77 EL SEGUNDO MANDAMIENTO

77 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús no está. Hay un gran desconcierto entre los discípulos. Su agitación es tanta, que parecen un enjambre provocado.

Hablan, miran fuera nerviosamente, hacia todas partes… 

Finalmente toman una decisión respecto a lo que los tiene agitados.

Pedro ordena a Juan:

–    Vete a buscar al Maestro. Está en el bosque junto al río. Dile que venga pronto para que diga lo que debemos hacer.

Juan va a la carrera.

Judas de Keriot, dice:

–    No entiendo por qué tanta confusión y tanta descortesía.

Yo habría ido y lo habría recibido con todos los honores. Es un honor suyo y también para nosotros. Así pues…

Pedro advierte.

–   Yo no sé nada.

Él será diferente a su pariente… pero a quién está con hienas se le pega el olor y el instinto.

Por lo demás, tú querrías que se fuese aquella mujer… ¡Pero ten cuidado! El Maestro no quiere y yo la tengo bajo mi protección.

Si la tocas… ¡Yo no soy el Maestro! Te lo digo para tu conducta futura.

Judas dice con ironía:

–   ¡Hummm! ¿Quién es pues? ¿Tal vez la bella Herodías?

–    ¡No te hagas el gracioso!

–    Si me hago el gracioso es por tí.

Has creado en torno a ella una guardia real, como si se tratara de una reina…

–    El Maestro me dijo: ‘Procura que no se le perturbe y respétala’ Y eso es lo que hago.

Tomás pregunta:

–   ¿Pero quién es? ¿Lo sabes?

Pedro dice:

–    Yo no.

Varios insisten:

–    ¡Ea! ¡Dilo! ¡Tú lo sabes!

–   Os juro que no sé nada. El Maestro lo sabe. Pero yo no.

–   Hay que preguntárselo a Juan. A él le dice todo.

Judas pregunta:

–  ¿Por qué? ¿Qué cosa especial tiene Juan? ¿Es acaso un dios tu hermano?

Santiago de Zebedeo responde:

–   No, Judas. Es el más bueno de nosotros.

Santiago de Alfeo dice:

–   Por mí ni me preocupo.

Ayer mi hermano la vio cuando salía del río con el pescado que le había dado Andrés y se lo preguntó a Jesús.

Él respondió: ‘Tadeo. No tiene cara. Es un espíritu que busca a Dios. Para Mí no se trata de otra cosa y así quiero que sea para todos.’

Y lo dijo en tal forma: ‘Quiero’ que os aconsejo de no insistir.

Judas de Keriot dice:

–   Yo voy a donde está ella.

Pedro se enciende como un gallo de pelea y replica:

–    ¡Haz la prueba! Si eres capaz…

–   ¿La harás de espía para acusarme con Jesús?

–    Dejo ese encargo a los del Templo.

Nosotros los del lago ganamos el pan con el trabajo y no con la delación. No tengas miedo de que Simón de Jonás la haga de espía.

Pero no me provoques y no te atrevas a desobedecer al Maestro, porque yo soy…

–    ¿Y quién eres tú? ¡Un pobre hombre como yo!

–     Sí, señor. al revés.

Más pobre, más ignorante, más vulgar que tú. Y no me avergüenzo. Me avergonzaría si fuese igual a ti en el corazón.

El Maestro me confió este encargo y yo lo hago.

–    ¿Igual a mí en el corazón? Y…

¿Qué cosa hay en mi corazón que te causa asco? ¡Habla! ¡Acusa! ¡Ofende!…

Bartolomé interviene:

–    ¡Judas! ¡Cállate! Respeta las canas de Pedro.

–    Respeto a todos. Pero quiero saber qué cosa hay en mí…

Pedro estalla:

–    Al punto eres servido.

Déjame hablar… hay tanta soberbia que con ella se puede llenar esta cocina. Hay falsedad y hay lujuria.

Judas casi se ahoga:

–   ¿Yo falso?…

Todos se interponen y Judas debe callar.

Simón, con calma dice a Pedro:

–    Perdona amigo, si te digo una cosa.

Él tiene defectos, pero tú también los tienes. Y uno de ellos es el de no compadecer a los jóvenes. ¿Por qué no tomas en cuenta la edad? ¿El nacimiento y… tantas otras cosas?

