entendido, Judas?

Judas está muy colorado. De pié ante Jesús, está avergonzado, con la cabeza baja. Se deja caer y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús. Suplica:

–                 Maestro, te amo. No me rechaces. Soy un necio. Sí, soy soberbio… pero no me apartes de Ti. No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado. Pero también en este error, hay amor. Quise proporcionarte mucho honor. Y que los demás te lo diesen porque te amo. ¡Ea, pues; Maestro! Yo estoy a tus rodillas. Me has dicho que serás para mí un padre y te pido perdón. Te pido que me hagas un adulto santo. No me despidas, Jesús. Jesús, Jesús, Jesús… No todo es maldad en mí. ¿Lo ves?… Por Ti he dejado todo y he venido. Tú vales más que los honores y victorias que obtenía yo, cuando servía a otros. Tú en realidad Eres el amor del pobre e infeliz Judas; que querría darte tan solo alegrías y que en cambio te da dolores…

Jesús lo interrumpe:

–                 ¡Basta, Judas! Una vez más, te perdono. -Jesús parece muy cansado- te perdono esperando… Esperando que en lo porvenir comprendas…

Pero Judas insiste y sin querer revela el verdadero motivo por el que no quiere ser expulsado del grupo apostólico:

–                 Sí, Maestro, sí. Ahora ya no quieras en modo alguno, desmentirme. Pues esto haría de mí, una burla. Todo Keriot sabe que he venido con el descendiente de David; el Rey de Israel… Y esta ciudad mía se ha preparado para recibirte. Pensé que hacía bien. Quise presentarte de tal forma, que todos te temieran y te obedecieran.

También Simón y Juan… Y a través  de ellos trasmitir a los demás… cómo se equivocan al tratarte como un igual. Ahora…  también mi madre será objeto de burla, por ser la madre de un hijo mentiroso y loco. Por ella, Señor mío, te suplico… Y te juro que yo…

Jesús lo interrumpe:

–                 No jures por Mí. Jura por ti mismo, si puedes; para no pecar más en este sentido. Por tu madre y por los ciudadanos, no me marcharé. Levántate…

–                 ¿Qué dirás a los demás?

–                 La verdad.

–                 ¡Nooooo!

–                 La Verdad. Ya te he dado órdenes para hoy. Siempre existe la manera de decir la Verdad con caridad… Llama a tu madre y a los demás.

Jesús está severo y no sonríe.

Judas va por su madre y los demás discípulos. La mujer escudriña a Jesús… Pero al verlo complaciente; toma confianza. Aun así se nota que es un alma que está muy afligida…

Jesús dice:

–                 ¿Vamos a Keriot? He descansado y te agradezco madre, tu gentileza. El Cielo te recompense y te conceda, por la caridad que usas conmigo; reposo y alegría a tu esposo, por quién lloras.

Ella trata de besarle mano. Pero Jesús se la pone sobre la cabeza, acariciándola y no permite que se la bese.

Judas, dice:

–                 La carreta está lista, Maestro. Ven.

En esos momentos llega una carreta tirada por bueyes, sobre la que hay unos almohadones que sirven de asientos y un pabellón de tela roja.

Judas dice:

–                 Sube, Maestro.

Jesús contesta:

–                 La madre, primero.

Sube la mujer, después Jesús y al último los demás.

–                 Aquí, Maestro. –Judas ya no lo llama Rey.

Jesús se sienta adelante y a su lado Judas. Detrás la mujer y los discípulos. El conductor que va de pie, con la garrocha pincha a los bueyes para que caminen. Aparecen pronto las primeras casa de Keriot.

Un niño que está en el camino, los mira y parte como un rayo. Los pobladores salen a recibirlo con banderas y ramas; gritando de júbilo y haciendo reverencias. Jesús no puede despreciar estos homenajes y desde lo alto de su bamboleante trono, saluda y bendice.

La carreta llega hasta la plaza, da vuelta por una calle y entra hasta una aristocrática casa que tiene el portón abierto. Se detienen y bajan.

Judas dice solemne:

–                 Mi casa es tu casa, Maestro.

–                 Paz sea en ella, Judas. Paz y santidad.

Entran. Atraviesan el vestíbulo y llegan a una sala amplia, con muebles incrustados de color café. Los principales del lugar, entran con Jesús y los demás. Todo es inclinaciones, curiosidad y gran pompa.

