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158.- DONDE VUELAN LOS BUITRES…

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Cuando Jesús y Juan van por el camino, un jinete que va al galope los alcanza. Se detiene junto a un puentecillo, porque lo estorba una recua de asnos. Se voltea y los mira…  Hace un gesto de sorpresa. Baja de su silla y llevando al caballo por las riendas, regresa hasta donde están…

El jinete dice:

–                       ¡Maestro! ¿Qué haces aquí? Y solo con Juan.  –pregunta echando hacia atrás su capucho y dejando al descubierto su cara ligeramente morena y varonil.

Jesús contesta:

–                       La paz sea contigo, Mannaém. Quiero pasar el río. ¿Y tú a dónde vas?

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Mannaém explica:

–                       A Maqueronte. Ven conmigo. Iba al galope para llegar al albergue que hay en el camino de las caravanas. O si te parece, levantaré la tienda bajo los árboles del río. Traigo todo lo necesario en la silla.

–                       Es mejor así. Pero tú has de preferir ir al albergue.

–                       Te prefiero a Ti, mi Señor. Vamos pues. Conozco estas riberas como si fueran los corredores de mi casa. A los pies del collado de Gálgala, hay un bosque donde no soplan vientos. También hay muchas ramas para hacer fogatas. Allí estaremos bien.

Ligeros caminan hacia el lugar señalado. Cuando llegan al límite del bosque…

Mannaém dice:

–                       Voy a aquella casa. Me conocen. Pediré leche y paja para nosotros.

Pronto regresa seguido de dos hombres que llevan sendos manojos de paja sobre la espalda y una cubeta llena de leche.

Entran en el bosque sin hablar.

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Mannaém les dice que dejen la paja en el suelo y que se vayan. Luego enciende una hoguera. El fuego alegra y calienta.

Juan trae piedras y las pone cerca del fuego y pone la cubeta para que se caliente la leche.

Mannaém desensilla el caballo. Extiende la manta de lana suave de camello, la fija con estacas. Teniendo como respaldo el grueso tronco de un viejo árbol, tiende sobre la hierba una piel de oveja que traía en la silla…

Pone ésta también y dice:

–                       Maestro, ven. Un refugio de un jinete en el desierto, pero protege del rocío y de la humedad del suelo. A nosotros nos bastará la paja… Te lo aseguro Maestro que los tapetes preciosos, los baldaquines y los sillones del palacio; me parece que no tienen nada de bello en comparación de este trono tuyo, en esta tienda y en esta paja. Los suculentos platillos no se comparan con la leche y el pan, que juntos tomaremos aquí. ¡Me siento muy feliz, Maestro!

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Jesús responde:

–                       También Yo Mannaém. Y lo mismo Juan. La Providencia nos ha unido esta noche para que mutuamente nos alegremos.

–                       Esta noche, mañana y pasado mañana. Hasta no dejarte seguro entre tus apóstoles. Porque me imagino que te vas a reunir con ellos…

–                       Sí. Me esperan en la casa de Salomón.

Mannaém lo mira y luego dice:

–                       Pasé por Jerusalén y supe… Por Bethania y comprendí por qué no te detuviste ahí. Haces bien en irte a otras partes. Jerusalén es un cuerpo lleno de veneno y podredumbre. Más de  la que destruye a Lázaro…

–                       ¿Lo viste?

–                       Sí. Afligido por los dolores de su cuerpo y por las penas de su corazón que sufre por Ti.  Lázaro está muy desolado y está muriendo… También yo quisiera morir, antes que ver el Pecado de nuestros compatriotas…

Mientras alimenta el fuego, Juan pregunta:

–                       ¿Había excitación en la ciudad?

–                       Mucha. Está dividida en dos bandos. Se dice que pronto vendrá a Jerusalén el Procónsul. Antes de lo acostumbrado. Si es así, con seguridad  lo imitará Herodes…

Y esto es para mí un bien, porque así podré estar cerca de Ti… Con un buen caballo árabe, en poco tiempo se va de la ciudad al río. Si es que te quedas allá…

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Jesús dice:

–                       Sí. Allí me quedaré al menos por ahora…

Juan saca la leche caliente.

Jesús ofrece y bendice los alimentos. Cada quién moja su pan en la leche.

Mannaém ofrece dátiles dulces como la miel.

Juan pregunta sorprendido:

–                       ¿Pero dónde tenías tantas cosas?

Mannaém responde con una sonrisa en su hermoso rostro:

–                       La silla de un jinete es un pequeño mercado, Juan. Hay de todo para él y para el animal.  –piensa un momento y luego pregunta-  ¿Maestro, es lícito amar a los animales que nos sirven y que muchas veces son más fieles que el hombre?

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Jesús contesta:

–                       ¿Por qué esta pregunta?