Mira. Tú obras por amor a Jesús. Pero, ¿No has notado que estas disputas le causan hastío? A él no le digo nada. –señala a Judas- pero a ti, sí.

Porque eres un hombre maduro y muy sincero, te hago esta súplica:

¡Él tiene tantas penas por sus enemigos y dárselas también nosotros! Hay tantas guerras a su alrededor. ¿Por qué provocar otra en su nido?

Tadeo confirma:

–   Es verdad. Jesús está triste y ha adelgazado.

En las noches oigo que da vueltas en su cama y suspira. Hace algunos días, me levanté y ví que lloraba, orando.

Le pregunté: ‘¿Qué te pasa?’ Él me abrazó y me dijo: ‘Quiéreme mucho. ¡Qué fatigoso es ser ‘Redentor’!

Felipe agrega:

–    También yo me di cuenta de que había llorado en el bosque junto al río.

Y a mi mirada interrogante respondió: ‘¿Sabes qué diferencia hay entre el Cielo y la Tierra, además de no ver a Dios?

Es la falta de amor entre los hombres. Me estrangula como una soga.

He venido a darles granos a los pajaritos, para que me amen los seres que se aman.’

amor animal

Escuchar todo esto, resquebraja por un momento el gran egoísmo de Judas.

Siente una oleada de amor por su Maestro y el conocer su sufrimiento, se le clava como un puñal en su corazón.

Y se deja caer, llorando como un niño.

Y en ese preciso momento, entra Jesús con Juan:

–  Pero, ¿Qué sucede? ¿Por qué ese llanto?

Pedro responde:

–  Por mi culpa, Maestro. Cometí un error. Regañé a Judas muy duramente.

Judas replica entre sollozos:

–  No… yo… yo… el culpable soy yo.

Yo soy el que te causa dolor. No soy bueno… Perturbo… Pero, ¡Ayúdame a ser bueno! Porque tengo algo aquí en el corazón…

Algo que no comprendo… que me obliga a hacer cosas que no quiero hacer. Es más fuerte que yo.

Judas con Posesión diabólica perfecta por la MALDAD

Y te causo dolor a Ti, Maestro; al que debería dar gozo. Créelo; no es falsedad.

Jesús dice:

–    Sí, Judas. No lo dudo.

Viniste a Mí, con sinceridad de corazón; con verdadero entusiasmo. Pero eres joven…

Nadie. Ni siquiera tú mismo te conoces como Yo te conozco. ¡Ea! ¡Levántate y ven aquí!

Luego hablaremos los dos solos. Mientras tanto, hablemos de aquello por lo que me mandasteis llamar.

¿Qué hay de malo en que venga Mannaém?

¿No puede un hermano de leche de Herodes, tener sed del Dios Verdadero?

¿Tenéis miedo por Mí? Tened fe en mi palabra. Este hombre ha venido con fines honestos.

Pedro:

–   ¿Entonces por qué no se dio a conocer?

Jesús:

–   Precisamente porque viene como un ‘alma’; no como hermano de Herodes.

Se ha envuelto en el silencio, porque piensa que ante la Palabra de Dios, no existe el parentesco con un rey. Respetaremos su silencio.

Andrés:

–    Pero si por el contrario… ¿Él lo envió?

–   ¿Quién?…  ¿Herodes?… No. No tengáis miedo.

Tadeo:

–   ¿Quién lo manda entonces?

Santiago:

–   ¿Cómo se ha informado de Ti?

–   Es discípulo de mi primo Juan.

Id y sed con él corteses; como con los demás. Id. Yo me quedo con Judas.

Los discípulos se van.

Jesús mira a Judas, que está todavía lloroso y le pregunta:

–      ¿Y? ¿No tienes nada que decirme?

Yo sé todo lo tuyo. Pero quiero saberlo por ti. ¿Por qué ese llanto? Y sobre todo, ¿Por qué ese desequilibrio, que te tiene siempre tan descontento?

Judas con posesión demoníaca perfecta por la SOBERBIA

–     ¡Oh, sí Maestro! Lo dijiste.

Soy celoso por naturaleza. Tú sabes que así es… Y sufro al ver que… Al ver tantas cosas.

