Archivos diarios: 2/12/20

112 EL MARTIRIO 3

112 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Tomás dice:

–  Yo soy de la idea de tu primo.

Muerte de Santo Tomás

Alrededor del año 40 d.C. el apóstol Tomás se fue a evangelizar al norte de la India.

El Espíritu Santo acompañó su predicación con muchísimos milagros y le salvó de manera prodigiosa, de numerosos peligros.

Tras nueve años hubo muchas conversiones, entre ellas Migdonia esposa de Casisio, cuñado del rey Gondófares.

Cuando el esposo se enteró, se quejó con el rey.

Éste mandó encerrar al apóstol,

y envió a la reina para que convenciera a su hermana del error que había cometido al hacerse cristiana.

Pero las cosas salieron al revés y fue Migdonia la que hizo que la reina se convirtiera.

Y ésta regresó diciendo:

–   Yo también creía como vosotros, que Migdonia mi hermana había cometido una gran estupidez.

Pero ahora estoy convencida de que ha obrado con gran sabiduría.  Ella me puso en contacto con el apóstol y he conocido a Cristo. 

He comprobado que Él Resucitó y me ha hecho conocer el Camino de la Verdad.

También he comprendido que los verdaderos necios, son los que se niegan a creer en Cristo.

El rey mandó entonces que le trajeran a Tomás a su presencia.

Lo llevaron atado de pies y manos.

Cuando lo tuvo ante sí, le ordenó que convenciera a las mujeres de su error.

Hubo entonces una larga discusión, donde el apóstol defendió la Fe Cristiana con todos los recursos del Espíritu Santo,

y no hubo manera de rebatirlos.

Entonces viéndose derrotados; por consejo de Casisio, el rey ordenó que arrojaran a Tomás en un horno encendido,

del cual salió el apóstol sano y salvo al día siguiente.

En vista de este prodigio; Casisio propuso a su cuñado que para que aquel poderoso hombre perdiera la protección divina

e incurriera en la Ira de su Dios, le obligase a ofrecer sacrificios en el Templo del Sol.

Cuando trataron de llevar a cabo su plan…

Tomás le dijo al rey:

–   ¿Quieres ver que en cuanto esté frente a la efigie de esa divinidad tuya, mi Dios la destruirá?

Hagamos un trato:

si sucede como te he dicho promete que serás tú el que adores a mi Señor Jesucristo. ¿Aceptas?

El rey replicó indignado:

–           ¿Cómo te atreves a hablarme como si fueras mi igual?

Enseguida ordenó que llevaran a Tomás hasta el templo del dios solar.

Cuando lo lanzaron al suelo obligándolo a postrarse, el apóstol dijo en arameo su lengua natal:

–    Adoro a mi Señor Jesucristo en cuyo Nombre Santísimo yo te ordeno a ti,

Demonio que te escondes en el interior de esta escultura, que ahora mismo la destruyas.

Al instante, la imagen que era de bronce se derritió como si hubiera sido hecha de cera.

Los sacerdotes encargados del culto del malogrado ídolo, se enfurecieron al ver lo ocurrido…

Y el pontífice que los presidía exclamó:

–  ¡Yo vengaré la afrenta que acabas de hacer a mi dios!

Mientras pronunciaba esta amenaza, se apoderó de una espada y con ella atravesó el corazón del apóstol.

Y así fue sacrificado Tomás.

El rey y Casisio al ver que el pueblo trató de vengar este asesinato y quisieron quemar vivo al pontífice pagano,

llenos de miedo huyeron de allí.

Los cristianos recogieron el cuerpo y lo enterraron con honores y gran veneración.

Santiago de Zebedeo opina:

–     Yo, sin embargo, pienso como Simón el Zelote.

Jesús pregunta:

–     ¿Y tú, Felipe?

–     Bueno… no quiero pensar en ello. El Eterno me dará lo que sea mejor.

El martirio de Felipe lo juntaremos con el de Andrés y el de Santiago de Zebedeo, en el siguiente post.

Andrés exclama:

–     ¡Oh…, callad!

¡Parece como si el Maestro debiera morir pronto! ¡No me hagáis pensar en su muerte! Andrés predicó en la costa del Mar Negro, el Caúcaso y Grecia. que fue su campo de apostolado.

San Andrés fue crucificado en Patrás de Acaya, en Grecia, alrededor del año 60. En una cruz aspada o Cruz de San Andrés

Y al estar atado y no clavado a la cruz, pudo predicar durante dos días al pueblo antes de morir.

Pedro confirma:

–     Es así, como has dicho, hermano mío.

Eres joven y estás sano, Jesús; debes enterrarnos a todos los de más edad que Tú.

Jesús responde:

–     ¿Y si me mataran?

Pedro grita:

–     ¡Que no te suceda jamás! ¡Te vengaría!

–     ¿Cómo? ¿Con venganza de sangre?

–     ¡Hombre, pues… incluso con sangre si me autorizas!

Si no, cancelando las acusaciones lanzadas contra Ti con mi profesión de fe ante las gentes.

El Martirio de San Pedro

El mundo te amará por mi infatigable predicación.

–     Es cierto. Así será.

¿Y tú, Juan? ¿Y tú, Mateo?

Mateo contesta:

–     Yo debo sufrir y esperar a haber lavado mi espíritu con abundancia de dolor.

Fue ejecutado mientras celebraba la Santa Misa…

Después de algunos años de apostolado en Palestina, Mateo se trasladó a Etiopía, donde realizó muchos milagros y resucitó a una hija del rey Egido.

Éste y toda su familia se hicieron cristianos. Cuando el rey murió, subió al trono Hitarco.

En el año 60d.C. en la ciudad de Nadaver  Etiopía, el nuevo monarca se enamoró perdidamente de Efigenia

y prometió a Mateo la mitad de su reino si lograba convencer a la joven para que lo aceptara por esposo.

El apóstol le contestó a Hitarco:

–   Tu antecesor iba a la iglesia. Ve tú también el próximo Domingo y escucha lo que hablaré sobre el matrimonio.

El rey, pensando que Mateo iba a convencer a Efigenia, acudió a la iglesia ilusionado.

Mateo habló largamente sobre las excelencias del matrimonio.

Hitarco mientras le oía, reafirmó su idea de que Mateo le estaba ayudando a inclinar hacia él, el ánimo de Efigenia, que también estaba presente.

Y tan persuadido estaba de esto, que aprovechando una pausa que hizo el apóstol, se puso de pie y lleno de júbilo felicitó al predicador.

Mateo rogó al rey que guardara silencio, que se sentara de nuevo y que por favor siguiera escuchando, pues todavía no había terminado.

Mateo concluyó su conferencia de esta manera:

–   Cierto que el matrimonio,

si los esposos observan escrupulosamente las promesas de fidelidad que al contraerlo mutuamente se hacen, es una cosa excelente.

Pero prestad atención: supongamos que un ciudadano cualquiera arrebatara la esposa a su propio rey.

¿Qué ocurriría?

Pues no solo el usurpador cometería una gravísima ofensa contra su soberano,

sino también incurriría en un delito que está castigado con la pena de muerte.

Y el delito no es por haber querido casarse; sino por haber quitado a su rey, algo que legítimamente le pertenece

y por haber sido el causante de que la esposa faltase al juramento de fidelidad hecho a su verdadero esposo.

Estando así las cosas:

¿Cómo tú Hitarco, súbdito y vasallo del rey eterno, sabiendo que Efigenia es una virgen consagrada al Señor,

te has atrevido a poner tus ojos en ella y pretendes que sea infiel a su verdadero esposo, que es precisamente tu Soberano.

Al oír esto, Hitarco se encolerizó y salió furioso de la iglesia.

Mateo, sin inmutarse prosiguió su homilía y exhortó a los oyentes a la paciencia y a la perseverancia.

Al final, bendijo a las vírgenes y en especial a Efigenia, que asustada se había arrodillado ante él.

Cuando terminó la celebración eucarística, Mateo aún estaba en el altar orando con los brazos extendidos hacia el cielo,

cuando un sicario enviado por el rey, se le acercó y le clavó una lanza en la espalda y lo mató.

MARTIRIO DE SAN MATEO

Poco después Hitarco quiso quemar la casa en que vivían las vírgenes, pero el santo apóstol se apareció y las rescató de las llamas.

Por su parte, el rey contrajo lepra y se suicidó con su propia espada.

El pueblo proclamó rey a un hermano de Efigenia que también había sido bautizado por Mateo

Y la Fe se propagó por tierras etíopes.

Juan dice:

–     Y yo… no sé.

Yo quisiera morir inmediatamente para no verte sufrir; quisiera estar a tu lado para consolar tu agonía.

Quisiera vivir mucho para servirte durante mucho tiempo; quisiera morir contigo para entrar contigo en el Cielo. Cualquier cosa querría, porque te amo.

Después de la Asunción de la Virgen María y antes de la destrucción de Jerusalén,

 Juan fue a establecerse en Éfeso, junto con una comunidad de creyentes.

En una ciudad cercana, una vez vio a un apuesto joven y lo llevó a presentar al obispo a quién él mismo había consagrado.

Y le dijo:

–    En presencia de Cristo y ante esta congregación, dejo a este joven a tus cuidados.

El obispo lo hospedó en su casa, lo evangelizó, lo bautizó y lo confirmó.

Pero después de un tiempo el muchacho frecuentó malas compañías y acabó convirtiéndose en un asaltante de caminos.

Después de algún tiempo, Juan volvió a la ciudad,

y le dijo al Obispo:

–    Devuélveme ahora el encargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia.

El obispo se sorprendió y san Juan le explicó que era el joven que le había confiado.

Y el obispo exclamó:

–   Ha muerto para Dios.

Se convirtió en un ladrón.

Entonces el apóstol averiguó dónde podría encontrarlo y lo fue a buscar a la montaña donde estaba la guarida.

Cuando llegó, el joven renegado lo reconoció y trató de huir lleno de vergüenza.

Juan le gritó:

–    ¡No te vayas!

¿Por qué huyes de mí, tu padre, que soy un viejo y sin armas?

Siempre hay tiempo para el arrepentimiento.

Yo responderé por ti, ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación.

Es Cristo quién me envía.

El joven escuchó estas palabras, inclinó la cabeza y se soltó llorando.

Luego se acercó a Juan para implorarle una segunda oportunidad.

El apóstol lo reconcilió con la iglesia.

Juan también hizo una predicación poderosa.

Cuando era obispo de Éfeso, se había convertido Drusilla y ésta no quiso ya vivir con su marido que se llamaba Andronic.

y se refugió en un sepulcro.

Un joven que se llamaba Calímaco y estaba perdidamente enamorado de ella, la siguió hasta ese lugar.

Y la apremiaba para que correspondiera a su pasión.

Asediada Drusilla por su marido y por el pretendiente, deseaba morir y lo consiguió.

Frenéticamente enamorado Calímaco, sobornó a un criado de Andronic y entró a su sepulcro.

Le quitó a su amada el sudario y exclamó:

–     Lo que tú no me has querido conceder cuando vivías, lo tomaré ahora que estás muerta.

En el demencial ataque, sació sus deseos en el cadáver de Drusilla.

En ese mismo instante, salió del sepulcro una serpiente.

Calímaco se desmayó y la serpiente lo mató.

Hizo lo mismo con el criado cómplice y se quedó enrollada en su cuerpo.

Entonces llegaron Andronic y Juan y se sorprendieron al ver que Calímaco estaba vivo.

Juan ordenó a la serpiente que se fuera y ésta le obedeció.

Volviéndose hacia Calímaco, le preguntó:

–   ¿Cómo resucitaste?

Calímaco le contestó:

–   Un ángel me habló y me dijo:

‘Era preciso que murieras, para que al revivir te conviertas en cristiano’.

Por favor enséñame tu Doctrina, porque yo quiero ser bautizado. Y te ruego que resucites a Drusilla.

El apóstol realizó enseguida ese milagro y todos le suplicaron que resucitase también al sirviente.

Pero éste era un hombre muy protervo, en cuanto recobró la vida, dijo que prefería morir otra vez, antes que ser cristiano y quedó muerto al instante.

Juan solamente sentenció que el árbol malo, siempre produce malos frutos.

Aristodemo, gran sacerdote del Templo de Artemisa,

aunque le sorprendieron mucho estos milagros, se negó a convertirse.

y le dijo a Juan:

–    Dejadme que os envenene.

Y si el veneno no os mata, entonces me convenceré.

El apóstol aceptó la propuesta,

pero a condición de que Aristodemo envenenara primero,  a dos ciudadanos de Efeso que estaban sentenciados a muerte.

Aristodemo les hizo beber el veneno y los dos murieron casi instantáneamente.

Cuando Juan tomó el mismo veneno, no le hizo ningún efecto.

Después resucitó a los dos muertos y el gran sacerdote se convirtió, junto con los dos resucitados.

San Juan era el único superviviente del colegio apostólico…

Y aunque anciano venerable, gozaba de excelente salud,

Hasta el punto de dar pie a que circulara entre la primitiva comunidad cristiana la leyenda de que no habría de morir.

Emperador Domiciano

Domiciano fue el instrumento de Dios para hacerle beber el cáliz de la pasión, que el Maestro le predijera.

Este emperador observó tanto su religión pagana, que no dudó en enterrar vivas a dos vestales que fueron infieles a su voto de castidad.

Buen gobernante en los comienzos, se volvió sumamente desconfiado.

A partir del año 93 un régimen de terror pesó sobre Roma y la delación se hizo la norma de gobierno.

Los filósofos fueron los primeros en sufrir las consecuencias, como ya había ocurrido en el reinado de Nerón.

Unos padecieron la muerte, otros fueron desterrados, como Epicteto y Dión Crisóstomo.

Tácito y Juvenal aseguran que inundó de sangre la ciudad, inmolando a sus más ilustres habitantes.

Naturalmente, también los cristianos, culpables de ateísmo, es decir, de menospreciar el culto al emperador y a la diosa Roma.

Refiere Hegesipo, judío converso y cercano a los sucesos, que Domiciano mandó prender conjuntamente

a los descendientes del rey David y a los cristianos.

Pero con San Juan obró de distinta manera.

Estaba decidido a exterminar de una vez por todas, esa nefasta superstición…

El prestigio de que gozaba entre los fieles le hacía más peligroso.

Y tenía que mandar un mensaje implícito, a todos los rincones del imperio.

Mandó prenderle en Efeso y le trajo conducido a Roma el año 95.

En el año 95d.C. el emperador Domiciano mandó arrestarlo en Éfeso, para que lo trajeran a Roma.   

Cuando el emperador lo tuvo frente a él, el heraldo anunció:

–   Éste es Juan, el apóstol de Cristo el crucificado’.

El cruel emperador se mostró insensible a la vista de este venerable anciano.

El hijo de Vespasiano lo miró atentamente.

Y recordó que los cristianos decían que Juan no moriría hasta que Jesús, su Dios regresara. 

Y tomó una decisión perversa:

Ahora mismo vería si eso era verdad.

Y le dijo a Juan:

–  ¡Si verdaderamente tu Jesús es Dios, entonces pídele que te salve!

 Y le condenó al más bárbaro de los suplicios:

Sería arrojado vivo en una caldera de aceite hirviendo; pero hubo de sufrir primero el terrible suplicio de la flagelación.

El santo octagenario escuchó con un gozo estremecedor, el anuncio de la sentencia.

Los verdugos encendieron la colosal hoguera y prepararon la tinaja con el aceite chisporroteante.  

Y san Juan estaba radiante de felicidad…

Al fin iban a quedar colmados sus deseos.

El cáliz que Jesús le prometiera beber, un día ya muy lejano en Palestina, estaba pronto con toda su amargura.

Domiciano no comprendió, el gozo de su prisionero…

 Y agregó diciéndole al jefe de los verdugos:

– ¡Llévenselo!

Y se lo llevaron cerca de la Puerta Latina, donde lo flagelaron.

Y fue el primer asombro de sus verdugos:

El bienaventurado apóstol, no exhaló un sólo lamento;…

Y su rostro parecía más radiante, con una alegría incomprensible durante su tormento, pues  alababa a Dios en su idioma natal: el arameo. 

Mientras el estupor aumentaba, todos los habitantes de la ciudad,  parecían congregarse en una  multitud pasmada y expectante…  

Luego los verdugos le condujeron al siguiente patíbulo…

Y Juan fué un humilde corderito imitando a su Maestro amado, pues  herido y sangrante por los flagelos…

¡Avanzó sin proferir una sola queja!

Domiciano esperaba quitarle la sonrisa y la dulzura, con su segundo suplicio.

que ya estaba listo para freir, al hombre que odiaba de una manera incomprensible…

Pues habían preparado un caldero con aceite hirviente y lo metieron ahí.

Los verdugos atizan el fuego y el aceite borbotea.

Pero Dios Tenía otros planes y no quiso que las cosas llegaran a su fin.

Le había concedido el mérito y el honor del martirio, pero al mismo tiempo,

volvía a repetirse el milagro de los tres jóvenes en el horno de Babilonia.

El fuego perdía sus propiedades destructoras.

Ante la admiración de verdugos y populacho, al contacto con el aceite, San Juan fué sanado de las heridas del primer tormento,

¡Y continuaba ileso en la caldera!

Y el aceite hirviendo le servía de baño sanador, refrescante y tratamiento rejuvenecedor.

Dentro del caldero se ve a Juan de rodillas, orando en el espíritu.

Se le ve intacto, sereno, alegre.

Pasó un largo rato y Juan continúa orando.

Todos los espectadores han enmudecido por el asombro.

Nada puede hacerle daño a este hombre portentoso.

El malévolo baño, lo único que consiguió fue sanarlo y rejuvenecerlo,

ante los ojos admirados de todos lo que lo contemplan.

Domiciano lo mira furioso.

Su plan para destruir la Fe en Jesucristo, lo único que obtuvo fue aumentarla.

El tirano tomó  como magia el prodigio y tomó otra decisión perversa:

Luego dice a sus oficiales, antes de retirarse:

–   Saquen a este hombre de aquí. No quiero verlo.

Ya que Juan había salido sin huella alguna de la flagelación recibida y mucho más más joven y vigoroso del segundo  suplicio, 

Esto produjo un aluvión de conversiones al cristianismo en Roma y en todo el imperio, conforme las noticias se dispersaron. 

Después de esta humillante derrota, el emperador desistió de querer asesinarlo.

Juan salió incólume y fue desterrado a la isla de Patmos, en el mar Egeo.

Y Domiciano tuvo que tragarse su derrota, con un mísero consuelo:

Por algo eligió Patmos…

Porque de esta manera el martirio continuaba.

Patmos es una pequeña isla, árida y semidesértica, que servía de escala a los navíos que iban o venían de Roma a Efeso.

En esta isla, donde los prisioneros realizaban trabajos forzados. Y no había nada, pues era un lugar árido,agreste, volcánico.

Y fue precisamente aquí, que San Juan escribió su  Apocalipsis, su último y gran servicio a la Iglesia.

Un domingo se le aparece Cristo glorificado y le ordena escribir sus Siete Cartas a las comunidades de:

Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.

Sin embargo, el Apocalipsis es un mensaje de esperanza y encierra un deseo infinito en ese Amén, con que el apóstol anciano, que presiente el fin,

responde a las palabras de Jesús: “Vengo pronto”. Y Juan contesta: “Amén. Ven, Señor Jesús” (Apoc. 22, 20) 

Cuando Domiciano murió en el año 99d.C. el senado revocó sus decretos y su sucesor el emperador Nerva, le dio la amnistía.

Regresó a Éfeso, donde descansaba entreteniéndose con una tortolilla.

Juan pasó los últimos años, en un estricto ascetismo: tomaba solo pan y agua. Y su vida era muy austera y sencilla.

Por su edad avanzada, ya no tenía fuerzas y no predicaba.

Sólo aconsejaba a los obispos de la Iglesia.

Repetía incesantemente: ‘Hijitos, ámense los unos a los otros’.

Un día, sus discípulos le preguntaron por qué siempre repetía esto.

Y Juan les respondió:

–   ‘Este es el mandato del Señor y si ustedes lo cumplen, con eso bastará.’

Después que transcurrieron veintiséis años desde que regresó de la isla de Patmos a Éfeso, se le apareció Jesucristo

y le dijo:

–     “Ya es hora de que vengas a mi banquete, con tus hermanos”

Tenía poco más de un siglo de edad. 

Juan reunió a siete de sus discípulos y les dijo:

–           Tomad las espadas en vuestras manos y seguidme.

Así lo hicieron. 

Lo siguieron fuera de la ciudad, hasta cierto lugar donde les ordenó sentarse.

él se apartó a un sitio tranquilo, un poco más allá y comenzó a orar.

Era muy temprano, antes del amanecer.

Después de un rato los llamó y les dijo:

–    Cavad con vuestras espadas una zanja en forma de cruz, del tamaño que yo tengo.

Así lo hicieron, mientras él seguía orando en el espíritu.

Después de terminar su oración, llamó a  sus discípulos, les dio instrucciones…

Los abrazó diciendo:

–           Tomad un poco de tierra madre y cubridme hasta el cuello.

Colocad este velo delgado en mi rostro y abrazadme de nuevo por última vez; porque vosotros ya no me veréis más en esta vida.

Todos volvieron a abrazarlo llenos de pesar.

Lamentándose amargamente, mientras lo despedían en paz.

Luego se metió en la zanja y justo cuando el sol acababa de salir, él entregó su espíritu.

Habían pasado 68 años después de que él fuera testigo de la Crucifixión y muerte de su amado Maestro.

Todos los años el ocho de mayo, sale una fragante mirra de su tumba y los enfermos que oran pidiéndolo, por su intercesión se sanan. 

Vivió hasta el gobierno pleno del emperador Trajano, después de que todos sus compañeros apóstoles, habían sido abatidos por el Edicto de Nerón.

Y Juan contestándole a Jesús dice:

–    Y yo, que soy el menor entre mis hermanos, pienso que todo esto me será posible con tal de que sepa amarte a la perfección.

¡Jesús, aumenta tu amor! – finaliza Juan.

Judas corrige:

–     Querrás decir: “Aumenta mi amor”.

Porque somos nosotros quienes debemos amar cada vez más…

Juan objeta:

–     No. Digo: “Aumenta tu amor”

Porque nosotros amaremos en la medida en que Él nos encienda cada vez más con su amor.

Jesús acerca hacia sí al puro y apasionado Juan, lo besa en la frente y le dice:

–     Has revelado un Misterio de Dios sobre la santificación de los corazones.

Dios se efunde sobre los justos y en la medida en que éstos se rinden a su amor, Él lo va aumentando… y así crece la santidad.

Éste es el misterioso e inefable actuar de Dios y de los espíritus; se cumple en los silencios místicos,.

Y su potencia, indescriptible con humanas palabras, crea indescriptibles obras maestras de santidad.

No es un error, sino palabra sabia, pedir que Dios aumente su amor en un corazón.

«Señor: dame más amor. para amarte siempre más. Dame adoración para adorarte, por toda la Eternidad…»