–                       Porque hace poco se burlaron de mí algunos y me reprocharon, cuando me vieron cubrir con la manta que nos sirve ahora de tienda, a mi caballo sudado por la carrera.

–                       ¿No te dijeron algo más?

Mannaém mira cohibido a Jesús…

Y no responde.

Jesús dice:

–                       Habla con sinceridad. No es murmurar ni ofenderme, si me cuentas lo que te dijeron, para lanzar un nuevo puñado de lodo contra Mí…

–                       Maestro, Tú lo sabes todo. en realidad lo sabes y es inútil querer ocultarte nuestros pensamientos o los de otros. Sí…  Me dijeron: “Se ve que eres discípulo de ese samaritano. Eres un pagano como Él, que viola hasta el sábado para contraer la inmundicia y tú tocando animales inmundos.”

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Juan exclama:

–                       ¡Ah! ¡Sin duda fue Ismael!

Mannaém confirma:

–                       Así es. Él y otros con él. Les repliqué: “Comprendería que me llaméis inmundo porque vivo en la corte de Antipas y no porque cuido de un animal al que Dios creó.” En el grupo también había algunos herodianos. Y lo más sorprendente es que antes no se podían ver y ahora andan muy unidos. Y éstos me respondieron: “Nosotros no juzgamos las acciones de Antipas, sino las tuyas. También Juan el Bautista estuvo en Maqueronte, tenía trato con el rey y siempre permaneció justo.

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Tú por el contrario, eres un idólatra…” comenzó a apiñarse gente y me controlé, para no incitarla. Hace tiempo que algunos de tus falsos seguidores, la incitan a que se oponga contra quién te hospeda. Y hay otros que se imponen diciendo que son tus discípulos y que Tú los enviaste…

Juan pregunta inquieto:

–                       ¡Es demasiado! ¿Maestro, a dónde llegaremos?

Jesús contesta:

–                       No más allá de donde podrán llegar. Fuera de ese límite Yo caminaré solo y resplandecerá mi Luz. Y nadie podrá dudar de que Yo Soy el Hijo de Dios. Acercaos y escuchad. Primero echad más leña…

Agregan leña a la hoguera y los dos felices, se tiran sobre la gruesa piel de oveja, extendida a los pies de Jesús, que está sentado en la silla escarlata. Parecen dos niños junto a su papá.

Jesús habla extensamente de la Creación de los animales…

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De las plantas y del amor que se debe tener al Creador y a sus creaturas…

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Y finaliza diciendo:

–                       Tranquilízate pues, Mannaém. No es pecado el que hayas tenido compasión de tu caballo sudado que te sirvió. Pecado son las lágrimas que se hace derramar a sus semejantes y los amores desenfrenados que son ofensa ante Dios, digno de que el hombre lo ame solo a Él.

–                       ¿Peco por estar con Antipas?

–                       ¿Con qué fin estás? ¿Para gozar?

–                       No Maestro. Para velar por Ti y lo sabes…  Por este motivo iba ahora. Sé que han enviado mensajeros a Herodes, para incitarlo contra Ti.

–                       Entonces no es pecado. ¿No te gustaría estar mejor conmigo, compartiendo la pobreza de mi vida?

–                       ¿Y me lo preguntas? Tú sabes lo que hay en mi corazón. ¡Oh! ¡Si no fuera porque hay que escuchar los silbidos de las serpientes en su madriguera, yo estaría contigo! He comprendido en qué consiste tu Misión y ya no me apartaré de la justicia.

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–                       ¿Lo ves? Nada es inútil. Alabemos al Señor por sus obras que son una continua misericordia.

Jesús ora y se preparan para descansar, prometiendo que vigilarán por turno el fuego y el animal.

Jesús y Mannaém se acuestan sobre la paja y se envuelven en sus mantos.

Juan vela junto a la hoguera…

Al día siguiente…

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Un pomposo grupo de jinetes entra en Bethania, llamando la atención de todos los habitantes del pequeño poblado y levantando una ola de comentarios.

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–                       ¿Habéis visto?

–                       Los fariseos más notables.

–                       Casi todos los sinedristas.

–                       Van a la casa de Lázaro.

–                       Ha de estar ya muriendo.

–                       No puedo comprender por qué el Rabí no está aquí…

–                       ¿Y cómo quieres, si los de Jerusalén lo buscan para matarlo?

–                       Tienes razón. Yo creo que esas víboras vinieron para ver si está aquí.

–                       Alabado sea Dios que no está.

Aunque Martha está muerta de cansancio, no pierde su señorío al recibir visitas. Los lleva a un salón y ordena que les sirvan bebidas refrescantes, vinos exquisitos, frutas, dátiles, miel, etc.