Esto me saca de quicio, porque soy injusto. Y me hago malo, aun cuando no quisiera. No…

–     ¡Pero no llores de nuevo!

¿De qué estas celoso? Acostúmbrate a hablar con tu verdadera alma. Hablas mucho. Hasta demasiado…

Pero, ¿Con quién? Con el instinto y con tu mente. Tomas un fatigoso y continuo trabajo, para decir lo que quieres decir: hablo por ti. De tu ‘yo’.

Porque cuando tienes que hablar de otros y a otros, no te pones cortapisas, ni límites. Y lo mismo haces con tu carne.

Ella es un caballo bronco. Pareces un jinete a quien el jefe de las carreras, le hubiese dado dos caballos locos para hacer el paso de la muerte…

Uno es el sentido. Y el otro… ¿Quieres saber cuál es el otro? ¿Sí?…

Judas asiente con la cabeza.

Jesús continúa:

–           Es el error que no quieres domar.

Tú…  Jinete capaz pero imprudente. Te fías de tu capacidad y crees que basta.

Quieres llegar primero… no pierdes tiempo ni siquiera para cambiar de caballo.

Antes bien, los espoleas y pinchas. Quieres ser el ‘vencedor’… quieres aplauso.

¿Acaso no sabes que la victoria es segura cuando se conquista con constante, paciente y prudente trabajo?…

Habla con tu alma. De allí es de donde quiero que salga tu confesión. O, ¿Debo decirte lo que hay dentro?

Cuando se tiene una posesión demoníaca perfecta, Satanás es el Huésped dentro de nuestro corazón y la tragedia más grande de Jesús, es que Él ve con Quién está dialogando y lo tiene que mantener dentro de su círculo íntimo a pesar de ser su más grande Adversario…

Una sombra cruza por la mirada de Judas antes de responder:

–     Veo que también Tú no eres justo. Y no eres firme y esto me hace sufrir.

–    ¿Por qué me acusas? ¿En qué he faltado a tus ojos?

–     Cuando quise llevarte con mis amigos, no te gustó.

Y dijiste: ‘Prefiero estar entre los humildes.’ Luego Simón y Lázaro te dijeron que era bueno que te pusieras bajo la protección de un poderoso y aceptaste.

Tú das preferencia a Pedro, a Simón, a Juan. Tú…

–    ¿Qué otra cosa?

–    Nada más, Jesús.

–    Nubecillas… pompas de espuma.

Me das compasión porque eres un desgraciado  que te torturas, pudiendo alegrarte.

¿Puedes decir que este lugar es de lujo? ¿Puedes decir que no hubo una razón poderosa que me obligó a aceptarlo?…

¿Si Sión no me hubiera arrojado, estaría refugiado en un lugar de asilo?

–    No.

–   ¿Entonces cómo puedes decir que no te trato como a los demás?

¿Puedes decir que he sido duro contigo cuando has faltado? Tú no fuiste sincero… las vides… ¿Qué nombre tenían esas vides?…

No fuiste complaciente con quién sufría y se redimía. Ni siquiera fuiste respetuoso conmigo. Y los otros lo vieron.

Y con todo; una sola voz se levanta incansable en tu defensa: la mía. Los demás tendrían el derecho de estar celosos.

Porque si ha Habido uno que fuera preferido y protegido, eres tú.

Judas, avergonzado y conmovido, llora.

–    Me voy.

Es la hora en que soy de todos. Tú quédate y reflexiona…

–    Perdóname, Maestro.

No podré tener paz, si no tengo tu perdón. No estés triste por mi causa. Soy un muchacho malvado… Amo y atormento…

Así sucedía con mi madre. Así es ahora contigo. Y así será con mi esposa, si algún día me caso… creo que sería mejor que me muriese.

–    Sería mejor que te enmendases.

Estás perdonado. ¡Hasta luego!

Jesús sale.

Afuera está Pedro, que le dice:

–     Ven, Maestro. Ya es tarde.

Hay mucha gente. Dentro de poco se pondrá el sol. Y no has comido. Ese muchacho es causa de todo.

–    ‘Ese muchacho’ Tiene necesidad de todos vosotros para no ser el causante de estas cosas.

Procura recordarlo, Pedro. Si fuese tu hijo, ¿Lo compadecerías?

