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150.- EL OJO DEL HURACÁN

Amanecer-Rio

Elisa dice:

–                       Sí, Maestro. Hace tres semanas que Judas de Keriot está aquí. Vino un sábado por la tarde. Parecía cansado y extenuado. Dijo que te había perdido por las calles de Jerusalén… Que había corrido a buscarte en todas la casas a donde sueles ir. Aquí viene cada tarde. Dentro de poco llegará. Por la mañana se va y dice que va a los lugares cercanos, a predicarte.

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Jesús pregunta:

–                       Está bien Elisa… Y ¿Le creíste?

–                       Maestro. Sabes que ese hombre no me gusta. Si mis hijos hubieran sido así, habría rogado al Altísimo para que se los llevara. No he creído a sus palabras…  Pero porque te amo, he refrenado mi juicio… Me he portado como una madre con él. Por lo menos así he obtenido que regrese cada tarde.

–                       Hiciste bien.  –Jesús la mira fijamente y de improviso le pregunta-   ¿Dónde está Anastásica?

Elisa se pone roja y con franqueza responde:

–                       En Betsur.

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–                       Has hecho bien aún en esto. Te ruego que tengas compasión de él.

–                       Como lo compadezco, quise apagar el incendio antes de que estallase el escándalo…  O cuando menos, de que llenase de terror a mi hija.

–                       Dios te bendiga, buena mujer.

–                       ¿Sufres mucho, verdad Maestro?

–                       Sí. Es verdad. Puedo decirlo a una madre. ¡Oh! ¡Cuán necesaria es una madre, cuando el dolor supera las fuerzas del hombre!

–                       ¿Por qué no haces venir a tu Madre?

–                       Vendrá dentro de dos meses y…

Se ve interrumpido porque abajo en la cocina, resuena la voz grave, áspera, pedante e irónica de…

Judas de Keriot, que dice a Juan:

–                       ¿Todavía clavado en tu trabajo, viejo? ¡Hace frío! Aquí no hay fuego. Tengo hambre. No hay nada preparado. ¿Está dormida Elisa? Ella quiso hacerlo. Pero los viejos son lentos y su memoria débil. ¡Ey! ¿No respondes?  ¿Estás sordo esta tarde?

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El anciano Juan responde:

–                       No. Te dejo hablar porque eres apóstol y no está bien que te regañe.

–                       ¿Qué me regañes? ¿Por qué?

–                       Pregúntatelo a ti mismo y lo sabrás.

–                       Mi conciencia no me reprocha nada.

–                       Señal de que está deforme y de que la has mutilado.

–                       ¡Ja, ja, ja! – su carcajada irónica se pierde…

Y Judas sale de la cocina, pues se oye el ruido de la puerta al cerrarse y sus pisadas en la escalera que va a la terraza.

Elisa dice:

–                       Voy a preparar, Maestro.

Y saliendo de la habitación se encuentra con Judas, que llega a la terraza.

Judas dice:

–                       Tengo frío y hambre.

Elisa le responde:

–                       ¿Nada más eso? Entonces tienes muy pocas cosas.

–                       ¿Y qué más debería tener?

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–                       ¡Eh, muchas cosas!…   -la voz de Elisa se aleja.

–                       Son unos viejos tontos. ¡Uff!…  –empuja la puerta y se encuentra cara a cara con Jesús.

Da un paso atrás por la sorpresa.

Pero reacciona y dice:

–                        ¡Maestro! ¡La paz sea contigo!

Jesús recibe el beso del apóstol, pero Él no se lo devuelve.

Judas pregunta:

–                       Maestro estás… ¿No me das el beso?

Jesús lo mira sin responder.

–                       Es verdad. Me equivoqué. Lo menos que puedes hacer es no besarme. Pero no me juzgues muy severamente. Aquel día me tomaron en medio unos que… no te aman y disputé con ellos hasta ponerme ronco. Después, me dije: ‘Quién sabe a donde habrá ido’  Y me vine aquí a esperarte. ¿Acaso no es ésta también tu casa?

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–                       Mientras me lo permitan.

–                       ¿Vas a guardarme rencor por esto?

–                       No. Quiero que pienses en el ejemplo que has dado a los demás.

–                       ¡Eh! ¡Me parece oír sus palabras! Pero sé cómo justificarme con ellos. Contigo ni lo intento, porque sé que ya me has perdonado.

–                       Es verdad. Te he perdonado.

Judas, en lugar de tener un acto de humildad, de arrepentimiento, de amor por tanta dulzura, exclama con rencor:

–                       ¡Ah! ¡Pero no hay manera de verte enojado! ¿Qué clase de hombre eres?

Jesús no responde.

Judas de pie, mira a Jesús sentado con la cabeza inclinada y sacude su cabeza con una sonrisa perversa en sus labios. Todo ha pasado ya para él. Se pone a hablar de diferentes cosas, como si fuese el que mejor se hubiese portado de todos.

Jesús lo escucha sin hablar. Pasa el tiempo…

Anochece. Cesan los rumores de la calle.

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Jesús ordena:

–                       Bajemos.

Entran a la cocina, donde brilla el fuego en el fogón y arde una lámpara de tres mechas.

Jesús se sienta junto al fuego para sentir el calor. Llaman a la puerta y el anciano Juan va a abrir. Son los apóstoles.

Pedro, que es el primero en entrar…

Ve a Judas y le ataca:

–                       ¿Se puede saber en dónde has estado?

Judas replica:

–                       Aquí. Simplemente aquí. ¿Iba yo a ser tan tonto, que después de que desaparecisteis, anduviera de acá para allá? Me vine acá, donde estaba seguro de vendríais.

–                       ¡Qué modo de obrar!

–                       El maestro no me ha regañado. Por otra parte, ten en cuenta que no he perdido el tiempo. Cada día he evangelizado y hasta he hecho milagros. Lo que es una cosa buena.

Bartolomé le pregunta muy enérgico:

–                       ¿Y quién te autorizó a ello?

–                       Nadie. Ni tú, ni nadie. Pero basta con ser de los… de la… la gente está sorprendida y murmura. Y se ríe de nosotros los apóstoles porque no hacemos nada. Y yo que lo sé, he trabajado por todos. Hice más…  Fui a la casa de Elquías y le demostré que no se puede obrar mal cuando se es santo. Había muchos. Los persuadí. Veréis que por estas partes, ya no nos darán más camorra. Ahora estoy contento.

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La desfachatez de Judas es increíble.

Los apóstoles se miran entre sí. Miran a Jesús.

Su rostro es impenetrable. Parece agobiado por un gran cansancio físico…

Santiago de Alfeo le advierte:

–                       Podías haberlo hecho, pero con licencia del Maestro. Hemos estado preocupados por tu causa.

–                       ¡Oh! ¡Qué bien! Ahora podéis estar tranquilos. Nunca me habría dado permiso. Nos tiene demasiado bajo su tutela. Tanto que la gente murmura,  de que está celoso de nosotros. Que teme que podamos hacer más que Él y también de que nos tiene castigados. La gente tiene lengua mordaz. Pero la verdad es que Él nos ama más que la pupila de sus ojos. ¿No es verdad Maestro? Y teme que nos veamos en peligro o que hagamos el ridículo. También nosotros en nuestro interior pensábamos que habíamos sido castigados y que Él estuviese celoso…

Tomás lo interrumpe:

–                       ¡Esto no! ¡Nunca lo he pensado

Todos los demás están de acuerdo con Tomás.

Pero salvo Jesús, nadie advierte que es Satanás el que ha estado hablando. Y ha logrado disimular su maligna presencia con el uso del plural, donde se han
sentido aludidos los apóstoles.

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Tadeo planta sus claros y bellos ojos, en los hermosos pero huidizos de Judas y lo interpela:

–                       ¿Y cómo pudiste obrar milagros? ¿En nombre de quién?

–                       ¿En nombre de quién? ¿Pero no te acuerdas que nos dio este poder? ¿Acaso lo ha retractado? Que yo sepa no. Y por esto…

–                       Y por esto yo nunca me hubiera permitido hacer algo sin su consentimiento u órdenes.

–                       Bueno, ¡Y qué!… A mí se me antojó hacerlo. Pensaba que no sería capaz de hacerlo y lo logré. Y ¡Estoy muy contento por ello!  -y se va hacia el oscuro huerto, para cortar la discusión.

Los apóstoles vuelven a mirarse. Están atolondrados por tanta audacia. Pero ninguno quiere decir nada que pueda hacer sufrir más a su Maestro. Pues el sufrimiento más intenso, se ve reflejado en su rostro.

Juan, Andrés y Tomás, se quitan de encima las alforjas.

Bartolomé se inclina a recoger una rama caída y dice a Pedro en voz baja:

–                       ¡Quiera Dios que el Demonio no lo haya ayudado!

Pedro junta sus manos y murmura:

–                       ¡Misericordia!   -y va a donde está Jesús y poniéndole una mano sobre la espalda, le pregunta-  ¿Estás cansado?

Jesús contesta:

–                       Mucho, Simón.

Elisa llega con un tazón de leche caliente y pan con miel, para Jesús.

Jesús ofrece los alimentos. Y todos están alrededor de la mesa, empiezan a comer con el apetito de quién ha caminado mucho.

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Judas, tranquilo y petulante, come con ellos y ya no habla de sí.

Luego que terminan, Jesús manda que todos vayan a descansar. Está fatigado hasta el agotamiento, por el esfuerzo que hace para dominarse ante todos por lo hecho por Judas de Keriot.

En los siguientes días el sol de Diciembre alumbra todo con sus reflejos dorados. Los días son fríos por el invierno que se acerca más y se siente en el viento que sopla entre los árboles desnudos de follaje.

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Todos los apóstoles trabajan en el huerto y en la casa de Juan de Nobe, igual que lo hicieran en aguas hermosas.

Jesús y sus primos ajustan una puerta. Elisa teje sentada en la terraza, contra una pared. Y los demás se ocupan en arreglar el tejado de una terraza.

Pedro se asoma por una pared de la terraza y dice:

–                       Aquí estarás bien, Elisa.

Felipe, mientras amarra los ramojos a las estacas, dice:

–                       Tienes razón, Pedro. Cuando la vid se haya alargado y el almendro arreglado; será un buen lugar en el verano.

Jesús levanta su cabeza para mirar.

Elisa lo ve y dice:

–                       ¿Quién sabe si estemos aquí para el verano?…

Andrés pregunta:

–                       ¿Y por qué no?

–                       No sé. No me formo esperanzas desde que… Desde que veo que cada pronóstico mío, termina en muerte…

Tomás pregunta:

–                       ¡Ey! El Maestro no se va a morir pronto…  Y Él ha elegido este lugar por causa suya. ¿No es verdad, Señor?

Mientras termina de ajustar la puerta, Jesús contesta:

–                       Es cierto. Pero también es lo que dice Elisa…

–                       Tú eres joven. ¡Y sobre todo, sano!

Jesús replica:

–                       No solo se muere de enfermedad.

Bartolomé refiere:

–                       ¿Quién está hablando de muerte? ¿Tú Maestro? ¿Lo dices por Ti?…  En verdad parece que hace tiempo se ha calmado el rencor. Mira, nadie nos perturba. Saben que estamos aquí. Ayer cuando regresábamos de hacer las compras, los encontramos y no nos molestaron.

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Juan se dirige a su hermano y dice:

–                       Cierto. No nos han molestado; ni siquiera en los poblados vecinos. Y eso que nos topamos con Elquías, Simón Boeto, Sadoc, Samuel, Nahúm y hasta Doras. Y nos han saludado, ¿Verdad Santiago?

Santiago de Zebedeo contesta:

–                       Cierto. Debemos aceptar que Judas de Keriot  ha trabajado muy bien. Mientras en nuestros corazones lo criticábamos, regresamos aquí. Y ¡No ha habido ninguna molestia! Los hechos confirman sus palabras. Parece que hubiéramos vuelto a los bellos días de Aguas Hermosas. ¡Aquellos primeros tiempos!… ¡Oh, si fuese verdad!…   -suspira el hijo de Zebedeo.

Pedro lo acompaña con otro suspiro:

–                       ¡Ojala lo fuera!

Mientras gira el uso, Elisa intercala con tono de proverbio:

–                       ¡Cuando no retumba el rayo, no quiere decir que haya sereno!

Pedro pregunta:

–                       ¿Qué insinúas?

Elisa sentencia:

–                       Insinúo que hay veces que la mucha tranquilidad donde hay borrascas, es señal de una peor…  Deberías saberlo tú, que eres pescador.

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–                       ¡Qué si lo sé mujer! El lago es a veces, una enorme tinaja llena de aceite azul. Generalmente, cuando la vela está pendiente y el agua quieta… La borrasca está por echarse encima. ¡Y qué borrasca! Viento de chicha… viento que sepulta a los navegantes porque están en el ojo del huracán…

–                       ¡Uhm! Si yo estuviese en vuestro lugar, desconfiaría de ‘taaanta’ paz…  ¡Demasiada, diría yo!

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Tomás interroga:

–                       Entonces, cuando hay guerra, padece uno porque la hay. Y cuando hay paz, porque puede venir una guerra más cruel que la anterior. ¿Cuándo habrá alegría?

–                       En la otra Vida. Acá el dolor siempre está a la mano.

Santiago de Zebedeo bromea:

–                       ¡Uff! ¡Qué lúgubre eres mujer! ¡Entonces mis días están muy lejos de la alegría! Soy uno de los más jóvenes. Alégrate tú Bartolomé. Eres el más cercano para gozar de ese día. Tú y Zelote.

Mientras está inclinado, escarbando en la tierra, Tomás dice:

–                       ¡Lúgubre y astuta mujer! ¡Oh, las mujeres viejas! Lo peor es que siempre adivinan y tienen razón… También mi madre cuando nos advierte de algo, siempre adivina.

Pedro dice con experiencia:

–                        Las mujeres son perversas o más astutas que las zorras. No podemos nada contra ellas… cuando para entender ciertas cosas que ellas no quieren que entendamos…

Andrés interviene diciendo a su hermano:

–                       ¡Cállate tú! Te cupo en suerte una mujer que te creería, aún si le dijeses que el Líbano está hecho de mantequilla. Lo que dices, es ley para ella. Porfiria escucha, cree y calla.

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–                       Es verdad… Pero su madre vale por ella y por cien mujeres más. ¡Qué víbora!…

Todos se ríen. Incluso Elisa y el anciano que ayuda a los jóvenes a entrecavar la tierra.

Entran Zelote, Mateo y Judas de Keriot.

Iscariote dice a los que entrecavan la tierra:

–                       Terminado Maestro. Estamos cansados. ¡Qué caminata! Pero mañana es descanso. Os toca a vosotros, mañana.   –y toma un azadón para trabajar.

Tomás le pregunta:

–                       ¿Si estás cansado, porqué trabajas?

–                       Porque quiero poner a salvo unas plantitas. Este lugar está más pelón que el cráneo de un viejo. Y, ¡Sería un pecado!…  –dice haciendo un hoyo más profundo, con fuertes azadonadas.

El anciano Juan protesta:

–                       ¡No era así en los viejos tiempos! Pero luego… Muchas cosas han desaparecido y no me pareció razonable que trabajase para rehacerlas. Estoy viejo; pero más que viejo, afligido…

Después de haber amarrado las vides, Felipe baja y advierte:

–                       ¡Qué hoyos estás haciendo! Esos son para árboles, no para plantitas, como decías…

Judas concluye:

–                       Cuando un árbol es pequeño, siempre es una plantita. Las mías lo son en verdad. El tiempo es propicio. Me lo aseguró, quién me lo dijo. –se vuelve a Jesús y agrega-  ¿Sabes quién fue, Maestro? El pariente de Elquías que es arbolista. ¡Y qué si lo sabe hacer bien! ¡Conoce a maravilla árboles frutales y olivos!

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Estaba cortando una rama de olivo y le dije: ‘Dame de esas plantas’ Él me preguntó: ¿Para quién? Y yo le contesté: ‘Para un viejecillo de Nobe que nos da hospedaje. Esto servirá para que me perdone por todos los escándalos que le he dado.’

Juan de Nobe contesta:

–                       No hijo. Eso no se hace con plantas, sino con la conducta. Y con Dios. Yo… yo…  miro y perdono. Pero mi perdón… Te agradezco las plantas aunque, ¿Crees que vaya a comer de sus frutos?…

–                       ¿Por qué no? Hay que esperar siempre… ¡Querer triunfar!…  Y se logra…

–                       Sobre la vejez no hay triunfo…  Ni lo deseo.

Elisa suspira:

–                       También sobre otras muchas cosas, no lo hay. ¡Si bastase querer para alcanzarlo!…

Mateo pregunta:

–                       Maestro. Lo que acaba de decir Elisa me recordó, una pregunta que nos hicieron… ¿Qué si el milagro es siempre prueba de santidad? Yo respondí que sí. Pero ellos dijeron que no. Porque en los confines de Samaría quién había obrado cosas extraordinarias, ciertamente no era un justo. Los hice callar diciendo que el hombre siempre juzga mal y que aquel por quién tenían por injusto, tal vez fuera más justo que ellos. ¿Tú que piensas?

Jesús contesta:

–                       Digo que cada quién tenía razón. Tú porque dijiste que el milagro es prueba de santidad. Y así suele suceder. También tuviste razón al afirmar que no se debe juzgar, para no errar. Pero también tenían razón ellos en sospechar que hubiese otras fuentes en las cosas extraordinarias que realizaba aquel hombre.

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Judas de Keriot, pregunta:

–                       ¿Qué fuentes?

Jesús responde:

–                       Las de las tinieblas. Existen hombres que son adoradores de Satanás, porque fomentan el culto de la soberbia y que para imponerse a otros se venden a sí mismos al Demonio, para que le comunique su poder y para tenerlo por   amigo.

Juan pregunta sorprendido:

–                       Pero, ¿Se puede? ¿No es cuento de paganos eso de que el hombre puede hacer contrato con el demonio o con espíritus infernales?

–                       Se puede. No como se lee en las fábulas paganas. Ni con dinero, ni por medio de contratos materiales. Sino con adherirse al malo, con el Pecado persistente. Con elegirlo, entregándose a él, con tal de obtener una hora de triunfo, sobre cualquier cosa…En verdad os digo que los que se venden al Maldito, con tal de lograr sus fines, son muchos más de los que se puedan imaginar…

Andrés pregunta:

–                       ¿Y lo logran? ¿Consiguen lo que piden?

–                       No siempre. Y no todo. Pero algo, sí…

–                       ¡Cómo es posible! ¿Es tan poderoso el Demonio, que pueda simular ser Dios?

–                       Muchos… lo llegan a creer así. Y piensan que es así, al darlo a conocer…  Y nada sería, si el hombre fuese santo. Pero sucede que muchas veces el hombre, es ya de por sí un Demonio. Nosotros combatimos las posesiones claras, estrepitosas, que están a la vista de todos. De las que cualquiera se puede dar cuenta… Son soportables a los familiares y conciudadanos. Y sobre todo, saltan a la vista.

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Al hombre siempre le llaman la atención las grandes cosas, que atraen sus sentidos. Pero no se fija en lo que es inmortal y que se percibe sólo en lo inmaterial, como son la razón y el espíritu. Y si lo percibe, no se preocupa, sobre todo si piensa que no le causa daño alguno.

Estas posesiones ocultas, si no las advertimos;  escapan a nuestro poder de exorcismo. Son las más dañinas porque trabajan en la parte más selecta y delicada, respecto a los mejores: de razón a razón. De espíritu a espíritu. Son como miasmas corruptores, impalpables, invisibles. Hasta que la fiebre no advierte al individuo que está contaminado de ellos.

Varios preguntan:

–                        ¿Y ayuda Satanás?

–                       ¿De veras?

–                        ¿Por qué?

–                       ¿Por qué Dios se lo permite?

–                       ¿Le permitirá hacerlo siempre?

–                       ¿Aún después de que empieces a Reinar?

Jesús contesta:

–                       Satanás ayuda con tal de hacerse servir. Dios lo deja hacer, porque de la lucha entre lo Alto y lo Bajo; el Bien y el Mal; brota el valor de la creatura. El valor y el querer. Siempre dejará hacer. Aún después de que haya subido Yo. Pero entonces Satanás tendrá en su contra a un enemigo poderoso y el hombre tendrá un aliado muy fuerte.

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–                       ¿Quién? ¿Quién? ¿A qué te refieres?

–                       La Gracia.

Sin dejar de zapar, Iscariote objeta:

–                       ¡Oh, bien! entonces para los de nuestros tiempos sin gracia, será más fácil que sean reducidos al estado de esclavitud y será menos su culpa, si caen.

–                       No, Judas. El juicio siempre será igual.

–                       Entonces es injusto porque si se nos ayuda menos, por consiguiente se nos debe condenar menos.

Tomás dice:

–                       No estás del todo equivocado.

Jesús contesta marcando sus palabras y mirando a Judas:

–                       Sí que lo está, Tomás. Porque nosotros los de Israel tenemos mucho en qué creer; esperar; amar. Muchas luces de sabiduría y no podemos excusarnos con la ignorancia. Además vosotros que tenéis la Gracia como Maestra vuestra, desde hace casi ya tres años y seréis juzgados como en los tiempos nuevos.

Judas ha levantado su cabeza y se queda pensativo, mientras mira al vacío…

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Después la sacude como si terminase una conclusión y dando más duro con la zapa, pregunta:

–                       ¿Y quién se entrega así al Demonio, en qué se convierte?

–                       En un demonio.

–                       ¡En un demonio!… Si por ejemplo yo, pese a que afirmo que tu contacto da un poder sobrenatural, hiciese ciertas cosas… que censuras. ¿Sería un demonio?

–                       Tú lo has dicho.

Andrés aconseja espantado:

–                       Pero espero que no las vayas a hacer…

–                       ¿Yo? ¡Ja, ja, ja! Yo planto árboles para nuestro viejecillo.

Y corre al extremo del huerto y regresa con cinco arbolillos envueltos en Tierra.

Pedro pregunta.

–                       ¿Viniste desde Beterón con esa carga sobre la espalda?

–                       De más allá de Gabaón. Donde están los árboles frutales de Daniel. ¡Qué tierra tan magnífica! Mirad…  -y desmorona entre sus dedos, los terrones que cubren las raíces-   Ved estos dos olivos. Este para Jesús y este para María, que son la paz del mundo. Los siembro primero porque soy un hombre de paz. Aquí y aquí.  –y pone uno en cada extremo.

Luego trae los otros arbolillos y mientras va plantando cada uno, explica:

–                       Y aquí un manzano pequeño y bueno como en el Edén. En recuerdo tuyo, Juan, que también vienes de Adán y no debes admirarte si… pueda ser yo un pecador.

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Tú ten cuidado de la Serpiente… Y aquí junto a la pared, esta pequeña higuera. En el agujero del centro, plantaremos este hermoso almendro. Aprenderá del viejo, a dar buenos frutos… ¡Bueno! Ya está terminado. Tu huerto será hermoso con los años y cuando lo mires, te acordarás de mí…

Juan de Nobe contesta:

–                       Te recordaría de todos modos, porque has estado aquí con el Maestro. Todo me hablará de estos días. Y al mirar las cosas diré: ¡Cual un hijo, quiso ver arreglada mi casa! Te doy las gracias, Judas. Por las plantas, por el trabajo, por todo.

Jesús dice:

–                       Entremos. El sábado ha empezado. Hace frío… Después terminaremos los trabajos…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA