Archivos diarios: 12/01/21

133 VIAJE HACIA EL PERDÓN

133 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La velada contnúa su relato a María… 

Desde la ventana ya había oído palabras y había visto un aspecto que habían conmovido mi corazón.

Pero, Madre; te juro que no fue la carne la que me movió hacia tu Jesús.

Lo que El me reveló fue la causa de que me acercara al umbral de la puerta…

Desafiando las burlas del vulgo, para decirle: «Entra» 

Fue el alma, esa alma que hasta entonces no sabía que tenía.

Me dijo: «Mi Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de ser salvado.

Salvo enseñando a ser puros, a querer el dolor por el honor, a querer el Bien a toda costa.

Yo soy Aquel que busca a los perdidos,   

Aquel que da la Vida; soyPureza y Verdad».

Me dijo que yo también tenía un alma, pero que 1a había matado con mi modo de vivir.    

No obstante, no me maldijo ni se burló de mí.

¡Y no puso en mí sus ojos un solo momento!

Es el primer hombre que no me ha comido con su ávida mirada, porque llevo conmigo la tremenda maldición de atraer al hombre…

Me dijo que quien lo busca lo encuentra, porque está donde hay necesidad de médico, medicinas.

Y se marchó. Pero sus palabras quedaron aquí y aquí han permanecido.

Yo me decía: «Su Nombre quiere decir Salvador»,    

Como queriendo empezar a curarme. 

De su visita me habían quedado sus palabras y sus amigos, los pastores.  

Mi primer paso fue darles a los pastores limosna y pedirles oraciones…

Luego… me escapé…

Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador…

Busqué, busqué, segura de que lo encontraría porque así me lo había prometido.

Me mandaron a donde un hombre de nombre Juan, creyendo que era Él, pero no era.

Posteriormente, un hebreo me indicó el camino de Agua Especiosa.

Vivía de la venta del oro que tenía, que era mucho.

Durante los meses en que viví errante tuve que mantener cubierto mi rostro para que no me atrapasen de nuevo.

 Y porque además Áglae realmente estaba sepultada bajo ese velo;

había muerto la vieja Áglae, quedaba sólo esa alma suya herida y desangrada que iba en busca de su médico.

Muchas veces tuve que huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis vestiduras.

Incluso uno de los amigos de tu Hijo…

En Agua Especiosa vivía como un animal.

Vivía pobre pero feliz.

Ni el rocío ni el río me limpiaron como sus palabras.

¡Oh, ni una sola perdí!

Una vez perdonó a un asesino. Oí sus palabras y estuve a punto de decirle: «¡Perdóname también a mí!».

Otra vez habló de la inocencia perdida.

¡Oh, qué llanto de nostalgia! Otra vez curó a un leproso…

Y estuve por gritar: «¡Límpiame a mí de mi pecado…!».

Otra vez curó a un demente romano… Y lloré…

Y mandó que me dijeran que las patrias pasan pero el Cielo permanece.

Una noche de tormenta me ofreció la casa…

Y se preocupó de que el encargado me diera posada…

A través de un niño, me dijo: «No llores»…

¡Oh, qué bondad la suya!  

¡Qué miseria la mía!:

Tan grandes ambas, que no me atreví a portar mi miseria a sus pies, a pesar de que uno de los suyos, de noche…

Me instruyera acerca de la infinita misericordia de tu Hijo.

Luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma renacida…

Lo esperé…

Pero lo esperaba también la venganza de aquellos que son aun mucho más indignos que yo de mirarlo.

Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios…

Y me maltrataron.

Pero me hirieron más sus acusaciones que las piedras.

Hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la desesperación.

¡Oh, qué tremenda lucha conmigo misma!

Andrajosa, sangrante, herida, febril, ya sin Médico, sin techo ni pan, miré hacia atrás, miré al futuro…

El pasado me decía: «Vuelve»…

El presente: «Mátate»;..

El futuro: «Ten esperanza». 

He tenido esperanza.

No me he quitado la vi-da…

Lo haría, eso sí, si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era.

A duras penas llegué a un pueblo pidiendo asilo.

Me reconocieron.

Tuve que salir huyendo como un animal…

Y he tenido que seguir huyendo de todos los lugares, perseguida siempre.

Siempre ultrajada, siempre maldecida, porque quería ser honesta.

Y porque se esfumaban las esperanzas de quienes por medio de mí, querían asestar sus golpes contra tu Hijo.

Subí hasta Galilea siguiendo el curso del río y vine hasta aquí…

Tú no estabas… Fui a Cafarnaúm: acababas de partir.

Pero me vio un anciano, uno de sus enemigos…

Y me habló de mí como prueba evidente contra Él, Tu Hijo.

Y dado que yo lloraba y no reaccionaba,

me dijo: «Todo podría cambiar para ti si quisieras ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí nazareno.

Bastaría con que dijeras, ante mis amigos, que Él era tu amante…».

Huí como quien ve abrirse una mata florida al desenroscarse una serpiente.

Y comprendí que ya no podía ir a postrarme a sus pies.

Por eso vengo a ti.

Aquí estoy: pisotéame; soy sólo fango.

Aquí me tienes: aléjame de tu presencia, porque soy pecadora.

Dime mi nombre: meretriz.

Estoy dispuesta a aceptar todo lo que me digas o hagas.

, ten piedad, Madre; toma mi pobre alma sucia y llévala a El.

Cierto es que poner en tus manos mi lujuria es delito…

Pero son el único lugar en que estará protegida del mundo, que la quiere para sí…

Y se hará penitente.

Dime cómo he de comportarme. Dime qué tengo que hacer.

Dime cuál es el medio que debo seguir para dejar de ser Aglae.

¿Qué debo amputarme?

¿Qué debo arrancarme para dejar de ser pecado, seducción, para no tener que temer ni a mí misma ni al hombre?

¿Tengo que arrancarme los ojos? ¿Tengo que quemarme los labios? ¿Tengo que cortarme la lengua?

Ojos, labios, lengua… me han servido en el mal. 

No quiero ya más el mal; estoy dispuesta a sacrificarlos para castigarme a mí y a ellos mismos.

¿0 quieres que me ampute estas concupiscentes caderas que me han impulsado a depravados amores?

¿O que me arranque estas vísceras insaciables, de las que siempre temo un nuevo despertar?

Dime, dime, ¿Cuál es la vía para olvidarse de que se es hembra…

¿Y para hacérselo olvidar a los demás?

María está estremecida. Llora, sufre…

Pero el único signo de su dolor son las lágrimas que caen sobre la arrepentida.

-Quiero morir perdonada.

Quiero morir sin otro recuerdo sino el del Salvador.

Quiero morir con su Sabiduría como amiga…

¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha, a mí y a Él, para acusarnos…».

Áglae llora, tirada en el suelo como un trapo.

María se pone en pie y casi jadeando,

susurra:

–     ¡Qué difícil es ser redentores!

Áglae, que lo ha oído, intuyendo el movimiento de María, dice quejumbrosamente:

–     ¿Ves cómo tú también sientes repulsa?

Me marcho. Todo está perdido.

–     No, hija, no está perdido todo.

Ahora empieza todo para ti. Escúchame, alma abatida:

No gimo por ti, sino por este mundo cruel.

No te dejo marcharte; te acojo, pobre golondrina lanzada contra mis paredes por la ventisca.

Te llevaré a donde Jesús y Él te señalará el camino de tu redención…

–     Ya no tengo esperanza…

El mundo tiene razón, no puedo ser perdonada.

–     No te puede perdonar el mundo, pero sí Dios.

Déjame que te hable en nombre del supremo Amor, que me ha dado un Hijo para que yo lo dé al mundo.

Que me ha sacado de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviera el Perdón.

Y me ha sacado sangre, pero no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima.

Mírame, hija.

En este corazón hay una gran herida, que me punza desde hace más de treinta años.

Que se abre cada vez más y me consume. ¿Sabes cuál es su nombre?

–     Dolor.

–     No. Amor.

El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté solo el Hijo en su acto salvador.   

Es el amor lo que me da fuego para que yo purifique a quienes no se atreven a ir a mi Hijo.

El amor hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores.

Tú querías mis caricias; te doy mis lágrimas, que te hacen ya blanca para poder mirar a mi Señor. 

El llanto de Aglae se ha vuelto desgarrador…

Y María la corrige:

–     ¡No llores de ese modo!

No eres la única pecadora que se acerca al Señor y se despide de Él ya redimida; otras hubo y otras habrá.

¿Dudas, acaso, de que Él te pueda perdonar?  

¿No ves en todo lo que te ha ocurrido un misterioso designio de la Bondad Divina?

¿Quién te condujo a Judea?

¿Y a la casa de Juan?

¿Quién te movió a asomarte a la ventana aquella mañana?

¿Quién encendió en ti una luz para ilustrarte sus palabras?

¿Quién te dio la capacidad de entender que la caridad, unida a la oración del favorecido, obtienen auxilio divino?

¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Samay?

¿Quién, de perseverar los primeros días hasta su llegada?

¿Quién te puso en su camino?

¿Quién te capacitó para vivir como una penitente a fin de que se fuera purificando tu alma?

¿Quién ha hecho en ti alma de mártir, de creyente, de mujer perseverante, de mujer pura?…

Sí, no menees la cabeza.

¿Piensas, acaso, que sólo es puro quien no ha conocido la sensualidad?

¿O piensas que el alma no puede jamás volver a ser virgen y bella?

¡Hija, créeme que entre mi pureza, toda ella gracia del Señor!

¡Y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu pureza perdida, es mayor la tuya!

Tú la construyes, contra el apetito de los sentidos, la necesidad y el hábito.

En mí es dote natural, como respirar.

Tú debes cercenar tu pensamiento, los sentimientos, la carne; para no recordar, para no desear, para no secundar; yo…

¿Puede, acaso, una criaturita de pocas horas desear la carne?

¿Tiene mérito por no hacerlo? Pues así yo.

Yo no conozco esa trágica hambre que ha hecho de la humanidad una víctima.

No conozco sino la santísima hambre de Dios… 

 tú, sin embargo, ésta no la conocías.

Y has conseguido aprenderla… 

Y has domado la otra, trágica y horrenda; por amor a Dios, que ahora es tu único amor.

¡Sonríe, hija de la Misericordia divina! ¡Mi Hijo está haciendo en ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho.

Estás ya salvada, porque has tenido buena voluntad de salvarte, porque has aprendido la pureza, el dolor, el Bien.

Tu alma ha renacido.

Sí, necesitas su palabra, que te diga en nombre de Dios: «Estás perdonada».

Eso yo no lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón…

¡Oh, Espíritu Eterno, un poco de ti siempre está en tu María! 

¡Deja que Ella te infunda, Espíritu santificador, sobre esta criatura que llora y espera!

¡Por nuestro Hijo, Oh Dios de amor, salva a ésta que de Dios espera salvación!

¡Que la Gracia, de que dijo el ángel Dios me ha colmado, se pose milagrosamente sobre esta mujer…!

¡Y la mantenga hasta que Jesús, el Salvador bendito, el supremo Sacerdote, la absuelva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu!…

Es de noche, hija. Estás cansada.

Tus vestidos, hechos jirones.

Ven. Descansa.

Mañana te pondrás en camino…

Te enviaré a una familia de personas honradas, porque aquí ya vienen demasiados.

Te daré un vestido en todo igual al mío.

Parecerás una hebrea.

Yo veré a mi Hijo en Judea, no antes, porque la Pascua se aproxima y para el novilunio de Abril estaremos en Betania; así que le hablaré de ti.

Ve a casa de Simón el Zelote.

Allí me encontrarás y te conduciré a Él.

Áglae sigue llorando, pero ahora con paz.

Está sentada en el suelo.

También María se ha sentado de nuevo.

Y Áglae deposita su cabeza sobre las rodillas de María y le besa la mano…

Luego susurra quejumbrosa:

–     Me reconocerán…

–     ¡Oh, no! No temas.

Tu vestido era demasiado conocido. 

Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón; serás como la virgen preparada para su boda:

Distinta y desconocida para la muchedumbre que ignora el rito. Ven.

Tengo una pequeña habitación al lado de la mía.

En ella se alojan santos y peregrinos deseosos de ir a Dios; te hospedará también a ti.

Aglae hace ademán de querer recoger el manto y el velo.

Pero María la detiene:

–     Deja. Son los vestidos de la pobre Áglae extraviada, que ya no existe…

Y  ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado odio…

Y tanto daño hace el odio cuanto el pecado.

Salen al oscuro huerto.

Entran en el cuarto de José.

María enciende una lamparilla que hay encima de una repisa.   

Acaricia una vez más a la arrepentida, cierra la puerta.

Y con su triple llamita, se hace luz para ver a dónde puede llevar el manto desgarrado de Áglae,

para que ningún visitante lo vea al día siguiente.  

132 HORA DE LA REDENCIÓN

132 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

 Es ya de noche. Todas las puertas están cerradas.

María está trabajando serena una tela.

Una lamparita de tres bocas ilumina una pequeña habitación de Nazaret, especialmente la mesa junto a la que está sentada la Virgen.

La tela – quizás es una sábana –pende del arquibanco y desde las rodillas hasta el suelo.

Así, María, que está vestida de azul oscuro, parece emerger de un cúmulo de nieve.

Está sola. Cose ligera, con la cabeza inclinada hacia su trabajo.

La luz enciende la parte más alta de su cabeza con reflejos de pálido oro, el resto de su rostro está en la penumbra.

En la habitación, bien ordenada, reina el máximo silencio.

De la calle, desierta en la noche, no llega ningún ruido; tampoco del huerto.  

La pesada puerta que a éste conduce desde la habitación en que María está trabajando – la misma en que generalmente come y recibe a las personas amigas – está cerrada.

Impidiendo que el ruido que hace el agua de la fuente al caer en la pila pueda entrar.

Reina verdaderamente el más profundo silencio. Desearía saber en qué piensa la Virgen mientras sus manos trabajan veloces…

Llaman discretamente a la puerta de la calle.

María levanta la cabeza y escucha.

Tan ligero ha sido el sonido, que María debe pensar que lo ha producido algún animal nocturno, o un ligero viento que haya golpeado la puerta…

Y vuelve a inclinar la cabeza hacia su trabajo.

Pero el sonido se repite, esta vez de forma más perceptible.

María se levanta y va hacia la puerta.  

Pregunta antes de abrir:

–     ¿Quién llama?

Responde una voz fina:

–     Una mujer.

¡En nombre de Jesús, piedad de mí!

María abre inmediatamente.

Mantiene en alto la lámpara para conocer a esta peregrina.

Ve sólo un amasijo de tela, una maraña que no deja traslucir nada; una pobre maraña curvada con profunda reverencia,

y que dice:

–     ¡Ave! ¡Señora!

Y repite: « ¡En nombre de Jesús, piedad de mí!». 

María responde:

–     Entra.

Dime qué quieres. No te conozco.

–     Ninguno me conoce y al mismo tiempo muchos me conocen.

Señora. Me conoce el Vicio y me conoce la Santidad.

Necesito que la Piedad me abra ahora sus brazos. La Piedad eres tú…

Y se echa a llorar.

–     Entra, entra.

Dime. Me basta lo que has dicho para comprender que eres una desdichada. Pero no sé todavía quién eres. Tu nombre, hermana.

–     ¡No, hermana no!

No puedo ser hermana tuya… Tú eres la Madre del Bien… yo… yo soy el Mal… 

Y llora cada vez más fuerte bajo su manto, echado incluso sobre la cara para esconderla enteramente

María deja la lámpara en un asiento, coge la mano de la desconocida, que está arrodillada en el umbral de la puerta…

Y la obliga a levantarse.

María no la conoce… yo sí: es la velada de Agua Especiosa.

Se pone en pie avergonzada, temblorosa, estremecida por su propio llanto.

Pero se sigue resistiendo a entrar,

y dice:

–     Soy pagana Señora.

Para vosotros, hebreos, sería basura aunque fuera santa y soy doblemente basura porque soy una meretriz.

–     Si vienes a mí…

Si buscas a mi Hijo a través de mí, no puedes ser sino un corazón arrepentido. Esta casa acoge a todo el que lleve por nombre Dolor.

Y tira de ella hacia dentro y cierra la puerta.

Pone la lámpara de nuevo en la mesa, le ofrece un asiento,

y le dice:

–     Habla.

Pero la velada no se quiere sentar; un poco cabizbaja, continúa llorando.

María está frente a ella, dulce y majestuosa.

Está esperando a que el llanto se calme; entretanto ora.

La veo orar con todo su aspecto, aunque nada en Ella tome actitud de oración…

Ni las manos que no sueltan la pequeña mano de la velada, ni los labios, que están cerrados.

Por fin el llanto se calma.

La velada se enjuga el rostro con su velo,

y dice:

–     Pero no he venido desde tan lejos para seguir estando en el anonimato.

Ésta es la hora de mi redención y debo desnudar mi corazón para…

Para mostrarte cuántas llagas lo cubren. Tú eres una madre y además… su Madre, por eso tendrás piedad de mí.

–     Sí, hija.

–     ¡Sí!, ¡llámame hija!…

Tenía a mi madre, pero la abandoné. Me dijeron que había muerto de dolor. Tenía a mi padre, pero me maldijo.

Y todavía hoy dice a sus conciudadanos: «No tengo ya ninguna hija»…

Rompe de nuevo a llorar impetuosamente.

María palidece de pena y le pone una mano en la cabeza para consolarla.

La velada sigue diciendo:

–     No tendré ya a nadie que me llame hija…

Sí, acaríciame así, como hacía mi madre cuando yo era pura y buena…

Deja que te bese esta mano y que con ella enjugue mi llanto. Mi llanto solo no me lava.

Cuánto he llorado desde que he comprendido!…

Ya antes había llorado, es horroroso no ser sino carne utilizada e insultada por el hombre.

Pero eran lloros de animal apaleado, que odia a quien lo tortura, y contra él se revuelve.

Y esos lloros ensuciaban cada vez más, porque… yo cambiaba de dueño pero no cambiaba de animalidad…

Hace ocho meses que lloro… porque he comprendido…

He comprendo mi miseria y podredumbre; que me cubren, me hastían y me producen náuseas…

Pero mi llanto, que cada vez es más consciente, no me lava; se mezcla con mi inmundicia, pero no la quita.

¡Oh Madre, seca tú mi llanto, y quedaré limpia y podré acercarme a mi Salvador!

–     Sí, hija, sí.

Siéntate. Aquí, conmigo. Habla con serenidad.

Deposita aquí, sobre mis rodillas maternas, todo tu peso.

María se sienta.

Pero la velada se desliza hasta el suelo, a sus pies, porque quiere hablarle en esa postura.

Comienza suavemente:

–     Soy de Siracusa…

Tengo veintiséis años…

Era hija de un administrador – como diríais vosotros. Nosotros decimos procurador,  de un noble señor romano.

Era hija única. Vivía feliz. Residíamos cerca de la marina, en el bellísimo chalet de la propiedad que administraba mi padre.

De vez en cuando venía el dueño o su mujer, y los hijos… Nos trataban bien.

Conmigo eran buenos. Las niñas jugaban conmigo…

Mi madre era feliz… se sentía orgullosa de mí.

Yo era guapa… inteligente… Todo me salía bien y sin dificultad… Pero estimaba más lo frívolo que lo bueno.

En Siracusa hay un teatro notable….bonito….grande….En él se celebran los juegos y se representan comedias…

En las comedias y tragedias actúan mucho los mimos, para poner de relieve, con sus muchas danzas, el significado del coro.

Tú no lo sabes…

Pero también con las manos y movimientos del cuerpo podemos expresar los sentimientos del hombre turbado por alguna pasión…

Jovencitos y niñas se forman en un gimnasio especial para ser mimos…

Deben ser hermosos como dioses, ágiles como mariposas…

A mí me gustaba mucho subir a una especie de altura desde la que se dominaba este lugar y ver las danzas de los mimos;

luego las repetía yo por mi cuenta en los prados floridos,

en las doradas arenas de mi terreno, en el jardín del chalet. Parecía una estatua de arte, o un viento surcando los espacios:

sí, sabía muy bien pararme en poses estatuarias o trasvolar sin tocar casi el suelo. Mis amigas ricas me admiraban y mi madre se sentía orgullosa…

La velada habla, recuerda, se representa de nuevo, ve como en un sueño el pasado, y llora.

Sus sollozos son las comas de sus palabras.

–     Un día – era el mes de mayo – Siracusa estaba toda florida.

Hacía poco que habían concluido las fiestas. Me había entusiasmado una de las danzas representadas en el teatro…

Los dueños de la propiedad me habían llevado a este espectáculo con sus hijas. Tenía entonces catorce años…

En aquella danza, los mimos, que debían representar a las ninfas de primavera acudiendo a adorar a Ceres, bailaban coronadas de rosas, vestidas de rosas…

Sólo de rosas, porque el vestido era un velo sutilísimo. 

Una red de tela de araña sobre la que habían sido esparcidas rosas…

Bailando, parecían aladas Hebes, de tan ligeras como se movían…

Y aparecían sus espléndidos cuerpos, separadas como estaban las franjas de velo florido para poner a sus espaldas alas…

Estudié esa danza… y un día… y un día…

La velada llora aún más intensamente…

Luego toma nuevas fuerzas:

–     Era hermosa.

Lo soy. Mira.

Se pone de pie echando rápida hacia atrás el velo y dejando caer el manto.

Yo me quedo estupefacta porque veo aparecer, tras las ropas desechadas, a Áglae.

Bellísima incluso así: con una humilde túnica, peinado sencillo de trenzas, sin joyas, sin pomposas vestiduras.

Una verdadera flor de carne, flor esbelta y perfecta.

Su cara, bellísima, es de un moreno pálido; sus ojos, de terciopelo, llenos de fuego.

Vuelve a arrodillarse delante de María:

–     Era bonita, por desgracia para mí.

Y estaba desquiciada.

Aquel día me vestí de velos.

Me ayudaron las niñas, que eran mis señoras, a las cuales les gustaba verme bailar…

Me vestí en una estría de playa dorada, frente al mar azul.

En la playa – que en ese lugar estaba desierta – había silvestres flores blancas y amarillas, con su penetrante perfume de almendra, vainilla, de carne recién lavada…

También de las agruras provenían oleadas de penetrante perfume…

Y olían las rosaleras siracusanas, el mar y la arena.

El sol extraía olor de todas las cosas…

Una sensación de grandeza cósmica que me embriagaba.

Me sentía ninfa también yo, y adoraba… ¿A quién?: ¿A la Tierra fecunda?, ¿Al Sol fecundador? No lo sé.

Siendo pagana entre los paganos, supongo que adoraría al Sentido, .

A mi despótico rey, desconocido para mí como tal rey y más poderoso que un dios…

Me puse una corona de rosas cortadas del jardín… y bailé…

Me sentía ebria de luz, de aromas, del placer de ser joven, ágil y bonita.

Bailé… y fui vista.

Vi que me miraban…

Mas no me avergoncé de aparecer desnuda ante dos ojos concupiscentes de hombre.

Antes al contrario, me complací en aumentar mis vuelos…

La complacencia en ser admirada me ponía verdaderamente alas…

Ello habría de significar mi perdición.

Pasados tres días, como los dueños de la propiedad se habían ido de regreso a su patricia morada de Roma, me quedé sola.

No me quedé en casa…

Aquellos dos ojos admiradores me habían revelado otra cosa más allá de la danza, me habían revelado el sentido y el sexo.

Áglae advierte en María un gesto involuntario de disgusto.

–     ¡Quizás es que te repugno, porque tú eres pura…!

–     Habla, habla, hija.

Mejor a María que a Él. María es un mar que lava…

–     Sí, mejor a ti.

Me lo dije yo a mí misma también, cuando supe que Él tenía una madre…

Porque antes, viéndolo tan distinto de todos demás hombres, el único que es todo espíritu.

Ahora sé que el espíritu existe y qué es…

Antes, no habría podido decir de qué estaba formado tu Hijo, tan sin sensualidad a pesar de ser hombre.

Y  para mis adentros pensaba que no tenía madre. sino que había descendido a esta Tierra así, sin más.

Para salvar a estas horrendas ruinas humanas, de las cuales yo soy la más grande…

Todos los días volví a aquel lugar, con la esperanza de volver a ver a aquel hombre joven, moreno, guapo...

Pasado un tiempo, lo vi de nuevo…

Me habló y me dijo: «Ven conmigo a Roma. Te llevaré a la corte imperial. Serás la perla de Roma».

Dije: «Sí, seré tu esposa fiel. Ven a casa de mi padre».

Se echó a reír burlonamente y me besó.

Dijo: «No, no esposa sino diosa; yo seré tu sacerdote y te revelaré los secretos de la vida y del placer».

Yo estaba fuera de mis cabales. Era una niña.

Lo que no quitaba para que no ignorase lo que era la vida…

Era astuta. De todas formas, aunque no estaba en mis cabales, no era todavía una depravada…

Así que me dio asco su propuesta.

Me libré de sus brazos y corrí hacia mi casa…

Pero no le dije nada a mi madre… y no supe resistir al deseo de volver a ver a ese hombre…

Sus besos me habían hecho enloquecer más aún… Volví…

Apenas llegué a la playa solitaria, me abrazó, besándome con frenesí: una lluvia de besos, de palabras de amor, de preguntas… 

¿Acaso no está ya todo en este amor?» «¿No es más dulce que un vínculo?», «¿Qué más quieres?», «¿Puedes, acaso, vivir sin esto?

Oh, Madre! Esa misma noche huí con ese sucio patricio…

Y vine a ser un andrajo bajo el pie de su animalidad.

No una diosa, sino barro; no una perla, sino estiércol.

No se me reveló la vida, sino las porquerías de la vida…

La infamia, el asco, el dolor, la vergüenza, la infinita miseria de no ser ya ni siquiera mía…

Y luego, la caída total.

Después de seis meses de orgía, cansado de mí, ese hombre pasó a nuevos amores… 

Yo pasé a ser una mujer pública. Saqué partido a mis dotes de bailarina…

Para aquel entonces ya sabía que mi madre había muerto de dolor y que ya no tenía ni casa ni padre…

Me recibió en su escuela un maestro de baile. Me perfeccionó… me gozó…

Y me lanzó, cual flor experta en todas las artes de la sensualidad, al ambiente del corrompido patriciado de Roma.

Así, la flor -ya sucia – cayó en una cloaca.

Durante diez años he ido descendiendo cada vez más al abismo.

Luego me trajeron aquí para alegrar los tiempos libres de Herodes.

Aquí pasé a ser del nuevo patrón.

¡Oh, cualquiera de nosotras es como un perro atado con una cadena; más atada incluso que los propios perros!

¡Y no hay amo de jauría más brutal que el hombre que posee a una mujer!

¡Madre… estás temblando!… Sientes horror de mí, ¿No?

María se ha llevado la mano a su corazón, como si lo tuviera herido.

Y responde:

–     No, de ti no.

Lo que me horroriza es el Mal, que tanto domina la tierra. Sigue, desventurada criatura

–     Me llevó a Hebrón…

¿Vivía libre?, ¿Era rica? Sí, digámoslo así, en cuanto que no estaba encarcelada y en cuanto que nadaba en joyas.

Pero la realidad era que sólo podía ver a quien él quería que viese..

Y no tenía derecho ni siquiera a mí misma.

Un día vino a Hebrón un hombre, el Hombre, tu Hijo.

Él estimaba aquella casa. Lo supe y lo invité a entrar. Samay no estaba…

Desde la ventana ya había oído palabras…

Y había visto un aspecto que habían conmovido mi corazón. 

131 EL DIOS DESCONOCIDO

131 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús, con la ayuda de un barquero que lo ha recibido en su pequeña barca, llega al espigón del jardín de Cusa.

Lo ve unjardinero y se apresura a abrirle la verja que intercepta a los extraños la entrada a la propiedad por la parte del lago.

Es una verja alta y resistente, oculta por un seto tupidísimo y también alto de laurel y boj por la parte externa, la que da al lago; de rosas de todos los colores por la parte interna, hacia la casa.

Los espléndidos rosales cubren de flores las frondas broncíneas de los laureles y bojes,

se insinúan entre el ramaje, se asoman al otro lado, por el que rebasan del todo la verde barrera, cuelgan sus florecidas ramas.

Solamente en un punto, a la altura del paseo, la verja se muestra desnuda y se abre para dar paso a quien viene del lago o a él va. 

Jesús saluda:

–     Paz a esta casa y a ti, Yoanás.

¿Dónde está la señora?

–     Allí, con sus amigas.

Voy a llamarla. Hace tres días que te están esperando, porque temían llegar con retraso.  

Jesús sonríe.

El sirviente va corriendo a llamar a Juana.

Mientras tanto, Jesús dirige sus pasos lentamente hacia el lugar señalado, admirando el espléndido jardín .

-Se podría decir la espléndida rosaleda, que Cusa ha dispuesto para su mujer.

Rosas de todos los olores, tamaños y formas, en esta ensenada del lago protegida, ríen ya, precoces y magníficas.

Hay también otras flores, pero todavía no se han abierto y su presencia es mínima, comparada con la abundancia de rosales.

Acude Juana.

Ni siquiera se detiene a posar en el suelo un cestillo que tenía lleno de rosas hasta la mitad, ni a dejar las tijeras con las que estaba cortando.

Corre así, ligera y graciosa con su rico vestido de sutil lana de un rosa tenuísimo, cuyos repliegues están sujetos por pequeños discos y fíbulas de filigrana de plata en que brillan pálidos granates.

Sobre sus cabellos negros y ondulados, tiene una diadema en forma de mitra, también de plata y granates, sujeta un velo de lino cendalí ligerísimo, rosa igualmente,

que cae hacia atrás dejando descubiertas las orejas menudas que soportan el peso de unos pendientes similares a la diadema,

y que deja ver también la cara risueña y el esbelto cuello, en cuya base brilla un collar del mismo trabajo que los otros ornatos preciosos.

Deja caer su cesto a los pies de Jesús y se arrodilla a besarle la túnica entre las rosas desparramadas.  

Jesús dice:

–     Paz a ti, Juana. Como ves, he venido. 

Juana responde:

–     Y yo me alegro de ello.

También mis amigas han venido. Pero ahora tengo la impresión de que he actuado mal haciéndolo.

¡Cómo vais a poder entenderos! ¡Son completamente paganas!

Juana esta un poco turbada.

Jesús sonríe.

Le pone una mano sobre la cabeza,

y dice:

–     No temas.

Nos entenderemos muy bien. Has actuado muy bien «haciéndolo». El encuentro abundará en bienes, como tu jardín en rosas.

Recoge ahora estas pobres flores que has dejado caer y vamos a donde tus amigas.

–     ¡Rosas hay muchas!

Lo hacía por pasar el tiempo y también porque esas amigas son muy… voluptuosas… Les gustan las

flores como si fueran… no sé…

–     ¡A mí también me gustan!

Fíjate, ya hemos encontrado un tema para entenderme con ellas. ¡Venga, recojamos estas espléndidas rosas!

Jesús se agacha para dar ejemplo. 

–     ¡Tú no, Tú no, Señor!

Si es tu deseo… Mira… ya está.

Caminan hasta una pequeña pérgola hecha de un trenzado multicolor de rosas.

A la entrada hay tres romanas, mirando de hito en hito; son Plautina, Valeria y Lidia.

La primera y la última permanecen quietas, pero Valeria se echa a correr y llegando a la altura de Jesús,

se inclina y dice:

–     ¡Salve, Salvador de mi pequeña Fausta! 

Jesús contesta sonriendo:

–     ¡Paz y luz a ti y a tus amigas!

Las amigas se inclinan sin decir nada.

A Plautina la conocemos ya.

Es alta, majestuosa; sus ojos negros son espléndidos, un poco imperiosos; su nariz, bajo una frente lisa y blanquísima, es recta, perfecta; boca bien dibujada, aunque un poco túmida…

El mentón, redondeado y marcado: me recuerda a ciertas bellísimas estatuas de emperatrices romanas.

Gruesos anillos lucen en sus preciosas manos; anchos brazaletes ciñen sus brazos, en las muñecas y por encima de los codos, brazos verdaderamente estatuarios,

que bajo la corta manga drapeada, aparecen blanco-rosados, lisos, perfectos.

Lidia, por el contrario, es rubia, más delgada y joven.

Su belleza no es majestuosa como la de Plautina, pero tiene toda la gracia de una juventud femenil aún un poco inmadura.

Bueno, dado que estamos en tema pagano, podría decir que si Plautina parece la estatua de una emperatriz,

Lidia podría ser una Diana o una ninfa de gentil y púdico aspecto.

Valeria, ahora que ha superado la desesperación de cuando la vimos en Cesárea,

se presenta en su belleza de joven madre, de formas llenas aunque todavía muy juveniles.

De mirada serena, propia de una madre que se siente feliz de poder amantar a su hijo y verlo crecer alimentado con su leche.

De tez rosada y pelo castaño, tiene una sonrisa plácida y muy dulce.

Me da la impresión de que son damas de rango inferior al de Plautina, a la que, incluso con la mirada, veneran como a una reina. 

Jesús dice:

–     ¿Estabais recogiendo flores?

Seguid, seguid. Podemos hablar mientras cogéis estas maravillosas obras del Creador que son las flores,

Mientras las colocáis en estas copas preciosas con la habilidad de que Roma es maestra, para alargarles la vida – ¡Ay, demasiado breve! -…

Si admiramos este capullo, que apenas si abre la sonrisa de sus pétalos amarillo-rosas,

¿Cómo podremos no lamentar el verlo morir?

¡Ah, cuán asombrados se quedarían los hebreos si me oyeran decir esto!…

Y es que también en esta criatura, en la flor, sentimos un algo que tiene vida.

Y nos duele presenciar su fin.

Pero la planta es más sabia que nosotros:

Sabe que en el lugar en que se ha producido cada una de las heridas de un tallo cortado, nacerá un rebrote que dará origen a una nueva rosa.

Así pues, nuestra mente debe aprehender esta enseñanza y hacer del amor un poco sensual hacia la flor, estímulo para un pensamiento más alto. 

Plautina ha escuchado atenta.

Y seducida por el pensamiento elegante del Maestro hebreo,

pregunta:

–     ¿Cuál, Maestro?

–     Éste: que de la misma forma que la planta,

mientras su raíz reciba alimento del suelo,  no muere porque se le mueran algunos tallos,

Así la humanidad tampoco muere porque un ser se cierre al vivir terreno, sino que siempre germinan nuevas flores.

Además, mientras que la flor -y éste es un pensamiento más alto aún, que nos mueve a bendecir al Creador – una vez muerta no revive –

lo cual es motivo de tristeza.

El hombre cuando duerme el último sueño no está muerto,

sino que posee una vida aún más fúlgida, pues recibe, en lo que constituye su parte mejor, de su Creador que lo formó, eterna vida y esplendor.

Por eso, Valeria, aunque tu hija hubiera muerto, no habrías perdido su caricia:

Tu criatura – separada, pero no olvidada de tu amor – siempre habría besado tu alma.

¿Te das cuenta de que es dulce creer en la vida eterna?

¿Dónde está ahora tu hijita?

–     Tapada en aquella cuna.

Nunca me habría separado de ella, porque el amor por mi marido y mi hija eran los dos motivos de mi vida;

pero ahora, que sé lo que es verla morir, no la dejo ni por un instante.

Jesús se dirige hacia un asiento sobre el que ha sido colocada una especie de cunita de madera.

Levanta la rica colcha que por entero la cubre, para mirar a la pequeñuela durmiente,

la cual, dulcemente se despierta al llegarle aire más puro.

Sus ojillos se abren sorprendidos.

Una sonrisa angélica despega su boca, mientras sus manitas, antes cerradas, se abren ávidas de aferrar los ondeantes cabellos de Jesús. 

Un gorjeo de gorrioncillo signa el discurrir de un contenido en su pensamiento; en fin emite como un trino, la grande y universal palabra:

–     ¡Mamá!

Jesús dice:

–     Tómala, tómala.

Apartándose, para permitir que Valeria se incline hacia la cuna. 

Valeria dice:

–     ¡Te va a molestar!…

Voy a llamar a una esclava para que le dé un paseo por el jardín.

–     ¿Molestarme?

¡No! Nunca me molestan los niños. Son siempre mis amigos.

Plautina observa con qué sonrisas, Jesús provoca a la niña para que se ría…

Y pregunta:

–     ¿Tienes hijos, o sobrinos, Maestro?

–     No tengo ni hijos ni sobrinos.

Pero amo a los niños, al igual que aprecio las flores, porque son puros y sin malicia.

Trae, mujer, déjame a tu pequeñuela, que me resulta muy dulce apretar contra mi corazón a un angelito.

Y se sienta con la niñita.

Ella lo observa y despeina la barba de Jesús.  lLuego encuentra más interés en las franjas del manto y en el cordón de la túnica, a los cuales dedica un largo y misterioso discurso. 

Plautina dice:

–     Nuestra buena y sabia amiga,,,

Una de las pocas que no se desdeña de tratar con nosotras y que, al mismo tiempo, no se corrompe con nosotras,

te habrá dicho que nuestro deseo era verte y oírte para juzgarte por lo que eres,

porque Roma no cree en fábulas…

¿Por qué sonríes, Maestro?

–     Después te lo digo.

Prosigue.

–     Porque Roma no cree en fábulas…

Y quiere juzgar con ciencia y con conciencia antes de condenar o exaltar.

Tu pueblo te exalta y te calumnia con igual medida.

Tus obras mueven a exaltarte…

Las palabras de muchos hebreos, a creerte poco menos que un delincuente.

Tus palabras son solemnes y sabias como las de un filósofo. Roma se siente muy atraída por las doctrinas filosóficas.

Aunque reconozco que nuestros actuales filósofos no poseen una doctrina satisfactoria, incluso porque su forma de vivir no está en consonancia con la doctrina.

–     No pueden vivir en consonancia con su doctrina.

–     Porque son paganos,

¿No es cierto?

–     No.

Porque son ateos.

–     ¿Ateos?

¡Pero si tienen sus dioses!..

–     Ya ni siquiera esos, mujer.

Te recuerdo a los antiguos filósofos, a los más grandes. También eran paganos…

Y a pesar de todo, ¡Fíjate qué noble fue su vida!:

A pesar de convivir con el error – porque el hombre gravita hacia el error -,

cuando se encontraron frente a los misterios más grandes, la vida y la muerte,

cuando fueron puestos ante el dilema honestidad o deshonestidad, virtud o vicio, heroísmo o cobardía.

Y vieron que si se volvían al mal sería en perjuicio de su patria y de los ciudadanos;

entonces, con voluntad de gigante, se deshicieron de los tentáculos de los nefastos pulpos…

Y libres y santos, supieron querer el Bien a costa de cualquier cosa, este Bien que no es sino Dios.

–     Se dice que eres Dios.

¿Es verdad?

–     Yo soy el Hijo del verdadero Dios, hecho Carne sin dejar de ser Dios.

–     Pero, ¿Qué es Dios?

A juzgar por ti, el mayor de los maestros.

–     Dios es mucho más que un maestro.

No rebajéis la idea sublime de la Divinidad encerrándola en los límites de la sabiduría.

–     La sabiduría es una divinidad.

Nosotros tenemos a Minerva, que es la diosa del saber.

–     También a Venus, diosa del placer.

¿Cómo podéis pensar que un dios, o sea, un ser superior a los mortales, tenga en grado perfecto todos los aspectos denigrantes de los mortales?

¿Cómo podéis pensar que un ser eterno tenga eternamente esos pequeños, mezquinos, humillantes placeres de quien tiene una hora de tiempo?

¿Y que a ello reduzca la finalidad de su vida?

¿No pensáis en lo sucio que es ese Cielo al que llamáis Olimpo, donde fermentan los más acerbos extractos de la humanidad?

Si miráis a vuestro Cielo, ¿Qué veis?:

Lujuria, delitos, odios, guerras, robos, crápula, celadas, venganzas.

¿Qué hacéis para celebrar las fiestas de vuestros dioses?: Orgías.

¿Qué culto les dais?

¿Dónde está la verdadera castidad de las consagradas a Vesta?

¿En qué código divino se basan vuestros pontífices para juzgar?

¿Qué palabras pueden leer vuestros augures en el vuelo de las aves o en el fragor del trueno?

¿Qué respuestas pueden dar a vuestros arúspices las sangrantes entrañas de los animales sacrificados?

Me acabas de decir hace un momento: «Roma no cree en historietas».

Y entonces, ¿Por qué creéis que doce pobres hombres, haciendo dar una vuelta en torno a los campos a un cerdo, una oveja y un toro…

e inmolándolos después, pueden atraerse a Ceres. 

Si tenéis infinitas deidades, que se odian entre sí, y además vengativas, según creéis?

No. Dios es muy distinto de eso.  Es eterno, Único y espiritual.

–     Pero Tú dices ser Dios…

Y eres carne.

–     Hay un altar sin dios en la patria de los dioses.

22. Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. 23. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. HECHOS 17

La sabiduría humana lo ha dedicado al Dios Desconocido,

porque los sabios, los verdaderos filósofos, intuyeron que había algo más,

detrás del escenario historiado producido por esos eternos niños que son los hombres cuyos espíritus están fajados por el error.

Ahora bien, si esos sabios – que intuyeron que tras el engañoso escenario había algo más, algo verdaderamente sublime y divino que ha hecho todo cuanto existe;

de quien procede todo lo quede bueno hay en el mundo -,

Si esos sabios quisieron un altar para el Dios Desconocido, sentido por ellos como el verdadero Dios,

¿Cómo es que vosotros llamáis dioses a lo que no es dios, y afirmáis saber lo que en realidad no sabéis?

Sabed pues, lo que es Dios, para poderlo conocer y honrar.

‘Dios es Aquel que con su pensamiento ha hecho de la Nada el Todo.

¿Tiene poder persuasivo para vosotros la fábula de las piedras que se transforman en hombres?, ¿Os satisface?

En verdad, hay hombres más duros y malos que una piedra y piedras más útiles que ciertos hombres.

Valeria, ¿Qué te resulta más dulce, mirando a esta hijita tuya, pensar:

«Es un deseo de Dios hecho vida, creado y formado por Él, dotado por Él de una segunda vida imperecedera – de forma que seguiré teniendo a mi pequeña Fausta.

Y además para toda la eternidad, si creo en el Dios verdadero»,

En vez de decir: «Esta carne de rosa, estos cabellos más sutiles que hilo de araña, estas pupilas serenas proceden de una piedra».

O pensar:

«Soy semejante en todo a la loba o a la yegua; me uno carnalmente como los animales, animalescamente engendro y crío;

esta hija mía es fruto de mi instinto animalesco y es un animal como yo…

Y mañana, muerta ella y muerta yo, seremos dos cadáveres que habrán de descomponerse y oler,

y que nunca jamás se habrán de volver a ver»?

Dime, tu corazón de madre, ¿Cuál de los dos razonamientos elegiría?

Valeria responde con firmeza:

–     Desde luego, el segundo no, Señor.

Si hubiera sabido que Fausta no podía corromperse para siempre, mi dolor frente a su agonía habría sido menos cruel,

porque habría pensado:

«He perdido una perla, pero sigue existiendo y la encontraré»

–     Tú lo has dicho.

Cuando he llegado aquí, vuestra amiga me ha manifestado su perplejidad ante vuestra gran pasión por las flores.

Y temía que Yo me pudiera incomodar por ello…

Pero la he tranquilizado diciéndole:

¡A mí también me gustan, así que nos entenderemos muy bien». 

Es más, quisiera elevar vuestra estima de las flores como hago con Valeria respecto a su hija,

a quien – estoy seguro – otorgará aún mayores atenciones ahora que sabe que tiene alma,

que es un soplo de Dios que está dentro de la carne generada por su madre.

Un alma que no muere, y que su madre, si cree en el Dios verdadero, volverá a encontrar en el Cielo.

Pues de la misma forma ahora vosotras observad esta magnífica rosa:

la púrpura que embellece las vestiduras imperiales no es tan espléndida como este pétalo, que deleita no sólo los ojos, por su color,

sino también el tacto, por su suavidad, y el olfato por su perfume.

Observad también esa otra… y ésa… y esa otra…:

la primera es sangre emanada de un corazón; la segunda, nieve reciente; la tercera, pálido oro;

la última parece como si reflejase esta dulce cara infantil que me sonríe apoyada sobre mi pecho.

Se podría decir aún más: la primera se yergue rígida sobre un grueso tallo exento casi de espinas, rojizas sus hojas, como salpicadas de sangre.

La segunda tiene a lo largo del tallo raras espinas en forma de gancho y opacas y pálidas hojas.

La tercera es flexible como un junco, sus hojas son pequeñas y brillantes como si de cera verde se tratase.

La última, con tantas espinas como tiene, parece estar impidiendo cualquier tipo de asalto a su rósea corola:

parece una lima de agudísimas puntas.

Volved vuestro pensamiento hacia esta realidad, pensad: ¿Quién lo ha hecho?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?

¿Qué era este lugar en la noche de los tiempos?

No era nada. Era una agitación informe de elementos.

Dios dijo primero: «Quiero»,

Y los elementos se separaron para reunirse por familias.

Luego tronó otro «Quiero» y se dispusieron con orden: uno en otro, el agua entre las tierras.

Uno sobre otro e1 aire y la luz sobre el planeta ya ordenado.

Otro «Quiero», y comenzaron a existir las plantas,

Y luego las estrellas, y los animales, luego el hombre.

Dios donó sin tacañería las flores y los astros, cual espléndidos juguetes, para gozo del hombre, su predilecto.

Y por último le otorgó la alegría de procrear, no algo que muriese, sino algo que sobreviviese a la muerte por el don de Dios que es el alma.

Estas rosas son expresión de otros tantos deseos del Padre:

su infinito poder se despliega en infinidad de bellezas.

El flujo de mi palabra encuentra impedimento al chocar contra el compacto bronce de vuestra creencia.

De todas formas, espero que, para ser éste nuestro primer encuentro, ya algo nos hayamos entendido.

Ahora es vuestra alma la que debe trabajar con cuanto os he dicho.

¿Tenéis alguna pregunta que hacer? Si es así, hacedlas…

Estoy aquí para aclarar las cosas.

La ignorancia no es motivo de vergüenza.

Lo es, sí, el persistir en la ignorancia cuando se tiene a alguien dispuesto a aclarar las dudas.

Dicho esto, Jesús, como si fuera el más experto de los papás, sale de la pequeña pérgola sujetando a la niñita, que está dando sus primeros pasitos… 

Y quiere ir hacia un surtidor que ondea bajo el sol.

Las damas permanecen en su sitio hablando entre sí en voz baja.

Juana, en pugna con dos deseos, está en el umbral de la pérgola…

Al final Lidia se decide – y tras ella las otras – y va a donde Jesús.

Que ríe porque la niñita pretende agarrar el espectro solar del agua y lo único que coge es luz.

Y no obstante, insiste.

Insiste con todo un piar de polluelo en sus labios de rosa. 

Plautina pregunta:

–     Maestro…

No he entendido por qué has dicho que nuestros maestros no pueden conducir formas de vida buenas, siendo ateos.

Creen en un Olimpo, pero creen.

Jesús explica:

–     Ese creer suyo no es sino una forma externa.

Mientras han creído verdaderamente, como los verdaderos sabios creyeron en aquel Desconocido de que os he hablado.CIELO

En aquel Dios que satisfacía su alma aunque no tuviera nombre, incluso sin conciencia de la voluntad:

mientras han dirigido su pensamiento a este Ente, muy superior…

Muy superior a los pobres dioses llenos de humanidad, de baja humanidad, que el paganismo se ha procurado.

Mientras han hecho esto, necesariamente han reflejado un poco de Dios:

El alma es espejo que refleja, eco que repite.

–     ¿Qué, Maestro?

–     A Dios.

–     ¡Gran palabra es ésa!

–     Es una gran verdad.

Valeria, seducida por el pensamiento de la inmortalidad,

pregunta:

–     Maestro, explícame dónde está el alma de mi hija.

Besaré ese lugar como a un sagrario; la adoraré, dado que es soplo de Dios.  

Jesús explica:

–     ¡El alma!

Es como esta luz que tu Faustita quiere coger y no puede, porque es incorpórea.

Pero que está ahí, como podemos ver Yo, tú y tus amigas.

De la misma forma, el alma es visible en todo aquello que diferencia al hombre del animal.

Cuando tu hijita te diga sus primeros pensamientos, piensa que esa inteligencia es su alma que se revela.

Cuando te quiera, no ya con su instinto sino con su razón, piensa que ese amor es su alma.

Cuando crezca a tu lado hermosa, no tanto de cuerpo cuanto de virtud, piensa que esa belleza es su alma.

Y no adores al alma, sino a Dios, que es el Creador del alma.

A Dios, que de toda alma buena quiere hacerse un trono.

–     ¿Donde está esta cosa sublime?:

¿En el corazón?, ¿En el cerebro

–     Está en el todo que es el hombre.

Os contiene y está en vosotros contenida.

Cuando os deja, sois cadáveres; cuando cae muerta por un delito del hombre contra sí mismo; (con el pecado mortal)

Sois réprobos, estáis separados para siempre de Dios. 

Plautina interviene:

–     ¿Entonces admites que el filósofo que dijo que éramos inmortales, a pesar de ser pagano, tenía razón? 

–     No es que lo admita.

Voy más allá. Digo que es un artículo de Fe.

La inmortalidad del alma, o sea, la inmortalidad de la parte superior del hombre, es el misterio más cierto y consolador del acto de creer.

Es el que nos asegura de dónde venimos, a dónde vamos, de quién somos.

Y disuelve en nosotros la amargura de cualquier tipo de separación.

Plautina piensa profundamente.

Jesús la observa, pero guarda silencio.

Y al final pregunta:

–     ¿Tú tienes alma?

Jesús responde:

–     Sí, ciertamente.

–     Pero, ¿Eres, o no, Dios?

–     Soy Dios, ya te lo he dicho.

Pero ahora he tomado naturaleza de hombre. 

Y, ¿Sabes por qué?

Porque sólo con este sacrificio mío podía resolver los puntos que para vuestra razón son inalcanzables.

Y tras ser abatido el error, liberando el pensamiento, liberar también al alma de una esclavitud que por ahora no te puedo explicar.

Por ello he introducido la Sabiduría en un cuerpo, la Santidad en un cuerpo:

Yo esparzo por la tierra como una semilla la Sabiduría, como polen al viento.

La Santidad se desparramará por el mundo en la hora de la Gracia, como si fuera quebrada la preciosa ánfora que la contenía.

Y santificará a los hombres.

Entonces el Dios Desconocido será conocido.

–     Pero si ya eres conocido…

El que pone en duda tu poder y sabiduría es malo o falso.

–     Soy conocido, pero es como si fuera sólo un amanecer…  

Con el Bautismo de fuego, del Espíritu Santo

 La meridiana habrá plena cognición de Mí. 

–     ¿Cómo será tu mediodía?

¿Un triunfo? ¿Lo veré yo?

–     Verdaderamente será un triunfo.

Y tú lo presenciarás porque sientes náusea de lo que conoces y apetito de lo que desconoces…

Tu alma tiene hambre.

–     ¡Es verdad!

Es de verdad de lo que tengo hambre.

–     Yo soy la Verdad.

Yo soy el Camino, la verdad y la Vida

–     Date entonces a la hambrienta.

–     Basta con que vengas a mi mesa.

Mi palabra es pan hecho con verdad.

Lidia está muy asustada…

Y pregunta:

–     ¿Qué dirán nuestros dioses si los abandonamos?

¿No se vengarán de nosotros?

–     Mujer: ¿Has visto alguna vez una mañana neblinosa?

Los prados se pierden detrás del vapor que los oculta. Viene el sol y el vapor desaparece. Y los prados resplandecen más hermosos.

Pues vuestro dioses no son sino niebla del pobre pensamiento humano que, ignorando a Dios, pero al mismo tiempo necesitando creer…

El Señor es mi Luz y mi Salvación…

La Fe es el estado permanente y necesario del hombre, se ha creado este Olimpo, verdadera fábula sin fundamento alguno.

Vuestros dioses, de la misma forma, cuando salga el Sol, Dios verdadero; desaparecerán de vuestros corazones sin poder causar mal alguno, porque no tienen existencia.

–     Tendremos que escucharte todavía mucho.

Nos encontramos completamente ante lo desconocido. Todo lo que dices es nuevo.

–    ¿Te causa repulsión?

¿Te es imposible aceptarlo?

Plautina responde con seguridad:

–     No.

Me siento más orgullosa de lo poquísimo que ahora sé, y que César no sabe, que de mi nombre.

–     Pues persevera.

«Os dejo con mi paz».

Juana esta desolada.

–     ¿Pero, cómo?

¿No te quedas más tiempo, Señor? – 

–     No.

Tengo muchas cosas que hacer…

–     ¡Yo que quería manifestarte una cosa que me aflige!…

Jesús, que ya se estaba marchando tras el respetuoso saludo de las romanas,

se vuelve y dice:

–     Ven hasta la barca, así podrás hablarme de lo que te aflige.

Juana lo acompaña,

y dice:

–     Cusa me quiere mandar un tiempo a Jerusalén.

Esto me duele.

Lo hace porque no me quiere seguir viendo relegada, ahora que estoy curada…

–     Tú también te creas nieblas inútiles.

Jesús ya ha puesto un pie en la barca.

–     Si pensaras que así puedes recibirme en tu casa…

O seguirme con mayor facilidad, estarías contenta.

Y dirías: «La Bondad ha pensado en nosotros».

–     ¡Es verdad, Señor!

No tenía esto en cuenta.

–     ¿Ves?

Obedece como una buena esposa.

La obediencia te aportará el premio de tenerMe para la próxima Pascua y el honor de ayudarme a evangelizar a tus amigas.

¡La paz sea siempre contigo!

La barca se separa del embarcadero y así todo termina.