–    ¡Uhmmm! Sí y no.

Lo compadecería. Pero le enseñaría también algunas cosas. Aunque fuese adulto le enseñaría como a un jovencillo mal educado.

Bueno… si fuese mi hijo, no sería así…

–    ¡Basta!

–    Sí, ¡Basta, Señor mío!

Mira, allí está Mannaém. Es el que tiene el manto rojo muy oscuro, que parece casi negro.

Me dio esto para los pobres. Y me preguntó que si podía quedarse a dormir.

–   ¿Qué respondiste?

–   La verdad. ‘No hay más que para nosotros…’

Jesús no dice nada. Deja a Pedro y va a dónde está Juan y le dice algo en voz baja.

Luego, ya en su puesto, comienza a hablar:

–    La paz esté con todos vosotros, y con ella descienda sobre vosotros luz y santidad.

Está escrito: “No profieras en vano mi Nombre”.

¿Cuándo se le toma en vano? ¿Sólo cuando se le blasfema? No. También cuando uno lo profiere sin ser digno de Dios.

¿Puede un hijo decir: `Amo y honro a mi padre”, si luego, a todo lo que el padre desea de él opone una acción contraria?

No es diciendo: “padre, padre” como se le ama. No es diciendo: “Dios, Dios”, como se ama al Señor.

‘En Israel, que – como he explicado anteayer – tiene tantos ídolos en el secreto de los corazones, existe también un hipócrita alabar a Dios, un alabar que no queda corroborado por las obras de quienes lo hacen.

Hay en Israel también una tendencia: la de descubrir muchos pecados en las cosas externas y no querer encontrarlos donde realmente existen, en las cosas internas.

Tiene también Israel una necia soberbia, un antihumano y antiespiritual hábito: el de estimar blasfemia el Nombre de nuestro Dios pronunciado por labios paganos,

llegando a prohibirles a los gentiles el acercarse al Dios verdadero porque se considera sacrilegio. Así ha sido hasta ahora; cese ya.

El Dios de Israel es el mismo Dios que ha creado a todos los hombres. ¿Por qué impedir que los seres creados sientan la atracción de su Creador?

¿Creéis que los paganos no sienten algo en el fondo dei corazón, una insatisfacción que grita, que se agita, que busca?; ¿A quién?, ¿A qué?:  al Dios desconocido.

¿Y pensáis que si un pagano orienta su propio ser hacia el altar del Dios desconocido, hacia ese altar incorpóreo que es el alma en que siempre hay un recuerdo de su Creador, el alma que espera ser poseída por la gloria de Dios,

como lo fue el Tabernáculo erigido por Moisés según la orden recibida y que llora hasta no quedar poseída, pensáis que Dios rechaza su ofrecimiento como si de una profanación se tratase?

EL SEGUNDO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS

¿Y creéis que es pecado ese acto, suscitado por un honesto deseo del alma que, despertada por celestes llamadas, dice “voy” al Dios que le está diciendo “ven”?

¿Mientras que por el contrario sería santidad el corrompido culto de un Israel que ofrece al Templo lo que tras haber gozado le sobra,

y entra a la presencia de Dios y lo nombra, al Purísimo,  con alma y cuerpo que no son sino toda una gusanera de culpas?

No. En verdad os digo que es en ese israelita, que con alma impura pronuncia en vano el Nombre de Dios, donde se da la perfección del sacrilegio.

Es pronunciarlo en vano cuando – y estúpidos no sois – cuando, por el estado de vuestra alma sabéis que lo pronunciáis inútilmente.

¡Oh, verdaderamente veo el rostro indignado de Dios, volviéndose hacia otra parte con disgusto, cuando un hipócrita lo llama, cuando lo nombra un impenitente!

Y siento terror de ello, Yo que no merezco ese enojo divino.

Leo en más de un corazón este pensamiento:

“Pero entonces, aparte de los niños, ninguno podrá invocar a Dios, dado que en todas partes en el hombre hay impureza y pecado”.

No. No digáis eso. Son los pecadores quienes deben invocar ese Nombre.

Deben invocarlo quienes se sienten estrangulados por Satanás y quieren liberarse del pecado y del Seductor.

Quieren. He aquí lo que transforma el sacrilegio en rito. Querer curarse.

Llamar al Poderoso para ser perdonados y para ser curados. Invocarlo para poner en fuga al Seductor.

Está escrito en el Génesis que la Serpiente tentó a Eva en el momento en que el Señor no paseaba por el Edén.

Si Dios hubiera estado en el Edén, Satanás no habría podido estar. Si Eva hubiera invocado a Dios, Satanás habría huido.

Tened siempre en el corazón este pensamiento. Y llamad con sinceridad al Señor. Ese Nombre es salvación. Muchos de vosotros quieren bajar a purificarse.

Purificaos primero el corazón, incesantemente, escribiendo en él, con el amor, la palabra “Dios”.

No con engañosas oraciones o con prácticas consuetudinarias, sino con el corazón, con el pensamiento, con los actos, con todo vosotros mismos, pronunciad ese Nombre: Dios.

Pronunciadlo para no estar solos, pronunciadlo para ser sostenidos, pronunciadlo para ser perdonados. Comprended el significado de la palabra del Dios del Sinaí:

“En vano” es cuando decir “Dios” no supone una transformación en bien; y entonces, es pecado.

“En vano” no es cuando, como el latido de sangre en el corazón, cada minuto de vuestro día, y toda acción vuestra honesta, toda necesidad, tentación, todo dolor os trae a los labios la filial palabra de amor:”¡Ven, Dios mío!”.

Entonces, en verdad, no pecáis nombrando el Nombre santo de Dios. 

Marchad. La paz sea con vosotros.

No hay ningún enfermo.

Jesús permanece con los brazos cruzados apoyado contra la pared, bajo el techado en que ya descienden las sombras.

Cuando termina, no hay ningún enfermo. Jesús se queda con los brazos cruzados y mira a los que se van yendo, después de que los ha despedido y bendecido.

El hombre vestido de rojo oscuro, parece que no sabe qué hacer.

Jesús no lo pierde de vista, cuando lo ve que se dirige hacia su caballo, lo alcanza y le pregunta:

–    ¡Oye! Espérame. Ya va anochecer. ¿Tienes dónde dormir? ¿Vienes de lejos? ¿Estás solo?

El hombre contesta titubeante:

–    De muy lejos… Y me iré. No sé… si en el poblado encontraré… o hasta Jericó. Allí dejé la escolta en la que no confiaba.

Jesús le dice:

–    No. Te ofrezco mi cama. Ya está lista. ¿Tienes que comer?

–    No tengo nada. Creí que este lugar sería más hospitalario.

–     No falta nada.

–     Nada. Ni siquiera el odio contra Herodes. ¿Sabes quién soy? 

–    Los que me buscan tienen un solo nombre: ‘Hermanos, en el Nombre de Dios’. Ven. Juntos compartiremos el pan. Puedes llevar el caballo a aquel galerón. Yo dormiré allí y te lo cuidaré.

     No. Esto jamás. Yo dormiré ahí. Acepto el pan; pero no más. No pondré mi sucio cuerpo donde Tú pones el tuyo, que es santo.

–     ¿Me crees santo?

–    Sé que eres santo. Juan, Cusa, tus obras… tus palabras.

El palacio real es como una concha que conserva el rumor del mar. Yo iba a donde estaba Juan… Y luego lo perdí.

Él me dijo: ‘Uno que es más santo que yo, te recogerá y te elevará’ no podrías ser otro, sino Tú.

Vine en cuanto supe en dónde estabas.

Zelote regresa del río, después de bautizar y Jesús bendice a los últimos bautizados.

Luego le dice:

–    Esta persona, es el peregrino que busca refugio en el Nombre de Dios. Y en el Nombre de Dios lo saludamos como amigo.

Simón se inclina y el hombre también.

Entran en el galerón y Mannaém amarra el hermosísimo caballo blanco, con gualdrapas de color rojo que penden de la silla, adornadas con plata, en el pesebre.

Juan acude con hierba y un cubo con agua.

Acude Pedro también, con una lámpara de aceite, porque ya está oscuro.

Mannaém dice:

–    Aquí estaré muy bien. Dios os lo pague.

Jesús le pone la mano en el hombro y le dice:

–   Ven amigo mío. Vamos a compartir el pan…

Luego entran todos en la cocina, donde arde una tea y se reúnen para cenar…

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