Ella personalmente le ofrece al escriba Cananías, leche caliente con miel, mientras le dice:

–                       Esto te servirá para la tos. Te has molestado en venir, enfermo cómo estás y en un día tan frío. Estoy emocionada de veros tan bondadosos.

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Cananías responde:

–                       Es nuestro deber, Martha. Euqueria tu madre, fue de nuestra estirpe. Una verdadera mujer judía que nos honró a todos

Martha replica:

–                       Me llega al corazón la honra en que tenéis el recuerdo de mi madre. Referiré estas palabras a Lázaro.

Elquías, el maestro de la hipocresía, dice:

–                       Queremos saludarlo, ¡Un amigo tan bueno!

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–                       ¿Saludarlo? ¡No es posible! Está demasiado agotado…

–                       ¡Oh! ¡No lo molestaremos!

–                       No puedo permitirlo. De veras que no puedo. Nicomedes no quiere que se le moleste en lo más mínimo.

–                       Una mirada al amigo que está por morir, no lo puede molestar, Martha. ¡Sería muy triste que no se le pudiese saludar…!

Martha no sabe qué hacer. Mira a la puerta esperando una ayuda que no llega…  Los judíos ven su titubeo y…

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Sadoc el escriba, insinúa:

–                       Parece que nuestra venida te ha desagradado.

Martha lo niega:

–                       ¡No! ¡No! ¡En verdad! Tened en cuenta mi dolor. Hace meses que estoy junto a alguien que agoniza… Y no sé…

Elquías dice con tono significativo:

–                        ¿No nos estarás ocultando algo, verdad? Por eso no quieres que veamos a Lázaro. Y no nos dejas entrar a su habitación…

María aparece en el umbral diciendo:

–                       No hay nada que ocultar en la recámara de nuestro hermano.  No hay nada escondido. En ella solo está uno que agoniza… Tú Elquías y todos vosotros, sois un recuerdo que no agrada a Lázaro.

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Martha grita suplicante:

–                       ¡María!  – tratando de contenerla.

–                       No, hermana. Déjame hablar.  –se dirige a los demás-  Para quitaros cualquier duda, venga conmigo uno de vosotros… Si es que la vista de un agonizante no les desagrada y el hedor de su cuerpo, no le provoca náuseas.

Un herodiano pregunta con ironía:

–                       ¿Acaso no eres tú un recuerdo que causa dolor?  – poniéndose frente a María.

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María olvida su cansancio y con gesto majestuoso responde:

–                       Sí. También yo soy un recuerdo. Pero ya no causo dolor, como tú dices. Soy el recuerdo de la misericordia de Dios. Y al verme Lázaro está en paz, porque sabe que entrega su alma en las manos de la Misericordia Infinita.

–                       ¡Ja, ja, ja! ¡Tu virtud!… ¡Sólo al que no te conoce puedes mostrarla…!  -Y le hace un gesto provocativo… e invitador.

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–                       No vas a ser tú a quien se la muestre… Uno se convierte en lo que practica. En otro tiempo iba contigo y era como tú. Ahora voy con el santo y me he hecho honesta.

–                       Cosa destruida no se reconstruye, María.

–                       Tienes razón. Tú y todos vosotros. No podéis rehacer lo destruido. Tú que causas asco. Vosotros, que cuando sufría mi hermano lo habéis ofendido y ahora por un fin avieso, queréis hacer gala de que sois sus amigos.

Un fariseo exclama:

–                       ¡Vaya que eres audaz, mujer! Puede ser que el Rabí te haya arrojado muchos demonios, pero no te hizo mansa.

–                       Así es, Jonathás ben Anna… No me hizo débil, sino más fuerte de lo que puede ser un honesto. De lo que quiere ser, el que quiere volver al buen camino. Del que ha roto sus antiguas cadenas, para rehacer una nueva vida. ¡Ea! ¿Quién viene a ver a Lázaro?   -su tono es una orden.

Y a todos los domina con su valor intrépido.

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Martha está angustiada…

Elquías, con un suspiro hipócrita, dice:

–                       Iré yo.

Y se va con ella, a la habitación del enfermo.

Los demás le dicen a Martha:

–                       ¡Tu hermana!…

–                       Siempre con ese carácter.

–                       No debería…

–                       Tiene necesidad de que mucho se le perdone…

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Martha reacciona al latigazo de las palabras llenas de ironía:

–                       Dios la ha perdonado y con eso es más que suficiente. La vida que lleva ahora, es un ejemplo para todos…  -sus fuerzas se le acaban y termina el arrebato llorando-  ¡Sois unos crueles! ¡Con ella! ¡Conmigo! No tenéis compasión, ni del dolor pasado, ni del actual… ¿Para qué vinisteis? ¿Para ofender y causar dolores?…

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Sadoc dice con muy mala intención:

–                       Hemos venido a saludar al gran judío que muere. Y a daros un buen consejo: Mandad llamar al Maestro. Ayer también vinieron siete leprosos, a alabar al Señor, diciendo que los había curado. Llamadlo también para Lázaro…

Martha grita fuera de sí:

–                       ¡Mi hermano no está leproso!

Ismael ben Fabi dice:

–                       ¿No sabes dónde está? Si quieres te lo buscamos…

Magdalena regresa con Elquías… Aparece en la puerta de la sala en ese preciso instante…

Y grita:

–                       ¡No! ¡No es necesario! El Maestro dijo que debemos esperar contra lo imposible y solo en Dios. ¡Y así lo haremos!

Elquías se separa de ella y empieza a cuchichear con tres fariseos…

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Sadoc dice con ironía:

–                       Si está agonizando…

María replica:

–                       ¡Y qué! ¡Que se muera! No voy a oponerme al decreto de Dios y no desobedeceré al Rabí…

El herodiano le pregunta con sorna:

–                       ¿Y qué puedes esperar después de la muerte, pedazo de tonta?

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–                       ¿Qué cosa? ¡La vida!  -su voz es un grito de fe absoluta.

–                       ¿La vida? ¡Ja, ja, ja! Sé sincera. Sabes muy bien que ante una verdadera muerte, su poder es nulo. Y cómo eres una necia, amándolo; por eso no quieres que se llegue a saber.

Magdalena replica como un terrible ángel airado:

–                       ¡Largaos de aquí todos! ¡Afuera todos! En esta casa no hay lugar para los que odian a Jesús. ¡Afuera todos! ¡O haré que os echen como una banda de harapos inmundos!

Todos levantan con soberbia herida la cabeza y sueltan risitas llenas de veneno e hipocresía…

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Elquías dice:

–                      ¡Aunque el Nazareno te sacó siete demonios, no te quitó la audacia! ¡Eres demasiado atrevida!… ¡Ten cuidado cómo nos hablas!… Aunque entendemos que estés alterada por el cansancio de cuidar a Lázaro.  Regresaremos después…

Todos se van.

Más tarde, las dos hermanas acompañan a un anciano romano de porte majestuoso. Salen al jardín…

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Y María pregunta.

–                       ¿Qué pasa con nuestro hermano, Nicomedes? Lo vemos muy enfermo. Habla…

Nicomedes contesta.

–                       Vos sabéis que no os engaño. He hecho todo lo posible y vosotras lo habéis comprobado. Pero todo ha sido inútil. La enfermedad se ha extendido por todo su cuerpo. Lázaro está agonizando. ¿Por qué no llamáis al Galileo? Es vuestro amigo… Él puede. Porque todo lo puede. He examinado a personas que tenían enfermedades mortales y fueron curadas.

Una fuerza extraña sale de Él. Un fluido misterioso que reanima, que junta las reacciones dispersas y hace que se curen. No sé… También yo lo he seguido mezclado entre la multitud y he visto cosas maravillosas. Llamadlo…

Soy un pagano pero honro al Taumaturgo Misterioso de vuestro pueblo. Sería yo muy feliz de que Él pudiese lo que yo no…

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María replica:

–                       Él es Dios, Nicomedes. Por eso puede todo. La fuerza que dices que fluye de Él, es su Voluntad de Dios.

–                       No me burlo de vuestra fe. Más bien la espoleo para que llegue hasta lo imposible. Por otra parte… Es sabido que los dioses algunas veces han bajado a la tierra. Yo nunca hubiera creído… Pero como hombre y médico honrado que soy, debo afirmar que es verdad. Porque el Galileo hace curaciones que solo un dios puede hacer.

María insiste:

–                       No un dios, Nicomedes. El Verdadero Dios.

–                       Está bien. como quieras. Yo creeré en Él y me haré su seguidor si viere que Lázaro… resucita. Porque en su caso no se trata ya de curación, sino de resurrección. La barca de Caronte ya lo está esperando…

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Llamadlo pues y con urgencia. Porque si no me he vuelto un tonto, al máximo dentro de tres ocasos a partir de hoy,  habrá muerto.

Martha dice:

–                       No sabemos dónde está.

Nicomedes dice:

–                       Yo lo sé. Me lo dijo un discípulo suyo que iba a alcanzarlo y al que acompañaban unos enfermos, dos de los cuales eran pacientes míos. Está al otro lado del Jordán, cerca del vado.

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María exclama:

–                       ¡En la casa de Salomón!

–                       ¿Está muy lejos?

–                       No, Nicomedes.

–                       Entonces mandad un siervo y decidle que venga. Más tarde regreso y me quedaré para ver su poder en Lázaro. Animaos mutuamente.

El médico se despide y sube a su caballo.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA