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40.- EL PODER FRENTE AL PODER

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Pedro sale de la Puerta del Cielo, acompañado de algunos obispos, sacerdotes y un pequeño grupo de personas.

Van a Roma a visitar algunas comunidades cristianas. Al llegar a  la Vía Apia, se topó con la comitiva de Nerón que se dirige a Anzio.

Tuvo que esperar a que el paso del cortejo despeje la vía que ha sido desbordada con un auténtico desfile.

Para apreciarlo mejor se suben sobre unos enormes peñascos que están a la orilla del bosque, a la vera del camino.

desfile triunfal romano

Pasó un destacamento de caballería númida, perteneciente a la guardia pretoriana.

Llevan uniformes amarillos, fajas rojas y enormes aretes, que dan reflejos dorados a sus caras negras.

Las puntas de sus lanzas destellan al sol.

Sigue otro destacamento de infantería, que se van colocando a lo largo del camino, para formar una valla que impide el acceso a la vía.

Vienen enseguida, innumerables carros custodiados por pequeños destacamentos de infantería y caballería pretoriana.
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En uno van los instrumentos musicales del césar y sus cortesanos. Arpas. Laúdes griegos, hebreos y egipcios. Liras, formingas, cítaras, flautas largas, címbalos y torcidos cuernos de búfalo.

Al contemplar aquellos instrumentos que dan al sol sus reflejos dorados por el oro, plata, bronce y piedras preciosas que los adornan; parecería que Apolo y Baco, acaban de emprender la marcha en un viaje por el mundo.

Después de los instrumentos siguen los carros de los danzantes, los músicos, los acróbatas y los actores.

Ambos sexos, forman grupos artísticos y llevan palmas en las manos.

Siguen multitud de esclavos destinados no al servicio, sino a la ostentación. Y niños vestidos con trajes de cupidos, que también son un adorno para la comitiva imperial.

Enseguida, otra cohorte especial de pretorianos: La Falange de Alejandro Magno.

Hombres de gigantesca estatura, de ojos azules, caras barbadas, cabellos muy rubios o rojos.

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Parecen verdaderas máquinas militares, con sus pesadas armas. Y la tierra se cimbra ante su potente y mesurado paso.

Entre el ejército imperial, destacan las águilas romanas, que anuncian a la nación más poderosa del mundo…

A continuación  aparecen los conductores de los encadenados leones y tigres de Nerón, que a veces le gusta uncirlos a sus carros.

Las cadenas están entrelazadas con guirnaldas y aun así parece que las fieras son llevadas entre flores. Son fieras domesticadas por hábiles domadores.

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Miran a la muchedumbre con ojos brillantes y somnolientos; por momentos alzan sus gigantescas cabezas y aspiran dilatando ruidosamente sus narices, con potentes resoplidos.

Se relamen con sus ásperas lenguas los hocicos y bostezan abriendo sus poderosas fauces.

Otra cohorte de pretorianos, una multitud de esclavos y luego el César, cuya presencia fue recibida con aclamaciones.

Viene sentado en un carro que tiran seis hermosos corceles blancos, con herraduras de doradas. El carro tiene la forma de una tienda abierta a los costados, para poder apreciar mejor la figura del emperador que va solo; acompañado por dos enanos arlequines.

Viste una túnica blanca, bordada con hilos de plata y perlas. Una toga de color amatista, la cual da tintes azulados a su rostro de piel muy blanca. Sobre su cabeza luce una corona de laurel y su cuerpo obeso hace que su cara ancha, aumente el volumen de su papada y también hace que su boca parezca estar más cerca de su nariz.

Trae protegido su corto y grueso cuello, con un pañuelo de seda que ajusta constantemente, con una mano blanca y gorda, cubierta de vello rojo. La expresión de su semblante tiene un aire de aburrimiento y contrariedad.

En conjunto, su persona es a la vez terrible y vulgar.

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Mientras avanzan, vuelve a uno y a otro lado la cabeza, escuchando los gritos de la multitud que le aplaude.

–          ¡Salve, divino César!

–          ¡Salve, conquistador!

–         ¡Salve, incomparable!

–         ¡Salve hijo de Apolo!

Estas aclamaciones le hacen sonreír.

Pero hay otras que son francamente ofensivas:

–            ¡Enobarbo, Enobarbo! ¡Matricida!

–            ¡Orestes! ¡Alcmeon! ¿Dónde está Octavia?

–            ¡Asesino! ¡Entrega la púrpura!

–            ¿Dónde está tu barba llameante?

–         ¿Temes acaso que se incendie Roma?

Y los que gritan así, no saben que en esa burla sangrienta, se encierra una tremenda profecía.

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A Popea que viene inmediatamente detrás de él, le gritan:

–           ¡Flava coma! (Pelirrubia, epíteto aplicado a las prostitutas)

Al experto oído del César llegan estos insultos y levanta su cristal pulimentado para ver si con sus ojos miopes, alcanza a descubrir a sus autores…

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Mientras hace esto; su mirada se cruza con la de Pedro.

Han llegado al Arco de Augusto y la comitiva imperial se detiene un poco, antes de seguir avanzando.

Y estos dos hombres se contemplan mutuamente…

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Y a ninguno de los integrantes de aquel brillante séquito, ni de la inmensa multitud, se les ocurrió pensar que en aquel momento, se encuentran frente a frente, los dos poderes más grandes de la Tierra…

 Uno de ellos,  pronto se desvanecerá, como un sueño fatídico de horror y de sangre.

El otro empezará la Conquista y la posesión Eterna, fundando su Sede en  la ciudad desde la cual irradiará su poder y su Luz, los cuales envolverán a todo el mundo.

La comitiva reanuda su marcha y Nerón desaparece de la vista de Pedro.

Detrás viene el carro de Popea, la emperatriz aborrecida por el pueblo.

Vestida como Nerón, con traje de color amatista; inmóvil, indiferente, pensativa; parece una hermosa y maligna divinidad.

Detrás de ella vienen los augustanos.

En primer lugar, Petronio con Aurora, Marco Aurelio y su séquito personal.

La muchedumbre lo recibe con aclamaciones y aplausos, pues es un personaje lleno de simpatía para el pueblo y éste lo ama.

Al parecer, Petronio es muy conocido y el pueblo lo ama por su munificencia.

Y su popularidad se ha extendido y ha aumentado, desde la vez que habló ante el César, para oponerse a la sentencia de muerte dictada contra la ‘familia’, (incluidos sirvientes, libertos y esclavos) del prefecto Albino Floro,  sin distinción de edad, ni de sexo.  Porque uno de ellos asesinó a ese monstruo de crueldad, cegado por la desesperación.

Petronio protestó por aquel bárbaro sacrificio, diciendo: ‘A tal señor, tal criado’.

Y el pueblo, que se había indignado ante aquella matanza, desde aquel día, amó más a Petronio.

Éste a su vez, no hace mucho caso de tales manifestaciones. Recuerda que el pueblo también había amado a Británico, envenenado por Nerón. Y piensa que la gente es hipócrita y voluble.

Y como el escéptico ‘Árbitro de la Elegancia’, es también supersticioso, considera el favor popular como el peor de los presagios.

Tigelino va en un carro tirado por yeguas adornadas con plumas blancas y rojas. A él y a Haloto, los recibieron con abucheos.

Entre otros, la multitud recibió a Vitelio con risas. A Trhaseas, con aplausos. Y a los demás, con indiferencia.

A Amino Rebio, con silbidos.

A Vespasiano y a sus hijos, con aplausos.

A Séneca, a Nerva, a Plinio, a Lucano y a Marcial, con admiración y aplausos…

A las mujeres célebres por su riqueza, su hermosura y sus vicios, con admiración.

Los ojos de la multitud pasan de los grandes personajes a los arneses; a las extrañas indumentarias de los sirvientes que vienen de todas las regiones del imperio.

En aquella procesión de orgullo, ostentación y grandeza; todo está hecho para deslumbrar, con el poder y la magnificencia, de la Roma Invencible, ante quién se inclina el mundo…

Y la comitiva prosigue su marcha, perdiéndose entre nubes de polvo.

Pedro reflexiona en la inmensidad y el poderío de aquella metrópoli, a la cual ha venido a anunciar el Evangelio.

Nunca había contemplado el portentoso dominio de Roma como ahora que los acaba de ver, personificados en Nerón, en sus legiones y en su imperio.

Concentrados en aquella ciudad enorme, depravada, depredadora, rapaz, desenfrenada e inabordable en su poder terrenal.

Y en aquel César desquiciado por su megalomanía. Convertido en parricida, matricida, fratricida, uxoricida.

Que arrastra tras de sí un séquito de sangrientos espectros, aún más grande que el número de los integrantes del séquito imperial.

Ese libertino. Ese bufón. Es a la vez el comandante de un poco más de treinta legiones y mediante ellas, Amo del Mundo.

Esos cortesanos cubiertos de oro y escarlata. Llenos de las incertidumbres del mañana, temblorosos por su propia integridad, pero más poderosos que reyes.

Al contemplar a Nerón y su séquito imperial; Pedro pensó que en realidad estaba viendo reunido en todo su esplendor, el Infernal Reino de Iniquidad de Satanás que ostenta el dominio de la tierra, que con mano de hierro tiene sometida a todas las naciones.

Y Roma, el corazón del imperio, debe ser conquistada para Cristo.

El Apóstol oró… y entregó a Dios aquella ciudad; aquel imperio y a todos sus habitantes.

Solo Dios sabe cómo algún día Roma será el Corazón de la Cristiandad…  

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

40.- EL PODER FRENTE AL PODER

Pedro sale de la Puerta del Cielo, acompañado de algunos obispos, sacerdotes y un pequeño grupo de personas. Van a Roma a visitar algunas comunidades cristianas. Al llegar a  la Vía Apia, se topó con la comitiva de Nerón que se dirige a Anzio. Tuvo que esperar a que el paso del cortejo despeje la vía que ha sido desbordada con  en un auténtico desfile. Para apreciarlo mejor se suben sobre unos enormes peñascos que están a la orilla del bosque, a la vera del camino.

Pasó un destacamento de caballería númida, perteneciente a la guardia pretoriana. Llevan uniformes amarillos, fajas rojas y enormes aretes, que dan reflejos dorados a sus caras negras. Las puntas de sus lanzas destellan al sol. Sigue otro destacamento de infantería, que se van colocando a lo largo del camino, para formar una valla que impide el acceso a la vía. Vienen enseguida, innumerables carros custodiados por pequeños destacamentos de infantería y caballería pretoriana.

En uno van los instrumentos musicales del césar y sus cortesanos. Arpas. Laúdes griegos, hebreos y egipcios. Liras, formingas, cítaras, flautas largas, címbalos y torcidos cuernos de búfalo. Al contemplar aquellos instrumentos que dan al sol sus reflejos dorados por el oro, plata, bronce y piedras preciosas que los adornan; parecería que Apolo y Baco, acaban de emprender la marcha en un viaje por el mundo.

Después de los instrumentos siguen los carros de los danzantes, los músicos, los acróbatas y los actores. Ambos sexos, forman grupos artísticos y llevan palmas en las manos. Siguen multitud de esclavos destinados no al servicio, sino a la ostentación. Y niños vestidos con trajes de cupidos, que también son un adorno para la comitiva imperial.

Enseguida, otra cohorte especial de pretorianos: La Falange de Alejandro Magno. Hombres de gigantesca estatura, de ojos azules, caras barbadas, cabellos muy rubios o rojos. Parecen verdaderas máquinas militares, con sus pesadas armas. Y la tierra se cimbra ante su potente y mesurado paso. Entre el ejército imperial, destacan las águilas romanas, que anuncian a la nación más poderosa del mundo…

A continuación  aparecen los conductores de los encadenados leones y tigres de Nerón, que a veces le gusta uncirlos a sus carros. Las cadenas están entrelazadas con guirnaldas y aun así parece que las fieras son llevadas entre flores. Son fieras domesticadas por hábiles domadores. Miran a la muchedumbre con ojos brillantes y somnolientos; por momentos alzan sus gigantescas cabezas y aspiran dilatando ruidosamente sus narices, con potentes resoplidos. Se relamen con sus ásperas lenguas los hocicos y bostezan abriendo sus poderosas fauces.

Otra cohorte de pretorianos, una multitud de esclavos y luego el César, cuya presencia fue recibida con aclamaciones. Viene sentado en un carro que tiran seis hermosos corceles blancos, con herraduras de doradas. El carro tiene la forma de una tienda abierta a los costados, para poder apreciar mejor la figura del emperador que va solo; acompañado por dos enanos arlequines. Viste una túnica blanca, bordada con hilos de plata y perlas. Una toga de color amatista, la cual da tintes azulados a su rostro de piel muy blanca. Sobre su cabeza luce una corona de laurel y su cuerpo obeso hace que su cara ancha, aumente el volumen de su papada y también hace que su boca parezca estar más cerca de su nariz. Trae protegido su corto y grueso cuello, con un pañuelo de seda que ajusta constantemente, con una mano blanca y gorda, cubierta de vello rojo. La expresión de su semblante tiene un aire de aburrimiento y contrariedad. En conjunto, su persona es a la vez terrible y vulgar. Mientras avanzan, vuelve a uno y a otro lado la cabeza, escuchando los gritos de la multitud que le aplaude.

–          ¡Salve, divino César! ¡Salve, conquistador! ¡Salve, incomparable! ¡Salve hijo de Apolo!

Estas aclamaciones le hacen sonreír. Pero hay otras que son francamente ofensivas:

¡Enobarbo, Enobarbo! ¡Matricida! ¡Orestes! ¡Alcmeon! ¿Dónde está Octavia? ¡Asesino! ¡Entrega la púrpura! ¿Dónde está tu barba llameante? ¿Temes acaso que se incendie Roma?

Y los que gritan así, no saben que en esa burla sangrienta, se encierra una tremenda profecía.

A Popea que viene inmediatamente detrás de él, le gritan:

–           ¡Flava coma! (Pelirrubia, epíteto aplicado a las prostitutas)

Al experto oído del César llegan estos insultos y levanta su cristal pulimentado para ver si con sus ojos miopes, alcanza a descubrir a sus autores… Mientras hace esto; su mirada se cruza con la de Pedro; han llegado al Arco de Augusto y la comitiva imperial se detiene un poco, antes de seguir avanzando. Y estos dos hombres se contemplan mutuamente…

Y a ninguno de los integrantes de aquel brillante séquito, ni de la inmensa multitud, se les ocurrió pensar que en aquel momento, se encuentran frente a frente, los dos poderes más grandes de la Tierra: Uno de ellos,  pronto se desvanecerá, como un sueño fatídico de horror y de sangre. El otro empezará la conquista y la posesión eterna, fundando su sede en  la ciudad desde la cual irradiará su poder y su Luz, los cuales envolverán a todo el mundo.

La comitiva reanuda su marcha y Nerón desaparece de la vista de Pedro.

Detrás viene el carro de Popea, la emperatriz aborrecida por el pueblo. Vestida como Nerón, con traje de color amatista; inmóvil, indiferente, pensativa; parece una hermosa y maligna divinidad.

Detrás de ella vienen los augustanos. En primer lugar, Petronio con Aurora, Marco Aurelio y su séquito personal. La muchedumbre lo recibe con aclamaciones y aplausos, pues es un personaje lleno de simpatía para el pueblo y éste lo ama. Al parecer, Petronio es muy conocido y el pueblo lo ama por su munificencia.

Y su popularidad se ha extendido y ha aumentado, desde la vez que habló ante el César, para oponerse a la sentencia de muerte dictada contra la ‘familia’, (incluidos sirvientes, libertos y esclavos) del prefecto Albino Floro,  sin distinción de edad, ni de sexo. Porque uno de ellos asesinó a ese monstruo de crueldad, cegado por la desesperación. Petronio protestó por aquel bárbaro sacrificio, diciendo: ‘A tal señor, tal criado’. Y el pueblo, que se había indignado ante aquella matanza, desde aquel día, amó más a Petronio.

Éste a su vez, no hace mucho caso de tales manifestaciones. Recuerda que el pueblo también había amado a Británico, envenenado por Nerón. Y piensa que la gente es hipócrita y voluble. Y como el escéptico ‘Árbitro de la Elegancia’, es también supersticioso, considera el favor popular como el peor de los presagios.

Tigelino va en un carro tirado por yeguas adornadas con plumas blancas y rojas. A él y a Haloto, los recibieron con abucheos. Entre otros, la multitud recibió a Vitelio con risas. A Trhaseas, con aplausos. Y a los demás, con indiferencia. A Amino Rebio, con silbidos. A Vespasiano y a sus hijos, con aplausos. A Séneca, a Nerva, a Plinio, a Lucano y a Marcial, con admiración y aplausos…

A las mujeres célebres por su riqueza, su hermosura y sus vicios, con admiración. Los ojos de la multitud pasan de los grandes personajes a los arneses; a las extrañas indumentarias de los sirvientes que vienen de todas las regiones del imperio.

En aquella procesión de orgullo, ostentación y grandeza; todo está hecho para deslumbrar, con el poder y la magnificencia, de la Roma Invencible, ante quién se inclina el mundo…

Y la comitiva prosigue su marcha, perdiéndose entre nubes de polvo.

Pedro reflexiona en la inmensidad y el poderío de aquella metrópoli, a la cual ha venido a anunciar el Evangelio. Nunca había contemplado el portentoso dominio de Roma como ahora que los acaba de ver, personificados en Nerón, en sus legiones y en su imperio. Concentrados en aquella ciudad enorme, depravada, depredadora, rapaz, desenfrenada e inabordable en su poder terrenal.

Y en aquel César desquiciado por su megalomanía. Convertido en parricida, matricida, fratricida, uxoricida. Que arrastra tras de sí un séquito de sangrientos espectros, aún más grande que el número de los integrantes del séquito imperial.

Ese libertino. Ese bufón. Es a la vez el comandante de un poco más de treinta legiones y mediante ellas, amo del mundo.

Esos cortesanos cubiertos de oro y escarlata. Llenos de las incertidumbres del mañana, temblorosos por su propia integridad, pero más poderosos que reyes.

Al contemplar a Nerón y su séquito imperial; Pedro pensó que en realidad estaba viendo reunido en todo su esplendor, el Infernal Reino de Iniquidad de Satanás que ostenta el dominio de la tierra, que con mano de hierro tiene sometida a todas las naciones. Y Roma, el corazón del imperio, debe ser conquistada para Cristo.

El Apóstol oró… y entregó a Dios aquella ciudad; aquel imperio y a todos sus habitantes. Solo Dios sabe cómo algún día Roma será el corazón de la cristiandad…  

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

6.- ARBITER ELEGANTIARUM

En una villa ancestral  que en su mayor parte está orientada hacia el sur. Hay un pabellón apartado que está rodeado por un patio al que dan sombra muchas palmeras; varios robles, sauces llorones, cedros, fresnos  y cuatro plátanos. En el centro, una fuente derrama su agua en una pila de mármol y salpica suavemente los plátanos que la rodean y las plantas que éstos cobijan. En este pabellón está ubicado un dormitorio que no permite entrar la luz del día, ni escuchar el ruido. A un lado está el triclinium (comedor)

Existe también una habitación sombreada por el verdor del plátano más cercano, decorada con  una espléndida pintura que representa a unos pájaros posados sobre las ramas de unos árboles. Aquí se encuentra una pequeña fuente con una pila rodeada por unos surtidores que emiten un susurro muy agradable.

Es el refugio de un escritor. Y sobre la mesa de trabajo se puede ver un fragmento de su última obra literaria, en la que está desarrollando su talento. Al acercarse se puede leer: “La Cena de Trimalción…”  El autor trabaja en ella por las mañanas, cuando se lo permiten las fiestas de Nerón…

Ahora, después del banquete de la víspera que se prolongó más de lo acostumbrado; Tito Petronio se levantó tarde sintiéndose sumamente  fastidiado…

En  su travesía por los baños recuperó su ingenio y complacido, se sintió rejuvenecer. Rebosante de vida, de energía y de fuerza; cuando estaba sumergido en el agua tibia, le avisaron que su sobrino Marco Aurelio acaba de llegar a visitarlo.

Petronio ordena que lo conduzcan al jardín adyacente para conversar plácidamente y sale del agua poniéndose una bata de lino suave.

Marco Aurelio es hijo su hermano Publio, el mayor y más querido. Y ha estado sirviendo bajo las órdenes de Corbulón en la guerra contra los partos. Es su sobrino predilecto. Un hombre íntegro; que ha heredado de su tío el gusto por el placer, el arte, la belleza y la estética; cualidades que Petronio valora sobre todo lo demás. No por nada le han apodado el “Árbitro de la Elegancia.”

Toma una manzana del platón que está en la mesa más cercana y está a punto de morderla, cuando entró un joven con pasos largos y flexibles exclamando:

–                 ¡Salve Petronio! Que te sean propicios todos los dioses.

Petronio sonríe y contesta:

–          ¡Salve Marco Aurelio! Te doy la bienvenida a Roma. Espero que disfrutes de un  merecido descanso después de las fatigas de la guerra. ¿Qué noticias traes de Armenia?

Mientras el joven se sienta en una banca a su lado, exclama con cierto fastidio:

–           De no ser por Corbulón, esta guerra sería un desastre.

–           ¡Es un verdadero Marte! ¿Sabes que Nerón le teme?

Marco Aurelio lo mira sorprendido y pregunta:

–           ¿Por qué?

–           Porque si quisiera, podría encabezar una revuelta.

–           Corbulón no es ambicioso hasta ese grado.

Petronio sentencia:

–          Si quitáramos la ambición y la vanidad ¿Dónde quedarían los héroes y los patriotas?

–           Lo conozco bien y sé que no debéis temer nada de él. Hablas como Séneca.

–          Se puede apreciar el carácter de un hombre en la forma como recibe la alabanza. Y tienes razón. Séneca es un maestro al que hay muchas cosas que aprenderle. Es uno de los pocos hombres que respeto y admiro.

Petronio cerró los ojos y Marco Aurelio se fijó en el semblante un tanto demacrado de su tío y cambiando el tema, le preguntó por su salud.

El augustano hizo un mohín, antes de replicar:

–           ¿Salud? No lo sé. Mi salud no está como yo quisiera. Trato de ser fuerte y            aparento estar perfectamente. Pero empiezo a sentir un cierto cansancio que… Considerando las circunstancias, creo que estoy bien. ¿Y tú cómo estás?

–           Las flechas de los partos respetaron mi cuerpo, pero… un dardo de amor acaba de  herirme y ha acabado con mi tranquilidad. Estoy aquí para pedirte un consejo.

Petronio lo miró sorprendido y dijo:

–         Te puedes casar o quedarte soltero. Pero te aseguro que te arrepentirás de las dos cosas.- luego lo invitó – Vamos a sumergirnos en el agua tibia y me sigues platicando. ¿Qué te parece?

Marco Aurelio aceptó encantado:

–           Vamos.

Los dos regresan al frigidarium.  Marco Aurelio se desnuda y Petronio contempla el cuerpo vigoroso de su sobrino. Le recuerda las estatuas de Hércules que adornan el camino al Palatino. Es un atleta pleno de vigor juvenil. Y en el armonioso rostro que completa la apolínea belleza masculina, hay un gesto de sufrimiento reprimido. El joven se lanza al agua, salpicando el mosaico que representa a Perseo liberando a Andrómeda.

Petronio admira todo esto con los ojos regocijados del artista embelesado con la auténtica belleza…

Y después de lanzarse al agua, dice:

–          En la actualidad hay demasiados poetas. Es una manía de los tiempos que vivimos. El césar escribe versos y por eso todos lo imitan. Lo único que no está permitido es escribir mejores versos que él… Hace poco hubo un certamen y Nerón leyó una poesía dedicada a las transformaciones de Niobe. Los aplausos de la multitud cubrieron la voz de Nerón; pero en aquellas muestras de forzado entusiasmo faltaba el acento de la espontaneidad que nace del corazón. Luego Lucano declamó otra, celebrando el descenso a los infiernos de Orfeo. Cuando se presentó, el respeto y el temor contenían a los oyentes… Más por uno de esos triunfos del arte que parecen milagrosos, el poeta logró suspender los ánimos; los arrebató y consiguió que se olvidaran de sí y del emperador. Y le decretaron unánimes el laurel de la gloria y el codiciado premio. ¿Te imaginas lo que sucedió después?… Imposible que Nerón consintiese un genio superior a su inspiración. Se salió despechado del certamen y prohibió a Lucano que volviese a leer en público sus versos. Por eso yo escribo en prosa.

–          ¿Para ti no ambicionas la gloria?

–           A nadie ha hecho rico el cultivo del ingenio.

–           ¿Qué estás escribiendo ahora?

–          Una novela de costumbres: las correrías de Encolpio y sus amigos Ascilto y Gitón.  Ya casi la termino. Estoy en el convite ridículo de un nuevo rico. Lo he titulado “La Cena de Trimalción”

–           ¿El libro?

–          No. El capítulo. El libro es una sorpresa. Espera un poco… – se queda pensativo un momento. Y luego añade- Enobarbo ama el canto. En particular el suyo propio. Dime ¿Tú no haces versos?

Marco Aurelio lo mira sorprendido… y luego responde firme:

–           No. Jamás he compuesto ni un hexámetro.

–           ¿Y no tocas el laúd, ni cantas? – insiste Petronio.

–           No. Me gusta oír a los que sí saben hacerlo.

–           ¿Sabes conducir una cuadriga?

–           Lo intenté una vez en Antioquia, pero fui un fracaso.

–          Entonces ya no debo preocuparme por ti. Y ¿A qué partido perteneces en el hipódromo?

–           A los azules; porque los únicos que me entusiasman son Porfirio y Scorpius.

–          Ahora sí ya estoy del todo tranquilo. Porque en la actualidad hacer cualquiera de estas cosas es muy peligroso. Tú eres un joven apuesto y tu único peligro es que Popea llegue a fijarse en ti. Pero no…  Esa mujer tiene demasiada experiencia y le interesan otras cosas. ¿Sabes que ese estúpido de Otón, su ex marido? ¿Todavía la ama con locura? Vaga por la España, borracho y descuidado en su persona.

–           Comprendo perfectamente su situación.- suspiró Marco Aurelio.

Petronio  movió la cabeza. Y siguieron conversando…

Cuando más tarde salieron del Thepidarium, dos bellas esclavas africanas, con sus perfectos cuerpos como si fueran de ébano, los esperan para ungirlos con sus esencias de Arabia…

Al terminar, otras dos doncellas griegas que parecen deidades, los vistieron.

Con movimientos expertos adaptaron los pliegues de sus togas. Marco Aurelio las contempló con admiración y exclamó:

–           ¡Por Júpiter! ¡Qué selecciones haces!

Petronio sentenció:

–           La belleza y la rareza fija el precio de las cosas. Prefiero la calidad óptima. Toda mi “Familia” (Un amo con sus parientes  y sus esclavos) en Roma, ha sido seleccionada con el mismo criterio.

–           Cuerpos y caras más perfectos no posee ni siquiera el mismo Barba de Bronce.- alaba Marco Aurelio mientras aspira los aromas con deleite.

–           Tú eres mi pariente.- aceptó Petronio con cariño. Y agregó- Y yo no soy tan                                 intolerante como Publio Quintiliano.

Marco Aurelio al escuchar este nombre se queda paralizado. Olvidó a las doncellas y preguntó:

–           ¿Por qué has recordado a Publio Quintiliano? ¿Sabías que al venir para acá una serpiente asustó a mi caballo y me derribó?  Pasé varios días en su villa fuera de la ciudad. Un esclavo suyo, el médico frigio Alejandro, me atendió. Precisamente de esto era de lo que quería hablarte.

–           ¿Por qué? ¿Acaso te has enamorado de Fabiola? En ese caso te compadezco. Ella es muy hermosa pero ya no es joven. ¡Y es virtuosa! Imposible imaginar peor combinación. ¡Brrr!.- Y Petronio hace un cómico gesto de horror.

¡De Fabiola, no! ¡Caramba!

–           ¿Entonces de quién?

–          Yo mismo no lo sé. Una vez al rayar el alba la vi bañándose en el estanque del jardín, con los primeros rayos del sol que parecían traspasar su cuerpo bellísimo. Te juro que es más hermosa que Venus Afrodita. Por un momento creí que iba a desvanecerse con la luz del amanecer… Y desde ese momento me enamoré de ella con locura.

–           Si era tan transparente, ¿No sería acaso un fantasma?

–          No me embromes Petronio. Te estoy abriendo mi corazón. Después volví a verla dos veces más. Y desde entonces ya no sé lo que es tranquilidad. Ya no me interesa nada de lo que Roma pueda ofrecerme. Ya no existen para mí otras mujeres… Ni vino, fiestas o diversiones. Me siento enfermo. Traté de indagar de mil maneras sutiles y creo que se llama Alexandra. No estoy muy seguro… Pero solo la quiero a ella. No se aparta de mi mente un solo instante. Te lo digo con sinceridad Petronio, siento por ella un anhelo tan vehemente, que he perdido el apetito. En el día me atormenta la nostalgia y por las noches no puedo dormir. Y cuando consigo hacerlo, solo sueño con ella. Y así transcurre mi vida, con este torturante deseo…

Petronio lo mira con conmiseración… Y luego dice con determinación:

–           Si es una esclava, ¡Cómprala!

Marco Aurelio replica con desaliento:

–           No es una esclava.

–           ¿Es acaso alguna liberta perteneciente a la casa de Quintiliano?

–           No habiendo sido jamás esclava, tampoco puede ser liberta.

–           ¿Quién es entonces?

–          ¡No lo sé!… No pude averiguar mucho. Por favor escúchame. Es la hija de un rey, creo. –Y añade desesperado-  O algo por el estilo…

Petronio lo mira interrogante. Y cuestiona lentamente:

–           Estás despertando mi curiosidad, Marco Aurelio.

Su sobrino lo mira con impotencia y explica:

–          Hace tiempo el rey de Armenia invadió a los partos, mató a su rey y tomó como rehenes a su familia, a algunos principales de su nuevo territorio y los entregó a Roma. El gobernador no sabía qué hacer y el César los recibió junto con el botín de guerra que enviaron como regalo. Luego los entregó a Publio Quintiliano, ya que no pueden considerarse como cautivos y se desconoce el motivo que lo impulsó a entregarlos a él. Pero el tribuno los recibió muy bien. Y en esa casa en la que todos son  virtuosos, la doncella es igual a Fabiola.

–           ¿Y cómo estás tan enterado de todo esto?

–           Publio Quintiliano me lo refirió. Esto pasó hace quince años. Y también te digo que a mi regreso de Asia, pasé por  el templo de Delos a fin de consultar a la sibila. Y Apolo se me apareció…  y me anunció que a influjos del amor, se operaría un cambio trascendental en mi existencia…

¿Y qué quieres hacer?

–          Quiero que Alexandra sea mía. Deseo sentirla entre mis brazos y estrecharla contra    mi corazón. Deseo tenerla en mi casa hasta que mi cabeza sea tan blanca, como las nieves de la montaña. Deseo aspirar su aliento puro y extasiarme mirando sus ojos bellísimos. Si fuera una esclava, pagaría por ella lo que fuera. Pero ¡Ay de mí! No lo es…

–           No es una esclava pero pertenece a la familia de Quintiliano. ¿Por qué no le pides que te la ceda?

–           ¡Cómo si no los conocieras!…Tú sabes que Publio es muy diferente a las demás personas y en ese matrimonio, ambos la tratan como si fuera su verdadera hija.

Petronio se queda reflexivo, se toca la frente y luego dice con impotencia:

–           No sé qué decirte, Marco Aurelio mío. Conozco a Publio Quintiliano, quién aun cuando censura mi sistema de vida; en cierto modo me estima y me respeta más, pues sabe que no soy como la canalla de los íntimos de Enobarbo; exceptuando dos o tres como Séneca y Trhaseas… –levanta las manos con desconcierto y agrega- Si crees que algo puedo hacer acerca de este asunto, estoy a tus órdenes.

–           Creo que sí puedes…  Tienes influencia sobre Publio y además tu ingenio te ofrece inagotables recursos. ¡Si quisieras hacerte cargo de la situación y hablar con él!

–           Tienes una idea exagerada de mi ingenio y de mis recursos. Pero si no deseas más que eso, hablaré con Publio lo más pronto posible. Yo te avisaré…

–           Te estaré esperando.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA