Archivos diarios: 3/04/12

TERCER MISTERIO DE DOLOR

LA CORONACIÓN DE ESPINAS

(Mateo 27, 27-31)

Nuevamente le atan las manos. La cuerda vuelve a cortarle en donde hay rozaduras anteriores.

Un soldado dice:

–           ¿Y ahora qué vamos a hacer? ¡Estoy aburrido y fastidiado!

Otro le contesta:

–           Espera… Los Judíos quieren un rey… ¡Se los daremos!…

Corre afuera, más allá del patio. Poco después regresa con un manojo de ramas de zarza, que todavía están flexibles porque es primavera, pero que tienen las espinas largas y puntiagudas. Con la daga les quita las hojas y las florecillas. Las dobla, entretejiéndolas de modo que formen una corona y la pone sobre la cabeza de Jesús, tratando de encajarla alrededor de la frente. Pero como es demasiado grande se le va hasta el cuello.

Otro soldado dice:

–           No le queda. Debe ser más estrecha. Quítasela.

Al quitársela, le rasgan las mejillas con peligro de dejarlo ciego. Pero si le arrancan una buena cantidad de cabellos. La estrechan y vuelven a probársela. Pero ahora lo han hecho demasiado y a pesar de forzarla, no le cabe. De nuevo se la quitan y le arrancan más cabellos. La vuelven a hacer. Ahora está bien. Por delante hay una hilera trile de espinas y por detrás donde se unen las ramas, hay un verdadero nudo de espinas que se clavan en su nuca.

El soldado que inventó este suplicio, le dice con burla:

–           ¡Ahora estás mejor! Pareces un bronce natural con rubíes. Mírate, ¡Oh Rey! En mi coraza.

Y le acerca su loriga reluciente.

Tito dice:

–           La corona no basta para representar un rey. Es necesario la púrpura y el cetro. En el establo hay una caña y en la alcantarilla una sucia clámide roja. Ve a traerla Cornelio.

Éste las trae. Le echan encima la sucia clámide. Antes de ponerle la caña entre las manos, lo golpean con ella en la cabeza y lo saludan diciendo:

–           ¡Ave! ¡Rey de los Judíos!  -y se mueren de risa.

Jesús no se opone a nada. Permite que se le siente en el ‘trono’ un artesón boca abajo que utilizan para dar de beber a los caballos. Ellos lo siguen golpeando y burlándose de EL, como ‘Rey de los Judíos’

Jesús no dice una palabra. Tan solo los mira… una mirada única de dulzura y de dolor tan atroz, que rompe el corazón el contemplarla…

Parece decir:

–           He venido a salvaros… ¿Por qué no me amáis?…

Los soldados suspenden sus burlas al oír la voz de un tribuno que ordena que lleven al Reo ante Poncio Pilatos.

Llevan a Jesús al atrio, donde el sol ya alumbra con todo su esplendor. Todavía lleva la corona, la clámide y  la caña.

El Procónsul le dice:

–           Adelante, para que te muestre al pueblo.

Jesús, pese a sentirse muy débil y enfermo, se yergue dignamente. ¡Vaya si parece un Rey! ¡Y un Rey muy Majestuoso!

Pilatos declara:

–           Escuchad hebreos. Aquí está EL. Lo he mandado castigar. Ahora permitid que lo deje libre.

Los judíos gritan:

–           ¡No! ¡No! ¡Queremos verlo afuera! ¡Que se vea el blasfemo!

El Gobernador ordena:

–           Sacadlo afuera. ¡Pero tened cuidado de que no le echen mano!

Y mientras Jesús entra en el atrio y aparece en medio de una decuria, Poncio Pilatos lo señala diciendo:

–           ¡He ahí al Hombre! Ahí lo tenéis. Aquí tenéis a vuestro Rey.  ¿No os basta todavía?

Es un día bochornoso. El sol cae directamente sobre todos, pues están entre la hora tercia y la sexta. Los que gritan parecen hienas rabiosas, enseñan sus puños y piden que se le mande a muerte.

Jesús sigue de pie, erguido con majestad. Nunca había resaltado esta realeza como ahora, ni siquiera cuando hacia milagros. Es una nobleza dolorosa, pero en tal forma divina; que basta verla para señalarlo como Dios. Jerusalén en este día está habitado por los demonios y dominado por el Infierno. Y ciertamente Satanás debió temblar al contemplarlo…

Jesús extiende su mirada sobre la turba. Busca… Y encuentra en este mar de caras que lo odian; las de sus amigos. ¿Cuántos?  Una veintena entre millares…

Inclina su cabeza abatido ante tal abandono. Le cae una lágrima… Luego otra… después la siguiente.

Ante su llanto no hay compasión, solamente Odio.

Dice Jesús:

Basta con decir la Verdad y ser bueno, para que la gente lo odie a uno, después de pasado el entusiasmo. La Verdad es reproche y consejo. La bondad arranca el látigo y hace que los no buenos, no teman más. De esto surgió el crucifige, después de haber gritado los hosannas. Mi vida de Maestro, se vio llena de estos dos gritos. El último fue el de ¡Crucifícalo!

Ahora mi Humanidad resplandece, pero hubo un día en que fue semejante a un leproso, por los golpes y la humillación que recibió.

El Hombre-Dios que en Sí tenía la perfección de la belleza física, apareció entonces ante los ojos de los que lo miraban, un ser feo, el oprobio de los hombres.

Era Yo todo una llaga.

El amor por mi Padre y por sus hijos, me llevó a entregar mi cuerpo a quien lo golpeaba. A presentar mi rostro a quien lo abofeteaba y escupía. Debía yo ser quebrantado, para expiar los pecados de la carne. En mi cuerpo no queda un lugar que no haya sido golpeado. Soy el siervo del que habla Isaías. Mi amor por mi  Padre inflamó en mí el deseo de devolverle a los hijos perdidos por el Pecado.

Los hosannas mentirosos del Domingo de Ramos, se convirtieron en el grito de muerte, sediento de sangre y los hombres utilizaron además de su cuerpo creado por Dios para atormentarme; las cosas creadas por ÉL, para ser instrumento de tortura y hacer más doloroso Mi Martirio.

Al suplicio al que se me sometió, se añadió otro: LA CORONACIÓN DE ESPINAS.

Ved, ¡OH, hombres, a vuestro Salvador! ¡A vuestro Rey coronado por el Dolor, para que en vuestra cabeza no fermenten tantos pensamientos!

Vosotros que os sentís ofendidos por cualquier cosa; mirad a vuestro Rey ofendido… ¡Y es Dios!, ¡Con el manto de púrpura, con la caña cual cetro y la Corona de Espinas!

Corona que desgarró mi carne, penetrando por múltiples heridas, para purificar vuestros pensamientos culpables.

Ahora Pilatos intenta por última vez salvarme y me presenta ante la plebe. Le causo compasión y espera que la plebe la tenga. Pero ante su dureza, ante sus amenazas, no tiene valor para obrar con rectitud y decir: “Le doy la Libertad porque es Inocente. Vosotros sois los culpables y si no os alejáis, probaréis el látigo de Roma.” Esto es lo que hubiera dicho si hubiera sido justo, sin calcular en el mal que le hubiera sobrevenido. PILATOS ES UN FALSO BUENO.

¡Oh, idólatras que no adoráis a Dios, sino a vosotros mismos y a quién entre vosotros es más poderoso! No queréis al Hijo de Dios. A causa de vuestros delitos no os ayuda porque sóis más serviciales con Satanás.

Teneis miedo del Hijo de Dios, como Pilatos. Y cuando sentís que os hace sentir su poder, al oir la voz de la conciencia que os reprocha en su Nombre, preguntáis como Pilatos, ¿Quién eres?

Quién sea Yo, lo saben aunque lo nieguen. Hace más de veinte siglos que estoy junto a vosotros y os instruyen sobre mis prodigios. Pilatos es más digno de Perdón. Ustedes tienen una herencia de veinte siglos de cristianismo,  para apoyar o aprender vuestra Fe en mi Doctrina, pero no quieren saber nada de ella. Los que no quieren arrepentirse, son como Pilatos. Hipócritamente preguntan: ¿Qué es la Verdad?

Si no es dinero, placeres, poder, gloria y honores; no creéis que valga la pena conocerla y también con un levantar de hombros; NO OS MOLESTÁIS EN CONOCERLA.

LA VERDAD SOY YO.

Estoy frente a ustedes, como lo estuve frente a Pilatos.

Os miro con ojos suplicantes Y OS DOY LO QUE NO LE DI A EL:

PREGÚNTAME Y TE INSTRUIRÉ.

Con amor miro a quien e busca y con tristeza amorosa a quien me rechaza.

PERO AMOR SIEMPRE.  PORQUE AMOR ES MI NATURALEZA.

*******

Oración.

Amado Padre celestial:

Arranca de nuestro corazón la Tibieza y la Hipocresía. Ayúdanos a deshacernos de los formulismos y del compromiso religioso sin amor. Enséñanos a conocerte y a amarte. Adrándote con una fe intrépida y un amor total. Ayúdanos a entregarnos a Ti plenamente, sin reticencias, ni cobardías. Gracias ABBA, por escuchar y atender esta oración. Amen

 

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARIA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

 

SEGUNDO MISTERIO DE DOLOR

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

(JN. 18, 28-40 y 19, 1-13)

(Describe María Valtorta, en  el Poema del Hombre-Dios)

Cuando Jesús era el Pastor Perseguido y ya se había dictado la orden de aprehensión por parte del Sanedrín. En Efraím se desarrolla la siguiente escena:

María está llena de dulzura aunque siente despedazarse…

Jesús dice:

–           Voy a subir a la terraza a despedir y a bendecir a la gente.

Pedro pregunta:

–           ¿Dónde está Marziam? He visto a todos los discípulos, menos a él.

Salomé de Zebedeo responde:

–           Marziam no vino.

Pedro se angustia:

–           ¿No vino? ¿Por qué? ¿Está enfermo?

–           Está bien. También tu mujer. Porfiria no lo dejó venir.

–           ¡Mujer tonta! Dentro de un mes será la Pascua y él debe venir…

Jesús interviene:

–           Juan, Simón de Jonás, tú, Lázaro y Simón Zelote, venid conmigo. Vosotros esperad aquí hasta que haya despedido a la gente y llame a los discípulos.

Y Jesús sale con ellos y cierra la puerta.  Pedro va refunfuñando. Cuando llegan a la escalera, Jesús pone una mano sobre su espalda y le dice:

–           Escúchame Simón Pedro y deja de acusar a Porfiria. Ella es inocente. Obedece mis órdenes. Antes de la Fiesta de los Tabernáculos, le ordené que no dejara venir a Marziam a Judea. Yo no quiero que se contamine. Procura obedecer como ellos. Celebraremos juntos la Segunda Pascua, el catorce del siguiente mes. Y entonces seremos felices. Te lo prometo.

Pedro mueve la cabeza como diciendo: ‘Resignémonos’

Zelote dice:

–           Es mejor que no sigas contando a los que no irán a la ciudad para la Pascua.

Pedro contesta:

–           No tengo ganas de contar. Esto me da escalofríos. ¿Puedo decirlo a los demás?…

Jesús responde:

–           No. Por eso os llamé aparte.

–           Entonces tengo que pedir algo a Lázaro.

Lázaro contesta rápido:

–           Dime. Si puedo lo haré con mucho gusto.

Pedro contesta muy serio:

–           Quiero que vayas a ver a Pilatos y averigües lo que piensa hacer por Jesús o contra Jesús. ¡Porque se andan diciendo tantas cosas que…!

–           lo haré tan pronto llegue a Jerusalén. Quédate tranquilo. Haré lo mejor que pueda.

Jesús dice:

–           Y perderás tu tiempo inútilmente, amigo mío. Tú lo sabes cómo hombre y Yo como Dios, que Poncio Pilatos no es más que una caña que se dobla con el vendaval, tratando de evitarlo. Jamás es falso. Porque está convencido siempre de querer hacer lo que en ese momento dice y hace. Pero al oír el aullido del huracán que viene del lado contrario se olvida. ¡Oh! No es que falte a sus promesas y voluntad. Olvida, todo lo que quería antes. Lo olvida porque el aullido de una voluntad más fuerte que la suya, le quita la memoria. Le manda muy lejos todos sus pensamientos que otro ventarrón le había metido y le introduce otros nuevos. Y después de todos esos miles de aullidos, se agrega el de su mujer, pues Claudia lo amenaza con separarse de él, si no hace lo que ella quiera. Y así él pierde toda fuerza, toda protección contra el ‘divino’ César, como dicen. Aunque están convencidos de que César es un ser más abyecto que ellos… Pero César es la patria y es grande por aquello que representa.

claudia-prócula

Sobre el grito de Claudia, está el de su ‘yo’ pequeño, lleno de ambición y orgullo, que quiere reinar para ser grande. Quieren reinar para llenarse de dinero. Quieren reinar para dominar sobre las espaldas encorvadas. El odio está por debajo, cosa que no ve el pequeño César llamado Pilatos, nuestro pequeño César… él sólo ve las espaldas encorvadas que fingen respeto y que tiemblan ante él. Y a causa de esta voz tempestuosa del ‘yo’ está dispuesto a todo. Repito: ‘A todo’  con tal de seguir siendo Poncio Pilatos, el Procónsul. El siervo de César y gobernador de una de las tantas provincias del imperio.  Y por todo esto, si ahora es mi defensor; mañana será mi juez inexorable. El pensamiento del hombre es siempre incierto. Pero es inciertísimo, cuando éste se llama Poncio Pilatos. Pero tú Lázaro, da contento a Pedro, si esto lo consuela.

Lázaro está con la boca abierta… Totalmente pasmado.

Pedro dice:

–           Consolar no. Pero sí me daría tranquilidad.

Lázaro dice admirado:

–           Iré, Maestro. Pero has pintado al Procónsul, como ningún historiador o filósofo lo hubiera logrado hacer. ¡Un Perfecto Retrato!

Jesús dice:

–           Podría igualmente pintar a cada hombre, con su verdadera cara, con su carácter. Pero ahora vamos con aquellos que están haciendo mucho ruido.

Suben la escalera y se presentan ante la multitud…

La siguiente luna llena… (JN. 18, 28-40 y 19, 1-13)

Dice JESÚS:

  Era la hora del Odio Satánico.

            Multitudes de Demonios había sobre la tierra para seducir a los corazones, para ayudarlos a decidir mi Muerte.  Cada sinedrista tenía el suyo, lo mismo que Herodes, Pilatos y todos los judíos que pidieron mi Sangre. También los tenían los apóstoles para adormecerlos y prepararlos a ser cobardes.

            Cuando hube salido de la casa de Caifás, me llevaron al Pretorio. Dice el Evangelio: ·Era de madrugada. Ellos no entraron en el Pretorio para no contaminarse y poder así comer de la Pascua.” La hipocresía no fue prerrogativa de los judíos que me condenaron. La ley determina que cualquiera que cometa un crimen en la Pascua, debe ser castigado con la muerte. Pero ellos que eran tan observantes, decidieron pasar por alto también este precepto; porque su Odio contra mí era más poderoso que su conciencia y su afán de parecer piadosos ante el mundo los inclinó a guardar las apariencias en el Pretorio. Ellos no creyeron poder contaminarse al cometer un crimen y celebrar la Pascua después. Pero sí observaron el rito de no pisar la casa de un gentil y no quisieron entrar a la casa del Gobernador romano. También ahora muchos en su interior, maquinan el mal y MUESTRAN UNA FACHADA DE PIEDAD Y RESPETO POR LA RELIGIÓN. 

En la proporción  de uno a doce, una de vosotros me traiciona. Cada traición es más penosa que una lanzada.

            Como los judíos no entraron, salió Pilatos. Y como tenía experiencia en el Gobierno y en el juzgar, le bastó una sola mirada para caer en la cuenta de que no era yo reo, sino aquel pueblo cargado de Odio. Nuestro encuentro provocó un acercamiento. Yo tuve piedad de él por ser un hombre débil. Él sintió piedad de Mí, por ser Inocente. Trató de salvarme desde el primer momento. Y cómo Roma era la única que tenía el derecho de ejercer justicia contra los malhechores, trata de salvarme diciendo: ‘Juzgadle, según vuestra Ley’. Nuevamente hipócritas, los judíos no quisieron condenarme. Me odiaban y me temían. No querían reconocerme como Mesías; pero decidieron matarme por si lo era. Y me acusaron de alborotapueblos contra el poder romano, para conseguir que Roma me condenase.

            Pilatos vuelve a entrar al Pretorio y me llama. Me interroga. Había oído hablar de Mí. Entre sus centuriones, había quienes repetían mi Nombre con gratitud, con lágrimas en los ojos y sonrisa en el corazón. El Domingo anterior me había visto entrar a Jerusalén, cabalgando sobre una borriquilla; sin armas, rodeado de mujeres y de niños, bendiciendo. Está seguro de que Yo no soy un peligro para Roma. Quiere saber si soy rey. En medio de su escepticismo pagano, quería burlarse un poco de esta realeza que cabalga sobre un asno, que tiene por cortesanos a niños descalzos y mujeres sonrientes.

Pilatos, sentado en su silla me escudriña, porque soy para él un enigma que no logra comprender. Si su alma no hubiese estado cegada por las preocupaciones humanas, la soberbia de su cargo, el error del paganismo; hubiera comprendido Quién era Yo. ¿Pero cómo penetrar la Luz en donde tantas cosas le impiden la entrada?

            Pilatos no puede comprender en qué consiste mi Reino y lo más triste: no pide que se lo explique. Al invitarle a que conozca la Verdad, paganamente responde: ¿Qué cosa es la Verdad? Con un levantamiento de hombros, vuelve  a donde están los judíos y en los umbrales del crimen, trata de salvarme una vez más. Su debilidad y su ambición; pues temió perder su puesto, lo llevan a una cruel transacción: LA FLAGELACIÓN.

            Mirad la humanidad de vuestro Redentor: de la cabeza a los pies es toda una herida.

            LA FLAGELACIÓN hace horrorizar a quién la medita y agonizar a quién la prueba. Pero fue tortura de una hora.  Vosotros que me traicionáis, me flageláis el corazón y son siglos que lo hacéis.

No meditáis nunca en lo que me costasteis y no reflexionáis en las torturas que os dieron la salvación. Ningún dolor se me perdonó: ni en la carne, ni en la mente, ni en el corazón, ni en el espíritu. Los probé todos. De todos me abrevé hasta morir.

La mano que Dios dio al hombre, para distinguirlo de los animales. La mano que Dios enseñó a usar al hombre como instrumento de la inteligencia humana para acariciar, bendecir y trabajar; se convirtió en instrumento de tortura contra el Hijo de Dios: le dio de bofetadas; se convirtió en tenazas para arrancarle los cabellos y tomó el flagelo y los clavos e hirió a su Dios y Creador.

La mentira y la blasfemia me rodearon… Y de los mismos labios que habían brotado los hosannas, surgió después el crucifige.

Cuando Pilatos me miró, tuvo compasión de Mí. Espera que la Plebe también la tenga… Pero ante sus amenazas y su dureza, le faltó valor…

-Que se le flagele – ordena Pilato a un centurión.

-¿Cuánto?

-Lo que te parezca… ¡No hay más que hacer! Yo estoy aburrido.  Ve…

Con esta cruel transacción Pilatos espera calmar a la plebe y salvar a Jesús. Y lo único que consigue es hacer que sea mayor su sufrimiento. ¿Acaso no sabe que la plebe se embrutece al beber sangre? Pero Jesús debe ser quebrantado para expiar nuestros pecados…

Cuatro soldados llevan a Jesús al patio enlozado con mármoles de color, más allá del atrio. En medio hay una columna alta semejante a las del pórtico. A unos tres metros del suelo, tiene una varilla de hierro sobresaliente por lo menos un metro, que termina en una argolla. Hacen que se quite los calzoncillos y Jesús se queda solamente con los calzoncillos cortos de lino y las sandalias. Las manos las atan juntas alrededor de las muñecas y se las amarran a la argolla, sobre la cabeza. De modo que aun cuando es muy alto, apenas si toca el suelo con la punta de los pies. Esta posisión en sí, ya es muy dolorosa.

Dos verdugos se colocan, uno delante de Él y otro detrás. Están armados con un flagelo de siete correas de nervios durísimos,  unidas a un mango y que terminan en la punta con bolas de plomo. Alternada y rítmicamente, como si estuvieran haciendo un ejercicio, se ponen a dar golpes. Uno, delante; el otro, detrás. De esta forma, el tronco de Jesús queda apretado entre estos instrumentos de dolor.

Los cuatro soldados a quienes se había entregado al Prisionero, sin preocuparse mayormente del asunto, se ponen a jugar a los dados con otros tres que acaban de llegar.

Las voces de los jugadores se mezclan con el golpe de los flagelos, que silban como serpientes  y luego suenan como piedras arrojadas contra la piel tensa de un tambor; azotando el grácil cuerpo de color marfil viejo, que al principio toma el color cebrado, vivo de una rosa; luego el violeta llenándose de relieves de color añil, muy hinchados. Y después el rojinegro;  para terminar rompiéndose y arrojando sangre por todas partes. Aunque sus golpes los dirigen sobre todo al tórax y al abdomen, tampoco faltan los golpes en las piernas, los brazos y hasta en la cabeza, para que no quede ningún miembro sin dolor.

¡Cuánto sufrimiento!… ¡Y no se escucha ni un lamento!…

Si la cuerda no lo sostuviera caería al suelo.  Solo la cabeza se le mueve y cae sobre el pecho, una y otra vez, entre golpe y golpe. . En su cuerpo no queda un lugar que no haya sido golpeado. Ningún dolor se le perdonó.

Sus órganos internos, magullados y contusos, tienen grandes sufrimientos. Sofocaciones y tos convulsiva por los pulmones. La anemia consecutiva a toda la sangre que ha esparcido desde el Getsemaní. El hígado, el bazo y los riñones magullados, inflamados y congestionados. Junto con el corazón exangüe y exhausto. Enfermo por la bárbara Flagelación y por los dolores morales que le han precedido y que harán más penosas las próximas horas…

Los riñones que casi han sido despedazados por los flagelos, ya han dejado de funcionar. Incapaces de filtrar más, la urea se irá acumulando y se esparcirá por todo su Cuerpo, torturando con el sufrimiento de la intoxicación urémica…

Un soldado grita:

–           ¡Eh! ¡Deteneos que lo matáis!  – y agrega tono de mofa.-  Necesita estar vivo, para que puedan matarlo.

Los dos verdugos se paran y se secan el sudor.

Uno dice:

–           ¡No podemos más! Pensé que os habíais olvidado…

Y el otro:

–           Pagadnos. Porque nos vamos a saciar la sed con un vaso de vino. La flagelación de los esclavos es más pesada… Deberían pagarnos más…

El decurión les arroja una moneda grande a cada uno, mientras les dice:

–           ¡La horca os mandaría! tened…

Otro soldado les dice:

–           Habéis trabajado a conciencia. Parece un mosaico.

Luego que los verdugos se van. Otro soldado dice:

–           ¡Oye Tito, dinos! ¿No era éste al que amaba Alejandro?

El aludido responde:

–           Sí.

–           Le daremos la noticia para que cumpla el luto. Hay que desatarlo.

Lo desatan, y Jesús cae al suelo como muerto. Lo dejan ahí. De vez en cuando lo mueven con el pie calzado con las cáligas, para ver si se lamenta. Pero Jesús ni siquiera gime.

Pasan unos minutos y los soldados comentan:

–           ¿Acaso habrá  muerto?

–           Es posible.

–           Es joven y artesano.  Eso me han dicho.

–           A mí me dijeron que es como una vestal y parece una delicada doncella…

–           ¡Déjenmelo a mí!

Y el último que habló, va y lo sienta contra la columna. Donde antes estuviera Jesús tirado, se ven los grumos de sangre.

El soldado, va a una pequeña fuente que gorgotea bajo el pórtico. Llena un cubo de agua y se lo arroja sobre la cabeza y el cuerpo de Jesús. Mientras dice:

–           ¡Así! ¡A las flores les gusta el agua!

Jesús suspira profundamente. Trata de levantarse. Pero sigue con los ojos cerrados. Varias voces dicen al mismo tiempo:

–           ¡Eso es! ¡Bien! ¡Arriba, Adonis! ¡Qué te espera la dama!…

Pero Jesús inútilmente apoya en el suelo los puños intentando erguirse…

Otro soldado con sonrisa mordaz le grita:

–           ¡Arriba! ¡Rápido! ¿Te sientes débil? Con esto te vas a reponer.

Y con el asta de su lanza descarga un golpe en el Rostro de Jesús, dándole entre el pómulo derecho y la nariz, que al punto empieza a sangrar.

Jesús abre los ojos y mira a su alrededor.  Es una mirada perdida… Mira fijamente al soldado que lo ha golpeado. Se enjuga la sangre con la mano. Y con un gran esfuerzo, se pone de pie.

Los militares se burlan:

–           ¡Vístete! ¡Es una indecencia estar así! ¡Impúdico!

Y todos sueltan la carcajada.

Jesús obedece sin decir nada. Sólo ÉL sabe lo que sufre al inclinarse, por las heridas que tiene, pues al moverse, su piel se abre y la sangre vuelve a brotar. Pero no hay ninguna piedad. Empiezan a jugar con ÉL cruelmente.

Un soldado da una patada a sus vestidos  y los dispersa cada vez que Jesús quiere alcanzarlos, balanceándose penosamente. Otro soldado los arroja al lado contrario. Y cada vez que Jesús tambaleándose llega a donde ha caído su ropa, otro soldado la arroja lejos en otra dirección. Mientras hacen esto le dicen obscenidades y se burlan de él. Y Jesús sufriendo agudamente, sigue a la ropa, sin decir una palabra.

Finalmente y en silencio todavía, Jesús logra tomar sus vestidos. Antes de ponerse la túnica blanca interior corta, que estaba apartada en un rincón y mojada, se limpia con ella la cara del polvo, la sangre, los escupitajos y los excrementos. Parece como si quisiera ocultar su vestido rojo que ayer mismo era tan hermoso y ahora está sucio de porquerías y manchado por la sangre que sudó en Getsemaní. Pero termina de vestirse con él. Luego se compone los cabellos y la barba, llevado por un instinto natural, de limpieza y orden en su persona.  Y la pobre y santa faz aparece limpia, sólo marcada por los moretones y las pequeñas heridas.

Y luego se acerca a que le dé el sol, pues está temblando por los escalofríos… La fiebre ha comenzado a apoderarse de ÉL, debido a la pérdida de sangre, al ayuno y a la larga caminata…

 

Oración.

Amado Padre Celestial: En los méritos de tu Hijo Santísimo hemos sido perdonados y sanados. Toma todo nuestro ser y conforme a tu infinita Misericordia, bendícenos sanando nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro cuerpo. Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Llena nuestros labios, para cantar tus alabanzas y fortalece y guía nuestra miseria y nuestra debilidad. Seas Bendito y Alabado por siempre, por toda tu Creación. Gracias ABBA. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

 

  

 

 

DRAMA EN EL GETSEMANÍ III

Y no obstante, un esplendor más vivo se forma sobre su cabeza, suspendido como a un metro de Él aproximadamente. Una luminosidad  tan viva, que incluso el Postrado lo ve filtrarse entre sus cabellos ondulados  y ya densos, tras el velo que la sangre pone en sus ojos.

Levanta la cabeza… Resplandece la Luna sobre esta pobre faz y aún más resplandece la luz angélica; semejante a la del diamante blanco-azul de la estrella Venus.

Y aparece toda la tremenda agonía en la sangre que rezuma a través de los poros: las pestañas, el cabello, el bigote, la barba están asperjados y rociados de sangre. Sangre rezuma en las sienes; sangre brota de las venas del cuello; gotas de sangre caen de las manos y cuando tiende las manos hacia la luz angélica y las anchas mangas se deslizan hacia los codos; aparecen sus antebrazos también llenos de sudor de sangre.

En la cara sólo las lágrimas forman dos líneas nítidas sobre la máscara roja.

Se quita otra vez el manto y se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. Pero el sudor continúa. Él presiona varias veces la tela contra la cara y la mantiene apretada con las manos y cada vez que cambia el sitio aparecen nítidamente en la tela de color rojo oscuro las señales; las cuales, estando húmedas, parecen negras. La hierba del suelo está roja de sangre.

Jesús parece próximo al desfallecimiento. Se desata la túnica en el cuello, como si sintiera ahogarse. Se lleva la mano al corazón y luego a la cabeza y la agita delante de la cara como para darse aire, manteniendo entreabierta la boca. Arrastrándose se pega a la roca y apoya la espalda contra la piedra, de tal forma que parece como si estuviera ya muerto.  Los brazos le cuelgan paralelos al cuerpo y la cabeza contra el pecho. Ya no se mueve.

La luz angélica va decreciendo poco a poco, hasta que se absorbe en esplendor de los rayos de la luna…

Después de un rato,  Jesús abre sus ojos de nuevo. Con esfuerzo levanta la cabeza. Mira a su alrededor.  Está solo, pero menos angustiado. Alarga una mano y tomando su manto que había dejado abandonado en la hierba, vuelve a secarse el sudor de su terrible  baño de sangre. Coge una hoja ancha, empapada de rocío y con ella termina de limpiarse mojándose la cara y las manos y luego secándose de nuevo todo. Y repite lo mismo con otras hojas, hasta que borra las huellas de su tremendo sudor. Sólo la túnica, especialmente en los hombros y en los pliegues de los codos, en el cuello y la cintura, en las rodillas, está manchada.

La mira y menea la cabeza. Mira también el manto y lo ve demasiado manchado. Lo dobla y lo pone encima de la piedra, junto a las florecillas. Por su extrema debilidad, con mucho esfuerzo se vuelve y se pone de rodillas.  Ora apoyando la cabeza en las manos que están sobre el manto. Luego eleva su cara palidísima…

Pero ya no tiene expresión turbada. Es una faz llena de divina belleza, a pesar de aparecer más exangüe y triste que nunca.

Luego, apoyándose sobre la roca se levanta y todavía tambaleándose ligeramente, va hacia donde están los discípulos…

Los tres duermen profundamente, arropados en sus mantos, junto a la hoguera apagada. Se les oye respirar profundamente e incluso con un sonoro ronquido.

Jesús los llama…  Es inútil. Debe agacharse y dar un buen zarandeo a Pedro.

El apóstol desenvuelve su manto verde oscuro, se asusta y pregunta:

–          ¿Qué sucede? ¿Quién viene a arrestarme?

Jesús dice suavemente:

–           Nadie. Te llamo Yo.

–           ¿Es ya por la mañana?

–           No. Ha terminado casi la segunda vigilia.

Pedro está todo entumecido.

Jesús da unos meneos a Juan, que emite un grito de terror al ver inclinado hacia él un rostro que de tan marmóreo como se ve, parece el de un fantasma.

Juan exclama asustado:

–           ¡Oh… me pareces un muerto!

Luego se acerca a Santiago, lo mueve y el apóstol, creyendo que lo llama su hermano, dice:

–           ¿Apresaron al Maestro?

Jesús responde:

–           Todavía no, Santiago…  Pero, levantaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca.

Los tres todavía pasmados, se levantan. Miran a su alrededor… Olivos, luna, ruiseñores, leve viento, paz… Nada más. Pero siguen a Jesús sin hablar.

Llegan a donde están los otros ocho, igualmente dormidos alrededor del fuego ya apagado.

Jesús dice con voz potente:

–           ¡Levantaos! ¡Mientras viene Satanás, mostrad al insomne y a sus hijos que los hijos de Dios no duermen!

Todos dicen al mismo tiempo:

–           ¡Sí, Maestro!

–           ¡Dónde está, Maestro?

–           Jesús, yo…

–           ¿Pero ¿qué ha sucedido?

Y entre preguntas y respuestas enredadas, se ponen los mantos…

En el preciso momento en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas; que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas.

 

Satanás quería vencerme con la desesperación, para convertirme en su esclavo…

 Sentí el sabor de la muerte, cuando decidí daros la vida…

Y cubierto con la lepra de vuestros pecados, siendo solamente el hombre culpable a los ojos de Dios; ACEPTÉ SER EL MALDITO Y CON ELLO, ACEPTÉ TAMBIÉN EL CASTIGO.

vencí la desesperación y a Satanás, para servir a Dios y daros a vosotros la Vida… 

Pero saboreé la Muerte. No la muerte física del Crucificado, (No fue tan dolorosa)

Sino la Muerte Total…

La Muerte Consciente… 

La Muerte que cae después de haber triunfado, con un corazón destrozado…

Con una sangre que se pierde por la herida de un esfuerzo muy superior a la fuerza humana. 

Y sudé sangre. ¡Sí, la sudé!… 

Para ser fiel a la Voluntad de Dios.

El espíritu venció la Tentación Espiritual. 

Con la Oración lo vencí: ‘¡ABBA, PADRE! Todo es posible para Ti; aparta de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras TÚ…’

No tengo más que recordar esta Hora para llamaros hermanos. 

¿Puedo Yo que he probado; no comprender vuestra degradación y no amaros porque estáis degradados?… Os amo por esto.

Porque en aquella Hora no era el Verbo de Dios…

Era el Hombre Culpable. 

Mi mejilla arde por el beso de los traidores… 

Curádmela con el beso de la Fidelidad. ¡Convertíos y amad!

Para que el Padre os pueda llamar: ¡Hijos!

El Ángel que me acompañó en mi dolor, me habló de la esperanza de todos los que se salvarían con mi Sacrificio y fue el bálsamo para mi agonía…

Mi mirada se extendió a través de los siglos…

Y OS MIRÉ….

Y FUE CADA UNO DE VUESTROS NOMBRES como una inyección de fortaleza, para las horas dolorosísimas que se aproximaban…  

Fuisteis mi consuelo cuando vi que os salvaríais… 

QUE ÉRAIS DIGNOS DEL SACRIFICIO DE UN DIOS.

Y desde aquel momento os he llevado en mi Corazón…

Y cuando sonó el momento de que vinieseis a la tierra, quise estar presente a vuestra llegada, regocijándome al pensar que una nueva flor de amor había brotado en el mundo y que viviría para Mí…

¡Oh, benditos míos!.. ¡Consuelo mío cuando agonizaba!.. Mi Madre, mi Apóstol, las mujeres piadosas…

Pero también TÚ…

Tú que estás leyendo esto y a quién mi Madre ha guiado hasta aquí…

MIS OJOS AGONIZANTES TE MIRARON A TRAVÉS DE LOS SIGLOS…

Junto al rostro adolorido de mi Madre…

Y los cerré gozoso porque vi que te salvarías al corresponder a mi llamado a la Conversión y al Amor…

Y corrí al encuentro de mi Martirio, que se inició con un beso… 

EL BESO DE LA TRAICIÓN.

Al momento justo en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas; que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas.

Son una horda de bandidos disfrazados de soldados, caras de la peor calaña afeadas por sonrisas maliciosas y demoníacas. Vienen también algunos representantes del Templo.

Los apóstoles, súbitamente se hacen a un lado. Pedro delante y  detrás de él, los demás.

Jesús se queda quieto.

Judas se acerca resistiendo a la mirada de Jesús, que ha vuelto a ser esa mirada centelleante de sus mejores días. Y aun así, el apóstol infiel no baja la cara… Al contrario, se acerca con una sonrisa de hiena y lo besa en la mejilla derecha.

Jesús dice serenamente:

–           Amigo, ¿y qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?

Judas agacha un instante la cabeza; pero luego vuelve a levantarla… Muerto a la reprensión y a cualquier invitación al arrepentimiento.

Jesús, después de las primeras palabras, dichas todavía con la solemnidad del Maestro, adquiere el tono afligido de quien se resigna a una desventura.

La chusma, con un clamor hecho de gritos, se acerca con cuerdas y palos y trata de prender a Jesús y a los demás apóstoles.

Jesús pregunta tranquilo y solemne:

–          ¿A quién buscáis?

El encargado del Templo contesta:

–           A Jesús Nazareno.

La Voz es un trueno al responder:

–           Soy Yo.

Ante el mundo asesino y el inocente, ante la naturaleza y las estrellas, Jesús da de Sí, casi con un cierto júbilo; este testimonio abierto, leal, seguro…

¡Ah!, pero si de Él hubiera emanado un rayo no habría hecho más efecto: como un haz de espigas segadas, todos caen al suelo.

Permanecen en pie sólo Judas, Jesús y los apóstoles; los cuales, ante el espectáculo de los soldados derribados; se recuperan tanto, que se acercan a Jesús y con amenazas tan claras contra Judas; que éste súbitamente huye al otro lado del Cedrón y se adentra en la negrura de una callejuela…

Justo a tiempo para  evitar el golpe maestro de la espada de Simón Zelote y seguido en vano por una lluvia de piedras y palos que le lanzan los apóstoles que no estaban armados…

Jesús dice tranquilo:

–           Levantaos. ¿A quién buscáis?, vuelvo a preguntaros.

El mismo hombre vuelve a contestar:

-A Jesús Nazareno.

Jesús responde con dulzura:

-Os he dicho que soy Yo

Y Sí: con dulzura, vuelve a decir:

–           Dejad, pues, libres a estos otros. Yo voy. Guardad las espadas y los palos. No soy un bandolero. Estaba siempre entre vosotros. ¿Por qué no me habéis arrestado entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás…

Mientras Él habla, Pedro se acerca al hombre que está extendiendo las cuerdas para atar a Jesús y descarga un golpe de espada desmañado. Si la hubiera usado de punta, lo habría degollado como a un carnero. Así, lo único que hace es arrancarle casi una oreja, que queda colgando en medio de un gran flujo de sangre.

El hombre grita que lo han matado.

Se produce confusión entre aquellos que quieren arremeter y los que al ver lucir espadas y puñales tienen miedo.

Jesús dice sereno:

-Guardad esas armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría como defensores a los ángeles del Padre. –Y volviéndose hacia el herido, agrega- Y tú, queda sano. En el alma primero, si puedes…

Y antes de ofrecer sus manos para las cuerdas, toca la oreja y la cura.

De una manera incomprensible, para quien no tiene el espíritu ‘vivo’ y no saben lo que sucede a nivel espiritual, los apóstoles le gritan alterados:

–          « ¡Nos has traicionado!» « ¡Pero ha perdido la razón!» « ¿Quién puede creerte?».

Y el que no grita huye…

Y Jesús se queda solo…          Él y los esbirros…       Y empieza el camino de la Cruz…

Yo he vencido a la Muerte. Yo. No Satanás. La Muerte se vence aceptando la muerte.

Te había prometido un gran regalo. Como he concedido a pocos. Te lo he dado.

Has conocido la extrema tentación de tu Jesús. Ya te la había desvelado. Pero todavía no tenías madurez para conocerla plenamente. Ahora lo puedes hacer.

¿Ves que tengo razón al decir que no habría sido comprendida y admitida por aquellos pequeños cristianos que son larvas de cristianos y no cristianos formados?

Vete en paz, que Yo estoy contigo”.

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Oración:

Amado Padre Celestial: Llénanos el corazón de arrepentimiento y amor, para ser Agradecidos al Amor tan incomprendido en su profundidad y plenitud, que sólo un Dios Único y Trino, infinitamente maravilloso como TÚ, podías manifestar como lo hiciste por nosotros los hombres. Ayúdanos a conocerte y amarte, adorarte y servirte. Porque no bastarían un millón de vidas de adoración y sacrificio, para corresponderte aunque solo fuera un poquito, de lo mucho que te debemos. Gracias ABBA. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…