Un viejo imponente y elegante; pronuncia un pomposo discurso de bienvenida al ‘Señor y Rey’

Jesús lo agradece con sencillez, habla de la Bondad del Eterno Padre  y termina diciendo:

–                 … sino a Dios Altísimo van dirigidas las gracias, honor y gloria y alabanza. No a Jesús, siervo de la voluntad eterna; sino a esta Voluntad amorosa.

El hombre dice:

–                 Hablas como santo… Soy el sinagogo. Hoy no es Sábado, pero ven a mi casa a explicar la   Ley. Tú, sobre quién más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría.

–                 Iré.

Judas objeta:

–                 Acabamos de llegar de un viaje. Mi Señor tal vez estará cansado.

Jesús dice:

–                 No, Judas. Jamás me canso de hablar de Dios. Y nunca tengo deseos de quitar las esperanzas de los corazones.

El sinagogo insiste:

–                 Entonces, ven. Todo Keriot está afuera, esperándote.

–                 Vamos.

Jesús  sale, entre Judas y el arquisinagogo. Pasa bendiciendo. Atraviesa la plaza y entra a la sinagoga. Jesús se dirige hacia el lugar donde se enseña.

Empieza a hablar. Jesús habla de las profecías y de cómo se deben  preparar los corazones, para ser mansiones purificadas y poder ser templos vivos que reciban al Espíritu de Dios. Su vestidura es muy blanca. Su rostro inspirado. Los brazos extendidos según la costumbre. Finaliza diciendo:

–                      … y Príncipe de Paz soy Yo. Os he traído la Ley, no otra cosa. La paz sea con vosotros.

La gente que ha escuchado atenta, un poco inquieta murmura entre sí.

Jesús habla con el sinagogo. Se les unen otras personas de los principales del pueblo. Y le preguntan:

–                 Maestro… ¿Pero no eres el Rey de Israel? Nos habían dicho…

–                 Lo Soy.

–                 Pero Tú has dicho…

–                 Que no poseo y que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la Verdad. Y así es. Conozco vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto hacia el Altísimo. Se os dijo: ‘Viene el Mesías’ y pensasteis como muchos en Israel, que Mesías y rey fuesen una misma cosa. Levantad más hacia lo alto el espíritu. Hasta el inimaginable Paraíso, a donde el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. Hay una infinita diferencia entre la realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera; que es todo divina.

–                 Pero, podremos nosotros pobres hombres ¿Levantar el espíritu hasta donde Tú dices?

–                 Tan solo con que lo queráis. Y si lo quisierais, al punto os ayudaré.

–                 Entonces ¿Cómo te debemos llamar si no eres Rey?

–                 Maestro. Jesús. Como queráis. Maestro soy y Soy Jesús el Salvador. Dejemos a los Césares y a los tetrarcas con sus botines. Yo tendré el mío. Pero no será un botín que merezca el castigo de fuego. Antes bien, arrancaré del Fuego de Satanás; presas y botines, para llevarlas al Reino de la Paz.

Todos se quedan meditando en las palabras de Jesús…

Al fin, un viejo dice:

–                 Señor. Hubo una ocasión hace mucho tiempo; cuando fue el edicto de Augusto; que llegó la noticia que había nacido en Belén el Salvador. Yo fui con otros… Vi a un pequeñín, igual que los demás. Pero lo adoré con fe. Después supe que había un hombre santo que se llamaba Juan. ¿Cuál es el Mesías verdadero?

–                 Juan es el Precursor del que tú adoraste. Un gran santo a los ojos del Altísimo; pero NO el Mesías.

–                 ¿Eras Tú?

–                 Yo era. Y… ¿Qué viste alrededor de Mí, cuando apenas había nacido?

–                 Pobreza y limpieza. Honradez y pureza… Un carpintero gentil y serio que se llamaba José, pero de la estirpe de David. Una joven mujer rubia y gentil de nombre María; ante cuya belleza las rosas más hermosas de Engadí palidecen y los lirios de los palacios reales, son feos. Y un niño, con los ojos grandes color de cielo y cabellos oro pálido. No vi otra cosa.

Y todavía me parece oír la voz de su Madre que me dijo: ‘Por mi Hijo yo te digo, sea el Señor contigo hasta el encuentro final. Y su gracia venga a tu encuentro en tu camino.’ Tengo ochenta y cuatro años. El camino se está acabando. No esperaba más que encontrar la Gracia de Dios. Pero te he encontrado. Y ahora no deseo ver otra Luz que no sea la tuya…

¡Oh! ¡Sí! ¡Te veo cual eres bajo esos vestidos de piedad que son la carne y que has tomado¡ ¡Oh! ¡Te veo! Escuchad la voz del que al morir ve la Luz de Dios.

La gente se agolpa alrededor del viejito inspirado que está en el grupo de Jesús y que arrojando el bastón, levanta los brazos trémulos.

Tiene la cabeza toda blanca. La barba larga y partida en dos. Parece un verdadero patriarca y profeta.

Y dice señalando a Jesús:

–                 Veo a Éste: al Elegido; al Supremo; al Perfecto; que habiendo bajado por amor, vuelve a subir hasta la Diestra del Padre. A volver a ser Uno con Él. Pero no veo su Voz y Esencia incorpórea, como Moisés vio al Altísimo… Y como refiere el Génesis que lo conocieron los Primeros Padres y hablaron con Él, al aura del atardecer. Lo veo subir como un verdadero hombre hacia el Eterno. Cuerpo que brilla. Cuerpo Glorioso. ¡Oh, Pompa del Cuerpo Divino! ¡Oh, Belleza del Hombre Dios! Es el Rey. ¡Sí, es el Rey! No de Israel, sino del Mundo.

Ante Él se inclinan todas las realezas de la Tierra. Y todos los cetros y coronas palidecen, ante el fulgor de su cetro y de sus joyas. ¡Una corona! Una corona tiene en su frente. Un cetro tiene en su mano. Sobre su pecho tiene un escudo. Hay en él perlas y rubíes de un esplendor jamás visto.

Salen llamas como de un altísimo horno. En sus muñecas hay dos rubíes y un lazo de rubíes sobre sus santos pies. ¡Luz! ¡Luz de rubíes! ¡Mirad, ¡Oh pueblos! al Rey Eterno! ¡Te veo! ¡Te veo! ¡Subo contigo!… ¡Ah, Señor! ¡Redentor nuestro!… ¡Oh! ¡La Luz aumenta en los ojos del alma! ¡El Rey está adornado con su Sangre!… la corona… ¡Es una corona de espinas que sangran! El cetro… el trono… ¡Una Cruz!… ¡He ahí al Hombre! ¡Helo!… ¡Eres Tú!…  ¡Señor, por tu Inmolación ten piedad de tu siervo! ¡Jesús, a tu piedad confío mi espíritu!…

El anciano, que había estado erguido y que se había rejuvenecido con el fuego del profeta, se dobla de improviso… Y caería al suelo, si Jesús rápido no lo levantase contra su pecho.

La gente grita:

–                 ¡Saúl!

–                 ¡Se está muriendo Saúl!

–                 ¡Auxilio!

–                 ¡Corred!

Jesús dice:

–                 Paz en torno al justo que muere.

Mientras habla, poco a poco se ha arrodillado, para sostener mejor al viejo que cada vez se está haciendo más pesado. Hay un silencio total.

Jesús lo coloca en el suelo, se yergue y dice:

–                 Paz a su espíritu. Ha muerto viendo la Luz y en la espera que será breve; verá el Rostro de Dios y será feliz. No existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor.

Pasados algunos minutos la gente se aleja comentando lo sucedido. Quedan los ancianos; Jesús, los suyos y el sinagogo. Éste dice:

–                 ¿Ha profetizado, Señor?

–                 Sus ojos han visto la verdad. –volviéndose a los suyos, ordena- Vámonos.

Y salen.

Simón pregunta:

–                 Saúl ha muerto revestido con el Espíritu de Dios. Quienes le hemos tocado ¿Estamos limpios o inmundos?

Jesús contesta:

–                 Inmundos.

Judas exclama:

–                 ¡Oh! ¡NO! ¡Ya no…!

Jesús es terminante:

–                 Yo como los otros. No cambio la Ley. La Ley es ley y el Israelita la observa. Estamos inmundos. Dentro del tercero y último día, nos purificaremos. Hasta entonces estamos inmundos. –se vuelve hacia el apóstol y agrega- Judas, no regreso a la casa de tu madre. No llevaré inmundicia a su casa. Comunícaselo por medio de alguien que pueda hacerlo. Paz a esta ciudad. ¡Vámonos!

Y se van a través del huerto…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

3.- CONQUISTADO POR EL PODER

La primavera está en todo su esplendor. Es la primera Pascua, después del retiro en el desierto.

Jesús entra en el recinto del Templo de Jerusalén, con Pedro, Andrés, Juan, Santiago de Zebedeo, Felipe y Bartolomé. Una multitud de peregrinos llegan de todas partes. En el primer patio hay una verdadera feria.

No existe el menor recogimiento en el lugar sagrado. Quién corre. Quién llama. Quién contrata a los corderos; grita y maldice por el precio excesivo. Quién empuja a los pobres animales que balan en los corrales improvisados con cuerdas o estacas. Y son custodiados por los mercaderes. Palos, balidos, blasfemias. Insultos a los criados que se descuidan en juntar o en separar a los animales y a los compradores que regatean el precio o que se van. Y mayores insultos en los que a sabiendas, se han llevado algún cordero.

El Templo también funciona como banco financiero. Y junto a los cambistas, hay otro griterío por los abusos en el cambio en el valor monetario, que cada quién impone a su capricho; pues según el cliente, es lo que le cobran.

Dos pobres viejecillos miran una y otra vez su bolsillo, con el dinero obtenido con tanto trabajo y sacrificio. Van de uno a otro cambista y terminan por regresar con el primero; que decide vengarse porque lo dejaron y aumenta la usura en el cambio.

Luego van con los vendedores de corderos que entregan a los viejos medio ciegos, al más flaco. Entran en el Templo…

Y al poco rato regresan empujando al pobre animalillo, que ha sido rechazado por los sacrificadores.

Llantos, súplicas, malos gestos, palabrotas; van y vienen sin que el vendedor se conmueva:

–          Para lo que queréis gastar galileos, el que os he dado es muy hermoso todavía. ¡Lárguense! O dad otros cinco denarios por uno mejor.

El anciano suplica:

–                      ¡En Nombre de Dios! ¡Somos pobres y viejos! ¿Acaso quieres impedir que celebremos la Pascua, que tal vez sea la última? ¿No te basta lo que pediste por un pequeño animal?

Inconmovible, el mercader exclama:

–           ¡Lárguense apestosos! Allá viene José el Anciano y me honra con su preferencia.

El vendedor deja a los afligidos viejos y saluda al recién llegado:

–                     ¡Dios sea contigo! ¡Ven, escoge!

José de Arimatea es un fariseo muy majestuoso; entra en el corral y toma un soberbio ejemplar. Luego pasa indiferente frente a los pobrecitos que gimotean a la entrada del corral. Casi los empuja cuando pasa con el gordo cordero que va balando.

También Jesús ha hecho su compra y es Pedro, el que lleva un cordero de regular tamaño. Pasan cerca de los viejecillos, que temerosos e indecisos lloran, mientras la gente los empuja y son insultados por el vendedor.

Jesús es muy alto. Mide un poco más de dos metros y llega junto a ellos, cuyas cabezas apenas si le llegan a la altura del pecho. Se acerca y poniendo su mano en la espalda de la mujer, le pregunta:

–           ¿Por qué lloras, mujer?

Ella mira muy sorprendida y admirada a este joven alto y majestuoso, que parece un rabí y que viste una túnica y un manto blanquísimos; porque nadie se preocupa de la gente, ni de defender a los pobres contra la avaricia de los vendedores…

Y le dice la razón de su llanto.

Cuando termina la transacción entre José y el mercader; Jesús se dirige a éste último:

–           Cambia este cordero a estos fieles. No es digno del altar. Así como tampoco es justo que te aproveches de dos viejecitos, tan sólo porque son débiles e indefensos.

El hombre se sorprende y recorriéndolo con la mirada de arriba abajo, dice con desprecio:

–           ¿Y Tú quién eres?

Jesús contesta:

–           Un justo.

–                      Tu modo de hablar y el de tus compañeros, te denuncian como Galileo. ¿Acaso puede haber un justo en Galilea?

Jesús dice con seriedad:

–           Haz lo que te digo y sé justo.

El hombre ríe con burla:

–        ¡Oíd! ¡Oíd! ¡Al galileo defensor de sus iguales! ¡Nos quiere enseñar a nosotros los del Templo! –al decir esto remeda la cadencia del hablar Galileo, que es más melodioso que el judío.

La gente se reúne. Otros vendedores y cambistas, se unen para defender a su compañero en contra de Jesús.

También intervienen algunos rabíes que lo interrogan con un gran sarcasmo:

–           ¿Eres tú doctor?

Jesús contesta muy serio:

–           Tú lo has dicho.

–           ¿Qué enseñas?

La hermosísima voz de tenor de Jesús resuena en el aire, como una trompeta:

–           Enseño esto: a hacer de la Casa de Dios, Casa de Oración y no lugar de usura y de mercado. ¡Esto es lo que enseño!

Todos quedan paralizados por el miedo; pues Jesús parece un arcángel airado. Sus bellísimos ojos azules, parecen dos zafiros centelleantes. Y con santa Ira camina impetuoso, entre banco y banco; volcando las mesas y las mesitas. Y todo cae al suelo con gran estrépito de monedas que rebotan y maderos quebrados.

El aire se llena de gritos de ira, de pavor, de aprobación. Enseguida arranca de las manos de los mozos que cuidan los animales, las cuerdas con las que guardan los bueyes, las ovejas y los corderos. Y forma con ellos un duro látigo, en el que los lazos sueltos se convierten en flagelo. Lo levanta y le da vueltas por arriba y por abajo sin consideración alguna. ¡Y sin ninguna piedad!

Al golpear sacude cabezas y espaldas. Los fieles se separan admirando lo que pasa.

Los culpables son perseguidos y huyen dejando en el suelo, el dinero y los animales; en medio de una gran confusión de piernas, cuernos, alas. Hay quién corre; quién vuela… todo en medio de mugidos, balidos, aleteos de palomas y de tórtolas. Y a este alboroto se unen las risas y burlas, con que los fieles siguen a los usureros que escapan dando alaridos que sobrepasan los berridos y balidos de los corderos, que están siendo degollados en otra parte del Santuario.

Israel es una teocracia y el Templo, su principal sede de gobierno. Con toda esta barahúnda, acuden los sacerdotes, junto con los fariseos y los rabíes con sus discípulos.

Jesús está en medio del patio. Ha regresado de perseguir a los culpables y todavía tiene el látigo en la mano.

Es una estampa prodigiosa, poder contemplarlo en toda su majestuosa belleza masculina; airosa y triunfante; poderosa como un rey…

Y las preguntas llueven al mismo tiempo:

–               ¿Quién eres?

–               ¿De qué escuela provienes?

–               ¿Cómo te permites hacer esto, turbando las ceremonias prescritas?

–               Nosotros no te conocemos, ni sabemos quién eres.

Jesús los escudriña a todos como si los traspasara con su mirada. Ellos la sienten y parecen encogerse. Jesús al contrario… Se yergue más majestuoso todavía y adquiere toda la grandeza del Hombre-Dios…

Y declara con voz poderosa:

–           Yo Soy el que puedo. Todo lo puedo. Destruid si queréis este Templo Real y Yo lo levantaré para alabar a Dios. Yo no turbo la santidad de la Casa de Dios, ni sus ceremonias. Vosotros sois la que la turbáis, permitiendo que su morada se convierta en sede de ladrones y mercaderes. Mi escuela es la Escuela de Dios. La misma que Israel tuvo cuando le hablaba el Eterno, por medio de Moisés. ¿No me conocéis?… ¡Me conoceréis! ¿No sabéis de dónde vengo?… ¡Lo sabréis!

Y volviéndose al pueblo, sin preocuparse más por los sacerdotes. Alto, vestido de blanco, con el manto abierto y cayéndole sobre la espalda.

Majestuosísimo como un Rey y con los brazos abiertos como un orador en lo más emocionante de su discurso, dice:

–           ¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio está escrito: establecerás jueces y magistrados en todas las puertas…y ellos juzgarán con justicia al pueblo, sin inclinarse por ninguna de las partes. No tendrás respetos personales, ni aceptarás donativos. Porque los donativos cierran los ojos de los sabios y alteran las palabras de los justos. Con justicia seguirás lo que es justo, para vivir y poseer la tierra que el Señor Dios Tuyo te habrá dado.

¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio está escrito: no prestarás a interés, ni dinero ni semillas, ni cosa alguna a tu hermano. Podrás hacerlo con el extranjero; pero a tu hermano no prestarás con interés, de lo que tiene necesidad. Esto ha dicho el Señor.

¡Ved ahora qué injusticia para con el pobre se comete en Israel! No triunfa el justo, sino el fuerte. Y ser pobre, ser pueblo, quiere decir ser oprimido. ¿Cómo puede el pueblo decir: “Quién nos juzga es justo” si ve que no lo respetan los que deberían hacerlo? ¿El violar los Mandamientos de Dios, es acaso respetarlo? ¿Por qué razón los sacerdotes en Israel tienen posesiones y aceptan donativos de publicanos y pecadores, los cuales los hacen para tener de su parte a los sacerdotes; así como éstos los reciben para tener una mayor riqueza?

Dios es la herencia de los sacerdotes. Para ellos Él, el Padre de Israel; es más que Padre y les provee de comida como es justo. Pero no más de lo justo. Él no prometió a los servidores del Santuario bolsas de dinero, ni posesiones. En la Eternidad tendrán el Cielo porque fueron justos; como lo tendrán Moisés y Elías, Jacob y Abraham. Pero sobre esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible: Pureza y Caridad.Y que el cuerpo sea siervo del espíritu, que es siervo de Dios Verdadero. Y que no sea el cuerpo quién sea señor del espíritu y contrario a Dios.

Se me ha preguntado con qué autoridad hago esto.

Y ellos ¿Con qué autoridad profanan los Mandamientos de Dios y a la sombra de los muros sagrados permiten usura contra sus hermanos de Israel, que han venido por obedecer un Mandamiento Divino? Se me ha preguntado de qué escuela provengo y yo he respondido: “De la Escuela de Dios”. Así es Israel. Yo he venido a traerte a esta escuela santa e inmutable. Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida. Quien quiera volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, que venga a Mí. Como habéis seguido a Moisés a través del desierto, ¡Oh, vosotros de Israel! Seguidme a Mí que os llevaré a través de un desierto más desolado al encuentro de la Verdadera Tierra Prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos de Dios, os llevaré a ella y levantando mi señal, os curaré de cualquier mal.

Ha llegado la Hora de la Gracia. Los Patriarcas murieron esperándola, la predijeron los Profetas y fallecieron con esta esperanza. Los justos soñaron con ella y murieron confortados con este sueño. Ha llegado la Hora.

¡Venid! El Señor está por juzgar a su Pueblo y para hacer misericordia a sus siervos. Así como lo prometió por boca de Moisés.

El largo discurso termina y la gente agolpada alrededor de Jesús, lo ha escuchado con la boca abierta. Después comenta las palabras del nuevo Rabí. Y van y vienen preguntas.

En un nutrido grupo de fariseos, sacerdotes y Doctores de la Ley; que están tan estupefactos, que se han quedado paralizados al igual que todos los que presencian la insólita escena…Está el escriba Sadoc y sus discípulos.

Y entre sus asombrados oyentes, hay uno que se pregunta a sí mismo:

–           ¿Acaso es el Mesías?

Y su corazón palpita con violencia ante el pensamiento que cruza como un relámpago:

–           ¡Sí! ¡Es el Mesías! Sólo el Mesías sería capaz de hablar así a los poderosos de Israel. ¡El Rey prometido ha llegado!

Y un frenético anhelo de seguirlo y conseguir ser su discípulo, se agiganta dentro de sí y lo domina por completo. Y jala a su compañero de una manga y lo arrastra consigo.

Mientras tanto, Jesús se dirige al Patio de los Israelitas, seguido por sus amigos.

Tres días después…

Jesús llega con sus seis discípulos a una casita que está en la orilla de la ciudad, entre la campiña y los olivos, bañada por la luz del atardecer.

Un anciano campesino, propietario del olivar, que es conocido de Juan, le dice:

–           Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo.

Juan inquiere:

–           ¿Dónde están? ¿Quiénes son?

–                      Están esperando en la cocina y… y… en el fondo del huerto, hay otro que es todo llagas. Hice que se quedara allí, porque…mucho me temo de que esté leproso. Dice que quiere ver al profeta que habló en el Templo.

Jesús dice:

–                      Vamos primero con éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos en el Olivar.

Y avanza al lugar que señaló el anciano.

Pedro pregunta:

–           ¿Y nosotros que hacemos?

–           Venid si queréis.

Un hombre todo embozado está pegado a la barda que sirve de apoyo a una zanja, la más cercana al sembradío. Cuando ve que Jesús se acerca, grita:

–           ¡Atrás! ¡Atrás! –Descubre su tronco, dejando caer el vestido y gritando- ¡Piedad! ¡Piedad!

Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas. Unas, son hoyos profundos. Otras parecen quemaduras de color rojo. Y otras más, blanquizcas y transparentes como si tuvieran un vidrio blanco.

Jesús lo mira con infinita compasión:

–                     ¡Eres leproso! ¿Para qué me quieres?

El hombre suplica:

–                     ¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que la otra tarde te manifestaste como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que Tú has afirmado que al levantar tu Señal, sanas cualquier enfermedad. Por favor, ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo de los sepulcros… desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los espinos del riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado el atardecer para hacerlo, porque en la penumbra no se distingue lo que soy. Me he atrevido. Encontré al buen amo de la casa que no me mató y sólo me dijo: “Espera junto a la barda” Por favor te lo pido, ten piedad Tú también.

Los seis discípulos, el dueño del lugar y los dos desconocidos, se quedan paralizados y muestran claramente su repudio.

Jesús empieza a caminar para acercarse al enfermo.

Y el leproso, grita:

–           ¡No! ¡Alto! ¡No más adelante! ¡No más!… ¡Estoy infectado!

Pero Jesús avanza. Lo mira con tanta piedad que el hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza:

–           ¡Tu Señal! ¡Tú Señal!

Jesús sonríe lleno de majestad y dice:

–           Será levantada a su Hora. Pero Yo te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y sé para Mí, testigo en esta ciudad que debe conocerme. ¡Levántate, te lo mando! Y no peques más en gratitud a Dios.

El hombre se levanta poco a poco; parece emerger de la alta hierba, como de un sudario, en una tumba…

¡Y está curado!

Grita:

–           ¡Estoy limpio! ¡Oh! ¿Qué debo hacer yo ahora por Ti?

–           Obedecer la Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!

El hombre trata de arrojarse a los pies de Jesús; pero se acuerda de que todavía está impuro según la Ley y se detiene. Entonces se besa la mano y envía con ella un beso a Jesús, llorando de alegría.

Los otros están petrificados. Jesús le sonríe al curado y lo bendice. Le vuelve la espalda y regresa con los demás.

Su maravillosa sonrisa los hace volver en sí al decirles:

–           Amigos, era solamente una lepra de la carne. Pero vosotros veréis caer la lepra de los corazones. –Volviéndose hacia los dos desconocidos, pregunta- ¿Sois vosotros los que me buscabais? Aquí estoy. ¿Quiénes sois?

El más alto le dice:

–           Te oímos la otra tarde en el Templo. Te buscamos por la ciudad. Uno que dijo ser pariente tuyo, nos dijo que estabas aquí.

Jesús pregunta:

–           ¿Por qué me buscáis?

–           Para seguirte si quieres. Porque has dicho palabras de verdad.

–           ¿Seguirme? ¿Pero sabéis a donde debo ir?

–           No Maestro. Pero ciertamente que a la gloria.

–           Sí. Pero no a una gloria de la tierra; sino a la que tiene su asiento en el Cielo y que se conquista con la virtud y los sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?

–           Para tener parte en tu gloria.

–           ¿Según el Cielo?

–           Sí. Según el Cielo.

–           No todos pueden llegar; porque Mammón asecha a los que desean el Cielo, más que a todos los demás. Y sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas, resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme significa una lucha contra el Enemigo que es Satanás?

–           Porque así lo quiere nuestro corazón que ha quedado conquistado por Ti. Tú eres Santo y Poderoso. Queremos ser tus amigos.

Jesús exclama:

–           ¡Amigos! –calla un rato y suspira.

Luego mira fijamente al que siempre ha estado hablando.

Es un judío joven, elegantemente vestido y que ahora ha dejado caer el capucho de su manto hacia atrás, descubriendo su cabeza rapada.

Y Jesús le pregunta:

–           ¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?

–           Soy Judas de Simón. Soy de Keriot, pero estoy en el Templo. Soy sacerdote y fariseo. Hijo de Simón, sacerdote fariseo de la treceava de las veinticuatro castas sacerdotales. Soy de la tribu de Leví. Espero y sueño con el Rey de los Judíos. Te he visto que eres Rey en la Palabra y en el gesto. Tómame contigo.

–           ¿Tomarte?… ¿Ahora?… ¿Inmediatamente?… ¡No!

El ‘NO’ de Jesús es rotundo y cortante. Los apóstoles lo miran sorprendidos ante una actitud insólita  y que generalmente es  dulce y amorosa de su Maestro…

Judas pregunta extrañado:

–           ¿Por qué Maestro?

–           Porque es mejor pesarse a sí mismo, antes de emprender un camino muy pendiente.

–           ¿No te fías de mi sinceridad?

–           ¡Tú lo has dicho! Creo en tu impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, pero regresaré para Pentecostés. Si estás en el Templo podrás verme. ¡Pésate a ti mismo!… –se vuelve hacia el otro desconocido- Y tú ¿Quién eres?

el hombre contesta un poco turbado:

–           Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero ahora siento miedo.

Jesús contesta con firmeza y dulzura:

–           ¡No! La presunción es ruina. El temor puede ser obstáculo, pero si procede de la humildad, es ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando regrese…

–           Maestro, ¡Eres tan Santo! Tengo miedo de no ser digno. No de otra cosa. Porque de mi amor no recelo.

–           ¿Cómo te llamas?

–           Tomás. Y de sobrenombre, Dídimo.

–           Recordaré tu nombre. Vete en paz.

Jesús los despide y entra en la casa con los seis discípulos.

Juan pregunta:

–           ¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro? Ambos tenían el mismo impulso.

Jesús contesta:

–           Amigo. Aunque el impulso sea el mismo, éste puede tener diferentes orígenes y producir diversos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso. Pero no son iguales en el fin. El que parece menos perfecto lo es más, porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque… me ama.

Pedro interviene:

–           Nosotros hemos dejado todo por Ti.

–           Lo sé Pedro. Por eso os amo más. Pero también vendrá Judas.

–           ¿Quién?… ¿Judas de Keriot?… ¡Ese!… ¡No me agrada! Es un elegante y apuesto señorito, pero… prefiero… ¡Me prefiero a mí mismo!

Todos lanzan una carcajada, con la salida de Pedro. Éste aclara:

–           No hay porqué reírse. Quise decir que prefiero ser un Galileo franco, burdo, ignorante, pescador; pero sin malicia… él tiene…no sé… ¡Ea! El Maestro entiende lo que yo pienso.

Jesús dice:

–           Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad de…

Lo interrumpen unos golpes que tocan a la puerta. Cuando la abren, Tomás entra y se arroja a los pies de Jesús.

Y le suplica:

–           Maestro… no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame contigo. Estoy lleno de defectos; pero tengo un amor único, grande y verdadero que es mi tesoro. Es tuyo y es para Ti… ¡Por favor deja que me quede Maestro!

Jesús le pone la mano en la cabeza y dice:

–          Quédate, Dídimo. Ven conmigo. Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes; porque sois hijos y hermanos, no según la sangre que perece; sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro espiritual. Ahora declaro que no tengo ningún pariente más cercano a Mí, que el que hace la Voluntad de mi Padre y quiere el bien. Levántate amigo. ¿Ya cenaste?

Tomás contesta:

–           No, Maestro. Caminé unos cuantos metros con el otro que vino conmigo. Después lo dejé y me regresé diciéndole que quería hablar con el leproso curado… Lo dije porque pensé que él desdeñaría acercarse a un impuro y no me equivoqué. Pero yo te buscaba a Ti; no al leproso…Quería pedirte que me aceptaras.

–           ¿Vives lejos?

–           Estoy alojado cerca de la Puerta Oriental.

–           ¿Estás solo?

–           Estaba con parientes. Pero te oí en el Templo y me quedé para buscarte.

Jesús sonríe y dice:

–           ¿Entonces nadie te espera?

Tomás contesta muy feliz:

–           No, Maestro.

–           Siéntate, Tomás y come con nosotros. Somos pobres y la cena la compartiremos con amor.

Después de que terminan de cenar, Jesús le pregunta:

–           Tomás, ¿Estarías dispuesto a hacerme un favor?

–           Ordena, Maestro. Estoy para servirte.

–           Mañana al rayar el alba, el leproso saldrá de los sepulcros, para buscar quién le avise al sacerdote. Es caridad que tú vayas antes a ese lugar y digas en voz alta: “Tú que ayer fuiste curado, ven fuera. Me manda Jesús de Nazareth, el Mesías de Israel. El que te sanó.” Con esto harás que el mundo de los muertos vivientes conozca mi Nombre y arda de esperanza. Y que a la esperanza se una la fe para que lo cure. Después, él vendrá a ti. Harás lo que te diga que tienes que hacer. Y lo ayudarás en todo como si fuese tu hermano. Le dirás también: “Cuando hayamos cumplido con tu purificación, el Maestro te espera en el camino a Jericó; junto al río. Para decirnos en qué debemos servirlo.”

–           ¡Así lo haré! ¿Y el otro?

–           ¿Quién?… ¿Iscariote?

–           Sí, Maestro.

–           Para él persiste mi consejo. Déjalo que decida por sí mismo. Y por largo, muy largo tiempo; evita aún el encontrarlo. En cuanto al leproso, déjame decirte como es; para que nadie trate de engañarte. Es alto, delgado, de piel oscura, como de sangre mezclada. Ojos profundos y muy negros, bajo unas cejas blancas. Cabellos blancos y encrespados. Nariz larga y labios gruesos. En la frente tiene una cicatriz antigua que le ha quedado.

Felipe comenta:

–           Entonces es un viejo, si está todo blanco.

Jesús refuta:

–           No Felipe. Sólo es un poco mayor que yo. La lepra lo hizo canoso. Oremos…

Jesús se levanta y da gracias al Padre. Luego todos se retiran a descansar.

 HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA